AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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La espada de la corona |Höor Cannif
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La espada de la corona |Höor Cannif
La espada del guerrero sabio no corta ni atraviesa;
refleja la luz.
—Alejandro Jodorowsky —
refleja la luz.
—Alejandro Jodorowsky —
Muchas cartas habían llegado de cada rincón de Inglaterra y más allá de los mares que la separaban. La coronación de la que próximamente sería la reina de Inglaterra reunía una gran expectación y de lo que más se hablaba en esos días por las calles inglesas, era cuanta realeza asistiría dicho acontecimiento. Tantas eran las misivas provenientes de otros países que se estipulaba que estas en efecto, eran las confirmaciones reales a asistir a la coronación. Mal encaminados entonces se debían encontrar los mensajeros que recurrían a esas cavilaciones en voz alta por las calles y tabernas de Inglaterra. Lena, como toda una Windsor, pensaba adoptar su papel de anfitriona a la perfección, sin embargo, no muchos serían invitados con sangre azul por sus venas. Toda Inglaterra asistiría; sus condes, sus duques y todo quien poseyera un título que le otorgase los méritos de permanecer a la realeza Inglesa acudirían. Más no los de países extranjeros. En este caso Lena había escogido celebrar dichoso día rodeado únicamente de todos sus súbditos y también de su pueblo. Celebraría con todos ellos su llegada al trono y repartiendo la comida sobrante entre los más necesitados del calor de la corona, pensaba llegar a sus corazones. Su reinado sería largo y como tal, era su ínfimo deseo que este fuera beneplácito y lleno de lealtad hacia su figura. Pensaba reinstaurar el orden en sus plazas, llevar Inglaterra a cotos más altos de poder y con ello; de riquezas. Llegados a ese momento, una vez la corona pendiera formalmente sobre su cabeza, entonces si empezarían los acuerdos estratégicos y comerciales con el resto de países. Allí empezaría verdaderamente su camino. Pese a su corta edad, tenía mucha ambición, no obstante, era lo suficientemente inteligente y cauta para no mostrar todas sus cartas antes de tiempo. Una Windsor siempre jugaría para ganar la partida, jamás para perderla. Y para jugar contra el rey de reyes, primero ella debía ser la reina.
Seguramente por estos motivos, cuando recibió una carta del duque neerlandés Höor Canniff se llevó una grata sorpresa. Este no le felicitaba de su coronación, por el contrario le exigía como todo hombre norteño que era le correspondía, de verla inmediatamente para tratar un asunto de suma urgencia. Una reina normal seguramente se hubiese sentido insultado y habría despreciado la carta, Lena sin embargo no podía decirse que fuera a ser una reina corriente. Inmediatamente contestó al duque, a quien en su juventud recordaba entrenando con ella cuando su madre y él eran invitados por la mano de su padre a sus tierras inglesas. Se verían la noche anterior a su coronación. El lugar del encuentro tomando en cuenta que la llegada del duque se haría en barco, sería en uno de los puertos y ciudades más seguras de Inglaterra. A apenas unas horas de distancia del palacio de los Windsor, el encuentro se daría en el puerto de Londres, en el condado de Berkshire. Sin saber que se encontraría a su llegada, había ordenado que una primera escolta fuera inmediatamente al encuentro del duque, y luego, siguiendo el plan que había entablado con su consejo acudiría ella a medio camino entre Londres y Windsor a esperar que su visita llegase ante ella. En Londres la presencia del norteño pasaría desapercibida, en cambio, la de la futura reina podría llegar a provocar rumores, y a pesar del estatus social del joven Cannif que se encontraba casado, la intención de la corona era minimizar ante todo cualquier habladuría sobre el futuro de la reina y su compromiso con el que algún día sería Rey de Inglaterra.
Aquella misma noche, se ocupó personalmente de la guardia que acudiría al encuentro de Höor y de su propia guardia que la protegerían hasta el encuentro. Rápidamente el primer grupo de soldados partió hasta el puerto londinense y pocas horas después, tras acabar con los preparativos de la coronación, partieron ella y su sequito sin más dilación. Bajo el amparo de la noche ya oscureciendo el camino, Lena cruzó a galope seguida de la guardia real mientras el tiempo se les echaba encima. Desde lejos cualquiera podría deducir que la joven encapuchada era una noble. Pese a haberse puesto la ropa más humilde en un intento de pasar desapercibida, la educación y su noble cuna la delataban a leguas de distancia. Aun así, todos parecían creer que se trataba de cualquier joven de la realeza antes de que su futura reina. Y eso estaba bien. Como reina debía actuar completamente a lo que se espera de ella, y más gobernando una nación como Inglaterra. Sin duda, así sería, pero en lo que sería su última noche de libertad no deseaba encerrarse en las cuatro inmensas paredes que algún día serían su cárcel. Lena era una joven valiente e indómita; una reina que no se dejaría vencer. Y así Höor mejor que nadie, la conocía. La noche cada vez era más oscura, y con la oscuridad únicamente se lograban oír las pisadas de las monturas y algunos que otros grillos y animales nocturnos que empezaban a recorrer el bosque en busca de presas, o de escondites. Con antorchas alumbrando el suelo, no fue difícil seguir la marcha para una amazona tan capaz como ella lo era. Las horas a caballo cruzando los campos y bosques sin querer se le pasaron con suma rapidez y en cuanto llegaron ante el tramo en el que los dos jóvenes debían reunirse, una estela de banderas y caballos empezaron a redefinirse en la lejanía al poco de llegar. La yegua de Lena resopló y acariciando tiernamente está a su montura, una de las yeguas más veloces de su establo, tomó la marcha encabezándola mientras con aplomo acudía al encuentro del norteño, el que una vez fue; uno de los mejores amigos que había podido tener a su lado.
Lena Windsor- Realeza Inglesa
- Mensajes : 124
Fecha de inscripción : 19/06/2017
Localización : En el trono de Inglaterra
Re: La espada de la corona |Höor Cannif
En el navío reina Anna, cruzamos el mar del norte, un mar marginal de Océano Atlántico que colindaba en al este con las Islas Británicas.
Por suerte el tiempo acompañó en la travesía, los dioses parecían estar de nuestra parte, lo que me daba a pensar que este acuerdo tan necesario para el norte iba a ser fructuoso.
Hacia mucho tiempo que no veía a Lena. De niños habíamos compartido juegos, travesuras y confesiones bajo las sabanas.
La recordaba como una adolescente impetuosa, indómita y valiente, su templanza nunca fue ignorada ante mis ojos.
No dudaba que se convertiría en una reina sabia, en una mujer dedicada a su reino.
La clandestinidad de nuestro encuentro no me sorprendió, nos conocíamos, ella sabia que nunca me caractericé por ser elocuente en mis palabras. Al menos, no del modo que espera la corte, demasiado rudo y abanderando esa sinceridad tan norteña que la gente podía resultarle rozaba la falta de respeto, pero que en mi opinión, solo era el modo de decir las cosas sin enmascararlas.
Vivíamos en un mundo donde la importancia en la palabra se había perdido, donde una mentira acababa convertida en una vorágine de muchas mas. Yo era fiel a mi palabra, en mi se podía confiar, porque siempre cumpliría con aquello que prometía y nunca juraría lealtad si no la sentía.
Atracamos en una pequeña cala, mi visita debía pasar desapercibida, era consciente de que comprometía a la reina, pues ella a diferencia mía tenia que mantener las formas, en ese baile de nobleza en el que como gallinas cluecas narraban con malas intenciones historias no verídicas que podían quebrar la imagen de la futura reina.
