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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Bruno Ponte Lemaere Vie Jun 14, 2013 6:13 pm

No podía ser más feliz.

Era un 14 de Junio de 1800 en el que los Ponte Lemaere estaban en los sembradíos, los mayores vigilaban a los pequeños y Bruno Ponte Lemaere, estaba intentando besar apasionadamente a su mujer, pero el ruido constante de sus tres hijos hacia que parara en el intento. Esto le hacía reír sin más dilación sobre el cuerpo de su mujer, este se reincorporo lentamente para sentarse y quedarse apoyado contra la maleza del árbol. Tomo una manzana a la que probo bocado-..Oh, querida, las manzanas están buenas en esta época del año…-Dijo mirando la belleza de su esposa, esta estaba esplendorosa, tenía una sorpresa para ella pero era más bien entrando en la noche. Ahora daba otro mordisco a la manzana, sonriendo y vio cómo su hijo Alexandre de cinco años se le acercaba con una sonrisa de oreja a oreja.

-Padre…Tengo pipi…pipi, pipi, pipi….

-Ya, ya, ya…ya te escuche…-Suspiró, pero no sabía qué hacer en un momento así, miro a su esposa con una cara de “ayúdame, esto es raro para mi” y entonces, Alexandre tiraba de la mano de su padre, insistiéndole en que lo acompañara, pero entonces a lo lejos, vio a Dominique que estaba sola, y acercándose al borde de un estanque -¡Dominique! –Grito alto y claro, la niña estaba sumida en su reflejo.

-¡Petes! ¡Petes! –Dijo la pequeña y adorable niña de tres años. Dominique era una niña de ojos azules, grandes y expresivos que con sus cabellos castaños se diferenciaba de su gemela Amélie quien era rubia y como su madre. Esta entonces pensó en que deberían tener en cuenta que no las podían dejar solas. Vio a Amélie que estaba con su muñeca de porcelana, y ya desesperado, fue bajando la colina hasta que logro llegar a tiempo, cogió en brazos a Dominique y ella seguía mirando los “petes” que para ella eran los peces que había en el estanque.

-Sí, mira…-se arrodillo en el suelo de hierba verde, bajo a Dominique pero la mantuvo cerca para que no cayera dentro del agua-…Mira, los peces…-acentuó la palabra-..son de colores…-rió al ver que su pequeña aplaudía y sonreía con esmero, casi pataleaba de pie cerca de su padre al escucharle hablar.

-¡Petes! ¡Lo petes! Zon de cololes! –Dijo con aquella voz que tanto le caracterizaba. Bruno estuvo un rato con Dominique que después vio a lo lejos como Alexandre bajaba la colina y que quería acercarse hacia donde estaban ellos. Termino por ver que su hijo se acercó a ambos, este metió la mano, espanto a los peces y Dominique comenzaba a llorar porque los peces había desaparecido al  ser asustados. Bruno tomo en brazos a su pequeña y comenzó a mecerla como su intuición le decía que lo hiciera, la beso en la frente y tomo a Alexandre de la mano para apartarlo de ahí, se acercó a su esposa y se sentó al lado de Amélie, junto a sus hijos, todos a su alrededor. La pequeña Dominique se bajó y gateo hasta quedarse en el regazo de su madre, Alexandre tomo de la manta de picnic una manzana.

El día parecía ir normal por el momento, pero Bruno intentaba vigilarlo todo, que nada saliera mal para ese magnífico día de sol en los campos de París. Los viñedos que había conseguido su mujer recuperar poco a poco, estaban cerca de donde almorzaban en esos momentos. Dominique miraba a su padre y después  a su madre. Este la miro algo sonriente y al minuto solo se tapó el cuello de la vista de su hija menor. No quería que viera nada sospechoso. No siendo tan joven.


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Mensaje por Anne-Sophie D'Ponte Lun Jul 01, 2013 6:18 pm

Sophie disimulaba su incomodidad. El aire libre le gustaba, pero no que sus hijos anduvieran correteando, ensuciándose y llenándose de enfermedades, mientras su marido, como si el mundo fuese sólo de ellos dos, intentaba besarla. Si bien le seguía la corriente, sus sentidos estaban puestos en sus retoños, que pululaban a lo largo del espacio verde y que aparecían y desaparecía de su visual con gran facilidad. Si hubiera sido por ella, los mantendría dentro de una habitación pulcra y bien higienizada, para que no padecieran, sin embargo, sabía que la vida se trataba de dejar partir y no de retener, por más que llevase ese peso en su alma como un piano de cola clavado en el pecho. Sonrió a su esposo y tomó una manzana cuando él se dignó a dejar de aprisionarla contra el firmamento. Los años la habían vuelto más quisquillosa de lo que hubiera deseado, y sus sentidos, siempre alerta, puestos en los tres motivos de su existencia. Sophie le temía a Bruno con la misma intensidad que lo amaba, y por ello, en ocasiones se veía atrapada en una encrucijada ante las actitudes que adoptar frente a él. Con el tiempo, había aprendido que su rol de esposa sumisa era lo que mejor encajaba, y que nunca debía ser arisca, pues se le había entregado en pecado. ¿Sentía culpa por ello? Quizá si…

Su niño se acercó y ella con la mano los despidió. Respiró profundo, aliviada. Le dio otro mordisco a la manzana y se quitó un par de ramitas que se le habían enredado en la cabellera rubia. El corazón se le aceleró y se le paró a la vez, pudo sentir el pedazo de fruta trabarse en su garganta, al ver a su pequeña hija inclinada sobre el estanque. Apoyó una mano helada en el pasto, para levantarse, pero Bruno ya había acudido en ayuda de Dominique. Soltó el aire mientras sus músculos, que estaban tensionados, se relajaban nuevamente. Tragó varias veces para calmar el dolor punzante, y se dio suaves golpecitos en el pecho. No se había percatado del pequeño corte en uno de sus dedos, y chupó la sangre que emanaba del tajo en la yema del inicial izquierdo.

