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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Beatrice Delteria Vie Sep 23, 2016 9:48 am

Llegaba tarde, llegaba tarde tarde tarde, sumamente tarde. Pocos días hacía que había vuelto de Venecia, intentando huir de las sospechas y algunas pruebas, de que Bethlem le había sido infiel. No tenían ningún compromiso, por lo que usar esa palabra era, tal vez, demasiado, pero se había sentido herida y traicionada. Por eso, en cuanto había terminado sus estudios, había decidido partir de nuevo a París, con su madre, en busca de paz.

En realidad donde le habría gustado ir era a Londres, pues en París aun le quedaba un misterio que resolver, pero echaba de menos a su madre, y su madre a ella. Le había mandado una carta empapada en lágrimas cuando aun se encontraba con su tía, se había despedido con prisas, mientras Bethlem no se encontraba cerca y le había dejado un carta.

Ahora ya había vuelto, y tras un par de días encerrada en el despacho que había sido, hasta hacía cerca de  un año, de su padre, decidió que no podía quedarse allí, no podía hacerse con el despacho de su padre, y había empezado a habilitar un nuevo despacho para ella, cerca de la sala de música. Ese día había quedado con su madre para ir a comprar telas para tapizar los sillones, al fin y al cabo, sería allí también donde se reuniría para cerrar negocios, debía ser algo más que una simple sala donde tener libros.

Corría por la calle, sin usar sombrilla ni sombrero, en Venecia se había acostumbrado dejar de lado ciertas cosas en pos de la comodidad, pero había guardado ciertas costumbres, su modo de hablar, correcto, sus maneras, correctas, no podía perder eso, o perdería, también su negocio, además aquello que se adquiría y se reforzaba como costumbre, era difícil de perder.

Sabía que era probable que, corriendo de ese modo estuviera perdiendo las formas, pero era peor aun llegar tarde. A penas le faltaban un par de calles, por lo que se paró en seco, respirando hondo, recuperando el aliento, al menos ese día no hacía demasiado calor, recuperó las formas y comenzó a andar, despacio, no creía que por unos minutos más se notase, al fin y al cabo, ya llegaba tarde. Es más probablemente, su madre hubiera decidido seguir su camino.

Las calles de París se mantenían iguales, nada había cambiado desde su partida, nada excepto ella. Sabía más, era, ahora, más libre, le importaba aun menos que antes el qué dirían, sin embargo se sentía desencantada, y cansada, después de Bethlem... todo era diferente, cuando él había entrado en su vida parecía haber abierto una caja de acuarelas y que estas se hubieran desparramado llenando de colores su vida gris, pero en ese momento, tras la muerte de su padre y haber perdido a Bethlem... En lugar de colores, parecía que su vida se hubiera teñido de negro.

Su madre, tras un año, seguía de luto, ella... había decidido quitárselo días atrás, en un intento de que el color de la ropa ayudara a mejorar su estado de ánimo, sin embargo, por mucho amarillo, blanco, rojo o rosa que se pusiera, no había manera de animarla, ni leer, ni pintar, ni mucho menos tocar el violín le servían de consuelo, demasiados recuerdos, demasiadas emociones, cada vez que intentaba ponerse a hacer cualquier cosa que realmente le gustase, se ponía a llorar, y acababa dejandolo de lado.

Suspiró mientras andaba, jugueteando con sus dedos enguantados en blanco, tal vez debería ir a visitar a una amiga, pasar allí unos días y contarse los últimos sucesos, si alguien le sería sincera, sería ella, tenía un carácter peculiar, pero eso la hacía, si cabía, más encantadora, a Bea siempre le habían gustado las personas así, abiertas, sinceras, que no mentían ni falseaban, que no intentaban agradar a toda costa, las personas auténticas, como había pensado que era el joven compositor de quien se había enamorado.

Tan absorta como estaba en sus pensamientos, no vio, al girar la esquina, que alguien se acercaba. Tropezando, comenzó a caer hacia el suelo.
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Mensaje por Höor Cannif Vie Sep 23, 2016 3:17 pm

Mi descubrimiento de la noche anterior me tenia francamente excitado, quizás demasiado, notaba como la adrenalina recorría mi cuerpo de forma salvaje, tentada a salir de el de un modo u otro, a quedar liberada, ya fuera con una buena lucha ocn espadas o por ende forjando la mía propia a fuego y hielo como antaño lo hacían los guerreros.

Descubrir la presencia de esos seres de la noche, esos que convertidos en leyenda ahora moraban entre nosotros con los pasos firmes, con la sed en sus gargantas y con la inmortalidad a sus espaldas se me antojaba un descubrimiento demasiado importante como para pasarlo por alto.