Sobre mi espectro emprendí camino hacia el bosque donde nos veríamos, a mi espalda la bastarda tintineaba, esa era mi única escolta. Mis hombres eran necesarios en Akershus, estábamos en guerra.
Mal norteño y peor guerrero seria de necesitar damas de compañía para encontrarme con una amiga y aunque quizás no fuera lo correcto según el protocolo estipulado por la realeza, estaba ya muy grande para no luchar mis propias gestas.
Las antorchas con sus haces naranja parecían combatir con la dama blanca que desde el cielo nos observaba.
Espoleé la montura para apresurar la marcha y tras unos metros mas de marcha me detuve frente a la amazona que cubierta me miraba.
El silencio se instauró entre ambos mientras desmontábamos.
Un paso, otro, el baile había empezado, bajo su capucha, haces de plata y el viento mecieron su cabellera ondulada.
Mi sonrisa arrogante fue presa de sus ojos cuando extendió la mano como si fuera un conde cualquiera.
Atrapé su mano, mis dedos acariciaron sus nudillos y sin cortarme tiré de ella hasta que su cuerpo cayó entre mis brazos.
Mis labios susurraron meciendo mechones de su pelo con mi aliento sobre su oído.
-Estáis preciosa -aseguré antes de separarme deslizando mis ojos por su cuerpo. Ladeé la sonrisa al ver su mirada echa fuego sobre mis pardos y el rubor en sus mejillas por nuestra cercanía.
Atrás su escolta desenvainaba dispuestos a plantar cara a aquel que había osado tocarla.
Enarqué una ceja mirándolos por encima del hombro de la reina, no me durarían ni un asalto, pero mi actitud era completamente relajada.
-Mi reina, paseamos -le dije sin mas, ignorando la amenaza que ella silenció con un movimiento de mano.
La visita no había sido de placer, tenia algo que pedirle y como en mi misiva le dije, apremiaba la urgencia, aunque ahora que me encontraba frente a ella no podía negar que cierta sensación de placer me invadía.
-Empiezo a pensar que habéis quedado aquí conmigo porque os avergüenzo -bromeé con una sonrisa socarrona -eso, o porque aprovechando la clandestinidad, pensáis disfrutar vuestra ultima noche de libertad, conmigo. He oído que mañana es vuestra coronación.
Por suerte el tiempo acompañó en la travesía, los dioses parecían estar de nuestra parte, lo que me daba a pensar que este acuerdo tan necesario para el norte iba a ser fructuoso.
Hacia mucho tiempo que no veía a Lena. De niños habíamos compartido juegos, travesuras y confesiones bajo las sabanas.
La recordaba como una adolescente impetuosa, indómita y valiente, su templanza nunca fue ignorada ante mis ojos.
No dudaba que se convertiría en una reina sabia, en una mujer dedicada a su reino.
La clandestinidad de nuestro encuentro no me sorprendió, nos conocíamos, ella sabia que nunca me caractericé por ser elocuente en mis palabras. Al menos, no del modo que espera la corte, demasiado rudo y abanderando esa sinceridad tan norteña que la gente podía resultarle rozaba la falta de respeto, pero que en mi opinión, solo era el modo de decir las cosas sin enmascararlas.
Vivíamos en un mundo donde la importancia en la palabra se había perdido, donde una mentira acababa convertida en una vorágine de muchas mas. Yo era fiel a mi palabra, en mi se podía confiar, porque siempre cumpliría con aquello que prometía y nunca juraría lealtad si no la sentía.
Atracamos en una pequeña cala, mi visita debía pasar desapercibida, era consciente de que comprometía a la reina, pues ella a diferencia mía tenia que mantener las formas, en ese baile de nobleza en el que como gallinas cluecas narraban con malas intenciones historias no verídicas que podían quebrar la imagen de la futura reina.
Sobre mi espectro emprendí camino hacia el bosque donde nos veríamos, a mi espalda la bastarda tintineaba, esa era mi única escolta. Mis hombres eran necesarios en Akershus, estábamos en guerra.
Mal norteño y peor guerrero seria de necesitar damas de compañía para encontrarme con una amiga y aunque quizás no fuera lo correcto según el protocolo estipulado por la realeza, estaba ya muy grande para no luchar mis propias gestas.
Las antorchas con sus haces naranja parecían combatir con la dama blanca que desde el cielo nos observaba.
Espoleé la montura para apresurar la marcha y tras unos metros mas de marcha me detuve frente a la amazona que cubierta me miraba.
El silencio se instauró entre ambos mientras desmontábamos.
Un paso, otro, el baile había empezado, bajo su capucha, haces de plata y el viento mecieron su cabellera ondulada.
Mi sonrisa arrogante fue presa de sus ojos cuando extendió la mano como si fuera un conde cualquiera.
Atrapé su mano, mis dedos acariciaron sus nudillos y sin cortarme tiré de ella hasta que su cuerpo cayó entre mis brazos.
Mis labios susurraron meciendo mechones de su pelo con mi aliento sobre su oído.
-Estáis preciosa -aseguré antes de separarme deslizando mis ojos por su cuerpo. Ladeé la sonrisa al ver su mirada echa fuego sobre mis pardos y el rubor en sus mejillas por nuestra cercanía.
Atrás su escolta desenvainaba dispuestos a plantar cara a aquel que había osado tocarla.
Enarqué una ceja mirándolos por encima del hombro de la reina, no me durarían ni un asalto, pero mi actitud era completamente relajada.
-Mi reina, paseamos -le dije sin mas, ignorando la amenaza que ella silenció con un movimiento de mano.
La visita no había sido de placer, tenia algo que pedirle y como en mi misiva le dije, apremiaba la urgencia, aunque ahora que me encontraba frente a ella no podía negar que cierta sensación de placer me invadía.
-Empiezo a pensar que habéis quedado aquí conmigo porque os avergüenzo -bromeé con una sonrisa socarrona -eso, o porque aprovechando la clandestinidad, pensáis disfrutar vuestra ultima noche de libertad, conmigo. He oído que mañana es vuestra coronación.
Höor Cannif- Realeza Neerlandesa
- Mensajes : 976
Fecha de inscripción : 21/09/2016
Localización : el placentero infierno de tus piernas.
Re: La espada de la corona |Höor Cannif
Entre la espada y la pared, me lanzo hacia la espada.
—Elis —
—Elis —
La espera para ver al norteño tras tantos años, fue realmente corta. La expedición de hombres leales a él que debían acompañarlo, no existían. Como no era de extrañar el norteño había decidido acudir solo a ese llamamiento. De haberse dado el encuentro en la corte, aquella inusual conducta hubiese sido tildada sin miramientos como una grave irresponsabilidad, pudiéndose a partir de aquel momento verse trucada la relación entre ambos países, hasta el extremo de terminar en guerra o ser considerados enemigos. Por suerte, si lo acompañaban los soldados que ella misma había enviado para su escolta personal y había hecho bien, tanto o más que no hacerle pasar por el examen de la corte inglesa. En esos bosques y a esas tardías horas oscuras, más de un maleante recorría los caminos en busca de víctimas, y aunque el duque no pudiese ser una víctima fácil, no siempre actuaban solos. A veces uno no podía correr el riesgo, y como la futura reina de aquella gran nación, prefería no tomar riesgos antes de la coronación que la oficiaría como reina. No le hacía falta ni quería más problemas de los que ya de por sí tenía con tantas especulaciones sobre su alrededor y su figura. El ser mujer, jamás se era visto como una bendición y ahora deseaban imponerle en los siguientes días tras la coronación que escogiese quien ocuparía el trono a su lado como su rey. En esos instantes, había especulaciones y todo su gobierno privado se reunía nuevamente para considerar en votación secreta el apoyo a los futuros monarcas y cúales eran los candidatos con mas apoyos. Debía de cubrirse las espaldas lo más pronto posible y aquello, solo hacía que presionarla y en asuntos tanto de estado como del corazón eso era lo que no deseaba. Quizás solo necesitaba ser ella antes de tomar esas decisiones y escapar un instante de sus responsabilidades.
