AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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La mariposa recordará por siempre que fue gusano. || Privado - Lucern Ralph.
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La mariposa recordará por siempre que fue gusano. || Privado - Lucern Ralph.
Aquí no pasa nada; mejor dicho, pasan tantas cosas juntas
al mismo tiempo que es mejor decir que no pasa nada.
— Jaime Sabines.
al mismo tiempo que es mejor decir que no pasa nada.
— Jaime Sabines.
Dos días después de un nuevo altercado con su esposo, Claire lucía más como un animal enjaulado que como una madre paciente dispuesta a criar a sus hijos. Tenía las manos transformadas en puño y la mandíbula llena de una creciente nueva colección de sonidos nacida de su insistente manía por presionarla con fuerza y así evitar volver a soltar palabrotas que sobresaltaran a su pequeño León. El niño, como siempre, era ajeno a todo lo que sucedía en su casa y es que quizás aquello era lo único que Claire podría rescatarle a su marido, al menos no le gritaba frente al muchachito, ni tampoco a los empleados. Aunque claro no es como si pudieran hacer oídos sordos a esos desesperantes gritos que la otrora romántica pareja utiliza ahora para comunicarse. Es notorio el cambio en ella, en la forma que tiene de enfrentar lo que sea, pero ya se lo dijo Nigel antes. “Eres una mujer fuerte, vas a saber soportar todo esto” ¿Realmente lo es? ¿Realmente será capaz de seguir aguantando golpe tras golpe? Cada día lo duda más, pero todas esas vacilaciones no le ayudarán a solucionar lo que cree son un montón de problemas fácilmente superables. Claire sigue igual de ingenua que antes, sólo que ahora no sabe si lo es realmente o elige serlo como una medida de protección que ha creado.
Cuando ahora alguien golpea la puerta de ese pequeño salón donde se encuentra, se olvida por un instante de esa copa de vino que tiene sobre la mesa. No ha bebido ni una gota, sólo la tiene ahí como la tentación constante a la que prefiere no sucumbir. Es una metáfora de su vida, mantener cercano algo que desea y sufrir por no poder conseguirlo. ¿A qué nivel ha llegado su masoquismo? Una risa cansada se escapa y acto seguido da la indicación para quien sea que esté al otro lado pueda entrar. Es de día, todas las cortinas de esa habitación han desaparecido y el sol entra a raudales, es tal vez su único escape, ese único escondite a la vista del mundo donde nadie podría entrar mientras estuviera repleto de luz solar, aunque claro, de noche es una historia completamente distinta. El criado le entrega un papel grueso doblado a la mitad, no es capaz de identificar el sello ni tampoco la caligrafía una vez que lo abre, apenas tiene un leve atisbo de reconocimiento mientras lee antes de llegar a la firma que arranca en ella carcajadas. Si se ríe no es tan sólo por el contenido de aquella nota, sino que también por lo irónico de toda la situación. Quizás es aquella la señal que tanto esperaba y también lo que necesitaba para sobrevivir otra noche, por muy gracioso que eso sonara. — ¡Dorothea! ¡Dorothea! — la empleada llega corriendo y Claire la recibe con una sonrisa — Dorothea, arregla mi traje rojo oscuro, ese que está guardado… tomaré un baño y luego me ayudarás a vestime. —
El carruaje la deja justo afuera de la dirección indicada, es justo la hora en que fue citada pero ella prefiere quedarse ahí un poco más y hacerlo esperar por muy estúpido que eso sea. Tiene los labios pintados de carmín y una capa negra que la cubre desde la cabeza hasta los pies. Con aquella prenda encima es imposible ver el escote que muy poco deja a la imaginación y que por sobre todo, deja la suave y nívea piel de su cuello al descubierto. Claire recuerda con claridad el último encuentro que ambos tuvieron y también en las condiciones que se produjo, por lo que tiene claro que aunque él no lo dejara explícito en aquella solicitud, si le pedía verla ahora era bajo circunstancias muy distintas. Es poco probable que él no conozca su nuevo estado civil, especialmente luego de ser comidillo de los chismes al contraer esa unión y también al ser el extraño caso de una cortesana casada abiertamente con un miembro de la realeza. En el interior del teatro alguien la espera y la conduce hasta el escenario principal, camina por el pasillo central y todo luce vacío, apenas iluminado por un leve brillo otorgado por las velas. Justo ahí, al final de todo eso, sentado y de brazos cruzados sin poder otorgarle el conocimiento de cómo se encuentra, está quien ha deseado ver desde el momento en que leyó su letra. — Señor Ralph… — la reverencia es profunda y casi luce como una burla, — debo decir que los años no pasan por usted… es como si nos hubiéramos visto apenas ayer… — la sonrisa de su rostro es genuina, la excitación que logra que su corazón golpee en el pecho también lo es. Tirando de uno de los lazos en su cuello puede abrir su capa, la suelta y esta cae al suelo como un telón que se abre para que la función comience. Claire espera, el cabello suelto le cae más abajo de los hombros, pero no es sólo el largo de su pelo lo que es distinto en ella, también lo es todo lo que ha cambiado su semblante después de casi tres años de matrimonio.
