AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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A los callados con cautela {Roland F. Zarkozi}
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A los callados con cautela {Roland F. Zarkozi}
Paso firme, pero inestable. Huellas marcadas en la nieve caída la noche anterior. Temperatura no mayor a los tres grados celcius. Así avanzaba Nina las tierras francesas; así y con una herida goteando en su brazo izquierdo que teñía el blanco de su rastro. Eso sucedía cuando se llevaba una vida como la suya. La rusa había elegido —aún contra la voluntad de su familia— el campo de batalla de los liberadores de prisioneros de guerra en países extraños; ése era el fin de la hermandad de la espada a la cual pertenecía. Llevaba ese modo de vida arraigado en su manera de moverse —como si estuviera atacando— y en su carácter a veces excesivamente lógico y con rasgos que los demás podían tildar de masculinos. Lo llevaba con orgullo, pero tenía consecuencias conocidas por todos los que integraban la hermandad. La más común de todas ellas era salir herido en sus distintas proporciones, desde rasguñado hasta gravemente lesionado.
Una leve pérdida de equilibrio en sus pies casi hizo que la cazadora cayera de boca al suelo. Le costaba mantener el balance con un brazo menos para mover, y aunque el frío ayudaba con el dolor, no podía construir una nueva extremidad para devolverle lo que le faltaba. Nina no quería ver qué tan mal estaba para no tener que actuar con respecto a su problema, pero su racionalidad le jugó en contra cuando le advirtió lo fácil que sería acabar con ella si no podía usar adecuadamente la espada.
—Que se vaya todo al diablo —musitó con evidente fastidio antes de observar a regañadientes su brazo dañado.
¿Qué pudo ver? Que a pesar de la presión que había ejercido con las vendas con sus manos el sangrado no se detenía, y que si no se hacía el tiempo para frenarlo, les estaría dando a los enemigos de su corporación su cabeza en bandeja de plata. Suspiró no precisamente de dicha con su hallazgo; la batalla con aquella cambiaformas que se había cruzado en su camino enviada a matarla por los mismos que encerraban a inocentes le había salido no una millonada, pero sí lo suficientemente cara como para forzarla a parar. Nina detestaba hacer pausas; sus compañeros varones —sobretodo Fyodor— casi no dormían si no habían antes llegado a su objetivo, y el tener que hacer una no le gustaba para nada. Tener esas bajas hacía que escuchara la voz de su padre en su cabeza recordándole que su género la condenaba.
—Ya cállate —ordenó mentalmente para enfriar su cabeza.
El padre de Nina estaba vivo, pero la seguía como un fantasma. Ella quería cortarle el paso, cerrar el portal que lo llevaba de vuelta a desalentarla. Mágicamente se había sumado otra razón más para buscar en dónde detenerse. Había costado, pero lo había aceptado.
Ingresó a una posada ubicada a la mitad de su trayecto —a unos cuantos kilómetros de la ciudad de París— prometiéndose que no tardaría más de cinco minutos en pedir un trago para desinfectar la llaga y otro para recuperar su calor corporal. El bar estaba abierto; lo único que —para fortuna de ella y la de otros— jamás cesaba su funcionamiento. Teniendo en cuenta que disponía de pocos minutos, se apresuró en llegar a la barra y le pidió al cantinero lo primero que se le vino a la mente.
—Dos coñac, por favor —demandó sin sutilezas ni voces gentiles socialmente requeridas. Lo único que Nina agradecía de la educación de señorita que había recibido eran las lecciones de idiomas de su institutriz. Aquello le permitía beber en cualquier región de la Europa unificada.
Con el setenta por ciento de alcohol que tenían los licores sería suficiente para dominar su diabla lesión. Ahí mismo, sentada en la barra, vertió sobre la carne expuesta el primer coñac, apretando ligeramente los dientes ante el doloroso contacto. Sólo esperaba que con ello fuera suficiente; ya bastante había tenido con lidiar con esa pseudo osa como para añadir otro contratiempo a su lista. Sería suficiente, pero su deseo de no alargar su estadía no sería cumplido, pues echándole un vistazo al lugar ser había topado con una mirada familiar. Sentado en un sitio exclusivo y apartado, como siempre, estaba un rostro conocido. Roland Zarkozi.
Hacía tiempo que no se topaba con ese rostro melancólico que escasamente sonreía con sus ojos como lo hacía con su boca; ninguno acudía con la misma regularidad a los encuentros de la alta sociedad , pues habían sido abiertos sus ojos de la ingenua juventud. Y como conocía Nina ese humor extraño que lo rodeaba usualmente, levantó la copa restante en señal de saludo. Entendía que a los lobos se acudía con cautela.
Una leve pérdida de equilibrio en sus pies casi hizo que la cazadora cayera de boca al suelo. Le costaba mantener el balance con un brazo menos para mover, y aunque el frío ayudaba con el dolor, no podía construir una nueva extremidad para devolverle lo que le faltaba. Nina no quería ver qué tan mal estaba para no tener que actuar con respecto a su problema, pero su racionalidad le jugó en contra cuando le advirtió lo fácil que sería acabar con ella si no podía usar adecuadamente la espada.
—Que se vaya todo al diablo —musitó con evidente fastidio antes de observar a regañadientes su brazo dañado.
¿Qué pudo ver? Que a pesar de la presión que había ejercido con las vendas con sus manos el sangrado no se detenía, y que si no se hacía el tiempo para frenarlo, les estaría dando a los enemigos de su corporación su cabeza en bandeja de plata. Suspiró no precisamente de dicha con su hallazgo; la batalla con aquella cambiaformas que se había cruzado en su camino enviada a matarla por los mismos que encerraban a inocentes le había salido no una millonada, pero sí lo suficientemente cara como para forzarla a parar. Nina detestaba hacer pausas; sus compañeros varones —sobretodo Fyodor— casi no dormían si no habían antes llegado a su objetivo, y el tener que hacer una no le gustaba para nada. Tener esas bajas hacía que escuchara la voz de su padre en su cabeza recordándole que su género la condenaba.
«Si tan sólo hubieras nacido hombre»
—Ya cállate —ordenó mentalmente para enfriar su cabeza.
El padre de Nina estaba vivo, pero la seguía como un fantasma. Ella quería cortarle el paso, cerrar el portal que lo llevaba de vuelta a desalentarla. Mágicamente se había sumado otra razón más para buscar en dónde detenerse. Había costado, pero lo había aceptado.
Ingresó a una posada ubicada a la mitad de su trayecto —a unos cuantos kilómetros de la ciudad de París— prometiéndose que no tardaría más de cinco minutos en pedir un trago para desinfectar la llaga y otro para recuperar su calor corporal. El bar estaba abierto; lo único que —para fortuna de ella y la de otros— jamás cesaba su funcionamiento. Teniendo en cuenta que disponía de pocos minutos, se apresuró en llegar a la barra y le pidió al cantinero lo primero que se le vino a la mente.
—Dos coñac, por favor —demandó sin sutilezas ni voces gentiles socialmente requeridas. Lo único que Nina agradecía de la educación de señorita que había recibido eran las lecciones de idiomas de su institutriz. Aquello le permitía beber en cualquier región de la Europa unificada.
Con el setenta por ciento de alcohol que tenían los licores sería suficiente para dominar su diabla lesión. Ahí mismo, sentada en la barra, vertió sobre la carne expuesta el primer coñac, apretando ligeramente los dientes ante el doloroso contacto. Sólo esperaba que con ello fuera suficiente; ya bastante había tenido con lidiar con esa pseudo osa como para añadir otro contratiempo a su lista. Sería suficiente, pero su deseo de no alargar su estadía no sería cumplido, pues echándole un vistazo al lugar ser había topado con una mirada familiar. Sentado en un sitio exclusivo y apartado, como siempre, estaba un rostro conocido. Roland Zarkozi.
Hacía tiempo que no se topaba con ese rostro melancólico que escasamente sonreía con sus ojos como lo hacía con su boca; ninguno acudía con la misma regularidad a los encuentros de la alta sociedad , pues habían sido abiertos sus ojos de la ingenua juventud. Y como conocía Nina ese humor extraño que lo rodeaba usualmente, levantó la copa restante en señal de saludo. Entendía que a los lobos se acudía con cautela.
Nina Krivosheeva- Cazador Clase Alta
- Mensajes : 29
Fecha de inscripción : 20/11/2013
DATOS DEL PERSONAJE
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Re: A los callados con cautela {Roland F. Zarkozi}
"Una obsesión te puede llevar al borde de la locura y guiarte directamente a la perdición."
Roland tenía pesadillas. Ninguna de ellas se relacionaba a monstruos diabólicos o fantasmas oscuros. Las suyas eran más personales, partiendo de vivencias reales que lo atormentaban día con día. “Si tan sólo hubiera hecho más por ella”. Ese era el pensamiento que todas las mañanas al despertarse tenía. Sus sueños negativos relacionaban a una persona en especial. La única mujer a la que amaba, la única persona que respetaba y valoraba: su hermana. En aquella imaginación encendida entre sueños aparecía una Abigail atada de sus extremidades por cadenas de plata, desnuda, herida, casi lista para morir. ¿El culpable? Su padre, cómo siempre, ese maldito hombre que no dejaba de lado sus traumas por la perdida de su hijo mayor. Recordarlo siempre le dolía, es por esa razón que prefería los sueños, aunque podían parecer muy reales, estaban lejos de serlo. Su hermana se encontraba a salvo, lejos de todo peligro, lejos de su progenitor.
La mayor parte del tiempo, el condenado prefiere las pesadillas a la realidad. Aunque suelen ser angustiosas para él, la realidad lo vuelve un hombre solitario. Está acostumbrado, pero no por eso debe agradarle. En ocasiones quisiera estar muerto para no seguir con esa linea de terror que le hace vivir su padre, pero de nuevo recuerda a su hermana y sabe que tiene una razón para seguir con vida. Todo es más difícil para él desde que su hermano murió. Las responsabilidades, exigencias pero sobretodo el trabajo se vuelve el doble de pesado. En silencio maldice a Baptiste más de lo que hubiera hecho en vida por llevarse el cariño de su padre.
La noche anterior (como todas las demás), durmió intranquilo, pero lo hizo prolongadamente, descansó tanto su cuerpo como su mente para poder disfrutar de sus dos días libres. Los había pedido seguidos porque necesitaba hacer algunos arreglos en sus negocios, en realidad había dicho que su cuerpo estaba demasiado debilitado para seguir. Una gran mentira, pero lo que si necesitaba era vaciar su mente. Sus pensamientos es lo que le daban fuerza, y de vez en cuando relajarlos cómo un hombre de clase alta normal, nunca venía mal.
Esa noche no durmió en la mansión Zarkozi. Cómo estaba consiente que a su padre poco le importaba su paradero, se fue a quedar a aquella casa que había comprado unos años atrás a las afueras de Paris. Se levantó porque su nariz le picaba, había detectado carne semi cruda. Desde su transformación su paladar había dado un vuelco relacionado con el gusto. Su parte animal exigía, y como no le molestaba, le complacía. Por eso se levantó, caminó sólo con los pantalones de seda negro, y llegó hasta el comedor. Su sirvienta, la señora Dorotha le sonreía con cariño. Aquella mujer era como una madre, lo trataba como a un hijo, sabía de su naturaleza, y también él conocía la suya. Se habían conocido en el peor momento, pero ahora se protegían. No es que Roland fuera muy sentimental con ella, pero al menos le daba un techo para poder dormir sin que la inquisición quisiera arrancarle la cabeza. Él había dado el reporte de haberle asesinado. Dado que era el hijo de Gregory nadie objeto.
Sólo bastó un movimiento de cabeza en señal de agradecimiento y buenos días. La mujer se sentó a su lado para comer un poco de queso con pan. No dio las gracias a Dios porque ninguno de los dos estaba inclinado a esa creencia. En silencio disfrutaron de sus alimentos. A Roland ni con ella le gustaba hablar. Aunque fuera su empleada creía que sus palabras podrían ser utilizadas en su contra, incluso más que sus acciones.
Pasó el día leyendo, tocando el piano, incluso puliendo armas de fuego, también espadas. Hizo tres horas de ejercicio sin detenerse. A esas alturas de su vida ya el cansancio no le pasaba factura. “Todo está en la mente”. Se repetía para él mismo. Nadie lo escuchaba. Roland estaba seguro que cualquiera que lo observara por mucho tiempo creería que es mudo. Sonrió al imaginar eso. Más valía que lo creyeran, le gustaba dar sorpresas cuando otorgaba algunas palabras; horas pasaron hasta que la noche cayó, no se iba a quedar en casa, tampoco deseaba el encuentro con una mujer, a veces llegaban a aburrirle por repetitivas. Ya se sabía de memoria sus gestos, incluso el sonido de sus gemidos. Necesitaba algo más. “Un trago no me vendría mal”, pensó y con la gabardina bien fajada, salió de la casa.
