AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
Espacios libres: 11/40
Afiliaciones élite: ABIERTAS
Última limpieza: 1/04/24
En Victorian Vampires valoramos la creatividad, es por eso que pedimos respeto por el trabajo ajeno. Todas las imágenes, códigos y textos que pueden apreciarse en el foro han sido exclusivamente editados y creados para utilizarse únicamente en el mismo. Si se llegase a sorprender a una persona, foro, o sitio web, haciendo uso del contenido total o parcial, y sobre todo, sin el permiso de la administración de este foro, nos veremos obligados a reportarlo a las autoridades correspondientes, entre ellas Foro Activo, para que tome cartas en el asunto e impedir el robo de ideas originales, ya que creemos que es una falta de respeto el hacer uso de material ajeno sin haber tenido una previa autorización para ello. Por favor, no plagies, no robes diseños o códigos originales, respeta a los demás.
Así mismo, también exigimos respeto por las creaciones de todos nuestros usuarios, ya sean gráficos, códigos o textos. No robes ideas que les pertenecen a otros, se original. En este foro castigamos el plagio con el baneo definitivo.
Todas las imágenes utilizadas pertenecen a sus respectivos autores y han sido utilizadas y editadas sin fines de lucro. Agradecimientos especiales a: rainris, sambriggs, laesmeralda, viona, evenderthlies, eveferther, sweedies, silent order, lady morgana, iberian Black arts, dezzan, black dante, valentinakallias, admiralj, joelht74, dg2001, saraqrel, gin7ginb, anettfrozen, zemotion, lithiumpicnic, iscarlet, hellwoman, wagner, mjranum-stock, liam-stock, stardust Paramount Pictures, y muy especialmente a Source Code por sus códigos facilitados.
Victorian Vampires by Nigel Quartermane is licensed under a
Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported License.
Creado a partir de la obra en https://victorianvampires.foroes.org
Últimos temas
Constrúyeme un laberinto, así es cómo se aprende a salir de él |Abigail S. Zarkozi|
Página 1 de 1.
Constrúyeme un laberinto, así es cómo se aprende a salir de él |Abigail S. Zarkozi|
Las horas se pasaban deprisa, incluso si los pensamientos pesaban tanto. Ése había sido el funcionamiento de sus días desde que Nastya desapareció años atrás y aunque eran ya muchos los momentos en los que no la recordaba, tenía siempre una sensación de vacío más propia de aquellos que antes que vivir, sobrevivían. Por mucho que se esforzara, sabía que no estaba subiendo ningún peldaño hacia la superación, cuya ascensión también era muy complicada y dolorosa pero que al alcanzarla finalmente, toda la madurez y el esfuerzo se veían colmados en una evolución como persona. Como ser viviente que aprendía lo poco fácil que era la existencia y seguía con su rumbo, dispuesta a seguir presenciando las maravillas que, tarde o temprano, también le llegarían. A él no le estaba ocurriendo nada de eso, por desgracia. De alguna forma, sentía que no estaba superando una pérdida, sino resignándose a ella y a vivir el tiempo que le quedara (que gracias a la simpática longevidad de licántropo, no era poco) con esa desorientación que siempre tendría algo que encontrar. Algo más que nunca llegó a completar.
Con todo eso, ¿había acabado peor de lo que empezó?
En cualquier caso, ya no pensaba en volver a ver a la que, durante un año, fue su ahijada y le devolvió ese confort tan parecido a estar en familia. Todo cuanto seguía en su punto de mira era la misma meta que se impuso al quebrantar la voluntad de la difunta Judith y que la estancia de Nastya allí le hizo olvidar sólo un poco. Porque más era imposible.
Tendría la marca de lo que significó aquella chiquilla y ni siquiera se esforzaría ya en arrancársela y lanzarla lejos de él, pero a pesar de que pudiera ser la causa de su infelicidad hasta la muerte, nunca sería un impedimento para resolver el misterio de su destino, mucho más antiguo que el amor que había sentido por la pequeña rusa. Si nadie más iba a ayudarle a completarse de una vez, lo haría por sí mismo. A fin de cuentas, tenía más experiencia en eso que en conservar a sus escasos seres queridos.
Esa noche había cenado en una de las mesas del jardín de su mansión, más cercana al bosque que había detrás. La zona de aquella vivienda era una de las menos pobladas de la ciudad, que apenas conectaba con ningún camino y que tampoco atraía la atención de bandidos o demás gente molesta porque ni siquiera era lo suficientemente grande como para ocultar a nadie durante varios días seguidos, de ahí que se tratara de un lugar tan tranquilo para tener una casa y seguramente ésa fuera la mentalidad de su tía cuando la mandó construir. Por lo que, cuando Dennis mandó al servicio que se retirara tranquilamente a dormir después de haberle dispuesto el té pakistaní con leche, se dejó atrapar por aquel aroma único a soledad, tan natural y remoto, que desprendía la maleza y tras unos minutos más de ensimismamiento, se internó en el bosque. Aquellos impulsos de aislamiento y hasta primitivismo le indicaban claramente que no faltaba mucho para la siguiente luna llena, y cuanto más bosque iba recorriendo, más ganas sentía de ponerse a correr en lugar de dar un paseo (que de todas maneras, ya habría dejado atrás a cualquier atleta humano).
Tras media hora de camino, detuvo sus pasos en un claro de hierba, el lugar menos frondoso en kilómetros a la redonda, que por la mañana era ideal para picnics o tumbarse al aire libre y por la noche, la metáfora perfecta para ampliar cualquier sensación de vacío. Y seguramente habría seguido pensando en esta última opción de no ser por la presencia que captó de repente, ante la cual se puso alerta y su mirada localizó inmediatamente la posición al otro lado de los pocos arbustos que quedaban, percibiendo antes su aura que su cuerpo. Otro licántropo.
Muy bien, seguro que ya te has dado cuenta de que se acabó la hora del escondite, a menos que quieras hacer el ridículo –habló y se irguió de nuevo con altivez, preparado para lo que estuviera por venir-. Aunque si eso es lo que quieres, adelante, pero a mí mas te vale dejarme tranquilo.
Con todo eso, ¿había acabado peor de lo que empezó?
En cualquier caso, ya no pensaba en volver a ver a la que, durante un año, fue su ahijada y le devolvió ese confort tan parecido a estar en familia. Todo cuanto seguía en su punto de mira era la misma meta que se impuso al quebrantar la voluntad de la difunta Judith y que la estancia de Nastya allí le hizo olvidar sólo un poco. Porque más era imposible.
Tendría la marca de lo que significó aquella chiquilla y ni siquiera se esforzaría ya en arrancársela y lanzarla lejos de él, pero a pesar de que pudiera ser la causa de su infelicidad hasta la muerte, nunca sería un impedimento para resolver el misterio de su destino, mucho más antiguo que el amor que había sentido por la pequeña rusa. Si nadie más iba a ayudarle a completarse de una vez, lo haría por sí mismo. A fin de cuentas, tenía más experiencia en eso que en conservar a sus escasos seres queridos.
Esa noche había cenado en una de las mesas del jardín de su mansión, más cercana al bosque que había detrás. La zona de aquella vivienda era una de las menos pobladas de la ciudad, que apenas conectaba con ningún camino y que tampoco atraía la atención de bandidos o demás gente molesta porque ni siquiera era lo suficientemente grande como para ocultar a nadie durante varios días seguidos, de ahí que se tratara de un lugar tan tranquilo para tener una casa y seguramente ésa fuera la mentalidad de su tía cuando la mandó construir. Por lo que, cuando Dennis mandó al servicio que se retirara tranquilamente a dormir después de haberle dispuesto el té pakistaní con leche, se dejó atrapar por aquel aroma único a soledad, tan natural y remoto, que desprendía la maleza y tras unos minutos más de ensimismamiento, se internó en el bosque. Aquellos impulsos de aislamiento y hasta primitivismo le indicaban claramente que no faltaba mucho para la siguiente luna llena, y cuanto más bosque iba recorriendo, más ganas sentía de ponerse a correr en lugar de dar un paseo (que de todas maneras, ya habría dejado atrás a cualquier atleta humano).
Tras media hora de camino, detuvo sus pasos en un claro de hierba, el lugar menos frondoso en kilómetros a la redonda, que por la mañana era ideal para picnics o tumbarse al aire libre y por la noche, la metáfora perfecta para ampliar cualquier sensación de vacío. Y seguramente habría seguido pensando en esta última opción de no ser por la presencia que captó de repente, ante la cual se puso alerta y su mirada localizó inmediatamente la posición al otro lado de los pocos arbustos que quedaban, percibiendo antes su aura que su cuerpo. Otro licántropo.
Muy bien, seguro que ya te has dado cuenta de que se acabó la hora del escondite, a menos que quieras hacer el ridículo –habló y se irguió de nuevo con altivez, preparado para lo que estuviera por venir-. Aunque si eso es lo que quieres, adelante, pero a mí mas te vale dejarme tranquilo.
Última edición por Dennis Vallespir el Sáb Mar 29, 2014 10:25 pm, editado 1 vez
Dennis Vallespir- Licántropo Clase Alta
- Mensajes : 242
Fecha de inscripción : 14/02/2012
Localización : Bajo el dedo de Judith
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Constrúyeme un laberinto, así es cómo se aprende a salir de él |Abigail S. Zarkozi|
Un grito de placer –perdón, mi grito de placer– rompió el silencio nocturno en el momento en que llegué al clímax. Él era un inquisidor, cómo no según habían revelado mis últimas conquistas, y lo que había estado en juego había sido nada más y nada menos que su última misión, que me perteneció desde el momento en que permití que me la metiera... la lengua en la boca, por supuesto, ¿qué si no? La verdad fuera dicha, habría preferido quedarme con la duda, pero una misión era una misión y a mí me gustaba ganarme amigos en las altas esferas, así que había tenido que contentarme con él y con el peor orgasmo que había alcanzado en años, con gritos fingidos e incluso una expresión de placidez al terminar que no me pertenecía, y todo por mi venganza. Qué dura era mi vida... O qué dura sería si en el fondo no me gustara lo que hacía, cuando en realidad sí lo hacía. Como encuentro carnal había sido mediocre, pero tenía que reconocer que el bosque tenía algo especial, a lo mejor su olor o su cercanía con mi naturaleza lupina, que hacía que incluso algo tan vulgar se convirtiera en algo especial, eso por no hablar por supuesto de lo mucho que me gustaba sentir la luz de la luna contra mi piel y el aire nocturno enfriándome y bajándome la temperatura corporal a una medianamente normal. Casi lamenté el momento en que tuve que vestirme, con un casto y puro vestido que mucho distaba de mi habitual uniforme de inquisidora pero que era menos pesado y más liviano para caminar en dirección al centro de la ciudad o para correr por donde me llevara el sinuoso sendero que dibujaban los árboles. En condiciones normales me lo habría pensado, pero en aquellas dejé que fuera mi cuerpo quien decidiera, y la luna cercana a su plenitud lo hizo cuando decidió que corriera y me alejara del hombre con el pergamino de su antigua misión en la mano y sin decirle ni siquiera una palabra de despedida. ¿Para qué? A él no le importaba y a mí lo hacía aún menos, especialmente cuando el aire fresco sobre mi cara reclamaba toda mi atención.
Desde el mordisco de la loba que se había encargado de transformarme y de cuya identidad me enteré más tarde, mis instintos animales se habían agudizado y se habían vuelto los dominantes, muy por encima de mi racionalidad. A veces me descubría actuando sin pensar siquiera cuando me enorgullecía de ser una buena estratega que tendía a ir varios pasos por delante de lo que estuviera teniendo lugar en el presente, y a veces me descubría siguiendo aromas desconocidos pero que al cabo del rato ubicaba como si hubiera encontrado la pieza que faltaba del puzzle en el que se habían convertido mis pensamientos. Aquella noche, tras mi carrera apresurada y salvaje, me descubrí de lleno siguiendo un aroma conocido pero al mismo tiempo imposible de definir, y que solamente cuando pude atisbar la mansión de la que provenía de lejos identifiqué como el suyo. Las palabras habían dibujado en mi mente un retrato suyo indeleble aunque no lo hubiera visto jamás, sabía cómo se suponía que era su aspecto, incluso el hecho de que su rostro era más interesante que hermoso, y por fin identifiqué su olor lobuno... tan intenso como el mío. Puse fin a mi carrera, a la altura de unos matorrales, y me tumbé en el suelo, aún revuelta la respiración por las zancadas que me habían conducido hasta allí. Cuando me repuse, inspiré con decisión hasta captar su aroma, que permanecía quieto y acercándose a mí desde la distancia por el soplo del travieso viento nocturno, y una vez lo tuve asegurado sonreí, giré hasta quedar tumbada boca abajo y extendí el pergamino de la misión ante mí. Solamente con mis reflejos sobrehumanos sería capaz de verlo con la escasa luz que la luna aún no llena por completo me concedía, pero era un lobo y por tanto no tenía problemas para esperar leyendo a que supiera que estaba allí, porque lo haría... especialmente si era tan desconfiado como ella me había asegurado que era. ¿Sentía nervios? ¿Sentía expectación? ¿Sentía curiosidad? Era complicado, pero sabía que debía esperar, y por eso lo hice con toda la paciencia de la que era capaz hasta que por fin llegó, se plantó al otro lado de los arbustos que servían para cubrirme y me gritó que dejara de esconderme. No pude evitarlo, puse los ojos en blanco, cogí el pergamino y me incorporé, con el vestido arrugado y enseñando mucho más de mi piel de lo que socialmente estaba bien visto, incluso algunas de las marcas que llevaba en el cuello y sobre los pechos. Lo observé de arriba abajo, con la ceja alzada, y cuando terminé mi examen chasqueé la lengua contra el paladar, decepcionada.
– ¿Alguna vez te han dicho que decepcionas en persona...? Era más divertido escuchar a Judith hablar sobre ti, y sobre todo más satisfactorio. Te imaginaba más alto, menos atractivo y mucho menos creído...
Desde el mordisco de la loba que se había encargado de transformarme y de cuya identidad me enteré más tarde, mis instintos animales se habían agudizado y se habían vuelto los dominantes, muy por encima de mi racionalidad. A veces me descubría actuando sin pensar siquiera cuando me enorgullecía de ser una buena estratega que tendía a ir varios pasos por delante de lo que estuviera teniendo lugar en el presente, y a veces me descubría siguiendo aromas desconocidos pero que al cabo del rato ubicaba como si hubiera encontrado la pieza que faltaba del puzzle en el que se habían convertido mis pensamientos. Aquella noche, tras mi carrera apresurada y salvaje, me descubrí de lleno siguiendo un aroma conocido pero al mismo tiempo imposible de definir, y que solamente cuando pude atisbar la mansión de la que provenía de lejos identifiqué como el suyo. Las palabras habían dibujado en mi mente un retrato suyo indeleble aunque no lo hubiera visto jamás, sabía cómo se suponía que era su aspecto, incluso el hecho de que su rostro era más interesante que hermoso, y por fin identifiqué su olor lobuno... tan intenso como el mío. Puse fin a mi carrera, a la altura de unos matorrales, y me tumbé en el suelo, aún revuelta la respiración por las zancadas que me habían conducido hasta allí. Cuando me repuse, inspiré con decisión hasta captar su aroma, que permanecía quieto y acercándose a mí desde la distancia por el soplo del travieso viento nocturno, y una vez lo tuve asegurado sonreí, giré hasta quedar tumbada boca abajo y extendí el pergamino de la misión ante mí. Solamente con mis reflejos sobrehumanos sería capaz de verlo con la escasa luz que la luna aún no llena por completo me concedía, pero era un lobo y por tanto no tenía problemas para esperar leyendo a que supiera que estaba allí, porque lo haría... especialmente si era tan desconfiado como ella me había asegurado que era. ¿Sentía nervios? ¿Sentía expectación? ¿Sentía curiosidad? Era complicado, pero sabía que debía esperar, y por eso lo hice con toda la paciencia de la que era capaz hasta que por fin llegó, se plantó al otro lado de los arbustos que servían para cubrirme y me gritó que dejara de esconderme. No pude evitarlo, puse los ojos en blanco, cogí el pergamino y me incorporé, con el vestido arrugado y enseñando mucho más de mi piel de lo que socialmente estaba bien visto, incluso algunas de las marcas que llevaba en el cuello y sobre los pechos. Lo observé de arriba abajo, con la ceja alzada, y cuando terminé mi examen chasqueé la lengua contra el paladar, decepcionada.
– ¿Alguna vez te han dicho que decepcionas en persona...? Era más divertido escuchar a Judith hablar sobre ti, y sobre todo más satisfactorio. Te imaginaba más alto, menos atractivo y mucho menos creído...
Invitado- Invitado
Re: Constrúyeme un laberinto, así es cómo se aprende a salir de él |Abigail S. Zarkozi|
Esperaba encontrarse muchas cosas, la mente ansiosa en su descontrol particular como Dennis la tenía a cada momento, pero ninguna se parecía ni por asomo a ésa que acababa de ocurrir frente a sus ojos. Y mira que llevaba mucho tiempo, muchos años, pensando, rumiando hasta la putrefacción, abandonándose al enigma que le había hecho madurar (por fuera, siempre por fuera) antes de hora, y en la actualidad, le arrancaba la piel todas las lunas llenas. Pero había pasado ya tanto tiempo, tanto humo, tanta resignación y cabos sueltos antes de dormir y despertar día tras día, que de repente, el cuento de Pedro y el lobo le hacía muchísima gracia. O ninguna, más bien, porque en esos precisos instantes los sarcasmos podían irse directos al culo de un caballo estreñido que hubiera esperado su llegada para finalmente descargar toda la munición. Así se sentía él ahora mismo, en realidad, y tener a un niño desprevenido y completamente irracional no le convenía a nadie. Incluida a la misteriosa mujer que había hecho acto de presencia. De hecho, a ella debía preocuparle más que a cualquiera.
¿Qué acababa de escuchar? ¿Qué acababa de decir? ¿Qué se suponía que tenía que hacer? ¿Cuánto tardaba todo en volver a la normalidad después de que una ciudad, una búsqueda, una maldición se hubiera pasado siglos dándole vueltas y más vueltas y, de repente, unas manos que no conocía de nada le agarraban con brusquedad para que se parara? Se sentía distinto, completamente quieto por primera vez, pero sin embargo, nada a su alrededor había dejado de moverse aún y el impulso de seguir buscando respuestas permanecía atorado en cada uno de sus sentidos. Más acelerado, si podía. Con la vista nublada y los oídos repletos del sonido agudo de un cuchillo silbando en el aire. Desesperadamente confuso.
Era más divertido escuchar a Judith hablar sobre ti…
No conocía en absoluto a la mujer que había surgido de entre los matorrales como si fuera una marionetista borracha que acababa de descubrirse al público sin querer evitarlo, aunque si sólo dependiera de las veces que él la había repasado y vuelto a repasar con los ojos, seguramente ya serían casi tan íntimos como una pareja de recién casados. El licántropo la contempló durante mucho rato y por un millar de razones, que iban desde la inexorable sed de respuestas, hasta la incredulidad más masoquista y urgente, quizá incluso pasando por las desprotegidas fauces, tan vedadas como presentes, de su instinto masculino. Animal. Lo único a lo que podía responder ahora, lo único que podía comprender ahora. De golpe y porrazo, no tenía nada y lo poco que tenía se volvía en su contra para evidenciar a qué niveles de descontrol llegaba su inestabilidad. La diferencia era que no recordaba una tan horrorosamente abismal como la de aquellos momentos. El existencialismo del hombre devorando a la naturaleza del lobo. Auto-destructivo y destructor a partes iguales.
El corazón le latía tan deprisa que notó lo descompasado que iba con el ritmo de las pisadas que tuvo que dar para llegar adonde estaba la otra licántropa y ensartarle una de sus manos, no, una de sus garras, alrededor del cuello. Su cuerpo se movía solo, su cabeza estaba atrapada en un limbo sin indicios del mundo exterior (civilizado), y únicamente se detuvo cuando las uñas de esa misma mano se clavaron en un árbol a pocos centímetros, donde toda la espalda de la chica quedó estampada y presa de los barrotes humanos en los que se había convertido Dennis Vallespir. Sólo que no había rastro de humanidad alguna en su rostro ni en su organismo. Esa muchacha había despertado a la bestia con toda la espeluznante literalidad que podía implicar esa frase.
¿Qué es lo que acabas de decir? –rugió, y lo hizo en un tono tan bajo para el escalofriante abismo de su cólera que la mujer loba lo sintió salir de su propio pecho antes que de la boca de su opresor- ¿Quién demonios eres tú y qué has venido a buscar aquí? –la corteza del árbol se metía por sus yemas y enrojecía de sangre sus uñas, mientras sus ojos verdes, azulados, abominablemente ambiguos, se desbordaban sobre los de ella y se olvidaba hasta de respirar. Pero nada logró detenerle de una vez por todas antes de que la otra aura sobrenatural que estaba presente le recordara a la luna llena a través de las ramas de los árboles y a la mole de pelo irreconocible clavando sus colmillos en su hombro. Fue entonces que, por fin, sacó la mano del tronco del árbol y con eso, del cuello de la desconocida, y dio media vuelta justo en el momento exacto para acabar de canalizar toda su fuerza contra otro árbol que había cerca. Al cabo de unos segundos, éste cayó en el lado contrario como un gigante dormido cuyos gruñidos reventaron en cada eco del bosque y fue entonces cuando Dennis terminó de volver en sí.