Al llegar ante ella y su escolta, enseguida los ojos de Lena dieron con él. En medio de la guardia, custodiado el regio norteño se alzaba en su montura cual salvaje gobernante, que no teme, ni temerá jamás. Aquel comportamiento suyo, aquella forma de ser tan impulsiva y valiente, con coraje, fue desde buen principio lo que desde pequeños los unió en sus pequeñas pero audaces aventuras. Una rápida mirada al joven que ya no era adolescente, sino todo lo contrario, le fue suficiente para atestiguar por su propia cuenta de que Hoor no había cambiado ni un ápice. Únicamente había madurado y con ello; todo él se había formado tal y como debía. Los norteños para las demás naciones eran salvajes, primitivos, no obstante, eso no quitaba el hecho de que fueran a su forma bellos. Como un semental salvaje, o un potro sin domar. Con aquel pensamiento, provocando una ligera sonrisa en la reina, bajó de su montura lentamente y fue hacia él. Se miraron y el silencio reinante trajo recuerdos de su última visita a su hogar. En él también había habido un silencio atroz. El silencio hiriente al pensar que quizás jamás volverían a cruzarse en sus caminos. Desde aquel entonces habían pasado muchas situaciones tanto en un país como en otro, y ahora todo, había cambiado de forma al completo. Ya no era aquella niña, ni él; aquel jovencito risueño.
—Hoor —Lo saludó al tiempo que le tendía la mano tal y como se esperaba del protocolo, aunque era obvio que él no la ayudaría en su papel. En cuanto sintió su mano contra la propia y sus dedos acariciando juguetones sus nudillos, en un segundo temió lo que sucedería a continuación y no erró en cuanto de sus labios escapó el sonido de su risa al volar hacia sus brazos. Le miró desde abajo y sonrojándose al cosquilleo de su voz erizando la piel de su cuello, se sujetó a él por su nuca mientras con la otra mano calmaba a los soldados que ya se preparaban para sacarla a la fuerza de aquel osado que la había tocado. —Y vos sois un descarado. Nunca cambiaréis ¿verdad?— le contestó enmarcando en sus labios la gran sonrisa que solo él era capaz de remover en ella. Para suerte de Hoor, él era considerado su amigo y conociendo el buen corazón de la futura reina, ya sabía que no dejaría que nada malo le pasara. Aún menos en su presencia. Sin soltar aquella sonrisa de sus labios, logró erguirse, salir de aquellos brazos antes de que se le ocurriera volver a incomodar sus guardias de nuevo.
Ordenando que su escolta se quedase a unos pasos tras ellos pero lo suficientemente lejos como para tener cierta intimidad, tomó el brazo masculino y dejó que él la llevase en dirección al bosque frondoso y oscuro que se cernía sobre ellos. De nuevo las palabras del joven hicieron reír a la joven reina y esta le miró al tiempo que detenían su marcha. El duque era unos centímetros más alto que ella, pero aquello no le importaba. Miró hacia arriba, hacia él y río, negando sus palabras. —También yo podría deciros que parece como si solo hubierais venido a mofaros de mi guardia y a retarla— río y separándose de su brazo en cuanto uno de los guardias se les acercó y les dio una antorcha para alumbrarse, regresó sus divertidos y brillantes ojos a sus pardos. —Sé que la corte no es lugar para aquellos que son indomables y poseen el suficiente carisma como para sonrojar a reinas y princesas. Aun así, debo deciros que habéis oído bien, mañana es mi coronación y en vez de estar preparándome para mi gran día, estoy paseando por este oscuro bosque. — Le miró y sonrío. La noche era oscura, más la única luz que los alumbraba era la antorcha que él portaba consigo — Espero que tengáis un buen motivo para hacer correr a la reina de Inglaterra en esta audaz aventura.
Lena Windsor- Realeza Inglesa
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Fecha de inscripción : 19/06/2017
Localización : En el trono de Inglaterra
Re: La espada de la corona |Höor Cannif
Se de lo que soy capaz; ahora soy un soldado; un guerrero. Soy alguien a quien temer.-Pittacus Lore.
Ladeé la sonrisa al escuchar sus palabras, no podía evitar ver en ella a esa chica que conocía desde niño, solo que había cambiado, se le veía mas madura, mas mujer, infinitamente mas sabia e incluso mas bella.
-¿así que consigo sonrojar a una reina? -pregunté con cierta picarda mientras extendía mi brazo para que lo tomara y poder alumbrarnos con la llama naranja de la antorcha que lamia su piel.
-Algo me dice que nacisteis preparada para esa coronación y también que preferís pasear con un..como habéis dicho, hombre indomable que estar en vuestro lecho soñando con portar sobre vuestra cabeza una dorada corona. ¿No es acaso ese el motivo de que este oscuro bosque os de cobijo?
La reina no se andaba por las ramas, sabia que esta visita nada tenia que ver con rememorar tiempos pasados, si no mas bien de la impetuosa necesidad que tenían mis hombres de blandir acero ante un rey que nos masacraba.
Ademas de eso, mi petición iba mas allá, Akershus necesitaba una flota de barcos y eso se compra con dinero.
Mi gente se moría de hambre, así que incautar todo lo que Randulf trajera por mar era imprescindible para nosotros.
Eramos vikingos, el saqueo corría por nuestras venas y ahora mismo estas eran nuestras opciones, todo pasaba por esa reina que tenia frente a mi.
Mis pardos se centraron en sus dos faros, me miraba atenta y en este momento la seriedad imperó entre ambos.
-Mi urgencia por veros nada tiene que ver con vuestra reciente coronación, si no mas bien con una petición.
Sabéis que soy el rebelde que encabeza la resistencia contra el reinado de mi tío. Este lejos de ser un rey que mira por su pueblo, se dedica a diezmarlo como si fuéramos ratas, los impuestos son abusivos, se cobra en pernada lo que la gente ya es incapaz de pagar. Viola jóvenes, secuestra niñas, y los hombres, cada vez a mas temprana edad, van a la guerra para defender una causa demasiado complicada para comprender siquiera.
Necesito tu ayuda Lena, soy orgulloso, me conoces de sobra como para saber que mi impetuoso carácter nunca me hubiera traído aquí tras tanto tiempo lejos de ti. No tengo mas opciones, necesito acero y el dinero para construir una flota de barcos.
Deslicé mis dedos al interior del chaleco sacando una hoja doblada, en ella detallado al milímetro la cantidad de barcos y cañones que necesitaría, así como un precio estimado de lo que constaría ser elaborados.
Mi petición no era en absoluto barata y menos aun para tomar a la ligera, así que mis ojos se mantuvieron fijos en su rostro mientras esta, papel en mano, repasaba mi detallada petición con el semblante serio.