Cuando ahora alguien golpea la puerta de ese pequeño salón donde se encuentra, se olvida por un instante de esa copa de vino que tiene sobre la mesa. No ha bebido ni una gota, sólo la tiene ahí como la tentación constante a la que prefiere no sucumbir. Es una metáfora de su vida, mantener cercano algo que desea y sufrir por no poder conseguirlo. ¿A qué nivel ha llegado su masoquismo? Una risa cansada se escapa y acto seguido da la indicación para quien sea que esté al otro lado pueda entrar. Es de día, todas las cortinas de esa habitación han desaparecido y el sol entra a raudales, es tal vez su único escape, ese único escondite a la vista del mundo donde nadie podría entrar mientras estuviera repleto de luz solar, aunque claro, de noche es una historia completamente distinta. El criado le entrega un papel grueso doblado a la mitad, no es capaz de identificar el sello ni tampoco la caligrafía una vez que lo abre, apenas tiene un leve atisbo de reconocimiento mientras lee antes de llegar a la firma que arranca en ella carcajadas. Si se ríe no es tan sólo por el contenido de aquella nota, sino que también por lo irónico de toda la situación. Quizás es aquella la señal que tanto esperaba y también lo que necesitaba para sobrevivir otra noche, por muy gracioso que eso sonara. — ¡Dorothea! ¡Dorothea! — la empleada llega corriendo y Claire la recibe con una sonrisa — Dorothea, arregla mi traje rojo oscuro, ese que está guardado… tomaré un baño y luego me ayudarás a vestime. —
El carruaje la deja justo afuera de la dirección indicada, es justo la hora en que fue citada pero ella prefiere quedarse ahí un poco más y hacerlo esperar por muy estúpido que eso sea. Tiene los labios pintados de carmín y una capa negra que la cubre desde la cabeza hasta los pies. Con aquella prenda encima es imposible ver el escote que muy poco deja a la imaginación y que por sobre todo, deja la suave y nívea piel de su cuello al descubierto. Claire recuerda con claridad el último encuentro que ambos tuvieron y también en las condiciones que se produjo, por lo que tiene claro que aunque él no lo dejara explícito en aquella solicitud, si le pedía verla ahora era bajo circunstancias muy distintas. Es poco probable que él no conozca su nuevo estado civil, especialmente luego de ser comidillo de los chismes al contraer esa unión y también al ser el extraño caso de una cortesana casada abiertamente con un miembro de la realeza. En el interior del teatro alguien la espera y la conduce hasta el escenario principal, camina por el pasillo central y todo luce vacío, apenas iluminado por un leve brillo otorgado por las velas. Justo ahí, al final de todo eso, sentado y de brazos cruzados sin poder otorgarle el conocimiento de cómo se encuentra, está quien ha deseado ver desde el momento en que leyó su letra. — Señor Ralph… — la reverencia es profunda y casi luce como una burla, — debo decir que los años no pasan por usted… es como si nos hubiéramos visto apenas ayer… — la sonrisa de su rostro es genuina, la excitación que logra que su corazón golpee en el pecho también lo es. Tirando de uno de los lazos en su cuello puede abrir su capa, la suelta y esta cae al suelo como un telón que se abre para que la función comience. Claire espera, el cabello suelto le cae más abajo de los hombros, pero no es sólo el largo de su pelo lo que es distinto en ella, también lo es todo lo que ha cambiado su semblante después de casi tres años de matrimonio.