- ¿Lo mismo de siempre Solitario? - El camarero alzó la voz por encima de todos para llamar la atención del condenado. Roland asintió con una sonrisa de medio lado. “El solitario”. Así solían llamarle los clientes que más concurrían el lugar. Nadie se le acercaba, todos los saludaban con un asentimiento de cabeza. El joven agradecía que en los bajos y pobres mundos nadie conociera su rostro, mucho menos su apellido. Era como un esclavo que le dejaban ver la luz por primera vez y andar en la jaula sin cadenas.
Media hora basto para que Roland llevara ya una botella encima y no le hubiera erizado ni siquiera una pequeña parte de la piel. Una gran desventaja en eso del alcohol daba su condición. No recuerda cuando fue la última vez que bebió. Alzó la copa para llevársela a los labios cuando su perfecta visión notó la figura exquisita de una mujer que conocía bien. Aquel porte medio masculino no lo olvidaría nunca. Intrigado se tomó la copa de un trago y la miró con profundidad. Su naturaleza analítica revisó el cuerpo de la cazadora para notar dónde llevaba las armas. No tardó en identificarlas al igual que el brazo herido. Se levantó de su asiento con paso decidido, tomó el brazo de la chica, el sano, y la arrastró a su escondite solitario. “Será tonta”. Pensó para si mismo. Ese bar estaba atestado de criaturas oscuras, si percibían aquello podrían aniquilarla en cualquier momento, menos mal el aroma al alcohol escondió el aroma de la sangre.
- Ni siquiera intentes moverte - Ordenó con ese tono autoritario que intimidaba por su carencia de otro tipo de palabras. Ni siquiera un hola, ni un ¿cómo estás? Cuando conoció a Nina sintió una punzada en el pecho. La libertad y determinación de esa mujer le recordaba a su hermana, sumada de su rebeldía, claro; Roland sacó un pañuelo de seda verde turquesa que llevaba bordado de todos más oscuros sus iniciales. Con maestría acomodó el pañuelo cubriendo la herida logrando que dejara de sangrar, ni siquiera una gota de sangre traspasó la tela fina. - Estás perdiendo el profesionalismo - Molestó un poco a la joven. Aunque era solitario, de pocas palabras, y serio, también tenía un poco de humor.
La mayor parte del tiempo, el condenado prefiere las pesadillas a la realidad. Aunque suelen ser angustiosas para él, la realidad lo vuelve un hombre solitario. Está acostumbrado, pero no por eso debe agradarle. En ocasiones quisiera estar muerto para no seguir con esa linea de terror que le hace vivir su padre, pero de nuevo recuerda a su hermana y sabe que tiene una razón para seguir con vida. Todo es más difícil para él desde que su hermano murió. Las responsabilidades, exigencias pero sobretodo el trabajo se vuelve el doble de pesado. En silencio maldice a Baptiste más de lo que hubiera hecho en vida por llevarse el cariño de su padre.
La noche anterior (como todas las demás), durmió intranquilo, pero lo hizo prolongadamente, descansó tanto su cuerpo como su mente para poder disfrutar de sus dos días libres. Los había pedido seguidos porque necesitaba hacer algunos arreglos en sus negocios, en realidad había dicho que su cuerpo estaba demasiado debilitado para seguir. Una gran mentira, pero lo que si necesitaba era vaciar su mente. Sus pensamientos es lo que le daban fuerza, y de vez en cuando relajarlos cómo un hombre de clase alta normal, nunca venía mal.
Esa noche no durmió en la mansión Zarkozi. Cómo estaba consiente que a su padre poco le importaba su paradero, se fue a quedar a aquella casa que había comprado unos años atrás a las afueras de Paris. Se levantó porque su nariz le picaba, había detectado carne semi cruda. Desde su transformación su paladar había dado un vuelco relacionado con el gusto. Su parte animal exigía, y como no le molestaba, le complacía. Por eso se levantó, caminó sólo con los pantalones de seda negro, y llegó hasta el comedor. Su sirvienta, la señora Dorotha le sonreía con cariño. Aquella mujer era como una madre, lo trataba como a un hijo, sabía de su naturaleza, y también él conocía la suya. Se habían conocido en el peor momento, pero ahora se protegían. No es que Roland fuera muy sentimental con ella, pero al menos le daba un techo para poder dormir sin que la inquisición quisiera arrancarle la cabeza. Él había dado el reporte de haberle asesinado. Dado que era el hijo de Gregory nadie objeto.
Sólo bastó un movimiento de cabeza en señal de agradecimiento y buenos días. La mujer se sentó a su lado para comer un poco de queso con pan. No dio las gracias a Dios porque ninguno de los dos estaba inclinado a esa creencia. En silencio disfrutaron de sus alimentos. A Roland ni con ella le gustaba hablar. Aunque fuera su empleada creía que sus palabras podrían ser utilizadas en su contra, incluso más que sus acciones.
Pasó el día leyendo, tocando el piano, incluso puliendo armas de fuego, también espadas. Hizo tres horas de ejercicio sin detenerse. A esas alturas de su vida ya el cansancio no le pasaba factura. “Todo está en la mente”. Se repetía para él mismo. Nadie lo escuchaba. Roland estaba seguro que cualquiera que lo observara por mucho tiempo creería que es mudo. Sonrió al imaginar eso. Más valía que lo creyeran, le gustaba dar sorpresas cuando otorgaba algunas palabras; horas pasaron hasta que la noche cayó, no se iba a quedar en casa, tampoco deseaba el encuentro con una mujer, a veces llegaban a aburrirle por repetitivas. Ya se sabía de memoria sus gestos, incluso el sonido de sus gemidos. Necesitaba algo más. “Un trago no me vendría mal”, pensó y con la gabardina bien fajada, salió de la casa.
- ¿Lo mismo de siempre Solitario? - El camarero alzó la voz por encima de todos para llamar la atención del condenado. Roland asintió con una sonrisa de medio lado. “El solitario”. Así solían llamarle los clientes que más concurrían el lugar. Nadie se le acercaba, todos los saludaban con un asentimiento de cabeza. El joven agradecía que en los bajos y pobres mundos nadie conociera su rostro, mucho menos su apellido. Era como un esclavo que le dejaban ver la luz por primera vez y andar en la jaula sin cadenas.
Media hora basto para que Roland llevara ya una botella encima y no le hubiera erizado ni siquiera una pequeña parte de la piel. Una gran desventaja en eso del alcohol daba su condición. No recuerda cuando fue la última vez que bebió. Alzó la copa para llevársela a los labios cuando su perfecta visión notó la figura exquisita de una mujer que conocía bien. Aquel porte medio masculino no lo olvidaría nunca. Intrigado se tomó la copa de un trago y la miró con profundidad. Su naturaleza analítica revisó el cuerpo de la cazadora para notar dónde llevaba las armas. No tardó en identificarlas al igual que el brazo herido. Se levantó de su asiento con paso decidido, tomó el brazo de la chica, el sano, y la arrastró a su escondite solitario. “Será tonta”. Pensó para si mismo. Ese bar estaba atestado de criaturas oscuras, si percibían aquello podrían aniquilarla en cualquier momento, menos mal el aroma al alcohol escondió el aroma de la sangre.
- Ni siquiera intentes moverte - Ordenó con ese tono autoritario que intimidaba por su carencia de otro tipo de palabras. Ni siquiera un hola, ni un ¿cómo estás? Cuando conoció a Nina sintió una punzada en el pecho. La libertad y determinación de esa mujer le recordaba a su hermana, sumada de su rebeldía, claro; Roland sacó un pañuelo de seda verde turquesa que llevaba bordado de todos más oscuros sus iniciales. Con maestría acomodó el pañuelo cubriendo la herida logrando que dejara de sangrar, ni siquiera una gota de sangre traspasó la tela fina. - Estás perdiendo el profesionalismo - Molestó un poco a la joven. Aunque era solitario, de pocas palabras, y serio, también tenía un poco de humor.
Roland F. Zarkozi- Condenado/Licántropo/Clase Alta
- Mensajes : 108
Fecha de inscripción : 07/11/2013
Re: A los callados con cautela {Roland F. Zarkozi}
Como había esperado del lobo ermitaño, este no se había tomado la molestia de comportarse con fineza en esa posada que poco le faltaba para ser un establecimiento de mala muerte. Estaba más que bien, ya que si había algo que a Nina le desagradara, eso era actuar como mariposas cuando el medio exigía ser halcones. Roland era de los que permanentemente usaba la piel de halcón, pero tenía un motivo fuerte. En el medio siempre circular entre inquisidores y cazadores era un secreto a voces lo que Gregory Zarkozi hacía con el que más lo frustraba de sus hijos. Si Nina tenía un padre que no la apreciaba, el de Roland le prestaba demasiada atención.
Nina luchaba por su cuenta, por lo que era de los halcones que seguía un objetivo solamente preocupada de eliminar lo que estuviera directamente a su paso; Roland, en cambio, se fijaba más en lo que lo rodeaba. Había elegido hacerlo por Abigail, su esperanza. No estaba solo. No todo era tan fácil como para la rusa, y por esa misma razón Nina no se sorprendió cuando el condenado la tomó del brazo y la apartó de la barra. Incluso la mujer se sonrió de manera muy sutil, mofándose internamente de su propia temeridad, una que el licántropo no estaba dispuesto a dejar pasar porque estaba harto de sumar riesgos a su existencia. Eso y que hallar una energía similar a la de su hermana en otra persona podía marcar la diferencia.
—Sí que eres precavido, Roland —suspiró Nina cuando él le advirtió que se quedase quieta. A la cazadora le fastidiaba que la ayudaran como si no tuviera ni cabeza ni extremidades, pero a él lo respetaba más que a su orgullo— Es una herida promedio, nada más. Un contratiempo como cualquier otro. Si hubiera sido por mí, no me hubiera detenido, pero no dejaba de sangrar esta impetuosa. Además, si hubieran querido secarme, lo hubieran hecho conmigo sola en el camino hasta aquí. Claro, es eso o… te olieron.
Ella también tenía ojos, los cuales le mostraban que la silueta del solitario era seguida por quienes no sabían quién era, pero sí lo que era. A pesar de todo, Zarkozi todavía conservaba la agudeza necesaria para bromear. No era increíble, porque típico era de quien se resistía a hundirse recordar que todavía podía disfrutar de ciertas cosas. Nina le dio un golpecito en el hombro con su puño derecho, participando de su ingenio y a la vez agradeciendo de esa varonil manera que su herida no sangrara más. Era mucho más de lo que ella podía hacer por él.
—Y tú desearías perder la sobriedad de la misma forma, parece —echó un vistazo a la botella vacía sobre la mesa. Se la había bebido él solo, por supuesto. Su apodo lo tenía bien ganado— Lástima. Hubieras dejado un poco para que apagáramos la sed los dos. Aunque si te conservas tan entero como te ves ahora, creo que solamente yo me embriagaría y eso no es justo, ¿verdad?
Mas en medio de las risas y los gestos alegres se colaba la languidez y también la inquietud. Era la sensación de estar caminando en la cuerda floja por conservar aunque fuera un poco de paz interior. Así como nacía la fiebre cuando el cuerpo luchaba por dentro para expulsar agentes extraños y dañinos, los ojos de ambos se nublaban, enfocados en atravesar victoriosos el sendero que les había tocado para andar. No era el peligro, no era el temor de su trayecto les costara la vida. Era su pútrido legado familiar; les podía costar la sanidad en distintos grados. Iban cuesta arriba. Soltando su carga y cediendo podía terminar aquello, pero a cambio de algo peor.
No lo decían. Ninguno tenía el don de la palabra, pero se intuía. Resultaba ser la voz más poderoso de todas.
—Hacía mucho que no nos veíamos, o hace bastante no te dejabas ver —comenzó a hablar la cazadora sin dejar de observar el vendaje sobre su recientemente desinfectada llaga. Sólo llegó a los ojos compungidos de Roland nuevamente cuando quiso encontrar la luz en ellos— ¿Cómo está Abigail?