El sol otoñal les brindaba un día cálido, el cielo estaba limpio de nubes y su azul fulgurante parecía rendirse ante el brillo del gran astro rey. El canto de los pájaros le llegaba desde arriba como una catarata de risas suaves. Alzó su cabeza y pudo ver algún que otro plumaje aletear entre las ramas del árbol que la cobijaba de los rayos. Tomó su mantilla verde agua de un costado, y se la colocó en la cabeza. Tenía una piel muy delicada, y la cuidaba del Sol, pues éste hacía que se le oscurecieran las pecas que le recubrían el rostro, el pecho, los hombros, algunas se perdían en los brazos y en la espalda. Recordó que su madre también tenía esa característica en la piel, y apretó el puño, intentando borrar su imagen. Ella la había traicionado muriéndose, su padre y todos los que ella algún día quiso, también habían conspirado. Lo único que tenía en el mundo eran los retoños frutos del amor matrimonial, y la sorprendió darse cuenta que con eso le bastaba y le sobraba. ¿Y Bruno? Sophie se dijo que podía faltarle cualquiera, incluso su esposo, menos sus hijos.

Amélie se sentó a su lado, y Sophie le armó una rápida trenza y se la colocó a un costado, sobre el hombro derecho. La niña apoyó su cabecita en el regazo amplio de tantas enaguas, y la mujer le delineó las facciones con una mano. Le tarareó una canción que había aprendido en el convento, siempre intentaba inculcarles a sus hijos la religión católica, y podía sentir cómo su hija comenzaba a adentrarse en la duermevela. Su voz sonaba baja y clara, y a pesar de no ser una prodigio, la nena parecía estar a gusto. Bruno y sus otros hijos, irrumpieron el instante de paz, y Amélie terminó por despertarse. Se restregó los ojos con ambas manitos, y le dio un beso a Sophie, que aceptó con una amplia sonrisa y los párpados bajos.

Repartió sándwiches para los tres pequeños, y no pude detener a Dominique, cuando ésta se acomodó en su regazo. La llenaría de migas, y eso no estaba bien en una dama… <<Hay tiempo para convertirla en una>> pensó con resignación, y le colocó otra mantilla a la nena, que tenía también la piel muy delicada. La niña les contó sobre cada pez que vio, y gesticulaba con sus manos, hablando de los más chicos y los más grandes. Era la verdadera animadora, y su entusiasmo fue tal, que terminó durmiéndose sobre el pecho de Sophie, chupándose el dedo gordo. Ella se lo sacó lentamente, y cuando intento llorar, le acaricio las mejillas para que siguiera soñando. Los otros dos no tardaron en acompañar a Dominique.

Bruno, no deberíamos tener nuestros instantes románticos teniendo a los niños tan propensos a cualquier peligro —se sentía culpable. Se mordió el labio, se sonrojó y bajó la vista, no quería disgustar a su marido.


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Mensaje por Bruno Ponte Lemaere Lun Jul 15, 2013 2:48 pm

Su mirada se dirigio a su mujer que parecia que lo iba a asesinar si se dedicaba de nuevo a hacer acto de presencia de algun acto romantico con ella-...¿Y ahora? -se acerco a ella para propinarle un beso fugaz pero bien sensual en sus labios, demostrando el amor que la procesaba lentamente y con cuidado de no despertar a sus hijos. Estando en ese momento tan meloso para ambos, Bruno decidio parar al ver que uno de sus hijo se despertaba de repente, El pequeño Alexandre se habia despertado y se habia acercado a su padre para poder abrazarse a él.

-...Papa...-Alexandre miraba a su padre mientras lo abrazaba-...He tenido un mal sueño....-Dijo casi con la voz rota, Bruno miro a Sophie que este puso una cara preocupada y cuando miro a su hijo solo lo abrazo contra su pecho con suavidad, sentandolo en su regazo-...No llores querido...-con el pulgar limpio las lagrimas del pequeño mientras este sollozaba-...Tienes que ser el hombrecito de la casa y ser fuerte, aunque las lágrimas no hacen a uno menos fuerte, es más, demuestra que uno tiene sentimientos...-sonrio mirando a su hijo con una calida sonrisa, beso la frente de su hijo y lo acuno hasta que se tranquilizo lo suficiente para que guardara silencio y dormido sobre el cuerpo de su padre.