Claire Quartermane- Realeza Francesa
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Re: La mariposa recordará por siempre que fue gusano. || Privado - Lucern Ralph.
Irritado, esa es la palabra que esconde – y describe a la perfección – el semblante pétreo del conde. Las cartas no han parado de llegar a la mansión Ralph. Una elegante ceja se arquea en su rostro mientras termina de firmar su misiva. Ni siquiera se molesta en levantar el rostro para observar cómo su criado se acerca a dejar otra más de esas malditas invitaciones sobre su escritorio. La noticia de que, finalmente Inglaterra ha conseguido una nueva condesa, se ha propagado por toda Francia y; evidentemente, la crema y nata de la sociedad, compite por ver a cuál de esos eventos decidirá asistir con su muy exquisita y bella dama. Al parecer, habían decidido olvidar sus muy decadentes intentos por hacerlo salir de su ‘escondite’ – esa había sido la palabra que muchas veces les había oído adjudicar a su morada – y recurrir a una nueva táctica. Su recién celebrado matrimonio, habría sido la excusa perfecta si ellos hubiesen sido cómo cualquier otra de las parejas. Lo que los estúpidos mortales desconocían, era que estaban incentivando a la violencia y que él les hacía un magnífico favor declinando o, mejor dicho, ignorando sus ofertas. Había sido el hazmerreír de la sociedad cuando Ágatha decidió no aparecer hacía un año y no estaba de humor para dar lecciones, las cuales sin duda, acabarían con un sin fin de cuerpos drenados. El criado se alejó con sigilo, o lo que él creía era sigilo, ya que como vampiro tenía los sentidos muy desarrollados. – Entrega esto y asegúrate de que sea recibida. James ni siquiera había alcanzado el pomo de la puerta cuando su voz le congeló en el acto. A Lucern le gustaba dar muestras de su poder sin recurrir a sus habilidades. Solo lo que producían sus cuerdas vocales hacía que los demás no olvidasen jamás con qué clase de monstruo estaban tratando. El que ahora contase con una compañera no le hacía menos peligroso. De hecho, cabía la posibilidad de que fuese todo lo contrario. Cuando humano, había perdido a la mujer que había amado al ir tras ella cuando acababa de ser atacado y transformado, condición que desconocía pero que aún se reprochaba porque creía que debía haber sido más cauto e inteligente. Pero nada le sucedía dos veces al conde. Una vez que aprendía de los errores, simplemente mejoraba. Ahora consentía que Ágatha, sería solamente protegida por ese mismo ser que podría causar la caída y destrucción de todos a su alrededor. - Y James, recuerda darle esto a mi mujer. Esa vez, levantó el rostro para clavar sus orbes en los ajenos. Quien pudiera leer sus expresiones, sabría que había un atisbo de diversión bajo el fuego azul verdoso de éstos. Dejó la caja a un lado de la misiva. La condesa sabría agradecer su obsequio.
Se levantó de su asiento, cogió la pesada gabardina que colgaba tras la puerta y salió de la habitación. No iría uno de esos estúpidos eventos, iría a uno propio; uno que sin duda, le resultaría más entretenido. Llegó al teatro cerca de dos horas después. Se había detenido a satisfacer su sed de una pareja que salía del bar que pertenecía a su señora. Por regla general, prefería beber de sus sirvientes, dado que raras veces se aventuraba a la oscuridad. Seis siglos después y la monotonía le había vencido. Se había llevado una gran sorpresa al descubrir que con Ágatha, nada resultaba ser lo mismo. Como dueño del lugar, había dado órdenes estrictas de que esa noche no habría ninguna función. Su administrador no había objetado, aunque tampoco había estado sonriente ante su falta de consideración para con aquéllos que ya habían pagado para ver a los suyos interpretar una atípica y sangrienta obra. El lugar estaba como lo recordaba de la última vez. ¿Cuántos años habían pasado desde que cruzara esas puertas? ¿Habían sido más de dos o tres? Mientras se acercaba hasta el escenario principal, se veía exactamente como quién era, el dueño y señor de todo ese maldito lugar. Incluso las sombras parecían moverse a su antojo. Una media sonrisa estiró sus comisuras, tanto que, la punta de uno de sus colmillos asomó. Percibió la llegada de su invitada mucho antes de que el carruaje doblara, del mismo modo en que su olor le impregnó antes de que se aventurara al pasillo para llegar hasta él. El agraciado latir de su corazón, aparentemente celoso, inició su propia macabra danza. Lucern la había conocido cuando era solo una cortesana, y maldito fuera si no recordaba cuán buen puta había sido. El conde no se molestó en levantarse de su asiento. Odiaba jugar al caballero, sobre todo cuando había conocido a la mujer en cuestión vistiendo nada más que piel. Solo el levantamiento de su ceja fue señal de que había escuchado la burla en sus palabras. – Y usted en cambio, parece otra mujer. Las llamas de las velas solo alumbraban la mitad del rostro del vampiro, creaban fantasmas donde no los había, aunque no pudiese decirse lo mismo de su cinismo. Descendió la mirada y estudió el cuerpo ajeno como quien evalúa una joya que pronto va a adquirir. Deliberadamente, se tardó. Su boca se estiró en una arrogante sonrisa al ver el pronunciado escote de su vestido. – De no haberla conocido, quizás habría caído en el engaño. Miente. ¿Quién no ha oído los rumores que azotan a la familia Quartermane? – Acérquese, Claire. Ya me he alimentado esta noche. Todo parece indicar que, el conde de Inglaterra, siempre sí posee un estrafalario sentido del humor.