Para saber cómo se encontraba el desafortunado vástago de los Zarkozi, jamás se le debía preguntar con un «¿cómo estás?», dado que respondería o que estaba bien o que prefería no tratar ese asunto. La única manera de llegar a aquello, era a través de su hermana, sol de su mirada. Si no quería hablar de ello, por Nina estaba bien. Incluso una negativa a hablar podía ser útil a la hora de lo reprimido descargar.
Nina luchaba por su cuenta, por lo que era de los halcones que seguía un objetivo solamente preocupada de eliminar lo que estuviera directamente a su paso; Roland, en cambio, se fijaba más en lo que lo rodeaba. Había elegido hacerlo por Abigail, su esperanza. No estaba solo. No todo era tan fácil como para la rusa, y por esa misma razón Nina no se sorprendió cuando el condenado la tomó del brazo y la apartó de la barra. Incluso la mujer se sonrió de manera muy sutil, mofándose internamente de su propia temeridad, una que el licántropo no estaba dispuesto a dejar pasar porque estaba harto de sumar riesgos a su existencia. Eso y que hallar una energía similar a la de su hermana en otra persona podía marcar la diferencia.
—Sí que eres precavido, Roland —suspiró Nina cuando él le advirtió que se quedase quieta. A la cazadora le fastidiaba que la ayudaran como si no tuviera ni cabeza ni extremidades, pero a él lo respetaba más que a su orgullo— Es una herida promedio, nada más. Un contratiempo como cualquier otro. Si hubiera sido por mí, no me hubiera detenido, pero no dejaba de sangrar esta impetuosa. Además, si hubieran querido secarme, lo hubieran hecho conmigo sola en el camino hasta aquí. Claro, es eso o… te olieron.
Ella también tenía ojos, los cuales le mostraban que la silueta del solitario era seguida por quienes no sabían quién era, pero sí lo que era. A pesar de todo, Zarkozi todavía conservaba la agudeza necesaria para bromear. No era increíble, porque típico era de quien se resistía a hundirse recordar que todavía podía disfrutar de ciertas cosas. Nina le dio un golpecito en el hombro con su puño derecho, participando de su ingenio y a la vez agradeciendo de esa varonil manera que su herida no sangrara más. Era mucho más de lo que ella podía hacer por él.
—Y tú desearías perder la sobriedad de la misma forma, parece —echó un vistazo a la botella vacía sobre la mesa. Se la había bebido él solo, por supuesto. Su apodo lo tenía bien ganado— Lástima. Hubieras dejado un poco para que apagáramos la sed los dos. Aunque si te conservas tan entero como te ves ahora, creo que solamente yo me embriagaría y eso no es justo, ¿verdad?
Mas en medio de las risas y los gestos alegres se colaba la languidez y también la inquietud. Era la sensación de estar caminando en la cuerda floja por conservar aunque fuera un poco de paz interior. Así como nacía la fiebre cuando el cuerpo luchaba por dentro para expulsar agentes extraños y dañinos, los ojos de ambos se nublaban, enfocados en atravesar victoriosos el sendero que les había tocado para andar. No era el peligro, no era el temor de su trayecto les costara la vida. Era su pútrido legado familiar; les podía costar la sanidad en distintos grados. Iban cuesta arriba. Soltando su carga y cediendo podía terminar aquello, pero a cambio de algo peor.
No lo decían. Ninguno tenía el don de la palabra, pero se intuía. Resultaba ser la voz más poderoso de todas.
—Hacía mucho que no nos veíamos, o hace bastante no te dejabas ver —comenzó a hablar la cazadora sin dejar de observar el vendaje sobre su recientemente desinfectada llaga. Sólo llegó a los ojos compungidos de Roland nuevamente cuando quiso encontrar la luz en ellos— ¿Cómo está Abigail?
Para saber cómo se encontraba el desafortunado vástago de los Zarkozi, jamás se le debía preguntar con un «¿cómo estás?», dado que respondería o que estaba bien o que prefería no tratar ese asunto. La única manera de llegar a aquello, era a través de su hermana, sol de su mirada. Si no quería hablar de ello, por Nina estaba bien. Incluso una negativa a hablar podía ser útil a la hora de lo reprimido descargar.
Nina Krivosheeva- Cazador Clase Alta
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Re: A los callados con cautela {Roland F. Zarkozi}
Lo cierto es que el licántropo no había tenido intenciones de romper su soledad aquella noche. De haberlo querido hubiera ido directamente al burdel, sin embargo algunos cambios drásticos del destino le hacen cambiar de opinión, incluso sentirse agradecido con ellos. No con todos. Hace una semana exactamente, en su día libre de la inquisición, y de los ojos de su padre, él había ido a ese preciso lugar, se había encontrado a un ex compañero de batalla, y aunque eran casi las mismas condiciones que con Nina, lo cierto es que a ese ni siquiera le dirigió la mirada, no se encontraba interesado, recordar las pocas charlas que habían tenido tan estúpidas y superficiales le hacían mantenerse estático, escondido entre las sombras, bebiendo de un licor que de no beber más de diez botellas no le causaría el efecto que tanto añoraba obtener. Nina entonces era una excepción a la regla, de esas que no esperas tener, que en ocasiones molesta saber que existe, pero no puedes evitar disfrutar.
Para Roland no era sólo una herida prometido, de hecho le parecía más que eso. Si tienes una herida en el bosque, y encima de todo, eres un Zarkozi tu vida se puede ir de entre tus dedos como el agua misma. No sólo las consecuencias van hacía ti, sino también a todo aquel que pueda estar a su alrededor. Si todos los que se encontraran en esa taberna fueran humanos inocentes, incluso ellos pagarían con su sangre no derramaba, sino en el cuerpo de una criatura necesitada. Nina se estaba portando de esa manera tan despreocupada que le hizo arquear una ceja. No la recordaba así, no es que la estuviera juzgando, quizás el cansancio y la perdida de sangre la ponían torpes, él recordaba momentos en los que incluso se dejaba caer en la tierra lleno de moretes y cortes. Suspiró apartando la mirada de ella.
¿Olerlo a él? Inevitablemente sonrió de medio lado. Era bien sabido que con el solitario sólo se podían tener tres opciones. La primera era sencilla, lo odiaban tanto que olerlo era el primer paso a intentar ir a asesinarlo. La segunda opción era más compleja, trataba del miedo que podían sentir hacía él, las ganas de salir corriendo antes de que su existencia se extinguiera. Y la tercera pero no por eso menos importante es que le respetaban. Quizás en esa ocasión se tratara de la segunda, porque de mostrar respeto lo habrían ido a saludar, si deseaban matarlo ya estarían frente a él iniciando el altercado.
De todas formas no tiene ganas de pensar en combates, mucho menos en la necesidad de mantenerse con vida. Ese día precisamente le han quitado demasiada sangre, incluso creyó que la eliminarían toda de su cuerpo, fue agonizante, aunque es una criatura de la noche que puede recuperar ese liquido carmín con rapidez. Las consecuencias de tantas perdidas pueden durar horas. Que no se extrañe que su animo sea variante, menos tan huraño.
- A estás alturas del juego, Nina – Hizo una pausa llevándose de forma poco recatada la segunda botella a sus labios. Más de un cuarto del liquido ya se encontraba en su cuerpo – Creía que ya habías entendido que nada en esta vida es justo – Su sonrisa torcida se ensanchó – Pero si de verdad deseas justicia y beber un poco espera a que me tome unas ocho más de estás, y entonces podríamos estar a la par – Cazadores e inquisidores que conocían la vida de Roland, su historia, su pasado, su presente e incluso futuro sabían su condición de licántropo, aunque a final de cuentas era una criatura de la noche le respetaban, le hacían caso por su arrepentimiento y su descuido, también porque con todo y esa nueva condición seguía purificando las calles en nombre de “Dios”.
La seguridad de su nueva condición era una cosa. La del cómo se había convertido era otra. Nadie, absolutamente nadie sabía la verdadera razón, con excepción a su hermana, claro, y ella lo sabía porque lo vivió con él. De lo contrario sería muy poco probable que supiera las razones. Nadie desafiaba a Gregory, que supieran que sus hijos estuvieron a punto de escapar lo dejaría en ridículo. Quien lo supiera terminaría sin cabeza, así que se ahorró los detalles diciendo que habían tenido un accidente grave en una cacería común.
- Ella se encuentra bien – Su voz se notaba firme, tajante, no estaba para dar detalles nuevos de su hermana. Quizás las paredes podían escucharle, la idea de tener a alguien a favor de su padre dispuesto a decirle de su hermana, lo podía insoportable. Volteó a ver a Nina con odio, aunque era cierto que si querían suavizarlo debían empezar por su único tema amado, en esa ocasión había sido muy rápido llegar a ese punto – Feliz – Y él podía apostar lo que fuera a que su hermana lo era, estaba libre, feliz, sin necesidad de pasar más tiempo bajo el mandato de un padre que jamás los había amado. – De vacaciones – Respuestas simples, no tiene porque dar explicaciones. Además, aunque confiaba en la cazadora una parte de él siempre temía a que pudieran unirse a su padre, ya fuera por decisión propia, o por sometimiento.
- Dime ¿qué haces por mis tierras? Estás muy lejos de tu zona, puede ser peligroso – Aunque puedan ser muy hábiles, profesionales, etc. Lo cierto es que muchos de ellos en ocasiones salen sin vida por los nuevos territorios. Los conocidos tienen esa ventaja, que se le conoce incluso las formas de los arboles, donde hay flores o riachuelos, donde hay animales salvajes o domésticos; se llevó lo que faltaba de la botella a su interior, y luego bebió la siguiente, así hasta llegar a la quinta – Si quieres puedes empezar – Le ofreció una nueva y limpia.
Para Roland no era sólo una herida prometido, de hecho le parecía más que eso. Si tienes una herida en el bosque, y encima de todo, eres un Zarkozi tu vida se puede ir de entre tus dedos como el agua misma. No sólo las consecuencias van hacía ti, sino también a todo aquel que pueda estar a su alrededor. Si todos los que se encontraran en esa taberna fueran humanos inocentes, incluso ellos pagarían con su sangre no derramaba, sino en el cuerpo de una criatura necesitada. Nina se estaba portando de esa manera tan despreocupada que le hizo arquear una ceja. No la recordaba así, no es que la estuviera juzgando, quizás el cansancio y la perdida de sangre la ponían torpes, él recordaba momentos en los que incluso se dejaba caer en la tierra lleno de moretes y cortes. Suspiró apartando la mirada de ella.
¿Olerlo a él? Inevitablemente sonrió de medio lado. Era bien sabido que con el solitario sólo se podían tener tres opciones. La primera era sencilla, lo odiaban tanto que olerlo era el primer paso a intentar ir a asesinarlo. La segunda opción era más compleja, trataba del miedo que podían sentir hacía él, las ganas de salir corriendo antes de que su existencia se extinguiera. Y la tercera pero no por eso menos importante es que le respetaban. Quizás en esa ocasión se tratara de la segunda, porque de mostrar respeto lo habrían ido a saludar, si deseaban matarlo ya estarían frente a él iniciando el altercado.
De todas formas no tiene ganas de pensar en combates, mucho menos en la necesidad de mantenerse con vida. Ese día precisamente le han quitado demasiada sangre, incluso creyó que la eliminarían toda de su cuerpo, fue agonizante, aunque es una criatura de la noche que puede recuperar ese liquido carmín con rapidez. Las consecuencias de tantas perdidas pueden durar horas. Que no se extrañe que su animo sea variante, menos tan huraño.
- A estás alturas del juego, Nina – Hizo una pausa llevándose de forma poco recatada la segunda botella a sus labios. Más de un cuarto del liquido ya se encontraba en su cuerpo – Creía que ya habías entendido que nada en esta vida es justo – Su sonrisa torcida se ensanchó – Pero si de verdad deseas justicia y beber un poco espera a que me tome unas ocho más de estás, y entonces podríamos estar a la par – Cazadores e inquisidores que conocían la vida de Roland, su historia, su pasado, su presente e incluso futuro sabían su condición de licántropo, aunque a final de cuentas era una criatura de la noche le respetaban, le hacían caso por su arrepentimiento y su descuido, también porque con todo y esa nueva condición seguía purificando las calles en nombre de “Dios”.
La seguridad de su nueva condición era una cosa. La del cómo se había convertido era otra. Nadie, absolutamente nadie sabía la verdadera razón, con excepción a su hermana, claro, y ella lo sabía porque lo vivió con él. De lo contrario sería muy poco probable que supiera las razones. Nadie desafiaba a Gregory, que supieran que sus hijos estuvieron a punto de escapar lo dejaría en ridículo. Quien lo supiera terminaría sin cabeza, así que se ahorró los detalles diciendo que habían tenido un accidente grave en una cacería común.
