AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Bocas Rotas {Stiva Záitsev} +18
Si el cliente pedía más, era deber de una cortesana aumentar la cantidad y la intensidad de sus atenciones. Si el contribuyente solicitaba a una fiera más que a una sumisa, la tarea de una meretriz consistía en mudar de piel y renovarla a gusto de los ojos de quien la reclamaba. Así era ese mundo de comercio carnal; muchos lo cuestionaban, pero nadie se atrevía a modificarlo. El sistema del placer vendido era tan delicado y embriagador como la piel de una mujer; podía ser que contuviera más imperfecciones que cualquier otra zona de su cuerpo, pero cualquier tacto impreciso lo maltrataría. El burdel era una edificación ubicada en Francia, pero fuera de ella. Dentro de él se transformaban las prioridades, las de todos, menos las de la cortesana muda, Psyche. Ella vivía lo que soñaba, y en los sueños no tenía lugar la lógica.
En una alcoba un poco apretada por las habitaciones contiguas erigidas antes que las de ella, cepillaba las hebras de su largo cabello marrón ceniza la joven apátrida. Mantenía sus ojos cerrados, incluso cuando debía tironear algunas mechas para desenredarlo. Estaba en “ese estado” como le llamaban sus compañeras de trabajo. Podía verse en su rostro que estaba disfrutando, como si estuviera gozando de una deliciosa tina caliente perfumada con jazmines. Nadie entendía el por qué de ello, y no sacaban nada con preguntarle algo tan profundo a una joven que no podía hablar. Esa —pensaba Psyche— era una de sus ventajas. Dentro de sus sueños no estaba cepillándose, sino alistándose para el momento en que una nueva deidad decidiera bajar del cielo para conocer la sensación que dejaba el cuerpo de una fémina. Sonreía en silencio ante tal “milagro” del cual ella conseguía formar parte con cada nuevo “ángel”.
Psyche era paciente; creía fervientemente en que Eros estaba allá afuera, velando por ella, aunque nunca pudieran estar juntos por la mezquindad del destino. En eso creía ella, y era eso mismo en lo que fehacientemente se basaba lo que la impulsaba a querer ser más digna para ese amante inexistente. Miraba hacia el cielo como niña enamorada, pero sólo en ese momento del día, cuando estaba sola. Sólo una duda permanecía dentro de esos ojos oscuros.
—¿Cómo hacer que caiga en mis brazos sin caer en sus manos? —y dejaba que las últimas brisas del día que se colaban por su pequeña ventana dieran el toque final a sus sueños despierta. Dentro de sí, sentía que le debía fidelidad a alguien, aunque no tuviera una imagen concreta de a quién; aun así, sentía que su vida estaba condicionada por él.
Todavía no se había puesto el sol —el momento de abrir el burdel— cuando ingresó a su cuarto sin golpear una señora un tanto de edad que formaba parte de las autoridades del establecimiento. La joven mujer parpadeó confundida al principio ante aquella intromisión, pero abandonó dicha postura cuando la inoportuna visita fue directo al asunto.
—Apresúrate en traer tu mejor atuendo, niña. Hoy visitarás a un cliente muy importante —anunció con evidente prisa en su voz. Psyche entreabrió sus labios ante la expectación; debía tratarse de un arcángel— ¿Qué haces ahí como estatua? Desvístete inmediatamente, que no tenemos todo el día.
Con esencias florales el cuerpo de la cortesana fue aromatizado, esas que solamente estaban en el poder de los dueños del burdel. Eso hizo que Psyche sonriera como siempre, en silencio, pero también con esa ilusión que mataban las palabras. Le pedía al cielo ser una buena amante, lo suficiente como para dejar en el arcángel a visitar un buen recuerdo del género femenino. Para variar, debía cuidar encariñarse con la memoria que dejaría en ella, mas no con él. Como todas las divinidades, permanecían en la tierra sólo temporalmente. Ella alimentaria sus sueños con la imagen que le dejaría su encuentro.
En un carruaje, como un damisela de esas que veía abanicarse a través de los vidrios de las paredes, fue llevaba Psyche a través de las calles empedradas de París. A su lado permanecía la misma mujer que la había preparado, quien se mostraba nerviosa. Repetía instrucciones como loca, tales como “inclínate ante él”, “no seas imprudente”, y “evita tocarlo si él no te lo pide”. Sobre la última, Psyche no estaba segura de poder cumplirla; era como dejar a un jugoso fruto sin degustar, hasta que se pudriera.
—Recuérdalo, muchacha. Debes dejarlo contento, lo suficiente como para que quiera volver a tenerte. Él ha pagado una cuantiosa suma por una mujer de boca cerrada, y no debes hacer que se sienta estafado. Fallar no es opción —fue lo último que dijo la señora antes de dejar que Psyche dejara el medio de transporte para vislumbrar frente a ella una magnífica edificación; una mansión de esas que te hacían mirar hacia arriba.
—Me pregunto si será esta una de las múltiples puertas que llevan al cielo. —reflexionó la muchacha dentro de su mente, dejando que sus grandes ojos brillaran por la curiosidad.
No bien había bajado del carruaje, los guardias y funcionarios que custodiaban la entrada la recibieron. Supieron de inmediato que era una cortesana; ninguna joven que respetara su honra se dejaría ver acudiendo en solitario a la morada de un hombre solo. No hicieron preguntas, ni ella dudó de ellos. Fue así como fue escoltada al interior de la mansión, pasando por escaleras de mármol, columnas de alabastro, y alfombras exportadas. Se preguntaba bajo qué escenario llevaría a cabo el arte para el cual había sido adiestrada cuando un aroma invadió su nariz. Era un olor masculino compuesto por ropa de alta calidad, sábanas de seda, y un cierto toque de misticismo que no lograba identificar.
—Espere aquí. Pronto la recibirá el amo —uno de los sirvientes la arrebató de sus pensamientos para anunciarle la noticia de que habían llegado a la estancia que el dueño del lugar había designado. Se trataba de un salón más pequeño que los otros que había podido vislumbrar en su camino. Contenía un par de sillones bien ornamentados, un sofá reclinado, y cortinas magníficas protegiendo las angostas y largas ventanas. Eso llamó la atención de la joven, ya que siempre se le había citado dentro del cuarto del dueño. ¿Acaso él desconfiaba y la quería inspeccionar? ¿era una prueba para ver si merecía compartir su lecho? Pronto lo descubriría.
Quienes la habían acompañado, se retiraban con la misma distancia que al principio, hecho que le permitió a la morena averiguar si dicho aroma que había captado anteriormente estaba en todos los rincones de manera uniforme o si se concentraba en ciertos lugares. Pasó una de sus manos sobre los muebles, pero éstas no llegaron a perfumarse. En ellos reposaba una concentración débil. ¿Era que nunca usaba su mueblería? Y entonces se fijó en las cortinas, abanicándolas ligeramente, y se sonrió al descubrir que allí sí que se podía decir que el arcángel pasaba tiempo.
—Disfruta de mirar por la ventana de pié, entonces. Huele muy rico —se enorgulleció Psyche con su hallazgo.
La muchacha desobedeció una de las reglas que le había repetido su autoridad, y comenzó a jugar en las cortinas, envolviéndose y desenvolviéndose en las finas telas que las conformaban. Para ella era como saltar de nube en nube, rozando el cielo, pero jamás ingresando a él. Ese lugar estaba reservado para los mensajeros alados de Dios.
Pero entonces, detuvo sus jugarretas silenciosas en seco cuando sintió que un par de ojos intensamente férreos sobre ella. Las cortinas vaivenearon unos segundos más por el movimiento ejercido en ellas, pero Psyche se quedó allí, quieta, y con sus pupilas centellando de la intriga y también de… ¿sobrecogimiento, podía ser? Había comenzado a entender que el hombre para el que había sido preparada, perfectamente podía no ser una deidad. ¿Qué era, entonces? No se atrevió a preguntarse.
En una alcoba un poco apretada por las habitaciones contiguas erigidas antes que las de ella, cepillaba las hebras de su largo cabello marrón ceniza la joven apátrida. Mantenía sus ojos cerrados, incluso cuando debía tironear algunas mechas para desenredarlo. Estaba en “ese estado” como le llamaban sus compañeras de trabajo. Podía verse en su rostro que estaba disfrutando, como si estuviera gozando de una deliciosa tina caliente perfumada con jazmines. Nadie entendía el por qué de ello, y no sacaban nada con preguntarle algo tan profundo a una joven que no podía hablar. Esa —pensaba Psyche— era una de sus ventajas. Dentro de sus sueños no estaba cepillándose, sino alistándose para el momento en que una nueva deidad decidiera bajar del cielo para conocer la sensación que dejaba el cuerpo de una fémina. Sonreía en silencio ante tal “milagro” del cual ella conseguía formar parte con cada nuevo “ángel”.
Psyche era paciente; creía fervientemente en que Eros estaba allá afuera, velando por ella, aunque nunca pudieran estar juntos por la mezquindad del destino. En eso creía ella, y era eso mismo en lo que fehacientemente se basaba lo que la impulsaba a querer ser más digna para ese amante inexistente. Miraba hacia el cielo como niña enamorada, pero sólo en ese momento del día, cuando estaba sola. Sólo una duda permanecía dentro de esos ojos oscuros.
—¿Cómo hacer que caiga en mis brazos sin caer en sus manos? —y dejaba que las últimas brisas del día que se colaban por su pequeña ventana dieran el toque final a sus sueños despierta. Dentro de sí, sentía que le debía fidelidad a alguien, aunque no tuviera una imagen concreta de a quién; aun así, sentía que su vida estaba condicionada por él.
Todavía no se había puesto el sol —el momento de abrir el burdel— cuando ingresó a su cuarto sin golpear una señora un tanto de edad que formaba parte de las autoridades del establecimiento. La joven mujer parpadeó confundida al principio ante aquella intromisión, pero abandonó dicha postura cuando la inoportuna visita fue directo al asunto.
—Apresúrate en traer tu mejor atuendo, niña. Hoy visitarás a un cliente muy importante —anunció con evidente prisa en su voz. Psyche entreabrió sus labios ante la expectación; debía tratarse de un arcángel— ¿Qué haces ahí como estatua? Desvístete inmediatamente, que no tenemos todo el día.
Con esencias florales el cuerpo de la cortesana fue aromatizado, esas que solamente estaban en el poder de los dueños del burdel. Eso hizo que Psyche sonriera como siempre, en silencio, pero también con esa ilusión que mataban las palabras. Le pedía al cielo ser una buena amante, lo suficiente como para dejar en el arcángel a visitar un buen recuerdo del género femenino. Para variar, debía cuidar encariñarse con la memoria que dejaría en ella, mas no con él. Como todas las divinidades, permanecían en la tierra sólo temporalmente. Ella alimentaria sus sueños con la imagen que le dejaría su encuentro.
En un carruaje, como un damisela de esas que veía abanicarse a través de los vidrios de las paredes, fue llevaba Psyche a través de las calles empedradas de París. A su lado permanecía la misma mujer que la había preparado, quien se mostraba nerviosa. Repetía instrucciones como loca, tales como “inclínate ante él”, “no seas imprudente”, y “evita tocarlo si él no te lo pide”. Sobre la última, Psyche no estaba segura de poder cumplirla; era como dejar a un jugoso fruto sin degustar, hasta que se pudriera.
—Recuérdalo, muchacha. Debes dejarlo contento, lo suficiente como para que quiera volver a tenerte. Él ha pagado una cuantiosa suma por una mujer de boca cerrada, y no debes hacer que se sienta estafado. Fallar no es opción —fue lo último que dijo la señora antes de dejar que Psyche dejara el medio de transporte para vislumbrar frente a ella una magnífica edificación; una mansión de esas que te hacían mirar hacia arriba.
—Me pregunto si será esta una de las múltiples puertas que llevan al cielo. —reflexionó la muchacha dentro de su mente, dejando que sus grandes ojos brillaran por la curiosidad.
No bien había bajado del carruaje, los guardias y funcionarios que custodiaban la entrada la recibieron. Supieron de inmediato que era una cortesana; ninguna joven que respetara su honra se dejaría ver acudiendo en solitario a la morada de un hombre solo. No hicieron preguntas, ni ella dudó de ellos. Fue así como fue escoltada al interior de la mansión, pasando por escaleras de mármol, columnas de alabastro, y alfombras exportadas. Se preguntaba bajo qué escenario llevaría a cabo el arte para el cual había sido adiestrada cuando un aroma invadió su nariz. Era un olor masculino compuesto por ropa de alta calidad, sábanas de seda, y un cierto toque de misticismo que no lograba identificar.
—Espere aquí. Pronto la recibirá el amo —uno de los sirvientes la arrebató de sus pensamientos para anunciarle la noticia de que habían llegado a la estancia que el dueño del lugar había designado. Se trataba de un salón más pequeño que los otros que había podido vislumbrar en su camino. Contenía un par de sillones bien ornamentados, un sofá reclinado, y cortinas magníficas protegiendo las angostas y largas ventanas. Eso llamó la atención de la joven, ya que siempre se le había citado dentro del cuarto del dueño. ¿Acaso él desconfiaba y la quería inspeccionar? ¿era una prueba para ver si merecía compartir su lecho? Pronto lo descubriría.
Quienes la habían acompañado, se retiraban con la misma distancia que al principio, hecho que le permitió a la morena averiguar si dicho aroma que había captado anteriormente estaba en todos los rincones de manera uniforme o si se concentraba en ciertos lugares. Pasó una de sus manos sobre los muebles, pero éstas no llegaron a perfumarse. En ellos reposaba una concentración débil. ¿Era que nunca usaba su mueblería? Y entonces se fijó en las cortinas, abanicándolas ligeramente, y se sonrió al descubrir que allí sí que se podía decir que el arcángel pasaba tiempo.
—Disfruta de mirar por la ventana de pié, entonces. Huele muy rico —se enorgulleció Psyche con su hallazgo.
La muchacha desobedeció una de las reglas que le había repetido su autoridad, y comenzó a jugar en las cortinas, envolviéndose y desenvolviéndose en las finas telas que las conformaban. Para ella era como saltar de nube en nube, rozando el cielo, pero jamás ingresando a él. Ese lugar estaba reservado para los mensajeros alados de Dios.