Se levantó de su asiento, cogió la pesada gabardina que colgaba tras la puerta y salió de la habitación. No iría uno de esos estúpidos eventos, iría a uno propio; uno que sin duda, le resultaría más entretenido. Llegó al teatro cerca de dos horas después. Se había detenido a satisfacer su sed de una pareja que salía del bar que pertenecía a su señora. Por regla general, prefería beber de sus sirvientes, dado que raras veces se aventuraba a la oscuridad. Seis siglos después y la monotonía le había vencido. Se había llevado una gran sorpresa al descubrir que con Ágatha, nada resultaba ser lo mismo. Como dueño del lugar, había dado órdenes estrictas de que esa noche no habría ninguna función. Su administrador no había objetado, aunque tampoco había estado sonriente ante su falta de consideración para con aquéllos que ya habían pagado para ver a los suyos interpretar una atípica y sangrienta obra. El lugar estaba como lo recordaba de la última vez. ¿Cuántos años habían pasado desde que cruzara esas puertas? ¿Habían sido más de dos o tres? Mientras se acercaba hasta el escenario principal, se veía exactamente como quién era, el dueño y señor de todo ese maldito lugar. Incluso las sombras parecían moverse a su antojo. Una media sonrisa estiró sus comisuras, tanto que, la punta de uno de sus colmillos asomó. Percibió la llegada de su invitada mucho antes de que el carruaje doblara, del mismo modo en que su olor le impregnó antes de que se aventurara al pasillo para llegar hasta él. El agraciado latir de su corazón, aparentemente celoso, inició su propia macabra danza. Lucern la había conocido cuando era solo una cortesana, y maldito fuera si no recordaba cuán buen puta había sido. El conde no se molestó en levantarse de su asiento. Odiaba jugar al caballero, sobre todo cuando había conocido a la mujer en cuestión vistiendo nada más que piel. Solo el levantamiento de su ceja fue señal de que había escuchado la burla en sus palabras. – Y usted en cambio, parece otra mujer. Las llamas de las velas solo alumbraban la mitad del rostro del vampiro, creaban fantasmas donde no los había, aunque no pudiese decirse lo mismo de su cinismo. Descendió la mirada y estudió el cuerpo ajeno como quien evalúa una joya que pronto va a adquirir. Deliberadamente, se tardó. Su boca se estiró en una arrogante sonrisa al ver el pronunciado escote de su vestido. – De no haberla conocido, quizás habría caído en el engaño. Miente. ¿Quién no ha oído los rumores que azotan a la familia Quartermane? – Acérquese, Claire. Ya me he alimentado esta noche. Todo parece indicar que, el conde de Inglaterra, siempre sí posee un estrafalario sentido del humor.
Tarik Pattakie- Vampiro/Realeza
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Re: La mariposa recordará por siempre que fue gusano. || Privado - Lucern Ralph.