- Ella se encuentra bien – Su voz se notaba firme, tajante, no estaba para dar detalles nuevos de su hermana. Quizás las paredes podían escucharle, la idea de tener a alguien a favor de su padre dispuesto a decirle de su hermana, lo podía insoportable. Volteó a ver a Nina con odio, aunque era cierto que si querían suavizarlo debían empezar por su único tema amado, en esa ocasión había sido muy rápido llegar a ese punto – Feliz – Y él podía apostar lo que fuera a que su hermana lo era, estaba libre, feliz, sin necesidad de pasar más tiempo bajo el mandato de un padre que jamás los había amado. – De vacaciones – Respuestas simples, no tiene porque dar explicaciones. Además, aunque confiaba en la cazadora una parte de él siempre temía a que pudieran unirse a su padre, ya fuera por decisión propia, o por sometimiento.
- Dime ¿qué haces por mis tierras? Estás muy lejos de tu zona, puede ser peligroso – Aunque puedan ser muy hábiles, profesionales, etc. Lo cierto es que muchos de ellos en ocasiones salen sin vida por los nuevos territorios. Los conocidos tienen esa ventaja, que se le conoce incluso las formas de los arboles, donde hay flores o riachuelos, donde hay animales salvajes o domésticos; se llevó lo que faltaba de la botella a su interior, y luego bebió la siguiente, así hasta llegar a la quinta – Si quieres puedes empezar – Le ofreció una nueva y limpia.
Roland F. Zarkozi- Condenado/Licántropo/Clase Alta
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Fecha de inscripción : 07/11/2013
Re: A los callados con cautela {Roland F. Zarkozi}
Había ocasiones en las que aunque no te mirasen, sentías que estabas bajo la mira de cierta persona. Así se sentía Nina junto al siempre vigilante Roland, quien no solamente se ocupaba de vivir ese espontáneo encuentro con ella, sino que además examinaba cada situación en particular que en el medio circundase, midiendo las posibles consecuencias de cada uno. Era algo así como un radar en forma humana, o bueno, casi. Uno podía preguntarse si todos los inquisidores eran así de prolijos, pero Nina dudaba que lo fuesen al nivel de su licántropo amigo; para ello tendrían que haber recorrido sus caminos, vivido su historia y luchado sus batallas. No, eso era cosa de él, el deslizarse apareciendo y escondiéndose bajo la pesada carga que implicaba llevar un apellido como Zarkozi y una marca como la de la licantropía.
O tal vez estaba meramente especulando y esa preocupación constante que tenía se debía a que no podía dejarse morir porque tenía un motivo llamado Abigail para hacerse perdurar, por lo que reaccionaba con violencia cuando no se tocaba aquel nombre con una pluma. Y Nina no conocía de tacto como sus trillizas. Era el revés porque iba de frente y le fastidiaban los rodeos, aunque le pudieran ser útiles en situaciones como esas. No indagó ni se mostró ofendida; había estudiado el temperamento de los licántropos y era de esperarse efectos así cuando se pisaba terreno peligroso aún sin quererlo. Así que suspiró para evitar hablar impulsivamente y sólo soltó una frase que sellara ese tema antes de callarse con licor.
—Algún día tendrás que abandonar esa monomanía por tu padre —dijo sin mirar a Roland a los ojos; hacerlo implicaría continuidad cuando lo que ambos querían era cortar por “lo sano” y hacer lo que lo que venía a hacer a las posadas donde las barras eran amplias y las bebidas interminables.
Aunque él no lo sospechase, Krivosheeva lo decía por su bien. La rusa de rostro pálido había intentado por todos los medios complacer a su padre distinguiéndose por su labor en el camino que había optado sirviendo a la Hermandad de la Espada; le había enviado cartas desde los distintos refugios a lo largo de Europa, demostrado su habilidad como espadachín, la lista completa para que la boca de su ascendiente se curvara hacia arriba. ¿Dijo «estoy orgulloso de ti, hija»? No; sólo consiguió ver que el la liberadora de prisioneros de guerra tenía pechos. Jamás llenaría de dicha a su padre siendo ella misma, así que al diablo con él. Roland no podía olvidar que Gregory tenía un pié sobre Abigail, eso no tenía ni que decirlo, pero debía equilibrarse, ya que no solamente despejaba dudas sobre posibles enemigos, sino que también alejaba aliados importantes. Era un solitario, desde luego, pero hasta los más ermitaños podían necesitar una mano. En el caso de él, en el que nada ni nadie tenía la última palabra, podía llegar a ser más necesaria de lo que hubiera imaginado, pero eso sólo lo diría el curso que tomara la familia.
A pesar de todo, supo sonreírle al inquisidor como lo haría un amigo que lo es sin importar la rabia. La historia de por medio conocida entre ambos construía los cimientos para que se dieran esas instancias.
—Nada de que “puede ser peligroso”; lo es, pero eso ya lo sabía cuando ingresé a la hermandad. Transitando en un medio como el nuestro podemos cumplir con la mayor cantidad de precauciones para evitar exponernos, pero es como si la vida que llevamos fuese algo que debiéramos pagar, así que los problemas llegan el doble de todas formas. Tomo los traslados como cambiar un peligro por otro, pero uno que yo elija. Una pequeña gran libertad —dijo con una mirada hambrienta recorriendo la botella que inclinó lentamente sobre sus labios antes de besar la apertura, rogando con un beso que el alcohol curase sus heridas con la misma velocidad con la que quemaría su garganta— Recuerda el nombre de mi tierra, Roland. Este hígado resistirá. Vamos al ataque.
Comprobó así que su conocido camarada realmente había estado buscando emborracharse. Ahí tenía uno fuerte, aunque no el más potente que hubiera probado. Depositando el envase nuevamente sobre la mesa con aire masculino, embistiendo el vidrio contra la madera, suscitando el ruido. Nina miró a Roland con incredulidad. ¿Esperaba probar el límite de su resistencia lupina acaso? Por las señales que daba su rostro, podía encontrarse en cualquier condición, menos en una placentera. Jamás podía estarlo.
—Qué bueno que bebemos juntos dos personas con hábitos similares. Es una verdadera suerte —dijo de un momento a otro, como si hubiese estado pensando algo aislado en su cabeza y luego lo hubiera soltado sin más, pero todo tenía una conexión para una mente estratega como la de la eternamente soltera. Antes de continuar, se puso a jugar con las botellas vacías, haciéndolas rodar con una de sus palmas como si estuviera aburrida— Copear nos gusta porque no nos hace sentir nada bien. —sonrió con ironía. Curiosidades de la vida que se traducían en una gran verdad. Allí enfocó sus ojos marrones en los oceánicos del condenado— Si lo hiciera, vaya que lo hubiéramos perdido todo en el camino. A mayor velocidad, mayor es el impacto. No se puede dar lugar a la distracción —Allí enfocó sus ojos marrones en los oceánicos del condenado— A ti más que a nadie te hubiera repercutido, que todo lo que posees es también lo único que te queda, tienes todo eso y más para perder. Debe ser por eso que ni tomándote la taberna entera sucumbirías ante el placer de beber.
O tal vez estaba meramente especulando y esa preocupación constante que tenía se debía a que no podía dejarse morir porque tenía un motivo llamado Abigail para hacerse perdurar, por lo que reaccionaba con violencia cuando no se tocaba aquel nombre con una pluma. Y Nina no conocía de tacto como sus trillizas. Era el revés porque iba de frente y le fastidiaban los rodeos, aunque le pudieran ser útiles en situaciones como esas. No indagó ni se mostró ofendida; había estudiado el temperamento de los licántropos y era de esperarse efectos así cuando se pisaba terreno peligroso aún sin quererlo. Así que suspiró para evitar hablar impulsivamente y sólo soltó una frase que sellara ese tema antes de callarse con licor.
—Algún día tendrás que abandonar esa monomanía por tu padre —dijo sin mirar a Roland a los ojos; hacerlo implicaría continuidad cuando lo que ambos querían era cortar por “lo sano” y hacer lo que lo que venía a hacer a las posadas donde las barras eran amplias y las bebidas interminables.
Aunque él no lo sospechase, Krivosheeva lo decía por su bien. La rusa de rostro pálido había intentado por todos los medios complacer a su padre distinguiéndose por su labor en el camino que había optado sirviendo a la Hermandad de la Espada; le había enviado cartas desde los distintos refugios a lo largo de Europa, demostrado su habilidad como espadachín, la lista completa para que la boca de su ascendiente se curvara hacia arriba. ¿Dijo «estoy orgulloso de ti, hija»? No; sólo consiguió ver que el la liberadora de prisioneros de guerra tenía pechos. Jamás llenaría de dicha a su padre siendo ella misma, así que al diablo con él. Roland no podía olvidar que Gregory tenía un pié sobre Abigail, eso no tenía ni que decirlo, pero debía equilibrarse, ya que no solamente despejaba dudas sobre posibles enemigos, sino que también alejaba aliados importantes. Era un solitario, desde luego, pero hasta los más ermitaños podían necesitar una mano. En el caso de él, en el que nada ni nadie tenía la última palabra, podía llegar a ser más necesaria de lo que hubiera imaginado, pero eso sólo lo diría el curso que tomara la familia.
A pesar de todo, supo sonreírle al inquisidor como lo haría un amigo que lo es sin importar la rabia. La historia de por medio conocida entre ambos construía los cimientos para que se dieran esas instancias.
—Nada de que “puede ser peligroso”; lo es, pero eso ya lo sabía cuando ingresé a la hermandad. Transitando en un medio como el nuestro podemos cumplir con la mayor cantidad de precauciones para evitar exponernos, pero es como si la vida que llevamos fuese algo que debiéramos pagar, así que los problemas llegan el doble de todas formas. Tomo los traslados como cambiar un peligro por otro, pero uno que yo elija. Una pequeña gran libertad —dijo con una mirada hambrienta recorriendo la botella que inclinó lentamente sobre sus labios antes de besar la apertura, rogando con un beso que el alcohol curase sus heridas con la misma velocidad con la que quemaría su garganta— Recuerda el nombre de mi tierra, Roland. Este hígado resistirá. Vamos al ataque.
Comprobó así que su conocido camarada realmente había estado buscando emborracharse. Ahí tenía uno fuerte, aunque no el más potente que hubiera probado. Depositando el envase nuevamente sobre la mesa con aire masculino, embistiendo el vidrio contra la madera, suscitando el ruido. Nina miró a Roland con incredulidad. ¿Esperaba probar el límite de su resistencia lupina acaso? Por las señales que daba su rostro, podía encontrarse en cualquier condición, menos en una placentera. Jamás podía estarlo.
—Qué bueno que bebemos juntos dos personas con hábitos similares. Es una verdadera suerte —dijo de un momento a otro, como si hubiese estado pensando algo aislado en su cabeza y luego lo hubiera soltado sin más, pero todo tenía una conexión para una mente estratega como la de la eternamente soltera. Antes de continuar, se puso a jugar con las botellas vacías, haciéndolas rodar con una de sus palmas como si estuviera aburrida— Copear nos gusta porque no nos hace sentir nada bien. —sonrió con ironía. Curiosidades de la vida que se traducían en una gran verdad. Allí enfocó sus ojos marrones en los oceánicos del condenado— Si lo hiciera, vaya que lo hubiéramos perdido todo en el camino. A mayor velocidad, mayor es el impacto. No se puede dar lugar a la distracción —Allí enfocó sus ojos marrones en los oceánicos del condenado— A ti más que a nadie te hubiera repercutido, que todo lo que posees es también lo único que te queda, tienes todo eso y más para perder. Debe ser por eso que ni tomándote la taberna entera sucumbirías ante el placer de beber.