Estaba deseando que el ocaso se apropiara del día, para volver a esa taberna a por mi dosis de adrenalina, como un yonki frente a su droga, la misión tomaba color y forma.
Lo que solo era una leyenda, hoy se convertía en la mejor realidad de todas, una que me orillaba a ese mundo oscuro, peligroso y desconocido, ese que en mi cabeza gritaba que de ser ciertas unas leyendas porque no ser también ciertas las otras.
Esa espada maldita que buscaba hoy se me antojaba mas real que nunca, lo que era inalcanzable cuando emprendí el viaje, casi podía rozarlo con los dedos.

Ensimismado en mis propios pensamientos y a velocidad de vértigo, pues a decir verdad me moría por hincar el diente a un buen bistec con patatas recorría las calles parisinas, hasta que la girar la calle impacte contra un cuerpo, que del mismo modo que yo no parecía atenta a nada mas que a si misma.

Alargue le brazo para sujetarla de la cintura ladeando ligeramente mi cuerpo para así atraparla antes de que colisionara contra el duro pavimento del empedrado.
-Disculpe mi señora, andaba distraído y no la vi -me escudé, recolocándola en su posición con una picara sonrisa.

Ahora si, mis ojos la admiraron de arriba a bajo, dejándome embriagar por aquel dulce aroma a incienso y vainilla.
Sus ojos castaños bailaban por mi rostro, creo que pensándome si darme un guantazo por mi atrevimiento o por ende agradecerme que no la hubiera dejado caer frente al empedrado.

Sonreí de medio lado contemplando su oscuro cabello, su atuendo, elegante pero a su vez sobrio, no portaba pamela, ni para sol, abanico, ni nada de esos objetos que distinguían a las damas, mas aun así tenia su porte y elegancia.
-Podría por mi descortés comportamiento invitarla a comer, acabo de llegar a París, y a decir verdad odio comer solos.

De nuevo aquella sonrisa se instauro en mis labios esperando la respuesta a una pregunta que quizas resultara atrevida para un extraño, mas dicen que quien no arriesga no gana y yo estaba acostumbrado a pelear en demasiadas gestas como para firmar la rendición antes de empuñar la espada.
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Mensaje por Beatrice Delteria Sáb Sep 24, 2016 3:00 am

Justo antes de notar el suelo golpeándole la espalda, notó una mano fuerte rodeándole la cintura y dando un tirón y permitiéndole mantenerse erguida. Había acabado por poner sus manos en el pecho de su salvador, y, por desgracia, eso le hacía recordar otra caída, hacía tiempo atrás, entristeciendo su mirada, por suerte, la sorpresa suplió la nostalgia y se mantuvo en silencio, pestañeando un par de veces, intentando comprender como podía ser que no hubiera caído.

Cuando escuchó la voz de la persona que le había evitado un golpe seguro, y supo que era un hombre, se alejó un paso, nerviosa y avergonzada, siempre tenía que hacer el cuadro, y, desde que había pasado tanto tiempo con su tía en Venecia, parecía que ese rasgo torpe suyo se había vuelto aun más notable, esperaba que eso cambiara ahora que estaba en la sociedad parisina, y no en la italiana, sabía, al menos, que no sería un gran problema en Francia, si hubiera vuelto, como era su plan inicial, a Inglaterra, si que, probablemente, le hubiera costado su reputación entera.

Miró al joven moreno, aun sin saber que decir, hasta que respiró hondo y negó con la cabeza en un ligero gesto. No había sido él. Nerviosa como estaba, logró hacer funcionar su boca para plantar una ligera sonrisa en los labios y recuperar su sentido del decoro, al fin y al cabo, estaba en plena calle, podría haber mil ojos, y era ahora propietaria de una de las más famosas empresas de comercio de arte, debía saber comportarse en estas situaciones.

- No, discúlpeme a mi, ha sido completamente mi culpa, iba distraída.-
respondió segundos antes de que el joven la invitase a comer con total naturalidad. La pregunta la cogió tan de sorpresa, tan de sopetón, que accedió sin darse a penas cuenta.

Una vez había dicho que si, no podía echarse hacia atrás, sería de mala educación, y ya había metido la pata bastante por un día, parecía un caballero, así que no le preocupaba demasiado que la vieran con él, pero ir sin acompañante era un poco... bueno, que más daba, debería acostumbrarse, si tenía reuniones de negocios no podría acudir con una dama de compañía detrás como un perrito faldero, se agobiaría demasiado, y, aunque alguien que conociera a su... al compositor, los viera, ya poco o nada le debería importar, además, él se había quedado feliz, en Italia, posiblemente viajando por la toscana con esa mujer de pelo negro.

- Soy Beatrice Delteria.- se presentó con una reverencia, consciente de la fama que había adquirido su apellido desde la muerte de su padre, haciendo que las ventas de su compañía aumentaran de forma notable, su apellido era, ahora, de los más conocidos de París y Londres.- Un placer señor...- sonrió retomando su posición, preguntando sin preguntar.