Aunque intenta ser falso, el cambio en el humor de Claire se acerca más a lo que realmente siente y no a una estrategia para conseguir algo. No es como si quisiera volver a las antiguas andadas y se estuviera comportando como la cortesana que solía ser, pero es tal vez el hecho de encontrarse con un antiguo cliente lo que despierta en ella la puta que siempre está dormida y que la obliga a dar un paso adelante y detenerse para darle tiempo de seguir mirándola. Quienes subestiman el poder que tienen las prostitutas es porque nunca han sentido la mirada hambrienta de los clientes sobre su piel ni tampoco conocen lo que una mujer es capaz de conseguir sólo separando las piernas y sin abrir la boca. Esta vez, ella sonríe sintiéndose en un lugar en el que no ha estado en mucho tiempo. Los últimos meses se han convertido en una sumatoria de dolores que ahora se asemejan a una espina clavada eternamente, una que no es capaz de sacar y que sólo se sigue enterrando a medida que los grises días pasan. Los labios de la mujer se levantan hasta que en su rostro se asoma algo parecido a una sonrisa verdadera, incluso muestra los dientes y luce como si le pareciera por decirlo menos “graciosa” toda la situación. ¡Cuánto le gustaría a Claire que fuera su esposo quien la contemplara de ese modo! Aunque fuera para enterrar los colmillos en su cuello y transformarla en otro pedazo de alimento más. Pero es imposible, sólo recibe miradas de un azul frío similar al hielo glaciar que nunca ha conocido. Si sigue por ese camino, aquella velada se transformará en polvo acumulado en sus zapatos y perderá la oportunidad de, irónicamente, sentirse nuevamente viva en un sitio donde lo que prima es la muerte.
Su insolencia la lleva caminar hasta estar más cerca de él, se está metiendo voluntariamente en la boca del lobo y en vez de correr o temblar de miedo, prefiere observar en detalles los colmillos de una bestia capaz de devorarla en cuestión de segundos. — Debo reconocer entonces que me siento algo… decepcionada — una nueva, y esta vez, falsa sonrisa se asoma en el rostro demacrado de la joven humana, — esperaba que la invitación fuera para una cena en la que no nos sentaríamos a la mesa precisamente, me preparé para eso tal como recordaba que a usted le gustaba… ¿o es que sus predilecciones ya no son las de antes, señor Ralph? — si una vez Claire odió su humanidad por la debilidad que esta la obliga a poseer, ahora lo hace por no ser capaz de ver en detalle con tan poca luz. Bien sabe ella gracias a sus múltiples preguntas hechas a los ilusos clientes que luego de estar satisfechos eran capaces de hablar de lo que sea, que conoce una de las características de los seres sobrenaturales es la de contar con sentidos más desarrollados además de fuerza creciente y vida eterna. ¡Cuánta envidia les tuvo siempre! Y les tendría también ahora de no ser por su reticencia a dejar a su hijo a tan corta edad en manos de desconocidos. La mujercita suspira y se cruza de brazos, está nerviosa y le molesta la idea de que él pueda notarlo tan fácilmente, quiere saber por qué está ahí, por qué él la citó y si será capaz de seguir hasta el fin con lo que sea que Lucern tiene preparado. —Lucern… — Su voz es un susurro tímido pero está segura de que puede escucharla. —¿Por qué me ha invitado esta noche? No veo que un evento se vaya a llevar a cabo en algún momento… y no es que la idea de verle me resulte desagradable, al contrario… —
Claire toca su cabello en un gesto incómodo que la hace lucir incluso menor, lo hace porque el recuerdo de no sentirse atractiva hace su aparición y le patea la baja dosis de autoestima que aún quedaba en su interior. Claire sabe que es fea, sabe que es una mujer alta y flacuchenta con la piel marcada y el cabello opaco, su sonrisa no es la de antes e incluso sus movimientos parecen menos coordinados. ¿Tendrá su sangre el mismo sabor? — Pero la intriga me ha embargado desde que leí su nota y una duda ha surgido por sobre las demás. — debe darle la espalda y usar aquel escudo como la mejor protección para evitar que la vea de ese modo. Cuando camina hasta encontrar la escalerilla que la llevará al escenario principal, sus pies se mueven lento y los siente como si flotara sobre arena, pequeños granitos que en vez de molestar sólo son un masaje suave. El conde sí parece el mismo de antes, posee la misma estatura que antes, el mismo semblante que antes, pero ninguna de estas características es lo que lo hace destacar de entre los demás. Es todo él, todo en Lucern Ralph parece tan bien puesto que es imposible no mirar la perfección en la suma de sus partes. — Estoy llena de preguntas, señor Ralph, pero me veo en la obligación de pedirle que no hablemos de aquellos temas que pueden resultar tan incómodos… ¿para qué desperdiciar una noche tan maravillosa como esa en algo que podríamos discutir por carta? —internamente cruza los dedos para que no elija esa opción, Claire apenas ha desarrollado la escritura y quizás nunca se ha sentado a terminar una carta con sus propias manos, porque lo que ella puede hacer con sus dedos va mucho más allá de tomar una pluma y mancharse de tinta. Claire aún conserva talentos que Lucern conoce y que espera pueda volver a demostrar una vez más.
