Oleaje {Hoör}

Los caballos aceleraban el ritmo a medida que la brisa marina comenzaba a azotar su pelo. El trote la había despeinado, había perdido todos y cada uno de los ganchos que habían mantenido en un peinado sencillo sus rizos castaños. Con el trasero levantado y la cabeza pegada al caballo, avanzaba por el sendero que llevaba a la playa, ya habían dejado atrás la ciudad y las miradas de reprobación que la gente le había mandado a Beatrice al verla montar, no como una dama, si no como un hombre.

La mirada del señor que les había alquilado los caballos había quedado ya muy atrás y la comodidad de no llevar cancán ni parafernalia alguna ya había vuelto a demostrar el buen gusto de Bea para la comodidad, sin embargo, ni con esas podía ser buena amazona. No les tenía miedo a los caballos, pero nunca había sido la mejor de la clase en esas cosas, cierto que las artes se le daban bien, pero no así la doma. Era mejor manejando un florete que montando a caballo, y reconocía que ninguna de esas dos cosas eran especialidades suyas.

Las ramas intentaban enredarse en su pelo y golpear la cara mientras el hombre, a su frente, demostraba que había sido educado para cabalgar libremente, a penas la había dejado adelantarlo dos veces, y había sido claro que lo había hecho por educación, por mucho que ella llegase antes, no sería justo, pero no llegó antes, fue el quien, en el último instante, la adelantó y se lanzó al vacío por el acantilado al que habían llegado.

- ¡Hoör!- gritó bajando de su corcel para asomarse.

El agua que chocaba contra la pared de piedra parecía fuerte y furiosa, y no se veía al hombre por lado alguno. Con el pulso acelerado, volvió a subir a su montura, tomó al otro caballo por las riendas y bajó la cuesta que llevaba a la playa, a una pequeña cala rodeada de rocas con arena blanca. Llegó y descendió del caballo, se quitó los zapatos al tiempo que corría para adentrarse en el agua, respirando con rapidez. ¿Por qué se había tirado?

- ¡Hoör!- Gritó adentrándose al agua helada que le cubría ya hasta la cintura y mojaba su pelo castaño.

Tropezó al ir contra las olas y cayó dentro del agua, para, al poco, salir a flote empapada, aun tocaba la arena. Volvió a gritar el nombre del hombre, esperando que saliera a flote, asustada, ¿Se habría hundido? ¿Y si se había golpeado con las rocas? ¿Debería salir en busca de ayuda?

- ¡Hoör!- Volvió a gritar desesperada por encontrarlo.

Miró las llamas bailar frente a ellos mientras se le pasaba el frío y sonrió un poco, a Bea siempre le había gustado el fuego, que arrasaba con todo a su paso, creía y se extendía sin importarle nada, libre y fuerte, brillante, amoldable, que quemaba y podía cegar, pero que era cálido y amable si se controlaba.

A ella siempre le había gustado pensar que era como el fuego, una pequeña llama que luchaba contra el oleaje e intentaba crecer con el viento, pero no un fuego salvaje, no, ella no quería destruir, se sentía más bien como el fuego de un hogar, que intentaba caldear las estancias frías. Puede que no fuera impresionante y fascinante como otras personas que parecían arder con el calor de mil soles, pero tampoco quería eso, prefería ser tranquila.

Siguió mirando bailar las llamas notando el calor en la cara, y suspiró escondiendo la cabeza con ojos cerrados en su brazo. Notaba las heridas en la espalda del chico, ¿cómo se las habría hecho? Prefirió no preguntar, todo el mundo tenía heridas que prefería que no se conocieran. Sin separarse del chico tocó su nuca, donde quedaba la marca del golpe que le dieron al secuestrarla años atrás y suspiró. No, no iba a preguntar.

Los secretos más oscuros de una persona es algo que se guardan para si, heridas que aun no están listas para curar o que intentan curar solos, a nadie le gusta hablar de sus heridas, y mucho menos que pregunten, era algo que ella entendía bien, no querría que le preguntaran porlas suyas, fueran o no visibles. Sencillamente, apretó más el abrazo y giró la cabeza a ver las constelaciones que el chico le marcaba, Orión, el guerrero. Sonrió.

Sabía algo de constelaciones, no era una experta, pero las había estudiado con algunas piezas musicales. Su preferida, era el león.

- ¿Ves esa de ahí?- señalo levantando una de sus manos para trazar la figura de un león.- Es Leo, el león, también es un guerrero fiero, pero precavido, y la estrella más brillante, esa de ahí.- señaló un punto en la distancia.- se la llama el corazón del león, significa que no hay que ser un guerrero para ser valiente, y que el valor reside en el corazón de todos si están dispuestos a sacarlo.- explicó volviendo a su posición en la manta.- es mi estrella preferida de todo el cielo, esa, y la cruz del sur, la guía de los viajeros.- sonrió, se le había helado el brazo.

