AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Heathens {Roland F. Zarkozi}
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Heathens {Roland F. Zarkozi}
¿Cuándo me había convertido en una esclava? Yo, que valoraba mi libertad por encima de todo, e incluso por encima de muchos de los seres con los que me relacionaba, me había visto sometida hasta tal punto que no podía decidir ni siquiera qué sería de mi vida sin preguntarle antes a un hombre al que, hasta aquel momento, hacía años que no veía. Y ¿qué mejor momento elegía para reaparecer que cuando estaba llevando a cabo la venganza que llevaba la mayor parte de mi vida planeando? ¡Ninguno, obviamente! Era evidente que Piero debía de estar emparentado con los Zarkozi, pues su don de la oportunidad era únicamente equiparable al mío a la hora de elegir el peor momento posible para asesinar, de la forma más cruel que se me había ocurrido (y de eso, no mentiría, me sentía particularmente orgullosa), al maldito Gregory Zarkozi. ¿Cuál había sido el resultado final? Bueno, pues que él me había atrapado casi con las manos en la masa, y que gracias a eso podía hacer con mi futuro lo que quisiera, así que, por supuesto, lo primero que había elegido había sido cortarme las alas y obligarme a vigilar cada uno de mis pasos. Sí, lo has adivinado: Piero me había obligado a vigilarme las espaldas a cambio de mantener la boca cerrada con respecto a mi parricidio mientras no tuviera pruebas concluyentes, ya que como ambos bien sabíamos, si hay alguien a quien hay que mantener lo más cerca posible es al enemigo, y yo era la persona a la que él más detestaba de todos aquellos con los que se relacionaba. En fin, no comprendía cómo podía sentir tanto rencor cuando no le había hecho nada irreparable; de hecho, gracias a mí y a mi decisión de tirarme delante de la estampida de animales salvajes que era la Inquisición, y que luego me encargaría de sufrir en mis propias carnes durante años, había madurado y se había convertido en un inquisidor hecho y derecho. ¡Y ni siquiera me lo agradecía, el maldito Piero D'Páramo! De hecho, más que agradecérmelo, me había puesto vigilancia durante los días posteriores a conocernos, y no había casi nada que pudiera hacer sin arriesgarme a que sospechara...
Eso significaba, para mi desgracia, poner más atención cuando quería escaparme, cuando debía dirigirme a la Inquisición para que me mandaran nuevos encargos e incluso cuando quería reunirme con otros seres, bien fueran amantes o no. Del mismo modo, se me habían terminado casi por completo los encuentros pasionales, incluso aquellos que disfrutaba a escondidas de todo el mundo, pues parecía que todos conocían mi nueva situación de prisionera y no había ni un solo ser que quisiera arriesgarse a despertar la ira de Piero D'Páramo. ¿Tan rápido había corrido el rumor de que estaba comprometida...? Sí, gracias a él pronto fue vox populi que la salvaje Zarkozi, la menor, se encontraría por fin atada y muy bien atada por un hombre que, ante los ojos de los demás, podía resultar hasta encantador con esa aura de misterio que desprendía, pero que yo conocía tan bien que sabía que eso era una simple fachada, nada más. No había nada digno de apreciarse en Piero, no después de madurar y convertirse en una cáscara vacía que se creía humana pero sólo fingía serlo... ¡Si hasta yo, que era más bestia que humana (y eso era indiscutible, se preguntara a quien se preguntase), resultaba muchísimo más viva que él! Su absoluta indiferencia sólo se rompía conmigo, únicamente para transformarse en ira, y me gustaba despertarla para demostrarle que no estaba por encima de las vulgares pasiones humanas que rehuía como la peste u otra enfermedad infecciosa. En mi línea de molestarlo, aparte de escaparme cuando podía hacerlo y de disfrutar de sus castigos psicológicos visiblemente, opté por realizar reuniones en mi hogar con amistades mías y con seres de diversa índole y dudosa reputación. A cada uno de esos encuentros, que realizaba sin su consentimiento pero ante la atenta mirada de la vigilancia que me había impuesto, su rabia crecía más, y seguramente alcanzó el límite cuando decidí invitar a mi hermano Roland... a quien hacía demasiado que no veía, porque había optado por alejarme de él para que no le salpicaran las consecuencias del asesinato de Gregory. Sólo para él, presté más atención al prepararme y vestirme, de forma que parecía incluso una dama; sólo para él, adecenté mi hogar hasta el punto de que casi brillaba, y sólo por él, cuando abrió la puerta el servicio, aparté al mayordomo para lanzarme a sus brazos y estrecharlo con fuerza.
– Roland, mi Roland, ¡cómo te echaba de menos! Pasa, ponte cómodo, tengo muchas cosas que contarte.