-....Tienes razon...-suspiro-...reservemos los arrumacos para otra ocasion...-termino por reirse con suavidad por dar la razon a su mujer que este termino por mirar hacia un lado, estaban alejados, asegurados pero nunca vendria mal -....Querida...procura quedarte con los niños...Ire a vigilar el perimetro...-se quedo mirandola fijamente, tomo su mano delicadamente y se la beso lentamente-.....mmmm huele de maravilla....-susurro contra su piel, se fue levantando tras dejar a Alexandre con su madre y fue a revisar si todo estaba en orden.

Había algo en el ambiente que le hacia estar intranquilo.


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Mensaje por Anne-Sophie D'Ponte Dom Sep 01, 2013 11:30 am

Ser madre no era una tarea sencilla, pero ella la disfrutaba sin pesar, aceptando la responsabilidad que ella poseía, y compartiéndola con su esposo. No podía negar, aunque jamás se atrevería a confesarlo, que una puntada de celos le golpeaba el estómago cuando uno de sus hijos, recurría a Bruno y no a ella ante algún malestar. Observó la escena lidiando con sus emociones, pero ganó la contienda el orgullo que le nacía del alma al ver a su marido ser un padre tan maravilloso, y el profundo amor que él le inspiraba. Su sonrisa, que en un momento se había convertido en una forzada, mutó a una sincera, que le iluminó sus ojos tristes. Recibió el mimo de Bruno con un gesto cariñoso que consistió en apretarle la mano y acariciarle, levemente, los nudillos con el pulgar. Asintió con su cabeza, y recibió a su pequeño Alexandre en brazos. Ambos observaron al hombre de la casa partir, con su porte gallardo y postura firme. Jamás dejaría de asombrarse del atractivo de él, era todo lo que alguna vez soñó, lo que un día olvidó y lo que reencontró de manera tormentosa.

Sophie apoyó la cabeza del niño en su pecho, le acarició el cabello hasta que volvió a relajarse. Algunos suspiros, vestigios del llanto anterior, arremetían contra su cuerpito, pero, rápidamente, le dio paso a la tranquilidad. Las mellizas despertaron al unísono, estirándose y llamándola, a lo que Alexandre la apretó para que no se apartase de su lado. El nene no lo había expresado, pero, su instinto de madre le dictaba que él sentía que su sitio había sido, de cierta manera, diezmado por esos dos pequeños monstruitos que eran sus hermanas. Sophie reconoció aquellas dos actitudes –la de ocultar emociones y la de los celos- como propias, y pensó que eran vetas que su pequeño debía modificar para no sufrir tanto en la vida. <<Nadie nos pertenece por completo, mi amor. Y podemos lastimar y lastimarnos si somos así>> caviló mientras depositaba un beso en la frente del menor. Se incorporó para acomodarlo a su lado.

Acarició los rostros de Amélie y Dominique, acomodó sus mechones desprolijos, y les besó las mejillas cuando éstas se acercaron a su rostro. Tomó un pañuelo, lo mojó en agua, y le limpió los rastros de sus travesuras traducidos en pequeñas manchitas de tierra en los dedos, en los pómulos y en la frente. Ellas aceptaron entre risas y quejándose de cosquillas que, seguramente, no sentían, pero eso obligaba a Sophie a provocarlas de verdad. Sus risas frescas le llenaban el alma, y que Alexandre se uniera, aún más. Tras repartir leche para las nenas y jugo para el niño, se percató que su marido se había demorado más de la cuenta para ser un simple paseo. Desestimó algún inconveniente con un leve movimiento de cabeza, pero tras repasar que todo estuviera en orden, tocó la campanilla y una de las domésticas apareció rápidamente. Le ordenó que se quedase con los pequeños, mientras ella iba en busca de su esposo.

Lo encontró de espaldas, le había costado encontrarlo en el jardín extenso y repleto de libustrines y plantas de lo más diversas. El espacio tenía lomas, y lo descubrió con las manos en los bolsillos, observando el horizonte. Se preguntó qué se cruzaría por la mente de Bruno, pero se reprendió por querer inmiscuirse en asuntos que eran privados, no era de buena esposa hacer eso. Sabía que él había notado que se acercaba, pero, así y todo, no se había movido de su postura. Sus brazos le rodearon la cintura y apoyó el lado derecho de su cara en su espalda. Ella era una mujer de estatura media, sin embargo, él era muy alto, le llegaba a los omóplatos. Cerró sus manos alrededor de su vientre, y acompasó su respiración a la de su marido. Un leve canto de los pájaros llenaba el silencio, y Sophie era invadida por una paz casi desconocida.

Me preocupé lo que no venías —susurró tras varios minutos de tranquilidad. —¿Estás bien, cariño? ¿Hay algo que te preocupa? —le depositó un beso sobre la ropa, haciéndole comprender que podía contar con ella.


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Mensaje por Bruno Ponte Lemaere Jue Sep 12, 2013 3:18 pm

Sentía a su mujer a sus espaldas, sintiendo que el peligro parecía irse de ellos, solo esperaba que hubiera dejado a los niños con alguna doncella--…Están a salvo ¿querida? Digo los niños…-Dijo con palabras suaves que se asemejaban al roce del terciopelo, llevo una mano a las de su mujer que no evito mostrar un gesto de excitación al sentir la suavidad de estas. Era cierto que de un modo u otro, siempre cualquier cosa acerca de su mujer le resultaba excitante, algo prohibido que siempre sería un novicio y que cuando la prueba nunca la quiere volver a dejar escapar y ya sus dos manos acariciaban la suavidad de la piel ajena.