Su mirada, no obstante, ignoró por completo al ser vivo que había partido en dos, pues súbitamente buscó la luna medio plena en el cielo y supo, entre pequeños jadeos, que lo único que le obligaría a alejarla de ahí sería la necesidad de volver a fulminar a la mujer. Y así fue.
¿Qué acababa de escuchar? ¿Qué acababa de decir? ¿Qué se suponía que tenía que hacer? ¿Cuánto tardaba todo en volver a la normalidad después de que una ciudad, una búsqueda, una maldición se hubiera pasado siglos dándole vueltas y más vueltas y, de repente, unas manos que no conocía de nada le agarraban con brusquedad para que se parara? Se sentía distinto, completamente quieto por primera vez, pero sin embargo, nada a su alrededor había dejado de moverse aún y el impulso de seguir buscando respuestas permanecía atorado en cada uno de sus sentidos. Más acelerado, si podía. Con la vista nublada y los oídos repletos del sonido agudo de un cuchillo silbando en el aire. Desesperadamente confuso.
Era más divertido escuchar a Judith hablar sobre ti…
No conocía en absoluto a la mujer que había surgido de entre los matorrales como si fuera una marionetista borracha que acababa de descubrirse al público sin querer evitarlo, aunque si sólo dependiera de las veces que él la había repasado y vuelto a repasar con los ojos, seguramente ya serían casi tan íntimos como una pareja de recién casados. El licántropo la contempló durante mucho rato y por un millar de razones, que iban desde la inexorable sed de respuestas, hasta la incredulidad más masoquista y urgente, quizá incluso pasando por las desprotegidas fauces, tan vedadas como presentes, de su instinto masculino. Animal. Lo único a lo que podía responder ahora, lo único que podía comprender ahora. De golpe y porrazo, no tenía nada y lo poco que tenía se volvía en su contra para evidenciar a qué niveles de descontrol llegaba su inestabilidad. La diferencia era que no recordaba una tan horrorosamente abismal como la de aquellos momentos. El existencialismo del hombre devorando a la naturaleza del lobo. Auto-destructivo y destructor a partes iguales.
El corazón le latía tan deprisa que notó lo descompasado que iba con el ritmo de las pisadas que tuvo que dar para llegar adonde estaba la otra licántropa y ensartarle una de sus manos, no, una de sus garras, alrededor del cuello. Su cuerpo se movía solo, su cabeza estaba atrapada en un limbo sin indicios del mundo exterior (civilizado), y únicamente se detuvo cuando las uñas de esa misma mano se clavaron en un árbol a pocos centímetros, donde toda la espalda de la chica quedó estampada y presa de los barrotes humanos en los que se había convertido Dennis Vallespir. Sólo que no había rastro de humanidad alguna en su rostro ni en su organismo. Esa muchacha había despertado a la bestia con toda la espeluznante literalidad que podía implicar esa frase.
¿Qué es lo que acabas de decir? –rugió, y lo hizo en un tono tan bajo para el escalofriante abismo de su cólera que la mujer loba lo sintió salir de su propio pecho antes que de la boca de su opresor- ¿Quién demonios eres tú y qué has venido a buscar aquí? –la corteza del árbol se metía por sus yemas y enrojecía de sangre sus uñas, mientras sus ojos verdes, azulados, abominablemente ambiguos, se desbordaban sobre los de ella y se olvidaba hasta de respirar. Pero nada logró detenerle de una vez por todas antes de que la otra aura sobrenatural que estaba presente le recordara a la luna llena a través de las ramas de los árboles y a la mole de pelo irreconocible clavando sus colmillos en su hombro. Fue entonces que, por fin, sacó la mano del tronco del árbol y con eso, del cuello de la desconocida, y dio media vuelta justo en el momento exacto para acabar de canalizar toda su fuerza contra otro árbol que había cerca. Al cabo de unos segundos, éste cayó en el lado contrario como un gigante dormido cuyos gruñidos reventaron en cada eco del bosque y fue entonces cuando Dennis terminó de volver en sí.
Su mirada, no obstante, ignoró por completo al ser vivo que había partido en dos, pues súbitamente buscó la luna medio plena en el cielo y supo, entre pequeños jadeos, que lo único que le obligaría a alejarla de ahí sería la necesidad de volver a fulminar a la mujer. Y así fue.
Última edición por Dennis Vallespir el Mar Dic 23, 2014 9:23 am, editado 1 vez
Dennis Vallespir- Licántropo Clase Alta
- Mensajes : 242
Fecha de inscripción : 14/02/2012
Localización : Bajo el dedo de Judith
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Constrúyeme un laberinto, así es cómo se aprende a salir de él |Abigail S. Zarkozi|
Los niños no eran mi fuerte, lo reconozco, pero es que eso cualquiera podía verlo con sólo mirarme un poquito más de lo normal y si eran capaces de subir de mi asombrosa delantera a mi cara, no menos increíble por cierto aunque estuviera increíblemente infravalorada. Si en condiciones normales las personas ya podían producirme bastante rechazo, especialmente cuando no colaboraban con lo que yo quería de ellas y tenía que domarlos para que se plegaran a mis deseos, los niños ya me superaban porque a irracionales no les ganaba nadie, ni siquiera yo. Bueno, qué demonios, especialmente yo; podía parecer que no pensaba y que solamente sentía y me dejaba llevar, pero en realidad mi mente siempre funcionaba, de manera más o menos oportuna era otra cuestión, irrelevante ahora mismo. Y, claro, cuando se trata de provocar a alguien al final siempre había dos opciones: la primera, que lo ignorara; la segunda, que sacara a su niño interior. Era evidente cuál había elegido el sobrino de Judith a juzgar por su ataque, tan pueril que si no hubiera estado medio ahogada habría bostezado, pero en realidad eso fue lo único que me hizo callarme la boca a tiempo para no soltar algún comentario ingenioso que pudiera cabrear más a la bestia, nunca mejor dicho. Y yo que pensaba que sólo por tener los dos la bendición de la luna tendríamos un motivo para llevarnos bien... A veces podía pecar de ilusa, pero la verdadera ventaja era que normalmente no me dejaba guiar por las buenas intenciones sino por las malas y por eso mismo estaba preparada mentalmente para cualquier cosa, incluso para un intento homicida. Además, como con los niños, la estrategia era siempre la misma: dejar que se calmara, que destrozara cuatro cosas o pegara cuatro chillos en el intento si le apetecía, pero que se calmara antes de que me volviera a poner a jugar con él hasta que me cansara... Sencillamente porque me apetecía y porque tenía cierto instinto de autoconservación que me recomendaba no tentar demasiado a alguien que podía matarme si no andaba lista.
– ¿Es que estás sordo o qué? He dicho que era más divertido escuchar a Judith hablar de ti.
Puse los ojos en blanco y lo único que evitó que plantara las manos en las caderas fue que las utilizara para colocarme la ropa de nuevo y para masajearme el cuello, algo entumecido aún por su contacto pero todavía intacto, gracias al cielo. Lo último que me apetecía era que me hiciera algo que se viera demasiado o que me fastidiara en exceso, tenía un trabajo al que dedicarme (bueno, más o menos) fuera de los maravillosos ratos libres que pasaba molestando a gente como él o buscándome entretenimientos carnales en cualquier callejón oscuro que se preciara, así que no iba a dejar que se pasara... Por mucho que mi concepto de pasarse no fuera ni medianamente parecido al de una persona normal, pero ¿qué podía decir? Mi capacidad para sentir dolor estaba por las nubes gracias a mi querido padre y a aquellos maravillosos años que habíamos pasado juntos, así que muchas veces llegaba a puntos hasta peligrosos antes de decir que ya bastaba y que mejor no siguiera quien fuera que me estuviera haciendo daño en cualquier momento. De hecho, aunque él no lo supiera, incluso le había cogido el gusto al dolor y lo encontraba placentero a su manera; no era algo que soliera compartir con la gente así porque sí, ya que si era fácil creer que estaba loca en esas circunstancias lo sería aún más si se supiera que un poco de violencia en el momento apropiado me volvía loca, valga la redundancia. No, gracias, no era mi intención dar lugar a un engaño tan vil, yo en todo caso lo diría si quisiera que se me tuviera por peligrosa, como si necesitara decir algo así para parecerlo... Aunque a él, enfadado, sólo le pareciera que era incapaz de cerrar la boca y de hacer nada que no fuera sentarme en el tronco del árbol que había tirado al suelo, esperando a que se le pasara el arrebato. Como un niño, lo que yo decía....
– Me llamo Abigail, y evidentemente he venido a verte a ti. Tenía bastante curiosidad por saber cómo eras, pero por lo que llevo visto me has decepcionado bastante... Lástima. Mis expectativas eran demasiado grandes para ti, al parecer.
– ¿Es que estás sordo o qué? He dicho que era más divertido escuchar a Judith hablar de ti.
Puse los ojos en blanco y lo único que evitó que plantara las manos en las caderas fue que las utilizara para colocarme la ropa de nuevo y para masajearme el cuello, algo entumecido aún por su contacto pero todavía intacto, gracias al cielo. Lo último que me apetecía era que me hiciera algo que se viera demasiado o que me fastidiara en exceso, tenía un trabajo al que dedicarme (bueno, más o menos) fuera de los maravillosos ratos libres que pasaba molestando a gente como él o buscándome entretenimientos carnales en cualquier callejón oscuro que se preciara, así que no iba a dejar que se pasara... Por mucho que mi concepto de pasarse no fuera ni medianamente parecido al de una persona normal, pero ¿qué podía decir? Mi capacidad para sentir dolor estaba por las nubes gracias a mi querido padre y a aquellos maravillosos años que habíamos pasado juntos, así que muchas veces llegaba a puntos hasta peligrosos antes de decir que ya bastaba y que mejor no siguiera quien fuera que me estuviera haciendo daño en cualquier momento. De hecho, aunque él no lo supiera, incluso le había cogido el gusto al dolor y lo encontraba placentero a su manera; no era algo que soliera compartir con la gente así porque sí, ya que si era fácil creer que estaba loca en esas circunstancias lo sería aún más si se supiera que un poco de violencia en el momento apropiado me volvía loca, valga la redundancia. No, gracias, no era mi intención dar lugar a un engaño tan vil, yo en todo caso lo diría si quisiera que se me tuviera por peligrosa, como si necesitara decir algo así para parecerlo... Aunque a él, enfadado, sólo le pareciera que era incapaz de cerrar la boca y de hacer nada que no fuera sentarme en el tronco del árbol que había tirado al suelo, esperando a que se le pasara el arrebato. Como un niño, lo que yo decía....
– Me llamo Abigail, y evidentemente he venido a verte a ti. Tenía bastante curiosidad por saber cómo eras, pero por lo que llevo visto me has decepcionado bastante... Lástima. Mis expectativas eran demasiado grandes para ti, al parecer.
Invitado- Invitado
Re: Constrúyeme un laberinto, así es cómo se aprende a salir de él |Abigail S. Zarkozi|
Estaba soñando. Dormía, seguro que dormía y ese maldito té pakistaní no hacía honor ni a la mitad de los tés negros del mundo. Había sido la leche, sabía que era una mala idea tomar leche por la noche, la leche adormecía, joder, eso era sólo para los críos (y él tenía treinta y seis años, pasara lo que pasara, tenía treinta y seis años y ya era tarde para lo contrario). Se había quedado frito en la mesa y el frío de la noche le estaba provocando pesadillas sin ton ni son, sí, la parálisis del sueño le habría agarrotado todos los músculos para que no supiera ni cómo usarlos en mitad de aquella jodida broma de su subconsciente. Pero por qué una mujer, por qué una desconocida, por qué otra 'hija de la luna'… ¿Qué metáfora de la desesperación era ésa? ¿Iban a volverse más retorcidas a medida que fuera haciéndose más viejo? ¡Despiértate ya, despiértate de una vez!
La imagen de la luna, apenas en un cuarto creciente que tras unos días ocuparía plenamente todo el espacio, continuaba sobre su cabeza, y mientras la contemplaba en plena ceguera mental, con sus jadeos logró recobrar algo de oxígeno, algo de claridad. No, aquello no era ningún sueño, definitivamente, ni siquiera las torturas patológicas con las que había convivido desde los siete años, despierto o dormido, podían recrear la misma sensación que experimentaba bajo la maldición de su naturaleza sobrenatural; imposible de ocultar de noche en un paraje tan natural y mirando hacia el astro que, tarde o temprano, acabaría por tener el control de todo. No, aquello estaba pasando de verdad y el nombre de su tía volvía de entre los muertos para dejarse escuchar, por primera vez en años, a través de los labios de alguien que no era su sobrino. Aquella chiquilla era real, tan real como la ebullición que había experimentado en cada mililitro de su sangre, y que sólo entonces empezaba a calmarse… a pesar de que su mente continuara dando vueltas sin rumbo y, esta vez, sin motivo siquiera.
¿Quién diablos le había detenido el mareo, sólo para evidenciar aún más lo abismal que era? De una vez por todas, estaba quieto y aun así, no servía de nada porque sentía el mismo impulso de ir a desplomarse allí en medio. Tal vez, mucho peor incluso que antes, cuando por lo menos era un impulso acorde con la realidad. Ahora, por fuera, ya sólo podría verse como un acto ridículo, un naipe fallido que caía de la nada igual que ese mismo árbol que acababa de derrumbar.
No, no estoy sordo –respondió, sin más, y cesó el contacto visual con la luna para, durante unos segundos, no buscar la mirada de nada ni de nadie. ¿Qué estaba haciendo? No podía comportarse de esa forma después de una espera tan descomunal. Si dejaba escapar esa oportunidad, aquello que continuaba dando vueltas, volvería a dar muchas más en torno a las otras hasta encerrarlo completamente en una matrioska de giros, vacíos y eternos. Acababan de hacer la primera grieta en la pared que tapiaba el misterio de su vida y no iba a quedarse al margen, aunque tuviera que ahogar cada día más al niño que nunca había podido terminar de crecer.
Finalmente, giró la dirección de su cuerpo para moverlo hacia el asiento que había improvisado la mujer con toda su desfachatez al acomodarse sobre el tronco del árbol caído y la miró directamente a los ojos una vez se hubo arrodillado frente a ella, con una rodilla flexionada sobre la hierba y la otra, haciendo de apoyo a su brazo. No desvió la mirada en ningún momento, ni dejó escapar un solo pestañeo; si quedaba algo a la vista del infante que ella había conseguido provocar, se acabó de esfumar del todo con la última embestida de sus pupilas azules verdosas. Le daban la bienvenida al violento laberinto de sus entrañas.
Siento no haber estado a la altura de tus expectativas, Abigail, no suelo reaccionar pensando en lo que esperan los demás cuando salen recién fornicados de detrás de unos matorrales para hablarme de mi tía muerta como si buscaran tema de conversación en las colas del mercado –habló sin frenos, dueño del sarcasmo más apacible que pudiera ocurrírsele, con la ronquera característica de su voz abriéndose paso hasta introducirse por todos los agujeros que esa mujer tuviera en el cuerpo-. ¿Querías verme? Aquí me tienes. Ahora, por favor, ¿serías tan amable de acabar todo lo que hayas venido a hacer? Alguien que decide presentarse como tú lo has hecho en un tema tan… peliagudo, más bien debería estar preparado para una considerable variedad de reacciones. Tienes suerte de que yo no esperara nada, directamente. Un truco muy poco conveniente, juegas con desventaja, ¿eh? Qué desconsiderado he sido con esta pobre criatura…
Sonrió de medio lado, con un tinte tan macabro que sólo podía ser producto del surrealismo más bipolar de un hombre de sus conflictos. Imaginad el alcance que tendrían, si por fin habían encontrado una pista directa. Ni el mismísimo Dennis Vallespir lo sabía.
La imagen de la luna, apenas en un cuarto creciente que tras unos días ocuparía plenamente todo el espacio, continuaba sobre su cabeza, y mientras la contemplaba en plena ceguera mental, con sus jadeos logró recobrar algo de oxígeno, algo de claridad. No, aquello no era ningún sueño, definitivamente, ni siquiera las torturas patológicas con las que había convivido desde los siete años, despierto o dormido, podían recrear la misma sensación que experimentaba bajo la maldición de su naturaleza sobrenatural; imposible de ocultar de noche en un paraje tan natural y mirando hacia el astro que, tarde o temprano, acabaría por tener el control de todo. No, aquello estaba pasando de verdad y el nombre de su tía volvía de entre los muertos para dejarse escuchar, por primera vez en años, a través de los labios de alguien que no era su sobrino. Aquella chiquilla era real, tan real como la ebullición que había experimentado en cada mililitro de su sangre, y que sólo entonces empezaba a calmarse… a pesar de que su mente continuara dando vueltas sin rumbo y, esta vez, sin motivo siquiera.
¿Quién diablos le había detenido el mareo, sólo para evidenciar aún más lo abismal que era? De una vez por todas, estaba quieto y aun así, no servía de nada porque sentía el mismo impulso de ir a desplomarse allí en medio. Tal vez, mucho peor incluso que antes, cuando por lo menos era un impulso acorde con la realidad. Ahora, por fuera, ya sólo podría verse como un acto ridículo, un naipe fallido que caía de la nada igual que ese mismo árbol que acababa de derrumbar.
No, no estoy sordo –respondió, sin más, y cesó el contacto visual con la luna para, durante unos segundos, no buscar la mirada de nada ni de nadie. ¿Qué estaba haciendo? No podía comportarse de esa forma después de una espera tan descomunal. Si dejaba escapar esa oportunidad, aquello que continuaba dando vueltas, volvería a dar muchas más en torno a las otras hasta encerrarlo completamente en una matrioska de giros, vacíos y eternos. Acababan de hacer la primera grieta en la pared que tapiaba el misterio de su vida y no iba a quedarse al margen, aunque tuviera que ahogar cada día más al niño que nunca había podido terminar de crecer.
Finalmente, giró la dirección de su cuerpo para moverlo hacia el asiento que había improvisado la mujer con toda su desfachatez al acomodarse sobre el tronco del árbol caído y la miró directamente a los ojos una vez se hubo arrodillado frente a ella, con una rodilla flexionada sobre la hierba y la otra, haciendo de apoyo a su brazo. No desvió la mirada en ningún momento, ni dejó escapar un solo pestañeo; si quedaba algo a la vista del infante que ella había conseguido provocar, se acabó de esfumar del todo con la última embestida de sus pupilas azules verdosas. Le daban la bienvenida al violento laberinto de sus entrañas.
Siento no haber estado a la altura de tus expectativas, Abigail, no suelo reaccionar pensando en lo que esperan los demás cuando salen recién fornicados de detrás de unos matorrales para hablarme de mi tía muerta como si buscaran tema de conversación en las colas del mercado –habló sin frenos, dueño del sarcasmo más apacible que pudiera ocurrírsele, con la ronquera característica de su voz abriéndose paso hasta introducirse por todos los agujeros que esa mujer tuviera en el cuerpo-. ¿Querías verme? Aquí me tienes. Ahora, por favor, ¿serías tan amable de acabar todo lo que hayas venido a hacer? Alguien que decide presentarse como tú lo has hecho en un tema tan… peliagudo, más bien debería estar preparado para una considerable variedad de reacciones. Tienes suerte de que yo no esperara nada, directamente. Un truco muy poco conveniente, juegas con desventaja, ¿eh? Qué desconsiderado he sido con esta pobre criatura…
Sonrió de medio lado, con un tinte tan macabro que sólo podía ser producto del surrealismo más bipolar de un hombre de sus conflictos. Imaginad el alcance que tendrían, si por fin habían encontrado una pista directa. Ni el mismísimo Dennis Vallespir lo sabía.
