AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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El costo de la oscuridad [Traian]
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El costo de la oscuridad [Traian]
El viento soplaba con mayor ímpetu aquella noche otoñal creando extraños y atemorizantes sonidos que rompían el silencio de la misma. Sería, aproximadamente la una de la mañana y, a diferencia de aquellos humanos cuyo mejor horario para cumplir con sus responsabilidades era la oscuridad, no se encontraba ni un sólo humano por las calles parisinas. O eso era lo que el ser nocturno creía.
Los pasos casi imperceptibles del vampiro se dejaron escuchar por una de las calles a las orillas de la ciudad. Mikael, ni aún en sus primeros días residiendo en la misma, no había recorrido semejantes lugares jamás. El hecho de que había terminado por perderse era totalmente evidente, el vampiro había recorrido un lugar no transitado por él anteriormente y, luego de un pequeño inconveniente, terminó por errar el camino.
―Maldición... ―menciona para sí mientras continúa su camino con ayuda de su bastón, la salida de aquella callejuela no debía estar demasiado lejos.
La oscuridad de la noche era rota parcialmente por el efecto de la luna nueva, la cual iluminaba el suelo de forma sorprendente, dejando entrever diversas e indescriptibles formas sobre el suelo. El sonido de un gato al maullar en la lejanía, provocan extrañeza en Mikael, quien continuara su recorrido hacia el lugar de donde el mismo provenía, escuchando distintos ruidos a su paso, ruidos que no provocasen el mínimo temor en el interior del ser oscuro hasta que se percatara de un sonido distinto.
―¿Desea compañía, caballero? ―la voz de una mujer se escuchó de pronto emergiendo de un rincón en la oscuridad ―le aseguro una agradable velada, señor...
Continuó la mujer con tono susurrante, insinuante, luego de colocar las manos sobre los hombros del vampiro y empujarlo hacia el muro con suavidad, pasando una mano sobre su fría mejilla. Aquello provocaría el estremecimiento repentino del ser nocturno quien no esperaba tal acción y permaneció de espaldas contra la pared. Una inhalación profunda fue lo que precedió a la evasión del mismo logrando librarse de los brazos acariciantes de la mujer.
―Le agradezco, pero no... ―responde Mikael con cortesía ―no debería exponerse al peligro de semejante manera, señorita. Bien haría en volver a casa y descansar.
Lo último que escuchara el vampiro de la joven, fue la suave risita que profiriese la misma al desistir de sus intenciones, pero dejando un suave beso en el frío e inexpresivo rostro del vampiro. Posteriormente ésta se alejó por la callejuela rápidamente y desapareció casi al instante, dejando al vampiro nuevamente envuelto en aquella evidente soledad con la clara intención de salir del lugar lo más pronto que le fuese posible.
Los pasos casi imperceptibles del vampiro se dejaron escuchar por una de las calles a las orillas de la ciudad. Mikael, ni aún en sus primeros días residiendo en la misma, no había recorrido semejantes lugares jamás. El hecho de que había terminado por perderse era totalmente evidente, el vampiro había recorrido un lugar no transitado por él anteriormente y, luego de un pequeño inconveniente, terminó por errar el camino.
―Maldición... ―menciona para sí mientras continúa su camino con ayuda de su bastón, la salida de aquella callejuela no debía estar demasiado lejos.
La oscuridad de la noche era rota parcialmente por el efecto de la luna nueva, la cual iluminaba el suelo de forma sorprendente, dejando entrever diversas e indescriptibles formas sobre el suelo. El sonido de un gato al maullar en la lejanía, provocan extrañeza en Mikael, quien continuara su recorrido hacia el lugar de donde el mismo provenía, escuchando distintos ruidos a su paso, ruidos que no provocasen el mínimo temor en el interior del ser oscuro hasta que se percatara de un sonido distinto.
―¿Desea compañía, caballero? ―la voz de una mujer se escuchó de pronto emergiendo de un rincón en la oscuridad ―le aseguro una agradable velada, señor...