Pero entonces, detuvo sus jugarretas silenciosas en seco cuando sintió que un par de ojos intensamente férreos sobre ella. Las cortinas vaivenearon unos segundos más por el movimiento ejercido en ellas, pero Psyche se quedó allí, quieta, y con sus pupilas centellando de la intriga y también de… ¿sobrecogimiento, podía ser? Había comenzado a entender que el hombre para el que había sido preparada, perfectamente podía no ser una deidad. ¿Qué era, entonces? No se atrevió a preguntarse.
Psyche- Prostituta Clase Baja
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Re: Bocas Rotas {Stiva Záitsev} +18
En el silencio hay vértigos de abismos
Confiésalo, doncella ¿vendrás conmigo
Por esta extraña muerte que ha de ser vida,
A vivir en la muerte y ser la misma,
Sin hogar, sin nombre, sin destino,
A ser sin jamás ser,
-Aquello que fue y no será-
Viendo las cosas pasar como sombras,
Con el cielo arriba, debajo, dentro,
Yaciendo en torno a nuestro silencio?
(John Clare)
Confiésalo, doncella ¿vendrás conmigo
Por esta extraña muerte que ha de ser vida,
A vivir en la muerte y ser la misma,
Sin hogar, sin nombre, sin destino,
A ser sin jamás ser,
-Aquello que fue y no será-
Viendo las cosas pasar como sombras,
Con el cielo arriba, debajo, dentro,
Yaciendo en torno a nuestro silencio?
(John Clare)
Lo imposible se volvía posible y todo lo que tuviera aquella etiqueta para el hechicero no significaba que fuera absurdo conquistarlo, entre más inalcanzable se encontrase, su regocijo por obtenerlo era aún mayor, alimentaba su ego bajo las circunstancias y pisoteaba las cabezas que fueran necesarias para ello. El reto venía en el momento en que tenía que dar una explicación cuerda para sus logros, pues no existe nada que consiga explicar a ciencia cierta los misterios que rodean a ese hombre que porta la corona sobre su cabeza. Sin embargo, ya no debía recurrir a sus reglas absurdas ocultando sus ideologías, entre más descarado actuara se excusaba su estatus ¿pues qué rey no es cínico o insolente? Reacomodó su última prenda, envolviéndose en una fina camisa de lino blanco mientras que a su costado, el cuerpo de una joven mujer reposaba exhausta, desprendida de toda la culpa, parecía estar a la deriva de cualquier pensamiento y lo que era posible un sueño placentero inequívoco de la noche anterior. Pero lo peor era que la musa no despertaba una sola pisca de emoción o sentimiento en Stiva, ella no le fundía como el fuego, ella no era Valentina.
No era antinatural sentir la atracción física sobre su melliza, por lo menos para él no. Y en tal caso, significaba que existía una mujer lejos de parecerle indefensa, era pues, el monumento ideal al cual rendirle culto día y noche. Pues hasta Romeo postró su cabeza en charola de plata a Julieta, ante la dramática escena formada en su cabeza espetó con bufido que alterando el silencio yaciente en la habitación despertando a la dueña de ese cuerpo virtuoso. No era la primera vez que prescindía de esas compañías los banquetes se tornaban tediosos, provocar a la excitación de una mujer resultaba más estimulante que escuchar a sus cortesanos quienes actuaban con alevosía y ventaja para ‘encantar’ al Rey ¿Y quien dice que no es él la serpiente que encanta a su presa? La sonrisa radiante de la pelirroja reclamó la ausencia entregándose a sus brazos por cuarta vez. Suplicante, tal como puede ser una devota a su Dios, era precisamente eso lo que su gracia personificaba para todas esas cortesanas, amantes, mujeres de alta cuna que saciaban sus caprichos para llenar su vida, una vida envuelta en protocolos, conveniencias, mujeres que se vendían al mejor postor, que amaban y a quienes tampoco consumaba promesas. Con un gesto lascivo repleto del desprecio que se le puede tener a algo que ya has usado lo bastante despidió a la fémina derramando sobre ella la excusa de cualquier hombre que ha poseído su cuerpo sólo por el placer en sí mismo de satisfacerse –y descaradamente- jamás se fijaría en sí lastimó o no los sentimiento de su concubina en turno.
Arrastrándose como una serpiente; misteriosa, temible, engañosa y traicionera así es como Stiva definía su vida –turbadora- ¿Pero habría quien además de su hermana entendiera lo supuesto? Odín le obsequiaba el poder, la vida, que se prolongaba año tras año pero nunca el entendimiento, la confianza ni siquiera en su propia sangre.
***
[…] -Debe hablar lo menos, si es posible nada, muda totalmente…- concluyó y esa era su demanda ‘Totalmente’ habían sido sus últimas palabras, el rey solicitaba la presencia de una mujer cuya discapacidad del habla era una de las mejores virtudes. Escucharía, observaría, le conocería y le fornicaria hasta saciar la lujuria que le envolvía, pero nunca seria cuestionado mucho menos correría el riesgo de que ésta revelase todos los secretos que dejara ver entre sus pieles aún por las noches, sometería a los placeres más exquisitos habidos y por haber a quien estuviera en sus brazos simplemente por no estarlo, le poseería como una bestia escuchando sus gemidos ahogados en su garganta -Psyche…- escuchó apuntar a la voz femenina que le asediaba como un perro hambriento, el mejor de los clientes que habían solicitado la presencia de alguna de sus cortesanas. El burdel aunque alejado, tenía preciosas joyas que sólo buscaban ser pulidas para lucirlas en sus mejores momentos siendo ésta una de las ocasiones ideales para ganar una sustanciosa cantidad de francos que solventarían su vida por un buen tiempo y si la francesa encajaba con el ruso, posiblemente su vida estaría resuelta por siempre –La más buscada de nuestros ángeles my lord, totalmente muda, pero una mujer al fin de cuentas. La ideal para usted vuestra real majestad, el mejor obsequio para vuestra cama, única, impredecible- […]
La vista de la escena era fascinante, sus manos surcaban la tela de las cortinas que suavemente caían sobre su cuerpo frágil y delgado, no obstante el brillo, de sus ojos estaban repletos del ardor que caracteriza a la manzana prohibida, el fruto de la perdición y él como la serpiente, se sujetaba a las posibilidades de corromper todo lo que ésta fuera, destruir su naturaleza, allanar sus misterios y revelarlos junto con los suyos. Ahí frente a ésta sus ojos turbios se disipaban en todas las alegorías posibles especuladas que lo perturbaban, erigiendo la necesidad de tocar su cuerpo aunque muchos otros le acariciaran. De pie, inamovible como una estatua de piedra caliza se mantuvo estudiando con ojos severos casi ausentes de alma -si es que existía- a Psyche, ésta castigaba cual latigazo y compensaba como el dulce, la mezcla aterrorizaba, la mezcla que envolvía al hechicero a todos provocaba el temor a lo desconocido –Debéis ser Psyche, el ángel del que todos habláis en aquel lugar de dónde vienes ¿En realidad lo eres?…Pero ven, no temáis de mi…no ahora, os doy la bienvenida a mi infierno…-
Stiva Záitsev- Hechicero/Realeza
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Re: Bocas Rotas {Stiva Záitsev} +18
Había caído. ¿En qué espejismo había caído? Psyche sintió millares de cuervos cantando su tétrica canción a su alrededor, devorando las alas de ángel que ella había conocido, ¿y para dejarle qué cosa? Era borroso, a pesar de que Stiva mismo estuviera presentando lo que se vendría en unas cuantas severas frases. Lo que la cortesana muda conocía era que ella debía complacer a los ángeles que la eligieran y dejar en ellos la marca de la femineidad antes de volver a la cuna que los había traído al mundo terrenal, pero el varón frente a ella se encargaba de hacerle notar que el ángel era ella y él… ¿había dicho “mi infierno”?
La confusión se hizo notar en los ríos de sus ojos, volviéndolos vidriosos y tintineantes como las campanas de la catedral, pero no se quedaría así. Tímidamente avanzó un par de pasos hacia Stiva, analizando el rostro indiscutiblemente caucásico, cercano y distante a la vez. Aquel semblante cerrado no le entregó lo que ella necesitaba para llegar a una conclusión que se acercara a lo que estaba ocurriendo. No cabía en su universo ensoñado que aquel hombre fuera un demonio; el cuerpo de ella había sido ofrendado a los mensajeros celestiales innumerables veces. ¿Por qué un servidor del diablo querría llevar al lecho un cuerpo así? Como si fuera poco, parecía no haber intención en su mirada de volver al cielo.
Entrecerró la moza sus ojos, intentando averiguar el color de sus alas y así saber cómo tratarlo, pero algo inimaginable para ella ocurrió.
—¿Por qué no consigo ver sus alas? —se preguntaba la cortesana de la mente restringida. Y por unos momentos, sintió miedo, pero no de él, sino de aquello de lo cual nada sabía. Tenía que haber una explicación razonable, aunque lo que era lógico para ella no lo era para nadie más.
Tenía que haber algo detrás, ¡tenía que haberlo! Sin rastros de inquietud más que sus labios entreabiertos, Psyche llevó sus rodillas al piso como una devota súbdita más, mas no precisamente para hacerle una reverencia como le había dicho la autoridad del burdel al cual pertenecía. De hecho, terminaría una de las reglas que le habían sido dictadas antes de bajarse del carruaje que la había llevado hasta él. Sin pensar en nada más que en resolver ese misterio que emanaba de aquel hombre elegante y de ojos amenazadores, tomó delicadamente las manos de quien no conocía ni su posición ni su nombre. Analizó sus palmas, parpadeando varias veces y palpando con la yema de sus dedos la textura de su piel. La joven agrandó sus ojos de la sorpresa; nunca había sentido una trama así.
—Tan suave… no puede ser un demonio; habría trabajado los hierros del infierno. De haberlo hecho, no podría sentirse así—se alivió con su primer descarte, pasando su mejilla por la palma del Rey como si fuera la suya. El temor se había ido tan pronto como había llegado; había encontrado una razón para su falta de alas. Enfocó su vista en el varón al cual había osado acariciar con ligereza, y devolviendo esas manos reales a su dueño, se puso nuevamente de pié— Debe haber olvidado el camino al paraíso; por eso no han vuelto sus alas. Se quedará aquí deambulando por un buen tiempo. Es tan triste. Debe sentirse solo.
Aquello debía bastar para que se sintiera en calma otra vez, o al menos la suficiente como para desnudar la tersidad de cuerpo, pero ¿por qué presentía la siempre soñadora Psyche que había algo que no estaba viendo? Se colaba por las ventanas de su impenetrable fortaleza de ilusiones una alerta desconocida. ¿Estaba en peligro? No lo parecía. No le importó aquel cosquilleo sin sentido y le sonrió al hombre frente a ella, como agradeciéndole por confiar en ella la labor de complacerlo. Él necesitaba de compañía; se notaba en sus ojos solitarios y encadenados al mundo mundano que ella había dejado atrás, y ella estaría dichosa de servirle.
Inclinó ella su cabeza lo suficiente como para que ésta apuntara hacia el pecho del nuevo Rey de Escocia, asaltándola el inexplicable deseo de recostar su frente en él, como si haciendo eso estuviese logrando entenderlo más, pero la verdad era que ni él mismo entendía de qué sustancia estaba hecha su alma, si es que todavía la conservaba, porque hacía tiempo que había dejado de preguntarse si algo tan puro pudiera continuar longevo dentro de él. A Psyche eso le daba igual; ella quedaría seguiría sonriendo mientras pudiera brindarle calor a las sábanas frías de afecto del ángel perdido hasta que volviera a encontrar el camino a casa, allá, en el paraíso.
Lo que la cortesana muda no sabía era que sí existía un peligro, pero no para ella, sino para su inquebrantable manera de vivir. Llegando su momento aprendería que él no alcanzaría a entrar dentro de su mundo pequeño y secreto: tendría que crear uno nuevo para que habitara en él.
La confusión se hizo notar en los ríos de sus ojos, volviéndolos vidriosos y tintineantes como las campanas de la catedral, pero no se quedaría así. Tímidamente avanzó un par de pasos hacia Stiva, analizando el rostro indiscutiblemente caucásico, cercano y distante a la vez. Aquel semblante cerrado no le entregó lo que ella necesitaba para llegar a una conclusión que se acercara a lo que estaba ocurriendo. No cabía en su universo ensoñado que aquel hombre fuera un demonio; el cuerpo de ella había sido ofrendado a los mensajeros celestiales innumerables veces. ¿Por qué un servidor del diablo querría llevar al lecho un cuerpo así? Como si fuera poco, parecía no haber intención en su mirada de volver al cielo.
Entrecerró la moza sus ojos, intentando averiguar el color de sus alas y así saber cómo tratarlo, pero algo inimaginable para ella ocurrió.
—¿Por qué no consigo ver sus alas? —se preguntaba la cortesana de la mente restringida. Y por unos momentos, sintió miedo, pero no de él, sino de aquello de lo cual nada sabía. Tenía que haber una explicación razonable, aunque lo que era lógico para ella no lo era para nadie más.
Tenía que haber algo detrás, ¡tenía que haberlo! Sin rastros de inquietud más que sus labios entreabiertos, Psyche llevó sus rodillas al piso como una devota súbdita más, mas no precisamente para hacerle una reverencia como le había dicho la autoridad del burdel al cual pertenecía. De hecho, terminaría una de las reglas que le habían sido dictadas antes de bajarse del carruaje que la había llevado hasta él. Sin pensar en nada más que en resolver ese misterio que emanaba de aquel hombre elegante y de ojos amenazadores, tomó delicadamente las manos de quien no conocía ni su posición ni su nombre. Analizó sus palmas, parpadeando varias veces y palpando con la yema de sus dedos la textura de su piel. La joven agrandó sus ojos de la sorpresa; nunca había sentido una trama así.
—Tan suave… no puede ser un demonio; habría trabajado los hierros del infierno. De haberlo hecho, no podría sentirse así—se alivió con su primer descarte, pasando su mejilla por la palma del Rey como si fuera la suya. El temor se había ido tan pronto como había llegado; había encontrado una razón para su falta de alas. Enfocó su vista en el varón al cual había osado acariciar con ligereza, y devolviendo esas manos reales a su dueño, se puso nuevamente de pié— Debe haber olvidado el camino al paraíso; por eso no han vuelto sus alas. Se quedará aquí deambulando por un buen tiempo. Es tan triste. Debe sentirse solo.