Era consciente de que, al ir sin sombrero o parasol, su aspecto no era el de la típica dama, ni siquiera llevaba esos vestidos pomposos con el esa parte trasera tan horrible, se había acostumbrado a la moda italiana, mucho más sutil, menos pomposa y estricta, su piel, aunque clara, había sido ligeramente bronceada por sus paseos por los canales, aunque no lo bastante como para que fuera desagradable, al contrario, a ella le gustaba ese ligero tono rosado que había adquirido.

Era probable que pronto se corriera la voz, esperaba no ser la comidilla de París, al fin y al cabo, lo único que quería con eso, era hacer que las mentiras se acabasen en su vida, al menos, por su parte, ya no habría fingimientos, ni siquiera en el modo de vestir, ya había tenido bastante para una larga temporada.
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Mensaje por Höor Cannif Sáb Sep 24, 2016 9:24 am

Una reverencia antes de que su nombre rozara de forma melodiosa mis oídos fue lo que instalo mi sonrisa de medio lado en el rostro que ahora la contemplaba interesado.
-Extendí mi mano para con delicadeza tomar la suya acercándola a mis labios como hacían los caballeros, como era lo correcto, como en palacio me habían educado.
-Sr. Cannif -susurre contra su piel – mas puede llamarme Höor -concluí antes de posar mis labios contras ella mientras mi espalda se curvaba ligeramente como saludo.

Nuestros ojos se encontraron por unos breves instantes, esos que buscaban respuestas, satisfacer al menos en mi caso la curiosidad que esa dama despertaba en mi persona.
Su mano, cálida había atrapado la mía por unos instantes, los suficientes como para conocer su suavidad, su condición acomodada, pues estas manos no habían trabajado nunca.
Por ende las mías, callosas por le manejo de las armas, ásperas y curtidas en la batalla reflejaban una imagen bien distinta, posiblemente no propia de la clase que ostentaba.

-Ya que ha aceptado mi invitación, podría ser tan gentil de sorprender a este pobre viajero, acabo hace un día de llegar a esta preciosa ciudad y la verdad, apenas la he recorrido.
Estoy seguro que conoceréis un lugar acorde a nosotros, uno intimo dodne poder susurrarnos palabras al oído -bromeé con un divertido guiño.

Los formalismos nunca fueron lo mio, quizás porque estaba mas acostumbrado a bailar con la espada sobre el campo de batalla, que ha hacerlo sobre los refinados salones engalardonados de oro y plata.
-Disculpe si en algún momento mis modales se salen de lo protocolario, nada mas lejos de mi intención seria incomodarla.

Extendí mi brazo para que sobre el acomodará su delicada mano, así caminaban las personas de nuestro nivel, aunque para que mentir, siempre preferí ir de la mano, correr por los bosques de ese modo con una dama con la que acabaría colisionando en cuerpo y alma.
Una que no temiera manchase sus ropas, una salvaje, excitante, una que poco o nada le importaran las apariencias, que su risa me acompañara todo el día, que respetara mis ideas pero las debatiera con saña, una mujer capaz, orgullosa y lo mas importante, la vaina de mi espada, el descanso tras un día de batalla. Quizás eso solo era una utopía, pues no conocía mujer que uniera tantas perfecciones en una.
Claro que para la inmensa mayoría de los hombres eso seria un incordio, una loca. La mayoría preferían mujeres sumisas, elegantes y poco expuestas, que supieran comportarse frente a la sociedad para como jarrones ser expuestas.

Contemplé aquella mirada castaña, esos orbes intensos que se perdían en los míos antes de deslizarse hasta mi brazo que extendido esperaba ansioso el roce de su mano para emprender asi la marcha hacia el lugar que ella decidiera.
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Mensaje por Beatrice Delteria Sáb Sep 24, 2016 2:29 pm

El hombre que la había salvado de la caída extendió su mano y tomó la suya, Beatrice notó los cayos en sus manos, similares a los que había notado en Bethlem la primera vez que le dio la mano, pero más rugosos, el no debía ser músico, no, tenía los cayos de quien levanta peso y da golpes, pero sus modos refinados le decían que no era herreros ni carpintero ni nada similar, no, el porte era claro, nadie que no estuviera relacionado con la clase alta era capaz de moverse así.

- Un placer, señor... Hoör.- dijo tomando la palabra del hombre y llamándole por su nombre.- puede usted llamarme Beatrice.- le concedió.

En realidad, a ella poco le importaban los formalismos, nunca había sido una mujer completamente correcta, nada más lejos de la realidad, entre la alta sociedad tenía pocas amistades, y las pocas que tenía las apreciaba mucho, el resto eran meros conocidos que prefería ver solo si era extremadamente necesario. Le gustaba prescindir de las fiestas, tocaba un instrumento que poco o nada, se consideraba de señoritas, se relacionaba con vampiros y hombres lobo y, para colmo, prácticamente se había fugado con su enamorado, de una clase social distinta, todo eso, por supuesto, sin que nadie lo supiera.