Continuó la mujer con tono susurrante, insinuante, luego de colocar las manos sobre los hombros del vampiro y empujarlo hacia el muro con suavidad, pasando una mano sobre su fría mejilla. Aquello provocaría el estremecimiento repentino del ser nocturno quien no esperaba tal acción y permaneció de espaldas contra la pared. Una inhalación profunda fue lo que precedió a la evasión del mismo logrando librarse de los brazos acariciantes de la mujer.
―Le agradezco, pero no... ―responde Mikael con cortesía ―no debería exponerse al peligro de semejante manera, señorita. Bien haría en volver a casa y descansar.
Lo último que escuchara el vampiro de la joven, fue la suave risita que profiriese la misma al desistir de sus intenciones, pero dejando un suave beso en el frío e inexpresivo rostro del vampiro. Posteriormente ésta se alejó por la callejuela rápidamente y desapareció casi al instante, dejando al vampiro nuevamente envuelto en aquella evidente soledad con la clara intención de salir del lugar lo más pronto que le fuese posible.
Alam Lestrange- Vampiro Clase Alta
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Re: El costo de la oscuridad [Traian]
Recorría los callejones menos transitados de la ciudad, para no tener que encontrarse con otros cazadores. En ese aspecto – suponía – era como una de esas sanguijuelas que destruía. Territorial. No le gustaba compartir a sus presas con los demás. No es que a sus compañeros le importara. Ellos le odiaban y él, se divertía a sus anchas. Había insultado a cualquiera que se cruzara en su camino por nada. Solo bastaba con que una mirada le molestara, para que se enzarzara en una batalla. Al principio, cuando era solo un novato, muchos se habían quedado con la mirada clavada en las marcas de colmillos impresas en su cuello y muñecas. No pasó mucho tiempo para que éstos aprendieran a mantener su curiosidad arraigada. Era violento, frío y desapasionado. Si algo le enturbiaba la mente, él simplemente lo sacaba con insultos y uno que otro golpe. No. Eso no era totalmente cierto. Estaba seguro que siempre había más golpes que insultos, porque le gustaba utilizar sus puños. Una mueca – que para él era su mejor sonrisa – deformó su boca cuando, pasado cierto tiempo, no encontró nada que le mantuviese ocupado. Se alejó aún más. Por varios minutos, vaciló sobre regresar. Si se topaba con uno de los suyos, podría molestarlo mientras esperaba a que la acción iniciara. Desde que las sanguijuelas necesitaban alimentarse, sabía que pronto se encontraría en el fragor de una batalla. Todo lo que tenía que hacer era esperar. ¡Si fuera tan jodidamente sencillo! - ¿Me buscaba, caballero? Traian profirió un bufido – más semejante a un gruñido – al observar a la cortesana que se le acercaba.
Cuando la mujer colocó la mano sobre su brazo, invitante, él se la quitó con rudeza. Odiaba el contacto. Ese era uno de los muchos obsequios que el vampiro que le había esclavizado, le había dado. Y lo decía con todo el maldito sarcasmo. Solo Lorand – su pequeño hijo – y Zainhé, eran inmunes a ese sentimiento. Para su enfado, había descubierto que disfrutaba cuando ella lo tocaba. Y él. ¡Maldita sea! Él era todo lo que quería proteger. Se le había dado algo por lo que vivir y que el infierno se congelara, no lo iba a arruinar esa vez. – Quítate de mi vista. Ladró. Traian no conocía de modales. La rudeza estaba tatuada en sus movimientos tanto como en su sangre. Mujeres como esas, terminaban todas muertas. Para un vampiro, bien podrían estar llevando un letrero colgando en el cuello. Se detuvo, asaltado por una idea. Apartó el cabello de la fémina para inspeccionar su piel. Había una marca, fresca, en su piel. - ¿Hacia dónde se dirigió el que te hizo esto? La mujer intentó abofetearlo ante su atrevimiento. Él la detuvo, su mirada amenazadora. Ya fuese por el vacío o el desafío en sus centelleantes orbes, que la cortesana dio un paso involuntario hacia atrás. La hembra llevó su mano hasta su cuello automáticamente. Traian siguió su camino. Era evidente que no recordaba nada. – Salgan malditas sanguijuelas. Crudo odio destilaban sus palabras. Justo cuando pronunciaba la última palabra, le vio. ¿Había salido de su escondite finalmente? Poco sabía él que no era quien había mordido a aquélla mujer, pero ¿qué importaba? Aquello no habría hecho ninguna diferencia. La Cobra los odiaba. Solo esperaba que fuese un vampiro y no un indigente perdido.