Eso significaba, para mi desgracia, poner más atención cuando quería escaparme, cuando debía dirigirme a la Inquisición para que me mandaran nuevos encargos e incluso cuando quería reunirme con otros seres, bien fueran amantes o no. Del mismo modo, se me habían terminado casi por completo los encuentros pasionales, incluso aquellos que disfrutaba a escondidas de todo el mundo, pues parecía que todos conocían mi nueva situación de prisionera y no había ni un solo ser que quisiera arriesgarse a despertar la ira de Piero D'Páramo. ¿Tan rápido había corrido el rumor de que estaba comprometida...? Sí, gracias a él pronto fue vox populi que la salvaje Zarkozi, la menor, se encontraría por fin atada y muy bien atada por un hombre que, ante los ojos de los demás, podía resultar hasta encantador con esa aura de misterio que desprendía, pero que yo conocía tan bien que sabía que eso era una simple fachada, nada más. No había nada digno de apreciarse en Piero, no después de madurar y convertirse en una cáscara vacía que se creía humana pero sólo fingía serlo... ¡Si hasta yo, que era más bestia que humana (y eso era indiscutible, se preguntara a quien se preguntase), resultaba muchísimo más viva que él! Su absoluta indiferencia sólo se rompía conmigo, únicamente para transformarse en ira, y me gustaba despertarla para demostrarle que no estaba por encima de las vulgares pasiones humanas que rehuía como la peste u otra enfermedad infecciosa. En mi línea de molestarlo, aparte de escaparme cuando podía hacerlo y de disfrutar de sus castigos psicológicos visiblemente, opté por realizar reuniones en mi hogar con amistades mías y con seres de diversa índole y dudosa reputación. A cada uno de esos encuentros, que realizaba sin su consentimiento pero ante la atenta mirada de la vigilancia que me había impuesto, su rabia crecía más, y seguramente alcanzó el límite cuando decidí invitar a mi hermano Roland... a quien hacía demasiado que no veía, porque había optado por alejarme de él para que no le salpicaran las consecuencias del asesinato de Gregory. Sólo para él, presté más atención al prepararme y vestirme, de forma que parecía incluso una dama; sólo para él, adecenté mi hogar hasta el punto de que casi brillaba, y sólo por él, cuando abrió la puerta el servicio, aparté al mayordomo para lanzarme a sus brazos y estrecharlo con fuerza.
– Roland, mi Roland, ¡cómo te echaba de menos! Pasa, ponte cómodo, tengo muchas cosas que contarte.
Invitado- Invitado
Re: Heathens {Roland F. Zarkozi}
¿Misivas en casa? Las únicas que llegaban procedían de la Santa Inquisición; del Sello Papal, porque pocos eran los que podían mandarle cien por ciento. Se trataba del hijo único y ejemplar de Gregory, ese que sin duda dejaba en alto la memoria de su padre. Algo que sin duda antes de su muerte siempre buscó, pero después de ella poco le importaba, y sólo sin aquel que fue su progenitor, se podría darle tal reconocimiento. Pero Roland nunca recibía una gran cantidad de ellas, por lo que aquella con escritura conocida pero añorada no fue en un principio de su total interés. Creyó que se trataba de una más.
Roland extrañaba mucho a su hermana. Se trataba del único ser que verdaderamente amaba. Desde que escapó no llegó a verla, eran muy vagos los datos de ella, parecía que se había esfumado de la faz de la tierra, o al menos de su radar, quizás tanto era su añoranza que el olor impregnado de esa carta fue sólo ignorado por temor a una ilusión, sin embargo fue tan persistente aquel aroma, que la inquietud lo invadió, su olfato se agudizó, y como el animal que era siguió el rastro, hasta tomar entre sus manos aquel pedazo de papel. Leer de quien era ocasionó que casi se desmayara de la impresión. ¡Su hermana seguía viva! Llegó a dudarlo, llegó a llorarle, sin embargo ahí estaba la respuesta más grande a sus plegarías.
Abigail seguía viva.
La cita sería el día siguiente. Dio una dirección, una que era de aquella misma ciudad, y aunque se investigó con precisión, jamás pudo llegar a entrar. Estaba confundido. ¿Por qué se había escondido tanto de él? ¿Acaso no lo creía capaz? La primera vez que habían huido fue en equipo, también lo habían hecho así durante todo su crecimiento, ¿Por qué lo había alejado? Roland sintió una gran tristeza, algo por dentro lo hizo sentir desesperación, pero sobretodo decepción, sin embargo no debía dejar que ese sentimiento tan malo y negativo lo invadiera. Estaba a punto de reencontrarse con su hermana, sin duda no iba a poder dormir.
Y así fue como sucedió, Roland no pudo dormir aquella noche estrella de luna menguante. Su lobo interno dormía con gran tranquilidad, mientras que el ser humano parecía completamente aterrado, afectado, con ganas de huir y no volver jamás. Pero debido a su condición no le era necesario dormir demasiado, sólo lo necesario, y pudo hacerlo tres horas de forma correcta.
El hombre lobo era un hombre de compromisos, demasiados, además que nunca dejaba nada parado, inconcluso o a medias, por esa razón dio las clases que le correspondían, dio indicaciones, escribió algunos avances para mandarlos a la iglesia, y terminó por irse a dar un delicioso baño que pudiera darle un poco de claridad a sus ideas, y frescura a su cuerpo. La hora de la reunión le pareció demasiado prolongada. La tranquilidad siempre lo caracterizó, la inquietud parecía un juego de niños para él, se sentía tan de mal humor por la debilidad que mostraba, pero terminó por darse cuenta que el carruaje ya lo esperaba, era momento de afrontar la realidad.
¿Sería buena o mala?