Nina Krivosheeva- Cazador Clase Alta
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Fecha de inscripción : 20/11/2013
DATOS DEL PERSONAJE
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Datos de interés:
Re: A los callados con cautela {Roland F. Zarkozi}
Inevitablemente sonrió de medio lado. Claro que su sonrisa no era la más amplia que existiera, tampoco la más clara, de hecho sonreía para él, para sus adentros. ¿Por qué las personas a su alrededor creían que le conocían? ¿Qué conocían su vida? Él nunca contaba más de la cuenta, de hecho en ocasiones incluso inventaba, no es que fuera mentiroso, pero Gregory le obligaba a cambiar palabras para poder tener a salvo a su pequeña hermana. Debía reconocer que le molestaba mucho que Nina quisiera hablarle con tanta familiaridad. Si se trataba de un hombre callado, que a penas y se relacionaba era por eso mismo, le molestaba que le recordaran lo que era su vida, o lo que creían que era. En contadas ocasiones le contó sobre Abigail, y todo porqué extrañaba mucho a su hermana, no por ganas de compartir lo más preciado. Lo bueno de todo es que a pesar de todo la cazadora no se intimidaba, ni se molestaba, lo había aceptado desde el inicio así como a ella la aceptó, aunque algo debía hacer el inquisidor para dejarle en claro que no siguiera metiendo a su padre, o a su hermana, o lo que fuera a las conversaciones.
— Honestamente si llego a abandonar las cosas con mi padre o no, será mi problema, no creo que te incumba demasiado — Su tono de voz era sereno, tranquilo, no mostraba pizca de agresión, tampoco de ofensa. — No me gusta tocar el tema, lo sabes bien, no sé porque siempre sacas comentarios al aire — Bufó con fastidio. El tema Gregory era su menos favorito, él sabía porque seguía ahí. ¡Claro que por Abigail! Pero existían más factores, cosas que había descubierto, temas a los que le sacaría provecho. Él tomaba las decisiones a su ritmo, fuera como fuera, nadie tenía que opinar en eso. ¡Cómo lo molestaba! En casa le decían que debía hacer, y ahora una amiga se decidía a hablar demasiado. ¿No era ya todo demasiado absurdo?
Movió el rostro hacía el lado contrario. Roland descubrió que muchas miradas estaban puestos en ellos. Las ignoró, pero sólo lo iba a hacer por un rato, no estaba con ganas de marcharse, al menos no aún; una seña bastó para que el mesero se acercara con rapidez a su mesa, se trataba de un muchacho de clase baja que se metía a trabajar todas las noches a ese lugar, el peligro poco le importaba, siempre mencionaba que alimentar las bocas de sus hermanos valía la pena por los desvelos o los riesgos. Dado ese discurso el inquisidor le dejaba propinas que bien podrían pasar por la cantidad de un salario mínimo. Entendía el sacrificio del muchacho, él mismo lo vivía.
— ¿Algún día dejarás de buscar la aceptación de tu viejo? — Casi eran las mismas palabras que la muchacha le había hecho minutos atrás, probablemente tendría el mismo efecto que causó en él. Suspiró — Espero que si, así te vería sonriendo más seguido — Se encogió de hombros, observó la nueva botella, dejó los francos en la mesa para que el chico se llevara el costo de la misma, y luego se sirvió en uno de sus vasos ya usados. Bebió.
— Honestamente, Nina, ¿tienes el deseo acaso de ser un hombre? — Preguntó con suma curiosidad. Recargó su espalda en la pared del lugar, aquel asiento que más bien parecía taburete ya le había cansado la postura. Su pregunta surgió debido a los movimientos tan rudos que la chica hacía. Siempre la recordaba como alguien sin medidas, sin etiquetas, pero a veces no comprendía como una criatura tan hermosa y delicada al mismo tiempo llegaba a tener tales manías. Si Roland algo amaba de las mujeres era esa forma delicada de andar, no porque fueran débiles, más bien por lo letales que resultaban en ocasiones. O la mayor parte del tiempo. El sexo femenino, al menos para él, era el más fuerte, ellas decidían, así de sencillo. Una verdadera lastima que los demás no lo vieran así, que no lo notaran. El intelecto del licántropo le ayudaba a apreciar esos detalles.
Roland perdió en ese momento toda elegancia y perfección que lograba irradiar. Tomó la botella y con salvajismo comenzó a beber de ella, incluso gotas del licor salieron por entre sus comisuras. El hombre ladeó el rostro mostrando una amplia sonrisa cuando se la terminó y la colocó en la mesa, se limpió la boca y el mentón con el brazo. Se puso de pie y tomó del brazo a la chica, sólo bastó una mirada para indicarle que se iban, no la hizo caminar, al menos hasta que sacara la ya necesitaba propina que le dejaría al muchacho.
— Suficiente de este lugar y tu olor a sangre fresca, incluso a mi me has abierto el apetito — Y es que desde que se transformó en esa criatura que cambiaba cada luna llena, el inquisidor apreciaba la sangre de otra manera, incluso reconocía que la carne cruda en ocasiones llamaba su atención, y un par de veces la había comido. Su parte animal también se ponía exigente en ese tipo de detalles. — No quiero perder a una amiga, aunque tenga la lengua suelta — Siguió molestando. Ahora la tomaba firmemente de la cintura para avanzar hasta la entrada del lugar — No creo que quieras terminar muerta por una herida, sería una vergüenza para tu memoria, en vez de morir en el campo de batalla — Aspiró el aire fresco de los alrededores.
— Mi casa no se encuentra mi lejos, podrás curarte, darte un baño, tomar ropa limpia y también seguir bebiendo conmigo ¿te gusta la oferta? — La soltó simplemente para seguir avanzando, tampoco le gustaba demasiado la cercanía. Excepto, claro, con Abigail.
— Honestamente si llego a abandonar las cosas con mi padre o no, será mi problema, no creo que te incumba demasiado — Su tono de voz era sereno, tranquilo, no mostraba pizca de agresión, tampoco de ofensa. — No me gusta tocar el tema, lo sabes bien, no sé porque siempre sacas comentarios al aire — Bufó con fastidio. El tema Gregory era su menos favorito, él sabía porque seguía ahí. ¡Claro que por Abigail! Pero existían más factores, cosas que había descubierto, temas a los que le sacaría provecho. Él tomaba las decisiones a su ritmo, fuera como fuera, nadie tenía que opinar en eso. ¡Cómo lo molestaba! En casa le decían que debía hacer, y ahora una amiga se decidía a hablar demasiado. ¿No era ya todo demasiado absurdo?
Movió el rostro hacía el lado contrario. Roland descubrió que muchas miradas estaban puestos en ellos. Las ignoró, pero sólo lo iba a hacer por un rato, no estaba con ganas de marcharse, al menos no aún; una seña bastó para que el mesero se acercara con rapidez a su mesa, se trataba de un muchacho de clase baja que se metía a trabajar todas las noches a ese lugar, el peligro poco le importaba, siempre mencionaba que alimentar las bocas de sus hermanos valía la pena por los desvelos o los riesgos. Dado ese discurso el inquisidor le dejaba propinas que bien podrían pasar por la cantidad de un salario mínimo. Entendía el sacrificio del muchacho, él mismo lo vivía.
— ¿Algún día dejarás de buscar la aceptación de tu viejo? — Casi eran las mismas palabras que la muchacha le había hecho minutos atrás, probablemente tendría el mismo efecto que causó en él. Suspiró — Espero que si, así te vería sonriendo más seguido — Se encogió de hombros, observó la nueva botella, dejó los francos en la mesa para que el chico se llevara el costo de la misma, y luego se sirvió en uno de sus vasos ya usados. Bebió.
— Honestamente, Nina, ¿tienes el deseo acaso de ser un hombre? — Preguntó con suma curiosidad. Recargó su espalda en la pared del lugar, aquel asiento que más bien parecía taburete ya le había cansado la postura. Su pregunta surgió debido a los movimientos tan rudos que la chica hacía. Siempre la recordaba como alguien sin medidas, sin etiquetas, pero a veces no comprendía como una criatura tan hermosa y delicada al mismo tiempo llegaba a tener tales manías. Si Roland algo amaba de las mujeres era esa forma delicada de andar, no porque fueran débiles, más bien por lo letales que resultaban en ocasiones. O la mayor parte del tiempo. El sexo femenino, al menos para él, era el más fuerte, ellas decidían, así de sencillo. Una verdadera lastima que los demás no lo vieran así, que no lo notaran. El intelecto del licántropo le ayudaba a apreciar esos detalles.
Roland perdió en ese momento toda elegancia y perfección que lograba irradiar. Tomó la botella y con salvajismo comenzó a beber de ella, incluso gotas del licor salieron por entre sus comisuras. El hombre ladeó el rostro mostrando una amplia sonrisa cuando se la terminó y la colocó en la mesa, se limpió la boca y el mentón con el brazo. Se puso de pie y tomó del brazo a la chica, sólo bastó una mirada para indicarle que se iban, no la hizo caminar, al menos hasta que sacara la ya necesitaba propina que le dejaría al muchacho.
— Suficiente de este lugar y tu olor a sangre fresca, incluso a mi me has abierto el apetito — Y es que desde que se transformó en esa criatura que cambiaba cada luna llena, el inquisidor apreciaba la sangre de otra manera, incluso reconocía que la carne cruda en ocasiones llamaba su atención, y un par de veces la había comido. Su parte animal también se ponía exigente en ese tipo de detalles. — No quiero perder a una amiga, aunque tenga la lengua suelta — Siguió molestando. Ahora la tomaba firmemente de la cintura para avanzar hasta la entrada del lugar — No creo que quieras terminar muerta por una herida, sería una vergüenza para tu memoria, en vez de morir en el campo de batalla — Aspiró el aire fresco de los alrededores.
— Mi casa no se encuentra mi lejos, podrás curarte, darte un baño, tomar ropa limpia y también seguir bebiendo conmigo ¿te gusta la oferta? — La soltó simplemente para seguir avanzando, tampoco le gustaba demasiado la cercanía. Excepto, claro, con Abigail.
Roland F. Zarkozi- Condenado/Licántropo/Clase Alta
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Fecha de inscripción : 07/11/2013
Re: A los callados con cautela {Roland F. Zarkozi}
—Touché. —pensó Nina al borde de la diversión cuando Roland lanzó dardos a su “tema delicado”, al igual que ella lo había hecho con el suyo. Era un licántropo, después de todo; territorial hasta de lo que le acontecía. No era de extrañar que le devolviera la jugada.— El mismo día en que lo hagas tú, supongo. Estamos en el mismo negocio. No es difícil hacer estimaciones de cuándo pueda ser. —terminó diciendo antes de olvidar el vaso y beber de la misma botella. Nada femenino, lo sabía. Aún estando lejos de casa, refregaba quién era a su procreador.
Nunca. Ésa era la respuesta camuflada, pero saberlo no hacía que se sintiera mejor. Manzana, árbol. Podían huir de sus orígenes todo lo que quisieran, duplicar la rabia a quienes les dieron la vida para defenderse de sus faltas, e incluso borrar su nombre para insultar la memoria de quienes les negaron palabras de sano orgullo e incluso de mera admisión, pero el apellido de ambos continuaba intacto. Tal vez sabían que una palabra no cambiaría de dónde venían, ni mucho menos la realidad derivado de ello. Al fin y al cabo, eso era lo que más dolía: el presente. Y por mucho que tanto a Roland como Nina los hubieran endurecido más las experiencias que los años, seguía abierta la interrogante de cómo reaccionarían si recibieran de parte de sus masculinos progenitores un abrazo de verdad, sello irrevocable de afecto, un deseo muerto antes de nacer por la objetividad de quiénes eran sus padres.
El beber tan ansiosamente hizo que comenzara una jaqueca en la cabeza de la rusa.
—Es curioso, porque ahora que lo mencionas, no lo tengo hoy ni lo tuve ayer. Para adelante lo veo menos que nunca. —dijo guardándose para sí el pensamiento de que sería muy útil para sus viajes constantes poder evacuar de pié.— Sólo sé que siempre fui así y que no me dieron ganas de cambiar esta espada por palillos para bordar, eso más que nada. Y luego mis padres me enseñaron que ser como yo acarreaba ser vista como un hombre; me encasillaron de esa forma y así me quedé para todos. Tú eres listo, Roland; sabrás que desde luego que murmuraban todo lo que podían sobre mi orientación sexual, esos bastardos —suspiró de fastidio— Como si por no ser quien esperaban que fuera me hiciera salir un pene.
Estaba a punto de echarse adentro medio litro de lo que había adquirido en la menor cantidad de tiempo posible cuando sin previo aviso Zarkozi la tomó del brazo y comenzó a caminar con ella. El lugar lo había hastiado, Nina lo entendía. Poder percibir los detalles como él era una ventaja para captar el medio, pero también una pésima desventaja a la hora de planear pasar un rato prolongado en un lugar determinado. Para la cazadora era fantástico contemplarlo en sus cambios repentinos, si es que el nivel de alcohol le permitía ser testigo pleno de ello. Era fascinante notar el rostro de alguien como él, gomoso y de alcurnia, rodeado de restos de alcohol y de preocupaciones que no se secaban con la misma eficacia. Aquel toque primitivo contrastaba con su porte de Corte. Dos colosos compartiendo celda en un mismo hombre. Apostaba que Zarkozi padre debía sentirse intimidado, al menos de algún modo, por esa fuerza que desprendía su hijo.