Aquello debía bastar para que se sintiera en calma otra vez, o al menos la suficiente como para desnudar la tersidad de cuerpo, pero ¿por qué presentía la siempre soñadora Psyche que había algo que no estaba viendo? Se colaba por las ventanas de su impenetrable fortaleza de ilusiones una alerta desconocida. ¿Estaba en peligro? No lo parecía. No le importó aquel cosquilleo sin sentido y le sonrió al hombre frente a ella, como agradeciéndole por confiar en ella la labor de complacerlo. Él necesitaba de compañía; se notaba en sus ojos solitarios y encadenados al mundo mundano que ella había dejado atrás, y ella estaría dichosa de servirle.
Inclinó ella su cabeza lo suficiente como para que ésta apuntara hacia el pecho del nuevo Rey de Escocia, asaltándola el inexplicable deseo de recostar su frente en él, como si haciendo eso estuviese logrando entenderlo más, pero la verdad era que ni él mismo entendía de qué sustancia estaba hecha su alma, si es que todavía la conservaba, porque hacía tiempo que había dejado de preguntarse si algo tan puro pudiera continuar longevo dentro de él. A Psyche eso le daba igual; ella quedaría seguiría sonriendo mientras pudiera brindarle calor a las sábanas frías de afecto del ángel perdido hasta que volviera a encontrar el camino a casa, allá, en el paraíso.
Lo que la cortesana muda no sabía era que sí existía un peligro, pero no para ella, sino para su inquebrantable manera de vivir. Llegando su momento aprendería que él no alcanzaría a entrar dentro de su mundo pequeño y secreto: tendría que crear uno nuevo para que habitara en él.
Última edición por Psyche el Mar Ago 06, 2013 10:46 am, editado 1 vez
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Re: Bocas Rotas {Stiva Záitsev} +18
Allí las piedras se hunden bajo la corriente,
Las plantas se elevan incandescentes,
La vida se desvanece como una visión efímera
Y las montañas se oscurecen en grutas eternas,
Decid, doncella ¿vendrás conmigo
Por esta tristeza sin identidad,
Donde los amores no nos recuerdan.
Donde los amigos viven en el olvido?
Estaba postrado cuan espada sobre la roca, incrustada en el mineral atravesaba sus entrañas impidiendo que se le manejase al antojo, Stiva no era moldeable, él les moldeaba a todos, un manipulador ipso facto invulnerable, despiadado. Un lobo con piel de oveja capaz de quitarse el disfraz cuando él lo quisiera –e incontables veces lo hacía- ni un ángel, ni un demonio, su rompecabezas parecía apuntar a algo inalcanzable o divino, un ser superior al que no le importaba las causas ni las consecuencias tampoco el destino o sus misterios, él era el camino, sólo él y quien viese esa parte del hechicero le descifraría. Allí correspondiendo a la descripción de la mujer del burdel estaba ella, el desapego con la musa le hizo compadecerla o tal vez no era compasión lo que le invadía, sino pura y sencilla maldad, la clase de pensamientos que le provocaban estremecerse hasta el tuétano, todos ellos culminaban en la parte dónde cabía la posibilidad de llegar a matarla o usarla remotamente ¿Quién la extrañaría? Absolutamente nadie, sólo era una franquicia explotada, nada que una buena suma de francos no compraría, los silencios en los curiosos peor aún codiciosos tenían un precio que podía pagar, cuanto poder podía sentir, cuanta potestad le generaba la dimensión de la situación. Pero más aburrido era no disfrutar ¿en dónde estaba su desafío? Entonces la miró como se mira al cordero dispuesto a ser sacrificado en honor a los dioses, le estudiaba como si buscase alguna respuesta, pero el Rey era fuego, era hielo, era la nada, un vacío estupefacto de nada ¿que a la larga se cansaría de utilizarla?.
De pronto sus palmas fueron tomadas con la cautela que se tiene al manejar el cristal, la piel tersa de sus mejillas definían el camino por el rostro de Psyche quien habilidosamente expresaba su curiosidad a través de tacto y él lo permitía. La sensación de los roces le invitaban a tocar un poco más de ella, tal vez los mechones de su cabello moreno o los suculentos labios entreabiertos o posiblemente el cuello que sostenía su cabeza como espada de doble filo que vieras como lo vieras terminaría cortando la lengua si le contorneabas. Al imaginar la escena promovió sus manos para acariciarla desde el hombro a través de su espalda la cálida piel se mezclaba con la suya por medio de las yemas de sus dedos quienes finalmente se detuvieron sobre su barbilla –Cuan preciosa y complaciente podéis ser Psyche…- enuncio sin inclinarse hacia la cortesana, su porte magnánimo y distante seguía ejerciendo la habitual barrera existente entre el Dios y su mensajera más fiel, esa misma que –posiblemente- se demolería por medio del placer, la lujuria; acaso los actos dirían más que las palabras ya que ambos éramos un par de desconocidos que se devoraban entre miradas y silencios.
Por Odín que sólo deseaba arrancarle la ropa y lo haría seguramente después de pensar reiteradas veces en cómo hacerlo, se debatía constantemente en promover su cintura desde su espalda para admirar sus cervicales, el cuerpo inspiraba a la lujuria de cualquier individuo que osara verlo o acariciarlo, la piel tersa de la francesa seguramente despertaba el libido trastornando a más de un fantoche ‘caballero’ ¿y cómo no hacerlo? si aunque no articulase una sola palabra discernía simple vista los deseos de cualquiera –un espécimen estereotipado y común- dentro del rango más lógico para la cortesana. Les habían enseñado el arte de complacer, del dar sin recibir, del ofrecer sin exigir, denigrándose sólo al placer mundano de una sola alma y no de dos. Mucho contraste no existía entre ella y el Rey. Mientras le estudiaba con la mirada el lenguaje corporal demarcaba la angustia de su búsqueda que sin éxito parecía terminar al devolver su mano a su costado en la que aún guardaba la sensación de la suavidad en la piel de Psyche y coronó inclinando su cuerpo en reverencia hacia el ruso –Me recordáis a un pequeño minino que tenía en mi antigua ciudad natal; un ejemplar exquisito; curioso, aversivo, complaciente. Pero la curiosidad siempre ha matado al gato…- interrumpió el silencio con aquel comentario perverso que en otrora sería la primera señal de sus deseos pero planeaba algo mucho más siniestro y retorcido para efectuar con la morocha -…Acercaos angelical criatura, déjame verte bien, muéstrame ese bello rostro en contraste con la luz de las velas, déjame ver tus rodillas cuando doblas las piernas, permíteme deleitarme con la forma de tu cintura a través del encaje…- prosiguió con su discurso avanzando a través de la habitación hasta inclinarse sobre una lujosa silla de roble perfectamente labrada en figuras de la época -Quitaos esa piltrafa y ponte eso…-apuntó con su índice sobre una mesilla de centro en dónde reposaba un vestido celeste -Pero tenéis la elección…- interrumpió revelándole la opción al cordero -No permaneceréis aquí en contra de vuestra voluntad, no me serviréis si no quieres, pero si te cubres con el vestido arderéis en mi infierno por siempre Psyche y la única manera de saliros será sin cabeza -
La advertencia era tal que todo el que la escuchara lo pensaría más de dos veces pues una cosa era fallarle a un cliente y otra muy distinta lo era fallarle a un Rey.
Las plantas se elevan incandescentes,
La vida se desvanece como una visión efímera
Y las montañas se oscurecen en grutas eternas,
Decid, doncella ¿vendrás conmigo
Por esta tristeza sin identidad,
Donde los amores no nos recuerdan.
Donde los amigos viven en el olvido?
Estaba postrado cuan espada sobre la roca, incrustada en el mineral atravesaba sus entrañas impidiendo que se le manejase al antojo, Stiva no era moldeable, él les moldeaba a todos, un manipulador ipso facto invulnerable, despiadado. Un lobo con piel de oveja capaz de quitarse el disfraz cuando él lo quisiera –e incontables veces lo hacía- ni un ángel, ni un demonio, su rompecabezas parecía apuntar a algo inalcanzable o divino, un ser superior al que no le importaba las causas ni las consecuencias tampoco el destino o sus misterios, él era el camino, sólo él y quien viese esa parte del hechicero le descifraría. Allí correspondiendo a la descripción de la mujer del burdel estaba ella, el desapego con la musa le hizo compadecerla o tal vez no era compasión lo que le invadía, sino pura y sencilla maldad, la clase de pensamientos que le provocaban estremecerse hasta el tuétano, todos ellos culminaban en la parte dónde cabía la posibilidad de llegar a matarla o usarla remotamente ¿Quién la extrañaría? Absolutamente nadie, sólo era una franquicia explotada, nada que una buena suma de francos no compraría, los silencios en los curiosos peor aún codiciosos tenían un precio que podía pagar, cuanto poder podía sentir, cuanta potestad le generaba la dimensión de la situación. Pero más aburrido era no disfrutar ¿en dónde estaba su desafío? Entonces la miró como se mira al cordero dispuesto a ser sacrificado en honor a los dioses, le estudiaba como si buscase alguna respuesta, pero el Rey era fuego, era hielo, era la nada, un vacío estupefacto de nada ¿que a la larga se cansaría de utilizarla?.
De pronto sus palmas fueron tomadas con la cautela que se tiene al manejar el cristal, la piel tersa de sus mejillas definían el camino por el rostro de Psyche quien habilidosamente expresaba su curiosidad a través de tacto y él lo permitía. La sensación de los roces le invitaban a tocar un poco más de ella, tal vez los mechones de su cabello moreno o los suculentos labios entreabiertos o posiblemente el cuello que sostenía su cabeza como espada de doble filo que vieras como lo vieras terminaría cortando la lengua si le contorneabas. Al imaginar la escena promovió sus manos para acariciarla desde el hombro a través de su espalda la cálida piel se mezclaba con la suya por medio de las yemas de sus dedos quienes finalmente se detuvieron sobre su barbilla –Cuan preciosa y complaciente podéis ser Psyche…- enuncio sin inclinarse hacia la cortesana, su porte magnánimo y distante seguía ejerciendo la habitual barrera existente entre el Dios y su mensajera más fiel, esa misma que –posiblemente- se demolería por medio del placer, la lujuria; acaso los actos dirían más que las palabras ya que ambos éramos un par de desconocidos que se devoraban entre miradas y silencios.
Por Odín que sólo deseaba arrancarle la ropa y lo haría seguramente después de pensar reiteradas veces en cómo hacerlo, se debatía constantemente en promover su cintura desde su espalda para admirar sus cervicales, el cuerpo inspiraba a la lujuria de cualquier individuo que osara verlo o acariciarlo, la piel tersa de la francesa seguramente despertaba el libido trastornando a más de un fantoche ‘caballero’ ¿y cómo no hacerlo? si aunque no articulase una sola palabra discernía simple vista los deseos de cualquiera –un espécimen estereotipado y común- dentro del rango más lógico para la cortesana. Les habían enseñado el arte de complacer, del dar sin recibir, del ofrecer sin exigir, denigrándose sólo al placer mundano de una sola alma y no de dos. Mucho contraste no existía entre ella y el Rey. Mientras le estudiaba con la mirada el lenguaje corporal demarcaba la angustia de su búsqueda que sin éxito parecía terminar al devolver su mano a su costado en la que aún guardaba la sensación de la suavidad en la piel de Psyche y coronó inclinando su cuerpo en reverencia hacia el ruso –Me recordáis a un pequeño minino que tenía en mi antigua ciudad natal; un ejemplar exquisito; curioso, aversivo, complaciente. Pero la curiosidad siempre ha matado al gato…- interrumpió el silencio con aquel comentario perverso que en otrora sería la primera señal de sus deseos pero planeaba algo mucho más siniestro y retorcido para efectuar con la morocha -…Acercaos angelical criatura, déjame verte bien, muéstrame ese bello rostro en contraste con la luz de las velas, déjame ver tus rodillas cuando doblas las piernas, permíteme deleitarme con la forma de tu cintura a través del encaje…- prosiguió con su discurso avanzando a través de la habitación hasta inclinarse sobre una lujosa silla de roble perfectamente labrada en figuras de la época -Quitaos esa piltrafa y ponte eso…-apuntó con su índice sobre una mesilla de centro en dónde reposaba un vestido celeste -Pero tenéis la elección…- interrumpió revelándole la opción al cordero -No permaneceréis aquí en contra de vuestra voluntad, no me serviréis si no quieres, pero si te cubres con el vestido arderéis en mi infierno por siempre Psyche y la única manera de saliros será sin cabeza -
La advertencia era tal que todo el que la escuchara lo pensaría más de dos veces pues una cosa era fallarle a un cliente y otra muy distinta lo era fallarle a un Rey.
Stiva Záitsev- Hechicero/Realeza
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Fecha de inscripción : 25/02/2013
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Re: Bocas Rotas {Stiva Záitsev} +18
Canción: Yanni - Felitsa
El Rey de Escocia había tirado la primera piedra a los pies de su presa, hacia una nutria escurridiza con la apariencia de un poco discreto felino. El ángel había hablado; quería ver en detalle a la mujer que había mandado a llamar para satisfacerle. No era un fanático de ser tocado, por lo cual observar a la musa era algo que gozaba tanto como la sensación misma de desatar su infierno en ella. Para una servidora no había nada mejor que terminar el trabajo rápido para llegar con dinero en los bolsillos producto de un esfuerzo mínimo, pero Psyche sólo quería empaparse de él. Como ella no podía hablar, guardaba las palabras del misterioso caballero dentro de su cajón, y se sonreía mientras jugaba con algunos mechones de su pelo.
Ni siquiera prestó atención cuando él insultó el vestido que le había otorgado el burdel. Después de todo, no se trataba de ella, sino de él.
Psyche se encontraba bajando una de las mangas de su vestido cuando el hombre de la realeza quebró lo que ella esperaba bruscamente. Pestañeó un par de veces al mismo tiempo que detenía su desvestir. Lo que había oído resultaba absolutamente absurdo, así que volvió a fijar su vista en el monarca; estaba mortalmente serio, como si le hubiera ordenado que matara a alguien. ¿Cuál fue la reacción de la fémina? Al comienzo, sin volver a poner esa manga caída en su lugar, se quedó erguida frente al supuesto ángel perdido, tan tranquila y calma como el día posterior a una tormenta. Mas se trataba sólo de un estado momentáneo.