Solo cuando alzó la mirada se encontró con mis pardos.
-No es necesario deciros que tenéis mi espada a vuestra disposición, y no porque aceptéis, si no porque os aprecio desde niño.
Pedir a cambio lo que deseéis y os lo concederé si está en mi mano.
Su cuerpo había quedado apostado contra un árbol, su espalda en el reposaba y con esa ímpetu del que yo hacia gala, mi mano quedó contra el convirtiéndome en cárcel de piel y hueso. Mi otra mano sujetaba la antorcha que nos lamia la piel con sus tonos vivos y naranjas mientras atento la miraba esperando su veredicto.
Era su turno, yo había movido ficha ¿que haría ella?
Höor Cannif- Realeza Neerlandesa
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Fecha de inscripción : 21/09/2016
Localización : el placentero infierno de tus piernas.
Re: La espada de la corona |Höor Cannif
No hay cincuenta maneras de combatir, sólo hay una, vencer.
—André Malraux —
—André Malraux —
¿Cuántas veces su padre le había dicho que debía estar preparada para ese momento en que culminase su entrenamiento y llegase a sentarse en su futuro trono? Todo quien alguna vez la conoció, sabía de la dedicación y constancia que esta desde muy pequeña le había dedicado al gran sueño de su padre; el cual, también llegó a ser el suyo, hasta parecer una necesidad. A los más cercanos a su difunto padre más de una vez les había oído a escondidas como hablaban sobre ella y el buen rey que esta hubiese sido de haber nacido varón. Por aquel entonces, su padre siempre saltaba defendiéndola repitiendo las mismas palabras que de pequeña siempre le había oído, atesorándolas como un gran tesoro: Ella será más que un rey. Lena ha nacido para ser una de las más grandes reinas de Inglaterra. El orgullo hablaba por él y a pesar de que en su fuero interno, siempre había deseado el varón, al final había acabado por reconocer los meritos que podía tener su primogénita y el potencial de la misma. Al lado de un buen rey, siempre había una gran reina. Y para él, su Lena nunca sería el títere de cualquier rey, con rey o sin él; ella sería la gran reina inglesa, él se aseguraría de ello. Al final, tras tanta educación como instrucción militar, había conseguido sus propósitos, más ahora en que el trono era suyo, escuchando las palabras de Horr, reconocía que lo que mas le atraía era la libertad. Ahora mismo ellos dos, en un oscuro páramo, en un encuentro secreto, en bocas ajenas podían conllevar al menosprecio de la virtud de Lena y su caída como reina. ¿Valía la pena correr ese riesgo? Indudablemente si. La joven había sido criada entre sombras y luces y sin estas mismas sombras, sin ese espíritu de guerrero que corría por sus venas, se sentiría atrapada y perdida. Igual que su hermana menor, ambas eran hijos del aire, y aunque una vez la corona quedase sobre la cabeza de la mayor y la vida les cambiase sin remedio, aún el aire entre esas majestuosas cuatro paredes, seguiría corriendo libre e indomable.
El compañerismo con Hoor no dejaba de sonsacar en el rostro de la joven reina unas sonrisas con sabor a nostalgia. Ella parecía cambiada, más él; seguía siendo el mismo. Quizás incluso algo más mujeriego. — Pareciera ser ayer mismo cuando nos internábamos en bosques más oscuros que este para buscar rastros e iniciar pequeñas cacerías. Las aventuras siempre han formado parte de nuestras vidas y yo, siento decirlo; soy incorregible. — Lo miró de soslayo y río suavemente. Siempre deferiría una aventura, que una multitud de extraños imponiéndole leyes. Por suerte, ahora sería ella la ley. Una mirada rápida hacia sus espaldas, le hizo constatar como sus guardias les dejaban cierta intimidad sin bajar la guardia, ni abandonar las posiciones de protección tras de ellos. Sintiéndose más segura, aunque con Hoor al lado tampoco tenia nada que temer, se permitió poner más atención en su invitado. El joven, no había llegado ante ella para una petición de acudir a su coronación o para un breve flirteo entre ellos, sabedor de lo orgulloso que eran los hombres criados en las mas frías tierras del norte, algo más grande y necesario debía de haber guiado sus pasos hacia aquella reunión. Él provenía de una tierra en el que el bien escaseaba y de la maldad se abusaba. Conocedora del carácter del rey Randulf y de cómo este trataba a sus mas allegados, nada parecía sorprenderle viniendo de él. De un monarca que maltrata a su familia y a sus criados no se puede esperar nada bueno. Las palabras de Hoor, aunque duras contra su tío, eran brutales. Casi podía vislumbrar la pobreza y la guerra constante en que se encontraba inmerso. Las lagrimas de las muchachas sometidas, familias muertas, los campos de trigo quemados como castigo… y las macabras torturas de las que alguna vez había llegado a oír.
Conociendo los hechos de ante mano, tomó enseguida la carta en la que le informaba de las cantidades necesarias para seguir aquella lucha, y a pesar del extenso oro que le pedía, no podía ignorar que Randulf, no solo era un rey corrompido por el demonio, sino que también mas tarde o temprano, este podría desear extender su dominio. Las naciones por el momento yacían en calma, y no deseaba ahora que esto cambiase. Si debía detener a aquel cruel hombre, lo mejor era hacerlo ya, que esperar que aquel rey loco viniese a apropiarse de lo que no le pertenecía. Lena se encontraba tan absorta en la carta que tardó en darse cuenta de que forma Hoor la había acorralado contra el árbol en el que se encontraba apoyada. Sus brazos la rodeaban por los lados de forma que era imposible escapar de allí, no sin antes enfrentarse a él, y Lena conocedora de ese juego, no le daría el as ganador tan fácilmente. Sin apartar la mirada de la carta ni mostrar ningún otro signo que la delatara, como si volviera a ser aquella joven de antaño, se agachó rápidamente y antes de qué el pudiera aprisionarla de nuevo, salió por debajo de uno de los brazos de Hoor y riendo logró burlarlo.
—Son muy viejos esos trucos, deberías renovarlos para el bien de tus nuevas conquistas— dijo poniéndose a andar lejos de él sin perder la sonrisa. Dio unos pasos y deteniéndose, le regresó la mirada y le dio de nuevo la carta que le había dado. —Lo que me expresas de Randulf, me llena de preocupación. Lo último que quiero es un rey loco, pero tampoco ahora mismo sin haber tomado la corona puedo ayudarte. — Su mirada agua clara se adentró en los pardos. — Lo que si puedo hacer, es ofrecerte una parte de los navíos de la guardia de mi padre, junto con sus generales. Estos estarán a tu mando y os ayudaran en la lucha hasta que los barcos que solicitáis sean fabricados y armados. Si os quedáis hasta la coronación, tras la ceremonia podría firmar como reina y empezaríamos inmediatamente con la fabricación de los barcos que precisáis. Solo necesitaré que me juréis la protección de vuestra espada en ayuda de los míos, si alguna vez lo necesitase, y que así como ahora parte de mi ejército personal se irá contigo, de necesitarlo, tu y tu pueblo podaís acudir en mi ayuda. —
Ni más ni menos, en otras palabras pedía un juramento de lealtad a la nueva monarca. Pedía quizás un gran sacrificio y era consciente de ello. Para Hoor Inglaterra no significaba nada; no era su hogar, ni en ella estaba su familia, más por aquella amistad que compartían, esperaba de todo corazón que aceptase aquel arrogante hombre del norte, inclinarse ante una reina extranjera frente todos los demás miembros de la corte invitados a la coronación. Muchos de esos nobles, realmente esperaba que todos, también deberían hacerlo, así lo exigía el protocolo que todos seguían. No obstante, para ella que Hoor pudiera hacer aquello, darle su apoyo, lealtad y apoyo a una reina que a pesar de ser amiga, no compartía raíces con sus áridas tierras, significaría más que mil de sus súbditos jurándole lealtad.