—¿Seguro que es mi sangre? Llevo encima el olor de varias criaturas sobre mi ropa. En una de esas te confundes, husmeador. Y podría defenderme aprovechando los tragos que nos bebimos. Vendrían esos cotillones de adentro a presenciar tus reacciones, ¿qué dices tú? —aligeraba el peso de su discurso gracias a los grados adicionales de alcohol en la sangre. Se sentía bien.— No moriría, no sin llevarte conmigo o marcarte en algún sitio por lo menos. Nada personal, pero preferiría no llegar al otro mundo con un anuncio de fracasada en la frente.
Nina notó que el agarre del licántropo rodeándola, pero no lo apartó, pues no le molestaba en absoluto, sino que todo lo contrario. Él tenía ese algo protector que no asfixiaba; no la hacía ver como si fuera una inválida, sino como una compañera. ¿Compañera de qué? No se podía decir con certeza, pero lo era. Sorprendentemente, Roland era de los pocos que aun con sus hábitos la trataba como una mujer. Los padres de Nina y los otros miembros de la alta sociedad se escandalizarían si la viesen siendo conducida por la cintura por un hombre que no era su marido. No sabían nada de que había manifestado esa conducta indecorosa y una tonelada más con Fyodor, a quien su familia le guardaba tanto cariño. Y si lo sospechaban, hacían oídos sordos y ojos ciegos para guardas las apariencias. Los santos no existían, y menos en el rubro de los combatientes.
—Eres una mala influencia para mí, Roland. Me harás acostumbrarme a tu gentileza —lo cual era un problema considerando que tendría que continuar con su camino, uno que tenía todo menos rostros sonrientes— Sólo será un momento, ¿de acuerdo? Procuraré quitarte la menor cantidad de tiempo posible. Así no te causaré problemas ni con mi falta de delicadeza ni con mis preguntas desagradables. Y… ¿quién sabe? Si no me ahogo en la bañera, entre copas podríamos hacer como si esos temas molestos no existieran. —no era mala idea, ¿verdad?
Nunca. Ésa era la respuesta camuflada, pero saberlo no hacía que se sintiera mejor. Manzana, árbol. Podían huir de sus orígenes todo lo que quisieran, duplicar la rabia a quienes les dieron la vida para defenderse de sus faltas, e incluso borrar su nombre para insultar la memoria de quienes les negaron palabras de sano orgullo e incluso de mera admisión, pero el apellido de ambos continuaba intacto. Tal vez sabían que una palabra no cambiaría de dónde venían, ni mucho menos la realidad derivado de ello. Al fin y al cabo, eso era lo que más dolía: el presente. Y por mucho que tanto a Roland como Nina los hubieran endurecido más las experiencias que los años, seguía abierta la interrogante de cómo reaccionarían si recibieran de parte de sus masculinos progenitores un abrazo de verdad, sello irrevocable de afecto, un deseo muerto antes de nacer por la objetividad de quiénes eran sus padres.
El beber tan ansiosamente hizo que comenzara una jaqueca en la cabeza de la rusa.
—Es curioso, porque ahora que lo mencionas, no lo tengo hoy ni lo tuve ayer. Para adelante lo veo menos que nunca. —dijo guardándose para sí el pensamiento de que sería muy útil para sus viajes constantes poder evacuar de pié.— Sólo sé que siempre fui así y que no me dieron ganas de cambiar esta espada por palillos para bordar, eso más que nada. Y luego mis padres me enseñaron que ser como yo acarreaba ser vista como un hombre; me encasillaron de esa forma y así me quedé para todos. Tú eres listo, Roland; sabrás que desde luego que murmuraban todo lo que podían sobre mi orientación sexual, esos bastardos —suspiró de fastidio— Como si por no ser quien esperaban que fuera me hiciera salir un pene.
Estaba a punto de echarse adentro medio litro de lo que había adquirido en la menor cantidad de tiempo posible cuando sin previo aviso Zarkozi la tomó del brazo y comenzó a caminar con ella. El lugar lo había hastiado, Nina lo entendía. Poder percibir los detalles como él era una ventaja para captar el medio, pero también una pésima desventaja a la hora de planear pasar un rato prolongado en un lugar determinado. Para la cazadora era fantástico contemplarlo en sus cambios repentinos, si es que el nivel de alcohol le permitía ser testigo pleno de ello. Era fascinante notar el rostro de alguien como él, gomoso y de alcurnia, rodeado de restos de alcohol y de preocupaciones que no se secaban con la misma eficacia. Aquel toque primitivo contrastaba con su porte de Corte. Dos colosos compartiendo celda en un mismo hombre. Apostaba que Zarkozi padre debía sentirse intimidado, al menos de algún modo, por esa fuerza que desprendía su hijo.
—¿Seguro que es mi sangre? Llevo encima el olor de varias criaturas sobre mi ropa. En una de esas te confundes, husmeador. Y podría defenderme aprovechando los tragos que nos bebimos. Vendrían esos cotillones de adentro a presenciar tus reacciones, ¿qué dices tú? —aligeraba el peso de su discurso gracias a los grados adicionales de alcohol en la sangre. Se sentía bien.— No moriría, no sin llevarte conmigo o marcarte en algún sitio por lo menos. Nada personal, pero preferiría no llegar al otro mundo con un anuncio de fracasada en la frente.
Nina notó que el agarre del licántropo rodeándola, pero no lo apartó, pues no le molestaba en absoluto, sino que todo lo contrario. Él tenía ese algo protector que no asfixiaba; no la hacía ver como si fuera una inválida, sino como una compañera. ¿Compañera de qué? No se podía decir con certeza, pero lo era. Sorprendentemente, Roland era de los pocos que aun con sus hábitos la trataba como una mujer. Los padres de Nina y los otros miembros de la alta sociedad se escandalizarían si la viesen siendo conducida por la cintura por un hombre que no era su marido. No sabían nada de que había manifestado esa conducta indecorosa y una tonelada más con Fyodor, a quien su familia le guardaba tanto cariño. Y si lo sospechaban, hacían oídos sordos y ojos ciegos para guardas las apariencias. Los santos no existían, y menos en el rubro de los combatientes.
—Eres una mala influencia para mí, Roland. Me harás acostumbrarme a tu gentileza —lo cual era un problema considerando que tendría que continuar con su camino, uno que tenía todo menos rostros sonrientes— Sólo será un momento, ¿de acuerdo? Procuraré quitarte la menor cantidad de tiempo posible. Así no te causaré problemas ni con mi falta de delicadeza ni con mis preguntas desagradables. Y… ¿quién sabe? Si no me ahogo en la bañera, entre copas podríamos hacer como si esos temas molestos no existieran. —no era mala idea, ¿verdad?
Nina Krivosheeva- Cazador Clase Alta
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Re: A los callados con cautela {Roland F. Zarkozi}
Uno de sus secretos más grandes se basaba en su aprecio a su nueva condición. Nadie lo sabía, ante cualquier ojo publico su mejor actuación era el sufrir tener que ser un licántropo, aunque por dentro fuera lo contrario. Se trataba de guardar apariencias, de mostrar un lado distinto a lo que realmente era para no darle ventaja al enemigo. Dado su entrenamiento, su educación, sus experiencias, era una ventaja tener habilidades en su rama, le daba ventajas que no cualquier inquisidor tenía, y si su trabajo era impecable, a esas alturas ya se volvía casi perfecto. No le diría eso a Nina, por supuesto, pero ganas no le faltaban para molestarla y demostrarle que seguiría ganándole en el campo de batalla, claro que no la subestimaba, pero la idea de hacerla rabiar en ese terreno lo tentaba, sin embargo sin principios lo detuvieron y lo mantuvieron sereno, tranquilo, solo se dejó formar una sonrisa de medio lado ante sus pensamientos, una que bien podría pasar desapercibida por las palabras de la cazadora.
Roland movió suavemente el cabello de la chica para despejarle el rostro, la vista. No es que hubieran tomado demasiado, bueno él si, pero ella no, y parecía que quien tenía los litros más encima era ella, su lengua se estaba aflojando más que de costumbre. Suspiró con pesadez y recordó a Abigail, aunque su hermana tenía rasgos de una diosa griega, lo cierto es que muchas veces la catalogaban como un hombre por su destreza en las batallas. El licántropo no etiquetaría a su amiga, sería como hacer lo mismo con su hermana mejor, y eso siempre le había molestado. Debía respetar tanto como quería que lo hicieran con él. ¿No? Aunque el molestarla le resultaba tan atrayente que la tentación iba incrementando a cada paso.
Con la pregunta venía una respuesta, y con la respuesta un proceder. Le tomó de la mano sin decir nada y avanzó tirando de la chica. El joven podía escuchar con claridad las voces en el interior. El sentido del olfato le permitía reconocer con rapidez al vampiro, ese que le indicaba que quien hablaba de hambre y de una cazadora era el tema principal en una mesa. Su sonrisa se mantenía, sin duda se sentía vigoroso, el poder arrancar una que otra cabeza a algún insolente, y encima ahora enemigo por naturaleza le resultaba atrayente, sin embargo existían otras actividades más importantes por hacer, se tendría que quedar con las ganas.
Así avanzó, silencioso como se le hacía llamar, sólo dejando escuchar el crujir de sus pisadas al andar, podría evitar aquello también, pero no estaba de animo para ser más cuidadoso que con Nina, con eso tenía suficiente, con eso y con tener que lidiar con la lengua viperina de su amiga. No la volteó a ver ningún segundo de camino a casa, la tenía agarrada de la mano, y aunque no lo fuera podría sentirla, así que el saberla consigo le bastaba para seguir. No iba a malgastar sus palabras.
Sólo le soltó la mano para sacar la llave que abría la puerta. La tenía en una bolsa dentro de su saco. No tardó en meterla en la cerradura, en girarla y en dejar pasar a la intrusa, porque eso era en su espacio, una intrusa más que una amiga. A todo aquel que perturbara su orden, Roland podía llamarlo amenaza, sin embargo confiaba en ella, por eso la había invitado. La guió por un pasillo, en el camino tomó dos copas y una botella, también una pequeña caja que sacó de entre unos libros. Cuando por fin llegaron a una puerta negra con la mirada le indicó que abriera y ambos pasaron a una gran y pretensiosa sala que mantenía la chimenea encendida. Últimamente en París las noches se volvían más frías, aunque a él eso no le molestaba o afectaba, simplemente el acto de tener el fuego viviendo le producía tranquilidad, mucha calma. Eran esas extrañas manías que poseía lo que también lo hacían único, no solo su apellido, su entrenamiento, su trabajo o su nueva especie.
— Tienes dos opciones, o te curas tu de forma suave y tranquila, o lo hago yo con mi tosquedad y ruede, tu dirás — Está vez Roland dejó ver que deseaba la segunda opción, sonreír de forma burlona no era común con él, un privilegio que lo vieran de esa manera, con Nina le hacía al natural. ¿Por qué no podía congelar ese momento? Sentirse despreocupado de todo, de la vida, de su trabajo, de su padre. Si tan sólo pudiera salir de ahí y hacerse de una vida. Tenía todas las de ganar. Negocios prósperos que le darían una vida vida, conocimiento para poder sobrevivir en cualquier lugar, el único detalle es que no podía dejar indefensa a Abigail, quien parecía estar cada vez más cerca de su captura, y que claro él no iba a permitir que eso ocurriera, tendría que contactar a su hermana para poder irse con ella.
— Niña, reacciona — Le movió con poca delicadeza el hombro y le dejó en una mano una copa de su mejor licor. — Bueno, empezaré mientras me cuentas cuantos se han agregado a tu lista, de muertos claro, con cuantos te has acostado y cuando tiempo tienes sin hacerlo, se te ve una cara de necesidad infinita — Y se estaba portando como un idiota, como nunca, sin educación, atrevido y mal educado pero estaba cómodo, seguro y con ganas de que la noche se volviera eterna. Para Roland todo sería perfecto, todo si tuviera en el mismo terreno a su hermana, a su Abigail.
