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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Anabeth Valmont Lun Jun 17, 2013 8:22 pm

"Todas las cosas fingidas caen como flores marchitas, porque ninguna simulación puede durar largo tiempo."
Cicerón




Hay muchas religiones en el Mundo y también muchas culturas, todas diferentes, pero en cada lugar de este mismo Mundo, siempre se ha reconocido lo mismo y es que todos saben que no se debe escupir al cielo, pues el escupitajo se te puede regresar... en medio de la cara.

No hacía una semana que Anabeth Valmont se había mudado a la fantástica casa de su ahora prometido. Una fabulosa construcción ubicada en una concurrida calle de la capital. Ni siquiera había acabado de acomodar sus pertenencias y Astor ya salía de casa en uno de sus tan recurrentes viajes de negocios, dejándole a ella sola. Nada malo, a decir verdad le convenía que él se fuera de casa por largos periodos, ya que era mucho más fácil salir de noche y hacer su trabajo tranquila en vez de estar inventando historias que ocultasen su verdadera profesión.

Acababa de salir del cuarto de baño, con la bata de seda, para sentarse frente al tocador y comenzar a cepillar su cabello, mas de pronto sintió esa punzada molesta, ese instinto mudo de querer voltear al percibir una mirada ajena. Lo hizo, y fuera en la calle, sentado en la acera, un hombre, con aspecto de vagabundo, evitaba su mirada volteando hacia la calle. La rubia lo observó por un momento y luego regresó a su cepillado, no pasando mucho tiempo más en volver a sentir la misma sensación, que le hizo ponerse de pie e ir a cerrar las cortinas.

No podía evitarlo. Sentía una especie de rechazo innato hacia la gente pobre. Era como si temiese a que la pobreza fuese contagiosa, ya que se sabía cerca de ella, aunque claro, eso era algo que jamás reconocería, porque ante todos quienes le conocían con su natural cabello dorado, ella seguía siendo la muchacha altiva de la alta sociedad, y fingiría serlo hasta que ello volviese a ser una realidad.

Pasó el día trabajando en ella misma, volviendo a ponerse bella, cuidándose la piel, los cabellos reales y también aquellos falsos que utilizaría esa noche, como tantas otras. Salió de casa con la barbilla en alto y sin mirar a nadie cuyo bolsillo no pesara más que el suyo. Llevaba puesta una capucha de color lila oscuro con la que se abrigaba del clima y también se tapaba los cabellos que ahora eran oscuros. Esa noche se hizo un buen lote de dinero y regresó a casa antes de despuntar el alba. Las calles solitarias estaban aún oscuras, mas casi al llegar a casa comenzaron a seguirla. Miró hacia atrás, podía sentirlo pero no estaba segura de si en verdad le seguían o simplemente es que tenían el mismo camino, así que cruzó la calle, y el hombre también lo hizo. Apuró el paso, volvió a cruzar y él hacía lo mismo. Echó a correr y nuevamente sus pasos tuvieron eco. Corrió todo lo que pudo, pero los tacones no eran buena compañía y el malhechor pronto le interceptó. Anabeth sólo alcanzó a gritar una vez antes de que él le tapase la boca.

«No, por favor, no... el dinero no» pensó al sentirse acorralada bruscamente entre una pared y una navaja. Se golpeó fuerte en la cabeza, quizás hubiera sido lo suficientemente potente como para dejarle inconsciente, pero la peluca y el verdadero cabello abultado bajo ésta, hicieron un verdadero amortiguador para su conciencia. Sólo un enmudecido quejido escapó de su garganta y el hombre le advirtió que no hiciera ruido antes de comenzar a tocarle en busca de dinero y algo más.

Impotencia, miedo y también soberbia. Sentía de todo y ninguna sensación era capaz de dominar a las otras, todas luchaban por ser la más intensa, la más desgarradora. Era desesperante y fuese lo que fuese, deseaba que pasara luego o que el cuchillo la matara antes de que lo hiciera el dolor de su cuerpo, pero... ¿morir así? Sola, en la calle y con esa doble vida acuestas ¡jamás! Así que volvió a abrir los ojos con ese determinación que le caracterizaba, pero entonces, todo pasó demasiado rápido...



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Mensaje por Brandon Acklang Dom Jun 23, 2013 2:17 pm

...