- *:
- Siento mil eternidades este retraso T-T Espero que haya valido la pena tu espera.
Lena Windsor- Realeza Inglesa
- Mensajes : 124
Fecha de inscripción : 19/06/2017
Localización : En el trono de Inglaterra
Re: La espada de la corona |Höor Cannif
Ladeé la sonrisa cuando Lena con esa sonrisa jovial que ostentaba se escabulló agachándose para colarse por debajo de mi brazo.
Burlona a mis espaldas, me aseguró que las viejas tácticas no funcionaban y que debería renovarlas.
-Tenéis razón -aseguré con picarda. Yo no era de los que me rendía, así que afiancé mis dedos alrededor de su muñeca y de un tirón mi espalda quedó contra el árbol y su cuerpo aprisionando el mio, al menos un segundo que fue lo que le costó recobrar la compostura mirándome con cierta diversión -pero soy zorro viejo y tengo mis nuevos trucos -bromeé mirando sus infinitos mares aun con mis manos sujetando su cintura.
Siempre nos habíamos llevado bien, y ahora, estando allí, frente a ella olvidaba que jugaba con la futura reina de Inglaterra y no con mi antigua amiga de la infancia.
-Con esos barcos y con el acero seguiré combatiendo contra Randulf, no permitiré que asole Noruega, amo cada palmo de mi hogar,bañado por la sangre de muchos norteños que confían en mi causa, en un norte libre.
Lana, me conoces, derramaré hasta la última gota de mi sangre por dejar a mis hijos una tierra prospera, para que los niños que ahora lloran y sufren entiendan que en pie y no de rodillas viven los hombres libres.
Somos bárbaros, vikingos, por nuestras venas corre la sangre orgullosa de mis ancestros y nunca seremos doblegados porque somos fuego, el mismo que forja nuestras espadas en las fraguas del norte.
Ayúdame Lena a salvar a los míos.
Escuché sus palabras, su oferta, me cedía parte de sus barcos , los ponía en mis manos y a su ejercito a mi servicio. Admito era tentadora la oferta, no podía aceptarla, al menos no ahora que Lena estaba a punto de subir al trono.
Aparté con delicadeza un mechón de pelo rebelde que había caído sobre su rostro antes de devolver mi mano de nuevo a su cintura.
-No puedo aceptar, Lena no creas que va a ser fácil tu reinado, te atacaran y no puedo permitir que parte de tu ejercito naval este en mis costas si eso pasa, no podría perdonarme nunca que te hicieran daño por mi culpa.
Ladeé la cabeza al escuchar su petición, creía estar entendiendo que necesitaba jurara con la rodilla en el suelo mi lealtad ante el trono de Inglaterra.
-No puedo hacer eso -dije elevando la mirada clavando mis tormentas en sus mares en calma -no puedo arrodillarme, no es por orgullo, si no porque no te estoy ofreciendo servidumbre si no una amistad de igual a igual.
Ladeé la sonrisa casi intuyendo lo que pensaba, yo era un conde y ella una reina.
-Cuando jugábamos en estos bosques, cuando nos dábamos caza y nos revolcábamos sobres esta misma tierra que dices para mi no significa nada, eramos iguales. Nada a cambiado para mi, eres la misma mujer preciosa y salvaje que me besaba y pegaba a partes iguales. Para el resto seras la reina, para mi solo eres Lena.
Tienes mi espada, acudiré a tu llamada, lucharé por ti y enfrentaré a todo aquel que quiera hacerte daño, no porque jure nada ante un trono de rodillas, si no porque tienes mi palabra, mi respeto y mi afecto. Eres una mujer justa, que ama sus tierras tanto como yo las mías, se que cada orden que des será para favorecer a tu pueblo, que tus causas serán justas, pero pequeña Lena, no confíes en todos los que claven su rodilla en el suelo, quizás puedan en un descuido apuñalarte por la espalda.
Me relamí los labios contemplando los ajenos.
-Aceptaré las consecuencias de mis actos, se que esto puede ser tomado como un ultraje hacia la reina y no es mi intención ofenderos, si no haceros comprender que mis sentimientos por ti son incondicionales y nada tienen que ver con barcos, con acero o con rendirte pleitesía, mi palabra deberá bastaros mi reina.
Burlona a mis espaldas, me aseguró que las viejas tácticas no funcionaban y que debería renovarlas.
-Tenéis razón -aseguré con picarda. Yo no era de los que me rendía, así que afiancé mis dedos alrededor de su muñeca y de un tirón mi espalda quedó contra el árbol y su cuerpo aprisionando el mio, al menos un segundo que fue lo que le costó recobrar la compostura mirándome con cierta diversión -pero soy zorro viejo y tengo mis nuevos trucos -bromeé mirando sus infinitos mares aun con mis manos sujetando su cintura.
Siempre nos habíamos llevado bien, y ahora, estando allí, frente a ella olvidaba que jugaba con la futura reina de Inglaterra y no con mi antigua amiga de la infancia.
-Con esos barcos y con el acero seguiré combatiendo contra Randulf, no permitiré que asole Noruega, amo cada palmo de mi hogar,bañado por la sangre de muchos norteños que confían en mi causa, en un norte libre.
Lana, me conoces, derramaré hasta la última gota de mi sangre por dejar a mis hijos una tierra prospera, para que los niños que ahora lloran y sufren entiendan que en pie y no de rodillas viven los hombres libres.
Somos bárbaros, vikingos, por nuestras venas corre la sangre orgullosa de mis ancestros y nunca seremos doblegados porque somos fuego, el mismo que forja nuestras espadas en las fraguas del norte.
Ayúdame Lena a salvar a los míos.
Escuché sus palabras, su oferta, me cedía parte de sus barcos , los ponía en mis manos y a su ejercito a mi servicio. Admito era tentadora la oferta, no podía aceptarla, al menos no ahora que Lena estaba a punto de subir al trono.
Aparté con delicadeza un mechón de pelo rebelde que había caído sobre su rostro antes de devolver mi mano de nuevo a su cintura.
-No puedo aceptar, Lena no creas que va a ser fácil tu reinado, te atacaran y no puedo permitir que parte de tu ejercito naval este en mis costas si eso pasa, no podría perdonarme nunca que te hicieran daño por mi culpa.
Ladeé la cabeza al escuchar su petición, creía estar entendiendo que necesitaba jurara con la rodilla en el suelo mi lealtad ante el trono de Inglaterra.
-No puedo hacer eso -dije elevando la mirada clavando mis tormentas en sus mares en calma -no puedo arrodillarme, no es por orgullo, si no porque no te estoy ofreciendo servidumbre si no una amistad de igual a igual.
Ladeé la sonrisa casi intuyendo lo que pensaba, yo era un conde y ella una reina.
-Cuando jugábamos en estos bosques, cuando nos dábamos caza y nos revolcábamos sobres esta misma tierra que dices para mi no significa nada, eramos iguales. Nada a cambiado para mi, eres la misma mujer preciosa y salvaje que me besaba y pegaba a partes iguales. Para el resto seras la reina, para mi solo eres Lena.