Roland movió suavemente el cabello de la chica para despejarle el rostro, la vista. No es que hubieran tomado demasiado, bueno él si, pero ella no, y parecía que quien tenía los litros más encima era ella, su lengua se estaba aflojando más que de costumbre. Suspiró con pesadez y recordó a Abigail, aunque su hermana tenía rasgos de una diosa griega, lo cierto es que muchas veces la catalogaban como un hombre por su destreza en las batallas. El licántropo no etiquetaría a su amiga, sería como hacer lo mismo con su hermana mejor, y eso siempre le había molestado. Debía respetar tanto como quería que lo hicieran con él. ¿No? Aunque el molestarla le resultaba tan atrayente que la tentación iba incrementando a cada paso.
Con la pregunta venía una respuesta, y con la respuesta un proceder. Le tomó de la mano sin decir nada y avanzó tirando de la chica. El joven podía escuchar con claridad las voces en el interior. El sentido del olfato le permitía reconocer con rapidez al vampiro, ese que le indicaba que quien hablaba de hambre y de una cazadora era el tema principal en una mesa. Su sonrisa se mantenía, sin duda se sentía vigoroso, el poder arrancar una que otra cabeza a algún insolente, y encima ahora enemigo por naturaleza le resultaba atrayente, sin embargo existían otras actividades más importantes por hacer, se tendría que quedar con las ganas.
Así avanzó, silencioso como se le hacía llamar, sólo dejando escuchar el crujir de sus pisadas al andar, podría evitar aquello también, pero no estaba de animo para ser más cuidadoso que con Nina, con eso tenía suficiente, con eso y con tener que lidiar con la lengua viperina de su amiga. No la volteó a ver ningún segundo de camino a casa, la tenía agarrada de la mano, y aunque no lo fuera podría sentirla, así que el saberla consigo le bastaba para seguir. No iba a malgastar sus palabras.
Sólo le soltó la mano para sacar la llave que abría la puerta. La tenía en una bolsa dentro de su saco. No tardó en meterla en la cerradura, en girarla y en dejar pasar a la intrusa, porque eso era en su espacio, una intrusa más que una amiga. A todo aquel que perturbara su orden, Roland podía llamarlo amenaza, sin embargo confiaba en ella, por eso la había invitado. La guió por un pasillo, en el camino tomó dos copas y una botella, también una pequeña caja que sacó de entre unos libros. Cuando por fin llegaron a una puerta negra con la mirada le indicó que abriera y ambos pasaron a una gran y pretensiosa sala que mantenía la chimenea encendida. Últimamente en París las noches se volvían más frías, aunque a él eso no le molestaba o afectaba, simplemente el acto de tener el fuego viviendo le producía tranquilidad, mucha calma. Eran esas extrañas manías que poseía lo que también lo hacían único, no solo su apellido, su entrenamiento, su trabajo o su nueva especie.
— Tienes dos opciones, o te curas tu de forma suave y tranquila, o lo hago yo con mi tosquedad y ruede, tu dirás — Está vez Roland dejó ver que deseaba la segunda opción, sonreír de forma burlona no era común con él, un privilegio que lo vieran de esa manera, con Nina le hacía al natural. ¿Por qué no podía congelar ese momento? Sentirse despreocupado de todo, de la vida, de su trabajo, de su padre. Si tan sólo pudiera salir de ahí y hacerse de una vida. Tenía todas las de ganar. Negocios prósperos que le darían una vida vida, conocimiento para poder sobrevivir en cualquier lugar, el único detalle es que no podía dejar indefensa a Abigail, quien parecía estar cada vez más cerca de su captura, y que claro él no iba a permitir que eso ocurriera, tendría que contactar a su hermana para poder irse con ella.
— Niña, reacciona — Le movió con poca delicadeza el hombro y le dejó en una mano una copa de su mejor licor. — Bueno, empezaré mientras me cuentas cuantos se han agregado a tu lista, de muertos claro, con cuantos te has acostado y cuando tiempo tienes sin hacerlo, se te ve una cara de necesidad infinita — Y se estaba portando como un idiota, como nunca, sin educación, atrevido y mal educado pero estaba cómodo, seguro y con ganas de que la noche se volviera eterna. Para Roland todo sería perfecto, todo si tuviera en el mismo terreno a su hermana, a su Abigail.
Roland F. Zarkozi- Condenado/Licántropo/Clase Alta
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Fecha de inscripción : 07/11/2013
Re: A los callados con cautela {Roland F. Zarkozi}
El muy maldito de Roland continuaba como si nada, presumiendo de la sobriedad de su licantropía una vez más, o así lo estaba tomando Nina, a pesar de que el efecto del alcohol contrarrestaba sus deseos de retarlo a un duelo sobre la nieve. Lo cierto era que ser humana tenía sus ventajas, como que gracias al efecto de los fuertes licores de su amigo le importara menos defender su orgullo a punta de espada. Hasta se lo tomaba con humor. Había participado de desafíos de bebida en su tierra natal, con los hígados más resistentes de Rusia, y había ganado en varias ocasiones, pero ya vencer a un licántropo en resistencia física era un exceso de osadía. Zarkozi tendría que ingerir medio París para llegar al mismo estado que ella.
—Suertudo puerco. —pensó la cazadora mientras era prácticamente arrastrada a la morada del lobo. Pero instantes después de haber concebido ese pensamiento dentro de su cabeza, se arrepintió. No podía olvidar las circunstancias que envolvían a su formidable compañía. Había una razón por la cual Roland insistía en borrarse bebiendo, aunque supiera de antemano que una taberna completa no bastaría para tal hazaña, y se llamaba familia. Si Nina consideraba que tenía una cepa de ineptos, tampoco condicionaba su vida al grado de él.— O no lo suficiente —rectificó.
Atravesaron la alfombra helada como los protagonistas de una exigua escena. Cómico para unos pocos; bullanguero para la mayoría, pero ambos lados carecían de relevancia. Roland y Nina llevaban años de experiencia no encajando, por diferentes motivos, en donde más importaba encontrar un lugar, y por lo mismo las opiniones ajenas resbalaban sin efecto. Despreocuparse, aunque fuera una mentira, era la opción por la que bien valía un brindis.
Pareció mentira cuando Nina escuchó el sonido del picaporte de la puerta de entrada aflojándose ante la clave de su acertijo. No había estado concentrada durante el viaje; había confiado a ciegas en que el inquisidor sabía lo que hacía mejor que ella en ese estado de mediana ebriedad. La llaneza era peligrosa para quienes se ganaban envainando espadas en cuerpos ajenos, pero la rusa hizo una excepción por la simple y llana razón de que lo que Roland había perdido no lo recuperaría acogotándola. No perdería el tiempo en ello cuando podía ganar distracción. Los beneficiaba a ambos. Era un buen trato. Eso significaba, pero también que no era lo suficientemente peligrosa como para que él quisiera tomar resguardos. Nina sólo esperó que la hermandad no se enterara.
Apenas sintió el calor humeante de una chimenea, el cuerpo de la fémina buscó donde reposar, eligiendo el primer asiento del cual sus dedos le dieron conocimiento. Le dolería la cabeza después, podía jurarlo, pero todavía podía entender a Roland y su carácter tan impredecible como su sangre lupina.
—Déjame salvar la dignidad que me queda —sonrió la viajera relajando su cabeza sobre el respaldo de la silla— Es sólo un rasguño. Voy a vivir. El sangrado ya se detuvo. La dejo reposar un rato, ajusto nuevas vendas y podré dejar de molestarte sin mayor riego del usual a que un vampiro me deje como leña —habló como si nada. Se había resignado a la idea de que moriría joven, mientras todavía fuera útil. Qué bueno.
Se había relajado tanto que había olvidado que estaba en el territorio de Roland, pero él se lo hizo recordar con esa manera brusca que solían usar con el otro. Le hubiera propinado un golpe en el hombro para recompensarlo, pero a una copa no se le decía que no.
—Vuelve a decirme niña y te muelo a palos —dijo casi sonriendo. El alcohol la volvía casi amable, pero no dejaba su tono sarcástico. Fue una verdadera suerte saborear lo que su anfitrión había dejado en sus manos. Miró el cáliz con expectación y lo degustó sin prisa, aunque no por completo. Sus cejas se curvaron— Esto está bueno. Ojalá hubiéramos bebido esto primero; lo podría sentir mejor.
Con paciencia escuchaba a Roland. En realidad, no había nada que tolerar. Otros se hubieran espantado con su ácido humor, pero también con una mujer sola pernoctando bajo las estrellas y sin la tutela de su marido. Ser cazadora era incompatible con el rol de muñeca de salón. Era algo que sucedía en su cara, mientras escarbaba bajo la herida ayudada por un cuchillo para verificar qué tan fresca se encontraba.
—Cómo me gustaría ser la libertina que me crees. ¿Conoces a amantes míos que yo no? Porque me gustaría que me los presentaras. —bromeó antes de comprobar que todavía no era tiempo de cambiar el vendaje. Tendría que esperar, le gustase o no— La lista de muertos siempre crece, a diferencia de la otra, que va en descenso. Pero al igual que en el cofre de cadáveres, los trofeos son los que cuentan, no los suvenires. Y si me ves contenta no es tu imaginación; antes de venir hacia acá, dimos un buen golpe con la hermandad en Rusia. Liberamos unos cuantos prisioneros importantes, padres de familia, niños, lo típico.
Porque cada vez que la hermandad se movía, eso significaba dos cosas: que sangre por los encarcelados se vertería y que dos curiosos camaradas con beneficios se reencontrarían. No importaba con cuántos durmiera el otro; volvían a compartir el lecho cada noche después de repartirse el campo de batalla. Era lo que Nina asemejaba a un cable a tierra. No por nada después de estar a punto de morir innumerables veces necesitaban repetir ese ritual. No podía aplazarse.
—¿Qué tal tú? —levantó una ceja con picardía.— Es a lo que me dedico, Roland. Los licántropos sienten sus necesidad carnales que los humanos con mayor fuerza que los humanos. Se puede controlar, te habrán enseñado a hacerlo o aprendiste tú solo, tal vez, pero eso no quiere decir que no exista. Así que… ¿a cuántas les han recetado reposo absoluto después de yacer contigo?
Qué conversación más banal. Sí, eso era justo lo que necesitaban. Tocar otros temas más profundos haría que permanecerían callados y hasta habría que tener cuidado con el ambiente que se generara. Serían explosivos, y no podían olvidar que el fuego ardía cerca en el fogón.
—Suertudo puerco. —pensó la cazadora mientras era prácticamente arrastrada a la morada del lobo. Pero instantes después de haber concebido ese pensamiento dentro de su cabeza, se arrepintió. No podía olvidar las circunstancias que envolvían a su formidable compañía. Había una razón por la cual Roland insistía en borrarse bebiendo, aunque supiera de antemano que una taberna completa no bastaría para tal hazaña, y se llamaba familia. Si Nina consideraba que tenía una cepa de ineptos, tampoco condicionaba su vida al grado de él.— O no lo suficiente —rectificó.
Atravesaron la alfombra helada como los protagonistas de una exigua escena. Cómico para unos pocos; bullanguero para la mayoría, pero ambos lados carecían de relevancia. Roland y Nina llevaban años de experiencia no encajando, por diferentes motivos, en donde más importaba encontrar un lugar, y por lo mismo las opiniones ajenas resbalaban sin efecto. Despreocuparse, aunque fuera una mentira, era la opción por la que bien valía un brindis.
Pareció mentira cuando Nina escuchó el sonido del picaporte de la puerta de entrada aflojándose ante la clave de su acertijo. No había estado concentrada durante el viaje; había confiado a ciegas en que el inquisidor sabía lo que hacía mejor que ella en ese estado de mediana ebriedad. La llaneza era peligrosa para quienes se ganaban envainando espadas en cuerpos ajenos, pero la rusa hizo una excepción por la simple y llana razón de que lo que Roland había perdido no lo recuperaría acogotándola. No perdería el tiempo en ello cuando podía ganar distracción. Los beneficiaba a ambos. Era un buen trato. Eso significaba, pero también que no era lo suficientemente peligrosa como para que él quisiera tomar resguardos. Nina sólo esperó que la hermandad no se enterara.
Apenas sintió el calor humeante de una chimenea, el cuerpo de la fémina buscó donde reposar, eligiendo el primer asiento del cual sus dedos le dieron conocimiento. Le dolería la cabeza después, podía jurarlo, pero todavía podía entender a Roland y su carácter tan impredecible como su sangre lupina.