Dennis Vallespir- Licántropo Clase Alta
- Mensajes : 242
Fecha de inscripción : 14/02/2012
Localización : Bajo el dedo de Judith
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Constrúyeme un laberinto, así es cómo se aprende a salir de él |Abigail S. Zarkozi|
Oh, ¿no estaba sordo en serio? Porque con lo que le costó reaccionar ya casi me lo estaba planteando, pero ¿qué podía decir? Me había hecho una imagen demasiado abultada de quien realmente era él, de tal manera que al encontrármelo frente a frente la decepción había sido grande... a menos que fuera divertido para jugar con él, claro estaba, y eso aún estaba por ver. Dependía enteramente de Dennis Vallespir cómo demonios transcurriría la noche y nuestro encuentro, sobre todo si éste era corto o tan largo como estaba segura de que podría hacerme la noche si realmente se lo proponía... Aunque no lo veía por la labor, una lástima, al menos para él, porque yo siempre tendría todas las opciones alternativas que deseara, y eso era un hecho innegable que bastaba simplemente mirarme para comprender al instante, igual que él siendo tan sarcástico que podría cortar cristal con sus palabras y su tono... si es que a mí me importara o si es que yo llegaba a considerarlas la mitad de dignas de cortar algo que sus pómulos. ¡Qué marcados, qué carácter le daban a su rostro! Pocas veces había encontrado a alguien tan interesante de mirar como él, pues normalmente los hombres con los que me relacionaba eran más bien guapos que atractivos... cosas de un gusto tan increíble como lo era el mío, pues también en el caso de las mujeres me las buscaba hermosas para que así estuvieran a mi altura. En el fondo, y no me engañaba al respecto, a veces pecaba de superficial, pero siempre llegaba un momento en el que me lo replanteaba todo gracias a un rostro extraño, uno que destacaba entre la multitud y que, a su manera, resultaba tan hechizante como un modelo de Miguel Ángel, otro que también se los buscaba tan guapos como yo. Ah, la de cosas en común que tenía con un escultor fallecido hacía tantos años que sólo había podido tratarlo en los libros...
– Ah, disculpa, no te estaba escuchando: estaba un poco fascinada fijándome en que no te pareces en nada a Judith. Tienes una cara curiosa, ¿te lo había dicho alguien alguna vez...?
Y con todo el desparpajo que solía caracterizarme, como tan bien me había dicho mi hermano Roland hacía tantos años que se me había quedado grabado a fuego en la mente, me incorporé y me dirigí hacia él para acariciar las líneas de sus rasgos con mis ojos a una distancia mucho más próxima. No era como si mis sentidos necesitaran la cercanía para darme nitidez, al contrario; era, simplemente, que apreciar el arte requiere proximidad, sobre todo si se quiere hasta respirar el mismo aire que la obra en cuestión, aunque esa obra fuera su cara y seguramente estuviera a punto de morderme. Oh, qué encantador... Podía hasta oler, gracias a nuestra cercanía, el aroma del té que se escapaba de sus labios, y aunque no era un perro de caza para poder distinguir hasta el tipo de brebaje que había ingerido, sí que podía afirmar con toda rotundidad que era uno exótico, muy distinto al inglés que a veces bebía yo, si es que los mercaderes a los que acudía lo tenían disponible para la compra por mi parte. Tampoco era demasiado amiga de la bebida; no le hacía ascos, y mucho menos si provenía de un hombre que cuando menos me intrigaba (a su manera, tenía que reconocerlo, incluso si estaba siendo algo decepcionante comprobar hasta qué punto Judith me había vendido algo muy lejano a la realidad), pero si podía elegir beber otra cosa, a ser posible con graduación alcohólica, lo prefería. Ventajas de ser una mujer lobo, que no sentía los efectos del alcohol en su carne como los humanos y que tardaba tanto en emborracharme que podía distinguir el momento en la velada en que cambiaban el vino bueno por el vino malo. Bueno, qué digo, ¿ventajas? Eso era un inconveniente, en realidad, a menos que se estuviera dispuesta a chantajear a quien proveía el vino, y eso era algo que, lo admito, yo había hecho más de una vez. Sabía, perfectamente además, cómo aprovechar cualquier ocasión que se me presentara, por si no había quedado lo suficientemente claro.
– La amabilidad no es precisamente mi fuerte, pero no necesito decírtelo para que te des cuenta tú solito. De todas maneras, yo me pregunto: ¿qué es todo lo que, según tú, he venido a hacer...? Porque, la última vez que yo lo comprobé, sólo quería ver si lo que me contó tu querida tía de ti se reflejaba en la realidad o si sólo era la sangre hablando. Eso viene con una serie de ideas preconcebidas que, aunque no me impidan estar preparada para todo, sí que presuponen ciertos prejuicios. Ahora bien, puedes hacerme cambiar de idea si te empeñas muy fuerte: ¿es cierto que tocas el violín con melodías que chirrían...? Pura curiosidad, querido.
– Ah, disculpa, no te estaba escuchando: estaba un poco fascinada fijándome en que no te pareces en nada a Judith. Tienes una cara curiosa, ¿te lo había dicho alguien alguna vez...?
Y con todo el desparpajo que solía caracterizarme, como tan bien me había dicho mi hermano Roland hacía tantos años que se me había quedado grabado a fuego en la mente, me incorporé y me dirigí hacia él para acariciar las líneas de sus rasgos con mis ojos a una distancia mucho más próxima. No era como si mis sentidos necesitaran la cercanía para darme nitidez, al contrario; era, simplemente, que apreciar el arte requiere proximidad, sobre todo si se quiere hasta respirar el mismo aire que la obra en cuestión, aunque esa obra fuera su cara y seguramente estuviera a punto de morderme. Oh, qué encantador... Podía hasta oler, gracias a nuestra cercanía, el aroma del té que se escapaba de sus labios, y aunque no era un perro de caza para poder distinguir hasta el tipo de brebaje que había ingerido, sí que podía afirmar con toda rotundidad que era uno exótico, muy distinto al inglés que a veces bebía yo, si es que los mercaderes a los que acudía lo tenían disponible para la compra por mi parte. Tampoco era demasiado amiga de la bebida; no le hacía ascos, y mucho menos si provenía de un hombre que cuando menos me intrigaba (a su manera, tenía que reconocerlo, incluso si estaba siendo algo decepcionante comprobar hasta qué punto Judith me había vendido algo muy lejano a la realidad), pero si podía elegir beber otra cosa, a ser posible con graduación alcohólica, lo prefería. Ventajas de ser una mujer lobo, que no sentía los efectos del alcohol en su carne como los humanos y que tardaba tanto en emborracharme que podía distinguir el momento en la velada en que cambiaban el vino bueno por el vino malo. Bueno, qué digo, ¿ventajas? Eso era un inconveniente, en realidad, a menos que se estuviera dispuesta a chantajear a quien proveía el vino, y eso era algo que, lo admito, yo había hecho más de una vez. Sabía, perfectamente además, cómo aprovechar cualquier ocasión que se me presentara, por si no había quedado lo suficientemente claro.
– La amabilidad no es precisamente mi fuerte, pero no necesito decírtelo para que te des cuenta tú solito. De todas maneras, yo me pregunto: ¿qué es todo lo que, según tú, he venido a hacer...? Porque, la última vez que yo lo comprobé, sólo quería ver si lo que me contó tu querida tía de ti se reflejaba en la realidad o si sólo era la sangre hablando. Eso viene con una serie de ideas preconcebidas que, aunque no me impidan estar preparada para todo, sí que presuponen ciertos prejuicios. Ahora bien, puedes hacerme cambiar de idea si te empeñas muy fuerte: ¿es cierto que tocas el violín con melodías que chirrían...? Pura curiosidad, querido.
Invitado- Invitado
Re: Constrúyeme un laberinto, así es cómo se aprende a salir de él |Abigail S. Zarkozi|
Si seguía escuchando el nombre de su tía con tanta despreocupación, al final le estallaría la cabeza. O se le partiría en dos la columna, o se le hincharían todas las venas del cuerpo hasta formar una soga perfecta para estrangularse. Mejor aún: para estrangularla a ella. Porque se lo estaba ganando y aunque Dennis llevaba toda una vida de licantropía dedicada al exilio, nunca había tenido problemas para sentir la rabia homicida de su naturaleza. En su entorno social, el sexual, e incluso el sentimental, por pobre que hubiera sido hasta la fecha. De mucho antes de que le convirtieran a la luna llena, que ya vivía en un mareo constante de cambios de humor y de parecer, ya no podía estar seguro de cuántas veces había tenido que frenarse en mitad de algo que deseaba con todas sus fuerzas o que le repugnaba a unos extremos agresivos, sin saber si sólo lo estaba haciendo por propia voluntad o porque sencillamente era lo que debía forzarse a hacer. Pero lo de esos momentos, ese deseo de clavarle las uñas a esa zorra en el cuello con la misma ceguera implacable de cuando la había estampado contra el árbol caído y levantarla como si fuera una muñeca vudú agujereada hasta las orejas, sabía que era completamente legítimo. No había estado tan seguro de algo desde que comprendió que jamás volvería a ver a sus padres.
Por si no tuviera bastante con estar encarando su pasado, tras años y años de fatídico silencio, también se veía obligado a controlar los impulsos asesinos de un hombre desesperado que, a su vez, estaban influenciados por los de un animal salvaje. ¿Aquella niñata era consciente y de ahí la crueldad de sus continuos descuidos, o sencillamente se había propuesto atormentarlo? ¿Era un castigo divino por todo ese tiempo fracasado que llevaba en París sin obtener respuestas? Castigo 'infernal' se adecuaba más a esa otra hija de la luna que le hablaba con aquella prepotencia, como si se creyera con derecho a juzgar un libro del que sólo se conocía el título. ¿En serio no era consciente de la enorme magnitud de lo que estaba toqueteando? Le gustaba jugar con fuego, mancharse los dedos con el olor a cerillas y después llevárselos a la nariz o a la boca. Al útero mismo se los iba a llevar él, aun a riesgo de quemarse la mano en aquel agujero negro de locura infecta. Y no precisamente para hacerla gozar.
Menos mal que era un hombre lobo, porque estaba haciendo unos esfuerzos sobrehumanos por no asesinarla.
Sin embargo, soy clavado a mi difunto padre. ¿No te contó eso? –respondió, al cabo de unos largos y espesos segundos que invirtió en devolverle la mirada, en arrollarla con la furia que estaba despertando sin ningún miramiento y que, a pesar de todo, permanecía amarrada al indeciso color de sus ojos- No, no es la primera vez que me dicen que no soy un hombre guapo, pero nadie había elegido un momento más inoportuno. ¿Estás contenta? –replicó, y en cualquier otra situación, seguramente habría puesto los ojos en blanco al remontarse atrás en el tiempo, sobre todo a cuando los niños se inventaban un millar de apelativos para esa certeza en su rostro. La mayoría bastante estúpidos, por lo menos, nunca había encontrado a nadie que fuera igual de creativamente retorcido que el pequeño Vallespir, que se escondía en los recreos para dibujar las caras de sus compañeros con los restos de sus hemorragias nasales.
Cuanto más rato pasaba a tan escueta distancia de esa mujer, más temblorosos se volvían sus instintos, y no porque dudara en usarlos, sino por todo lo contrario, porque cada vez eran más difíciles de contener y de aplacar, por mucho que alguna parte de sus recuerdos sociales le dijera que matar seguía estando mal. Sí, esos mismos que habían motivado sus principios morales desde que no pudo hacer nada por evitar su maldición, vaya. Hasta eso estaba consiguiendo aquel incordio de fémina con sus sonrisas de hiena: hacer que se olvidara completamente de cualquier rastro de humanidad, que la única catarsis estuviera en arrancarle la piel a mordiscos, y ni siquiera tratándose del promiscuo Dennis había un ápice de referencia sexual en ello. O eso creía, ya que todo cuanto su mente podía alcanzar a ver mientras taladraba a Abigail con la mirada era el rojo más intenso que recordaba. Un rojo puro y violento, como el rojo de la sangre... y el rojo del sexo.
Es una puta broma, ¿no? –gruñó por fin, sin responder al comentario del violín, y se apartó de ella a tiempo de llegar a reaccionar de la forma más impredecible. Se incorporó de nuevo, a la vez que bordeaba su cuerpo con aparente calma, pero sin dejar de guardar las distancias. Y así debía permanecer en todo momento delante de ella, no podía permitirse perder el control, y menos si no estaba seguro de cómo se manifestaría- ¿Crees que yo estoy aquí para complacerte y ajustarme a tus juicios de aprobación? No, no puedes llegar para abrir la caja de Pandora como si tal cosa y luego vacilarme de esta manera. Eres tú la que ha venido a desbaratarlo todo en un tema que sabes de sobras lo que significa. ¿Y ahora me sales con que 'sólo' querías comprobar lo que pasaba si metías el dedo en la yaga? No, preciosa, no vas a mentar el nombre de mi tía y luego a hacerme creer que tienes la clave de algo que se te hace grande. ¿Por qué habría de confiar en ti, acaso? No estás diciendo nada que no pudiera averiguar cualquiera un poco espabilado y encima de todo, intentas burlarte de mí. ¿Es lo que te dijo que hicieras conmigo, o es sólo porque a ti te gusta joder?
Chabacano y visceral, no iba a andarse por las ramas ni a mostrar un mínimo de consideración por alguien que tampoco la buscaba. Jamás bajaría la guardia, ni en sueños con quien le había destrozado así todos los parámetros y para colmo, no se aparecía exento de atractivos… Un hecho que debía sepultar rápidamente en su memoria antes de que fuera demasiado tarde.
Por si no tuviera bastante con estar encarando su pasado, tras años y años de fatídico silencio, también se veía obligado a controlar los impulsos asesinos de un hombre desesperado que, a su vez, estaban influenciados por los de un animal salvaje. ¿Aquella niñata era consciente y de ahí la crueldad de sus continuos descuidos, o sencillamente se había propuesto atormentarlo? ¿Era un castigo divino por todo ese tiempo fracasado que llevaba en París sin obtener respuestas? Castigo 'infernal' se adecuaba más a esa otra hija de la luna que le hablaba con aquella prepotencia, como si se creyera con derecho a juzgar un libro del que sólo se conocía el título. ¿En serio no era consciente de la enorme magnitud de lo que estaba toqueteando? Le gustaba jugar con fuego, mancharse los dedos con el olor a cerillas y después llevárselos a la nariz o a la boca. Al útero mismo se los iba a llevar él, aun a riesgo de quemarse la mano en aquel agujero negro de locura infecta. Y no precisamente para hacerla gozar.
Menos mal que era un hombre lobo, porque estaba haciendo unos esfuerzos sobrehumanos por no asesinarla.
Sin embargo, soy clavado a mi difunto padre. ¿No te contó eso? –respondió, al cabo de unos largos y espesos segundos que invirtió en devolverle la mirada, en arrollarla con la furia que estaba despertando sin ningún miramiento y que, a pesar de todo, permanecía amarrada al indeciso color de sus ojos- No, no es la primera vez que me dicen que no soy un hombre guapo, pero nadie había elegido un momento más inoportuno. ¿Estás contenta? –replicó, y en cualquier otra situación, seguramente habría puesto los ojos en blanco al remontarse atrás en el tiempo, sobre todo a cuando los niños se inventaban un millar de apelativos para esa certeza en su rostro. La mayoría bastante estúpidos, por lo menos, nunca había encontrado a nadie que fuera igual de creativamente retorcido que el pequeño Vallespir, que se escondía en los recreos para dibujar las caras de sus compañeros con los restos de sus hemorragias nasales.
Cuanto más rato pasaba a tan escueta distancia de esa mujer, más temblorosos se volvían sus instintos, y no porque dudara en usarlos, sino por todo lo contrario, porque cada vez eran más difíciles de contener y de aplacar, por mucho que alguna parte de sus recuerdos sociales le dijera que matar seguía estando mal. Sí, esos mismos que habían motivado sus principios morales desde que no pudo hacer nada por evitar su maldición, vaya. Hasta eso estaba consiguiendo aquel incordio de fémina con sus sonrisas de hiena: hacer que se olvidara completamente de cualquier rastro de humanidad, que la única catarsis estuviera en arrancarle la piel a mordiscos, y ni siquiera tratándose del promiscuo Dennis había un ápice de referencia sexual en ello. O eso creía, ya que todo cuanto su mente podía alcanzar a ver mientras taladraba a Abigail con la mirada era el rojo más intenso que recordaba. Un rojo puro y violento, como el rojo de la sangre... y el rojo del sexo.
Es una puta broma, ¿no? –gruñó por fin, sin responder al comentario del violín, y se apartó de ella a tiempo de llegar a reaccionar de la forma más impredecible. Se incorporó de nuevo, a la vez que bordeaba su cuerpo con aparente calma, pero sin dejar de guardar las distancias. Y así debía permanecer en todo momento delante de ella, no podía permitirse perder el control, y menos si no estaba seguro de cómo se manifestaría- ¿Crees que yo estoy aquí para complacerte y ajustarme a tus juicios de aprobación? No, no puedes llegar para abrir la caja de Pandora como si tal cosa y luego vacilarme de esta manera. Eres tú la que ha venido a desbaratarlo todo en un tema que sabes de sobras lo que significa. ¿Y ahora me sales con que 'sólo' querías comprobar lo que pasaba si metías el dedo en la yaga? No, preciosa, no vas a mentar el nombre de mi tía y luego a hacerme creer que tienes la clave de algo que se te hace grande. ¿Por qué habría de confiar en ti, acaso? No estás diciendo nada que no pudiera averiguar cualquiera un poco espabilado y encima de todo, intentas burlarte de mí. ¿Es lo que te dijo que hicieras conmigo, o es sólo porque a ti te gusta joder?
Chabacano y visceral, no iba a andarse por las ramas ni a mostrar un mínimo de consideración por alguien que tampoco la buscaba. Jamás bajaría la guardia, ni en sueños con quien le había destrozado así todos los parámetros y para colmo, no se aparecía exento de atractivos… Un hecho que debía sepultar rápidamente en su memoria antes de que fuera demasiado tarde.
Última edición por Dennis Vallespir el Miér Nov 15, 2017 10:31 am, editado 1 vez
Dennis Vallespir- Licántropo Clase Alta
- Mensajes : 242
Fecha de inscripción : 14/02/2012
Localización : Bajo el dedo de Judith
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Constrúyeme un laberinto, así es cómo se aprende a salir de él |Abigail S. Zarkozi|
El licántropo malhablado, para que luego la fama encima me la llevara yo, me recordaba (peligrosamente) al agua al fuego: estaba ardiendo cada vez más, y no como podría ser más interesante para los dos, sino que a punto de perder el escaso control que estaba demostrando. Vaya... Y yo que pensaba que un familiar de Judith Vallespir sería más estoico resultaba que me equivocaba, qué faena. ¿Hasta qué punto podía parecerse menos ese chico a su difunta familiar...? Porque, si no hubiera sabido que debían de compartir sangre y a saber qué más, probablemente no habría sido capaz de establecer una relación tan intensa como la que evidentemente habían compartido esos dos. De no haberlo sido no le fastidiaría tanto que se la mencionara con mi desparpajo habitual, el fruto de la curiosidad científica mezclada con que, en realidad, me importaba más bien poco cómo reaccionara o si me hacía algo. ¿Qué podía decir? Él era un lobo, sí, de acuerdo, y estaba cada vez más molesto conmigo, pero yo era una loba aún más fuera de control de lo habitual y, además, era inquisidora. Cualquier cosa que pudiera hacerme yo podía devolvérsela en igualdad de condiciones y probablemente sin despeinarme más de lo que estaba después del coito entre el follaje, tan insultantemente cerca de él que seguro que se lo había tomado como algo personal, como si mi mundo girara a su alrededor. ¡Qué egocentrismo! Ni siquiera la Iglesia manteniendo su opinión de la Tierra como centro del Universo contra el maldito Copérnico había sido tan tozuda, pero, en realidad, ¿qué podía esperarse de un colectivo de ancianos anquilosados en creencias tan viejas como sus líneas familiares? No podía compararlos ni de broma con él, que más que un anciano me parecía un niño que no llevaba demasiado bien la idea de crecer y que, claro, se creía que todo iba sobre él.
– ¿De verdad te piensas que a alguien le interesas lo suficiente para que se ponga a hurgar en tu pasado, malgastando valiosísimos recursos que se podrían utilizar con otros fines, y aún más para decírtelo como te lo estoy diciendo yo? Baja, modestia, que sube Dennis Vallespir.
Irónica, como siempre, pero en este caso absolutamente sincera sin que sirviera de precedente, me encogí de hombros y le dediqué una sonrisa que sólo parecía angelical, igual que yo si me empeñaba en no dejar traslucir que era un poco mala persona con la mayoría de la gente, especialmente con aquellos en los que no confiaba ni lo más mínimo. Dado que él formaba parte de aquel último grupo, tan selecto como la mayor parte de la población de la ciudad en la que habitaba, creerse que me había tomado la molestia de indagar en su vida era una muestra de ego sin precedentes que yo solamente creía en personas mucho mayores que él, que tampoco me sacaba tantos años... Además, no era exactamente como si yo no soliera juntarme con gente que había nacido bastante antes que yo; por algún motivo, en realidad por uno que conocía muy bien, la gente de mi edad (aparente o real, tampoco importaba demasiado) no se movía por mis mismos ambientes y, claro, no coincidía con nadie. ¿Qué podía decir? Era culpa mía por no haberme casado pese a estar en edad casadera, porque para toda la sociedad incluso estaba encaminándome hacia la temidísima soltería... Como si eso fuera a detenerme a la hora de hacer lo que me viniera en gana con cuanto hombre (o mujer, yo no hacía ascos por eso) se me antojara y se me pusiera delante, como lo estaba él. Y como si se me hubiera ocurrido la idea y me hubiera cambiado totalmente la idea que tenía de él, lo miré de nuevo y me planteé hasta qué punto lo sacaría de sus casillas si flirteaba con él tanto o más que cuando lo hacía con... en fin, con todo el que se me pusiera por delante. La respuesta era que probablemente lo hiciera y mucho, así que como no podía ser de otra manera decidí que, ¿por qué no?, lo haría. Se me daba tan bien que sería un desperdicio desaprovecharlo, a fin de cuentas.