-Había notado un cambio en el aire…un cambio en la dirección del viento…y en donde he podido sentir algo de inquietud, pero ha debido de disiparse….-suspiro mirando hacia abajo, mirando hacia las manos de su mujer, vio el anillo de diamantes que le regaló, el anillo que la marcaba como suya, de SU propiedad. Sujeto la mano con la delicadeza que le correspondía y lentamente fue besándole el dorso, posando la textura de su reseca boca contra la suavidad de la mano-….Mis labios parecen estar secos contra la tersidad de la mano tan delicada que tienes…-susurro observándosela, para después hacer el recorrido desde la mano hacia sus ojos pasando por brazo, codo, hombro clavícula y cuando estuvo finalmente frente a ella, cara a cara, sus manos ásperas se posaron con sutileza  sobre la fina y esbelta figura de Sophie-….¿Volvemos con nuestros hijos? Deben de estar exasperados de no saber dónde estamos…-Dijo antes de abrazar con ternura a su mujer y a la única mujer que era especial para él.

Solo antes de que ambos perdieran la oportunidad de estar a solas un momento, aprovecho su galantería para usarla con ella, comenzando a besar sus labios lentamente mientras subía sus manos por su espalda, lentamente y dándose el tiempo del mundo en explorarla de nuevo, besando sus labios para que sus manos terminaran detrás de sus orejas, acariciándoselas para después dar tiernos y escuetos besos en aquellos bellos labios rosados- Te Amo…Sophie…y nunca lo haré mejor que nadie….-susurro en su oído, propinándola después un tierno y cariñoso beso en la mejilla, termino por abrazarla después pero lentamente la tomo de la mano. Tampoco quería agobiarla con lo pasional que él era la mayoría de las veces, sabia de su actitud reservada y eso él lo respetaría aunque su mujer lo volviera loco…y refiriéndose a “loco” sabiendo que tras la transformación, su mujer se volvió extremadamente hermosa. Imposible que ningún varón de clase alta o media, o baja no se fijara en su belleza con lo que le sacaba algún que otro pellizco de malas pulgas al licano del cual se trataba que era su esposo.

Pero en menos que duraba un soplo al viento, su intuicion licana cambió en menos de un segundo, haciendo que su rostro enamorado se tornara en una preocupada, precavida y con el cejo fruncido como pensando que algo o alguien los estaba vigilando.

-Vuelve con los niños....-Dijo bastante lineal, sin mirar a su mujer-.....Vuelve a casa.


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Mensaje por Anne-Sophie D'Ponte Jue Nov 28, 2013 6:48 pm

Le extrañaba la actitud paranoide de Bruno, él era precavido, pero no de aquella manera que la asustaba. Sophie no se había percatado de ningún rastro extraño en el aire, a pesar de haber concentrado sus sentidos en ello. Asintió cuando su esposo le preguntó por el bienestar de los niños, y lo dejó hacer cuando la acarició y besó. Ella era una mujer de ardor medido, no por falta de amor, sino, porque prefería la soledad de la intimidad para desatar su pasión. Consideraba vulgares las muestras excesivas de afecto en un sitio que estaba a merced de la vista de cualquier empleado que por allí anduviese. Moriría de la vergüenza si alguien los pillase besándose, como si fuesen dos lujuriosos incontrolables. Agradeció que él la conociese tanto y no tardara en separarse.

Ella era consciente del hecho de que su posición era peligrosa. Bruno trabajaba para la Inquisición, y era claro que nadie podía enterarse que ella y su primogénito compartían su condición sobrenatural. Sin embargo, nunca faltaba el curioso que escuchaba de más, ni el informante que susurraba los oídos correctos y desmoronaba la felicidad ajena. Ellos habían aprendido a vivir en armonía, y nadie más conocía aquel secreto, que de saberse, se convertiría en un arma de doble filo. ¿La obligarían a unirse a filas o la torturarían? ¿Y a Alex? Muchas veces había soñado que al ser él tan sólo un niño, no serviría para nada, y el Santo Oficio terminaba asesinándolo como a un gato callejero. Aquel pensamiento le erizó la piel, pero lo disimuló perfectamente.

Desvió sus ojos donde Bruno no pudiera adivinar aquello que la turbaba. Una suave brisa le meció la falda, y bajó los párpados escasos segundos para embriagarse con el perfume de las flores de aquel maravilloso jardín. Sólo junto a él hallaba paz, a pesar de sentirlo tensionado. Se dio cuenta de que no quería apartarse de su lado, que no quería volver con sus hijos, quería quedarse allí, con Bruno, tomados de la mano, abrazada a su cuerpo cálido y fuerte, con el rostro pegado a su pecho, con su nariz olisqueando su cuello perfumado. Se dio ese último gusto. Con la punta de la nariz, le rozó la garganta, y su olor, no el artificial de una fragancia enfrascada, sino, el de su piel, ese que era sólo suyo, le arrancó un suspiro.