Vio la joven una puerta doble entreabierta sus espaldas, sugiriéndole maliciosa que tomara lo que pudiera y se largara de allí, pero aquello no hizo más que causar la molestia de Psyche. Por su insolencia, la cortesana caminó deprisa, vaiveneando sus caderas de manera natural y casi corriendo hacia la puerta, cerrándola de golpe y haciendo nacer el sonido de un portazo para que generara el eco entre las altas paredes de la mansión. La carrera provocó que su larga cabellera cubriera sus ojos sombríos volviendo penumbrosa su mirada. ¿Qué le había ocurrido? Era como si hubiese acontecido que un rayo cayera sobre su cuerpo y lo energizara el tiempo suficiente para demostrar su tenacidad.
—Me adula, me quiere cerca, y me hace ver que si me voy a él le daría igual. ¿Qué es lo que busca? —se giró con brusquedad, quedando de espaldas apoyada en la puerta y volviendo a quedar su pelo de lado. En ningún momento se desvió de los ojos de su majestad; temía que se le fuese a ir algo importante.
No importaba cuán frío y distante se mostrara de súbito; nadie pagaba esa cantidad de francos por nada. Estaba comenzando a pensar que aquel ángel se había distanciado del cielo mucho más de lo que ella había pensado. De pronto la idea de que ese ser alado no proviniera del cielo se hacía cada vez más potente. Tenía que verificar qué clase de criatura era. Y si él insistía en su oferta, ambos se encontrarían posteriormente en la oscuridad. Demasiado tarde para voltear. ¿De qué elección hablaba? De partida estaba allí por voluntad propia, porque ella lo había querido así. Stiva podía ser el Rey de Escocia, pero para Psyche sólo existían los humanos, los ángeles y Eros, y nadie la sacaría de ese orden extramundano; a él pertenecía, y Stiva ahí no mandaba por más que lo deseara. Había algo muy extraño, algo diferente en el ruso que no lograba hallar en esos ojos bicolores.
Comenzó a caminar hacia él pausadamente, con fuego flameando en su mirada. Era como si estuviera enojada, pero no por eso menos intrigada. Con eso quedaba claro que ni con guardias ella se iría. Era porque ella sentía algo que no la dejaba en paz, que no la dejaba irse, porque si se marchaba jamás sabría qué era ese algo. Se detuvo entonces frente a Stiva con rostro cómplice e irises centellantes. Lejos de mostrarse molesta como lo hubiesen hecho toras mujeres, Psyche lo miró con una media sonrisa casi divertida; había comenzado a entender ciertas cosas de él.
La mujer se hincó, y sin dejar esa sonrisa atrapante tomó las manos de Stiva nuevamente, pero con intenciones totalmente diferentes. Guió Psyche a una de esas palmas masculinas por su brazo derecho, luego lo dejó escabullirse por su hombro, queriendo que él también supiera de qué material estaba hecho su envoltorio, y finalmente la llevó hacia la parte posterior de su cintura, en donde se encontraban las ataduras de su vestido. Hizo una pausa allí, antes de dejar libre la mano derecha del Rey de Escocia. Volvió a mirarlo. Sintió que podía hablarle, y así lo hizo dentro de su mente, aunque no se tradujera por fuera.
—No puedo irme con lo que me has mostrado de ti; por eso juegas. Lo sabes. —y la cortesana deshizo la primera atadura de su vestimenta, sin llegar a las otras. Dejaría que él se entretuviera con las otras. Si había un infierno, los consumiría a ambos.
Una de las manos del varón continuaba libre, pero no por mucho tiempo. La cortesana deslizó una de sus piernas a un costado de las de Stiva, verificando qué tanto había subido su temperatura, y haciendo suyo el trazado que seguiría la mano solitaria del Rey, la pasó por su tobillo izquierdo, luego la dejó unos instantes más prolongados en su rodilla, y suspiró cuando para terminar la dejó pasar por debajo de sus faldas para llegar a la liga de su media, esa que terminaba cerca de sus zonas más íntimas.
—Quema —sintieron los muslos de la joven la incandescencia del ruso, haciéndola cerrar los ojos para no perder ni un solo grado.
Si acaso los estaba quemando el fuego del inframundo, Psyche ya lo estaba sintiendo. Ya ni siquiera importaba si se desvestirían juntos para posteriormente vestirse solos. Algo en el aire les decía que todo lo que necesitaran saber, sus cuerpos se los dirían. La comunicación de dos incomunicados: Piel blanca contra piel morena.
Ni siquiera prestó atención cuando él insultó el vestido que le había otorgado el burdel. Después de todo, no se trataba de ella, sino de él.
Psyche se encontraba bajando una de las mangas de su vestido cuando el hombre de la realeza quebró lo que ella esperaba bruscamente. Pestañeó un par de veces al mismo tiempo que detenía su desvestir. Lo que había oído resultaba absolutamente absurdo, así que volvió a fijar su vista en el monarca; estaba mortalmente serio, como si le hubiera ordenado que matara a alguien. ¿Cuál fue la reacción de la fémina? Al comienzo, sin volver a poner esa manga caída en su lugar, se quedó erguida frente al supuesto ángel perdido, tan tranquila y calma como el día posterior a una tormenta. Mas se trataba sólo de un estado momentáneo.
Vio la joven una puerta doble entreabierta sus espaldas, sugiriéndole maliciosa que tomara lo que pudiera y se largara de allí, pero aquello no hizo más que causar la molestia de Psyche. Por su insolencia, la cortesana caminó deprisa, vaiveneando sus caderas de manera natural y casi corriendo hacia la puerta, cerrándola de golpe y haciendo nacer el sonido de un portazo para que generara el eco entre las altas paredes de la mansión. La carrera provocó que su larga cabellera cubriera sus ojos sombríos volviendo penumbrosa su mirada. ¿Qué le había ocurrido? Era como si hubiese acontecido que un rayo cayera sobre su cuerpo y lo energizara el tiempo suficiente para demostrar su tenacidad.
—Me adula, me quiere cerca, y me hace ver que si me voy a él le daría igual. ¿Qué es lo que busca? —se giró con brusquedad, quedando de espaldas apoyada en la puerta y volviendo a quedar su pelo de lado. En ningún momento se desvió de los ojos de su majestad; temía que se le fuese a ir algo importante.
No importaba cuán frío y distante se mostrara de súbito; nadie pagaba esa cantidad de francos por nada. Estaba comenzando a pensar que aquel ángel se había distanciado del cielo mucho más de lo que ella había pensado. De pronto la idea de que ese ser alado no proviniera del cielo se hacía cada vez más potente. Tenía que verificar qué clase de criatura era. Y si él insistía en su oferta, ambos se encontrarían posteriormente en la oscuridad. Demasiado tarde para voltear. ¿De qué elección hablaba? De partida estaba allí por voluntad propia, porque ella lo había querido así. Stiva podía ser el Rey de Escocia, pero para Psyche sólo existían los humanos, los ángeles y Eros, y nadie la sacaría de ese orden extramundano; a él pertenecía, y Stiva ahí no mandaba por más que lo deseara. Había algo muy extraño, algo diferente en el ruso que no lograba hallar en esos ojos bicolores.
Comenzó a caminar hacia él pausadamente, con fuego flameando en su mirada. Era como si estuviera enojada, pero no por eso menos intrigada. Con eso quedaba claro que ni con guardias ella se iría. Era porque ella sentía algo que no la dejaba en paz, que no la dejaba irse, porque si se marchaba jamás sabría qué era ese algo. Se detuvo entonces frente a Stiva con rostro cómplice e irises centellantes. Lejos de mostrarse molesta como lo hubiesen hecho toras mujeres, Psyche lo miró con una media sonrisa casi divertida; había comenzado a entender ciertas cosas de él.
La mujer se hincó, y sin dejar esa sonrisa atrapante tomó las manos de Stiva nuevamente, pero con intenciones totalmente diferentes. Guió Psyche a una de esas palmas masculinas por su brazo derecho, luego lo dejó escabullirse por su hombro, queriendo que él también supiera de qué material estaba hecho su envoltorio, y finalmente la llevó hacia la parte posterior de su cintura, en donde se encontraban las ataduras de su vestido. Hizo una pausa allí, antes de dejar libre la mano derecha del Rey de Escocia. Volvió a mirarlo. Sintió que podía hablarle, y así lo hizo dentro de su mente, aunque no se tradujera por fuera.
—No puedo irme con lo que me has mostrado de ti; por eso juegas. Lo sabes. —y la cortesana deshizo la primera atadura de su vestimenta, sin llegar a las otras. Dejaría que él se entretuviera con las otras. Si había un infierno, los consumiría a ambos.
Una de las manos del varón continuaba libre, pero no por mucho tiempo. La cortesana deslizó una de sus piernas a un costado de las de Stiva, verificando qué tanto había subido su temperatura, y haciendo suyo el trazado que seguiría la mano solitaria del Rey, la pasó por su tobillo izquierdo, luego la dejó unos instantes más prolongados en su rodilla, y suspiró cuando para terminar la dejó pasar por debajo de sus faldas para llegar a la liga de su media, esa que terminaba cerca de sus zonas más íntimas.
—Quema —sintieron los muslos de la joven la incandescencia del ruso, haciéndola cerrar los ojos para no perder ni un solo grado.
Si acaso los estaba quemando el fuego del inframundo, Psyche ya lo estaba sintiendo. Ya ni siquiera importaba si se desvestirían juntos para posteriormente vestirse solos. Algo en el aire les decía que todo lo que necesitaran saber, sus cuerpos se los dirían. La comunicación de dos incomunicados: Piel blanca contra piel morena.
Psyche- Prostituta Clase Baja
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Re: Bocas Rotas {Stiva Záitsev} +18
Vendrás conmigo, dulce doncella,
Vendrás conmigo, confiésalo princesa,
A los profundos valles de la sombra,
Donde brilla la oscuridad de las estrellas;
Donde el camino pierde su rumbo,
Donde el sol se olvida del día,
Donde la luz es siempre sombría,
¡Dulce doncella, que aquel sea nuestro mundo!
El repentino golpe de la puerta cimbró las paredes e impidió que la luz del pasillo se adentrara a la habitación, ahí de pie, la cortesana parecía haber encontrado una razón más para permanecer a su lado ¿Qué la mantenía frente a Stiva luego de escuchar lo que le deparaba? No era ambición; su rostro cálido y juvenil refleja la inocencia que en ningunas otras veía todo lo contrario a lo que su cuerpo demarcaba con cada paso que daba en dónde el entonar de su cadera parecía crear una especie de melodía entonada por los propios ángeles en el cielo ¿Era consciente del poder que ejercía sobre los hombres? Fuera cual fuera la razón de sus inesperadas reacciones ¿Podría entenderle? Con la mirada podía llegar a fundir el hielo que envolvía su corazón pero dentro del Rey, envuelto en éste tempano de hielo, sólo existía un material sólido que le impedía lograr desentrañar sentimiento alguno que se alzara de entre las sombras. Pero para entonces ambas pieles se encendían con la fricción entre sí por extraño que pareciera Stiva sentía que sus cuerpos hablaban por si solos, no había palabras de por medio; las miradas se desvanecían junto con los pensamientos perversos del ruso, deseaba no perjudicar su autocontrol con la suave piel de Psyche pero el limite explorado para muchos aunque no por él era como los campos elíseo, llamándolo descontroladamente a que estos se incendiaran con el fuego del mismísimo infierno. Sus movimientos pasados le daban la certeza de que su musa no deseaba irse bajo ninguna circunstancia, era un pequeño felino anhelando descubrir la veracidad de los porque, de los cómo, de los cuando, tenía el deseo, la lujuria, quería encontrar la palabra para describir su curiosidad, pero no la encontraría si lo que buscaba era definir etiquetas.
Las manos le vibraban, ardiendo sentía la incandescencia en la piel de porcelana de la morocha, fue en ese momento que no pudo evitar ejercer la presión suficiente sobre sus muslos –que deliciosamente se estremecían al tacto- hundió sus uñas bruscamente como si fuese el demonio lo que se apoderase del propio hechicero, secundando sus acciones aquella mano restante se encargaba de desatar con desenvoltura el nudo sobre su vestido pero no era el desvestirla con medida su objetivo ¿Qué pasaría si se deshacía de todo lo que le cubría? ¿Podría entonces cumplir su orden y vestir como lo pedía? en una reacción puramente neardental desgarró las telas de sus prendas en un santiamén haciéndolo tirones hasta lograr dejarla bajo la sugestiva transparencia de su ropa íntima. Pronto, sus ojos siniestros demostraban la claridad de las intensiones retorcidas que tenía y ellos parecían ver bajo la tela que cubría su anatomía. Era lo que se podía llamar el manjar para los Dioses, el elixir de la vida, el sabor de su piel podía degustarse al recargar sus labios fríos sobre su ombligo el cual fue humedeciendo sobre la tela a medida que acariciaba todavía su muslo subiendo cada vez más hacia su intimidad con escurridizos deslices en caderas y glúteos –que tenían la consistencia del suave alfeñique-.
No obstante, como si de un juego macabro se tratase las petúrbantes caricias eróticas sobre el cuerpo de la cortesana fueron cesando lentamente guiando la palma sobre sus glúteos desde la parte trasera de su pierna hasta la pantorrilla del cordero aguardando el apetito de continuar explorando los confines de aquella expresa figura de arte -…Desnúdate para mi Psyche, pero no sólo vuestro cuerpo…Juega para mi, hazme no desear únicamente tu piel, encántame como la música al oído, hazlo Psyche.- encauzó su mirada bicolor desdibujando con ellos la fina silueta femenina que tenía frente suyo. La luz de las velas alumbraba la penumbra obsequiándole a Stiva el contorno de su estampa por lo tanto también como ésta lucia bajo el algodón insinuándole a ser cubierta por su cuerpo o por sus manos, pareciera que éste dialogase expresando sus oscuras aspiraciones a manos del monarca pero él se mantenía delimitando la línea invisible que les separaba, una línea llena de ausencia dónde el amor o la esperanza no tenia cabida, el deseo era lo único que podía llenarse en el cuerpo del ruso ¿existía una forma de llegar más a fondo del abismo?.