Última edición por Brandon J. Acklang el Vie Oct 11, 2013 9:48 pm, editado 1 vez
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Mensaje por Anabeth Valmont Dom Jul 14, 2013 12:19 pm

"La soberbia es el vicio más frecuentemente castigado, y, sin embargo, el más difícil de curar."
Nicolás Tommaseo




Un desconocido de apariencia andrajosa indicándole que se quedara callada, otro desconocido de mejor apariencia pero peores intenciones, una roca en la cabeza del segundo y un cuerpo inconsciente en el suelo; todo en menos de tres segundos y ella por poco se orina ahí mismo. Se quedó helada y quita como una estatua marmórea robada del Louvre, sus ojos que siguieron la trayectoria de la caída del hombre inconsciente y el sube y baja de su pecho eran lo único que afirmaban que no se trataba de una muñeca de cera.

No podía creerlo ¿Lo había matado? ¿Haría lo mismo con ella? Alcanzó a preguntarse en su perturbada cabeza, cuando el recién llegado —quien aún no podía decidir si era su defensor o nuevo atacante— se agachó para recoger su bolso y sacudirlo ante sus ojos. «¡No lo toques!» estuvo a punto de gritarle, pero él fue más rápido que sus labios y, aún cuando a ella le costase creerlo, se lo regresó. Le miró incrédula, le costaba asimilar que no tuviera que pelear con ese tipo de gente por algo que le pertenecía, pero más aún le costaba aceptar que él estaba siendo amable y que, en otras palabras, le había salvado la vida.

Levantó su mano a tan sólo unos palmos y se detuvo para mirarle a los ojos, esos ojos celestes y profundos que ahora se le hacían conocidos y, que por la misma razón, volvían a llenarle de terror. Su mano retrocedió y el sonido de una exhalación ahogada emanó de su garganta dejándole en evidencia, mas las palabras del joven no se hicieron de esperar, para una vez más, hacer un revoltijo de contradicciones. Todas sus ideas respecto a los vagabundos parecían jamás haber estado más equivocadas, pero ella no era una mujer fácil de convencer, pues era orgullosa y cabeza dura como pocas en la Tierra.

Quiso retroceder un paso más, pero aún tenía la muralla pegada a su espalda, y al no tener más escapatoria, simplemente estiró su brazo, esta vez para tomar su bolso de un simple y veloz tirón, al igual que la lengua de un sapo atrapando moscas ¿Pudiste verlo? Yo no.

— ¡Ya basta! — le regañó enojada, en vez siquiera de darle las gracias — Deja de comportarte como un caballero que en verdad no lo eres.

Abrió su bolso con prisa para revisar que en el interior estuviesen aún todas sus pertenencias. Después de todo, los vagabundos eran también conocidos por ser ágiles ladrones, con una velocidad aún superior a la de los ojos humanos, pero todo estaba ahí, tal cual y como ella lo había dejado. Resopló como si aquello le molestara y volvió a cerrar su bolso para ponérselo en el hombro, mirarle a los ojos con actitud desafiante y reacomodarse el falso cabello que se le había escapado se su perfecta apariencia.

— ¿Lo habéis matado? — le preguntó soberbia — Al hombre del piso ¿Lo habéis matado?

No era de extrañarse que la respuesta del hombre no llegara con la misma velocidad de su escasa paciencia. Después de todo ¿Quién podía estar preparado a esa clase de preguntas? La respuesta era simple; nadie. Así que ella misma tomó cartas en el asunto y le dio una patada en el bajo vientre a su atacante quien a pesar de su inconsciencia soltó un casi insonoro quejido.

— Está vivo... Vámonos de aquí.

Aquello fue prácticamente una orden, pero en el caso de que él no lo entendiera, ella misma se encargó de tomarle de la muñeca y jalar de él al mismo momento en que comenzaba a caminar. Volteó sólo una vez, cuando hubieron ya avanzado unos metros y entonces volvió a respirar con más tranquilidad.

— Gracias — le dijo sin mirarlo, pero tampoco sin soltarse de su agarre — No quiero caminar sola a casa... Os pagaré por ello... y yo decido cuanto.

Le miró nuevamente, de soslayo y con cierta suspicacia que no dejó pasar desapercibida, y es que así era Anabeth Valmont, la complicada Anabeth Valmont.


