AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Temporada de seis años
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Temporada de seis años
La escuela primaria es una de las etapas más importantes en nuestra vida. Ahí aprendemos a sumar, restar, multiplicar y dividir. En esos años nos enseñan la historia de nuestro país y sus leyes. Conocemos sobre el cuerpo humano y sus funciones; nos aplicamos a un método de enseñanza que los adultos nos imponen. Jugamos y nos divertimos. En algún momento, hicimos a nuestros amigos más importantes. Todos alguna vez nos enamoramos, y pensamos que nuestro primer amor sería el último, y que duraría por siempre. Cuando eramos niños, todo era más sencillo... ¿o no?
...
— ¡Ven acá, estúpida pulga!
Si sus piernas fuesen un poco más largas, o no tropezara con todo lo que encontrara en su camino, podría fácilmente perder a la niña que lo perseguía con tanto empeño. Ella, a pesar de tener una complexión robusta, tenía las piernas más largas, y por algún extraño motivo, no parecía cansarse en su tarea diaria de perseguirlo por toda la escuela. Viró en el edificio "B", donde se encontraba su salón, y trepó tan rápido como pudo una empinada colina llena de rocas y hojas secas. Hubiese dado lo que fuera porque el recreo durara solo cinco minutos. Miró hacia atrás, y suspiró aliviado cuando comprendió que al fin la había perdido. ¿La habría agotado? Quizás se despistó un momento y no pudo seguirle el ritmo.
Del otro lado del edificio, y con la respiración entrecortada, se encontraba aquella alta, robusta y muy cansada niña de ocho años. El uniforme, que constaba de una simple camisa blanca de manga corta y una falda en tablas gris, estaba tan arrugado que parecía haberlo pisoteado durante horas. Su madre la mataría... o peor aun, la haría aprender a planchar por si misma. Suspiró, frustrada como nunca. ¿Por qué debía ser tan tonta? ¿Por qué debía arruinarlo todo el tiempo? Casi no podía creer que lo había estado persiguiendo durante veinte minutos, sin tregua, por una cosa tan superficial.
Veinte minutos antes, justo cuando todos los niños salían corriendo de sus aulas de clases rumbo a la cooperativa escolar, esa niña de ojos grandes y boca pequeña se topó con un grupo de chicos de su edad. Todos ellos eran más bajitos que ella, lo cual no era de extrañar, pero fue uno el que llamó su atención. Era, demás de bajito, un poco rellenito como ella, con una piel pálida y unos ojos oscuros tras unas gafas de montura negra; su cabello era negro azabache, y su expresión era de timidez pura. Nada más verla, los niños la miraron con mala cara.
— ¡Corran! ¡Es hora del recreo y la bruja gorda debe querer comernos! —se burló uno de ellos. La niña le lanzó tal mirada de odio, que éste dio un traspiés hacia atrás, pero puesto que la sobrepasaban en número, no se retiraron.— Vamos, si ella llega primero nos quedamos sin desayunar.
Cuando los chicos estuvieron lo suficientemente divertidos para marcharse, alguno de ellos murmuró algo como "ni siquiera parece una chica con esa cara de simio", lo que fue la gota que derramó el vaso. La chica se plantó frente a ellos, enfurecida, y levantó los hombros.
— ¡¡Quien dijo eso, tontos enanos!!
Los niños, sorprendidos y molestos, se enfundaron en una infantil pero apasionada discusión sobre el comportamiento que debía tener una niña real. En medio de la pelea, alguien empujó al niño de lentes hacia adelante, que parecía aterrado frente a la presencia de la iracunda pelinegra. Ella lo miró un momento con verdadero odio, con más desprecio que a ninguno de los demás. Él, asustado, retrocedió, y los otros chicos comenzaron a reír con fuerza.