Cuando la mujer colocó la mano sobre su brazo, invitante, él se la quitó con rudeza. Odiaba el contacto. Ese era uno de los muchos obsequios que el vampiro que le había esclavizado, le había dado. Y lo decía con todo el maldito sarcasmo. Solo Lorand – su pequeño hijo – y Zainhé, eran inmunes a ese sentimiento. Para su enfado, había descubierto que disfrutaba cuando ella lo tocaba. Y él. ¡Maldita sea! Él era todo lo que quería proteger. Se le había dado algo por lo que vivir y que el infierno se congelara, no lo iba a arruinar esa vez. – Quítate de mi vista. Ladró. Traian no conocía de modales. La rudeza estaba tatuada en sus movimientos tanto como en su sangre. Mujeres como esas, terminaban todas muertas. Para un vampiro, bien podrían estar llevando un letrero colgando en el cuello. Se detuvo, asaltado por una idea. Apartó el cabello de la fémina para inspeccionar su piel. Había una marca, fresca, en su piel. - ¿Hacia dónde se dirigió el que te hizo esto? La mujer intentó abofetearlo ante su atrevimiento. Él la detuvo, su mirada amenazadora. Ya fuese por el vacío o el desafío en sus centelleantes orbes, que la cortesana dio un paso involuntario hacia atrás. La hembra llevó su mano hasta su cuello automáticamente. Traian siguió su camino. Era evidente que no recordaba nada. – Salgan malditas sanguijuelas. Crudo odio destilaban sus palabras. Justo cuando pronunciaba la última palabra, le vio. ¿Había salido de su escondite finalmente? Poco sabía él que no era quien había mordido a aquélla mujer, pero ¿qué importaba? Aquello no habría hecho ninguna diferencia. La Cobra los odiaba. Solo esperaba que fuese un vampiro y no un indigente perdido.
Miklós Valborg- Vampiro Clase Media
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Re: El costo de la oscuridad [Traian]
La soledad se hacía cada vez más patente, con excepción de aquellas que se dedicasen a envolver caballeros con sus encantos, podría afirmar que la calle se encontraba totalmente vacía. Alguna criatura de vez en cuando salía, provocando sonidos que alertasen al vampiro, quien detenía sus pasos sin despojarse del bastón que le sirviese como guía. En ese momento, mientras el ser oscuro reanudaba su paso, fue cuando logró escuchar aquella voz.
―Otro cazador... ―pensó el vampiro mientras sus manos envolvían un extremo de su bastón, dejando el otro apoyado contra el suelo. Manteniendo la frente en alto, incapaz de reconocer figura alguna, simplemente permaneció inmóvil a la espera de nuevos indicios de movimiento.
Aquellas palabras que escuchase del desconocido, lograban evocar un pasado reciente en la vida de Mikael, quien hubiese tenido la mala fortuna de experimentar. Una lucha dentro de la cual el vampiro se hubiese esforzado por no perder, quedando con vida por lo menos. Una vida que si bien, ante la creencia de la mayoría, no dejaba de ser una existencia maldita. Una existencia que el vampiro, curiosamente, se había propuesto a mantener.
―¿Alguien ahí? ―fue la pregunta que lanzó el ser nocturno, cortando todo indicio de silencio. Las únicas palabras que fuese capaz de pronunciar, aún sabiendo perfectamente la respuesta. El vampiro se mantuvo alerta experimentando una clara sensación de peligro, el cual era cada vez más evidente a pesar de que Mikael esperase haber cometido algún error.