– No, no es ninguna broma, es simplemente que a mí me gusta jugar y, bueno, tu tía nunca me prohibió que lo hiciera contigo. De hecho creo que si lo supiera permitiría que lo hiciera todo contigo...
Sonreí, porque no pude ni quise evitarlo, y me acerqué a él para examinarlo de cerca de nuevo, aunque no tanto por aprenderme su cara (que ya me la sabía, gracias) sino por fastidiarlo con una cercanía que era seguramente demasiada para él, sobre todo porque no nos conocíamos en absoluto. Sólo era cuestión de tiempo que lo hiciéramos, eso sí, y yo estaba más que dispuesta a contarle lo que le apeteciera oír de su adorada y estimada tía si es que le apetecía, pero lo haría cuando se me antojara y no cuando a él le apeteciera, precisamente. ¡Sólo faltaba! La que estaba en posición de superioridad era yo porque era yo, y no él, quien tenía toda la información, así que más le valía ir aceptando que yo marcara el ritmo o probablemente discutiríamos y, no me engañaba, sería todo mucho más excitante, quizá literalmente hablando también. Eso era cuestión de tiempo descubrir si pasaría o no, o más bien de ver cuánto tardaría en pasar, porque me conocía a la perfección y sabía que era muy complicado que yo iniciara una relación humana de cualquier tipo con alguien y que no terminara en la cama con esa persona. La verdad, dudaba mucho que él fuera a ser una excepción en mi tendencia habitual, especialmente porque aunque su cara fuera extraña no estaba exenta de atractivos y esos ojos suyos podían hacer milagros si se empeñaba, pero hasta a mí me parecía acelerado, ¡que acababa de conocerlo! Y él no era un hombre con el que mis encuentros fueran a reducirse a uno... Probablemente acabaríamos viéndonos hasta que él se cansara de mí, si no lo estaba yo, y para celebrar esa feliz coincidencia (ja) lo cogí de la cara y le robé un beso tras el que me aparté para que no decidiera darme un golpe como respuesta.
– Nada se me hace grande a mí, cielo, y el legado de tu tía no va a ser la excepción. Eso sí, me disculparás que no te responda de buenas a primeras a lo que me preguntes; eso, me temo, es algo que voy a imitar de Judith.
– ¿De verdad te piensas que a alguien le interesas lo suficiente para que se ponga a hurgar en tu pasado, malgastando valiosísimos recursos que se podrían utilizar con otros fines, y aún más para decírtelo como te lo estoy diciendo yo? Baja, modestia, que sube Dennis Vallespir.
Irónica, como siempre, pero en este caso absolutamente sincera sin que sirviera de precedente, me encogí de hombros y le dediqué una sonrisa que sólo parecía angelical, igual que yo si me empeñaba en no dejar traslucir que era un poco mala persona con la mayoría de la gente, especialmente con aquellos en los que no confiaba ni lo más mínimo. Dado que él formaba parte de aquel último grupo, tan selecto como la mayor parte de la población de la ciudad en la que habitaba, creerse que me había tomado la molestia de indagar en su vida era una muestra de ego sin precedentes que yo solamente creía en personas mucho mayores que él, que tampoco me sacaba tantos años... Además, no era exactamente como si yo no soliera juntarme con gente que había nacido bastante antes que yo; por algún motivo, en realidad por uno que conocía muy bien, la gente de mi edad (aparente o real, tampoco importaba demasiado) no se movía por mis mismos ambientes y, claro, no coincidía con nadie. ¿Qué podía decir? Era culpa mía por no haberme casado pese a estar en edad casadera, porque para toda la sociedad incluso estaba encaminándome hacia la temidísima soltería... Como si eso fuera a detenerme a la hora de hacer lo que me viniera en gana con cuanto hombre (o mujer, yo no hacía ascos por eso) se me antojara y se me pusiera delante, como lo estaba él. Y como si se me hubiera ocurrido la idea y me hubiera cambiado totalmente la idea que tenía de él, lo miré de nuevo y me planteé hasta qué punto lo sacaría de sus casillas si flirteaba con él tanto o más que cuando lo hacía con... en fin, con todo el que se me pusiera por delante. La respuesta era que probablemente lo hiciera y mucho, así que como no podía ser de otra manera decidí que, ¿por qué no?, lo haría. Se me daba tan bien que sería un desperdicio desaprovecharlo, a fin de cuentas.
– No, no es ninguna broma, es simplemente que a mí me gusta jugar y, bueno, tu tía nunca me prohibió que lo hiciera contigo. De hecho creo que si lo supiera permitiría que lo hiciera todo contigo...
Sonreí, porque no pude ni quise evitarlo, y me acerqué a él para examinarlo de cerca de nuevo, aunque no tanto por aprenderme su cara (que ya me la sabía, gracias) sino por fastidiarlo con una cercanía que era seguramente demasiada para él, sobre todo porque no nos conocíamos en absoluto. Sólo era cuestión de tiempo que lo hiciéramos, eso sí, y yo estaba más que dispuesta a contarle lo que le apeteciera oír de su adorada y estimada tía si es que le apetecía, pero lo haría cuando se me antojara y no cuando a él le apeteciera, precisamente. ¡Sólo faltaba! La que estaba en posición de superioridad era yo porque era yo, y no él, quien tenía toda la información, así que más le valía ir aceptando que yo marcara el ritmo o probablemente discutiríamos y, no me engañaba, sería todo mucho más excitante, quizá literalmente hablando también. Eso era cuestión de tiempo descubrir si pasaría o no, o más bien de ver cuánto tardaría en pasar, porque me conocía a la perfección y sabía que era muy complicado que yo iniciara una relación humana de cualquier tipo con alguien y que no terminara en la cama con esa persona. La verdad, dudaba mucho que él fuera a ser una excepción en mi tendencia habitual, especialmente porque aunque su cara fuera extraña no estaba exenta de atractivos y esos ojos suyos podían hacer milagros si se empeñaba, pero hasta a mí me parecía acelerado, ¡que acababa de conocerlo! Y él no era un hombre con el que mis encuentros fueran a reducirse a uno... Probablemente acabaríamos viéndonos hasta que él se cansara de mí, si no lo estaba yo, y para celebrar esa feliz coincidencia (ja) lo cogí de la cara y le robé un beso tras el que me aparté para que no decidiera darme un golpe como respuesta.
– Nada se me hace grande a mí, cielo, y el legado de tu tía no va a ser la excepción. Eso sí, me disculparás que no te responda de buenas a primeras a lo que me preguntes; eso, me temo, es algo que voy a imitar de Judith.
Invitado- Invitado
Re: Constrúyeme un laberinto, así es cómo se aprende a salir de él |Abigail S. Zarkozi|
Lo estaba consiguiendo. Mejor dicho, la muy zorra lo había conseguido: tenerle bien cogido de los huevos, y no en el sentido que dos seres tan promiscuos como ellos se sabían de memoria. Al menos, por parte de Dennis empezaba a crearse una muralla mental (porque con la física lo tenía crudo por culpa de la biología masculina de los cojones, y nunca mejor dicho) para rechazar cualquier posibilidad carnal, estaba demasiado ocupado macerando esa nueva manifestación del odio en sus sentidos, con el fiero nombre de Abigail por todo lo alto. Exactamente igual que la entrada que había hecho ésta en su vida. Su puta vida de criajo atrapado en sus traumas que a cada año que pasaba, se volvían más peligrosos, más cercanamente sangrientos, como el color de la luna llena en sus ojos cuando era hora de aullar a través de los bosques. Tenía ganas de abrir las fauces en esos momentos, pero no para aullar, sino para rugir. Para morder.
—No lo sé, Abigail, ¿te intereso lo suficiente para todo eso? —replicó, harto de que para colmo, se empeñara en seguir riéndose de él. Joder, ¿tan tocapelotas era así de gratis? ¿En qué momento su tía habría querido relacionarse con alguien como ella? Le costaba asimilarlo, claro que ahora mismo le costaba asimilar todo lo que no tuvieran que ver con morirse de ganas de volver a agarrar a esa mocosa del cuello y…— Porque si no es así, deberías dejar de insinuarlo desde el minuto uno, por eso de no parecer retrasadamente contradictoria. —¿En serio? ¿Pretendía abrir un coloquio sobre los comportamientos contradictorios? ¿Él, Dennis Klaus Vallespir, el alma menos bipolar en kilómetros a la redonda?— Para empezar, límpiate un poco esa orejitas tan monas, porque no he dicho que te hayas puesto a indagar sobre mí, sino que no estabas diciendo nada fuera de lo normal si así lo hubieras hecho. Si no lo has hecho, pues mejor para ti.
En una situación como ésa, su ego tenía muchas posibilidades de descender en picado con la misma facilidad que las ropas que retiraba a sus amantes en pleno desliz sobre el catre. A pesar de toda su característica prepotencia y de ser un hombre asquerosamente decidido la mayor parte del tiempo, el envoltorio del pobre y preso Dennis había sobrevivido a su interior, pero no siempre era suficiente cuando el estallido de su voluntad encontraba nuevas formas de rajar la membrana y escabullirse. Y teniendo en cuenta lo expuesto que estaba a la imprevisibilidad de los cambios… digamos que no le sentó nada bien escuchar otro comentario de Judith, y esa vez como una insinuación en toda regla. Aquella desconocida llegaba para arrojar la única luz en años sobre la motivación que regía toda su existencia y luego la pisoteaba delante de su cara para no retirar el pie y dejarle ver lo que había debajo, a menos que... ¿A menos que qué? ¿Qué demonios quería de él? Todavía no había empezado a sucumbir a los impulsos de su locura cuando se encontró en mitad de un beso robado que sabía a pólvora, aunque sólo fuera porque parecía haberse llevado toda la munición posible de su odio. ¿Se la había llevado? Bueno, más bien se la había devuelto diez veces más ardiente. Puta insensata.
No tan insensata como para no cesar aquel jodido intercambio antes de merendarse alguna respuesta hostil por parte del licántropo, aunque por descontado, aún no había empezado a habituarse a los imprevistos de su compañero sobrenatural, lo que volvió todavía más intenso el tacto de los dedos de Dennis entre su barbilla y su garganta, que tuvieron que sentirse con un magnetismo eléctrico; doloroso, pero estimulante. A continuación, el hombre se encargó de sujetarla firmemente para inclinarse sobre ella y lamerle toda la barbilla hasta detenerse con un mordisco justo en la zona del cuello más cercana a su oreja.
—Pero 'hurgar en mi pasado' —le susurró desde ahí, con esa voz cavernosa que tantas piernas le abría por el camino— precisamente es algo que sí estás haciendo, ahora no vayas de digna. Ya que has conseguido joderme como nunca nadie antes, por lo menos no reniegues y disfrútalo en todo su esplendor, perra.
Tras aquello, se apartó definitivamente de la mujer que no iba a darle un puto respiro en una buena temporada, con la firme intención de no volver a permitirse un contacto parecido nunca mientras tuviera que averiguar qué diablos sabía del misterio de su historia. Como si ése hubiera sido su último momento de debilidad en aquella maldita relación tan ambigua que se avecinaba, tan jodidamente tensa entre la confusión de su búsqueda incompleta y la negación de algo que no estaba acostumbrado a reprimir. Con todo eso, dio unos cuantos pasos de espaldas a Abigail, en tanto se restregaba el dorso de la mano por la boca y gruñía en un tono frustrado, abatido ante tanto descubrimiento en tan poco tiempo, incluso si realmente, seguía sin saber absolutamente nada. Salvo que, fuera como fuera, estaba en manos de aquel demonio escultural que no debía tocar otra vez. Jamás.
—Muy bien, ¿y tienes algo planeado de mientras? ¿Irnos de picnic a las tres de la madrugada, o aparecerte cada mañana a la vuelta de la esquina con una sonrisa psicópata? —gruñó, apenas mirándola de reojo y aguantándose un bufido propio de una resignación más infantil. Aunque infantil o no, lo cierto es que tampoco podía ocultarla— Si te parezco tan poco interesante, no entiendo por qué diablos te apetece alargar lo que quiera que sea esto, joder.
—No lo sé, Abigail, ¿te intereso lo suficiente para todo eso? —replicó, harto de que para colmo, se empeñara en seguir riéndose de él. Joder, ¿tan tocapelotas era así de gratis? ¿En qué momento su tía habría querido relacionarse con alguien como ella? Le costaba asimilarlo, claro que ahora mismo le costaba asimilar todo lo que no tuvieran que ver con morirse de ganas de volver a agarrar a esa mocosa del cuello y…— Porque si no es así, deberías dejar de insinuarlo desde el minuto uno, por eso de no parecer retrasadamente contradictoria. —¿En serio? ¿Pretendía abrir un coloquio sobre los comportamientos contradictorios? ¿Él, Dennis Klaus Vallespir, el alma menos bipolar en kilómetros a la redonda?— Para empezar, límpiate un poco esa orejitas tan monas, porque no he dicho que te hayas puesto a indagar sobre mí, sino que no estabas diciendo nada fuera de lo normal si así lo hubieras hecho. Si no lo has hecho, pues mejor para ti.
En una situación como ésa, su ego tenía muchas posibilidades de descender en picado con la misma facilidad que las ropas que retiraba a sus amantes en pleno desliz sobre el catre. A pesar de toda su característica prepotencia y de ser un hombre asquerosamente decidido la mayor parte del tiempo, el envoltorio del pobre y preso Dennis había sobrevivido a su interior, pero no siempre era suficiente cuando el estallido de su voluntad encontraba nuevas formas de rajar la membrana y escabullirse. Y teniendo en cuenta lo expuesto que estaba a la imprevisibilidad de los cambios… digamos que no le sentó nada bien escuchar otro comentario de Judith, y esa vez como una insinuación en toda regla. Aquella desconocida llegaba para arrojar la única luz en años sobre la motivación que regía toda su existencia y luego la pisoteaba delante de su cara para no retirar el pie y dejarle ver lo que había debajo, a menos que... ¿A menos que qué? ¿Qué demonios quería de él? Todavía no había empezado a sucumbir a los impulsos de su locura cuando se encontró en mitad de un beso robado que sabía a pólvora, aunque sólo fuera porque parecía haberse llevado toda la munición posible de su odio. ¿Se la había llevado? Bueno, más bien se la había devuelto diez veces más ardiente. Puta insensata.
No tan insensata como para no cesar aquel jodido intercambio antes de merendarse alguna respuesta hostil por parte del licántropo, aunque por descontado, aún no había empezado a habituarse a los imprevistos de su compañero sobrenatural, lo que volvió todavía más intenso el tacto de los dedos de Dennis entre su barbilla y su garganta, que tuvieron que sentirse con un magnetismo eléctrico; doloroso, pero estimulante. A continuación, el hombre se encargó de sujetarla firmemente para inclinarse sobre ella y lamerle toda la barbilla hasta detenerse con un mordisco justo en la zona del cuello más cercana a su oreja.
—Pero 'hurgar en mi pasado' —le susurró desde ahí, con esa voz cavernosa que tantas piernas le abría por el camino— precisamente es algo que sí estás haciendo, ahora no vayas de digna. Ya que has conseguido joderme como nunca nadie antes, por lo menos no reniegues y disfrútalo en todo su esplendor, perra.
Tras aquello, se apartó definitivamente de la mujer que no iba a darle un puto respiro en una buena temporada, con la firme intención de no volver a permitirse un contacto parecido nunca mientras tuviera que averiguar qué diablos sabía del misterio de su historia. Como si ése hubiera sido su último momento de debilidad en aquella maldita relación tan ambigua que se avecinaba, tan jodidamente tensa entre la confusión de su búsqueda incompleta y la negación de algo que no estaba acostumbrado a reprimir. Con todo eso, dio unos cuantos pasos de espaldas a Abigail, en tanto se restregaba el dorso de la mano por la boca y gruñía en un tono frustrado, abatido ante tanto descubrimiento en tan poco tiempo, incluso si realmente, seguía sin saber absolutamente nada. Salvo que, fuera como fuera, estaba en manos de aquel demonio escultural que no debía tocar otra vez. Jamás.
—Muy bien, ¿y tienes algo planeado de mientras? ¿Irnos de picnic a las tres de la madrugada, o aparecerte cada mañana a la vuelta de la esquina con una sonrisa psicópata? —gruñó, apenas mirándola de reojo y aguantándose un bufido propio de una resignación más infantil. Aunque infantil o no, lo cierto es que tampoco podía ocultarla— Si te parezco tan poco interesante, no entiendo por qué diablos te apetece alargar lo que quiera que sea esto, joder.
- Shame on me:
- Losélosélosé SHAME ON ME, SHAME ON MY COW, no puedo ni mirarme al espejo de la vergüenza por semejante tardanza
Última edición por Dennis Vallespir el Miér Nov 15, 2017 10:28 am, editado 2 veces
Dennis Vallespir- Licántropo Clase Alta
- Mensajes : 242
Fecha de inscripción : 14/02/2012
Localización : Bajo el dedo de Judith
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Constrúyeme un laberinto, así es cómo se aprende a salir de él |Abigail S. Zarkozi|
¿Contradictoria yo? ¡Ja! Ya sabía qué regalarle para su próximo cumpleaños, en cuanto pudiera averiguar la fecha: un espejo para que se viera reflejado como, al parecer, no tenía a bien hacerlo, ignorando que desde el primer momento se había mostrado tan cambiante como correspondía a alguien de nuestra naturaleza. Sólo que ni siquiera eso lo explicaba, porque hasta yo, dentro de mi actitud naturalmente variada en función de las circunstancias, mantenía una cierta coherencia en mis acciones que a él se le escapaba, y no poco además. Aun así, no le iba a quitar el mérito que poseía a la hora de sorprenderme, pues aunque era consciente del efecto que yo ejercía sobre las personas de mi alrededor, por un momento pensé que por pura testarudez él iba a ignorarlo y no iba a seguirme el juego como finalmente sí que lo hizo. Ante ello, no pude evitar sonreír de forma ladina, bebiendo de la contradicción como él lo estaba haciendo con mi piel, en un contacto que lamentablemente él decidió interrumpir de forma brusca, a juego con el tono de las acciones que había estado llevando a cabo hasta aquel mismo instante. Y en vez de molestarme por el ardor que aún continuaba esparciéndose por mi cuerpo como un incendio, salvaje y expandiéndose totalmente fuera de mi control, la situación me satisfacía, porque si desde el principio lo que había querido era ganarme su atención para tenerlo comiendo de mi mano, vaya si lo había conseguido… Hasta si lo había hecho como un perro abandonado, tan pronto acercándose como alejándose a la mínima que huele un poco de peligro. Algo sumamente apropiado, por cierto, teniendo en cuenta la naturaleza que compartíamos… La sobrehumana, digo, porque de la otra no teníamos demasiado en común. Ni falta que nos hacía.
– Y, dime, ¿quién te ha comentado falsamente que no estoy disfrutando en absoluto de ver cómo tu mundo se derrumba diciendo un par de palabras de algo que yo sé y que tú ignoras por completo? Que no lo disfrute como lo haces tú no significa que no lo haga; primera lección, perrito, que deberías aprender si quieres moverte en sociedad. Pero no estoy muy segura de que quieras… o de que hayas madurado lo suficiente para saber cómo.
Sonreí más y más a medida que me metía en la boca del lobo, no literalmente aún, pero sí de una forma que se acercaba bastante al sentido más puro de la expresión. Aquel lobo quería desgarrarme con un poco más de intensidad con cada palabra que salía de mis labios y lo volvía loco, como si estuviera hablando en un tono demasiado agudo y el sonido le estuviera haciendo incapaz de controlar sus actos. La diferencia principal era que él, por perro que fuera, no me necesitaba a mí necesariamente para descontrolarlo: ya estaba en el borde del precipicio, mirando hacia el vacío y a punto de saltar, y aunque esta vez fuera yo la que estaba empujándolo cada vez más, la realidad era que cualquier estímulo bastaría para conseguirlo. Ah, pobre desgraciado, qué enfermo estaba de la cabeza y qué poca pena me daba fastidiarlo todavía más… Más o menos como había hecho Judith con él, si bien yo lo hacía con una premeditación y total alevosía de las que ella, en su extraño caso de amor familiar por él (y para que lo dijera yo, bien extraño tenía que ser), no había mostrado tan intensamente como lo estaba haciendo yo. También porque carecía de mi crueldad, o al menos no la demostraba tan a menudo como lo hacía yo, demasiado resentida con todos con o sin motivo para que la gente pudiera tragarme con facilidad. Ni falta que hacía; prefería ser la causante de que se atragantara al intentar tragarme que de provocarle felicidad al digerirme, porque así estaría totalmente segura de que jamás me olvidaría, como si la mención de su difunta Judith no hubiera sido suficiente para causar ese efecto en él sin necesidad de unos esfuerzos demasiado intensos.