Tienes mi espada, acudiré a tu llamada, lucharé por ti y enfrentaré a todo aquel que quiera hacerte daño, no porque jure nada ante un trono de rodillas, si no porque tienes mi palabra, mi respeto y mi afecto. Eres una mujer justa, que ama sus tierras tanto como yo las mías, se que cada orden que des será para favorecer a tu pueblo, que tus causas serán justas, pero pequeña Lena, no confíes en todos los que claven su rodilla en el suelo, quizás puedan en un descuido apuñalarte por la espalda.
Me relamí los labios contemplando los ajenos.
-Aceptaré las consecuencias de mis actos, se que esto puede ser tomado como un ultraje hacia la reina y no es mi intención ofenderos, si no haceros comprender que mis sentimientos por ti son incondicionales y nada tienen que ver con barcos, con acero o con rendirte pleitesía, mi palabra deberá bastaros mi reina.
Höor Cannif- Realeza Neerlandesa
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Re: La espada de la corona |Höor Cannif
A veces para vencer, hay que perder la batalla
—André Malraux —
—André Malraux —
A cada minuto que pasaba, Lena se sentía más como en casa. No en la casa en la que ahora era reina junto con su hermana la princesa. No, antes de eso, mucho antes. Se sentía como cuando contaba aún con la compañía de padre y su cariño. Cuando se pasaba el día jugando con los aprendices de caballero a luchar entre ellos. Siempre había sido de armas tomar y en cuanto había conocido a Hoor, aún se le había dado mejor. Siendo amigos desde aquellos tiernos tiempos, ¿Cómo iban a estar en desacuerdo en algo? No se habrían criado juntos, pero para la joven reina aquellos años en que habían sido aliados de la infancia, los habían acercado hasta el punto de parecer casi familia. Coincidiendo en todo lo anterior en que le habló sobre Randulf, dejó que él se explicase y ella simplemente asintió. ¿Qué decir? Él lo había dicho todo y ambos si algo por siempre habían coincidido era en la forma de ver la vida y sus caminos.
Era consciente de que le estaba pidiendo mucho. Desde el primer momento lo supo, y aun así, en su cabezonería, debió de intentarlo. Los barbaros como se les llamaba a los del norte, o los norteños como prefería llamarles ella, eran gente muy acérrima a sus creencias y reyes. Para ellos antes morir con honor que hincar la rodilla ante extraños. Por ello, era que a pesar de que contar con su apoyo en la coronación le podría ser de mucha ayuda para pasar por ese trance ella sola, en la que se vería a solas con toda una nación y su corte, también era consciente de como debían ser las cosas. Y en lo hondo de su ser, desde que empezó a hablar sabía de antemano la respuesta de Hoor, como si ella misma hubiese sido en una vida anterior su propia madre y le conociera de toda una vida. O mil de ellas. Sería imposible, navegaban entre corrientes distintas de las marismas y no había forma de encontrarse. Suspiró y poniendo en orden sus prioridades, le dio la razón en muchas de sus palabras.
— Bastará entonces, si me acompañáis mañana en mi coronación y os quedáis en la ceremonia como un aliado y una de mis amistades más leales. La cúal pensé que jamás podría llegar a tener y poseer. — dijo tras unos segundos en silencio y sonrío dejando atrás la desilusión por la que había pasado al ver su reacia negativa. Como reina, que alguien se pudiese negar a ofrecerle su apoyo delante de los demás, era duro. Sin embargo, entendiendo lo que quería decir con su negativa, comprendía que ganaba más de esta forma que al contrario. Siempre había oído que la corona hacia que reyes y reinas perdiesen la cabeza por ellas y ahora, en que veía como el simple hecho de portarla en un futuro cercano cambiaba algunas facetas en ella, que hasta ese momento no se había dado cuenta, temió poder ser realmente seducida por el poder que el trono conllevaba. Desquitándose esos lúgubres pensamientos de su cabeza, lo miró y le sonrío llevando la diestra a despeinarlo con los dedos, como había hecho siempre desde pequeña. — Agradezco tener a alguien aún de mi lado que sea capaz de poner mis pies sobre la tierra y recordarme de que forma soy y cuanto debo luchar para no cambiar mi corazón. —Confesó agradeciendo más que nunca, aquella carta que le había enviado pidiendo auxilio. De no haber sido por aquella carta quizás no se hubiesen visto más. — Luego, tenéis mi palabra de que haré redactar un documento con lo que precisáis tras mi coronación y os lo enviaré enseguida se pueda para empezar con la construcción de los barcos. A pesar de ello, mi pequeño ejercito personal estará aún si lo necesitas a tu servicio. Como reina, mi ejercito personal seguiré teniéndolo, no obstante, tendré también el ejercito de la corona para protegerme.
Suspiró y sintiendo el cuerpo masculino muy cerca, le dejó hacer sabiendo que jamás gozaría arrebatarle nada, que ella no quisiera darle primero. Él era conocedor de que desde joven se había mantenido intacta para cuando llegase el momento en que un rey se alzara con ella en el trono inglés. No era muy religiosa, más aquella norma era una imposición propia, pues lo que no desearía jamás es que pudiesen tacharla de adultera, cuando era la primera que deseaba ser fiel únicamente a su esposo y rey. Se relamió sus labios y le miró. A pesar de su convicción férrea, era difícil no caer cuando el otro conocía ya sus puntos más débiles. Aun así, confiaba en él… tanto, como para saber que jamás le haría nada que pudiese dañarla de ninguna de las formas.
— De verdad que debéis de estudiar vuestros métodos, con las reinas dejadme deciros que no os funcionan. —Río como hacía tiempo no hacía, suavemente pero sin tener que esconderse ni controlarse como cuando estaba en la corte. Sin mediciones de ningún tipo. Como cuando era libre e inocente, y todo aquella lucha por el poder le parecía un sueño fantástico, pero un sueño al final y al cabo. — Hacéis que recuerde el juego del gato y el ratón y como corríamos por los bosques sin temor a nada ni a nadie. ¿No sentís a veces , que la vida nos cambió muy rápido?
Lena Windsor- Realeza Inglesa
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Re: La espada de la corona |Höor Cannif
Ladeé la sonrisa cuando Lena me aseguró que mis trucos con ella no funcionaban, quizás tenia razón, quizás esperaba de mi mas de lo que podía ofrecer, no porque no lo mereciera, si no porque una vez mi rodilla se hincara en el suelo sin creerlo necesario, dejaría de ser ese rebelde que hacia las cosas por sus creencias y no por protocolo.
Yo siempre la cuidaría, ella para mi era esa niña rebelde que corría por los bosques tirando de mi mano impaciente, recordaba el abanico de su pelo lleno de hojarasca, su cuerpo enredado con el mio y la risa infantil de ambos. Eso me llevó a sonreír recordando como antaño ambos no nos debíamos al protocolo, eramos libres, yo seguía siéndolo pero ella por contra quedaba expuesta a un mundo en el que las formas lo eran todo.
Ojala siguiera viendo en ella a esa joven que besaba mis labios con hambruna, pero hoy tenia ante mi a una mujer que sabia que comportarse ante mi, una reina, esa era su mejor baza, seguramente porque pronto aparecería ese hombre con el que desposarse y a ninguno le gustaba que un bárbaro hubiera tocado lo que creía pertenecerle.