Vendrás conmigo, confiésalo princesa,
A los profundos valles de la sombra,
Donde brilla la oscuridad de las estrellas;
Donde el camino pierde su rumbo,
Donde el sol se olvida del día,
Donde la luz es siempre sombría,
¡Dulce doncella, que aquel sea nuestro mundo!
El repentino golpe de la puerta cimbró las paredes e impidió que la luz del pasillo se adentrara a la habitación, ahí de pie, la cortesana parecía haber encontrado una razón más para permanecer a su lado ¿Qué la mantenía frente a Stiva luego de escuchar lo que le deparaba? No era ambición; su rostro cálido y juvenil refleja la inocencia que en ningunas otras veía todo lo contrario a lo que su cuerpo demarcaba con cada paso que daba en dónde el entonar de su cadera parecía crear una especie de melodía entonada por los propios ángeles en el cielo ¿Era consciente del poder que ejercía sobre los hombres? Fuera cual fuera la razón de sus inesperadas reacciones ¿Podría entenderle? Con la mirada podía llegar a fundir el hielo que envolvía su corazón pero dentro del Rey, envuelto en éste tempano de hielo, sólo existía un material sólido que le impedía lograr desentrañar sentimiento alguno que se alzara de entre las sombras. Pero para entonces ambas pieles se encendían con la fricción entre sí por extraño que pareciera Stiva sentía que sus cuerpos hablaban por si solos, no había palabras de por medio; las miradas se desvanecían junto con los pensamientos perversos del ruso, deseaba no perjudicar su autocontrol con la suave piel de Psyche pero el limite explorado para muchos aunque no por él era como los campos elíseo, llamándolo descontroladamente a que estos se incendiaran con el fuego del mismísimo infierno. Sus movimientos pasados le daban la certeza de que su musa no deseaba irse bajo ninguna circunstancia, era un pequeño felino anhelando descubrir la veracidad de los porque, de los cómo, de los cuando, tenía el deseo, la lujuria, quería encontrar la palabra para describir su curiosidad, pero no la encontraría si lo que buscaba era definir etiquetas.
Las manos le vibraban, ardiendo sentía la incandescencia en la piel de porcelana de la morocha, fue en ese momento que no pudo evitar ejercer la presión suficiente sobre sus muslos –que deliciosamente se estremecían al tacto- hundió sus uñas bruscamente como si fuese el demonio lo que se apoderase del propio hechicero, secundando sus acciones aquella mano restante se encargaba de desatar con desenvoltura el nudo sobre su vestido pero no era el desvestirla con medida su objetivo ¿Qué pasaría si se deshacía de todo lo que le cubría? ¿Podría entonces cumplir su orden y vestir como lo pedía? en una reacción puramente neardental desgarró las telas de sus prendas en un santiamén haciéndolo tirones hasta lograr dejarla bajo la sugestiva transparencia de su ropa íntima. Pronto, sus ojos siniestros demostraban la claridad de las intensiones retorcidas que tenía y ellos parecían ver bajo la tela que cubría su anatomía. Era lo que se podía llamar el manjar para los Dioses, el elixir de la vida, el sabor de su piel podía degustarse al recargar sus labios fríos sobre su ombligo el cual fue humedeciendo sobre la tela a medida que acariciaba todavía su muslo subiendo cada vez más hacia su intimidad con escurridizos deslices en caderas y glúteos –que tenían la consistencia del suave alfeñique-.
No obstante, como si de un juego macabro se tratase las petúrbantes caricias eróticas sobre el cuerpo de la cortesana fueron cesando lentamente guiando la palma sobre sus glúteos desde la parte trasera de su pierna hasta la pantorrilla del cordero aguardando el apetito de continuar explorando los confines de aquella expresa figura de arte -…Desnúdate para mi Psyche, pero no sólo vuestro cuerpo…Juega para mi, hazme no desear únicamente tu piel, encántame como la música al oído, hazlo Psyche.- encauzó su mirada bicolor desdibujando con ellos la fina silueta femenina que tenía frente suyo. La luz de las velas alumbraba la penumbra obsequiándole a Stiva el contorno de su estampa por lo tanto también como ésta lucia bajo el algodón insinuándole a ser cubierta por su cuerpo o por sus manos, pareciera que éste dialogase expresando sus oscuras aspiraciones a manos del monarca pero él se mantenía delimitando la línea invisible que les separaba, una línea llena de ausencia dónde el amor o la esperanza no tenia cabida, el deseo era lo único que podía llenarse en el cuerpo del ruso ¿existía una forma de llegar más a fondo del abismo?.
Stiva Záitsev- Hechicero/Realeza
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Re: Bocas Rotas {Stiva Záitsev} +18
Como estocadas de una espada se sentían las caricias del rey sobre la piel de la cortesana; él dejaba que lo primitivo se apoderara de su actuar y ella solamente podía arquear su espalda ante las fuertes sensaciones. Stiva le estaba transmitiendo sus ansias de todas las maneras en que alguien podía expresarlo, pero sin mermar la libertad de la mujer para hacer que las provincias del cuerpo de su amante se rindieran. No había nada para agregar ni para dividir. La cosa era simple; ambos sin querer estaban tejiendo su trampa en la cual era fácil caer y casi imposible salir. Con dos cuerpos rozándose el uno con el otro, ¿qué posibilidad había más que de seguir enredándose en la misma tela de araña? Ninguna, absolutamente ninguna.
Sintiendo las masculinas manos dejar su frenético toqueteo para llegar lentamente a uno pausado e insufrible, la joven supo que se venía algo. Sus labios entreabiertos por el fuego serpenteando en su silueta se cerraron con las últimas palabras del rey, las cuales hicieron que inclinara su cabeza hacia adelante para mirar fijamente al hombre. Psyche, por más que lo deseara, no podía preguntarle qué estaba pasando por su cabeza, si es que efectivamente ese era el lugar en donde se generaban sus anhelos, por lo que indagar en sus mares de diferentes colores era el camino a seguir. ¿Qué descubrió? Muy poco, pero sería suficiente para esa velada. Si bien las palabras de él dictaban una orden, en sus ojos encontró Psyche que había matices no de súplica, pero sí de petición. Aquello era algo impensable para alguien tan acostumbrada a recibir instrucciones coercitivas so pena de grandes consecuencias, por lo que la duda la asaltó de nuevo, pero no la frenó. Si otra cortesana hubiera recibido aquella propuesta, hubiera negociado un precio más alto de inmediato, pero los francos nada habían dado a Psyche jamás.
—Me lo está ofreciendo como si fuera una opción. ¿Realmente la tengo? —una sonrisa llevó la carne de sus labios hacia arriba al mismo tiempo que deslizó una de sus manos a la barbilla de Stiva, acariciando la misma— Darme caminos, opciones, ¿quién lo hubiera imaginado? Parece que hay algo de generosidad en ti después de todo. —y besó la coronilla de su cabeza, invitando al supuesto extraño ángel a que confiara en ella. Todo estaría bien en sus manos— ¿De dónde habrás salido?
Ella no lo sabía, pero Stiva no venía del cielo como ella sospechaba, sino de un lugar mucho más cercano al de ella del que pudiera imaginar en esos instantes. Y no había forma de que se enterase que él era incluso más humano que ella, porque esas cosas se conocían con la mente, y Psyche era alma completa, al igual que la doncella del mito al recibir el beso de cupido. Por eso dio un par de pasos hacia atrás y se enderezó como una firme y rebosante espiga de trigo ante el rey que tan solemnemente se encontraba en su asiento como si de un trono se tratase para exhibirle lo que deseaba. Aquella voz que había alertado a la joven sobre el ruso continuaba siseando en sus oídos, pero ella la hizo a un lado. Si había algo por descubrir, saltaría a su vista tarde o temprano.
—Podría estar frente a las puertas del cielo o del infierno —estaba consciente de que lo que estaba viviendo no se sentía normal, pero ya no podía detenerse— No importa ya.
La morena se miró a sí misma unos segundos, apreciando cómo la tela se había maltratado y las huellas de Stiva continuaban en ella. Supo que estaba abandonando de a poco, pero sin retroceso el control, por lo que decidió tentar ese punto especial que había descubierto de él, ese que quería dejarse llevar y a la vez era lo que más temía. Fue así como viendo su amante con evidente intención de complacerlo, se volteó para quedar de espaldas a él y mirándolo por sobre su femenino hombro derecho adornado por un lunar. Como si rubíes y diamantes se estuvieran desparramando por el piso hasta los pies del rey, la joven fue desprendiéndose de lo que quedaba de su ropa. Primero dejó desnudo su torso, dejando al descubiertos sus pechos aún fuera de la vista el monarca, pero dándole una tentadora vista su femenina y tersa espalda. Siguieron sus enaguas, sus medias y finalmente el resto de su ropa interior fue lanzada sutilmente por ella hacia un lado; estaba estorbando, aunque las personas del burdel intentaran convencerla que de aquellos estropajos servían para algo. Desnuda entonces quedó de espaldas al rey, ante sus ojos desplegando la feminidad de sus curvas en piernas, caderas y trasero. Midiendo la reacción del elegante mozo con sus ojos, Psyche se dio permiso para continuar. Con sus manos la mujer cubrió sus pechos como si se estuviera abrazando a sí misma, y se giró lentamente sin timidez. Pero no caminaría hacia él; eso sería acabar con el castillo de cartas con un suspiro, así como decir una sola palabra podía arruinarlo todo. No, lo que ella hizo fue diferente.
Miró hacia el vestido que Stiva le había ordenado usar y lo examinó con detenimiento. Se le ocurría hacer tantas cosas con esas telas compuestas… pero finalmente optó por hacer lo que se le había dicho que era su principal labor, y también lo que ella deseaba hacer; lo encantaría a un nivel superior al corporal.
Psyche levantó con delicadeza el vestido, y con la misma sutileza vio cómplice al ruso antes de dejarlo caer. Así la vestimenta pasó de estar sobre la elegante mesa de centro a desplomarse en el piso frente a los pies de Stiva como una pluma bailando en el aire antes de tocar el agua. ¿Qué más podía ocurrir tras esos ojos oscuros de misteriosas intenciones? Mucho más. La morena se puso de espaldas a la prenda e inclinándose ligeramente se dejó caer sobre la misma, acostándose en su suave superficie como si de un lecho de nubes se tratara, desparramando sus largos cabellos de madera, liberando sus pechos de la prisión de sus manos como una flor abriéndose a la luz del sol, y riendo sin sonido alguno al percatarse de que ese vestido conservaba prisionero el mismo aroma de hierbabuena que había captado en las manos del monarca.
Sí, se le había dicho tajantemente que debía seguir las órdenes del poderoso hombre, al igual que no osara tocarlo sin su permiso. Mucho menos debía ser “llevada a sus ideas” como le recriminaban usualmente, pero a ese punto resultaba imposible preocuparse del deber ser. Ella ya no se mandaba. ¡Por Eros, que ya no lo hacía!
Sintiendo las masculinas manos dejar su frenético toqueteo para llegar lentamente a uno pausado e insufrible, la joven supo que se venía algo. Sus labios entreabiertos por el fuego serpenteando en su silueta se cerraron con las últimas palabras del rey, las cuales hicieron que inclinara su cabeza hacia adelante para mirar fijamente al hombre. Psyche, por más que lo deseara, no podía preguntarle qué estaba pasando por su cabeza, si es que efectivamente ese era el lugar en donde se generaban sus anhelos, por lo que indagar en sus mares de diferentes colores era el camino a seguir. ¿Qué descubrió? Muy poco, pero sería suficiente para esa velada. Si bien las palabras de él dictaban una orden, en sus ojos encontró Psyche que había matices no de súplica, pero sí de petición. Aquello era algo impensable para alguien tan acostumbrada a recibir instrucciones coercitivas so pena de grandes consecuencias, por lo que la duda la asaltó de nuevo, pero no la frenó. Si otra cortesana hubiera recibido aquella propuesta, hubiera negociado un precio más alto de inmediato, pero los francos nada habían dado a Psyche jamás.
—Me lo está ofreciendo como si fuera una opción. ¿Realmente la tengo? —una sonrisa llevó la carne de sus labios hacia arriba al mismo tiempo que deslizó una de sus manos a la barbilla de Stiva, acariciando la misma— Darme caminos, opciones, ¿quién lo hubiera imaginado? Parece que hay algo de generosidad en ti después de todo. —y besó la coronilla de su cabeza, invitando al supuesto extraño ángel a que confiara en ella. Todo estaría bien en sus manos— ¿De dónde habrás salido?
Ella no lo sabía, pero Stiva no venía del cielo como ella sospechaba, sino de un lugar mucho más cercano al de ella del que pudiera imaginar en esos instantes. Y no había forma de que se enterase que él era incluso más humano que ella, porque esas cosas se conocían con la mente, y Psyche era alma completa, al igual que la doncella del mito al recibir el beso de cupido. Por eso dio un par de pasos hacia atrás y se enderezó como una firme y rebosante espiga de trigo ante el rey que tan solemnemente se encontraba en su asiento como si de un trono se tratase para exhibirle lo que deseaba. Aquella voz que había alertado a la joven sobre el ruso continuaba siseando en sus oídos, pero ella la hizo a un lado. Si había algo por descubrir, saltaría a su vista tarde o temprano.
—Podría estar frente a las puertas del cielo o del infierno —estaba consciente de que lo que estaba viviendo no se sentía normal, pero ya no podía detenerse— No importa ya.