— ¡Eres tan fea y gruñona que nunca vas a casarte, Adalid! —se burló el chico más alto del grupo, que casualmente era el de rostro más apuesto. La niña, tomada por sorpresa, aplacó la ira un momento, con una desagradable sensación en el pecho. Todos ellos parecieron darse cuenta y agregaron: "¿qué niño la querría?", "¡me da mucho miedo!", "de verdad que no parece una niña", "miren al pobre Marcos, parece que lo hará llorar...". Aquello último arrancó un jadeo a la chica, que fijó su mirada en el azabache y, como si este quisiera confirmar el comentario, se escondió tras dos de sus compañeros.
No parecía demasiado lógico, pero tras un par de segundos, se encontraba en una persecución donde todo lo que deseaba era atrapar a ese niño y molerlo a palos. ¿Por qué? ¿Por qué no paraba de correr incluso cuando ya se había cansado? ¿Qué le haría en realidad si podía cogerlo de la camisa blanca? No quería hacerle daño, ni que nadie más lo hiciera. Le había dolido ver su rostro de miedo, y como una completa tonta, lo había agredido. Ahora si que debía odiarla.
Cuando ella se detuvo, miró al cielo azul, que parecía inmutable, a pesar de que pronto llegaría el verano. Subió al árbol que estaba tan cerca de su salón y se quedó recostada en una de sus ramas, a poco más de un metro del suelo. Meditó sobre lo que hacía cada día desde los años anteriores, cuando conoció a Marcos. Lo insultaba y perseguía, se ganaba su miedo cada vez más, y temía que un día, él se marchara por su culpa. Si era así... ¿cómo podría llegar a decirle lo mucho que le gustaba?
...
Bien, espero les haya gustado este corto pero curioso reltato/fanfic/cuento/cosa rara(?). No estoy segura de que sea, puesto que pretendo publicar más como este sobre mis días en la primaria xD! Verán, este fin de semana me encontré con este chico, Marcos, luego de 6 años (Si, sé que no les interesa(?) ), y me despertó muchisimos recuerdos de esta época que, en lo personal, me pareció la más linda. Pretendo contar relatos sobre este tipo de "amor de niños", de amigos, de aventuras infantiles y eso.
Nunca había escrito nada que tuviera que ver con niños, así que intentaré apegarme a la realidad! >w<
Sin más, gracias por leer hasta acá!los violaré
...
— ¡Ven acá, estúpida pulga!
Si sus piernas fuesen un poco más largas, o no tropezara con todo lo que encontrara en su camino, podría fácilmente perder a la niña que lo perseguía con tanto empeño. Ella, a pesar de tener una complexión robusta, tenía las piernas más largas, y por algún extraño motivo, no parecía cansarse en su tarea diaria de perseguirlo por toda la escuela. Viró en el edificio "B", donde se encontraba su salón, y trepó tan rápido como pudo una empinada colina llena de rocas y hojas secas. Hubiese dado lo que fuera porque el recreo durara solo cinco minutos. Miró hacia atrás, y suspiró aliviado cuando comprendió que al fin la había perdido. ¿La habría agotado? Quizás se despistó un momento y no pudo seguirle el ritmo.
Del otro lado del edificio, y con la respiración entrecortada, se encontraba aquella alta, robusta y muy cansada niña de ocho años. El uniforme, que constaba de una simple camisa blanca de manga corta y una falda en tablas gris, estaba tan arrugado que parecía haberlo pisoteado durante horas. Su madre la mataría... o peor aun, la haría aprender a planchar por si misma. Suspiró, frustrada como nunca. ¿Por qué debía ser tan tonta? ¿Por qué debía arruinarlo todo el tiempo? Casi no podía creer que lo había estado persiguiendo durante veinte minutos, sin tregua, por una cosa tan superficial.