El silencio inminente de la noche volvió a hacer aparición en ese momento. El vampiro lograba darse cuenta de su propia respiración agitada, mientras se daba cuenta de la cercanía cada vez más evidente del desconocido, con quien el ser nocturno tuviese reparos en abordar. Un fuerte deseo de alejarse de ahí con rapidez había cruzado por todo su ser mas sabía que sería imposible de tratarse de un cazador, ante el cual se evidenciaría al instante. El motivo por el cual permaneció de pie, fue precisamente ése.
Los sentidos de Mikael se encontraron en alerta total en ese momento. Manteniendo los mismos atentos a cualquier cambio a su alrededor, presionó su bastón con cierta fuerza, en un intento de disminuir la tensión que le invadía. Una nueva corriente de aire volvió a agitar la capa que el vampiro llevase sobre sus ropas, haciéndole entender que aún se encontraba de pie, en medio de la calle, a la espera de cualquier reacción del humano desconocido...
―Otro cazador... ―pensó el vampiro mientras sus manos envolvían un extremo de su bastón, dejando el otro apoyado contra el suelo. Manteniendo la frente en alto, incapaz de reconocer figura alguna, simplemente permaneció inmóvil a la espera de nuevos indicios de movimiento.
Aquellas palabras que escuchase del desconocido, lograban evocar un pasado reciente en la vida de Mikael, quien hubiese tenido la mala fortuna de experimentar. Una lucha dentro de la cual el vampiro se hubiese esforzado por no perder, quedando con vida por lo menos. Una vida que si bien, ante la creencia de la mayoría, no dejaba de ser una existencia maldita. Una existencia que el vampiro, curiosamente, se había propuesto a mantener.
―¿Alguien ahí? ―fue la pregunta que lanzó el ser nocturno, cortando todo indicio de silencio. Las únicas palabras que fuese capaz de pronunciar, aún sabiendo perfectamente la respuesta. El vampiro se mantuvo alerta experimentando una clara sensación de peligro, el cual era cada vez más evidente a pesar de que Mikael esperase haber cometido algún error.
El silencio inminente de la noche volvió a hacer aparición en ese momento. El vampiro lograba darse cuenta de su propia respiración agitada, mientras se daba cuenta de la cercanía cada vez más evidente del desconocido, con quien el ser nocturno tuviese reparos en abordar. Un fuerte deseo de alejarse de ahí con rapidez había cruzado por todo su ser mas sabía que sería imposible de tratarse de un cazador, ante el cual se evidenciaría al instante. El motivo por el cual permaneció de pie, fue precisamente ése.
Los sentidos de Mikael se encontraron en alerta total en ese momento. Manteniendo los mismos atentos a cualquier cambio a su alrededor, presionó su bastón con cierta fuerza, en un intento de disminuir la tensión que le invadía. Una nueva corriente de aire volvió a agitar la capa que el vampiro llevase sobre sus ropas, haciéndole entender que aún se encontraba de pie, en medio de la calle, a la espera de cualquier reacción del humano desconocido...
Alam Lestrange- Vampiro Clase Alta
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Re: El costo de la oscuridad [Traian]
El cazador había escuchado, durante sus primeros años entrenando que, todo ser mortal – e inmortal – cargaba con su propia cruz. La suya, suponía, era una de las más pesadas. Había sobrevivido a un sinfín de brutales torturas y a la adicción a la sangre de vampiro. Vladimir – su antiguo captor y enemigo – había forzado una conexión con él dándole a beber del pútrido líquido que corría por sus venas. Hacerla desaparecer, había sido un segundo infierno. El sacerdote que le había abierto las puertas de su iglesia para curarlo, el muy bastardo, había encontrado fascinante cada uno de sus gritos y alucinaciones. Si su deseo de venganza no hubiese sido tan fuerte, seguramente habría muerto entre esas cuatro paredes. Desafortunadamente, varios años habían pasado y no había encontrado ni una pista que le condujese hasta su objetivo. Guardaba una estaca con el nombre de aquél demonio en su repertorio, pero mientras tanto, se conformaría con ayudar a otros tantos a quitarse esa cruz de encima. ¿No era el ser más generoso? ¡Y él que se creía sin corazón! Si hasta ayudaba a la muerte, poniendo fin al trabajo que había dejado a medias por alguna extraña y estúpida razón. Una media sonrisa guasona apareció en su boca al mismo tiempo que acortaba la distancia y sacaba su arma. Era una daga negra, con hermosas incrustaciones en la empuñadura. Ser la mano derecha de uno de los líderes de la facción traía consigo abiertos beneficios, los suficientes como para que el se negara a abandonar. Además, ahora necesitaba de toda la ayuda que pudiese obtener para proteger a su hijo, aún cuando se viese obligado a esconderlo. A los altos mandos no les convenía que sus soldados tuviesen debilidades, ¡demonios!, incluso el entendía el porqué. Si alguien tomase a Lorand, él haría todo lo que estuviese en sus manos para ponerlo a salvo, iría en contra de la inquisición si se viese obligado.