Sin embargo, aunque no le importase ser formal, el pudor era otra cosa, seguía siendo tímida, y se había vuelto algo más retraída tras los sucesos de Italia, pero nada le impedía disfrutar de una aventura inocente. Se sonrojó un poco abriendo los ojos ante la broma del hombre, vaya, no esperaba que en París se gastasen, ahora ese tipo de bromas, más propias de los italianos. Italia... despejó ese pensamiento de su mente y se centró, nuevamente, en el hombre que tenía delante.

Había sido, simplemente, una broma, no tenía razón para ponerse nerviosa o sonrojarse, ya que no era más que eso, una broma. Sonrió con calma, con las mejillas aun encendidas, que iban perdiendo, poco a poco la rojez. Le había parecido notar, en la voz del hombre, un ligero acento extranjero, más marcado que el suyo inglés, parecía que no era la única que acababa de llegar de un país diferente.

- Si quiere le puedo ensenar la ciudad, pero mejor lo de los susurros al oído se lo dejamos a su pareja.- rió un poco.- Entiendo, no se preocupe, es difícil acomodarse a los protocolos, yo misma me los saltó más de lo debido.- explicó con una ligera sonrisa aceptando el brazo del hombre, poniendo su mano delicadamente sobre el antebrazo del caballero.- Si lo que quiere es comer, hay no muy lejos un restaurante de comida española, no tiene mucha fama entre "los nuestros", como usted nos llama, pero la comida es mucho mejor que la francesa.- rió suavemente, ciertamente, la comida usual no era lo mejor que tenían en París, los dulces, si, pero la gastronomía, en general, no era demasiado buena.

Esperaba que al señor Hoör no le hubiera sentado mal la broma, o no le pareciera mal su elección, saber que no debía ser demasiado formal la hacía relajarse, y por lo tanto, hablaba más de lo que solía hacerlo cualquier dama, y bromeaba, algo que, jamás, ninguna señorita de la alta sociedad, debía hacer. Pero, al fin y al cabo, así era ella, sin mentiras, y transparente, no iba a fingir, por muy de alta clase que fuera la persona con la que se encontrase.
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Mensaje por Höor Cannif Dom Sep 25, 2016 4:34 am

Su mano se posó en mi antebrazo dispuesta a caminar junto a un desconocido con acento nórdico por las calles de París, no tarde en percatarme como los ojos de los transeúntes se fijaban en ella, posiblemente porque su apellido y ella misma era importante en la ciudad, y por ende porque yo era un desconocido en la misma.

Sonreí de medio lado cuando esta me dijo que los susurros eran mejor dejarlos para mi futura esposa, algo que casi logra hacerme reír a carcajadas, mas guardé la compostura porque eso no hubiera sido muy galante por mi parte, y porque las miradas seguían cernidas sobre nosotros mientras paseábamos despacio.
-En ese caso mi señora debería olvidarme de susurrar -bromeé de nuevo con una picara sonrisa instalada en mis labios.

Parece que nuestro destino había quedado marcado por sus labios, un restaurante poco frecuentado por las Parisinos, pero que según ella hacían una comida excelente.
-España, estuve allí, claro que no en viaje de placer, aunque comí en varias tascas, y admito que su comida resultaba casi tan excitante como vuestra compañía.

Sonreí de nuevo hundiendo mis ojos en sus orbes pardos, mientras de nuevo veía aquel tono rosado en sus mejillas que mis palabras posiblemente inadecuadas no dejaban de hacerle surgir.
-Lo lamento, de nuevo he sido grosero. Disculpe a este pobre hombre nórdico, digamos que mis modales son mas propios a los de un rudo hombre de guerra que a los adecuados a un caballero de mi clase social.

Caminamos varias cuadras mas allá entre risas y confesiones hasta alcanzar aquel pequeño restaurante cuyo olor llamo de inmediato mi atención.
-Su gusto es excelente señorita Beatrice, usted si que sabe como complacer a un hombre ¿para todo es igual?
Alcé la mano dándome cuenta de como había sonado ese comentario.
-Me refiero a si tiene el mismo gusto para todo.

Nos adentramos en el restaurante sentándonos en una pequeña mesa circular, que adornada con dos velas y un bonito mantel cuadriculado ofrecía un aspecto intimo y acogedor.
Aparté la silla para que la dama tomara asiento, para solo una vez ella estuvo sentada hacer yo lo propio.