– Tu pasado me parece fascinante, Vallespir, aunque tú no merezcas esa consideración por mi parte. Te diré ahora lo que vamos a hacer: tú vas a fastidiarte y aguantarte y yo me iré a hacer lo que me venga en gana para aprovecharme de una libertad con la que tú, ahora, sólo vas a poder soñar. Y sólo cuando se me antoje a mí volveremos a encontrarnos y tal vez te diga algo. Así ejercitas tu paciencia, querido.
Le lancé un beso, le guiñé un ojo y, aprovechándome del factor sorpresa, del entrenamiento inquisitorial que había recibido desde que había podido discernir que un cuchillo se clavaba a un rival y no a uno mismo y, por fin, mi naturaleza, me esfumé de allí más rápido de lo que él iba a ser capaz de aprehender. Por mucho que intentara seguirme, si es que tenía a bien hacerlo, yo era más rápida y me sabía bien millones de escondrijos cercanos que le impedirían seguirme, al menos al principio. Y por si eso no fuera suficiente, me aseguré de pasar por zonas particularmente apestosas que pudieran camuflar mi aroma, para que ni siquiera sus sentidos aumentados de sobrenatural pudieran garantizarle dar con mi paradero. Si pensaba que él iba a llevar las de ganar en nuestro encuentro es que no podía estar más equivocado… Necesitaba una bofetada de realidad minuto a minuto para que su ego desmesurado, más de niño que de persona adulta, se viera reducido a un nivel que se pudiera controlar. Lo necesitaba con tanta intensidad como yo domar a alguien y matar vampiros, algo que se encontraba en mi naturaleza, así que yo sería la encargada de dársela. ¡Qué generosa y magnánima era cuando quería! Especialmente si sabía que, así, podría pasármelo bien educando a un niño pequeño atrapado en el cuerpo de un adulto que sabía perfectamente, él también, el efecto que tenía sobre los demás. Aunque no totalmente sobre mí… Todavía no. Y mientras dependiera de mí, seguiría sin hacerlo.
– Y, dime, ¿quién te ha comentado falsamente que no estoy disfrutando en absoluto de ver cómo tu mundo se derrumba diciendo un par de palabras de algo que yo sé y que tú ignoras por completo? Que no lo disfrute como lo haces tú no significa que no lo haga; primera lección, perrito, que deberías aprender si quieres moverte en sociedad. Pero no estoy muy segura de que quieras… o de que hayas madurado lo suficiente para saber cómo.
Sonreí más y más a medida que me metía en la boca del lobo, no literalmente aún, pero sí de una forma que se acercaba bastante al sentido más puro de la expresión. Aquel lobo quería desgarrarme con un poco más de intensidad con cada palabra que salía de mis labios y lo volvía loco, como si estuviera hablando en un tono demasiado agudo y el sonido le estuviera haciendo incapaz de controlar sus actos. La diferencia principal era que él, por perro que fuera, no me necesitaba a mí necesariamente para descontrolarlo: ya estaba en el borde del precipicio, mirando hacia el vacío y a punto de saltar, y aunque esta vez fuera yo la que estaba empujándolo cada vez más, la realidad era que cualquier estímulo bastaría para conseguirlo. Ah, pobre desgraciado, qué enfermo estaba de la cabeza y qué poca pena me daba fastidiarlo todavía más… Más o menos como había hecho Judith con él, si bien yo lo hacía con una premeditación y total alevosía de las que ella, en su extraño caso de amor familiar por él (y para que lo dijera yo, bien extraño tenía que ser), no había mostrado tan intensamente como lo estaba haciendo yo. También porque carecía de mi crueldad, o al menos no la demostraba tan a menudo como lo hacía yo, demasiado resentida con todos con o sin motivo para que la gente pudiera tragarme con facilidad. Ni falta que hacía; prefería ser la causante de que se atragantara al intentar tragarme que de provocarle felicidad al digerirme, porque así estaría totalmente segura de que jamás me olvidaría, como si la mención de su difunta Judith no hubiera sido suficiente para causar ese efecto en él sin necesidad de unos esfuerzos demasiado intensos.
– Tu pasado me parece fascinante, Vallespir, aunque tú no merezcas esa consideración por mi parte. Te diré ahora lo que vamos a hacer: tú vas a fastidiarte y aguantarte y yo me iré a hacer lo que me venga en gana para aprovecharme de una libertad con la que tú, ahora, sólo vas a poder soñar. Y sólo cuando se me antoje a mí volveremos a encontrarnos y tal vez te diga algo. Así ejercitas tu paciencia, querido.
Le lancé un beso, le guiñé un ojo y, aprovechándome del factor sorpresa, del entrenamiento inquisitorial que había recibido desde que había podido discernir que un cuchillo se clavaba a un rival y no a uno mismo y, por fin, mi naturaleza, me esfumé de allí más rápido de lo que él iba a ser capaz de aprehender. Por mucho que intentara seguirme, si es que tenía a bien hacerlo, yo era más rápida y me sabía bien millones de escondrijos cercanos que le impedirían seguirme, al menos al principio. Y por si eso no fuera suficiente, me aseguré de pasar por zonas particularmente apestosas que pudieran camuflar mi aroma, para que ni siquiera sus sentidos aumentados de sobrenatural pudieran garantizarle dar con mi paradero. Si pensaba que él iba a llevar las de ganar en nuestro encuentro es que no podía estar más equivocado… Necesitaba una bofetada de realidad minuto a minuto para que su ego desmesurado, más de niño que de persona adulta, se viera reducido a un nivel que se pudiera controlar. Lo necesitaba con tanta intensidad como yo domar a alguien y matar vampiros, algo que se encontraba en mi naturaleza, así que yo sería la encargada de dársela. ¡Qué generosa y magnánima era cuando quería! Especialmente si sabía que, así, podría pasármelo bien educando a un niño pequeño atrapado en el cuerpo de un adulto que sabía perfectamente, él también, el efecto que tenía sobre los demás. Aunque no totalmente sobre mí… Todavía no. Y mientras dependiera de mí, seguiría sin hacerlo.
Invitado- Invitado
Re: Constrúyeme un laberinto, así es cómo se aprende a salir de él |Abigail S. Zarkozi|
Estaba hecho fuego, virutas chispeantes de fuego que parecían inofensivas a simple vista hasta que te rozaban la piel. Era entonces cuando acababas con una hilera de marcas rojizas a cambio, que casi parecían el dibujo artístico de una lluvia de ácido sobre la piel. Había muchas formas inflamables de definirle en aquellos instantes, todo Dennis era ese jodido elemento, sentado o de pie, en sueño o vigilia, con luna o sin ella. La grieta esquizofrénica que se había incrustado en su caos personal (y estático hasta ese momento) se estaba abriendo paso por todo su cerebro hasta nublarle cualquier sentido que lo atara a esa realidad que nunca solía prestar atención a su hijo más desviado. Así de arrollador podía llegar a ser el efecto del nombre de Judith, como si no estuviera ya más que extendido por cada memoria del único pasado que tenía. Su problema desde hacía un tiempo se reducía más bien a que el presente se había empeñado en rivalizar con su propia inestabilidad. Sobre todo si también pasaba a estar en manos de una perra del infierno como Abigail.
La tal Abigail, la buena de Abigail. La muy zorra ya lo habría tenido fácil sólo con un par de movimientos sencillos y aun así, había querido retorcerse para tocar hueso. Se veía a la legua que le sobraba astucia por su cuenta, una hembra imaginativa y con recursos que tan pronto te tomaban desprevenido como saltaban a la puñetera vista de quien tuviera un mínimo de gusto en mujeres. ¡Ah, y con la persona menos experta en mujeres se habían ido a topar, qué pardiez! Justamente por esa ironía ahora se arrancaría los ojos si pudiera con tal de no volver a ver ese cuerpo perfectamente esculpido, lo haría completamente en serio, tan en serio que últimamente se acostaba todas las noches pensando que quizá sería la última vez que necesitaría cerrar los ojos para verlo todo oscuro. Claro que para eso también podría enterrar la cabeza en cierta zona de su anatomía femenina, ¿verdad, pobre libertino? Pero antes que solucionarlo de esa manera prefería arrancarse los ojos de verdad, aunque entonces ya no habría segundas opciones que le ayudaran a conservar la vista en aquella batalla de lobos. Un sinsentido —nunca mejor dicho— más a la lista. Justo lo que ella quería.
¿Y a quién se estaba refiriendo exactamente con 'ella'? Ni siquiera 'él' lo sabía.
Pasaron días, puede que alguna que otra semana, sin noticias de esa otra licántropa. Ya empezaba a pensar que habría sido una aparición nocturna y que el efecto del té negro con su paranoia de madrugada se habría cebado más de la cuenta. Pero mientras que su cabeza hervía entre pregunta y pregunta, el interior de su cuerpo sabía la verdad. Había experimentado un golpe demasiado brusco y contundente después de tanto tiempo como para no ser igual de real que la pasión por resolver el misterio de su vida. Mucha gente lo pasaba por alto, seguramente también Abigail, pero tras toda esa vulnerabilidad de niño a medias que podía evidenciar el punto débil que eran sus demonios personales, también había una furia apasionada, ingobernable, por encajar la pieza que faltaba en su muro agrietado, pero todavía en pie. Siempre firme. Ese hombre de ojos fríos, y aun así expresivos, iba a arañar, morder y descuartizar si hacía falta con tal de atrapar aquella jodida pieza. Incluso a abandonarse a la frustración de la espera. Le sobraba experiencia con la espera, pero aquella ocasión era distinta a todas las demás porque definitivamente no quería esforzarse en parecer conforme, tampoco estaba dispuesto a ceder, ni siquiera ante la única pista que había obtenido en siglos. Condenado a ser todo y nada hasta el mismísimo final.
No obstante, había algo extrañamente intermedio en su situación desde aquel encuentro. Obsesionado con el odio porque ya podía ponerle una cara nueva a su confusión, tenía las heridas tan abiertas que brillaban en la oscuridad, rojas y provocativas, expuestas con un orgullo inconsciente en su autodestrucción. Eso es, quizá esos días había tomado un rumbo autodestructivo, o así debían de verlo desde fuera las prostitutas de la noche. Bueno, no, que a las prostitutas se les pagaba y no era el caso, pero las mujeres de esa última 'celebración' en las calles se le habían lanzado al cuello con tanto interés que aún estaba esperando que le reclamaran la plata después del paseíto por los derroteros del orgasmo. Aunque a juzgar por el chorreante resultado de sus enaguas sería más apropiado que lo premiaran a él. Su historial de Don Juan llevaba engrosándose desde los veintiún años, pero al parecer se volvía el doble de irresistible cuando decidía abandonarse a la decadencia. O eso le estaban demostrando allí, ciertamente a él le importaba tres pares de cojones, con perdón de las finas etiquetas de la época que se había dejado en casa antes de salir. No pegaban demasiado con unos callejones repletos de alcohol, sexo y hedonismo.
Más que entrados en la madrugada, se había olvidado unas cuentas veces de por qué había acabado allí, señal de que posiblemente se le hubiera empezado a ir de las manos... por decirlo de una forma sutil de clase alta entre pasiones bajas. De hecho, se hallaba justo en ese punto medio que no le alejaba de su posición social y que al mismo tiempo, lo dejaba a un nivel inevitablemente expuesto. Aquella vez no iría ningún miembro del servicio a rescatarlo de su propia insensatez, al igual que cuando esa chiquilla desapareció de su vida como tantas otras personas que se acercaban lo suficiente. Ese descontrol era diferente, realmente buscaba una narcótico potente, muy parecido a sus primeros instintos sexuales desatados por su conversión a licántropo. Y con mujeres había empezado y con mujeres terminaría…
—…n… om…br…e. —un murmullo bañado en carmín lo trajo de vuelta de un mordisco en el lóbulo de la oreja.
—¿Mmh? —respondió con un gruñido, como si de repente le hubiera entrado migraña.
—Mi nombre, hace mucho rato que no lo dices —gimoteó la mujer aleatoria en mitad de su degustación de esa piel de lobo cada vez más próxima a la siguiente luna llena. Pobre insensata.
Tsk, su nombre… Dudaba que lo hubiera dicho en algún momento, definitivamente no era de los que llamaban a sus amantes durante la faena. Valiente embustera.
—¿Empieza por A?
La conquista número doscientos —exageraba, por supuesto, pero lógicamente tampoco se había parado a contarlas— de la noche se detuvo para asestarle una mirada de confusión.
—No.
—Entonces no me interesa.
Ouch, se había visto venir el golpe, con algo de alcohol en las venas o no —sí, Dennis y alcohol, hasta ese punto—, seguía siendo un sobrenatural y ella, una devoradora nocturna con mucho amor propio, pero humana a fin de cuentas. Sin embargo, no le detuvo la bofetada porque suponía que se la había ganado, o eso era lo mejor que podrían pensar los que juzgaran la escena de lejos. De todas maneras, la expresión apática de su rostro tampoco le cambió un ápice ante lo ocurrido, combinando con lo mucho que le importaba —es decir, nada—, y mientras ella se largaba con su ofensa a otra parte, se quedó recostado sobre la pared contra la que habían empezado a enredarse, con su camisa blanca humedecida por alguna que otra mancha de vino, sin chaqueta y los pantalones oscuros a juego con las intenciones de la velada. Sobre todo de las de cierta persona —no, no se la podía llamar persona, al menos él no lo haría estando sobrio— que una vez Dennis volvió a centrarse en lo que tenía delante, se descubrió allí mismo. Otra vez.
—Ah, no, joder, ¿con todo el tiempo que te diera la gana y tenía que ser precisamente ahora?
La tal Abigail, la buena de Abigail. La muy zorra ya lo habría tenido fácil sólo con un par de movimientos sencillos y aun así, había querido retorcerse para tocar hueso. Se veía a la legua que le sobraba astucia por su cuenta, una hembra imaginativa y con recursos que tan pronto te tomaban desprevenido como saltaban a la puñetera vista de quien tuviera un mínimo de gusto en mujeres. ¡Ah, y con la persona menos experta en mujeres se habían ido a topar, qué pardiez! Justamente por esa ironía ahora se arrancaría los ojos si pudiera con tal de no volver a ver ese cuerpo perfectamente esculpido, lo haría completamente en serio, tan en serio que últimamente se acostaba todas las noches pensando que quizá sería la última vez que necesitaría cerrar los ojos para verlo todo oscuro. Claro que para eso también podría enterrar la cabeza en cierta zona de su anatomía femenina, ¿verdad, pobre libertino? Pero antes que solucionarlo de esa manera prefería arrancarse los ojos de verdad, aunque entonces ya no habría segundas opciones que le ayudaran a conservar la vista en aquella batalla de lobos. Un sinsentido —nunca mejor dicho— más a la lista. Justo lo que ella quería.
¿Y a quién se estaba refiriendo exactamente con 'ella'? Ni siquiera 'él' lo sabía.
Pasaron días, puede que alguna que otra semana, sin noticias de esa otra licántropa. Ya empezaba a pensar que habría sido una aparición nocturna y que el efecto del té negro con su paranoia de madrugada se habría cebado más de la cuenta. Pero mientras que su cabeza hervía entre pregunta y pregunta, el interior de su cuerpo sabía la verdad. Había experimentado un golpe demasiado brusco y contundente después de tanto tiempo como para no ser igual de real que la pasión por resolver el misterio de su vida. Mucha gente lo pasaba por alto, seguramente también Abigail, pero tras toda esa vulnerabilidad de niño a medias que podía evidenciar el punto débil que eran sus demonios personales, también había una furia apasionada, ingobernable, por encajar la pieza que faltaba en su muro agrietado, pero todavía en pie. Siempre firme. Ese hombre de ojos fríos, y aun así expresivos, iba a arañar, morder y descuartizar si hacía falta con tal de atrapar aquella jodida pieza. Incluso a abandonarse a la frustración de la espera. Le sobraba experiencia con la espera, pero aquella ocasión era distinta a todas las demás porque definitivamente no quería esforzarse en parecer conforme, tampoco estaba dispuesto a ceder, ni siquiera ante la única pista que había obtenido en siglos. Condenado a ser todo y nada hasta el mismísimo final.
No obstante, había algo extrañamente intermedio en su situación desde aquel encuentro. Obsesionado con el odio porque ya podía ponerle una cara nueva a su confusión, tenía las heridas tan abiertas que brillaban en la oscuridad, rojas y provocativas, expuestas con un orgullo inconsciente en su autodestrucción. Eso es, quizá esos días había tomado un rumbo autodestructivo, o así debían de verlo desde fuera las prostitutas de la noche. Bueno, no, que a las prostitutas se les pagaba y no era el caso, pero las mujeres de esa última 'celebración' en las calles se le habían lanzado al cuello con tanto interés que aún estaba esperando que le reclamaran la plata después del paseíto por los derroteros del orgasmo. Aunque a juzgar por el chorreante resultado de sus enaguas sería más apropiado que lo premiaran a él. Su historial de Don Juan llevaba engrosándose desde los veintiún años, pero al parecer se volvía el doble de irresistible cuando decidía abandonarse a la decadencia. O eso le estaban demostrando allí, ciertamente a él le importaba tres pares de cojones, con perdón de las finas etiquetas de la época que se había dejado en casa antes de salir. No pegaban demasiado con unos callejones repletos de alcohol, sexo y hedonismo.
Más que entrados en la madrugada, se había olvidado unas cuentas veces de por qué había acabado allí, señal de que posiblemente se le hubiera empezado a ir de las manos... por decirlo de una forma sutil de clase alta entre pasiones bajas. De hecho, se hallaba justo en ese punto medio que no le alejaba de su posición social y que al mismo tiempo, lo dejaba a un nivel inevitablemente expuesto. Aquella vez no iría ningún miembro del servicio a rescatarlo de su propia insensatez, al igual que cuando esa chiquilla desapareció de su vida como tantas otras personas que se acercaban lo suficiente. Ese descontrol era diferente, realmente buscaba una narcótico potente, muy parecido a sus primeros instintos sexuales desatados por su conversión a licántropo. Y con mujeres había empezado y con mujeres terminaría…
—…n… om…br…e. —un murmullo bañado en carmín lo trajo de vuelta de un mordisco en el lóbulo de la oreja.
—¿Mmh? —respondió con un gruñido, como si de repente le hubiera entrado migraña.
—Mi nombre, hace mucho rato que no lo dices —gimoteó la mujer aleatoria en mitad de su degustación de esa piel de lobo cada vez más próxima a la siguiente luna llena. Pobre insensata.
Tsk, su nombre… Dudaba que lo hubiera dicho en algún momento, definitivamente no era de los que llamaban a sus amantes durante la faena. Valiente embustera.
—¿Empieza por A?
La conquista número doscientos —exageraba, por supuesto, pero lógicamente tampoco se había parado a contarlas— de la noche se detuvo para asestarle una mirada de confusión.
—No.
—Entonces no me interesa.
Ouch, se había visto venir el golpe, con algo de alcohol en las venas o no —sí, Dennis y alcohol, hasta ese punto—, seguía siendo un sobrenatural y ella, una devoradora nocturna con mucho amor propio, pero humana a fin de cuentas. Sin embargo, no le detuvo la bofetada porque suponía que se la había ganado, o eso era lo mejor que podrían pensar los que juzgaran la escena de lejos. De todas maneras, la expresión apática de su rostro tampoco le cambió un ápice ante lo ocurrido, combinando con lo mucho que le importaba —es decir, nada—, y mientras ella se largaba con su ofensa a otra parte, se quedó recostado sobre la pared contra la que habían empezado a enredarse, con su camisa blanca humedecida por alguna que otra mancha de vino, sin chaqueta y los pantalones oscuros a juego con las intenciones de la velada. Sobre todo de las de cierta persona —no, no se la podía llamar persona, al menos él no lo haría estando sobrio— que una vez Dennis volvió a centrarse en lo que tenía delante, se descubrió allí mismo. Otra vez.
—Ah, no, joder, ¿con todo el tiempo que te diera la gana y tenía que ser precisamente ahora?