La morena se miró a sí misma unos segundos, apreciando cómo la tela se había maltratado y las huellas de Stiva continuaban en ella. Supo que estaba abandonando de a poco, pero sin retroceso el control, por lo que decidió tentar ese punto especial que había descubierto de él, ese que quería dejarse llevar y a la vez era lo que más temía. Fue así como viendo su amante con evidente intención de complacerlo, se volteó para quedar de espaldas a él y mirándolo por sobre su femenino hombro derecho adornado por un lunar. Como si rubíes y diamantes se estuvieran desparramando por el piso hasta los pies del rey, la joven fue desprendiéndose de lo que quedaba de su ropa. Primero dejó desnudo su torso, dejando al descubiertos sus pechos aún fuera de la vista el monarca, pero dándole una tentadora vista su femenina y tersa espalda. Siguieron sus enaguas, sus medias y finalmente el resto de su ropa interior fue lanzada sutilmente por ella hacia un lado; estaba estorbando, aunque las personas del burdel intentaran convencerla que de aquellos estropajos servían para algo. Desnuda entonces quedó de espaldas al rey, ante sus ojos desplegando la feminidad de sus curvas en piernas, caderas y trasero. Midiendo la reacción del elegante mozo con sus ojos, Psyche se dio permiso para continuar. Con sus manos la mujer cubrió sus pechos como si se estuviera abrazando a sí misma, y se giró lentamente sin timidez. Pero no caminaría hacia él; eso sería acabar con el castillo de cartas con un suspiro, así como decir una sola palabra podía arruinarlo todo. No, lo que ella hizo fue diferente.
Miró hacia el vestido que Stiva le había ordenado usar y lo examinó con detenimiento. Se le ocurría hacer tantas cosas con esas telas compuestas… pero finalmente optó por hacer lo que se le había dicho que era su principal labor, y también lo que ella deseaba hacer; lo encantaría a un nivel superior al corporal.
Psyche levantó con delicadeza el vestido, y con la misma sutileza vio cómplice al ruso antes de dejarlo caer. Así la vestimenta pasó de estar sobre la elegante mesa de centro a desplomarse en el piso frente a los pies de Stiva como una pluma bailando en el aire antes de tocar el agua. ¿Qué más podía ocurrir tras esos ojos oscuros de misteriosas intenciones? Mucho más. La morena se puso de espaldas a la prenda e inclinándose ligeramente se dejó caer sobre la misma, acostándose en su suave superficie como si de un lecho de nubes se tratara, desparramando sus largos cabellos de madera, liberando sus pechos de la prisión de sus manos como una flor abriéndose a la luz del sol, y riendo sin sonido alguno al percatarse de que ese vestido conservaba prisionero el mismo aroma de hierbabuena que había captado en las manos del monarca.
Sí, se le había dicho tajantemente que debía seguir las órdenes del poderoso hombre, al igual que no osara tocarlo sin su permiso. Mucho menos debía ser “llevada a sus ideas” como le recriminaban usualmente, pero a ese punto resultaba imposible preocuparse del deber ser. Ella ya no se mandaba. ¡Por Eros, que ya no lo hacía!
Psyche- Prostituta Clase Baja
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Re: Bocas Rotas {Stiva Záitsev} +18
Sin más pasión que la substancia,
sin más acción que la inocencia.
Su cuerpo era el desierto y ella el oasis, nunca unas manos habían explorado más allá de lo lícito, nunca le habían tocado de la manera en que Psyche podía hacerlo las caricias se fundían como el magma funde al metal más sólido, sus manos cálidas rasgaban la piel como si ellas fuesen unas agujas que se incrustaran en la piel del rey y halaran con la fuerza de mil alfileres. Admirar la silueta de una mujer parecía una tarea habitual en su vida, el lienzo curvilíneo dónde abundaban los colores, los contrastes o las texturas se exponían como ambiciosas obras de arte a las que él siendo un intérprete del buen gusto adquiría sin mayor esfuerzo pero la morocha era un retoño angelical que aclamaba la desventura de un espíritu timorato, pusilánime perseguido por la calamidad y la desdicha desde una prematura infancia, el ruso de por sí se fastidiaba ante la idea de no obtener lo que pedía y cualquiera que fuese el osado en no cumplir sus caprichos recibiría un castigo ejemplar que le asegurara el recordar el nombre del autonombrado rey escocés.
La escena se congraciaba a su libido el cual aumentaba a raíz del toque femenino y erótico que envolvía a Psyche, por donde quiera que le viese sus poros emanaban la raíz de los más profundos deseos, la natural esencia del erotismo hecha mujer y el recipiente que albergaba aquella sustancia; su cuerpo incitaba a continuar con el tacto inverosímil, brusco o quizá dulce pero jamás romántico, no se permitiría llegar más allá del límite expuesto por sus propias tendencias, el corazón no tenía cabida en esas circunstancias dónde el cuerpo demandaba, dónde el apetito sexual regia aunque la conexión entre ambos fuera incomprendida por él mismo ¿Habría entonces dos animales dejándose llevar por sus propósitos? ¿Qué intereses se movían en aquellas situaciones? Placer, dinero serian las primeras respuestas pero lo cierto es que tanto Stiva como Psyche no encontraban una razón al ser, ni al qué, ni al cómo, ni al cuándo.
Persiguiéndola fijamente con la mirada insolente perdida sobre el lienzo –o cuerpo como vulgarmente se le llamase- una sonrisa ladina se volvió la única expresión en el rostro intransigente del monarca quien demandaba sólo con ella el continuar deleitándose con los movimientos de su acompañante a quien no le costaba en absoluto apostar por su sensualidad. A distancia, la fina prenda carmesí se desplomaba sobre la alfombra de la habitación formando un lecho sustancialmente tentador más aún cuando el cuerpo de la musa acaparaba las telas manejándose sobre ellas como si se tratara de una sirena dejándose llevar por las olas que rompen entre las rocas en el océano mezclando también su fragancia corporal en ellas. De pronto el impulso del instinto gobernó la conciencia del hechicero volviéndolo cada vez más visceral por lo que poniéndose de pie lentamente avanzó hasta un costado de la cortesana observando el espectáculo en dónde la gravedad acariciaba sus senos redondos y su pubis, sus piernas caían con una suavidad inescrutable así como las hebras de su cabello, inclusive Afrodita la Diosa más bella le envidiaría pues Psyche era perfecta y aparentemente virginal.
-Ay una historia en dónde un ángel fue seducido por un demonio…- explicó bajando su torso lentamente hasta dejar que sus rodillas tocasen el suelo dimitiendo una caricia sobre la rodilla izquierda de su ofrenda para luego tomarla y alzarla a la altura de su rostro –O viceversa…– sonrío tocando con sus labios la pantorrilla de la mujer interactuando con ésta y sus muslos a los que por momentos mordiscaba suavemente. No obstante sus manos continuaron trazando el camino, palpando con las yemas de sus dedos esa piel como el terciopelo en la que se expandía el calor del deseo contenido por Stiva, por otro lado su lengua insolente marcaba su recorrido explorando ávidamente cual serpiente la cúspide más perseguida por el hombre: El sexo –Sea un ángel o sea un demonio preciosa Psyche, puedas hablar o no puedas haceros, deseáis con todo vuestro ser estar poseída…vuestro cuerpo no miente- se detuvo alzando su mirada bicolor hasta el rostro de ésta expresándole su reflexión de manera desvergonzada y cínica –Tocaos para mi, toca tus senos: masajeadlos, oprimidlos, chupadlos, toca tu sexo hasta que mojéis esta tela. Os haré implorarme que me tengáis dentro.- completó petulante conteniendo con dificultad sus apetito por poseerle de una vez por todas.
sin más acción que la inocencia.
Su cuerpo era el desierto y ella el oasis, nunca unas manos habían explorado más allá de lo lícito, nunca le habían tocado de la manera en que Psyche podía hacerlo las caricias se fundían como el magma funde al metal más sólido, sus manos cálidas rasgaban la piel como si ellas fuesen unas agujas que se incrustaran en la piel del rey y halaran con la fuerza de mil alfileres. Admirar la silueta de una mujer parecía una tarea habitual en su vida, el lienzo curvilíneo dónde abundaban los colores, los contrastes o las texturas se exponían como ambiciosas obras de arte a las que él siendo un intérprete del buen gusto adquiría sin mayor esfuerzo pero la morocha era un retoño angelical que aclamaba la desventura de un espíritu timorato, pusilánime perseguido por la calamidad y la desdicha desde una prematura infancia, el ruso de por sí se fastidiaba ante la idea de no obtener lo que pedía y cualquiera que fuese el osado en no cumplir sus caprichos recibiría un castigo ejemplar que le asegurara el recordar el nombre del autonombrado rey escocés.
La escena se congraciaba a su libido el cual aumentaba a raíz del toque femenino y erótico que envolvía a Psyche, por donde quiera que le viese sus poros emanaban la raíz de los más profundos deseos, la natural esencia del erotismo hecha mujer y el recipiente que albergaba aquella sustancia; su cuerpo incitaba a continuar con el tacto inverosímil, brusco o quizá dulce pero jamás romántico, no se permitiría llegar más allá del límite expuesto por sus propias tendencias, el corazón no tenía cabida en esas circunstancias dónde el cuerpo demandaba, dónde el apetito sexual regia aunque la conexión entre ambos fuera incomprendida por él mismo ¿Habría entonces dos animales dejándose llevar por sus propósitos? ¿Qué intereses se movían en aquellas situaciones? Placer, dinero serian las primeras respuestas pero lo cierto es que tanto Stiva como Psyche no encontraban una razón al ser, ni al qué, ni al cómo, ni al cuándo.
Persiguiéndola fijamente con la mirada insolente perdida sobre el lienzo –o cuerpo como vulgarmente se le llamase- una sonrisa ladina se volvió la única expresión en el rostro intransigente del monarca quien demandaba sólo con ella el continuar deleitándose con los movimientos de su acompañante a quien no le costaba en absoluto apostar por su sensualidad. A distancia, la fina prenda carmesí se desplomaba sobre la alfombra de la habitación formando un lecho sustancialmente tentador más aún cuando el cuerpo de la musa acaparaba las telas manejándose sobre ellas como si se tratara de una sirena dejándose llevar por las olas que rompen entre las rocas en el océano mezclando también su fragancia corporal en ellas. De pronto el impulso del instinto gobernó la conciencia del hechicero volviéndolo cada vez más visceral por lo que poniéndose de pie lentamente avanzó hasta un costado de la cortesana observando el espectáculo en dónde la gravedad acariciaba sus senos redondos y su pubis, sus piernas caían con una suavidad inescrutable así como las hebras de su cabello, inclusive Afrodita la Diosa más bella le envidiaría pues Psyche era perfecta y aparentemente virginal.
-Ay una historia en dónde un ángel fue seducido por un demonio…- explicó bajando su torso lentamente hasta dejar que sus rodillas tocasen el suelo dimitiendo una caricia sobre la rodilla izquierda de su ofrenda para luego tomarla y alzarla a la altura de su rostro –O viceversa…– sonrío tocando con sus labios la pantorrilla de la mujer interactuando con ésta y sus muslos a los que por momentos mordiscaba suavemente. No obstante sus manos continuaron trazando el camino, palpando con las yemas de sus dedos esa piel como el terciopelo en la que se expandía el calor del deseo contenido por Stiva, por otro lado su lengua insolente marcaba su recorrido explorando ávidamente cual serpiente la cúspide más perseguida por el hombre: El sexo –Sea un ángel o sea un demonio preciosa Psyche, puedas hablar o no puedas haceros, deseáis con todo vuestro ser estar poseída…vuestro cuerpo no miente- se detuvo alzando su mirada bicolor hasta el rostro de ésta expresándole su reflexión de manera desvergonzada y cínica –Tocaos para mi, toca tus senos: masajeadlos, oprimidlos, chupadlos, toca tu sexo hasta que mojéis esta tela. Os haré implorarme que me tengáis dentro.- completó petulante conteniendo con dificultad sus apetito por poseerle de una vez por todas.
Stiva Záitsev- Hechicero/Realeza
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Re: Bocas Rotas {Stiva Záitsev} +18
¿Podía el magma quemarse a sí mismo? Stiva estaba a punto de averiguar aquello a través del cuerpo de la cortesana, a quien había incitado deliberadamente, sintiéndose empoderado por la omnipotencia que le entregaba su corona. Aún con sus manos vibrantes, el ruso había logrado contener los movimientos involuntarios de las mismas para transmitirle a su amante ese ferviente clamor de su cuerpo por reclamar el de ella. El historial de ambos iba acumulando atenciones cada vez más intensas y era precisamente el monarca quien marcaba el grado de acercamiento en el que ambos se sumergirían; roces traviesos en el torso que marcaron la primera alerta en su presa; besos reptando la pantorrilla quieta en el aire para elevar otras cosas; mordisqueos en los muslos que desenvolvían el ansiado presente del delirio; y ese lametón en la fuente de los principales suspiros de placer de la mujer obligaba a la misma a afirmarse en la tela sobre la cual nadaba.
Y ella cerró sus ojos con fuerza al mismo tiempo que negó con su cabeza casi con tristeza repetidamente; jamás intentaría esconder las sensaciones de su cuerpo. ¿Qué otro instrumento tenía para expresarse además de su anatomía? Nada. Por eso no apartaría la vista de los ojos de Stiva ni le cerraría las piernas para impedirle la visión de los efectos de sus caricias, porque ella también a él le quería transmitir su verdad. Incluso, si Mauvais no la hubiera hecho enfermar gravemente de su garganta para enmudecerla, ni así le mentiría; necesitaba tenerlo cerca, ¿tan difícil era entenderlo? Quería unir las piezas de su enigma y lo haría hablándole de la única manera en que podía hacerlo. Sólo así se quedaría en paz, o eso pensaba ella. ¡Pero en ningún momento osaría engañarlo!
Para que le quedara claro, antes de comenzar lo que no podría terminar hasta que a la cúspide llegara, la meretriz —aprovechando la corta distancia entre ambos— pasó su mano izquierda por el cuello del rey de Escocia y juntó su frente con la de él. Desde ahí lo miró de reojo, con una expresión que oscilaba entre la risa y el llanto sin poder diferenciar exactamente en cuál se encontraba; simplemente era vehemente. Había necesidad, devoción, pero también un ímpetu lo suficientemente fuerte como para no cambiar de parecer. Al burdel le bastaba que el acaudalado cliente se impregnara del cuerpo y esencia de la joven a tal punto que pudiera alardear al respecto. Psyche quería más; llegar al final del laberinto.
Con eso claro, la joven se volvió a recostar sobre el vestido que en un principio se le había ordenado que vistiera. Sintió entonces “ese menester” que normalmente le surgía a solas, en su habitación. Algo había querido que para esa ocasión esa necesidad tuviera lugar en la residencia del rey extranjero. Inhaló el aire estirando su cuerpo como si recién hubiera despertado, memorizó el aroma del hombre del cual desconocía si venía del cielo o del infierno, y se transportó a su mundo en una nube de su propia invención.