No tardo un mesonero en venir a tomarnos nota, la verdad aparte de nosotros solo había un par de parejas mas algo alejados de nosotros.
-¿que desean tomar? -preguntó con un acento extranjero, posiblemente español.
Hundí mis ojos en los de la dama al ver como era a mi a quien se dirigía el metre, algo muy típico en esta sociedad machista en el que parecía que el hombre era el dueño y señor de sus compañías.
-Hoy pedirá la dama por los dos.
La sorpresa del pobre hombre quedaba reflejada en su cara, ahora girándose hacia la dama esperando así la comanda.
-Sorpréndame Beatrice
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Mensaje por Beatrice Delteria Dom Sep 25, 2016 5:56 am

Beatrice rió un poco ante la broma, así que era un caballero sin intención de casarse, no era algo en los hombres jóvenes, sobretodo los caballeros, el no querer compromiso alguno, y, ciertamente, tras lo sucedido en Italia, a Beatrice tampoco le interesaban esas cosas, no quería relaciones románticas por un buen tiempo, únicamente amistades con las que reír, con eso se conformaba.

- Ah..... gracias, usted también es interesante.- respondió con un leve sonrojo.

Los coqueteos del señor Hoör eran notables, se notaba que estaba acostumbrado a ello, y, por supuesto, a salirse con la suya cuando practicaba el arte de, podría decirse, la caza, estaba cómodo saltándose las normas sociales a la torera, y a ella poco le importaba que lo hiciera, no es que la joven fuera, precisamente, la mujer más correcta del mundo, educada, si, pero no en exceso, y menos después de vivir todo un año con su extravagante tía.

- Así que llegó ayer de Noruega, ya decía yo que tenía algo de acento.- comentó mientras andaban hacia el restaurante.- yo soy inglesa, pero llegué hace a penas dos días de Italia, he estado allí un año completo.- dijo intentando que no se hiciera un silencio incomodo, que, por fortuna, no llegó a aparecer.

Se adentraron en el pequeño restaurante, prácticamente vacío, y les dieron paso a una mesa pequeña cubierta con un mantel de cuadros y dos velas. Fue a la entrada cuando el señor Hoör dijo el comentario más sorprendente e inapropiado que jamás había oído Beatrice. Se sonrojó más de lo que había hecho en las últimas semanas y tartamudeo unos instantes, hasta apartar la mirada. Sin embargo, aun con el sonrojo patente, respondió con amabilidad a la aclaración, con una sonrisa algo tímida.

- No lo se, mis gustos son mis gustos, si son buenos o malos no tengo idea, y tampoco estoy segura de se compartan.

Amablemente, su acompañante le retiró la silla para acercarla a la mesa y, cuando ella estuvo sentada, tomar asiento frente a ella. Mientras miraba la carta, llegó el camarero que, como era costumbre, preguntó al hombre que iban a comer. Ciertamente a Beatrice poco le importaba que no le preguntaran, estaba más que acostumbrada a la alta sociedad, y, mientras no le pidieran una ensalada, poco o nada le importaba.

Sin embargo, para su sorpresa, el hombre había decidido que pedía ella. Levantó la vista de la carta, sorprendida, y miró con cierta incredulidad al hombre que tenía en frente, sin saber que hacer, tal vez en Noruega tuvieran unas costumbres diferentes, con rapidez intentó hacer funcionar su cabeza, noruega, frío, carne.

- En ese caso...-
reflexionó antes de hacer el pedido.- dos chuletones de buey con patatas asadas y compota de manzana y para beber un vino tinto añejo de la tierra, por favor.- sonrió dejando de lado la carta. Probablemente nadie esperaba que ella fuera a pedir una comida tan pesada para si misma, pero se había acostumbrado a la buena comida, y, de todas formas, no paraba, por lo que comía lo consumía.

Cuando el camarero desapareció con el pedido y cara de circunstancias, sin saber porque se sorprendía más, si porque el hombre hubiera permitido pedir a la mujer, o por el pesado pedido, nada femenino, de la señorita, Beatrice sonrió al hombre a su frente poniendo la mejilla sobre la mano.

- No espere que pida lo que pide una dama, en Italia me acostumbre a la buena comida y no es algo a lo que esté dispuesta a renunciar al volver a Francia.- rió bromeando.- ¿Ha dicho usted antes que es un hombre de guerra? Espero no sonar indiscreta pero, ¿a que se dedicaba en Noruega?- preguntó curiosa mientras el camarero aparecía con la botella de vino para, esta vez enseñársela a ella, aun algo confuso.- al señor por favor.- indicó ella con amabilidad, volviendo a confundir al hombre que, tras servir el vino y dejar la botella, se alejó prácticamente dando tumbos, sacando una risa suave de Beatrice, que se tapó los labios, divertida.- Pobre hombre, me parece que lo hemos dejado confuso.
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Mensaje por Höor Cannif Dom Sep 25, 2016 8:41 am

Sonreí satisfecho cuando oí la comanda, sinceramente no esperaba que esa mujer de cuerpo cincelado por algún dios para el placer del hombre fuera capaz de complacer de mejor forma mis gustos.
La respuesta echa en el exterior quedaba mas que resuelta, sin duda sus gustos eran exquisitos, supongo que per eso accedió a acompañarme, Pensé divertido.