Ni siquiera en eso me parecía al resto de nobles, la mujer para el mundo era un bello trofeo que colgar sobre un brazo. Para nosotros los norteños, las mujeres eran libres, libres de luchar, de amar, de gritar y nada de eso las hacia perder un ápice de valor, todo lo contrario, la experiencia mostraba que habían vivido, las cicatrices de una gesta, que luchaban por lo que amaban y la pasión en un encuentro, el fuego que corría por sus venas, propio de nuestras fraguas.
Veo en ti a la reina que Inglaterra necesita -atajé orillándome contra su cuerpo, pero en esta ocasión dejando a un lado los juegos que cuando estaba frente a una mujer que me atraía me gastaba.
Mis manso acunaron su rostro y con delicadeza posé mis labios sobre su frente, un beso casto que me llevó a cerrar los otros, oler aquel perfume flores silvestres que el viento mecía.
Era lo correcto, lo que ella quería, o necesitaba, o quizás ambas cosas y yo respetaría todos y cada uno de sus deseos porque lo último que ansiaba era meterla en algún tipo de lio.
-Iré a esa coronación, me mantendré en un segundo plano, se sobradamente que nada tengo que ver con la mayoría de esos nobles.
Ladeé la sonrisa cuando sus dedos se pasearon por mis manos callosas, hechas al duro trabajo de la guerra, mi cuerpo era un lienzo de gestas ganadas, de momentos en que lo perdí todo y mi corazón todavía supuraba por heridas que ella ni siquiera sabia.
Al día siguiente seria su coronación, ella necesitaba descaso y por supuesto este instante clandestino bien podía traerle complicaciones.
-Me quedaré en una pensión, mañana te veré convertirte en una reina con los pies en el suelo, una que el pueblo merece y necesita.
No confíes en los aduladores, ni en las serpientes sibilinas, confía en tu criterio, eres una mujer inteligente, sabrás discernir la verdad de la mentira.
Di un par de pasos atrás para darle distancia, supongo que entendió perfectamente que aunque no era lo que deseaba, si era lo justo y necesario.
-Y si necesitas mi espada, mi sangre o mi alma, la tendrás, se que te he decepcionado, pero de haberme arrodillado me hubiera decepcionado a mi mismo y lo peor es que te hubiera mentido.
Yo siempre la cuidaría, ella para mi era esa niña rebelde que corría por los bosques tirando de mi mano impaciente, recordaba el abanico de su pelo lleno de hojarasca, su cuerpo enredado con el mio y la risa infantil de ambos. Eso me llevó a sonreír recordando como antaño ambos no nos debíamos al protocolo, eramos libres, yo seguía siéndolo pero ella por contra quedaba expuesta a un mundo en el que las formas lo eran todo.
Ojala siguiera viendo en ella a esa joven que besaba mis labios con hambruna, pero hoy tenia ante mi a una mujer que sabia que comportarse ante mi, una reina, esa era su mejor baza, seguramente porque pronto aparecería ese hombre con el que desposarse y a ninguno le gustaba que un bárbaro hubiera tocado lo que creía pertenecerle.
Ni siquiera en eso me parecía al resto de nobles, la mujer para el mundo era un bello trofeo que colgar sobre un brazo. Para nosotros los norteños, las mujeres eran libres, libres de luchar, de amar, de gritar y nada de eso las hacia perder un ápice de valor, todo lo contrario, la experiencia mostraba que habían vivido, las cicatrices de una gesta, que luchaban por lo que amaban y la pasión en un encuentro, el fuego que corría por sus venas, propio de nuestras fraguas.
Veo en ti a la reina que Inglaterra necesita -atajé orillándome contra su cuerpo, pero en esta ocasión dejando a un lado los juegos que cuando estaba frente a una mujer que me atraía me gastaba.
Mis manso acunaron su rostro y con delicadeza posé mis labios sobre su frente, un beso casto que me llevó a cerrar los otros, oler aquel perfume flores silvestres que el viento mecía.
Era lo correcto, lo que ella quería, o necesitaba, o quizás ambas cosas y yo respetaría todos y cada uno de sus deseos porque lo último que ansiaba era meterla en algún tipo de lio.
-Iré a esa coronación, me mantendré en un segundo plano, se sobradamente que nada tengo que ver con la mayoría de esos nobles.
Ladeé la sonrisa cuando sus dedos se pasearon por mis manos callosas, hechas al duro trabajo de la guerra, mi cuerpo era un lienzo de gestas ganadas, de momentos en que lo perdí todo y mi corazón todavía supuraba por heridas que ella ni siquiera sabia.
Al día siguiente seria su coronación, ella necesitaba descaso y por supuesto este instante clandestino bien podía traerle complicaciones.
-Me quedaré en una pensión, mañana te veré convertirte en una reina con los pies en el suelo, una que el pueblo merece y necesita.
No confíes en los aduladores, ni en las serpientes sibilinas, confía en tu criterio, eres una mujer inteligente, sabrás discernir la verdad de la mentira.
Di un par de pasos atrás para darle distancia, supongo que entendió perfectamente que aunque no era lo que deseaba, si era lo justo y necesario.
-Y si necesitas mi espada, mi sangre o mi alma, la tendrás, se que te he decepcionado, pero de haberme arrodillado me hubiera decepcionado a mi mismo y lo peor es que te hubiera mentido.
Höor Cannif- Realeza Neerlandesa
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Re: La espada de la corona |Höor Cannif
Las almas se encuentran en los labios de los amantes.
—Percy Bysshe Shelley —
—Percy Bysshe Shelley —
¿Cómo decirle, a su amor adolescente que esta sería la última vez que se verían en estas condiciones? Su compañero de infante. Su salvador y protector, ¿Cuántas veces el destino los separaría una y otra vez? Él, que nunca lo había escondido, era un alma libre. Sin ataduras, amaba con pasión y fervor, como así también luchaba en sus propias gestas. Sus manos callosas las mismas que ahora acariciaba, eran el recordatorio feroz de que la vida no había sido fácil para el norteño, no obstante, había vencido y vencería mil batallas más; de ello, la reina, estaba completamente segura. Ella, sin embargo, era otro cantar. De haber podido ser libre, o quizás, habiendo nacido de una familia de clase media o alta, sin ningún papel en el futuro de la nación inglesa, estaba segura que de haberse conocido, todo habría sido distinto. Lena siempre se había encontrado atada, con ataduras invisibles, pero impelida a dejar que su corazón corriese riesgos. Desde infante había sido prometida a la corona. Aún sin el cargo que pronto ocuparía, por ser cercana a la realeza, habría terminado desposándose con quien le hubiesen ordenado.
Toda su vida había sido destinada a un fin, y ahora que lo alcanzaba, solo ahora, se daba cuenta de las cosas que dejaba atrás.
— Jamás podríais decepcionarme. Jamás. —dijo la reina apenada, viendo como a pasos agigantados llegaba el tiempo de las despedidas.
Cerrando los ojos en cuanto los labios ajenos depositaron un beso en su frente, quedándose unos segundos en silencio mientras el viento los mecía, intentó atesorar aquel instante en su mente. Los besos en la frente, siempre habían sido la expresión emérita del amor más intenso y más gentil. Era el amor que te prometía protección, ternura y un querer sin nada a cambio. Muy pocos le habían dado un beso en la frente con tanto significado como aquel vikingo que ahora la arropaba y la protegía del viento. Suspiró suavemente y observándolo alejarse unos pasos de ella, aun entendiendo sus motivos y que solo lo hacía por su bien, enseguida dio un paso hacia él sin vacilación acortando la distancia. No quería que la noche concluyese tan rápido, no ahora que en su mente solo reinaba el caos y la desesperación de lo que en las siguientes semanas se convertiría en su vida. No ahora, tampoco, en que quizás ya nunca jamás podría tener un momento a solas con él.