Su insolencia la lleva caminar hasta estar más cerca de él, se está metiendo voluntariamente en la boca del lobo y en vez de correr o temblar de miedo, prefiere observar en detalles los colmillos de una bestia capaz de devorarla en cuestión de segundos. — Debo reconocer entonces que me siento algo… decepcionada — una nueva, y esta vez, falsa sonrisa se asoma en el rostro demacrado de la joven humana, — esperaba que la invitación fuera para una cena en la que no nos sentaríamos a la mesa precisamente, me preparé para eso tal como recordaba que a usted le gustaba… ¿o es que sus predilecciones ya no son las de antes, señor Ralph? — si una vez Claire odió su humanidad por la debilidad que esta la obliga a poseer, ahora lo hace por no ser capaz de ver en detalle con tan poca luz. Bien sabe ella gracias a sus múltiples preguntas hechas a los ilusos clientes que luego de estar satisfechos eran capaces de hablar de lo que sea, que conoce una de las características de los seres sobrenaturales es la de contar con sentidos más desarrollados además de fuerza creciente y vida eterna. ¡Cuánta envidia les tuvo siempre! Y les tendría también ahora de no ser por su reticencia a dejar a su hijo a tan corta edad en manos de desconocidos. La mujercita suspira y se cruza de brazos, está nerviosa y le molesta la idea de que él pueda notarlo tan fácilmente, quiere saber por qué está ahí, por qué él la citó y si será capaz de seguir hasta el fin con lo que sea que Lucern tiene preparado. —Lucern… — Su voz es un susurro tímido pero está segura de que puede escucharla. —¿Por qué me ha invitado esta noche? No veo que un evento se vaya a llevar a cabo en algún momento… y no es que la idea de verle me resulte desagradable, al contrario… —
Claire toca su cabello en un gesto incómodo que la hace lucir incluso menor, lo hace porque el recuerdo de no sentirse atractiva hace su aparición y le patea la baja dosis de autoestima que aún quedaba en su interior. Claire sabe que es fea, sabe que es una mujer alta y flacuchenta con la piel marcada y el cabello opaco, su sonrisa no es la de antes e incluso sus movimientos parecen menos coordinados. ¿Tendrá su sangre el mismo sabor? — Pero la intriga me ha embargado desde que leí su nota y una duda ha surgido por sobre las demás. — debe darle la espalda y usar aquel escudo como la mejor protección para evitar que la vea de ese modo. Cuando camina hasta encontrar la escalerilla que la llevará al escenario principal, sus pies se mueven lento y los siente como si flotara sobre arena, pequeños granitos que en vez de molestar sólo son un masaje suave. El conde sí parece el mismo de antes, posee la misma estatura que antes, el mismo semblante que antes, pero ninguna de estas características es lo que lo hace destacar de entre los demás. Es todo él, todo en Lucern Ralph parece tan bien puesto que es imposible no mirar la perfección en la suma de sus partes. — Estoy llena de preguntas, señor Ralph, pero me veo en la obligación de pedirle que no hablemos de aquellos temas que pueden resultar tan incómodos… ¿para qué desperdiciar una noche tan maravillosa como esa en algo que podríamos discutir por carta? —internamente cruza los dedos para que no elija esa opción, Claire apenas ha desarrollado la escritura y quizás nunca se ha sentado a terminar una carta con sus propias manos, porque lo que ella puede hacer con sus dedos va mucho más allá de tomar una pluma y mancharse de tinta. Claire aún conserva talentos que Lucern conoce y que espera pueda volver a demostrar una vez más.
Claire Quartermane- Realeza Francesa
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