El metre trajo una botella de vino que confuso mostró a la dama y tras su indicación a mi, vino que pronto repleto nuestras copas frente a mi sonrisa picara y el desconcierto del camarero que creo no sabia donde meterse en esos momentos.

Llevé el vidrio a mis labios dejando que aquel sabor afrutado me embriagara, era delicioso, sin duda la dama sabia pedir, y yo pensaba dejarme aconsejar, al menos por el momento.
-Mi señora, soy un hombre de armas pues así me han educado, soy el sobrino del rey de Noruega, y desde niño he sido ilustrado en el arte de la guerra, creo que he vivido mas tiempo en el patio de armas que en ningún otro lugar del amplio castillo y llegada la edad oportuna empece junto a mi maestro de armas a acudir a las distintas gestas. Esas que templarían mi carácter y me convertirían en un hombre.

Quizás debería añadir que mi tio esperaba verme caído y no en pie, que las gestas siempre fueron complicadas y que la primera linea era la mía y no la de su vástago que desde atrás comandaba un ejercito que lo tenia como a un cobarde.

-mucha sangre he derramado, mía y de extraños, así que disculparme si mis modales no son de lo mas refinados, aun así, he sido también ilustrado en los protocolos de la corte y se mi señora lo que debo y no hacer, es solo, que me divierte trasgredir las reglas ¿y al parecer también a vos?

Contemple sus ojos pardos enredados con los míos, esos que parecían encerrar grandes misterios que sus labios en silencio guardaban quizás para ser susurrados a otro.
-¿Y vos? ¿de donde venís mi señora?

No quería escuchar la parte que ya sabia, esa de que había pasado gran parte de su vida en París, si no la interesante, esa que no le contarías a nadie, y por ende que mejor que un extraño al que posiblemente no vuelvas a ver para sincerarte.
-¿quien eres realmente Beatrice? Ademas de una dama de la corte, bella, con buen gusto y con facilidad para ruborizarse.
Una que muerde su labio inferior cuando se pone nerviosa, y que disfruta casi tanto como yo al poder saltarse en parte las normas, aunque claro, aun demasiado pendiente del que dirán para cometer una locura tras otra ¿que deseáis? Aquí y ahora sin pensar en mas futuro que le inmediato.




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De vuelta en París {Hoör} Empty Re: De vuelta en París {Hoör}

Mensaje por Beatrice Delteria Dom Sep 25, 2016 11:41 am

Era un caballero, literalmente, se había criado casi como un caballero medieval, entrenando en patios de armas y luchando en batallas, curtiéndose, eso explicaba bastante bien su carácter de aire guasón, usualmente el entrenamiento y cualquier tipo de deporte hacían que quien lo practicaba fuera menos serio, más abierto, lo había visto en Italia, los niños que jugaban más tenían las miras abiertas y un carácter juguetón que resultaba encantador.

Eso explicaba también los callos de sus manos, más marcados, incluso, que los de cierto compositor, ella misma había tenido callos hasta no hacía mucho por tocar el violín, pero lleva tiempo sin querer acercarse a nada relacionado con la música, la presencia de Bethlem aun era muy grande en ella, tanto que le costaba hacer nada que le recordase a él, cosa que era, prácticamente, todo.

Al menos parecía que compartía algo con ese hombre, se divertían de provocar, eran provocaciones diferentes, por supuesto, las de él, calculadas, se basaban en el coqueteo, no solo estaba instruido en el arte de la guerra, si no, también, en el de las conquistas. Ella, en cambio, prefería provocar de un modo propio, algo poco usual, haciendo sencillamente, lo que le viniera en gana, aunque algunas cosas tuviera que ocultarlas.

Sonrió como un silencioso signo de aceptación, si, le gustaba más bien poco seguir las normas, y lo cierto era que era más feliz así que si las siguiera a rajatabla. En realidad, de pequeña había sido una niña bastante obediente, siempre asentía a todo lo que le decían sus padres, no levantaba la voz ante nada, era la típica señorita que callaba y servía de perfecto florero, pero, tras el secuestro que sufrió, las cosas cambiaron, pasó meses callada, llorando a escondidas por el temor a la dureza con la que la trataba su padre, intentando agradar le, hasta que comprendió que no iba a ningún lado.

Fue entonces cuando lo supo, si quería ser feliz, no debía intentar gustar a los demás, si no a si misma. Ciertamente, de ese modo, había sufrido más que si hubiera permanecido fría y distante, pero también había vivido más y con más intensidad, y eso era algo que nadie podría quitarle.