Alcanzó la musa su cuero cabelludo y deslizó sus dedos por las hebras de su cabello, haciéndolos descender por su cuello hasta llegar a sus pechos erguidos por la impaciencia de un cuerpo encendiéndose. Con gracia palpaba esos rosetones, primero con la suavidad de uno de sus dedos y luego con sus palmas completas. Iba apoderándose de sus montes. Cejas arqueadas, ojos iluminados, suspiros. Con Stiva observándola dar un recorrido con sus manos por sus curvas daba el doble de regocijo. Le estaba dando al rey el espectáculo que había pedido, pero a su manera.
Dentro de sus pensamientos, Psyche vio aparecer la silueta oscura e inidentificable de su amante inexistente frente a ella. Habían sido varios meses desde la última vez que lo había visto, pero todavía recordaba claramente esos besos salidos del alma; rogaba por ellos. Él existía en ella cada vez que la joven imaginaba sus manos sobre su cuerpo; su masculina anatomía sobre ella, junto a ella e incluso lejos de ella. Un suave gemido sin sonido escapó de su voluminosa boca. Se estaba acercando.
Sus largos dedos pasaron de transformar la sensible piel de su busto en montañas firmes a bajar hacia su ombligo, rodeándolo, casi atrapándolo. Fue entonces cuando su mano izquierda lentamente viajó hacia más abajo de su estómago hasta llegar a ese lugar en donde empezaban sus piernas y también algo más. Su dedo índice empezó a trazar una línea circundando su intimidad hasta que halló su clítoris palpitante y sin pudor alguno comenzó a friccionarlo de arriba abajo y hacia el otro lado. No había límites cuando estaba en su mundo. Una nueva expresión de gozo se hizo presente en su rostro, una más deseosa que la anterior. El aire que le proporcionaba una tranquila respiración se estaba haciendo insuficiente.
Psyche miró a Stiva casi suplicando cuando hizo que sus delgados dedos entraran en su interior. Estaba cálida por dentro y por fuera, por lo que no hizo esperar el momento de dar lugar a la velocidad exacta que necesitaba para que la sensación de entrar y salir quedara también impresa en el vestido bajo su carne. Sus caderas ya seguían el vaivén, y Stiva seguía ahí, siendo un cercano espectador. Por un instante, sólo por un segundo efímero, se preguntó la joven por qué el divino ser en forma de rey tenía un similor con su amante inexistente. Los gemidos eran más exagerados; no podían oírse, por lo que toda esa energía liberada salía en medio de la tensión de sus labios y del vaivén de sus caderas, buscando la luz.
De pronto, sus ojos se dilataron cuando vio a su amante, a su Eros, de pié frente a ella. Solamente era una sombra sobre el fondo blanco de su mente, una de la cual ni siquiera podía distinguir facciones, pero así y todo nadie le quitaba de la cabeza lo perfecto que era. Supo que él se sonreía en ese atractivo rostro de solo verla.
—¿Me extrañaste, Psyche? —preguntó la ilusión en su voz llena de pecado.
—Sí, para toda la eternidad —admitió la cortesana sin cesar sus placeres propios.
Él le sonrió de vuelta mientras apartaba todo en su camino hasta llegar a ella, para sentarse a su lado y derramar los cielos por el piso. Algo reventó dentro de Psyche cuando apartó la figura de su ilusión; sus labios inhalaban y exhalaban aire con la misma intensidad en que su cuerpo se volvía luminoso del incipiente sudor que adornaba su voluptuosidad. Su mirada pasaba de sumisa a fiera y… sin avisar, la muchacha dejó de tocarse para tomar a Stiva desde sus hombros y pausadamente —sin dejar de mirarlo a sus extraños ojos— tumbarlo junto a bajo ella. Lo siguiente no podría olvidarse fácilmente. Alimentada por una fuerza invisible, Psyche se posicionó en cuatro piernas sobre el rey recientemente tendido, sin tocarlo ni rozarlo; simplemente deseándolo. Le sonrió de manera cómplice antes de continuar con lo que tenía pensado hacer.
—Mi presencia aquí no será en vano. Siénteme, sólo víveme. Tú te… te pareces tanto a él. —gimoteó mentalmente al mismo tiempo que bajó sus dedos a su intimidad y retomó su labor; esta vez con mayor vigor.
Furiosamente la flor nocturna permitió que el delirio se apoderara tanto de ella como de sus centros nerviosos, y después de arquear su espalda, haciendo su cabello retirarse hacia atrás, jugos comenzaron a bajar por sus piernas morenas y contorneadas. Sus extremidades temblaban, pero no se permitía caer. No lo haría sin verlo a él en el mismo pedazo de cielo.
Y así era como Psyche emprendía vuelo hacia el cielo en las alas de su Eros, lejos de la realidad. No obstante, ella no conocía el mito de Dédalo e Ícaro, en el cual el segundo, por volar demasiado cerca del sol, había quemado sus alas y encontrado la muerte en el mar. ¿Podrían las alas de Psyche correr el mismo destino? Si resultaba ser así, podía ser que tal vez las aguas en las que cayera fueran escocesas.
Y ella cerró sus ojos con fuerza al mismo tiempo que negó con su cabeza casi con tristeza repetidamente; jamás intentaría esconder las sensaciones de su cuerpo. ¿Qué otro instrumento tenía para expresarse además de su anatomía? Nada. Por eso no apartaría la vista de los ojos de Stiva ni le cerraría las piernas para impedirle la visión de los efectos de sus caricias, porque ella también a él le quería transmitir su verdad. Incluso, si Mauvais no la hubiera hecho enfermar gravemente de su garganta para enmudecerla, ni así le mentiría; necesitaba tenerlo cerca, ¿tan difícil era entenderlo? Quería unir las piezas de su enigma y lo haría hablándole de la única manera en que podía hacerlo. Sólo así se quedaría en paz, o eso pensaba ella. ¡Pero en ningún momento osaría engañarlo!
Para que le quedara claro, antes de comenzar lo que no podría terminar hasta que a la cúspide llegara, la meretriz —aprovechando la corta distancia entre ambos— pasó su mano izquierda por el cuello del rey de Escocia y juntó su frente con la de él. Desde ahí lo miró de reojo, con una expresión que oscilaba entre la risa y el llanto sin poder diferenciar exactamente en cuál se encontraba; simplemente era vehemente. Había necesidad, devoción, pero también un ímpetu lo suficientemente fuerte como para no cambiar de parecer. Al burdel le bastaba que el acaudalado cliente se impregnara del cuerpo y esencia de la joven a tal punto que pudiera alardear al respecto. Psyche quería más; llegar al final del laberinto.
Con eso claro, la joven se volvió a recostar sobre el vestido que en un principio se le había ordenado que vistiera. Sintió entonces “ese menester” que normalmente le surgía a solas, en su habitación. Algo había querido que para esa ocasión esa necesidad tuviera lugar en la residencia del rey extranjero. Inhaló el aire estirando su cuerpo como si recién hubiera despertado, memorizó el aroma del hombre del cual desconocía si venía del cielo o del infierno, y se transportó a su mundo en una nube de su propia invención.
Alcanzó la musa su cuero cabelludo y deslizó sus dedos por las hebras de su cabello, haciéndolos descender por su cuello hasta llegar a sus pechos erguidos por la impaciencia de un cuerpo encendiéndose. Con gracia palpaba esos rosetones, primero con la suavidad de uno de sus dedos y luego con sus palmas completas. Iba apoderándose de sus montes. Cejas arqueadas, ojos iluminados, suspiros. Con Stiva observándola dar un recorrido con sus manos por sus curvas daba el doble de regocijo. Le estaba dando al rey el espectáculo que había pedido, pero a su manera.
Dentro de sus pensamientos, Psyche vio aparecer la silueta oscura e inidentificable de su amante inexistente frente a ella. Habían sido varios meses desde la última vez que lo había visto, pero todavía recordaba claramente esos besos salidos del alma; rogaba por ellos. Él existía en ella cada vez que la joven imaginaba sus manos sobre su cuerpo; su masculina anatomía sobre ella, junto a ella e incluso lejos de ella. Un suave gemido sin sonido escapó de su voluminosa boca. Se estaba acercando.
Sus largos dedos pasaron de transformar la sensible piel de su busto en montañas firmes a bajar hacia su ombligo, rodeándolo, casi atrapándolo. Fue entonces cuando su mano izquierda lentamente viajó hacia más abajo de su estómago hasta llegar a ese lugar en donde empezaban sus piernas y también algo más. Su dedo índice empezó a trazar una línea circundando su intimidad hasta que halló su clítoris palpitante y sin pudor alguno comenzó a friccionarlo de arriba abajo y hacia el otro lado. No había límites cuando estaba en su mundo. Una nueva expresión de gozo se hizo presente en su rostro, una más deseosa que la anterior. El aire que le proporcionaba una tranquila respiración se estaba haciendo insuficiente.
Psyche miró a Stiva casi suplicando cuando hizo que sus delgados dedos entraran en su interior. Estaba cálida por dentro y por fuera, por lo que no hizo esperar el momento de dar lugar a la velocidad exacta que necesitaba para que la sensación de entrar y salir quedara también impresa en el vestido bajo su carne. Sus caderas ya seguían el vaivén, y Stiva seguía ahí, siendo un cercano espectador. Por un instante, sólo por un segundo efímero, se preguntó la joven por qué el divino ser en forma de rey tenía un similor con su amante inexistente. Los gemidos eran más exagerados; no podían oírse, por lo que toda esa energía liberada salía en medio de la tensión de sus labios y del vaivén de sus caderas, buscando la luz.
De pronto, sus ojos se dilataron cuando vio a su amante, a su Eros, de pié frente a ella. Solamente era una sombra sobre el fondo blanco de su mente, una de la cual ni siquiera podía distinguir facciones, pero así y todo nadie le quitaba de la cabeza lo perfecto que era. Supo que él se sonreía en ese atractivo rostro de solo verla.
—¿Me extrañaste, Psyche? —preguntó la ilusión en su voz llena de pecado.
—Sí, para toda la eternidad —admitió la cortesana sin cesar sus placeres propios.
Él le sonrió de vuelta mientras apartaba todo en su camino hasta llegar a ella, para sentarse a su lado y derramar los cielos por el piso. Algo reventó dentro de Psyche cuando apartó la figura de su ilusión; sus labios inhalaban y exhalaban aire con la misma intensidad en que su cuerpo se volvía luminoso del incipiente sudor que adornaba su voluptuosidad. Su mirada pasaba de sumisa a fiera y… sin avisar, la muchacha dejó de tocarse para tomar a Stiva desde sus hombros y pausadamente —sin dejar de mirarlo a sus extraños ojos— tumbarlo junto a bajo ella. Lo siguiente no podría olvidarse fácilmente. Alimentada por una fuerza invisible, Psyche se posicionó en cuatro piernas sobre el rey recientemente tendido, sin tocarlo ni rozarlo; simplemente deseándolo. Le sonrió de manera cómplice antes de continuar con lo que tenía pensado hacer.
—Mi presencia aquí no será en vano. Siénteme, sólo víveme. Tú te… te pareces tanto a él. —gimoteó mentalmente al mismo tiempo que bajó sus dedos a su intimidad y retomó su labor; esta vez con mayor vigor.
Furiosamente la flor nocturna permitió que el delirio se apoderara tanto de ella como de sus centros nerviosos, y después de arquear su espalda, haciendo su cabello retirarse hacia atrás, jugos comenzaron a bajar por sus piernas morenas y contorneadas. Sus extremidades temblaban, pero no se permitía caer. No lo haría sin verlo a él en el mismo pedazo de cielo.
Y así era como Psyche emprendía vuelo hacia el cielo en las alas de su Eros, lejos de la realidad. No obstante, ella no conocía el mito de Dédalo e Ícaro, en el cual el segundo, por volar demasiado cerca del sol, había quemado sus alas y encontrado la muerte en el mar. ¿Podrían las alas de Psyche correr el mismo destino? Si resultaba ser así, podía ser que tal vez las aguas en las que cayera fueran escocesas.
Psyche- Prostituta Clase Baja
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Odiemos y amemos a través del tiempo imperturbable,
ante nosotros yace, interminable, lo eterno,
nuestras almas son amor y un adiós perpetuo
Era el fuego lo que los consumía a los dos, un fuego que vuelve hasta las cenizas los cuerpos que se introduzcan en el, los brazos del rey eran como dos llamas abrazadoras que consumían a cualquier cuerpo que estuviera entre ellos y el cuerpo de Psyche parecía un objetivo perfecto para guiarle sobre su cauce hasta calcinarle por entero. La escena le brindaba a Stiva lo sumergida que se encontraba en el placer autoimpuesto por la exploración de la musa, su cuerpo a simple vista se retorcía declamando el éxtasis en el que se encontraba, cada caricia era para él una acierto para su ego pues la mujer se complacía y por lo tanto a él también ¿Pero qué había detrás de aquella mirada inquisidora que con morbo recorría el cuerpo de la chica? El infierno. Un infierno que sólo él había tenido la oportunidad de visitar y tocar con sus propias manos, había ido y vuelto de él como si fuese un demonio más, pero aquello sólo era el camuflaje de su indescriptible personalidad.
No era el placer el completo final de la llegada de Psyche, no, otras eran las razones.
Los gemidos sofocados en su garganta para muchos no congraciaban precisamente como el placer o la excitación de una mujer conteniéndose al goce de sus atributos explorados disfrutando de la calidez de su sexo, pero para él era la victoria misma de ver que sin sus manos ella podía realizar sus menesteres. Entonces su hombros acogieron su atención pero la mirada bicolor del señor de Escocia se enfocaba nada más en la de ella, la suya siempre bravía y dominante le siguió dejándose atrapar ante la ocasión, los cabellos caían sobre su rostro como un cúmulo de helechos perfumados. Posicionada sobre él y sin tocarlo en absoluto como era debido el clímax llegaba hasta sus mejillas enrojeciendolas, el sopor de la natural complacencia llenaba cada parte del cuerpo de Psyche ellas temblaban ante la imposibilidad de no caer en el regazo del demandante rey.
