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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Invitado Lun Jun 10, 2013 1:31 am


Mátame antes de que yo quiebre tu mente.


El verano se volvía insoportable en esa ciudad, las cortinas de la habitación donde solía quedarse a tomar la siesta se meneaban con un aire caluroso más que refrescante y a eso se le sumaba que la frente de Thompson se viera sudorosa, no solo por el clima, si no la terrible pesadilla que tenía, ese recuerdo marcado de su infancia, cuando Thomasa, su buena y amable Thomasa le había llevado en su regazo alejándole de su padre, ese ser al que odiaba y repudiaba con toda su alma, ¿era una señal?, las facciones del nigromante se descompusieron de inmediato, sentía escalofríos, su respiración se volvió irregular, sangre, ritos, el cadáver de su madre, Thompson se exaltó, levantándose de golpe, pero por su suerte ella estaba ahí, su fiel Thomasa, quien lo recostó en su regazo, le dejo un beso en la frente como si fuera un niño de siete años, le envolvió en sus brazos quitándole el frío que padecía, poco a poco se fue durmiendo y ella se desvaneció con lentitud, para vigilarlo a los pies de la cama. Dos horas después de que el sol había bajado en ese punto medio, donde no se sabe si es tarde o noche el brujo despertó, salió de la habitación encontrándose con una de las sirvientas quien ofrecía algo de comer al nigromante, este se negó, continuó su caminata hasta salir de esa casa, metió las manos en sus bolsillos y vio para todas partes, pensando en donde ir, suspiró con resignación viendo a Thomasa, era como si la mirada se le perdiera en la nada. Admiraba la piel chocolate, sus labios gruesos, sus rizos y su menuda figura. Pero eso le desconcertó al llegar al centro de Paris, no había comido nada y sus entrañas reclamaban por algo de alimento.

Observó los ostentosos restaurantes Parisinos, nada de eso le convencía, eran demasiado caros y a veces la comida no lo valía, pero entro en uno con bastante gente, se guiaba por eso, entre más gente había mejor era. Su lógica estaba muy lejos de la realidad pero eso le importaba muy poco. Se sentó pacíficamente en una mesa, solitario alejado de todo, menos de alguna que otra mirada, pidió algo simple para comenzar, estaba tan aburrido que no pensaba en nada, su mente estaba en blanco, bostezo incluso cuando la comida llego frente a él. Observó el lugar de pies a cabeza, la estructura, hasta que alguien se acercó, era una mesera pidiéndole que si por favor cambiaba de sitio, pero Thompson se negó, siguió comiendo y la mesara no supo que hacer, tampoco deseaba hacer un escándalo, por algo tan simple. Y una tormenta se acercaba, el cielo comenzaba a cambiar de color, no solo porque pronto oscurecería, si no por las nubes, grandes, tempestuosas, negras, el brujo termino de comer, pago lo que debía y al salir del lugar la lluvia comenzó a golpear el suelo empedrado, haciendo pequeños arroyos entre las piernas, el camino ahora sería resbaloso.

La gente se escabullían como, se escondían como ratas por el agua, él seguía refugiado ahí, en ese pequeño techo donde la gente se había acomodado, era uno más de la multitud, uno más de los que no deseaban mojarse. En ese momento sintió apatía por la gente, por todos y se reflejaba en su rostro, sin embargó cuando se disponía a dar un paso para mojarse e ir a casa o al cementerio algo le detuvo, una mirada, una persona, no sabía por dónde buscar, esa sensación extraña de que alguien le miraba. Dejaría que sucediera, que lo buscaran en vez de buscar de quien provenía la sensación. “Debes tener cuidado mi pequeño Thompson”; advirtió Thomasa antes que algo pasará.