- Inglaterra.-
contestó con tranquilidad, levantando la vista de sus manos unidas sobre la mesa para tomar su copa.- para ser alguien a quien le gusta trasgredir las reglas, vengo de un lugar que tiene muchas, ¿verdad?- bromeó antes de de beber de su copa.

Dulce, floral, aromático, con tintes de cedro y algo que no lograba distinguir, respiró hondo, ese vino era como sus primeros meses en Italia, suave, romántico, dulce, con un regusto amargo al fondo. Concentrada como estaba, desvió la mirada de su copa, con una sonrisa de medio lado, quien era... era una chica que no tenía miedo a decir te quiero, que no buscaba una promesa de que la llevaran al altar mientras lo que sintieran fuera cierto, era esa joven que había dejado de creer en el amor verdadero, pero que en el fondo seguía esperando que su enamorado llegase, le pidiera perdón y le explicara que había sido todo una confusión.

Parecía que aun no había aprendido que ese tipo de cosas de novelas románticas, nunca serían ciertas, y que, cuando pasaban en la realidad, no acababan bien. Era esa chica que no renegaba de quien era, que miraba a los ojos en lugar de agachar la mirada y respondía a pesar de los sonrojos. Pero en realidad, no sabía como resumir todo eso, y las palabras no bastan para conocer a alguien, por mucho que se pregunte.

- Soy... digamos que soy la nota discordante de una melodía.- dijo usando una analogía con la que Bethlem la había descrito en alguna ocasión, dolía recordar, pero era, tal vez, lo que mejor la describía.- ¿Y tu?- preguntó repitiendo el tuteo que él había usado con ella.- ¿Qué eres?
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Mensaje por Höor Cannif Lun Sep 26, 2016 5:50 am

Sonreí frente a una descripción tan sencilla pero que a su vez era capaz de decir tanto de uno mismo.
La nota discordante siempre es algo valioso que perseverar, pues cuando algo destaca de lo demás lo convierte en único.

Mas la siguiente pregunta no tardo en escapar de sus labios, esa que trataba de ver en mi, lo que posiblemente los mil y un escudos pertrechados a fuego delante de ella y del mismo mundo no le dejaban ver.
-Soy el hijo de un fantasma.

Supongo que esa frase no decía demasiado de mi aunque por ende era la que mejor me definía, toda una vida he lidiado con eso, con la leyenda de un padre que no me sostuvo al nacer, que era temido en mi reino y odiado a partes iguales.
Ese al que mi rey cada vez que me miraba veía en sus peores sueños, el hombre que espada en mano había vencido en mas de una ocasión a su reino.
¿que soy? Un bastardo
El hijo de un hombre que tomo a mi madre en el trascurso de la guerra, ese que la convirtió en su prisionera.
Cuando fue rescatada en sus entrañas ya me portaba.


Tomé el vaso de vino apurandolo entre mis labios, era consciente de lo poco que me mostraba frente al mundo, supongo que nada de mi dejaba que traspasara, solo ese aspecto arrogante, ese curtido en las batallas, ese pertrechado con mil murallas para que ningún ser lograra atravesarlas, llegar a mi y darme la ultima estocada.
Así era yo, una mentira, alguien que tuvo que forjarse como una espada para que el dolor no le penetrara.
¿que era yo? Un idealista, un hipócrita.

La botella de vino se agoto rápido entre nuestros labios mientras la cena era devorada por ambos, tenia que reconocer que estaba exquisita y que ahora con el estomago lleno lo que mas apetecía era pasear para bajarlo.
-Tengo que ir a por ...-acerque mis labios a su oido para asi evitar ser escuchado -opio. Apenas me queda, y he visto que no muy lejos hay un herbolario que abre al anochecer ¿que te parece si hacemos algo de tiempo en la playa? -pregunte ocn una picara sonrisa

Sus mejillas rosadas y sus ojos achispados me indicaban que el vino dulce y afrutado había entrado demasiado bien durante la comida.
-También puedo si lo deseáis acercaros a casa -propuse tratando de dar opciones a esa joven dama de belleza extraordinaria.



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Mensaje por Beatrice Delteria Lun Sep 26, 2016 11:31 am

Hijo de un fantasma, había dicho, no sabía si era sincero o no, después de lo vivido un año atrás con esos seres incorporeos, bien podrían haber sido capaces de engendrar, aguantó un escalofrío, en cambio, si era de modo figurado, quería decir que sobre sus hombros llevaba el peso de sus antepasados, eso podía llegar a entenderlo, la sombra de su padre aun cubría sus pasos sin dejarla avanzar totalmente, no solo porque su fama le ponía una meta dificil de alcanzar, si no porque el misterio de su muerte era, aun, una duda que le corroía la mente.