Roland no pudo evitar a abrazar a su hermana con fuerza, una que no era humana, pero que no podía controlar, porque incluso su lobo interno aullaba y brincaba de una lado a otro de forma especial. Se encontraban contentos y dichosos. Apenas había dado un par de pasos en la entrada, recibir esa calurosa bienvenida lo hizo reflexionar sobre la vida, sobre todo aquello que tuvo que pasar para llegar hasta ese glorioso momento. ¿Le debía contar de Baptiste? Quizás después, aquel había desaparecido también de su radar.
— Que elegante está, señorita — Se separó de ella para estirar parte de los planes de su falta. — Jamás le imaginé así, hermana. pero le sienta bien — Negó — Tu naturaleza es más hermosa cuando la representas como lo deseas — Ella debía entender de que hablaba. Abigail no era una mujer de protocolos, tampoco de ropas caras, elegantes y apretar, se trataba de una joven libre, salvaje, hermosa y elegante. Una mezcla extraña, enfermiza, atractiva y embriagante.
— ¿Me vas a mostrar la casa? ¿Por dónde empezaremos? La tarde y noche está libre completamente para que haga lo que desee, así que sé buena anfitriona — Se encogió de hombros, colocó las manos por detrás de la espalda. Parecía un niño, se encontraba demasiado nervioso. ¿Y si Gregory aparecía de uno? No, eso no podía pasar, se encontraba muerto ¿Verdad?
Roland extrañaba mucho a su hermana. Se trataba del único ser que verdaderamente amaba. Desde que escapó no llegó a verla, eran muy vagos los datos de ella, parecía que se había esfumado de la faz de la tierra, o al menos de su radar, quizás tanto era su añoranza que el olor impregnado de esa carta fue sólo ignorado por temor a una ilusión, sin embargo fue tan persistente aquel aroma, que la inquietud lo invadió, su olfato se agudizó, y como el animal que era siguió el rastro, hasta tomar entre sus manos aquel pedazo de papel. Leer de quien era ocasionó que casi se desmayara de la impresión. ¡Su hermana seguía viva! Llegó a dudarlo, llegó a llorarle, sin embargo ahí estaba la respuesta más grande a sus plegarías.
Abigail seguía viva.
La cita sería el día siguiente. Dio una dirección, una que era de aquella misma ciudad, y aunque se investigó con precisión, jamás pudo llegar a entrar. Estaba confundido. ¿Por qué se había escondido tanto de él? ¿Acaso no lo creía capaz? La primera vez que habían huido fue en equipo, también lo habían hecho así durante todo su crecimiento, ¿Por qué lo había alejado? Roland sintió una gran tristeza, algo por dentro lo hizo sentir desesperación, pero sobretodo decepción, sin embargo no debía dejar que ese sentimiento tan malo y negativo lo invadiera. Estaba a punto de reencontrarse con su hermana, sin duda no iba a poder dormir.
Y así fue como sucedió, Roland no pudo dormir aquella noche estrella de luna menguante. Su lobo interno dormía con gran tranquilidad, mientras que el ser humano parecía completamente aterrado, afectado, con ganas de huir y no volver jamás. Pero debido a su condición no le era necesario dormir demasiado, sólo lo necesario, y pudo hacerlo tres horas de forma correcta.
El hombre lobo era un hombre de compromisos, demasiados, además que nunca dejaba nada parado, inconcluso o a medias, por esa razón dio las clases que le correspondían, dio indicaciones, escribió algunos avances para mandarlos a la iglesia, y terminó por irse a dar un delicioso baño que pudiera darle un poco de claridad a sus ideas, y frescura a su cuerpo. La hora de la reunión le pareció demasiado prolongada. La tranquilidad siempre lo caracterizó, la inquietud parecía un juego de niños para él, se sentía tan de mal humor por la debilidad que mostraba, pero terminó por darse cuenta que el carruaje ya lo esperaba, era momento de afrontar la realidad.
¿Sería buena o mala?
Roland no pudo evitar a abrazar a su hermana con fuerza, una que no era humana, pero que no podía controlar, porque incluso su lobo interno aullaba y brincaba de una lado a otro de forma especial. Se encontraban contentos y dichosos. Apenas había dado un par de pasos en la entrada, recibir esa calurosa bienvenida lo hizo reflexionar sobre la vida, sobre todo aquello que tuvo que pasar para llegar hasta ese glorioso momento. ¿Le debía contar de Baptiste? Quizás después, aquel había desaparecido también de su radar.
— Que elegante está, señorita — Se separó de ella para estirar parte de los planes de su falta. — Jamás le imaginé así, hermana. pero le sienta bien — Negó — Tu naturaleza es más hermosa cuando la representas como lo deseas — Ella debía entender de que hablaba. Abigail no era una mujer de protocolos, tampoco de ropas caras, elegantes y apretar, se trataba de una joven libre, salvaje, hermosa y elegante. Una mezcla extraña, enfermiza, atractiva y embriagante.
— ¿Me vas a mostrar la casa? ¿Por dónde empezaremos? La tarde y noche está libre completamente para que haga lo que desee, así que sé buena anfitriona — Se encogió de hombros, colocó las manos por detrás de la espalda. Parecía un niño, se encontraba demasiado nervioso. ¿Y si Gregory aparecía de uno? No, eso no podía pasar, se encontraba muerto ¿Verdad?