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Mensaje por Brandon Acklang Sáb Ago 03, 2013 3:20 pm

En toda su vida, jamás pensó agredir a alguien para ayudar a alguien más, para nada, de hecho prefería evitar todo tipo de conflictos que directamente no fueran suyos, pero él, aunque pobre, humilde y sin nada que importara sobre sus hombros, no podía dejar tampoco las injusticias de otros al lastimar a otras personas para obtener dinero fácil. Siempre hay una primera vez para todo dicen por ahí. Él se arriesga sin necesidad de pedir algo a cambio, no todas las personas buscan esa compensación, es cierto que en la actualidad la sociedad se está pudriendo, pero no por eso se tiene que generalizar a todos. No miró de primer instante a la mujer, en realidad seguía en shock por aquello que acababa de hacer. No dijo nada, porque no había que decir, solo era un rescatar a la princesa en peligro, jamás tendría que hacer del príncipe encantado al cual se le debe dar un beso de recompensa. Para nada. Sin embargo él chico hizo una mueca evidente, no por lo que veía, más bien por el veneno y la mala vibra que esa mujer estaba dejando salir. ¿No se supone ellas son las delicadas que buscan reparar el daño sin importar lo mal que hayan salido o pudieran salir dañadas? Algo andaba mal en esa ecuación sin duda alguna.

Avanzó unos cuantos metros porque aun no salía de ese trance. Cerró los ojos para tomar valor al igual que una gran bocana de aire. Movió su brazo con fuerza para liberarse de su agarre. A él nadie lo mangoneaba, podría ser pobre, un muerto de hambre, podría ser todo lo que sea, pero era libre, y ninguna estúpida sería capaz de decirle que hacer. Con una mueca en el rostro, con el rostro enrojecido de la rabia se dio la vuelta. La sangre que salía de la herida en la cabeza del hombre al que había atacado, ya había hecho un charco escandaloso que cubría parte de la cara, si lo dejaba de esa forma se terminaría ahogando. Le dio la vuelta, gracias a los costales que carga en el mercado tiene la fuerza necesaria para cargar al hombre, el cual sentó en una banca y le recargó la cabeza en un tubo. No tardarían demasiado en verle algún trabajador de seguridad de aquella ciudad, pues esas zonas aunque no lo pareciera patrullaban por la inseguridad. Se limpió las manos en sus harapos, se sacó con la ayuda de su brazo la frente, y suspiró para dar la vuelta y hacer frente a la mujer, se acercó para dar grandes zancadas y tenerla a su lado. Más bien frente a él.

- No quiero, ni me interesa su dinero, tampoco su gracias de mala manera ¿quién se cree? Ni siquiera me conoce, siéntase afortunada de estar viva, ese hombre no sólo viola, también mata a las mujeres y hombres ¿No lo sabia? Bueno, ya lo sabe, así que déjese de poner su plan digno cuando estaba aterrada, malagradecida - Le miró con los ojos saltones, mostrando que estaba tan enfurecido por esa mujer. Que hubiera pasado una mala experiencia hace unos momentos, no le daba derecho, ninguno, así que si me da la gana, no la acompaño a ningún lado, prefiero llevar a ese hombre a una enfermería, o algo y que me metan unos días a la cárcel por agredirlo, a llevarla, no vaya a pensar que si me sé donde vive iré a robarle - Se cruzó de brazos, a la altura de su pecho en realidad. Brandon pocas veces estaba molesto, ni siquiera se le veía tan de mala gana, enojado o decaído como cuando sus padres habían muerto, pero esa mujer le sacaba de quicio sin ni siquiera conocerla. Odia a las personas groseras - Sino pide perdón y me habla bien prefiero dejar que se vaya sola ¿entendió? - Y no iba a decir más nada, no le interesaba.

Los ojos azules del muchacho miraban de forma amenazante a la mujer, si era cierto que necesitaba dinero para que al día siguiente se pudiera comprar algo para comer, pero bien podía cargar un par de costales para ganarse la vida. Al no ver que la mujer cedía, se dio la vuelta para caminar en dirección al hombre, él también podía tener un gran orgullo, pobre no le hacía menos que los demás, el también importaba. Caminó a paso lento y se acercó al hombre para cargarlo por sobre su hombro. Le echó una última mirada a la  castaña para seguir su camino, ¡bah! Como si le importara una desconocida.
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