—Déjame salvar la dignidad que me queda —sonrió la viajera relajando su cabeza sobre el respaldo de la silla— Es sólo un rasguño. Voy a vivir. El sangrado ya se detuvo. La dejo reposar un rato, ajusto nuevas vendas y podré dejar de molestarte sin mayor riego del usual a que un vampiro me deje como leña —habló como si nada. Se había resignado a la idea de que moriría joven, mientras todavía fuera útil. Qué bueno.
Se había relajado tanto que había olvidado que estaba en el territorio de Roland, pero él se lo hizo recordar con esa manera brusca que solían usar con el otro. Le hubiera propinado un golpe en el hombro para recompensarlo, pero a una copa no se le decía que no.
—Vuelve a decirme niña y te muelo a palos —dijo casi sonriendo. El alcohol la volvía casi amable, pero no dejaba su tono sarcástico. Fue una verdadera suerte saborear lo que su anfitrión había dejado en sus manos. Miró el cáliz con expectación y lo degustó sin prisa, aunque no por completo. Sus cejas se curvaron— Esto está bueno. Ojalá hubiéramos bebido esto primero; lo podría sentir mejor.
Con paciencia escuchaba a Roland. En realidad, no había nada que tolerar. Otros se hubieran espantado con su ácido humor, pero también con una mujer sola pernoctando bajo las estrellas y sin la tutela de su marido. Ser cazadora era incompatible con el rol de muñeca de salón. Era algo que sucedía en su cara, mientras escarbaba bajo la herida ayudada por un cuchillo para verificar qué tan fresca se encontraba.
—Cómo me gustaría ser la libertina que me crees. ¿Conoces a amantes míos que yo no? Porque me gustaría que me los presentaras. —bromeó antes de comprobar que todavía no era tiempo de cambiar el vendaje. Tendría que esperar, le gustase o no— La lista de muertos siempre crece, a diferencia de la otra, que va en descenso. Pero al igual que en el cofre de cadáveres, los trofeos son los que cuentan, no los suvenires. Y si me ves contenta no es tu imaginación; antes de venir hacia acá, dimos un buen golpe con la hermandad en Rusia. Liberamos unos cuantos prisioneros importantes, padres de familia, niños, lo típico.
Porque cada vez que la hermandad se movía, eso significaba dos cosas: que sangre por los encarcelados se vertería y que dos curiosos camaradas con beneficios se reencontrarían. No importaba con cuántos durmiera el otro; volvían a compartir el lecho cada noche después de repartirse el campo de batalla. Era lo que Nina asemejaba a un cable a tierra. No por nada después de estar a punto de morir innumerables veces necesitaban repetir ese ritual. No podía aplazarse.
—¿Qué tal tú? —levantó una ceja con picardía.— Es a lo que me dedico, Roland. Los licántropos sienten sus necesidad carnales que los humanos con mayor fuerza que los humanos. Se puede controlar, te habrán enseñado a hacerlo o aprendiste tú solo, tal vez, pero eso no quiere decir que no exista. Así que… ¿a cuántas les han recetado reposo absoluto después de yacer contigo?
Qué conversación más banal. Sí, eso era justo lo que necesitaban. Tocar otros temas más profundos haría que permanecerían callados y hasta habría que tener cuidado con el ambiente que se generara. Serían explosivos, y no podían olvidar que el fuego ardía cerca en el fogón.
Nina Krivosheeva- Cazador Clase Alta
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Re: A los callados con cautela {Roland F. Zarkozi}
No iba a mentir, Roland extrañaba ser humano, poder tener esa debilidades tan obvias y bien marcadas. Deseaba poder emborracharse para poder perder la conciencia y olvidar sus penas, pero para su desgracia eso no podía suceder, no volvería a ese estado "normal", porque en el delito que cometió, tuvo su condena, y es que escapar de su padre había sido una tontería, la más grande, no sólo se condenó él, sino también a su hermana, y es que aunque Abigail había sido la que promovió la idea del escape, lo cierto es que él no hizo nada por detenerla, por el contrario, la alentó, estimuló sus ganas de poder pensar en una libertad que sin duda no era completa. Nunca lo sería, no al menos que su padre lo decidiera, y aquello era imposible, los hermanos Zarkozi estaban condenados, no había más que eso.
¿Y por qué se lamentaba tanto sabiendo su destino? Fácil, Roland aún tenía esperanza, dentro de su corazón existía la llama de poder salir libre, tomar las riendas de su vida, y buscar algún propósito distinto. Se negaba a resignarse, pero aún no encontraba la forma de poder liberarse, además, liberarse no era singular, era más bien un plural porque todas sus acciones iban de la mano con su hermana. Tenía un poco la idea de dónde se encontraba Abigail, él la conocía mejor que nadie e incluso borraba sus huellas para que no la encontraran, no por ahora, pero salir de nuevo de forma tan imprudente no valía la pena, conocía las consecuencias, no las ventajas, y no podía volverse a arriesgar.
Sin duda Roland no conocía los días de descanso. Sino lo pasaba en el campo de entrenamiento, cubriendo una misión, o siendo torturado para fines de "conocimiento", se encontraba pensando en su hermana, en como salir de ese embrollo. Con el tiempo, y tristemente reconoció que lo que estaba sobrellevando no era una vida, sino una forma automática de respirar y seguir adelante. Se trataba de un hombre no sólo educado, sino también muy inteligente, pero todo eso se iba por la borda gracias a su represión. Estaba cansado de todo, quería marcharse ya, necesitaba poder desprender sus cadenas, y de nuevo las preguntas del ¿cómo lo haría? aparecían.
Observó a Nina por la comisura de uno de sus ojos. Sólo lo hizo un momento pertinente y luego miró al frente mientras se acomodaba despreocupadamente frente al sillón en el que ella reposaba. Estiró sus piernas sobre una mesita de madera, y también bebió de su bebida, aún esperanzado en poder disfrutar de los efectos. La esperanza muere al último, dicen por ahí. Así que aunque no lo dijera, la llama seguiría encendida dentro de él. ¿Alguien podría comprender lo que estaba viviendo? Seguramente no, dada que nadie vive una misma situación, sólo se asemejan.
— Hace tiempo dejé de matar a las criaturas de la noche, Nina — Hizo una pausa y está vez sí la miró por completo. No iba a negar que la cazadora era preciosa, y Roland no se escondía cuando tenía ganas de apreciar algo que llamaba su atención. — Antes lo hacía por imposición e ignorancia, porque creía que esas criaturas tenían maldad nata, pero no es así, yo no soy así, sólo busco una vida tranquila, así que muchos de mis ideales cambiaron, mato a los que de verdad ponen en amenaza la vida, ya sea de bestias o de humanos, y no me tiento el corazón para hacerlo — Porque el inquisidor reconocía que existían humanos que eran peor, demasiado crueles y que no valía la pena que robaran el oxigeno que con esfuerzo algunos podían ingerir en sus pulmones — Pero mi lista creció de forma muy alarmante — Reconoció alzando la copa hacía ella, no estaba orgulloso de ser un asesino, pero tampoco le desagradaba, el licántropo muchas veces disfrutaba quitándole la vida a alguien que no lo valía porque de esa forma se desahogaba; crudo pero cierto.
— No es correcto que los hombres digamos sobre nuestras aventuras ¿no lo crees? — Soltó un bufido — Pero sí, tengo encuentros con mujeres, y me dejó llevar mucho por mis instintos, no lo niego, disfruto del sexo de forma salvaje, y he dejado bastante mal a alguna que otra mujer, eso fue al inicio, cuando no controlaba bien mi fuerza y brutalidad, ya sabes — No lo hablaba para presumir sobre su habilidad en la cama, simplemente estaba siendo sincero. Era la ventaja de encontrarse con Nina, él podría mostrarse sin necesidad de hacer caretas — Si quieres puedo mostrarse, ya sabes, sexo amistoso, te quitaría esa cara de amargada — La sonrisa amplia, llena de sarcasmo de Roland apareció en su rostro. Incluso él se sintió raro al volver a sonreír de forma tan natural y tan amplia. Se sentía bien, pero en parte le resultaba extraño estar feliz. Debía hacerlo más seguido.
— ¿Y bien? ¿Piensas quedarte en mi casa? — Preguntó interesado, podrían pasar una excelente velada, aunque muy temprano por la mañana ambos tendría que partir, a Roland le esperaría una sesión de agujas que le drenarían una buena cantidad de sangre.
¿Y por qué se lamentaba tanto sabiendo su destino? Fácil, Roland aún tenía esperanza, dentro de su corazón existía la llama de poder salir libre, tomar las riendas de su vida, y buscar algún propósito distinto. Se negaba a resignarse, pero aún no encontraba la forma de poder liberarse, además, liberarse no era singular, era más bien un plural porque todas sus acciones iban de la mano con su hermana. Tenía un poco la idea de dónde se encontraba Abigail, él la conocía mejor que nadie e incluso borraba sus huellas para que no la encontraran, no por ahora, pero salir de nuevo de forma tan imprudente no valía la pena, conocía las consecuencias, no las ventajas, y no podía volverse a arriesgar.
Sin duda Roland no conocía los días de descanso. Sino lo pasaba en el campo de entrenamiento, cubriendo una misión, o siendo torturado para fines de "conocimiento", se encontraba pensando en su hermana, en como salir de ese embrollo. Con el tiempo, y tristemente reconoció que lo que estaba sobrellevando no era una vida, sino una forma automática de respirar y seguir adelante. Se trataba de un hombre no sólo educado, sino también muy inteligente, pero todo eso se iba por la borda gracias a su represión. Estaba cansado de todo, quería marcharse ya, necesitaba poder desprender sus cadenas, y de nuevo las preguntas del ¿cómo lo haría? aparecían.
Observó a Nina por la comisura de uno de sus ojos. Sólo lo hizo un momento pertinente y luego miró al frente mientras se acomodaba despreocupadamente frente al sillón en el que ella reposaba. Estiró sus piernas sobre una mesita de madera, y también bebió de su bebida, aún esperanzado en poder disfrutar de los efectos. La esperanza muere al último, dicen por ahí. Así que aunque no lo dijera, la llama seguiría encendida dentro de él. ¿Alguien podría comprender lo que estaba viviendo? Seguramente no, dada que nadie vive una misma situación, sólo se asemejan.
— Hace tiempo dejé de matar a las criaturas de la noche, Nina — Hizo una pausa y está vez sí la miró por completo. No iba a negar que la cazadora era preciosa, y Roland no se escondía cuando tenía ganas de apreciar algo que llamaba su atención. — Antes lo hacía por imposición e ignorancia, porque creía que esas criaturas tenían maldad nata, pero no es así, yo no soy así, sólo busco una vida tranquila, así que muchos de mis ideales cambiaron, mato a los que de verdad ponen en amenaza la vida, ya sea de bestias o de humanos, y no me tiento el corazón para hacerlo — Porque el inquisidor reconocía que existían humanos que eran peor, demasiado crueles y que no valía la pena que robaran el oxigeno que con esfuerzo algunos podían ingerir en sus pulmones — Pero mi lista creció de forma muy alarmante — Reconoció alzando la copa hacía ella, no estaba orgulloso de ser un asesino, pero tampoco le desagradaba, el licántropo muchas veces disfrutaba quitándole la vida a alguien que no lo valía porque de esa forma se desahogaba; crudo pero cierto.
— No es correcto que los hombres digamos sobre nuestras aventuras ¿no lo crees? — Soltó un bufido — Pero sí, tengo encuentros con mujeres, y me dejó llevar mucho por mis instintos, no lo niego, disfruto del sexo de forma salvaje, y he dejado bastante mal a alguna que otra mujer, eso fue al inicio, cuando no controlaba bien mi fuerza y brutalidad, ya sabes — No lo hablaba para presumir sobre su habilidad en la cama, simplemente estaba siendo sincero. Era la ventaja de encontrarse con Nina, él podría mostrarse sin necesidad de hacer caretas — Si quieres puedo mostrarse, ya sabes, sexo amistoso, te quitaría esa cara de amargada — La sonrisa amplia, llena de sarcasmo de Roland apareció en su rostro. Incluso él se sintió raro al volver a sonreír de forma tan natural y tan amplia. Se sentía bien, pero en parte le resultaba extraño estar feliz. Debía hacerlo más seguido.
— ¿Y bien? ¿Piensas quedarte en mi casa? — Preguntó interesado, podrían pasar una excelente velada, aunque muy temprano por la mañana ambos tendría que partir, a Roland le esperaría una sesión de agujas que le drenarían una buena cantidad de sangre.
Roland F. Zarkozi- Condenado/Licántropo/Clase Alta
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