Roland F. Zarkozi- Condenado/Licántropo/Clase Alta
- Mensajes : 108
Fecha de inscripción : 07/11/2013
Re: Heathens {Roland F. Zarkozi}
Sentía la mirada del mayordomo, afín a mi mano derecha, clavándose en mi espalda con acritud, semejante a un cuchillo que decoraría mi espalda como la de un puercoespín si por mis enemigos fuera, pero ante ello reaccioné de la única manera que podía y sabía: apretando a mi hermano Roland más fuerte entre mis brazos y permitiendo que me sostuviera con su fuerza, mayor siempre que la mía, aunque lo ignorara. Tras unos momentos que se me hicieron demasiado cortos, lo cogí de la mano y lo conduje al interior de la mansión, donde indiqué al mayordomo que le guardase el abrigo y le sirviera una bebida caliente, un té por ejemplo, para que mi invitado se sintiera como en casa. Si bien, al controlar mis misivas, el hombre conocía la identidad de Roland, desconfiaba de él como haría cualquiera si supiera que había invitado a mi único aliado real a la intimidad de la cárcel con barrotes de oro en la que había terminado siendo casi enclaustrada, definitivamente contra mi voluntad. Por irónico que fuera, la mayor defensora de la libertad y libertina en comportamientos de la ciudad, yo, se había visto relegada a la existencia vacía de una mujer anodina cualquiera que se dejaba mangonear por los hombres de su vida por falta de voluntad o por debilidad. En mi defensa, no obstante, ninguna de esas habían sido las motivaciones de mi entierro, sino que no había tenido más remedio que permitírselo por el sencillo motivo de que sabía que me había encargado de liquidar a Gregory, y si él confesaba, mi vida terminaría por obra y gracia de la Inquisición, definitivamente por su propia mano, ya que me odiaba tanto que estaría encantado de ser quien actuara en mi contra. Ante ello, y dado que yo no tenía ni las más remotas intenciones de fallecer, había optado por medio comportarme, pero Roland no lo sabía, e ignoraba incluso que, de seguir así, terminaría como una mujer muerta, dejándolo a él como único heredero del apellido Zarkozi. De todas maneras, él había sido siempre el único, y que nuestro difunto hermano mayor nos perdonara, merecedor de portarlo y de darle el brillo que, suponía, alguna vez tuvo.
– Contigo siempre soy buena anfitriona, Roland mío, ¿o es que no lo recuerdas? Te enseñaré lo que desees, empecemos por arriba mientras François se encarga de preparar nuestros tés, ¿de acuerdo? Es una casa un poco grande, pero es sencilla, ya lo verás, te gustará.
Le sonreí y apreté sus manos para que me siguiera a través de la mansión. Por un momento, la situación me recordó a cuando éramos niños y yo lo arrastraba fuera de la casa familiar, al jardín, para que me acompañara en alguna travesura infantil de las que no dejaba de cometer, para gran pesadilla del infame Gregory. La situación se me antojaba terriblemente familiar, porque en cierto modo volvía a utilizarlo como un cómplice de un posible error que había cometido, y lo arrastraba a algo a lo que no sabía si debía conducirlo, porque él era mi único remedio. A pesar de todo lo que pudiera cambiar en mi vida, tenía la absoluta certeza de que él siempre sería mi ancla, el único hombre al que sería fiel en mi amor y a quien podría ayudar siempre que me lo pidiera, aunque jamás lo hacía, porque prefería ser mi salvador a que yo me despeinara por él. Durante toda nuestra vida había sido así, quizá para compensar que yo fuera tan salvaje que siempre acababa metida en problemas; Roland era mi domador, el que me sostenía cuando cometía fallos, y en aquel momento estábamos tan en la boca del lobo los dos, él sin saberlo, que sentía incluso pena por aquello a lo que le estaba condenando. En cualquier caso, aproveché que el mayordomo estaba ocupado para guiar a Roland rápidamente por las escaleras y que subiera a la planta superior, donde se encontraban las habitaciones; entre ellas, la mía, vacía de todo ornamento. Prefería mi propia residencia, donde sí poseía decoraciones que mataban un poco la sencillez de la habitación, pero mi cárcel se encontraba tan desnuda como el resto de la mansión, revelando a alguien tan observador como él que algo iba mal. No tuvo, sin embargo, que esperar mucho para averiguar el qué, pues en cuanto lo introduje en la habitación cerré la puerta tras nosotros y lo cogí de la cara, dejando que, por fin, la mezcla de sensaciones en la que destacaban la rabia y la frustración se hicieran patentes en mí.
– Me vigilan. Todos los que aquí me sirven han sido puestos para controlar cada movimiento que hago y para que no me escape ni haga nada que no se me permita hacer. No debes actuar como si lo supieras, y yo actuaré como si no te lo hubiera dicho, porque vendrán enseguida, y si decimos algo incorrecto me meteré en problemas. Debes saber que esto es culpa mía... Fui yo la que mató a Gregory, pero me han descubierto, y él... él me está chantajeando. Lo conoces, Roland, es mi segundo al mando, Piero. Y tengo que contarte más, pero oigo a François por las escaleras, y nos escuchará. Intentaré decírtelo sin que se enteren, pero debes prestar atención y fingir, ¿de acuerdo?
– Contigo siempre soy buena anfitriona, Roland mío, ¿o es que no lo recuerdas? Te enseñaré lo que desees, empecemos por arriba mientras François se encarga de preparar nuestros tés, ¿de acuerdo? Es una casa un poco grande, pero es sencilla, ya lo verás, te gustará.