Veinte minutos antes, justo cuando todos los niños salían corriendo de sus aulas de clases rumbo a la cooperativa escolar, esa niña de ojos grandes y boca pequeña se topó con un grupo de chicos de su edad. Todos ellos eran más bajitos que ella, lo cual no era de extrañar, pero fue uno el que llamó su atención. Era, demás de bajito, un poco rellenito como ella, con una piel pálida y unos ojos oscuros tras unas gafas de montura negra; su cabello era negro azabache, y su expresión era de timidez pura. Nada más verla, los niños la miraron con mala cara.
— ¡Corran! ¡Es hora del recreo y la bruja gorda debe querer comernos! —se burló uno de ellos. La niña le lanzó tal mirada de odio, que éste dio un traspiés hacia atrás, pero puesto que la sobrepasaban en número, no se retiraron.— Vamos, si ella llega primero nos quedamos sin desayunar.
Cuando los chicos estuvieron lo suficientemente divertidos para marcharse, alguno de ellos murmuró algo como "ni siquiera parece una chica con esa cara de simio", lo que fue la gota que derramó el vaso. La chica se plantó frente a ellos, enfurecida, y levantó los hombros.
— ¡¡Quien dijo eso, tontos enanos!!
Los niños, sorprendidos y molestos, se enfundaron en una infantil pero apasionada discusión sobre el comportamiento que debía tener una niña real. En medio de la pelea, alguien empujó al niño de lentes hacia adelante, que parecía aterrado frente a la presencia de la iracunda pelinegra. Ella lo miró un momento con verdadero odio, con más desprecio que a ninguno de los demás. Él, asustado, retrocedió, y los otros chicos comenzaron a reír con fuerza.
— ¡Eres tan fea y gruñona que nunca vas a casarte, Adalid! —se burló el chico más alto del grupo, que casualmente era el de rostro más apuesto. La niña, tomada por sorpresa, aplacó la ira un momento, con una desagradable sensación en el pecho. Todos ellos parecieron darse cuenta y agregaron: "¿qué niño la querría?", "¡me da mucho miedo!", "de verdad que no parece una niña", "miren al pobre Marcos, parece que lo hará llorar...". Aquello último arrancó un jadeo a la chica, que fijó su mirada en el azabache y, como si este quisiera confirmar el comentario, se escondió tras dos de sus compañeros.
No parecía demasiado lógico, pero tras un par de segundos, se encontraba en una persecución donde todo lo que deseaba era atrapar a ese niño y molerlo a palos. ¿Por qué? ¿Por qué no paraba de correr incluso cuando ya se había cansado? ¿Qué le haría en realidad si podía cogerlo de la camisa blanca? No quería hacerle daño, ni que nadie más lo hiciera. Le había dolido ver su rostro de miedo, y como una completa tonta, lo había agredido. Ahora si que debía odiarla.
Cuando ella se detuvo, miró al cielo azul, que parecía inmutable, a pesar de que pronto llegaría el verano. Subió al árbol que estaba tan cerca de su salón y se quedó recostada en una de sus ramas, a poco más de un metro del suelo. Meditó sobre lo que hacía cada día desde los años anteriores, cuando conoció a Marcos. Lo insultaba y perseguía, se ganaba su miedo cada vez más, y temía que un día, él se marchara por su culpa. Si era así... ¿cómo podría llegar a decirle lo mucho que le gustaba?
...
Bien, espero les haya gustado este corto pero curioso reltato/fanfic/cuento/cosa rara(?). No estoy segura de que sea, puesto que pretendo publicar más como este sobre mis días en la primaria xD! Verán, este fin de semana me encontré con este chico, Marcos, luego de 6 años (Si, sé que no les interesa(?) ), y me despertó muchisimos recuerdos de esta época que, en lo personal, me pareció la más linda. Pretendo contar relatos sobre este tipo de "amor de niños", de amigos, de aventuras infantiles y eso.
Nunca había escrito nada que tuviera que ver con niños, así que intentaré apegarme a la realidad! >w<
Sin más, gracias por leer hasta acá!
Yuna Rutledge- Gitano
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Fecha de inscripción : 30/01/2013
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