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Mensaje por Edée Lun Jun 10, 2013 3:49 am

Everybody stands, as she goes by
Cause they can see the flame that's in her eyes


Con las nubes de tormenta cuajadas de agua y electricidad llegó ella. Sabía que no había en el horizonte amenaza alguna capaz de frenar sus pasos y así avanzaba, compitiendo en fuerza y presencia con los mismos fenómenos naturales, abriéndose paso entre las gentes de París que de forma inevitable volteaban la cara hacia Edée porque no acostumbraban a contemplar personas de su raza fuera del servicio doméstico de sus hogares. Para un observador avezado habría resultado claro que el tono de piel de la mulata era un poco más pálido que el de las gentes oriundas del corazón de África, pero no eran versados en tales lides y tampoco habían viajado tanto como para comparar. Ante sus ojos Edée era una negra que andaba suelta desafiando a todo el mundo, atreviéndose a pisar con sus pies descalzos de sirvienta los mismos adoquines que luego los señores adinerados hollarían con sus botines de charol. Parecía saber antes que los demás que se avecinaba un aguacero y cuándo exactamente descargarían las primeras gotas, ya que caminaba sin apresurarse pero tampoco ralentizando su paso, con el ritmo preciso para encontrar un tejado un instante antes de que la lluvia tomara la capital como un bastión de avanzadilla de una batalla campal.

Si se daba cuenta de que la observaban no demostraba verse afectada, y sus ojos rasgados, oscuros y felinos se mantenían tan fijos al frente que el resto de personas, cohibidas, le abrían paso aún creyendo que aquella mujer no llegaría a su escalón social ni aunque cambiara sus ropas por trajes de seda. Pero la verdad era que Edée no necesitaba adornos, su melena espesa color chocolate le caía como una cascada sobre los hombros - tenía la desfachatez de llevarlo suelto como las chiquillas - y sus gruesos labios no precisaban carmín. Llevaba una blusa ancha que dejaba al descubierto su escote y la exquisita línea de sus clavículas, pero que dejaba a la imaginación todo lo demás. La falda, ceñida a su esbelta cintura, caía luego con el vuelo de una enagua hasta sus tobillos, permitiendo la visibilidad de sus pies descalzos y la pulsera que coronaba uno de sus tobillos. Esa tarde no llevaba otra joya que aquella excepto unos aretes dorados en los lóbulos de las orejas que, en comunión con el resto del conjunto, no dejaban lugar a dudas de que se trataba de una de esas gitanas que leían la buenaventura. ¡Qué vergüenza! Los cuchicheos parecían haberse instaurado desde que era pequeña como la banda sonora que habría de acompañarla toda la vida, pero de nuevo ella estaba impasible ante tal hecho y con su comportamiento hacía germinar una semilla de duda en las mentes cerradas y obsoletas de los caballeros y damas de la alta sociedad. Todos se preguntaban al verla pasar si no era posible que se equivocaran y que, por alguna razón, aquella mulata fuese en realidad una princesa extranjera extraviada con un linaje que competiría en excelencia con el pedigrí del mismo Rey de Francia. Edée, consciente de que la seguridad que demostraba en sí misma era la mejor defensa que podía esgrimir contra el mundo, no permitiría jamás que nadie la viera titubear.

Pasó junto a un puesto de frutas donde tres niños harapientos miraban con hambre la cesta de las manzanas, y como si el mundo entero le perteneciera cogió tres de las más hermosas y se las ofreció. Los chiquillos, sin dudar ni un instante, aceptaron el obsequio y salieron corriendo hacia las sombras donde se ocultan todos aquellos que afean la bucólica estampa de París durante el día y que sin embargo al anochecer hacen de la capital su hogar. El mundo de los proscritos y los marginados era sin duda mucho más interesante que el de los almidonados nobles de opereta, ¿pero cómo podrían éstos comprender? Mientras la gitana deslizaba una moneda en la mano del vendedor de fruta se dio cuenta una vez más de que aquello, el dinero, era lo que volvía a la gente mucho más ciega que cualquier clase de magia que el brujo más experimentado pudiera aprender a conjurar.