Le sonreí y apreté sus manos para que me siguiera a través de la mansión. Por un momento, la situación me recordó a cuando éramos niños y yo lo arrastraba fuera de la casa familiar, al jardín, para que me acompañara en alguna travesura infantil de las que no dejaba de cometer, para gran pesadilla del infame Gregory. La situación se me antojaba terriblemente familiar, porque en cierto modo volvía a utilizarlo como un cómplice de un posible error que había cometido, y lo arrastraba a algo a lo que no sabía si debía conducirlo, porque él era mi único remedio. A pesar de todo lo que pudiera cambiar en mi vida, tenía la absoluta certeza de que él siempre sería mi ancla, el único hombre al que sería fiel en mi amor y a quien podría ayudar siempre que me lo pidiera, aunque jamás lo hacía, porque prefería ser mi salvador a que yo me despeinara por él. Durante toda nuestra vida había sido así, quizá para compensar que yo fuera tan salvaje que siempre acababa metida en problemas; Roland era mi domador, el que me sostenía cuando cometía fallos, y en aquel momento estábamos tan en la boca del lobo los dos, él sin saberlo, que sentía incluso pena por aquello a lo que le estaba condenando. En cualquier caso, aproveché que el mayordomo estaba ocupado para guiar a Roland rápidamente por las escaleras y que subiera a la planta superior, donde se encontraban las habitaciones; entre ellas, la mía, vacía de todo ornamento. Prefería mi propia residencia, donde sí poseía decoraciones que mataban un poco la sencillez de la habitación, pero mi cárcel se encontraba tan desnuda como el resto de la mansión, revelando a alguien tan observador como él que algo iba mal. No tuvo, sin embargo, que esperar mucho para averiguar el qué, pues en cuanto lo introduje en la habitación cerré la puerta tras nosotros y lo cogí de la cara, dejando que, por fin, la mezcla de sensaciones en la que destacaban la rabia y la frustración se hicieran patentes en mí.
– Me vigilan. Todos los que aquí me sirven han sido puestos para controlar cada movimiento que hago y para que no me escape ni haga nada que no se me permita hacer. No debes actuar como si lo supieras, y yo actuaré como si no te lo hubiera dicho, porque vendrán enseguida, y si decimos algo incorrecto me meteré en problemas. Debes saber que esto es culpa mía... Fui yo la que mató a Gregory, pero me han descubierto, y él... él me está chantajeando. Lo conoces, Roland, es mi segundo al mando, Piero. Y tengo que contarte más, pero oigo a François por las escaleras, y nos escuchará. Intentaré decírtelo sin que se enteren, pero debes prestar atención y fingir, ¿de acuerdo?
Invitado- Invitado
Re: Heathens {Roland F. Zarkozi}
Roland siempre hizo honor a su apodo, no porque le resultaba una especie de atractivo, él simplemente era así. Quizá por eso muchas veces lo subestimaban, sin embargo la mayor parte del tiempo tenía controladas las cosas; las situaciones. La mejor arma para salir victorioso de las batallas, era guardar total silencios, cuando no abres la boca, es difícil que dejes ver a los demás tu real forma de ser, además de que gastas muchísimas menos energías. Todo se trata de la mente, de la observación y los escenarios. El comportamiento de cualquier especie es evidente, además que el cuerpo es una pieza clave para descubrir la verdad o la mentira. ¿Acaso a lo descubrían? Nunca.
El único momento en el que verdaderamente olvidó observar, fue cuando sostuvo entre sus brazos aquel cuerpo delicado y curvilíneo de su hermana. ¿Por qué el destino se había empeñado tanto en separarlos? ¿Qué habían hecho mal para tener que vivir tanto dolor alejados del otro? Nacer bajo el peso de ser un Zarkozi siempre fue una desgarradora tragedia. Ni siquiera siendo un bebé se pudo vivir con la paz que se necesitaba, Gregory quizá nunca quiso tener hijos, sólo soldados para entrenarlos y dejar su apellido en alto. Muchas veces aquello retumbaba en su cabeza, en ese presente con menos frecuencia, pero los fantasmas lo había seguido demasiado tiempo, sería imposible arrancar monstruos de tajo de un momento a otro, y él estaba consciente de ello. ¿Acaso Abigail había podido? Más tarde tendría la respuesta.
Mientras avanzaban, Roland detallaba alrededores, existía elegancia, sin embargo abrazaba la modestia, la pulcritud, algo que para nada tenía que ver con su hermana. ¿Acaso ya se había aburrido de su fase salvaje? Eso era imposible, Abigail había nacido para ser la diferencia entre las mujeres, para ser una gran inspiración, no es que fuera sucia o que no supiera de elegantes decoraciones, sin embargo ella había nacido para romper con los esquemas femeninos. ¿Qué la había hecho cambiar? Sin poder evitarlo arqueó una de sus cejas. Parecía que esa visita no había sido con el fin de enterarse de futuros compromisos llenos de amor, sino de algo más.
Roland comenzaba a inquietarse, sin embargo no lo demostraría. No era un tonto.
La verdad apareció, en el momento menos imaginable.