La policía había dejado de investigar meses atrás, pero ella seguía sin creer que un animal salvaje hubiera podido matar a su padre. Esa era otra de las sombras que la perseguían, y que intentaba ignorar hasta poder hacer algo por solucionarlo, de momento, le era imposible, por lo que más le valía centrarse en lo que podía hacer, o acabaría por llorar de impotencia. Como simple respuesta, le sonrió al joven de medio lado, diciéndole sin decir nada que lo entendía.

Entre la comida, deliciosa como siempre, y la charla, la botella de vino acabó en las ultimas. Y la segunda propuesta indecente de la velada, con el último sorbo de vino afrutado. Beatrice abrió los ojos, sorprendida, ¿había oido mal? ¿opio? Si no recordaba mal, solo había probado eso una vez, y se había sentido tan sumamente mal que se había prometido no volver a tomarlo, además, no sería bueno para su empresa que la vieran comprando algo así.

Sin embargo, si le apetecía ir a pasear por la playa, por la tarde el agua era cálida, y po´dría humedecerse los pies, lo unico que no quería era recordar el agua del mediterrano que ´había probado en italia junto a su... junto al compositor, pero era algo dificil de evitar. Parecía que su confusión había sido confundida con un ligero achispamiento, que nada más lejos tenía de la realidad, sabía soportar el vino, había pasado parte de su año en italia cerca de la toscana, rodeada de viñedos, el alcohol que este traía la afectaba, desde entonces, más bien poco.

- Hagamos algo, te acompañaré hasta que anochezca, y antes de acudir al herbolario, me dejas en casa, si a lo largo de la tarde me convences para cambiar de idea, iré contigo a comprar lo que necesitas.- sonrió antes de llamar al camarero, dejandolo, nuevamente, sorprendido, pobre hombre, ese día estaban mareandolo de la peor de las formas, ¿desde cuando una dama llamaba al camarero? Desde ese momento, ya, que, además,comenzó a sacar su monedero para abonar la factura.
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Mensaje por Höor Cannif Mar Sep 27, 2016 5:05 am

La morena acepto mi propuesta, al menos parte de esta, le apetecía pasear por los lindes de la playa, mojar sus pies en las gélidas aguas y supongo que dejarse adular frente a la brisa del mar por todos y cada uno de mis mordaces comentarios, mas a la hora de la verdad su afán era retirarse a casa.
Hice un ligero mohin que pronto quedo contrarrestado con la sonrisa picara que me caracterizaba.
-Sabe la convenceré señorita -bromeé guiñándole un ojo divertido.

Fue entonces cuando el camarero se acerco con la cuenta, su gesto lo decía todo, pues en vez de pedirla yo lo hizo ella.
No sabia hacia donde alargar le brazo, me miro para ofrecerme la cuenta mas yo con la cabeza le dije que mejor a la dama.
Esta reía sin parar y eso era música para mis orejas, la nota discordante, recordé tal y como ella misma se había definido durante aquella comida.

Una vez la copiosa comida quedo pagada abandonamos el restaurante tomando así nuestras monturas dispuestos a dirigirnos a dar ese paseo por la playa.
Mis ojos la buscaron mas de una vez, parecía feliz, nada que ver con esa chica que me había encontrado en la calle hacia escasas horas, esa que tenia la misma belleza pero con una mirada infinitamente mas apagada.
Lo que me dio una idea.

Dos golpes en los costados de mi corcel me pusieron a su altura permitiéndome hundir mis ojos en sus dos orbes castaños.
-¿una carrera? -pregunte desafiante haciendo que mi oscuro corcel se alzara sobre sus patas traseras dispuesto a empezar con la gesta.
-Hagamos un trato..si ganáis podéis pedirme lo que deseéis y yo cumpliré vuestro deseo en esta u otra vida, mas si por ende perdéis, me acompañareis a la herbolisteria -alcé las cejas con picardía esperando esa respuesta que ya sabia afirmativa.

Así emprendí la carrera contra las pedregosas calles de París seguido muy de cerca por la dama, a la que n ose le daba nada mal montar a caballo tras de mi.
Tentado estuve de dejarla pasar solo por ver ese precioso trasero que de seguro quedaba medio expuesto al subir y bajar sobre la silla.

-Gana quien antes llegue a la playa -grité a sabiendas de que pensaba tomar un atajo que me llevaría directamente a ese agua del que hablaba.
Sortee las ramas cuando me adentre en el profundo bosque de ojos ámbar, ese de follaje espeso y tierra humedecida por las primeras lluvias primaverales que contra los cascos de mi corcel se alzaba,

Entre mis piernas los músculos tensos de mi montura, su incesante galope cortando el viento y esas zancadas golpeando el suelo con un sordo ruido.
Fue entonces cuando llegue frente al acantilado, donde detuve al corcel para girarme a mirar a esa dama que con los ojos fuera de si me observaba sonreír con picardia.
-Creo que voy a ganar -advertí lanzándome al vació esperando ser acogido por las gélidas aguas.
Solo oí mi nombre susurrado al viento en un grito.
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