Dennis Vallespir- Licántropo Clase Alta
- Mensajes : 242
Fecha de inscripción : 14/02/2012
Localización : Bajo el dedo de Judith
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Constrúyeme un laberinto, así es cómo se aprende a salir de él |Abigail S. Zarkozi|
La Inquisición tenía muchísimas cosas malas, y si no que se lo dijeran a todos aquellos que habían sido censurados en el pasado por el Santo Oficio por haberse atrevido a, ¡válgame Dios qué escándalo!, escribir algo que se saliera de las vidas de los santos y demás panda de locos con demasiada fe y demasiado tiempo libre para expresarla. Si bien a mí la censura nunca me hubiera aplicado directamente porque no se atrevían a comentármelo, estaba atada a las normas de la institución a la que había pertenecido desde el momento de mi alumbramiento, y eso significaba que, cuando menos me lo esperaba y peor me venía, debía acudir a alguna misión “de vida o muerte”, especialmente para aquellos a los que tenía que eliminar por encargo. Cada día estaba más segura de que me parecía más a un sicario que a un soldado de la Santa Madre Iglesia, especialmente porque sabían que los vampiros eran mi especialidad y era lo que siempre me mandaban; no obstante, yo cumplía porque no me quedaba más remedio, y esa era mi triste realidad. Mientras Gregory siguiera vivito y coleando, yo debía seguir buscando apoyos en una institución que me odiaba (y a la que yo odiaba, que no hubiera drama alguno porque era una relación de desprecio completamente recíproco) para poder acabar con él y no terminar yo siendo acusada de parricidio, aunque ese fuera el delito que llevaba toda mi vida preparándome para cometer. No me temblaría el pulso, eso lo sabía a la perfección, pero había una serie de pasos preparatorios previos a los que tenía que enfrentarme si no quería que las consecuencias fueran demasiado graves, y cumplir con encargos de una institución a la que detestaba era uno de esos pasos. En fin, las cosas que hacía por mi venganza... incluso abandonar mi vida diaria y normal por encargarme de unos cuantos chupasangres apestosos en los días más próximos a la luna llena.
Sobra decir, por supuesto, que lo de esa noche fue una auténtica matanza, pero ¿qué podía alegar en mi defensa que fuera mínimamente creíble para escudar el verdadero motivo: me apetecía? No me reprimí en lo más mínimo, salvo aquellas ocasiones en las que si no lo hacía mi atuendo quedaría destrozado, y me negaba a ocupar más tiempo de mi ocupada vida en eliminar las manchas de sangre del uniforme inquisitorial que portaba, para que supieran que si los mataba era por orden de otros. Como si no supieran, desde el momento en que me habían olido y habían averiguado cuál era mi naturaleza, que los habría matado hasta si no hubiera tenido que hacerlo por mi ocupación del momento, pero bueno, la excusa me había servido durante el brevísimo combate. En cuanto éste terminó, me alejé de la escena del delito (no sin antes, por supuesto, limpiarla un poco, pero algo bueno debía reconocerles a los vampiros: estallar en polvo los hacía sumamente fáciles de disimular en la muerte) y volví a adentrarme en las calles de la ciudad, aburrida después de que todas las emociones posibles se hubieran sucedido hacía apenas unos minutos. Sentía nervios en la boca del estómago, la habitual en las jornadas previas a la transformación por culpa de la luna llena, pero intuía que había algo más, que captaba con los sentidos pero no con la mente, aún un tanto descentrada tras la matanza que había llevado a cabo hacía... ni sabía cuánto tiempo hacía de eso, la fuerza de la costumbre era así de intensa. Mis instintos, no obstante, eran conscientes de que algo estaba sucediendo cerca de mí, y yo era una mujer que confiaba en la medida de lo posible en ellos, así que sin plantearme que lo que estaba haciendo estuviera mal me deslicé por los callejones hasta llegar a donde tenía lugar una escena previsible, pero no por ello menos divertida.
– Esa bofetada ha sido tan satisfactoria, Vallespir... Fíjate, estoy a punto de tocarme recordándola, simplemente porque me encanta ver cómo te ponen en tu lugar por arrogante.
Con los brazos en jarras y paso lento, me acerqué a él, un ejemplo puro de libertinaje y absoluta decadencia personados en un hombre al que una amante no solamente lo había dejado a medias y con todas las ganas, sino que encima la tomaba conmigo como si yo fuera la culpable de su pésima educación. Tenía cierta ironía que, tratándose de un familiar de Judith Vallespir, hiciera tan poco por honrar los modales que sabía que le habían inculcado, y aunque inicialmente pudiera pensar que era algo que sólo hacía conmigo (no lo culparía, tenía ese efecto en todos los seres con los que me cruzaba), resulta que no era tan única en su vida para merecer semejante trato preferente. Au... menudo golpe directo a mi orgullo, casi hasta me dolía de verdad, pero por suerte él me servía para distraerme y entretenerme lo suficiente para ignorarlo, así que seguí acercándome a él hasta que lo tuve de frente, todo un espectáculo de indecencia en su ropa descolocada, su cabello despeinado y el olor a alcohol de su aliento. A su lado, yo, que acababa de salir de una pelea con vampiros sedientos de sangre, estaba hecha un pincel, y para adecentarlo un poco le peiné con los dedos para que no pareciera recién salido de un huracán y le coloqué la camisa un tanto. Casi parecía su madre, casi, salvo por el hecho de que después lo cogí de la cara y lo acerqué a mí para darle un beso en la boca que él no rechazó en absoluto, y yo estaba segura de que no era por el calor que la otra mujer hubiera dejado en su cuerpo, aunque dicho calor se me clavara en el cuerpo a mí de tan físico que era. Si me estaba devolviendo el beso era porque se trataba de mí, y aunque dijera odiarme en el fondo le atraía como la luz a las moscas, una comparación la mar de apropiada porque podía ser igual de destructiva sin siquiera proponérmelo.
– ¿Por qué no ahora? Además, quien estaba a punto de fornicar en medio de la calle no era yo, eres un escándalo en potencia y no puedes hacerte el sorprendido de que te haya pillado alguien. Que sea yo ha sido... ¿accidental?
Sobra decir, por supuesto, que lo de esa noche fue una auténtica matanza, pero ¿qué podía alegar en mi defensa que fuera mínimamente creíble para escudar el verdadero motivo: me apetecía? No me reprimí en lo más mínimo, salvo aquellas ocasiones en las que si no lo hacía mi atuendo quedaría destrozado, y me negaba a ocupar más tiempo de mi ocupada vida en eliminar las manchas de sangre del uniforme inquisitorial que portaba, para que supieran que si los mataba era por orden de otros. Como si no supieran, desde el momento en que me habían olido y habían averiguado cuál era mi naturaleza, que los habría matado hasta si no hubiera tenido que hacerlo por mi ocupación del momento, pero bueno, la excusa me había servido durante el brevísimo combate. En cuanto éste terminó, me alejé de la escena del delito (no sin antes, por supuesto, limpiarla un poco, pero algo bueno debía reconocerles a los vampiros: estallar en polvo los hacía sumamente fáciles de disimular en la muerte) y volví a adentrarme en las calles de la ciudad, aburrida después de que todas las emociones posibles se hubieran sucedido hacía apenas unos minutos. Sentía nervios en la boca del estómago, la habitual en las jornadas previas a la transformación por culpa de la luna llena, pero intuía que había algo más, que captaba con los sentidos pero no con la mente, aún un tanto descentrada tras la matanza que había llevado a cabo hacía... ni sabía cuánto tiempo hacía de eso, la fuerza de la costumbre era así de intensa. Mis instintos, no obstante, eran conscientes de que algo estaba sucediendo cerca de mí, y yo era una mujer que confiaba en la medida de lo posible en ellos, así que sin plantearme que lo que estaba haciendo estuviera mal me deslicé por los callejones hasta llegar a donde tenía lugar una escena previsible, pero no por ello menos divertida.
– Esa bofetada ha sido tan satisfactoria, Vallespir... Fíjate, estoy a punto de tocarme recordándola, simplemente porque me encanta ver cómo te ponen en tu lugar por arrogante.
Con los brazos en jarras y paso lento, me acerqué a él, un ejemplo puro de libertinaje y absoluta decadencia personados en un hombre al que una amante no solamente lo había dejado a medias y con todas las ganas, sino que encima la tomaba conmigo como si yo fuera la culpable de su pésima educación. Tenía cierta ironía que, tratándose de un familiar de Judith Vallespir, hiciera tan poco por honrar los modales que sabía que le habían inculcado, y aunque inicialmente pudiera pensar que era algo que sólo hacía conmigo (no lo culparía, tenía ese efecto en todos los seres con los que me cruzaba), resulta que no era tan única en su vida para merecer semejante trato preferente. Au... menudo golpe directo a mi orgullo, casi hasta me dolía de verdad, pero por suerte él me servía para distraerme y entretenerme lo suficiente para ignorarlo, así que seguí acercándome a él hasta que lo tuve de frente, todo un espectáculo de indecencia en su ropa descolocada, su cabello despeinado y el olor a alcohol de su aliento. A su lado, yo, que acababa de salir de una pelea con vampiros sedientos de sangre, estaba hecha un pincel, y para adecentarlo un poco le peiné con los dedos para que no pareciera recién salido de un huracán y le coloqué la camisa un tanto. Casi parecía su madre, casi, salvo por el hecho de que después lo cogí de la cara y lo acerqué a mí para darle un beso en la boca que él no rechazó en absoluto, y yo estaba segura de que no era por el calor que la otra mujer hubiera dejado en su cuerpo, aunque dicho calor se me clavara en el cuerpo a mí de tan físico que era. Si me estaba devolviendo el beso era porque se trataba de mí, y aunque dijera odiarme en el fondo le atraía como la luz a las moscas, una comparación la mar de apropiada porque podía ser igual de destructiva sin siquiera proponérmelo.
– ¿Por qué no ahora? Además, quien estaba a punto de fornicar en medio de la calle no era yo, eres un escándalo en potencia y no puedes hacerte el sorprendido de que te haya pillado alguien. Que sea yo ha sido... ¿accidental?
Invitado- Invitado
Re: Constrúyeme un laberinto, así es cómo se aprende a salir de él |Abigail S. Zarkozi|
Si había algún momento definitorio en las volteretas mentales de un bipolar atrapado en su propio pasado, sin duda, el rojo de la lengua de Abigail Zarkozi era uno de ellos. O el calor burbujeante de su saliva, o el control voluntariamente asfixiante de sus besos. Durante esas semanas ya le había parecido sentir el puñetero regusto de sus labios latiendo en la hinchazón que dejaron días atrás en los suyos, alimentando la rabia incontenida del millar de preguntas que había esparcido por todos lados desde la maldita irrupción que suponía en su vida.
Curioso que aquella supuesta irrupción también pudiera significar la primera solución al galimatías familiar por el que había acabado allí.
La bruja lo besó, la bruja lo descontroló. Se le daba bien hacerlo y no era la única que había sabido accionar la palanca correcta. A las brujas les gustaba quemarse con fuego, sí, como si eso realmente pudiera condenarlas ante el pueblo que entre insulto e insulto camuflaba su miedo. Dennis Vallespir no les tenía miedo, todo lo contrario. Desde bien pequeño, incluso alejado de las corrupciones del sexo, a él también le había gustado jugar con el fuego.
Fue por eso que se olvidó de cerrar la boca durante un segundo, dos, tres, trescientos. Lo jodidamente lejano a abarcarse en segundos. El hombre lobo bebió y bebió de la chica hasta encontrar el alcohol de su propio gusto en los sonidos guturales que extraía de ella. Se abrazó a su maldición con tal ceguera que el tiempo literalmente dejó de procesarse en su cabeza y allí sólo encontró un vacío más placentero que las faldas de una ramera bordeando sus genitales. Y quizá fue gracias a esa voz femenina y burlona, o al insulto machista que hacía tanta justicia a la misma mujer que se fundía en sus garras, pero finalmente consiguió abrir los ojos en mitad de la tormenta que había reducido su orgullo a la nada más humillante. O tal vez lo había alimentado, qué importaba en realidad, el caso es que no podía permitirse un respiro, un despiste, una debilidad masculina frente aquella puta tortura de inquisidora.
¿Tan sádica había sido la ausente Judith Vallespir como para encargarse de ponerla en su camino con la única pista que oliera en años?
—No —gruñó aún contra sus labios antes de apartarlos, sin necesidad de alzar la voz, en un tono tan grave y cavernoso que hizo vibrar hasta el último vello de la piel de Abigail incluso cuando su aliento se alejó de ésta—. Para, para de una vez. —Un rugido entonces, uno muy potente al nivel de ella como compañera licántropa pero también como compañera sexual.
No la tocó para alargar distancias entre ambos, como había hecho en su hostilidad confundida en el bosque, sino que dominó el espacio con el desafío natural de su figura, física y psicológica. Lo dominó con una gracia recobrada que por fin no tenía nada que envidar a la suya, y lo usó a su favor para mantenerse justo donde su prudencia y su cabezonería le permitieran mirar directamente a los ojos de esa mujer desconocida que no había parado de retarle desde su aparición. Era como si después de todos esos días incapacitado por las vulnerabilidades que la otra se conocía sin presentación alguna, reapareciera de una vez por todas el Vallespir del que le habían hablado más intrínsecamente, el sobrino de Judith, su auténtico, e impredecible, rival en la lucha. Ése que fuera la que fuera, iba a librarla sin darle tregua.
Las dos caras impúdicas de una misma moneda.
—¿No estás harta ya de los mismos jueguecitos de seducción? —espetó desde el más compadre y experto conocimiento y mientras lo decía, su vista se perdía sin recato alguno en la silueta perfectamente contorneada de aquella zorr- loba, igual que si sus ojos contradijeran toda su actitud o más bien, reforzaran su discurso al posarlos finalmente sobre los suyos—. Sigo sin saber nada de tus intenciones serias y a pesar de que ahora mismo me dejaría abrir en canal con tal de zamparme lo que escondas en ese corsé, tampoco sé si eso es lo que debería hacer para asegurarme tu puto respeto. Después de haberme dicho que para contarme todo lo que sabes de mi tía harás literalmente lo que te dé la gana conmigo mientras, ¿cómo era?, 'ejercito mi paciencia', no me importa reconocer directamente que es lo único que me interesa. Aunque no sé si te has dado cuenta de que tiene cojones que hables de mi paciencia cuando llevo envejeciendo con ella desde que me instalé en la mansión de mi tía sin la esposa prometida. Pero está bien, Abigail, tú ríete de la bofetada de esa pobre imbécil de antes que no me servía de nada sólo porque no se parecía una mierda a ti.
Era lo que tenían las brujas a fin de cuentas, que sus hechizos alcanzaban hasta los más tercos.
Curioso que aquella supuesta irrupción también pudiera significar la primera solución al galimatías familiar por el que había acabado allí.
La bruja lo besó, la bruja lo descontroló. Se le daba bien hacerlo y no era la única que había sabido accionar la palanca correcta. A las brujas les gustaba quemarse con fuego, sí, como si eso realmente pudiera condenarlas ante el pueblo que entre insulto e insulto camuflaba su miedo. Dennis Vallespir no les tenía miedo, todo lo contrario. Desde bien pequeño, incluso alejado de las corrupciones del sexo, a él también le había gustado jugar con el fuego.
Fue por eso que se olvidó de cerrar la boca durante un segundo, dos, tres, trescientos. Lo jodidamente lejano a abarcarse en segundos. El hombre lobo bebió y bebió de la chica hasta encontrar el alcohol de su propio gusto en los sonidos guturales que extraía de ella. Se abrazó a su maldición con tal ceguera que el tiempo literalmente dejó de procesarse en su cabeza y allí sólo encontró un vacío más placentero que las faldas de una ramera bordeando sus genitales. Y quizá fue gracias a esa voz femenina y burlona, o al insulto machista que hacía tanta justicia a la misma mujer que se fundía en sus garras, pero finalmente consiguió abrir los ojos en mitad de la tormenta que había reducido su orgullo a la nada más humillante. O tal vez lo había alimentado, qué importaba en realidad, el caso es que no podía permitirse un respiro, un despiste, una debilidad masculina frente aquella puta tortura de inquisidora.
¿Tan sádica había sido la ausente Judith Vallespir como para encargarse de ponerla en su camino con la única pista que oliera en años?
—No —gruñó aún contra sus labios antes de apartarlos, sin necesidad de alzar la voz, en un tono tan grave y cavernoso que hizo vibrar hasta el último vello de la piel de Abigail incluso cuando su aliento se alejó de ésta—. Para, para de una vez. —Un rugido entonces, uno muy potente al nivel de ella como compañera licántropa pero también como compañera sexual.
No la tocó para alargar distancias entre ambos, como había hecho en su hostilidad confundida en el bosque, sino que dominó el espacio con el desafío natural de su figura, física y psicológica. Lo dominó con una gracia recobrada que por fin no tenía nada que envidar a la suya, y lo usó a su favor para mantenerse justo donde su prudencia y su cabezonería le permitieran mirar directamente a los ojos de esa mujer desconocida que no había parado de retarle desde su aparición. Era como si después de todos esos días incapacitado por las vulnerabilidades que la otra se conocía sin presentación alguna, reapareciera de una vez por todas el Vallespir del que le habían hablado más intrínsecamente, el sobrino de Judith, su auténtico, e impredecible, rival en la lucha. Ése que fuera la que fuera, iba a librarla sin darle tregua.
Las dos caras impúdicas de una misma moneda.
—¿No estás harta ya de los mismos jueguecitos de seducción? —espetó desde el más compadre y experto conocimiento y mientras lo decía, su vista se perdía sin recato alguno en la silueta perfectamente contorneada de aquella zorr- loba, igual que si sus ojos contradijeran toda su actitud o más bien, reforzaran su discurso al posarlos finalmente sobre los suyos—. Sigo sin saber nada de tus intenciones serias y a pesar de que ahora mismo me dejaría abrir en canal con tal de zamparme lo que escondas en ese corsé, tampoco sé si eso es lo que debería hacer para asegurarme tu puto respeto. Después de haberme dicho que para contarme todo lo que sabes de mi tía harás literalmente lo que te dé la gana conmigo mientras, ¿cómo era?, 'ejercito mi paciencia', no me importa reconocer directamente que es lo único que me interesa. Aunque no sé si te has dado cuenta de que tiene cojones que hables de mi paciencia cuando llevo envejeciendo con ella desde que me instalé en la mansión de mi tía sin la esposa prometida. Pero está bien, Abigail, tú ríete de la bofetada de esa pobre imbécil de antes que no me servía de nada sólo porque no se parecía una mierda a ti.
Era lo que tenían las brujas a fin de cuentas, que sus hechizos alcanzaban hasta los más tercos.
Última edición por Dennis Vallespir el Mar Abr 25, 2017 6:09 pm, editado 1 vez
Dennis Vallespir- Licántropo Clase Alta
- Mensajes : 242
Fecha de inscripción : 14/02/2012
Localización : Bajo el dedo de Judith
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Constrúyeme un laberinto, así es cómo se aprende a salir de él |Abigail S. Zarkozi|
¿Me cansaba alguna vez de esos jueguecitos de seducción...? Buena pregunta, Dennis Vallespir, podría preguntarle a alguno de los muchos hombres y mujeres con los que los había practicado y los seguía practicando, pero el solo hecho de tener candidatos ya implicaba que no, en absoluto... No me cansaba, ni me cansaría; yo era así, igual que él era un crío atrapado en un cuerpo adulto, uno que por cierto aprovechó para intentar reclamar una superioridad que no le pertenecía, porque aquí la única que lo sabía y lo había hecho todo (¡ja, en tu cara, Vallespir!) era yo, sólo yo y nadie más que yo. Por eso, dijera lo que dijese, y estaba segura de que se le llenaría la boca con la frustración infantil que le pertenecía tanto como esos ojos de vete tú a saber qué color en realidad, yo sonreiría hasta que se me desencajara la mandíbula inferior, e incluso más allá. ¿Ese espectáculo no le satisfaría...? No sería el único que quería cerrarme la boca, pero en este caso creía que probablemente sí fuera el único que quería mantenérmela abierta aun sin estar en la cama, sólo por eso tal vez le tendría cierta piedad, aunque no por ello dejaría de seducirlo, ¡eso ni de broma! Sería como pedirme que renunciara a mi pelo o a mi bendición de la licantropía, una que tenía más que ver con él de lo que él se pensaba; ni era capaz, ni podía ni, lo más importante, quería, así que prefería aprovechar que él se había alzado todo lo rotundo que era para acariciar su pecho y arrimarme a él como si en vez de una loba fuera una gata en celo. ¿Cuán apropiada resultaba la comparación, dadas las circunstancias y dado que él era casi como el ovillo de lana con el que me divertía jugar, morder y, en definitiva, destrozar...? Sabía bien que su mente acabaría mal con todo lo que debía contarle, y más si lo hacía después de tentarlo tanto, pero no podía evitarlo: hasta cierto punto, los rumores de que yo era una mujer cruel eran ciertos.
– Ay, Dennis, eres tan monotemático... ¿Qué pasa con mis intenciones serias, eh? ¿Qué quieres saber? Porque si te cuento todo, francamente, se me acabaría la diversión enseguida, y me niego a que pase eso. Además, me echarías de menos, y yo no soy tan mala pécora para quitarte estos ratitos de diversión que tienes conmigo. No, no te lo voy a arrebatar tan pronto, lo siento.