La realidad azotó con fuerza al joven Zarkozi. Recordó sólo una vez haber interceptado esa mirada llena de angustia de su hermana. Se dice una vez porque la mirada aparecía cuando su padre andaba cerca o les daba alguna indicación. ¿Ahora era prisionera de su propia libertad? Aquello le dio un golpe directo al pasado, se dio cuenta que su cobardía hacía pagar caro a la única persona que siempre amó. ¿Acaso no estaba clara la situación? Él debió matar a Gregory hace muchísimo tiempo, pero su poca fuerza interna le impidió tomar tal responsabilidad; se arrepintió. Roland deseó sacar de la tumba a su padre, traerlo en vida, y acabarlo ahí mismo para que nadie más pudiera tener consecuencias de aquella existencia que se suponía ya no podía joderlos más, sin embargo si podía.
Asintió a la primera, su voz retumbaría en aquella habitación logrando que todo secretísimo se fuera al carajo. Se sabía un torpe a la hora de modular su voz, así que sólo prefirió asentir y observar aquella habitación por unos instantes, era espaciosa, pero nada fuera de lo normal, incluso las habitaciones de su mansión eran más grandes y acogedoras para los entrenados y visitantes de paso.
La puerta de la habitación se abrió sin ni siquiera haber tocado, aquello le hizo hacer una mueca de descontento, no por la interrupción, sino por la falta de modales que claramente ejercía aquel mayordomo. Soltó una pequeña risilla, en realidad Roland nunca trataba mal a los empleados, ni siquiera a los entrenados en su mansión, pero debía actuar, debía darse su lugar y darle el lugar a su hermana. ¿Acaso aquel infeliz no sabía con quien estaba tratando? De quererlo, le podría dar una gran paliza, y con consentimiento.
— Tal parece, hermana, que tu servidumbre no tiene modales — Caminó hasta el hombre de la puerta — ¿Acaso no te enseñaron a tocar en las habitaciones privadas? Podría acusarte de acoso físico. Sabes que en ningún lugar te contratarían, por el contrario. — Enseñó los dientes en una sonrisa llena de maldad, no le gustaba las interrupciones. Más bien en realidad no le gustaba la compañía que no era de su confianza. — Sal y vuelves a tocar — Ordenó con aquel aire de salvajismo que, aunque Abigail era la reina en eso, él también lo había heredado.
— Adelante — Comentó Roland después de que el sirviente tocara un par de veces a la puerta, con la mirada asintió dejándole colocar la bandeja con el té en la mesa. — ¿Ya quedó claro como son las cosas? — No dejó de mirar al hombre hasta que asintió. Fue así como se dio la vuelta para encarar a su hermana — Tienes razón, la vista desde tu habitación es hermosa, lastima que el frío ha llegado antes de tiempo, porque las flores harían más atrayente que miraras por la ventana — Negó — Quizás puedas pedir decoraciones artificiales — Seguía una conversación que no habían tenido antes, pero que ayudaba a despistar al enemigo.
El único momento en el que verdaderamente olvidó observar, fue cuando sostuvo entre sus brazos aquel cuerpo delicado y curvilíneo de su hermana. ¿Por qué el destino se había empeñado tanto en separarlos? ¿Qué habían hecho mal para tener que vivir tanto dolor alejados del otro? Nacer bajo el peso de ser un Zarkozi siempre fue una desgarradora tragedia. Ni siquiera siendo un bebé se pudo vivir con la paz que se necesitaba, Gregory quizá nunca quiso tener hijos, sólo soldados para entrenarlos y dejar su apellido en alto. Muchas veces aquello retumbaba en su cabeza, en ese presente con menos frecuencia, pero los fantasmas lo había seguido demasiado tiempo, sería imposible arrancar monstruos de tajo de un momento a otro, y él estaba consciente de ello. ¿Acaso Abigail había podido? Más tarde tendría la respuesta.
Mientras avanzaban, Roland detallaba alrededores, existía elegancia, sin embargo abrazaba la modestia, la pulcritud, algo que para nada tenía que ver con su hermana. ¿Acaso ya se había aburrido de su fase salvaje? Eso era imposible, Abigail había nacido para ser la diferencia entre las mujeres, para ser una gran inspiración, no es que fuera sucia o que no supiera de elegantes decoraciones, sin embargo ella había nacido para romper con los esquemas femeninos. ¿Qué la había hecho cambiar? Sin poder evitarlo arqueó una de sus cejas. Parecía que esa visita no había sido con el fin de enterarse de futuros compromisos llenos de amor, sino de algo más.
Roland comenzaba a inquietarse, sin embargo no lo demostraría. No era un tonto.
La verdad apareció, en el momento menos imaginable.
La realidad azotó con fuerza al joven Zarkozi. Recordó sólo una vez haber interceptado esa mirada llena de angustia de su hermana. Se dice una vez porque la mirada aparecía cuando su padre andaba cerca o les daba alguna indicación. ¿Ahora era prisionera de su propia libertad? Aquello le dio un golpe directo al pasado, se dio cuenta que su cobardía hacía pagar caro a la única persona que siempre amó. ¿Acaso no estaba clara la situación? Él debió matar a Gregory hace muchísimo tiempo, pero su poca fuerza interna le impidió tomar tal responsabilidad; se arrepintió. Roland deseó sacar de la tumba a su padre, traerlo en vida, y acabarlo ahí mismo para que nadie más pudiera tener consecuencias de aquella existencia que se suponía ya no podía joderlos más, sin embargo si podía.