Reanudó su marcha y con la misma elegancia innata que acompañaba a todos sus gestos se recogió apenas las faldas y se guareció bajó el techo que adornaba la puerta de uno de los restaurantes de la zona. No había pasado ni un minuto cuando comenzó a llover con un ímpetu que barrió todos los humos de aquellos ricos que tuvieron que dejar de lado sus especulaciones para buscar cobijo junto a los pobres en los mismos toldos. La naturaleza ponía a todos en el mismo lugar sin hacer distinciones, y por eso los animales y los fenómenos meteorológicos gustaban más a Edée que las normas sociales y protocolos vacíos de los humanos. Ella prefería guiarse por otra clase de normas, un decálogo en el que la intuición jugaba mucho papel. Desde niña se había criado con los gitanos y había aprendido de ellos a desarrollar ese sexto sentido que tan atrofiado tenían los que vivían continuamente reprimiendo sus deseos en honor a la moral impuesta por un Dios que para la mulata no significaba nada. Edée sintió el aguijón de esa sensibilidad y se percató de que algo estaba sucediendo a poca distancia de donde estaba parada, quizá apenas a un metro. Su corazón dio ese vuelco conocido de cuando anticipaba que algo fuera de lo corriente estaba a punto de suceder pero no dejó que la emoción se trasluciera en su rostro. Impertérrita, con la estudiada lentitud de quien no teme el paso del tiempo, volteó apenas el rostro para contemplar qué era eso que tenía tan próximo y que agitaba de esa manera el equilibrio de las cosas.

Había un hombre joven de cabello largo y ojos azules que también contemplaba la tempestad. Los tatuajes que adornaban su cuello le conferían un aspecto casi tan exótico como el de la propia Edée, pero no fue eso lo que más atrajo su atención. El desconocido tenía un aura de un tono tan brillante, verde y ácido, que vibraba con fuerza y prácticamente eclipsaba las de las personas de su alrededor. Parecía un alma tan vieja en un cuerpo tan joven que la gitana no pudo evitar queda prendida de su figura, percatándose al cabo de poco rato de un detalle que le había pasado inadvertido en un principio. Al lado del caballero había otra sombra, un destello de aura sin dueño, que parecía rodearlo y darle un matiz hipnótico. La mulata jamás había visto algo igual. Mírame, le ordenó taladrándolo con sus ojos oscuros y penetrantes, vuélvete.
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Mensaje por Invitado Sáb Jun 15, 2013 10:05 pm

¿Peligro? , se preguntó Thompson deteniéndose de golpe, sin voltear, quería ver a su querida, pero eso era casi imposible con la mar de gente que había ahí, tan solo paso su lengua sobre su comisura derecha, enarcó una ceja y se volteó, finalmente se atrevió a buscar quien era quien lo llama, pero la percepción de un hombre está siempre más apagada que la de una mujer, el entorpecimiento de nigromante se podía notar, ¿dónde había alguien diferente, alguien que destacase de esas figuras  grises?, cerró los ojos y la lluvia se detuvo, se sintió como Dios, pues ese era uno de sus pequeños deseos y sin saber se había cumplido. Pero el orgulloso brujo no dejo que ella le indicará de dónde provenía aquella ‘molestia’ que sentía desde que había salido de aquel restaurant. “Deja que te ayude, deja que te indique, una pista, solo eso te daré”, pero él negó, cuando la lluvia cesó la gente comenzó a caminar a salir de sus escondites para poder irse, para vaciar al final las calles, entre seda, encajes, sombreros, abrigos y suciedad no podía percibir nada, salvo una chica de cabellos dorados, de mejillas sonrojadas, casi como si tuviera fiebre o como si hubiera sido expuesta al sol, parecía que traía un par de melocotones, ella clavaba sus ojos en él, esos ojos verdes, esa mirada de pena y coquetería que a él le valía, realmente una chica ‘blanca’ no era de si interés y menos si pertenecía al estatus más alto, le aburría, ellas solo querían casarse con un buen hombre, engendrar hijos, quedarse en casa y esperar, ¿qué esperaban?, eso no lo sabía él, si bien era cierto que Adam tenía una personalidad machista no la demostraría con una mujer como aquella. El brujo caminó pasando de la mujer, le interesaban por alguna razón, (y esto podía considerarse fetiche o algo psicológico), las mujeres de tez morena, de color chocolate, cualquiera que le conociera bien, diría que era porque estaba casi ‘enamorado’ de la mujer que aparentemente no existía. Pero eso era ‘harina de otro costal’, al ir caminando, al ir con su torpeza por aquel arrollo de gente, esa mirada, esos ojos, esa piel, le dejaron perplejo, sintiendo escalofríos, ansiedad.