Estiró su mano y con el pulgar acarició su entrecejo, para borrar la expresión preocupada que estaba a punto de unir sus cejas. Bajó, con su índice, a través de su nariz y lo depositó en sus labios, los cuales delineó. Le tomó el rostro con las manos, se puso en puntas de pie y lo besó con castidad. Se incorporó, con una leve sonrisa. No quería pensar en el hecho de que alguien estuviese intentando irrumpir en la armonía que habían conseguido tras tanto dolor, tras tanta adversidad, y detestaba cuando Bruno ponía aquel gesto, la angustiaba de sobremanera.

Bruno, por favor, antes de volver con los niños, intenta serenarte. Sabes lo sensibles que son, y no quiero que noten nada raro en ti —a pesar de haber querido sonar con dureza, estuvo a punto de quebrársele la voz.

No espero contestación, giró sobre sus talones y emprendió el camino de regreso. Su andar fue lento, esperando que su esposo la siguiese, pero no fue así. Cuando las mellizas la divisaron, corrieron a prenderse de sus faldas. Sophie tomó a cada una de la mano, y se unieron a Alexandre, que engullía una naranja. Le chorreaba el jugo por los dedos, y se perdía en los puños de su saco. La rubia le lanzó una mirada fulminante a la empleada, que se apuró a limpiarlo. Luego pidió permiso para llevar al pequeño a ponerse ropa limpia, que Sophie le concedió con una gélida afirmación. ¿Tan difícil era cuidar de la higiene? Las órdenes eran muy claras, a nadie le costaba acatarlas, sin embargo, no faltaba quien faltase a sus tareas al creer que nadie los observaba. Lamentablemente, para los trabajadores de la mansión, ella siempre estaba, los escuchaba, olía y observaba. Cuando la doncella y Alexandre cruzaron la puerta, ella relajó sus hombros y se sentó junto a sus hijas. Comenzó a trenzarle el cabello a Dominique, mientras Amélie esperaba su turno, con sus ojitos clavados en las manos de su madre.


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Mensaje por Bruno Ponte Lemaere Sáb Dic 07, 2013 7:02 pm

Regresó con un GRAN ramo de flores, con variedad y ya reviso de por sí que no hubiera ningún que otro insecto entre las flores. Estaba seguro y se dirigía, llevaba varios ramos de hecho. Uno grande para su mujer y otros dos más pequeños para las niñas, mientras que para su heredero pensó que mejor le daba un regalo más seguro. Quizás un libro que ahora no tenía a mano. Enseguida se acercó al grupo de su familia que enseguida, su hijo comenzó a correr hacia su padre, se abrazó contra las piernas de este para después sonreírle y después volver hacia donde estaban sus hermanas y su madre.

-Querida…Recogí varias flores…serían un buen adorno para las trenzas que estás haciendo…-sonrió pues se dio cuenta del detalle con sus hijas. Un poco de elegancia natural vendría bien en el cabello de ellas, pensó – Sí, no te preocupes, ya me aseguré de que no hubiera ningún insecto…-Termino por acercarse a su esposa, sentándose a su lado termino y poso un ligero y escueto beso sobre la superficie de su mejilla sonrosada.

-Amélie ¿No quieres que te haga una yo? –Pregunto su padre pensando en si así pudiera enganchar a su hija, la respetaba, tenía gran parecido en su madre conforme al carácter, tan recta, reservada y siempre en su sitio para su edad. Aquello le asustaba a veces. Pensaba que se estaba esforzando demasiado en vez de disfrutar de una infancia que sabía que algún día la perdería, como cualquier adulto que fuera mucho más alto y con más experiencia que ella misma. De cualquier modo, podría decepcionarla...-Mmm olvida lo que te dije…no tengo las manos tan hábiles como tu madre para fabricarte tal adorno en el pelo…-termino con ciertos pucheros, en broma obviamente para hacerlos reír, pero al parecer solo hizo sonreír y reír a su pequeña Dominique. Esta estaba encantada con la trenza que le estaba haciendo su madre, veía a Amélie, con ansias de querer ser la siguiente, estaba a punto de conseguir su turno, y Bruno no pudo más que reír al ver la ansiedad de su pequeña, pero en lo que terminaba de reírse, vio a su hijo acercársele, sentarse entre sus piernas y acurrucarse en el fuerte pecho de su padre.

Aquella escena enternecía cada fibra sensible de su ser con sus hijos y más haciendo esas muestras de afecto, termina por abrazarle con un brazo, protegiéndole de cualquier peligro. Seguramente estaba quedándose con la copla de que todo estaba en calma, pero no, seguía su intuición de que algo estaba a punto de ocurrir, ¿pero el que? No veía indicios de que algo pudiera ocurrirles en verdad, estaban tan tranquilos que recordó aquello. Antes de la tormenta, viene la calma y así es como estaban en ese mismo instante. En calma, disfrutando de un día de campo en familia.

–Ufff…-Murmuro, resoplando como si no viniera la cosa y solamente estaba abrazando a su hijo, con cuidado de no aplastarlo con su fuerza y le acariciaba su suave cabello alborotado castaño/rubio. En realidad, cuando el sol se reflejaba en los cabellos de su pequeño, parecía que ardían del brillo que adquiría las hebras de su corto cabello...pero que se peleaba por estar revuelto – Hijo...péinate..-intento peinarle un poco con las manos hacia un lado, pero nada. Volvía a recolocarse como si hubiera sido culpa de un huracán en su cabeza.