Asintió a la primera, su voz retumbaría en aquella habitación logrando que todo secretísimo se fuera al carajo. Se sabía un torpe a la hora de modular su voz, así que sólo prefirió asentir y observar aquella habitación por unos instantes, era espaciosa, pero nada fuera de lo normal, incluso las habitaciones de su mansión eran más grandes y acogedoras para los entrenados y visitantes de paso.
La puerta de la habitación se abrió sin ni siquiera haber tocado, aquello le hizo hacer una mueca de descontento, no por la interrupción, sino por la falta de modales que claramente ejercía aquel mayordomo. Soltó una pequeña risilla, en realidad Roland nunca trataba mal a los empleados, ni siquiera a los entrenados en su mansión, pero debía actuar, debía darse su lugar y darle el lugar a su hermana. ¿Acaso aquel infeliz no sabía con quien estaba tratando? De quererlo, le podría dar una gran paliza, y con consentimiento.
— Tal parece, hermana, que tu servidumbre no tiene modales — Caminó hasta el hombre de la puerta — ¿Acaso no te enseñaron a tocar en las habitaciones privadas? Podría acusarte de acoso físico. Sabes que en ningún lugar te contratarían, por el contrario. — Enseñó los dientes en una sonrisa llena de maldad, no le gustaba las interrupciones. Más bien en realidad no le gustaba la compañía que no era de su confianza. — Sal y vuelves a tocar — Ordenó con aquel aire de salvajismo que, aunque Abigail era la reina en eso, él también lo había heredado.
— Adelante — Comentó Roland después de que el sirviente tocara un par de veces a la puerta, con la mirada asintió dejándole colocar la bandeja con el té en la mesa. — ¿Ya quedó claro como son las cosas? — No dejó de mirar al hombre hasta que asintió. Fue así como se dio la vuelta para encarar a su hermana — Tienes razón, la vista desde tu habitación es hermosa, lastima que el frío ha llegado antes de tiempo, porque las flores harían más atrayente que miraras por la ventana — Negó — Quizás puedas pedir decoraciones artificiales — Seguía una conversación que no habían tenido antes, pero que ayudaba a despistar al enemigo.
Roland F. Zarkozi- Condenado/Licántropo/Clase Alta
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Fecha de inscripción : 07/11/2013
Re: Heathens {Roland F. Zarkozi}
Si creyera en alguna divinidad, habría estado convencida de que el motivo de no estar temblando y de controlar mi cuerpo por los estúpidos nervios que sentía, sin motivo, era un milagro enviado por el Señor. Era una pena que nuestro estimado progenitor me hubiera quitado la escasa fe que de por sí tenía a base de experimentos, porque de lo contrario habría podido alegar que era voluntad divina que tuviera un aguante tal que todo el mundo deseaba destrozármelo. Una de las pocas excepciones que me tenía un tanto de piedad y que resistía el impulso de intentar quebrarme era mi hermano, Roland, que tomó la sartén por el mango al instante sin necesidad de que yo le dijera nada y actuó con una naturalidad que solamente yo sabía que existía. Únicamente gracias a él y a su talento para mentir, con ese orgullo descarnado que compartíamos aunque no lo enseñara casi nunca en público (no por nada la fama de ser la Zarkozi arrogante me pertenecía a mí, y no a él…), pude tranquilizarme mientras François, molesto y más que dispuesto a pasar cuentas a su amo y señor Piero D'Páramo, nos servía el té a regañadientes. Mientras tanto, respondí a mi querido Roland las mentiras más falsas que se me ocurrieron, en la línea de que ojalá pudiera plantar un rosal (¿o había dicho otra especie? Ni lo sabía) en la ventana y que las vistas eran tan deliciosas que había comenzado a bordarlas como una dama de bien. Únicamente él, que me conocía como nadie podría nunca hacerlo, podría captar la fina ironía de mis palabras, sobre todo por las veces que me había plantado y había exclamado que jamás sería una mujer que bordara o que dedicara su tiempo a tomar el té con otras mujeres en la sala de la casa destinada a las damas. Al mencionar, precisamente, los bordados, Roland se podía dar aún más cuenta de que estaba obligada a fingir ser algo que no era, y eso probablemente despertó su curiosidad aún más, como si ver a su hermana la rebelde sometida por el qué dirán de los correveidiles del servicio no fuera suficiente.
– Conozco al florista ideal, es el aprendiz del que contacto recientemente… Bueno, era el aprendiz del maestro anterior, pero ahora ha heredado el puesto de aprendiz o, quizá, mano derecha. Es muy bueno, ¿sabes? Es capaz de hacer auténticas maravillas, está enamorado de su trabajo, aunque a veces pienso que le gustaría sustituir a su maestro.