Esos grandes y expresivos ojos se clavaban en la figura de Adam,‘¿Es ella?’, preguntó finalmente al espíritu y ella le contesto positivamente, el nigromante dio el primer paso en dirección de lo que parecía una diosa, una mujer sencilla, de ropajes típicos de los gitanos, sus vestimentas , su esbelta figura podía llenar por completo las pupilas del nigromante, esas curvas preciosas, esos labios anchos, gruesos, carnosos, no podía verla de otra manera que no fuera sexual, al fin y al cabo era un hombre y todo en su mente se había difuminado para crear la figura de ella, de ojitos negros, de piel gitana, estaba hechizando con sus caderas al brujo, ni él podía escapar de esos encantos, estaba perdiéndose. Para él, encontrar a una mujer así era un misterio, parecía tener un aire de libertad, una fortaleza que su raza le había dado. Quería desnudarla, no solo físicamente, su llamado había sido escuchado y Adam quizás estaba siendo dominado, iba sucumbiendo, el caminar se volvió lento, pesado, cada segundo era un martirio, pero finalmente estuvo delante de ella, decir que su corazón palpitaba al mil era una mera exageración, eso no pasaría.  Tan solo era la atracción que en ese momento sentía.

Unas pequeñas gotas volvieron a caer y eso le hizo refugiarse a su lado, su perfume era extraño, no la observó durante ese momento, ni siquiera le saludo, tan solo junto sus manos cerca de sus labios y soplo dentro de estas para poderlas calentar, las froto y finalmente le observó.–Supongo que te gusta la lluvia, el frío y todo este circo natural –no tenía modales a pesar de ser de clase alta, odiaba las formalidades, Thomasa había desaparecido, o eso le pareció, como si ese momento fuera íntimo, suspiro, y después de hacerse el ‘amable’, frunció el ceño, sus facciones se endurecieron y se puso frente a ella –Esos ojos oscuros, tan hermosos, delicadamente redondos se han clavado en mi figura, no quiero caer en la típica acusación, sé que no eres bruja, pero, ¿de verdad me has llamado?. –Thompson le tomo de la barbilla, clavo sus ojos azules sobre aquella mirada, como si la estuviera castigando y uno que otro volteaba a ver que sucedía ahí con ellos, cuchicheaban, rumoreaban e inventaban haciendo más escándalo, la verdad es que él estaba perdido, como si sus ojos fueran una selva negra, espesa, que te atrapa, una sombra que te absorbe, ¿qué misterios habían tras ese rostro moreno?

Thomasa, aunque no muy lejos, se encontraba viéndole, preguntándose si Adam estaba consciente de lo que hacía, ella se preocupaba porque su pequeño y malcriado ‘Thompson’ no faltara al respeto a la gitana, ella misma sabía de las calamidades, de todo lo malo que el mundo y las personas que creen tener clase ejercían poder sobre gente como ellos, esclavos, sirvientas, había de todo y desconocían de muchas cosas más. Incluso ella, al escapar con el pequeño en sus brazos fue acusada, ultrajada, también estaba deseosa de saber qué historia había tras ese rostro que le parecía como un espejo en el pasado.
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Mensaje por Edée Lun Jun 17, 2013 2:18 pm

Las vidas de las personas y las historias más pintorescas estaban entrelazadas tan a menudo que Edée no podía concebir la existencia sino como un compendio de los cuentos más diversos que la imaginación de un escritor omnipresente había capitulado bajo el hábil rasgar de su pluma de cisne. No sabría precisar si había nacido ya con el don de percibir las auras de todos los seres que la rodeaban o si aquella visión especial se había desarrollado cuando los gitanos la acogieron. Su madre había muerto siendo ella tan pequeña que su juicio todavía no era más que niebla y el mundo un borrón de colores y sombras que aún no tenían ningún nombre. Edée no recordaba a esa esclava tan dolorosamente joven y con la piel oscura y salvaje del África donde nació, asi como tampoco recordaba su muerte y su breve paso por las manos de las señoras que regían la casa de caridad donde la sirvienta había ido a terminar sus días. Ellas se habían encargado de encontrarle a ese bebé mulato una troupe de gitanos - marginados y proscritos - que sabían que la acogerían sin tener en cuenta sus orígenes ni su raza.