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Mensaje por Anne-Sophie D'Ponte Lun Ene 06, 2014 9:42 am

Las manos de Sophie jugaban con las hebras del cabello de la dulce Dominique. Su pequeña la desarmaba, era un caramelo que se derretía, una cucharada de miel. Siempre risueña, alegre, canturreando por lo bajo, dando saltitos. Estaba ansiosa porque su madre terminase de peinarla, pero la mujer se tomaba su tiempo, acariciando su sedosa cabellera, y disfrutando de cómo la niña le preguntaba a cada segundo “¿cuánto falta, mami?” y ella sonreía, diciéndole que poco. Amélie las observaba, esperando el momento en que su hermana se alejase escasos centímetros, para ella dar un salto y acurrucarse contra su mamá para que la peinase. Las tres mujeres de la familia, observaron a Alexandre volver hecho un príncipe, y corretear hacia su padre, que caminaba hacia ellas. Las mellizas no se movieron, demasiado expectantes de lo que su mamá hiciera, aunque les brillaron los ojos al ver las hermosas flores que Bruno traía en sus manos.

¿Qué se le dice a papá?

¡Gracias, Papi! —exclamaron las dos niñas al unísono.

Dominique empezó a decir qué flores quería. Las rosas, no, mejor las amarillas, y así fue repitiendo todos los colores, hasta que se pusieron de acuerdo en que le pondría una de cada una. Sophie rió por lo bajo cuando Bruno le ofreció a Amélie que él oficiara de coiffeur. El gesto de desconfianza de la pequeña, estuvo a punto de arrancarle una carcajada. Luego de dar por terminada la trenza de Dominique, se dispuso a escoger unas cuantas florecillas, que engarzó con manos ágiles a lo largo del peinado. Le gustó el resultado, colocó la trenza en un costado, y tomó un espejo de su bolso, para que su hija la observase. La nena exclamó de alegría, y se abrazó a su papá, preguntándole si le gustaba.

Alexandre se sentó junto a ella, mientras comenzaba a trenzar el cabello de Amélie. Sophie sentía una gran paz cuando estaba junto a su familia, no eran muchas las oportunidades que tenían de estar los cinco, el trabajo a Bruno lo mantenía ocupado, su tiempo libre era escaso, y generalmente, estaba cansado. Ella se hacía cargo de la crianza de los hijos, del cuidado de la casa, tal como le habían enseñado, y cuando Dios la bendecía con un recreo de su vida cotidiana, visitaba algunos restaurantes para sugerir vinos que acompañaran comidas, y degustaba platillos deliciosos de los más destacados cheff de Europa, que se hacían cita en París. Esos momentos, tan escasos, de independencia, le hacían plantearse si llevaba la vida que deseaba. Luego, las caritas de sus niños y la de Bruno, se presentaban frente a sus pensamientos, y olvidaba cualquier duda existencial. Ellos eran lo que más amaba, por lo que daría su vida de ser necesario.

Estás hermosa, hija —finalizó la trenza, dándole un beso en la coronilla. Atrajo a Alexandre, y también lo besó. Dominique reclamó su parte y la recibió. El mayor se llevó a sus dos hermanas de la mano, a corretear por allí. Sophie se quedó contemplándolos, a la distancia —A veces me parece mentira que estén tan grandes. Siento que fue ayer que aún eran unos bebés… —suspiró y estiró su mano para tomar la de Bruno. — ¿Puedes decirme qué te sucede? No me gusta que me ocultes cosas — luego se arrepintió de lo que dijo, ella era su esposa, nada más, y él no tenía por qué compartir sus intimidades. —Lo siento, no debí decir eso —lo soltó.


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Mensaje por Bruno Ponte Lemaere Lun Feb 03, 2014 4:00 pm

A veces se centraba tanto en protegerlos, que se olvidaba de lo demás.

Tres de ellos eran licántropos, pero unos con menos experiencia que otros y con menos primaveras cumplidas. Su pequeño que estaba jugando a lo lejos con sus hermanas, estaba feliz, más en cambio, noto que su mujer estaba preocupada porque él no le contaba nada en absoluto. Era su mujer, pero antaño se había enamorado de cómo era, no de su belleza aparte de que hacia un “plus” y porque la dejo en cinta, no le dio una luna de miel adecuada. Quiso que descansara, que le conociera aún más de lo que se conocían para cuando paso todo-…Solo…pensaba en nosotros…-sonríe-…Antes te contaba todo…y me distraje de una cosa que aparte de mi esposa, eres mi compañera, mi más leal amistad que tengo por ahora…

Observo aquella dulce pero preocupada mirada de su esposa-….El que se disculpa soy yo…-Un casto, pero nada escueto beso se posó sobre los labios ajenos de su esposa, de su Anne-Sophie, SU Sophie, acariciaba lentamente su mejilla de nuevo con el suave roce de su pulgar-…y ese brillo que se te pone en tus ojos al preocuparte, ensombrece mis ánimos…ya que mi único anhelo en vida es que tengáis todo lo que necesitéis para llevar una vida completa…y plena…como una familia, ¿sí? –Dijo con voz calmada, volviéndola a besar pero esta vez sobre la superficie de su frente.