— Abrazadme Hoor, por favor —susurró yendo hacia el cobijo de sus brazos. El corazón le dolía. Estaba preparada para su nuevo destino, para entregarse a las manos de un completo desconocido… más no lo estaba para despedirse del único amigo que había tenido todos estos años. Y aún, teniéndolo como amistad y protector, en poco tiempo ella sería una esposa y reina, y por nada del mundo, lo de ellos podía salir a la luz. — No estoy preparada todavía para dejaros marchar. Aunque deba, no puedo hacerme a la idea.
Su confesión fue a parar al oído masculino y mientras rodeaba con fuerza su cuerpo, cerró los ojos sintiendo la respiración ajena contra la propia. Estaban tan cerca… con su nariz acarició su cuello y sintiendo como la piel se le erizaba por el contacto de la suya, sonrío. Aquella sería su despedida con el bandido de su infancia. Suspiró contra su cuello y depositando un casto beso en la curva, exhalo su aliento.
— Tenéis mi permiso… si queréis hacerlo, hacedlo. —susurró suavemente, sabiendo cuanto le estaba entregando con esas palabras al norteño. Deseaba que la besara. Quería sentir de nuevo aquellos besos risueños y húmedos que de jóvenes habían compartido. Así, de esta forma, podría despedirse de su recuerdo, ante que otro ocupase su lugar. Quizás estaba siendo cruel, más no era su deseo. Solo quería sentirse una última vez amada, antes de que le impusieran su realidad sin saber si algún día volvería a amar. — Nada me será robado, si antes os lo he entregado una última vez. — añadió y alzando la barbilla ante él, dejó que su azul mar se perdiese en las orbes ajenas.
Lena Windsor- Realeza Inglesa
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Re: La espada de la corona |Höor Cannif
Mis distancia se convirtió en su cercanía, la hojarasca crujía bajo nuestros pies, como imanes pronto volvimos a quedar de frente. Corrió hacia mis brazos que se abrieron por instinto arropando su cuerpo. El viento mecía su pelo largo, salvaje, rebelde como un día lo fue Lena, la mujer que yo recordaba y que durante un tiempo arraigo sentimientos claros en mi corazón.
Supongo que ambos eramos esclavos de invisibles hilos, ella pertenecía a Inglaterra, yo era un norteño hecho a la guerra.
Lena era presa de un reino que la necesitaba, sabia que seria una gran reina, aunque era esclava de cumplir con los designios de un destino que la alejaba de mi.
No era un necio, con su cuerpo trémulo entre mis brazos y sin que sus labios confesaran una verdad a voces, sabia que pronto contraería matrimonio con un extraño.
Mis labios cálidos se posaron en la curvatura de su cuello, mi aliento como brasas encendidas erizaron su piel y cerré un instante los ojos pensando si mandarlo todo al diablo o por contra mantener la cordura en ese instante en el que su olor a flores silvestre me evocaba recuerdos demasiado dulces para ser ciertos.
Yo era el rebelde que Noruega necesitaba, alzaba el acero por aquello que eran incapaces de defenderse de ese tirano que machacaba a mi pueblo. No era libre, tampoco ella y eso nos convertía en imposibles, en efímera esperanza, en algo que pudo haber sido y nunca seria y quizás guardar el recuerdo era mas doloroso que no tenerlo.
Alzó su rostro, mi aliento penetró entre sus labios entreabiertos, el vaho blanquecino invadía la distancia ínfima entre nuestros bocas.
Nunca necesité permiso para besar a una mujer y sabia que no robaría nada pues sus labios me pertenecía.
Este encuentro clandestino nunca debía ser descubierto, pues la reina y el vikingo no eran algo que juglares cantarían ante el templo que la acogería de riguroso blanco.
Ella era pura, perfecta, una dama, yo solo un sin vergüenza al que no merecía ni de lejos. Porque la quería, porque mi amor por ella era puro, sincero y había jurado protegerla por aquel recuerdo, cerré los ojos combatiendo contra mi propia necesidad y lo correcto.
Nuestra nariz se rozaba, ambos deseábamos lo mismo porque en el fondo ninguno quería decir adiós, pero debíamos.
Presioné sus labios con los míos, efímero el roce, no por ello menos cálido, y sus fronteras bajaron, el portón se abrió y mi lengua se convirtió en ariete y arrasó con sus defensas.
Húmedo, sentido, delicado y a su vez rudo, un adiós que nos convertiría en extraños de nuestra propia historia.
Y con su sabor en mi labios abandoné aquel paraje, aquel bosque en el que nunca estuve, para no volver a ver a esa reina, a la que nunca vi.
Supongo que ambos eramos esclavos de invisibles hilos, ella pertenecía a Inglaterra, yo era un norteño hecho a la guerra.
Lena era presa de un reino que la necesitaba, sabia que seria una gran reina, aunque era esclava de cumplir con los designios de un destino que la alejaba de mi.
No era un necio, con su cuerpo trémulo entre mis brazos y sin que sus labios confesaran una verdad a voces, sabia que pronto contraería matrimonio con un extraño.
Mis labios cálidos se posaron en la curvatura de su cuello, mi aliento como brasas encendidas erizaron su piel y cerré un instante los ojos pensando si mandarlo todo al diablo o por contra mantener la cordura en ese instante en el que su olor a flores silvestre me evocaba recuerdos demasiado dulces para ser ciertos.
Yo era el rebelde que Noruega necesitaba, alzaba el acero por aquello que eran incapaces de defenderse de ese tirano que machacaba a mi pueblo. No era libre, tampoco ella y eso nos convertía en imposibles, en efímera esperanza, en algo que pudo haber sido y nunca seria y quizás guardar el recuerdo era mas doloroso que no tenerlo.
Alzó su rostro, mi aliento penetró entre sus labios entreabiertos, el vaho blanquecino invadía la distancia ínfima entre nuestros bocas.
Nunca necesité permiso para besar a una mujer y sabia que no robaría nada pues sus labios me pertenecía.
Este encuentro clandestino nunca debía ser descubierto, pues la reina y el vikingo no eran algo que juglares cantarían ante el templo que la acogería de riguroso blanco.
Ella era pura, perfecta, una dama, yo solo un sin vergüenza al que no merecía ni de lejos. Porque la quería, porque mi amor por ella era puro, sincero y había jurado protegerla por aquel recuerdo, cerré los ojos combatiendo contra mi propia necesidad y lo correcto.
Nuestra nariz se rozaba, ambos deseábamos lo mismo porque en el fondo ninguno quería decir adiós, pero debíamos.
Presioné sus labios con los míos, efímero el roce, no por ello menos cálido, y sus fronteras bajaron, el portón se abrió y mi lengua se convirtió en ariete y arrasó con sus defensas.
Húmedo, sentido, delicado y a su vez rudo, un adiós que nos convertiría en extraños de nuestra propia historia.
Y con su sabor en mi labios abandoné aquel paraje, aquel bosque en el que nunca estuve, para no volver a ver a esa reina, a la que nunca vi.
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