Sonrió, parecía que había quitado un poco los nubarrones de la mente del chico, algo era algo, no le gustaba ver a la gente triste, aunque, en el fondo, sabía que era una hipócrita, porque por mucho que no le gustase ver tristeza, su mente y su corazón estaba cargado de niebla.

Cuando Hoör se separó de ella, se enredó más en las mantas, cubriéndose, a su espalda, no la veía, y eso la había mantenido más tranquila, pero al levantarse la cosa cambiaba, arrodillada sobre la arena, mientras el chico iba a comprobar la ropa, la chica siguió mirando el cielo. Le gustaban las estrellas, ajenas a todo, ellas no sufrían, aunque las historias que guardaban fueran dolorosas.

Sonrió con sarcasmo al oír que el joven pensaba que su vida había estado repleta de suavidad. No sabía hasta que punto se equivocaba. Desde su nacimiento, no había sido bien recibida, una niña como primogénita de un general inglés, retirado para dedicarse al arte, una niña había sido la vergüenza, si el médico no hubiera dicho a su madre que no podría tener más niños, probablemente habría sido dejada en un orfanato. En cambio, la criaron como la heredera del comercio, pero la crudeza en su hogar desde niña había sido patente, su padre la había odiado, por suerte, su madre no. Hasta que no comenzó a destacar en el violín, hasta que no comenzó a dedicar su vida al estudio, no fue apreciada.

El secuestro que sufrió a los quince años tampoco fue plato de buen gusto, esa fue una de las razones por las que se fueron de Inglaterra, su querido Londres, la mala fama los perseguía por culpa del secuestro, y tuvieron que huir, a pesar de que no habían llegado a tocarla, la sociedad londinense es cruel y fría, necesitaron huir de allí.

Al llegar a París se encontró sola, con un padre decepcionado, una madre entristecida y sin amigos, temerosa de que el rumor se hubiera extendido hasta allí, cuando por primera vez conoció a alguien con quien podía llevarse bien, cometió la enorme estupidez de enamorarse, su padre murió al poco, y solo en su testamento se contemplaba que, al final si amaba a su hija, pero su amor la mandó lejos, lejos de sus únicos apoyos en el momento en que había perdido, no solo a un padre, si no a un mentor.

En Italia comenzó a reponerse, su compositor había ido por ella, pero poco antes de volver juntos a París lo vio con otra y, al final, el corazón volvió a rompérsele, no, su vida no había sido un lecho de pétalos de rosa, más bien lo había sido de espinas. Alzó la vista, se había quedado distraída y a penas había oído algo sobre la ropa, pero, por lo que parecía, su vestido seguía húmedo. Escuchó atenta lo que contó de su madre y sonrió, compartía la opinión de la mujer.

- Pienso igual, ayuda a quien puedas, siempre que puedas, sin importar quien sea, se bueno, leal, amable, aprende a guiarte por tus instintos y tus creencias y se fiel a ellas, pero nunca dejes que te pisoteen, y, si vana herirte, o matarte, que lo hagan mirándote a los ojos sin lograr bajarte la cabeza.- Ella lo había aplicado ya en demasiadas ocasiones.- Si te fijas, nunca agacho la cabeza cuando hago una reverencia, aunque a muchos les parece algo de mala educación, ni siquiera la agacho ante mi reina, mucho menos ante una persona normal, por muy rica que sea.- afirmó levantándose para comprobar por si misma su ropa.

Si, estaba húmeda, pero podía ponérsela, ya de todos modos, no tardaría en volver a casa. Se situó tras el caballo, usándolo como barrera para poder cambiarse, dejó las mantas sobre el corcel y comenzó a vestirse soltó una carcajada ante lo del complejo de madre, si, probablemente tenía algo parecido, o de buena samaritana, quien sabía. Salió ya con la ropa puesta a tiempo de escuchar la pregunta del hombre y, como él había dicho, le regaló una sonrisa misteriosa y al triste.

- Mi sonrisa es fruto de mis secretos, si los contase, no se si podría, siquiera, sonreír de forma amarga.- explicó sacando el pelo de dentro del vestido.

Dobló las mantas y las colocó dentro del zurrón que había anudado al caballo de Hoör. Sin suspirar ni esperar, subió al corcel que había alquilado ella y lo tomó por las riendas haciendo una señal al hombre para que montase también en el suyo, no podían quedarse allí después de todo, le debía un favor, tenía que acompañarlo a por opio.

- ¿Vamos? Creo que debo cumplir mi castigo por haber perdido la carrera.- rió.- te reto, si gano, me invitas a un chocolate caliente.- propuso antes de, sin esperar, atizar al caballo y hacerlo salir cuesta arriba hacia el bosque para volver a la zona comercial, esta vez, no pensaba perder la carrera.