Dios y cualquier deidad existente de cualquier religión le bendijera por haberla encontrado aquella noche en el convento-…aunque…ando solamente en guardia, será costumbre por las múltiples batallas las cuales no detallaré, sé que te disgusta un poco escuchar algo…-Se interrumpió a sí mismo al notar como su hijo Alexandre le rodeaba la pierna con una sonrisa de oreja a oreja….y embadurnado de tierra. Bruno solamente lo miro con cara de pocos amigos, tanta fue la impresión para el pequeño, que comenzaron sus ojos a lagrimar, avecinando las lágrimas -…Ni se te ocurra llorar hijo…-jacto a su hijo-….¿Que ha pasado? ¿Y tus hermanas? –Preguntaba mirando al pequeño, vio que detrás llegaban sus hermanas pero en mejor estado -…¿Por qué no puedes comportarte como tus hermanas? –Se agacho a la altura de su hijo que estaba haciendo pucheros, este suspiro, saco un pañuelo y fue limpiándole la tierra de la cara, a limpiarle las lágrimas-…Vamos Alexandre, eres un Lemaere, el orgullo de tu padre….-termino por poner ambas manos en las mejillas sonrosadas de su hijo, apoyando su frente contra la del pequeño, intentando no contagiarse de la empatía del pequeño-….El hombre de la casa nunca llora…y tú tienes que cuidar siempre a tus hermanas y a tu madre cuando yo no esté….-Aunque para eso faltara muuuuchisimo tiempo, Bruno le dictaba a su hijo lo que tenía que ser cuando fuera hombre, su hombre del cual tenía que sentirse orgulloso.

-¡Pero Papi!-Dominique llego con la trenza intacta al igual que su hermana-…..Alexandre vio una cría de lobo y estuvimos….-Dominique paro de hablar en cuanto su padre se quedó mirándola, se acercó a ella y la acerco a su madre-… ¿Pa-papi?
-Chequéala de que no tenga nada sospechoso…-Después Bruno tomo el brazo de Amelié y le dijo lo mismo a su mujer, tomo a su hijo de la mano para que le guiara hacia donde habían visto a esa “cría” con la que jugaron durante bastante rato mientras él se ponía meloso con su esposa, pero allí, al fondo vieron varias crías de lobo en donde más cerca había una pareja joven que parecía tener unas especias de correas diseñadas para los animales. Se sintió como si a él mismo le pusieran una correa y le domesticaran, como si su “otro” yo, sintiera que le estaban domesticando cuando el alma lycan era libre para ser un mismo ser y no tener reglas que seguir –Alexandre…quédate cerca…-señala lentamente a las crías y a esas personas-….¿Son aquellas crías con esas personas? –Bruno miro a su hijo, este vio que asentia para después agacharse nuevamente a su altura-….Nunca…Jamás, hablen con unos extraños ni jueguen tampoco…-suspiro-…Volvamos con tu madre…-Antes de que volvieran hacia atrás, Bruno pudo sorprenderse del emblema que vio en una de las bolsas de aquellas personas. Los colmillos Blancos. Pensó que se habían extinguido.


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Mensaje por Anne-Sophie D'Ponte Dom Mar 30, 2014 7:26 pm

A Shophie siempre le parecía que Bruno presionaba demasiado a Alexandre. Era tan sólo un niño, y cargar, desde tan temprana edad, con el peso de la herencia de ser un ejemplo de corrección y honrar un apellido del cual, casi ni era consciente, lo consideraba demasiado. Pero su rol era callar y dejar que su esposo tratara a sus hijos como él consideraba mejor. Era consciente de su posición de inferioridad, más allá de que Bruno fuese un marido espléndido, que no hacía notar aquella diferencia, salvo que llegaran a los límites de una discusión, que finalizaba cuando la rubia agachaba la cabeza, como correspondía. Era una mujer de gran carácter, pero también había sido criada en las tradiciones, y a pesar del desliz que la había llevado a contraer nupcias de manera apresurada y abandonar la vida religiosa hecha una tromba, conservaba sus remilgos y reservas, tal como le habían inculcado. De todas maneras, sabía que no lo hacía con malas intenciones, sólo que ella era demasiado sobreprotectora con sus tres hijos. Internamente, consideraba que eran más suyos que de él, pues los había albergado en su vientre y parido con dolor. Claro que eso era algo de lo que no hablaba, ni siquiera con su confesor. Tenía pavor a que la excomulgaran, sabía lo ortodoxos que podían ser muchos curas.

También le preocupó la idea de unos lobos, aunque subestimó, por unos segundos, la apreciación de sus hijas. Podían tan sólo ser unos cachorros crecidos, y ellas estaban exagerando. Se agachó para revisarlas, aunque era una obviedad que se encontraban en excelentes condiciones, y que sólo el mayor había hecho migas con las criaturas. Las niñas, que al principio parecían muy entusiasmadas con el descubrimiento, se fueron apagando a medida que Bruno y Alexandre se alejaban. Las zancadas de su esposo denotaban su preocupación, y Sophie no pudo más que agudizar el olfato, y encontrarse que en el aire, y no muy lejos de allí, aquellos canes confirmaban la versión de las mellizas. Si bien era ella la que siempre ponía el grito en el cielo de preocupación, intentó mantener la calma, pues era su marido el que ese día estaba extraño, sumergido en un halo de misterio que en nada lo caracterizaba dentro de su vida familiar. Y si bien su justificación eran las preocupaciones de su rol y proteger a su familia de no ser descubierta, sabía a la perfección que algo más estaba oculto bajo su ceño fruncido.