Aunque me acerqué a la ventana y acaricié el cristal para disimular, la conversación no trataba sobre ningún florista, y Roland lo sabía a la perfección, pues no era ese un tema que a mí soliera interesarme lo más mínimo. No, en realidad hablaba de mí misma, de Piero y de mi puesto como líder de una facción, al que había ascendido de forma sibilina tras el asesinato de mi padre y por el que varios, sobre todo Piero, sospechaban de mi mano negra en el aciago destino de Gregory. No estaba segura de hasta qué punto mi Roland sabía de la enemistad existente entre Piero y yo, pues aunque la Inquisición era una bestia plagada de rumores, tanto D’Páramo como yo nos manteníamos en una entente cordial ante los ojos de la galería. Pese a ello, necesitaba contárselo para que siguiera añadiendo piezas al rompecabezas de mi infortunio, donde todos los factores combinados habían sido tan opresores que mi única opción, y eso que le había dado todas las vueltas posibles a todas las alternativas, había sido meterme directa en la boca del lobo y tratar de llevarlo a mi terreno. Entre Piero enemigo y Piero potencial aliado, prefería mil veces la segunda opción, entre otras cosas porque al ser un hereje (aunque él se engañara mil veces a sí mismo, a mí jamás podría mentirme…) al menos eso era algo que teníamos en común. Y aunque fuera consciente de que eso significaba tener al lobo en el lecho (qué curioso, ¿no? Al final iba a resultar que Piero era la horma de mi zapato…), prefería eso a enredarme con una víbora venenosa que podría acabar conmigo ante el menor gesto, como eran sus superiores. Cuando se trata de una elección entre imposibles, al final, ¿qué opciones hay…? En ese momento, François decidió que nuestra conversación era tan insustancial que podía marcharse, no sin antes alcanzarnos las tazas de té, y a punto estuve de arrojarle el líquido hirviendo a la cara, mas me contuve por algún tipo de milagro en el que me recordé que no creía y pacientemente esperé a que se marchara para dejar el té a un lado y sentarme en el lecho.
– Lo hice tan mal, hermano… Dejé un testigo y dejé sospechas, me gané a Piero como enemigos, y no me ha quedado más remedio que asumir las consecuencias y tratar de encandilar al hereje. Tu hermanita, la líder, está planteándose convertirse en casta y pura salvo para él, amor, aunque sé que nunca pensaste que eso pudiera pasar. Tu hermana Abigail va a convertirse en la más denostada líder de los Soldados, mujer desgraciada, inquisidora cuestionada y existencialmente hastiada. El único consuelo que me resta es que al menos Gregory pagó por lo que nos hizo a los dos, a ti y a mí. Es lo único que hace que esto merezca la pena.
– Conozco al florista ideal, es el aprendiz del que contacto recientemente… Bueno, era el aprendiz del maestro anterior, pero ahora ha heredado el puesto de aprendiz o, quizá, mano derecha. Es muy bueno, ¿sabes? Es capaz de hacer auténticas maravillas, está enamorado de su trabajo, aunque a veces pienso que le gustaría sustituir a su maestro.
Aunque me acerqué a la ventana y acaricié el cristal para disimular, la conversación no trataba sobre ningún florista, y Roland lo sabía a la perfección, pues no era ese un tema que a mí soliera interesarme lo más mínimo. No, en realidad hablaba de mí misma, de Piero y de mi puesto como líder de una facción, al que había ascendido de forma sibilina tras el asesinato de mi padre y por el que varios, sobre todo Piero, sospechaban de mi mano negra en el aciago destino de Gregory. No estaba segura de hasta qué punto mi Roland sabía de la enemistad existente entre Piero y yo, pues aunque la Inquisición era una bestia plagada de rumores, tanto D’Páramo como yo nos manteníamos en una entente cordial ante los ojos de la galería. Pese a ello, necesitaba contárselo para que siguiera añadiendo piezas al rompecabezas de mi infortunio, donde todos los factores combinados habían sido tan opresores que mi única opción, y eso que le había dado todas las vueltas posibles a todas las alternativas, había sido meterme directa en la boca del lobo y tratar de llevarlo a mi terreno. Entre Piero enemigo y Piero potencial aliado, prefería mil veces la segunda opción, entre otras cosas porque al ser un hereje (aunque él se engañara mil veces a sí mismo, a mí jamás podría mentirme…) al menos eso era algo que teníamos en común. Y aunque fuera consciente de que eso significaba tener al lobo en el lecho (qué curioso, ¿no? Al final iba a resultar que Piero era la horma de mi zapato…), prefería eso a enredarme con una víbora venenosa que podría acabar conmigo ante el menor gesto, como eran sus superiores. Cuando se trata de una elección entre imposibles, al final, ¿qué opciones hay…? En ese momento, François decidió que nuestra conversación era tan insustancial que podía marcharse, no sin antes alcanzarnos las tazas de té, y a punto estuve de arrojarle el líquido hirviendo a la cara, mas me contuve por algún tipo de milagro en el que me recordé que no creía y pacientemente esperé a que se marchara para dejar el té a un lado y sentarme en el lecho.
– Lo hice tan mal, hermano… Dejé un testigo y dejé sospechas, me gané a Piero como enemigos, y no me ha quedado más remedio que asumir las consecuencias y tratar de encandilar al hereje. Tu hermanita, la líder, está planteándose convertirse en casta y pura salvo para él, amor, aunque sé que nunca pensaste que eso pudiera pasar. Tu hermana Abigail va a convertirse en la más denostada líder de los Soldados, mujer desgraciada, inquisidora cuestionada y existencialmente hastiada. El único consuelo que me resta es que al menos Gregory pagó por lo que nos hizo a los dos, a ti y a mí. Es lo único que hace que esto merezca la pena.
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