Sin embargo, eso no sería esa noche. Inconscientemente, acarició la filosa hoja. La trataba como si fuese la mejor de sus amantes. ¿Y cómo no? Derramaría la sangre de su enemigo. Le conseguiría la victoria para que volviese a casa, donde le esperaban. ¡Qué bien que se sentía tener a alguien! – Esto será rápido, sanguijuela. Es tu noche de suerte. Regresarás al infierno, de dónde no tenías que haber salido. Lanzó la daga con una exquisita puntería. Cada cazador tenía sus hobbies y el de él, consistía en practicar su puntería con los licántropos. Esas jodidas bestias sí que sabían cómo moverse por los bosques, una vez sentían las primeras balas de plata. Observó con socarronería, cómo la hoja desaparecía en la pierna del vampiro. Se incrustó hasta la empuñadura. Aún no estaba seguro de que fuese un vampiro, pero dado que él no había negado su afirmación y, que se encontraba deambulando por las calles a esas altas horas de la noche, para Traian, entraba entre los sospechosos. Además, si estaba equivocado, lo descubriría pronto. Los vampiros sanaban con rapidez. ¿Qué mejor forma de asegurarse que estaba ante un chupasangre que de manera empírica? Si era un humano, siempre podría ir a buscarse a un mejor contrincante. Clavó la mirada en el rostro del ser, pero éste no parecía estar mirando precisamente a él. No. Sí que estaba en la dirección correcta, pero no en el ángulo. Cayó en la cuenta del bastón. Había pensado que eso era parte de su vestimenta. - ¡Esto es fantástico! Es la primera vez que me encuentro con un juguete defectuoso. Señaló, no sin cierta ironía.
Sin embargo, eso no sería esa noche. Inconscientemente, acarició la filosa hoja. La trataba como si fuese la mejor de sus amantes. ¿Y cómo no? Derramaría la sangre de su enemigo. Le conseguiría la victoria para que volviese a casa, donde le esperaban. ¡Qué bien que se sentía tener a alguien! – Esto será rápido, sanguijuela. Es tu noche de suerte. Regresarás al infierno, de dónde no tenías que haber salido. Lanzó la daga con una exquisita puntería. Cada cazador tenía sus hobbies y el de él, consistía en practicar su puntería con los licántropos. Esas jodidas bestias sí que sabían cómo moverse por los bosques, una vez sentían las primeras balas de plata. Observó con socarronería, cómo la hoja desaparecía en la pierna del vampiro. Se incrustó hasta la empuñadura. Aún no estaba seguro de que fuese un vampiro, pero dado que él no había negado su afirmación y, que se encontraba deambulando por las calles a esas altas horas de la noche, para Traian, entraba entre los sospechosos. Además, si estaba equivocado, lo descubriría pronto. Los vampiros sanaban con rapidez. ¿Qué mejor forma de asegurarse que estaba ante un chupasangre que de manera empírica? Si era un humano, siempre podría ir a buscarse a un mejor contrincante. Clavó la mirada en el rostro del ser, pero éste no parecía estar mirando precisamente a él. No. Sí que estaba en la dirección correcta, pero no en el ángulo. Cayó en la cuenta del bastón. Había pensado que eso era parte de su vestimenta. - ¡Esto es fantástico! Es la primera vez que me encuentro con un juguete defectuoso. Señaló, no sin cierta ironía.
Miklós Valborg- Vampiro Clase Media
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