Who's Gonna Save The World Tonight? [Roland Zarkozi]

por **Haydee Tebelyn-Danglars** Miér Jun 19, 2013 12:56 am

Tenía las manos entumecidas, demasiado, casi como restarme algo de movilidad, pero no la suficiente como para imposibilitarme el jalar el gatillo de mi Colt. Ni siquiera estábamos aun en invierno y ya era realmente molesto ¿O soy yo quien ha comenzado a quejarse demasiado? Algo de lo que no podemos culpar a la edad, sino más bien al hecho de que todo estaba yendo tan bien, cada cacería más perfecta que la anterior, tan prolija y sin desperdicios, que sin darme cuenta toda esa carga de trabajo se había duplicado sin suponer un mayor gasto, al menos para mí. Fausto me había enseñado como aprovechar de mejor manera mi posición en la Inquisición y, si bien aún no acababa de entender muy bien sus motivaciones, también me había llevado física y mentalmente al siguiente nivel, uno en que el objetivo ya no era solo cumplir encargos, sino perfeccionar el arte, disfrutarlo aún más que en mis primeros años de oficio.

Lo que por supuesto hacía necesario más material sobre el que trabajar, el que mis propias misiones ya no conseguían satisfacer, por eso, volví a la misma rapiña del negocio de los cazadores no afiliados a la inquisición, usando la información que cierto pobre diablo me proveía a cambio de mi silencio, y que me permitía estar enterada de cada movimiento de mis… compañeros, para adelantármeles lo suficiente para darles una mano. Hasta ahora, solo habían sido encargos sin demasiada importancia y de inquisidores no demasiado importantes, pero esta vez era diferente.

El hermanito de Raoul. Convertido en una de esas malditas bestias. Una verdadera lástima, pero que desafortunadamente avivaba mis ganas de acabar con su objetivo, otro de los suyos, antes de que él lo pudiera hacer ¿No estaba siendo buena al evitarle el conflicto interno por tener que asesinar a otro como él? Yo con gusto iba a cargar con esa culpa.

Por eso estaba aquí pasando la madrugada con él aunque no lo supiera, siguiéndolo cuidadosamente a una distancia más que prudente, una en que sus sentidos no podrían detectarme, y esperando el momento preciso para mover mis piezas a una posición más ventajosa. Oportunidad que no se hizo esperar demasiado. El animal, que por lo visto tampoco sabía que era seguido, se aprestaba a doblar la manzana, lo que me permitía rodearla por el lado contrario al que seguía Roland y encontrarlo de frente en la siguiente intersección. Corrí de la forma más silenciosa posible para adelantarme y esperar escondida tras la pared del callejón.

Llegado ese punto traté de normalizar mi respiración, porque apenas me dejaba oír algo que no fuese el bullir de mi propia sangre en mis oídos, pero pese a no haberlo logrado, escuché los despreocupados pasos ajenos acercarse. Acto seguido desenfundé la Colt y conté. Uno. Dos. Tres. Salí de la seguridad que me daba aquel escondrijo y el resto fue historia. Un certero disparo con balas de plata en el pecho del animal de forma humana, el hermoso aroma de la pólvora recién percutida, y el sonido secó de la caída de un cuerpo sobre los adoquines de piedra.

Esperaba que por la posición del disparo no fuese necesario rematarlo en el suelo, lo que significaría un desperdicio para mí, pero por fortuna el condenado hizo acto de presencia ¿Se acordaría de mí? El pensar en ello me hizo esbozar una sonrisa, más burlona que nada, pero una sonrisa al fin y al cabo – Es tuyo desde aquí – dije lo suficientemente alto como para que escuchara pese a los casi quince metros que lo separaban de lo que era su presa. Enfundé el arma, y para rematar el mal chiste, acerqué mi mano a los labios para lanzarle amistosamente un beso – No necesito el crédito – agregué antes de usar esa misma mano para despedirme de él.

Lo único que quería ahora era un merecido baño con agua caliente, incluso podría quedarme dormida en la bañera. Pero no. Había saboreado ese momento de forma demasiado apresurada. Porque pese a que el área debería estar desierta a estas horas, un par de gruñidos guturales se rompieron con el silencio imperante. El animal tenía compañía, probablemente igual de idiota, porque el mostrarse ahora que estaba a punto de amanecer no tenía demasiado sentido ¿Pero quién era yo para juzgar?

por **Roland Zarkozi** Lun Jul 01, 2013 10:31 pm

"La conciencia nos condena,
No hallando en ella disculpa,
Que respecto de la culpa,
Es muy liviana la pena."

Sor Juana Inés de la Cruz. Oración traducida

La madrugada de ese día de otoño se había convertido silenciosamente en un verdadero adelanto del invierno. Estaba frío, como muy pocos días lo estaban, pero eso no evitaba el trabajo. Perseguía a otro licántropo de cerca, pues no, no le veía como a uno de los suyos. Él era diferente, él era cristiano y devoto a las leyes de la Iglesia, y por tanto tenía alma, un alma maldita, pero con las esperanzas de ser redimida para, algún día, comprar su salida del infierno.

Había percibido un tenue aroma, grato y femenino, que se filtraba de cuando en vez según la dirección del viento. Volteó una sola vez, y no bastó más que vislumbrar los vestigios de una colorida cabellera pelirroja para saber de quien se trataba. Sonrió. Sinceramente ni siquiera se esperaba o suponía sus intenciones, mas le hizo creer que no le había visto. Sabía que ella era experta en los de su raza, pero también sabía que Haydee no conocía aún sus mejores virtudes y especialidades. Por ello, simplemente se dedicó a seguir a aquel individuo Apresuró el paso cuando el licántropo llegaba a la siguiente esquina, sabía que era una calle mas solitaria y sería el lugar perfecto para detenerlo. Sacó cuidadosamente su látigo, aquel que se enroscaba con facilidad para atrapar más que para golpear, pero de pronto... alguien disparó.

La pelirroja le miraba con la sonrisa burlona y aquel insoportable aire de suficiencia que tenían algunos humanos de la Inquisición. Sin embargo, no era ella lo que le preocupaba en esos momentos, aun cuando fuese ella el punto fijo de su mirada. Se quedó con el látigo en la mano y la boca entreabierta ¿Pero de dónde había salido, si hacía tan sólo unos minutos que le tenía por detrás?

— ¿Mío desde aquí? — preguntó de manera incrédula, junto antes que ella le arrojara uno de sus besos.

No lo pensó dos veces, fue más bien una reacción innata la que le hizo utilizar aquella arma que se había quedado estática en su propia mano. Sacudió el látigo que se enroscó inmediatamente en la cintura de la que ya se retiraba, pero fue entonces cuando un nuevo par de gruñidos se encargó de romper el momento de entretención. Jaló de su fusta y con ella a Haydee, a quien sujetó de la cintura.

— No tenías que matarlo.

Habló con prisa, no había más tiempo para más explicaciones, pues tenían compañía. Le soltó prácticamente de inmediato, pero al menos ahora estaban juntos y eso les daba una enorme ventaja.

— Vivos...

Aclaró antes de dedicarle una mirada de advertencia, destensar el látigo y, al igual que ella, sacar su arma de fuego que, aunque desprovista de balas de plata, le servía para ganar tiempo. Peleas justas, luchas justas, eso era lo que pensaba a la hora de elegir sus armas ya que él ya poseía una ventaja. El destino se había encargado de ponerle a la par de sus nuevos enemigos y no sería él quien desequilibraría la balanza.

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