Me disculpé aunque no lo sintiera en absoluto, aunque estuviera alargando todo más de lo necesario simplemente porque podía, pero en el fondo algo de razón sí que tenía, pues de decirle todo lo que él quería saber, así de golpe, ¿qué sería de él? Demasiadas verdades que aprender en un momento, sin la preparación mental adecuada sería casi como violar todo lo que lo hacía él y pasármelo por los pies para pisotearlo y destrozarlo, y luego ya si eso devolvérselo en un estado mucho más que precario. No, hasta yo era consciente de la importancia del tiempo al decir las cosas, y por eso mismo me estiré un poco y aproveché que estaba tan condenadamente cerca para ponerle bien la ropa, adecentar su aspecto e, incluso, peinarlo con los dedos. A continuación, lo cogí del brazo y lo arrastré tras de mí, pese a sus pataleos infantiles (dialécticos, claro; no se atrevía a portarse así conmigo por riesgo a que dejara de atraerme, y lo pueril lo dejaba sólo para los prontos que le daban a veces... maldito fuera), en dirección a una plazoleta mucho más tranquila, donde incluso había un pequeño banco de madera que distaba mucho de ser cómodo, pero tendría que bastar para mis intenciones. Así pues, lo senté como si fuera un muñeco, y yo me senté junto a él, lo suficientemente de perfil para poder mirarlo, y con un brazo apoyado en el respaldo del banco mientras, con el otro, jugueteaba con un mechón de pelo, pensativa. Aunque él no se lo creyera, había decidido que le daría una migaja de información de la de verdad, esa que él quería conocer por encima de todas las cosas porque ¿a quién demonios le importan las consecuencias? No hay nada parecido a saber demasiado, ¿no...? Pero claro, no podía soltárselo como una bofetada, o mejor dicho sí que podía, pero no debía, y francamente, tampoco me apetecía, así que tendría que reflexionar antes de hablar, ¡menuda pesadez! Salvo cuando era para conseguir algo concreto de mis interlocutores, no solía pensar demasiado en cómo se sentirían, y francamente, con él, que era tan cambiante como la luz que entra por una vidriera y que tan pronto es carmín como azul, era agotador siquiera intentarlo, pero lo estaba haciendo. ¡Espero que estés orgullosa, Judith, estés donde estés ahora que estás muerta...!
– Para ganarte mi respeto, supongo que lo primero que deberías hacer es dejar de comportarte como un crío y ser capaz de jugar al juego al que te estoy desafiando. No necesito pruebas para saber que eres capaz, pero la verdad es que no me lo demuestras nada y no me facilitas las cosas ni siquiera un poquito. ¿A ti nadie te ha enseñado que si alguien aparece con información que tú necesitas y pone ciertas condiciones lo lógico es ceder para que así te lo cuente? Demonios, pareces nuevo en todo esto y mira que me sacas algunos años... En fin, a lo que iba. La primera información importante que te voy a dar es por qué sé cosas sobre ti, Dennis, ¿estás preparado? Bien: si conozco a tu querida Judith es porque ella fue quien nos mordió a mi hermano y a mí. ¡Sorpresa, era uno de nosotros! Y ahora no me crees, lo sé, pero no tengo por qué mentirte, y si lo hiciera, ¿cómo sabría esa maldita frase que te contó ella, eh? No tengo tanta imaginación para dramas familiares, suficiente tengo con los míos.
– Ay, Dennis, eres tan monotemático... ¿Qué pasa con mis intenciones serias, eh? ¿Qué quieres saber? Porque si te cuento todo, francamente, se me acabaría la diversión enseguida, y me niego a que pase eso. Además, me echarías de menos, y yo no soy tan mala pécora para quitarte estos ratitos de diversión que tienes conmigo. No, no te lo voy a arrebatar tan pronto, lo siento.
Me disculpé aunque no lo sintiera en absoluto, aunque estuviera alargando todo más de lo necesario simplemente porque podía, pero en el fondo algo de razón sí que tenía, pues de decirle todo lo que él quería saber, así de golpe, ¿qué sería de él? Demasiadas verdades que aprender en un momento, sin la preparación mental adecuada sería casi como violar todo lo que lo hacía él y pasármelo por los pies para pisotearlo y destrozarlo, y luego ya si eso devolvérselo en un estado mucho más que precario. No, hasta yo era consciente de la importancia del tiempo al decir las cosas, y por eso mismo me estiré un poco y aproveché que estaba tan condenadamente cerca para ponerle bien la ropa, adecentar su aspecto e, incluso, peinarlo con los dedos. A continuación, lo cogí del brazo y lo arrastré tras de mí, pese a sus pataleos infantiles (dialécticos, claro; no se atrevía a portarse así conmigo por riesgo a que dejara de atraerme, y lo pueril lo dejaba sólo para los prontos que le daban a veces... maldito fuera), en dirección a una plazoleta mucho más tranquila, donde incluso había un pequeño banco de madera que distaba mucho de ser cómodo, pero tendría que bastar para mis intenciones. Así pues, lo senté como si fuera un muñeco, y yo me senté junto a él, lo suficientemente de perfil para poder mirarlo, y con un brazo apoyado en el respaldo del banco mientras, con el otro, jugueteaba con un mechón de pelo, pensativa. Aunque él no se lo creyera, había decidido que le daría una migaja de información de la de verdad, esa que él quería conocer por encima de todas las cosas porque ¿a quién demonios le importan las consecuencias? No hay nada parecido a saber demasiado, ¿no...? Pero claro, no podía soltárselo como una bofetada, o mejor dicho sí que podía, pero no debía, y francamente, tampoco me apetecía, así que tendría que reflexionar antes de hablar, ¡menuda pesadez! Salvo cuando era para conseguir algo concreto de mis interlocutores, no solía pensar demasiado en cómo se sentirían, y francamente, con él, que era tan cambiante como la luz que entra por una vidriera y que tan pronto es carmín como azul, era agotador siquiera intentarlo, pero lo estaba haciendo. ¡Espero que estés orgullosa, Judith, estés donde estés ahora que estás muerta...!
– Para ganarte mi respeto, supongo que lo primero que deberías hacer es dejar de comportarte como un crío y ser capaz de jugar al juego al que te estoy desafiando. No necesito pruebas para saber que eres capaz, pero la verdad es que no me lo demuestras nada y no me facilitas las cosas ni siquiera un poquito. ¿A ti nadie te ha enseñado que si alguien aparece con información que tú necesitas y pone ciertas condiciones lo lógico es ceder para que así te lo cuente? Demonios, pareces nuevo en todo esto y mira que me sacas algunos años... En fin, a lo que iba. La primera información importante que te voy a dar es por qué sé cosas sobre ti, Dennis, ¿estás preparado? Bien: si conozco a tu querida Judith es porque ella fue quien nos mordió a mi hermano y a mí. ¡Sorpresa, era uno de nosotros! Y ahora no me crees, lo sé, pero no tengo por qué mentirte, y si lo hiciera, ¿cómo sabría esa maldita frase que te contó ella, eh? No tengo tanta imaginación para dramas familiares, suficiente tengo con los míos.
Invitado- Invitado
Re: Constrúyeme un laberinto, así es cómo se aprende a salir de él |Abigail S. Zarkozi|
Estaba harto, harto del cambio y la costumbre, harto de las vueltas y la absoluta quietud. Estaba harto de escupir sobre el nombre de Abigail y desearla al mismo tiempo con cada ironía de su inestabilidad y los rugidos sobrenaturales que compartían. ¿Por qué había que añadirle a toda esa jodida mezcla la presencia de su tía? ¿Por qué aparte de la incomodidad infantil que muchas veces no le permitía avanzar más allá de su zona de confort había que añadirle el dolor del puto pasado? ¿Aún no estaba preparado después de casi veinte años? ¿En serio?
La putrefacción de las emociones, cuanto más lenta, más adictiva. Más pegajosa.
—¿Qué no sé jugar al juego que propones? Para no saberlo, bien que me he mantenido al margen todo este tiempo, pero lo he hecho a mi manera y créeme, preciosa, bastante considerada ha sido ésta. —¿'Considerada' para quién? Las mujeres que habían estado pasando por sus manos esos días no, desde luego— Soy monotemático desde que vivo en Francia, no es nada personal. De hecho, puede que seas la primera persona con la que lo exteriorizo porque también eres la primera que demuestra serle… útil a la causa. Cómo no, una de cal y otra de arena, para rematarlo además tenías que ponerle problemas a mi paciencia. Si acaso tengo de eso, aún no estoy seguro del todo, creo que sólo sé imitarla muy bien. Llevo años fijándome en unas reacciones que tan pronto poseo como se vuelven igual de jodidamente puñeteras que tú.
Sin embargo, se dejó guiar, por fin, ¿la joven sería consciente de lo que acababa de conseguir en el niño de ojos claros con sangre en sus garras de licántropo? La encantadora de lobos se encargó de llevarlo de la mano y de adecentar su aspecto con ese tinte extrañamente maternal que lo calmó en mitad de una confusión que terminó por convertirse en el bálsamo de nostalgia suficiente para tenerlo atento y receptivo. No dijo absolutamente nada, aun cuando podría haberla interrumpido cantidad de veces —¡como si los bebés vieran el límite en algún momento!—, y al acabar su discurso con la revelación cumbre en muchísimo, demasiado, tiempo...Dennis volvió a deleitar al mundo con la reacción menos esperada: no reaccionando.
No se movió, ni abrió la boca, ni parpadeó. Tan sólo apartó la vista de su interlocutora, mucho antes de que ésta terminara de hablar, y la perdió en algún lugar y a la vez, en ninguno. Estaba macerando aquella información, por supuesto, pero fue como si lo que realmente parecía que para él fuera a suponer una bomba, un estallido de realidad vertiginosamente dañina, finalmente hubiera supuesto el tornillo de cordura que le faltaba, la pieza por encajar en el puzle de su patología. Bueno, una de tantas piezas, tampoco íbamos a exagerar, pero el caso es que incluso aquella sensual víbora pudo captar el momento trascendental que pasaba a identificar cada poro del cuerpo de Dennis para dar lugar a una nueva forma; una nueva cara. Tan escalofriante como serena, el camuflaje o la munición para un depredador siempre alerta, sobre todo de sí mismo.
—Ya veo —pronunció en voz alta después de un buen rato, tranquilo y casi tan indiferente como lo había estado aparentando Abigail desde que se había aparecido en nombre de su tía—. Eso explica muchas cosas, te lo concedo. —Tastó las caricias de la chica de un modo bastante más conciliador de lo que pretendería su naturaleza de maestra de ceremonias que disfrutaba con su propia función. Los escalofríos de placer lo reactivaron con una fuerza huracanada y sin perder un solo atisbo del extraño saber estar que lo había poseído repentinamente, se puso en pie y tomó aire una sola vez, al tiempo que miraba hacia el cielo sin saber exactamente por qué. Para mirar metafóricamente a Judith Vallespir, más bien tendría que bajar la mirada y taladrar el suelo— Soy un espécimen raro, ¿eh? Al menos parece que no va a faltarte entretenimiento conmigo —comentó, todavía de espaldas a ella, y se giró seguidamente para mirarla cara a cara con las manos en los bolsillos—. Si mi tía os mordió a ti y a tu hermano, ¿nos convierte eso en alguna clase de parientes? —bromeó. ¿Bromeó? ¿En una puta situación así? ¡Su tía era licántropa! Una licántropa que lo sabía y lo había hecho todo… ¿Significaba eso…— Ella no fue quien me convirtió a mí, asumo. No me lo habrías dicho tan pronto de ser así, demasiado… —¿Fácil? ¿De verdad?— Da igual, por esta noche mejor que dé igual.
Por esta noche…
—Gracias, supongo —dijo sin más y con el puño, golpeó decisivamente la farola que tenían al lado; fue apenas un simple estiramiento del brazo, igual que un gato que se despereza, choca la pata contra algo y después sigue con su vida, y aquella zona de la plazoleta quedó a oscuras, no lo suficiente para apagar el brillo azul verdoso con el que embistió a Abigail tras un leve pestañeo de recuperación—. ¿Quieres algo más de mí por hoy o ya tienes pensado cuál será nuestro siguiente escenario?
La putrefacción de las emociones, cuanto más lenta, más adictiva. Más pegajosa.
—¿Qué no sé jugar al juego que propones? Para no saberlo, bien que me he mantenido al margen todo este tiempo, pero lo he hecho a mi manera y créeme, preciosa, bastante considerada ha sido ésta. —¿'Considerada' para quién? Las mujeres que habían estado pasando por sus manos esos días no, desde luego— Soy monotemático desde que vivo en Francia, no es nada personal. De hecho, puede que seas la primera persona con la que lo exteriorizo porque también eres la primera que demuestra serle… útil a la causa. Cómo no, una de cal y otra de arena, para rematarlo además tenías que ponerle problemas a mi paciencia. Si acaso tengo de eso, aún no estoy seguro del todo, creo que sólo sé imitarla muy bien. Llevo años fijándome en unas reacciones que tan pronto poseo como se vuelven igual de jodidamente puñeteras que tú.
Sin embargo, se dejó guiar, por fin, ¿la joven sería consciente de lo que acababa de conseguir en el niño de ojos claros con sangre en sus garras de licántropo? La encantadora de lobos se encargó de llevarlo de la mano y de adecentar su aspecto con ese tinte extrañamente maternal que lo calmó en mitad de una confusión que terminó por convertirse en el bálsamo de nostalgia suficiente para tenerlo atento y receptivo. No dijo absolutamente nada, aun cuando podría haberla interrumpido cantidad de veces —¡como si los bebés vieran el límite en algún momento!—, y al acabar su discurso con la revelación cumbre en muchísimo, demasiado, tiempo...Dennis volvió a deleitar al mundo con la reacción menos esperada: no reaccionando.
No se movió, ni abrió la boca, ni parpadeó. Tan sólo apartó la vista de su interlocutora, mucho antes de que ésta terminara de hablar, y la perdió en algún lugar y a la vez, en ninguno. Estaba macerando aquella información, por supuesto, pero fue como si lo que realmente parecía que para él fuera a suponer una bomba, un estallido de realidad vertiginosamente dañina, finalmente hubiera supuesto el tornillo de cordura que le faltaba, la pieza por encajar en el puzle de su patología. Bueno, una de tantas piezas, tampoco íbamos a exagerar, pero el caso es que incluso aquella sensual víbora pudo captar el momento trascendental que pasaba a identificar cada poro del cuerpo de Dennis para dar lugar a una nueva forma; una nueva cara. Tan escalofriante como serena, el camuflaje o la munición para un depredador siempre alerta, sobre todo de sí mismo.
—Ya veo —pronunció en voz alta después de un buen rato, tranquilo y casi tan indiferente como lo había estado aparentando Abigail desde que se había aparecido en nombre de su tía—. Eso explica muchas cosas, te lo concedo. —Tastó las caricias de la chica de un modo bastante más conciliador de lo que pretendería su naturaleza de maestra de ceremonias que disfrutaba con su propia función. Los escalofríos de placer lo reactivaron con una fuerza huracanada y sin perder un solo atisbo del extraño saber estar que lo había poseído repentinamente, se puso en pie y tomó aire una sola vez, al tiempo que miraba hacia el cielo sin saber exactamente por qué. Para mirar metafóricamente a Judith Vallespir, más bien tendría que bajar la mirada y taladrar el suelo— Soy un espécimen raro, ¿eh? Al menos parece que no va a faltarte entretenimiento conmigo —comentó, todavía de espaldas a ella, y se giró seguidamente para mirarla cara a cara con las manos en los bolsillos—. Si mi tía os mordió a ti y a tu hermano, ¿nos convierte eso en alguna clase de parientes? —bromeó. ¿Bromeó? ¿En una puta situación así? ¡Su tía era licántropa! Una licántropa que lo sabía y lo había hecho todo… ¿Significaba eso…— Ella no fue quien me convirtió a mí, asumo. No me lo habrías dicho tan pronto de ser así, demasiado… —¿Fácil? ¿De verdad?— Da igual, por esta noche mejor que dé igual.
Por esta noche…
—Gracias, supongo —dijo sin más y con el puño, golpeó decisivamente la farola que tenían al lado; fue apenas un simple estiramiento del brazo, igual que un gato que se despereza, choca la pata contra algo y después sigue con su vida, y aquella zona de la plazoleta quedó a oscuras, no lo suficiente para apagar el brillo azul verdoso con el que embistió a Abigail tras un leve pestañeo de recuperación—. ¿Quieres algo más de mí por hoy o ya tienes pensado cuál será nuestro siguiente escenario?
Dennis Vallespir- Licántropo Clase Alta
- Mensajes : 242
Fecha de inscripción : 14/02/2012
Localización : Bajo el dedo de Judith
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Constrúyeme un laberinto, así es cómo se aprende a salir de él |Abigail S. Zarkozi|
La que lo sabía y lo había hecho todo era Judit Vallespir, no yo, pero por algún estúpido motivo que todavía desconocía y que la hacía bastante mejor persona de lo que él creía que era, había decidido que mira, no, diñarla sin contarle todo a su niño no era buena idea, así que elegiría a un cabeza de turco para que ejerciera de mensajero. Por supuesto, ahí era donde había aparecido yo en escena, sin comerlo ni beberlo, y ¿de verdad esperaba que fuera a decirle las cosas y ya estaba? Ni siquiera su bendita, o maldita, tía había pretendido que yo me comportara bien y siguiera las reglas, eran una consecuencia de hacer cualquier tipo de trato conmigo, así que de verdad, no tenía claro por qué Dennis esperaba que yo fuera a ablandarme y a comportarme como la santa en la que jamás me convertiría. Por suerte, el impacto de mis palabras fue suficiente para callarle la boca y dejarme respirar, pero solamente mientras le durara la impresión de saber que su querida tía no había sido quien él creía que era, ¿quién iba a decirlo! Qué sorpresa resultaba que él no fuera un testigo de todo cuanto sucedía en el mundo, ¿no?, qué casualidad era que algo hubiera escapado de su conocimiento. Vale, de acuerdo, admitía que podía estar pasándome un poquito (bastante, incluso) al pensar así de él, e incluso al pensar que su tía me había elegido aleatoriamente cuando sabía que lo había hecho por ser quien me había transformado, pero eso seguía sin cambiar el hecho de que yo no había pedido nada de eso y me había visto arrastrada a un drama familiar que no me incumbía, así que por supuesto que iba a ser impaciente, hasta si lo entendía. Además, había tenido mi tiempo para asimilar que el licántropo que me había convertido en lo que era sabía, con certeza, lo que me había hecho, y esa era una ventaja que poseía sobre Dennis. ¿El resumen? Que aguanté estoicamente mientras él habló, y, al final, cuando fue mi turno, me encogí de hombros.
– ¿De verdad, después de todo eso que te acabo de decir, quieres escuchar más cosas? ¿No crees que te estás sobrevalorando un poquito demasiado al pretender aguantar una información con la que tendrás que lidiar antes de aceptarla? No sé, digo, ¿eh? En cualquier caso, puedo decirte que no, ella no te transformó, ¿te deja más tranquilo eso? Sé quién lo hizo, pero mejor lo dejamos para otro momento.
¿Lo hice por él y por ayudarlo o porque no quería soportar otro de sus cambios de humor tan bruscos que lo hacían parecer un crío de tres años, así a ojo y en sus mejores momentos de madurez? Pues un poco por las dos, no mentiría, pero para contarle quién le había mordido tenía que meterme en un drama familiar todavía más profundo y con aún más implicaciones que el que acababa de contarle y, francamente, no estaba de humor. Para eso la que se tendría que mentalizar era yo, y teniendo en cuenta que sentía un rechazo extremo por todos los asuntos de familia gracias a lo buenísima (nótese, por el amor de Dios, el sarcasmo, no fuera a ser que de tanta influencia de Dennis se pierda esa capacidad tan básica para comunicarse conmigo) que había sido la mía, aquella noche seguro que no era el momento. Además, sí que había algo de preocupación por él; mínima, de acuerdo, pero la había, y ni siquiera yo era tan cruel para destrozarle el mundo por completo en una sola noche. Prefería alargarlo y permitirle que lidiara con ello tanto por su bien como por el de mi diversión, y a tomar viento cualquier deseo generoso que pudiera sentir porque, al final, la realidad era que yo marcaba los tiempos por él y, sobre todo, para mí. Si Judit tenía alguna queja, invitaba a su maldito fantasma a que apareciera y me cantara las cuarenta, a lo cual le respondería que le contara sus problemas y sus errores a otra porque yo mucho hacía ayudándola con algo que ni me iba ni me venía. En fin, que bromas aparte (¿bromas? Así se lo tomaría él, pero yo sabía que para mí era tan cierto como que la noche con luna llena equivalía a convertirme en un monstruo), no iba a soltar nada más, así que por mi parte se podían dar por concluidos los negocios que nos habían llevado a juntarnos aquella noche a dos licántropos que, más allá de eso y de accidentes del destino, poco más tenían en común.