Los zíngaros habían dado a Edée mucho más que un hogar, o quizá podría decirse que le habían dado todo excepto eso. La querían y no podía quejarse del trato recibido, pero era bien cierto que cuando culminaba el día y los demás niños de la tribu regresaban con sus padres ella se quedaba sola, cenaba en la mesa de la familia que le hubiera hecho una ración de más y después dormía en el vagón asignado a los funambulistas porque le gustaba más al estar lleno de telas de colores que parecían velos de princesa mora. Edée se crió entre historias inventadas por su imaginación y sazonadas por todo lo que aprendía en las vueltas nómadas de su clan por casi todos los países en el recorrido habitual del circo. Amaba los objetos que encontraba y las cosas inertes con un sentimiento que el resto de personas guardaban para sus parientes y amigos cercanos, pues si bien era cierto que la muchacha siempre fue sociable jamás se la vio especialmente cercana a ningún miembro de la troupe. A ningún miembro humano.

Desde bien niña había sabido integrar al aspecto de las personas la luz de su aura como algo igual de natural que mirarles a los ojos. Para alguien no iniciado aquello podía parecer extraño pero para los que tenían el don era lo mismo que ver las otras partes que componían el cuerpo de sus semejantes, y más aún, de las criaturas sobrenaturales. El destello que envolvía como un abrazo las figuras de todas las gentes de la Tierra era de unos colores tan ricos que la mayoría de ellos ni siquiera tenían un nombre descrito. Cada cual acababa por domar su aura y pintarla de una miríada de tonos de intensidad variable y preciosa que ayudaban más que ninguna palabra a definir a su portador. Edée no podía ver la suya propia, pero esperaba que actuase en su nombre como una declaración de intenciones: férrea y espesa como su voluntad, etérea como sus pies danzantes y salvaje como su corazón. Lo que sabía con seguridad era que no tendría nada parecido a lo que estaba viendo en aquel hombre joven que había llamado tan poderosamente su atención.

Como si siguiera el curso de sus pensamientos el brujo se volvió y caminó hacia ella casi al mismo tiempo que la lluvia clareaba. Alguien, jugando a ser titiritero de las inclemencias, había decidido que su encuentro transcurriría mejor sin distracciones meteorológicas, tan solo sus dos fuerzas midiéndose y casi olfateándose con curiosidad. La gitana quiso preguntarle directamente por qué le estaba permitido tener aquella chispa de luz accesoria que parecía haberle robado a otra alma, pero desde luego comenzar así una conversación con alguien - aunque pareciera tan peculiar como el ser que tenía delante - no se ajustaba lo más mínimo a los dictados lógicos de la sociedad. Clavó en él sus ojos oscuros y pudo sentir la grandeza espiritual del brujo de igual modo que al oír un trueno se aventura la magnitud de una tempestad. Sus pies no retrocedieron, y como si llevara tiempo esperando aquella cita alzó el mentón justo a tiempo para que él lo tomara entre sus dedos. - Paso mucho tiempo en el circo. - Contestó.

Era extraño en ella permitir que un desconocido tuviera contacto físico con su piel sin interponer ninguna queja o directamente alejarse, pero Edée sabía cuándo estaba tratando con mezquinos y cuándo soportar la cercanía merecía la pena. Necesitaba saber más, y por eso no le importó que el hombre la increpara con aquel tono casi grosero. Sus ojos azules intentaban indagar dentro de ella como puñales que se abrieran paso entre sus ropas, pero la gitana interpuso un muro creado con sus orbes negros y detuvo su avance, como si de una lucha se tratara. Ni siquiera parecía consciente de que otros les observaban. - Monsieur. - Comenzó con un delicado tinte burlón en sus palabras. - Cualquiera diría que el brujo eres tú. - No había empleado a propósito el usted más formal porque no le debía ningún respeto a aquel que se atrevía a interrogarla de aquella manera, pero tampoco había ninguna acusación implícita necesariamente en su frase. Quedaba manifiesto que la condición de practicante de brujería no significaba nada peyorativo para Edée y que más bien al contrario constituía un motivo entre otros de curiosidad.
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