Cuando los vio regresar, se puso de pie y tomó a cada nena de una mano. Dominique a la izquierda y Amélie a la derecha. Ellas intentaron ir hacia su padre, pero Sophie las detuvo. Ellas captaron inmediatamente la tensión que flotaba alrededor del matrimonio, y no les extraño cuando la rubia llamó a la institutriz para que se llevara a los tres inmediatamente adentro, ya con órdenes de bañarlos y alistarlos para la cena. Esperó a que sus hijos se adentraran en la mansión, y el silencio que reinó entre Bruno y Sophie se volvió sepulcral, sólo interrumpido por el canto de las aves que surcaban el cielo, trasladándose entre los árboles y  picoteando el verde césped. Ella se acercó al licántropo y envolvió su brazo con los suyos, apoyó la cabeza en su hombro.

No me gusta indagar, no quiero parecer insistente, ¿pero puedo saber qué está pasando? Tú estás pensativo, reaccionas como un loco con Alexandre —alzó la vista— casi lo llevas a rastras. Y luego, vuelves con una expresión que en nada se asemeja a la habitual. Sé que tienes preocupaciones, y también olfateé a los lobos de los que las niñas hablaban, pero debemos preservar a nuestros hijos de nuestras preocupaciones, al menos, la mayor cantidad de tiempo que podamos —suspiró. —Sabemos que no es fácil nuestra posición, que si alguien llegase a enterarse de mi condición y la de Alexandre, te verías en serios problemas, y es por eso que necesito saber si debo estar alerta o seguir con mi vida normal —lo soltó y se puso frente a él— Necesito que seas sincero, Bruno. Prometo nunca más inmiscuirme en tus cuestiones, pero al menos, por ésta tarde, ábrete conmigo.


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Mensaje por Bruno Ponte Lemaere Lun Mar 31, 2014 12:20 pm

El rostro serio de Bruno observaba el implorante de su mujer, aquella fémina por la que haría cualquier cosa por verla feliz. Suspiro con sequedad. Sin ganas, pero él se lo repetiría a su mujer –Discúlpame por inmiscuir a los pequeños….Sabes que no es mi intención…pero me preocupo igual que tú te preocupas por todo lo que les concierne…-Supuso que en aquel parque ya no estaban alrededor de miradas infantiles o de miradas piadosas - …..Me abro contigo…pero te sumerges en preocupaciones que no te dejan ver que quiero compartir contigo cada segundo de mi vida….-Dijo con calma, acariciando el mentón con el índice y el pulgar, besando su frente-….Pero no…-Llevo su propio rostro para pegarlo con el de su esposa-….Esos lobos…son licántropos…embellecidos por la maldición de la licantropía como lo somos nosotros….pero estos a los que he visto hoy, pertenecen a un clan licano, no enemigo, sino de lineación neutral……lo que significa que pueden inclinarse con el enemigo o con un aliado….-murmuró para después mostrarle una sonrisa tranquila-…Dicho clan se les llama como los Colmillos Blancos…un club de aficionados…-Sonrió para poder animar a su esposa, quien la notaba débil en su estado anímico.

-….Aparte….me gustaría que hicieras algo a partir de ahora…-Las manos que acariciaban con lentitud el rostro de Sophie, fueron lentamente por su cuello, observando esa mirada parda de su mujer, posando sus manos sobre los frágiles hombros de su cuerpo-….Siempre….te seré sincero. No tengo porque ocultarte cosas ni tengo porque tener dudas de contarte nada que sea o no importante. Eres mi esposa…pero como dije…-sonríe-…Eres mi más querida y amada Sophie….No hay ninguna posición social que me guste más que en la que estoy contigo cada noche…-murmuro suave sobre el oído de su mujer mientras la atraía de repente de la cintura hacia él, terminando por quedarse abrazado a ella en un abrazo protector-….Pero si te confieso que mi verdadera preocupación...la única que tengo es a la de perderte porque creas que no te cuento todo...lo necesario para que confíes en mi….-Sus manos subieron por su espalda, una volvió a quedarse sobre la base de la espalda de Sophie, la otra le acariciaba los pelillos de la nuca suavemente mientras con sus labios le besaba lentamente por su rostro-….Te amo…más que a mi propia vida…-susurró sus palabras en un siseo de serpiente, volvía a abrazar a Sophie con sus brazos para finalizar con un beso en los labios ajenos con lentitud.

Se separó de los ajenos.

Se quedó observando muy de cerca a su amada Sophie.

-Siempre Sophie…pregúntame tus inquietudes y curiosidades….-La seriedad volvió a su rostro pero no porque estuviera preocupado, sino, porque así era él mismo. La seriedad era parte de su tranquilidad  -….No solo estamos unidos ante Dios…-rio-…Dios me oiga ahora, pero él y ni nadie me supera….ya que yo soy el mismísimo Dios que se refleja en el espejo cada día….y…-sonríe de lado para acercarse al oído de su esposa-….él que tiene el mayor tesoro de todos….-Beso el lóbulo de la oreja de Sophie tras decirle aquello, refiriéndose a que ella era el “tesoro”.


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