– A ver que me entere yo, Dennis, ¿no me aguantas como persona y quieres convertirme en tu prima? Estás muy enfermo tú, ¿eh? Aunque, conociendo a tu tía, personalmente no me extraña lo más mínimo, los dos tenéis el sadismo bastante subidito aunque lo expreséis de modos diferentes. En fin, que no te diré más, ya te haré saber cuál va a ser el siguiente escenario. Te prometo que será acorde a la ocasión, ya sabes que yo nunca decepciono. Eso sí, asegúrate de hacer las paces con el descubrimiento, porque los siguientes son aún mejores, y no vale que me digas que no te he avisado.
– ¿De verdad, después de todo eso que te acabo de decir, quieres escuchar más cosas? ¿No crees que te estás sobrevalorando un poquito demasiado al pretender aguantar una información con la que tendrás que lidiar antes de aceptarla? No sé, digo, ¿eh? En cualquier caso, puedo decirte que no, ella no te transformó, ¿te deja más tranquilo eso? Sé quién lo hizo, pero mejor lo dejamos para otro momento.
¿Lo hice por él y por ayudarlo o porque no quería soportar otro de sus cambios de humor tan bruscos que lo hacían parecer un crío de tres años, así a ojo y en sus mejores momentos de madurez? Pues un poco por las dos, no mentiría, pero para contarle quién le había mordido tenía que meterme en un drama familiar todavía más profundo y con aún más implicaciones que el que acababa de contarle y, francamente, no estaba de humor. Para eso la que se tendría que mentalizar era yo, y teniendo en cuenta que sentía un rechazo extremo por todos los asuntos de familia gracias a lo buenísima (nótese, por el amor de Dios, el sarcasmo, no fuera a ser que de tanta influencia de Dennis se pierda esa capacidad tan básica para comunicarse conmigo) que había sido la mía, aquella noche seguro que no era el momento. Además, sí que había algo de preocupación por él; mínima, de acuerdo, pero la había, y ni siquiera yo era tan cruel para destrozarle el mundo por completo en una sola noche. Prefería alargarlo y permitirle que lidiara con ello tanto por su bien como por el de mi diversión, y a tomar viento cualquier deseo generoso que pudiera sentir porque, al final, la realidad era que yo marcaba los tiempos por él y, sobre todo, para mí. Si Judit tenía alguna queja, invitaba a su maldito fantasma a que apareciera y me cantara las cuarenta, a lo cual le respondería que le contara sus problemas y sus errores a otra porque yo mucho hacía ayudándola con algo que ni me iba ni me venía. En fin, que bromas aparte (¿bromas? Así se lo tomaría él, pero yo sabía que para mí era tan cierto como que la noche con luna llena equivalía a convertirme en un monstruo), no iba a soltar nada más, así que por mi parte se podían dar por concluidos los negocios que nos habían llevado a juntarnos aquella noche a dos licántropos que, más allá de eso y de accidentes del destino, poco más tenían en común.
– A ver que me entere yo, Dennis, ¿no me aguantas como persona y quieres convertirme en tu prima? Estás muy enfermo tú, ¿eh? Aunque, conociendo a tu tía, personalmente no me extraña lo más mínimo, los dos tenéis el sadismo bastante subidito aunque lo expreséis de modos diferentes. En fin, que no te diré más, ya te haré saber cuál va a ser el siguiente escenario. Te prometo que será acorde a la ocasión, ya sabes que yo nunca decepciono. Eso sí, asegúrate de hacer las paces con el descubrimiento, porque los siguientes son aún mejores, y no vale que me digas que no te he avisado.
Invitado- Invitado
Re: Constrúyeme un laberinto, así es cómo se aprende a salir de él |Abigail S. Zarkozi|
¿Realmente tenían poco más en común? Seguramente habría que emborrachar al loco de Dennis con más ahínco del empleado por las pesadillas que, de un tiempo a esa parte, agitaban su inhabilitado descanso para hacerlo llegar a semejante conclusión, o más difícil aún: que reconociera su jodida certeza. Pero si nos dejáramos guiar ligeramente por las agitadas características de aquel accidente del destino que habían supuesto el uno para el otro —pues a pesar de que fuese su tía, y no él, quien la hubiera transformado, aquel 'drama familiar', que tanto decía Abigail, sí estaba relacionado de manera indirecta con el sobrinito de oro—, encontraríamos a dos perros de presa que valoraban su independencia por encima de todo, a dos libertinos a los que pocos, o ninguno, de los entresijos sexuales que caracterizaban la ciudad 'del amor' se les resistían; a dos hijos invictos que habían resurgido de la crisis paterna para acabar compartiendo un mismo espacio. Y aunque no anduvieran escasos de sonoras diferencias, 'poco' precisamente no era.
Pero, ¿acaso tenía el cuerpo y, sobre todo, la cabeza para lidiar con esa puta información? Lo más sencillo en aquellos momentos estaba al alcance de la mano para cualquiera acostumbrado a vivir con los ojos cerrados y a pesar de que él, muy a su pesar, no entrara en esa categoría, esa vez decidió tomar la vía fácil: archivarlo para otra ocasión, preocuparse mucho después, cuando estuviera lejos de ese puto tormento explícito de mujer… hasta la siguiente ronda. ¡Cierto, joder, que iba a haber una siguiente y a saber cuántas más le daría la gana a la muy pécora, ya lo habían hecho oficial! —¡Qué romántico sonaba! ¡Y qué irónico tratándose de ellos!— Vaya, ¿Dennis rehuyendo la apetitosa presencia de una hembra como la que volvía a tener delante de su descaro? ¿A cuántos niveles más planeaba cambiarlo todo de sitio aquella mujer del demonio? ¿Nadie le había enseñado nunca que el cajón de la mente de un bipolar ya viene lo bastante desordenado de casa como para que jugar a mover las cosas de sitio se convirtiera en una trampa mortal?
'Estás muy enfermo tú, ¿eh?' Ah, y eso que aún no había visto nada…
—Llevo toda mi vida intentando 'saber más', no es que me esté sobrevalorando, en todo caso le tengo muy poco aprecio a mi salud y sumado a mi afición por los cambios, incluido mi propio estado de ánimo, acabamos en una peligrosa combinación y unas tendencias —adelante, sé que da esa sensación— suicidas. Pero vale, si quieres que lo diga en voz alta, tú también te lo has ganado por tu parte, así que voy a dejarlo ir por esta noche y a concederle algo de crédito a lo que dices. ¿Qué clase de caballero estaría hecho sino? No me llevan educando toda la vida en las galanterías de la Alta Basura para desperdiciarlo con el perfecto ejemplo de una señorita.
¡Chistes! ¡A esas horas de la madrugada! ¡A esas alturas de su jodida locura, o del espasmódico descubrimiento que le había costado una larga estancia en París, con todas sus consecuencias! Incluida la saliva de Abigail que aún restaba en sus labios desde el arrebato acalorado de hacía un rato y que se decidió a retirar del tablero al pasar ahí la lengua apenas un segundo. Claro que estaba siendo más iluso que a los siete años si de verdad pensaba que el tablero allí sólo implicaba a su propio cuerpo. Olvidar el de la persona todavía a pocos centímetros de él y que le había convertido en un pasatiempo para tocar las puñeteras narices —y esa expresión tan comedida volvía a ser cosa de 'las galanterías de la Alta Basura'— estaba siendo lo más difícil desde que había abierto esa bocaza que blandía con un orgullo insoportable. Como leéis, más difícil todavía que asimilar lo que ahora sabía de Judith Vallespir, pero es que eso se lo dejaba a las novedades de los días venideros porque como ya habíamos dicho anteriormente, en el instante presente la sanadora apatía se llevaba la palma… De momento.
—Pues 'a ver si te enteras tú, Abigail' que bastantes quebraderos de cabeza me estás suponiendo desde que te ha dado por cumplirle deseos a los muertos como para querer encima que seamos familia, pero si para colmo resulta que comparto sangre con la mujer que te transformó… Bueno, mira, olvídalo, debería bastarte con que esté aceptando tus condiciones, me parece tronchante quién ha ido a hablar de tener el sadismo subidito pero, por ahora, permitiré que te relamas todo lo que quieras —concedió, al tiempo que ensartaba la penetrante claridad de sus ojos azules en el rostro femenino que parecía haber adquirido la noche desde que ella la perturbara en nombre del pasado—. Aunque si te da por aceptar sugerencias, que tu 'siguiente escenario' me deje llevar, por lo menos, una chaqueta.
Como decía, más iluso que a los siete años.
Pero, ¿acaso tenía el cuerpo y, sobre todo, la cabeza para lidiar con esa puta información? Lo más sencillo en aquellos momentos estaba al alcance de la mano para cualquiera acostumbrado a vivir con los ojos cerrados y a pesar de que él, muy a su pesar, no entrara en esa categoría, esa vez decidió tomar la vía fácil: archivarlo para otra ocasión, preocuparse mucho después, cuando estuviera lejos de ese puto tormento explícito de mujer… hasta la siguiente ronda. ¡Cierto, joder, que iba a haber una siguiente y a saber cuántas más le daría la gana a la muy pécora, ya lo habían hecho oficial! —¡Qué romántico sonaba! ¡Y qué irónico tratándose de ellos!— Vaya, ¿Dennis rehuyendo la apetitosa presencia de una hembra como la que volvía a tener delante de su descaro? ¿A cuántos niveles más planeaba cambiarlo todo de sitio aquella mujer del demonio? ¿Nadie le había enseñado nunca que el cajón de la mente de un bipolar ya viene lo bastante desordenado de casa como para que jugar a mover las cosas de sitio se convirtiera en una trampa mortal?
'Estás muy enfermo tú, ¿eh?' Ah, y eso que aún no había visto nada…
—Llevo toda mi vida intentando 'saber más', no es que me esté sobrevalorando, en todo caso le tengo muy poco aprecio a mi salud y sumado a mi afición por los cambios, incluido mi propio estado de ánimo, acabamos en una peligrosa combinación y unas tendencias —adelante, sé que da esa sensación— suicidas. Pero vale, si quieres que lo diga en voz alta, tú también te lo has ganado por tu parte, así que voy a dejarlo ir por esta noche y a concederle algo de crédito a lo que dices. ¿Qué clase de caballero estaría hecho sino? No me llevan educando toda la vida en las galanterías de la Alta Basura para desperdiciarlo con el perfecto ejemplo de una señorita.
¡Chistes! ¡A esas horas de la madrugada! ¡A esas alturas de su jodida locura, o del espasmódico descubrimiento que le había costado una larga estancia en París, con todas sus consecuencias! Incluida la saliva de Abigail que aún restaba en sus labios desde el arrebato acalorado de hacía un rato y que se decidió a retirar del tablero al pasar ahí la lengua apenas un segundo. Claro que estaba siendo más iluso que a los siete años si de verdad pensaba que el tablero allí sólo implicaba a su propio cuerpo. Olvidar el de la persona todavía a pocos centímetros de él y que le había convertido en un pasatiempo para tocar las puñeteras narices —y esa expresión tan comedida volvía a ser cosa de 'las galanterías de la Alta Basura'— estaba siendo lo más difícil desde que había abierto esa bocaza que blandía con un orgullo insoportable. Como leéis, más difícil todavía que asimilar lo que ahora sabía de Judith Vallespir, pero es que eso se lo dejaba a las novedades de los días venideros porque como ya habíamos dicho anteriormente, en el instante presente la sanadora apatía se llevaba la palma… De momento.
—Pues 'a ver si te enteras tú, Abigail' que bastantes quebraderos de cabeza me estás suponiendo desde que te ha dado por cumplirle deseos a los muertos como para querer encima que seamos familia, pero si para colmo resulta que comparto sangre con la mujer que te transformó… Bueno, mira, olvídalo, debería bastarte con que esté aceptando tus condiciones, me parece tronchante quién ha ido a hablar de tener el sadismo subidito pero, por ahora, permitiré que te relamas todo lo que quieras —concedió, al tiempo que ensartaba la penetrante claridad de sus ojos azules en el rostro femenino que parecía haber adquirido la noche desde que ella la perturbara en nombre del pasado—. Aunque si te da por aceptar sugerencias, que tu 'siguiente escenario' me deje llevar, por lo menos, una chaqueta.
Como decía, más iluso que a los siete años.
Dennis Vallespir- Licántropo Clase Alta
- Mensajes : 242
Fecha de inscripción : 14/02/2012
Localización : Bajo el dedo de Judith
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Constrúyeme un laberinto, así es cómo se aprende a salir de él |Abigail S. Zarkozi|
Una cosa debía empezar a quedarle clarita a Dennis Vallespir, incluso si era demasiado inestable y demasiado crío para ser capaz de pensar de pensar en algo que no fuera él mismo, un síndrome demasiado típico de los hombres en general y de él en particular: en ningún momento había elegido yo, Abigail Solange Zarkozi, meterme en semejante berenjenal. ¡En ninguno! Yo había sido infeliz cuando me habían transformado, había sido una cría que huía, junto a su hermano, de una muerte casi segura a manos de un padre que estaba tan demente que creía que lo de ser padre consistía en experimentar con sus hijos, y el mordisco había llegado por accidente. Si hubiera tenido algún poder de decisión al respecto, seguramente me habría elegido algún licántropo que no tuviera ningún sobrino estúpido con el que había lidiar a posteriori; es más, teniendo en cuenta que ni siquiera había visto lo que había sido de mi hermano aquella noche, lo mismo a él le había mordido otro licántropo y encima había sido afortunado... Todo lo afortunados que él y yo hubiéramos podido ser entonces. En fin, qué más daba, a lo que quería llegar era que él se debía de pensar que yo había elegido estar enredada en sus asuntos, cuando no había tenido nada que ver, ¡sólo por el hecho de que tenía información de la que él carecía! Mira, no, nada más lejos de la realidad: simplemente había decidido hacer lo que me apetecía con las cartas que el destino había decidido otorgarme, tan sencillo como eso hasta si para él debía de ser un concepto tan difícil de alcanzar como, no sé, la maldita madurez. Como tampoco tenía la menor intención de discutir con él respecto a una decisión que ya había tomado, decidí poner en práctica la estrategia por excelencia para los tontos y para los locos, apropiada dado que él tenía bastante de ambas (y, además, a partes iguales. Yo hasta entonces había creído que sólo era lo segundo lo que aquejaba, pero resultaba que no, ¡sorpresa!), y decirle que sí a todo lo que decía.
– Oh, claro, cómo olvidar tu increíble generosidad, Dennis, por supuesto que te voy a premiar todo, desde aguantarme hasta haber encajado con semejante elegancia el hecho de que tu querida tía era una licántropa que, además, me transformó, ¡a mí nada menos! ¿No es una coincidencia maravillosa? Pues bueno, mira, como recompensa hasta por existir, te dejaré que te dejes la chaquetita puesta, ya me encargaré de hacerte saber cuándo vernos... Por supuesto cuando estés preparado, no antes. Buenas noches, querido ¿primo? mío.
Soné burlona, evidentemente, pero es que no pude evitarlo: la personalidad de Dennis me tocaba mucho las narices, especialmente en unas circunstancias como aquellas. Que sí, que me lo estaba buscando yo al no darle la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad así de golpe, pero una parte de él me agradecería estar dándole vueltas al asunto en vez de volcárselo como si fuera agua hirviendo y después yéndome sin pensar nunca más en él. ¡Encima de que me preocupaba por su integridad y su salud mental...! Claro, no me preocupaba mucho porque, en realidad, tenía otras cosas de las que preocuparme, así que decidí que ya había alargado todo demasiado y que aquel era exactamente el momento ideal para irme. Por ello, me despedí de él lanzándole un beso, sin pretender que hiciera la estupidez de atraparlo en el aire y estampárselo en la mejilla (con su mentalidad, hasta de eso lo veía capaz), y después me largué de allí, dejándolo compuesto y con muchas más preguntas que las que había tenido antes de verme aparecer. Bueno, pero ¿qué pretendía? ¿Que todo el mundo iba a estar a su disposición cada vez que le apeteciera? Esa era una mentalidad muy de crío, en la que se refugiaba cuando las cosas no salían como él esperaba, y la verdad era que yo me había convertido en una experta total en arruinar los planes de la gente, los suyos incluidos. Qué podía decir, se me daba bien salirme de las expectativas que todos tenían pensadas para mí porque, francamente, me aburrían, y además no encajaban con mis propios planes, y si una cosa tenía clara por encima de todas las demás era que haría lo que quisiera yo, no lo que el resto pretendía que hiciese. Me había hecho esa promesa después de una vida dominada por un monstruo, que me había terminado por moldear a su imagen y semejanza en ciertos sentidos, y tenía todas las intenciones de cumplirla, empezando por Dennis, así que me largué de su vista aferrada, todavía, a un secreto que le haría mucho más daño que descubrir que él y yo podíamos estar relacionados. Eso se lo garantizaba.
– Oh, claro, cómo olvidar tu increíble generosidad, Dennis, por supuesto que te voy a premiar todo, desde aguantarme hasta haber encajado con semejante elegancia el hecho de que tu querida tía era una licántropa que, además, me transformó, ¡a mí nada menos! ¿No es una coincidencia maravillosa? Pues bueno, mira, como recompensa hasta por existir, te dejaré que te dejes la chaquetita puesta, ya me encargaré de hacerte saber cuándo vernos... Por supuesto cuando estés preparado, no antes. Buenas noches, querido ¿primo? mío.
Soné burlona, evidentemente, pero es que no pude evitarlo: la personalidad de Dennis me tocaba mucho las narices, especialmente en unas circunstancias como aquellas. Que sí, que me lo estaba buscando yo al no darle la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad así de golpe, pero una parte de él me agradecería estar dándole vueltas al asunto en vez de volcárselo como si fuera agua hirviendo y después yéndome sin pensar nunca más en él. ¡Encima de que me preocupaba por su integridad y su salud mental...! Claro, no me preocupaba mucho porque, en realidad, tenía otras cosas de las que preocuparme, así que decidí que ya había alargado todo demasiado y que aquel era exactamente el momento ideal para irme. Por ello, me despedí de él lanzándole un beso, sin pretender que hiciera la estupidez de atraparlo en el aire y estampárselo en la mejilla (con su mentalidad, hasta de eso lo veía capaz), y después me largué de allí, dejándolo compuesto y con muchas más preguntas que las que había tenido antes de verme aparecer. Bueno, pero ¿qué pretendía? ¿Que todo el mundo iba a estar a su disposición cada vez que le apeteciera? Esa era una mentalidad muy de crío, en la que se refugiaba cuando las cosas no salían como él esperaba, y la verdad era que yo me había convertido en una experta total en arruinar los planes de la gente, los suyos incluidos. Qué podía decir, se me daba bien salirme de las expectativas que todos tenían pensadas para mí porque, francamente, me aburrían, y además no encajaban con mis propios planes, y si una cosa tenía clara por encima de todas las demás era que haría lo que quisiera yo, no lo que el resto pretendía que hiciese. Me había hecho esa promesa después de una vida dominada por un monstruo, que me había terminado por moldear a su imagen y semejanza en ciertos sentidos, y tenía todas las intenciones de cumplirla, empezando por Dennis, así que me largué de su vista aferrada, todavía, a un secreto que le haría mucho más daño que descubrir que él y yo podíamos estar relacionados. Eso se lo garantizaba.
TEMA CERRADO
Invitado- Invitado
Contenido patrocinado
Temas similares
» El despertar del lobo || Flashback || Abigail Zarkozi
» You breathe the name of your savior in your hour of need |Abigail S. Zarkozi| +18
» De los errores aprende un aprendiz [Calypso]
» Los lazos de la confianza, pueden ser frágiles como el cristal o fuertes como el acero (relaciones de Landibar)
» Comportate como una bestia, no como un caballero [Privado]
» You breathe the name of your savior in your hour of need |Abigail S. Zarkozi| +18
» De los errores aprende un aprendiz [Calypso]
» Los lazos de la confianza, pueden ser frágiles como el cristal o fuertes como el acero (relaciones de Landibar)
» Comportate como una bestia, no como un caballero [Privado]
Página 1 de 1.
Permisos de este foro:
No puedes responder a temas en este foro.
Miér Sep 18, 2024 9:16 am por Afiliaciones
» REACTIVACIÓN DE PERSONAJES
Mar Jul 30, 2024 4:58 am por Frederick Truffaut
» AVISO #49: SITUACIÓN ACTUAL DE VICTORIAN VAMPIRES
Miér Jul 24, 2024 2:54 pm por Nigel Quartermane
» Ah, mi vieja amiga la autodestrucción [Búsqueda activa]
Jue Jul 18, 2024 4:42 am por León Salazar
» Vampirto ¿estás ahí? // Sokolović Rosenthal (priv)
Miér Jul 10, 2024 1:09 pm por Jagger B. De Boer
» l'enlèvement de perséphone ─ n.
Sáb Jul 06, 2024 11:12 pm por Vivianne Delacour
» orphée et eurydice ― j.
Jue Jul 04, 2024 10:55 pm por Vivianne Delacour
» Le Château des Rêves Noirs [Privado]
Jue Jul 04, 2024 10:42 pm por Willem Fokke
» labyrinth ─ chronologies.
Sáb Jun 22, 2024 10:04 pm por Vivianne Delacour