Fue entonces que decidió por fin participar en el juego, llevando sus ambas manos hasta el inicio de sus ropas las alzó para despojarse de ellas dejando así su torso marcado y varonil totalmente al descubierto ¿por qué no dejar que la joven le desnudara? Limites. Sencillos –aparentemente- y reservados limites de confidencia que habría de ganarse ¿cómo? Ni él mismo lo sabía, no estaba en su naturaleza habitual preocuparse en el cómo ni en él cuando, para el monarca era suficiente con recibir lo que pedía –si habría algún exceso que recurriera a su vida ese sólo sería sí mismo- nuevamente alcanzó con sus extremidades las piernas en la cortesana a las que sin preludio les indagó comenzando desde sus rodillas hasta los demarcados muslos de ésta.
De pronto una especie de conexión se volcó contra ambos ¿qué era lo que a Psyche le volvía extrañamente diferente a las demás? Acaso era esa dulzura incontenible que salía de los poros de su piel o era la pasión que transmitiría cuando se volviera completamente suya. Cuando sus cabellos morenos se extendían sobre el suelo como las aguas oscuras del océano o sus labios carnosos que se entreabrían dejando escapar los gimoteos de su esencia. Era la mezcla del erotismo y el placer envuelta en un solo cuerpo que deseaba a toda costa poseer. En el camino a su inexplorado cuerpo –para él- se abrió paso entre sus muslos levantando su espalda del suelo filtrándose entre ella, así como se cuela el agua entre las rocas, su piel ardía, su torso ardía. Y repentinamente sus brazos le rodearon la cintura atrayéndonos con una fuerza imperiosa de sometimiento, y con la seductora intensión de acallar los suspiros selló el pacto entre los dos atrapando sus labios con los suyos.
Por segunda vez en aquella noche ponía el sabor de la mujer en su boca, no obstante el breve ósculo en sus labios se prolongo a través de su barbilla en la que se detuvo para entregar una suave mordida que aseveraba el dominio fiero que tenia sobre ella; el cordero, una carne que devoraría sin contenciones, continuó entonces beso tras beso dejando en su recorrido el sello de la bestia. Su cuello, por otro lado, esa hoja de doble filo le auscultó con la lengua detenidamente en silencio como si se tratase de un delicioso manjar que paladear, a lo que estrujándole la espalda destinó su camino hasta los dos suaves montes que descollaban de su pecho sumergiéndose en la exploración de estos atrapó con sus dientes uno de sus pezones alargándoles pequeños mordiscos y caricias con la cumbre de su lengua -Os a acabado el tiempo para huir…- señaló omnipotente a la morocha alzando la mirada al rostro de la damisela para no perder de vista sus gestos o reacciones consecuentes a sus faenas, no obstante, luego del roce y la sensaciones producidas entre los dos cuerpos el abultamiento en su entrepierna comienza a manifestar el deseo que conserva por poseerla.
ante nosotros yace, interminable, lo eterno,
nuestras almas son amor y un adiós perpetuo
Era el fuego lo que los consumía a los dos, un fuego que vuelve hasta las cenizas los cuerpos que se introduzcan en el, los brazos del rey eran como dos llamas abrazadoras que consumían a cualquier cuerpo que estuviera entre ellos y el cuerpo de Psyche parecía un objetivo perfecto para guiarle sobre su cauce hasta calcinarle por entero. La escena le brindaba a Stiva lo sumergida que se encontraba en el placer autoimpuesto por la exploración de la musa, su cuerpo a simple vista se retorcía declamando el éxtasis en el que se encontraba, cada caricia era para él una acierto para su ego pues la mujer se complacía y por lo tanto a él también ¿Pero qué había detrás de aquella mirada inquisidora que con morbo recorría el cuerpo de la chica? El infierno. Un infierno que sólo él había tenido la oportunidad de visitar y tocar con sus propias manos, había ido y vuelto de él como si fuese un demonio más, pero aquello sólo era el camuflaje de su indescriptible personalidad.
No era el placer el completo final de la llegada de Psyche, no, otras eran las razones.
Los gemidos sofocados en su garganta para muchos no congraciaban precisamente como el placer o la excitación de una mujer conteniéndose al goce de sus atributos explorados disfrutando de la calidez de su sexo, pero para él era la victoria misma de ver que sin sus manos ella podía realizar sus menesteres. Entonces su hombros acogieron su atención pero la mirada bicolor del señor de Escocia se enfocaba nada más en la de ella, la suya siempre bravía y dominante le siguió dejándose atrapar ante la ocasión, los cabellos caían sobre su rostro como un cúmulo de helechos perfumados. Posicionada sobre él y sin tocarlo en absoluto como era debido el clímax llegaba hasta sus mejillas enrojeciendolas, el sopor de la natural complacencia llenaba cada parte del cuerpo de Psyche ellas temblaban ante la imposibilidad de no caer en el regazo del demandante rey.
Fue entonces que decidió por fin participar en el juego, llevando sus ambas manos hasta el inicio de sus ropas las alzó para despojarse de ellas dejando así su torso marcado y varonil totalmente al descubierto ¿por qué no dejar que la joven le desnudara? Limites. Sencillos –aparentemente- y reservados limites de confidencia que habría de ganarse ¿cómo? Ni él mismo lo sabía, no estaba en su naturaleza habitual preocuparse en el cómo ni en él cuando, para el monarca era suficiente con recibir lo que pedía –si habría algún exceso que recurriera a su vida ese sólo sería sí mismo- nuevamente alcanzó con sus extremidades las piernas en la cortesana a las que sin preludio les indagó comenzando desde sus rodillas hasta los demarcados muslos de ésta.
De pronto una especie de conexión se volcó contra ambos ¿qué era lo que a Psyche le volvía extrañamente diferente a las demás? Acaso era esa dulzura incontenible que salía de los poros de su piel o era la pasión que transmitiría cuando se volviera completamente suya. Cuando sus cabellos morenos se extendían sobre el suelo como las aguas oscuras del océano o sus labios carnosos que se entreabrían dejando escapar los gimoteos de su esencia. Era la mezcla del erotismo y el placer envuelta en un solo cuerpo que deseaba a toda costa poseer. En el camino a su inexplorado cuerpo –para él- se abrió paso entre sus muslos levantando su espalda del suelo filtrándose entre ella, así como se cuela el agua entre las rocas, su piel ardía, su torso ardía. Y repentinamente sus brazos le rodearon la cintura atrayéndonos con una fuerza imperiosa de sometimiento, y con la seductora intensión de acallar los suspiros selló el pacto entre los dos atrapando sus labios con los suyos.
Por segunda vez en aquella noche ponía el sabor de la mujer en su boca, no obstante el breve ósculo en sus labios se prolongo a través de su barbilla en la que se detuvo para entregar una suave mordida que aseveraba el dominio fiero que tenia sobre ella; el cordero, una carne que devoraría sin contenciones, continuó entonces beso tras beso dejando en su recorrido el sello de la bestia. Su cuello, por otro lado, esa hoja de doble filo le auscultó con la lengua detenidamente en silencio como si se tratase de un delicioso manjar que paladear, a lo que estrujándole la espalda destinó su camino hasta los dos suaves montes que descollaban de su pecho sumergiéndose en la exploración de estos atrapó con sus dientes uno de sus pezones alargándoles pequeños mordiscos y caricias con la cumbre de su lengua -Os a acabado el tiempo para huir…- señaló omnipotente a la morocha alzando la mirada al rostro de la damisela para no perder de vista sus gestos o reacciones consecuentes a sus faenas, no obstante, luego del roce y la sensaciones producidas entre los dos cuerpos el abultamiento en su entrepierna comienza a manifestar el deseo que conserva por poseerla.
Stiva Záitsev- Hechicero/Realeza
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Re: Bocas Rotas {Stiva Záitsev} +18
Los labios de Psyche buscaban el aire, sin saber si suspiraba por la deliberada intromisión de Stiva sobre su cuerpo o por la necesidad de volver a respirar. El rey le negaba el oxígeno, obedeciendo únicamente a sus impulsos. El ángel se quemaba, y lo peor de todo era que ni siquiera se daba cuenta de su desvanecer; el sol chamuscaría sus alas, caería al mar, e incluso sería arrastrada hacia la orilla. Todo eso pasaba a segundo plano, porque si fuera por ella se quedaría siempre imaginando, fogosa por la ilusión de descubrir de dónde provenía aquel ser divino prohibido. Sí, a eso sabían sus labios, a prohibido, a pesar de que él había sido quien la había llamado.
Correspondía sus besos como si estuviera buscando el aire faltante en sus labios, pero en realidad estaba indagándolo todo. Oh, quería saber, quería conocer quién era ese ser al que identificaba como divino. Al menos esperaba que tocándolo sabría de qué estaba hecho. Era real, pero ¿por qué sabía a fantasía? Ese ardor en los labios que apretaba su corazón con salvajismo no provenía de ningún ángel que conociera, pero parecía uno. Estaba confundida, sumida en la más exquisito desconcierto en el que hubiera estado inmersa jamás.
Era más, aquel ángel o lo que fuera que fuese, estaba paulatinamente atravesando una barrera prohibida. Para Psyche solamente existía su Eros en algún lugar inubicable del mundo y los ángeles que a ella acudían. Si Stiva no era un ángel, ¿entonces qué? La morena no sabía cómo debía sentirse respecto a él, pero ya lo estaba sintiendo.
—¿Quién eres tú? Podrías ser cualquier cosa, pero ninguna me besaría así. ¿Qué es?, ¿me lo dirás?, ¿lo sabré? Dime al menos que te encontraré, dímelo porque yo no puedo preguntártelo. Dímelo o de otra harás forma que me odie por ser muda con la misma intensidad con que me besas —suplicaba con cada gesto, cada suspiro que la acompañaba a incendiar el lecho.
Aferraba sus manos la joven a la cabeza del monarca con suavidad, pero con firmeza, temiendo que se fuera a derretir entre sus dedos cuando era ella la que hacía su cabeza hacia atrás, desvaneciéndose ya no solamente dentro de su nube, sino que en la de Stiva también. Harían una tormenta. A Stiva se le estaba haciendo difícil retener sus deseos de poseer a la mujer de la cual nada sabía y a Psyche las sensaciones le estaban quitando una a una las facultades que tenía sobre sí misma; se tapaba la boca, se tapaba los ojos, se acariciaba el rostro por completo una y otra vez. Fue poco lo que pudo mantenerse así, porque sorpresivamente el misterioso ser atrapó uno de sus pezones como si se tratara de fruta madura, haciéndola aferrarse a él y separar sus labios en un gemido sin voz. Las piernas de la mujer querían aferrarse a las del rey, ya que todo lo demás estaba en contacto. Sólo faltaba enredarse en sus extremidades antes de perderse en las sábanas. Por el momento se contentaba con mantenerse en ese abrazo que hacía evidente para ambos el calor acumulado en sus intimidades.
Los ojos de Psyche se clavaron en los de él, nadando esta vez en la complicidad más que en la sumisión. Así era, ya no se podía huir, y no importaba que la puerta estuviera a unos pasos, porque ella misma la había cerrado sellando su destino y el de Stiva, y por eso no temía lo que pudiera pasar. Por eso se sonrió la joven casi con gentileza cuando asintió ante el rey, queriendo comunicarle que aceptaba todo lo que vendría, aunque pudiera condenarlos a ambos. Acto seguido, llevó una de sus manos delicadamente al labio de inferior de Stiva, masajeándolo en un tacto que dejaba entrever que no solamente “estaba bien” continuar, sino que además lo deseaba. Que el cielo la perdonara, o que simplemente no lo hiciera y la dejara arder con él. Sí, con él.
—Tienes razón. Se acabó el tiempo, pero… —dio una mirada rápida hacia a la puerta antes de volver su vista al hombre frente a ella— …no sé si para huir. Pero no te preocupes —se sonrió inocentemente al mismo tiempo que acarició la frente del rey— Yo cuidaré de ti hasta que encuentres tu lugar.
Y se acercó la cortesana que irónicamente no sabía venderse por dinero. Se abrazó a Stiva depositando un beso sobre su pecho caliente antes de verlo a los ojos benignamente antes de continuar. Era como si tratara de que confiara en ella de alguna manera, que en sus manos hallaría la paz y en su cuerpo todo menos descanso. Entonces desde ese punto comenzó a bajar dejando una línea de besos, pasando por sus abdominales mientras acariciaba la cintura del brujo hasta detenerse cuando llegó a su pantalón. Sentía a través de la ropa calor, además de la evidencia de su erección. Sin pudor Psyche comenzó a acariciarlo sobre la tela, comprobando gustosa su dureza. Quería hacerlo gemir, era una adicción que ella tenía de escuchar ese llamado de la sensualidad, sentir que podía hacerlo sentir de esa forma.
Se sentía como un afrodisíaco mental contra su mano a pesar de la barrera de la prenda, porque además de contagiarle su temperatura corporal, se imaginaba cómo lo sentiría a él tras ese obstáculo tan insignificante y tan molesto. Entonces con movimientos pausados se atrevió a ingresar su mano derecho dentro de su guarida, haciendo contacto con la piel más íntima de Stiva, acariciando sin prisa, para memorizar los gestos de su amante ruso. Cuando estuviera sola nuevamente, reviviría su rostro y escucharía nuevamente sus gimoteos en su oído tan fuerte y preciso como el grito antes de llegar al éxtasis. Así lo viviría por siempre.
Pensaba Psyche con ojos temblorosos que Stiva se veía hermoso bajo su tacto y peligroso también, al igual que las olas que la habían visto crecer. Como no sabía de peligros, sino solamente de belleza, bajó lo suficiente la prenda para liberar el falo del monarca, irguiéndose al instante. Esta vez fue ella quien se llevó una de sus manos a su boca para humedecer su índice con un beso. No lo pensó y palpando primeramente la punta del miembro de Stiva con su dedo recientemente humedecido, bajó su mano por completo para comenzar a masturbarlo. Primero lento, viajando desde su base hasta la punta y pasando su propio tibio aliento para estimularlo en todas sus regiones, queriendo explorar cada una de ellas, y luego irregular, frenética, impulsiva.
Lo miraba y lo miraba, y todavía no encontraba quién era él. ¿La verdad? Quería hacerlo disfrutar; ¿la verdad incómoda? Que el que fuera un ángel o no, había pasado a segundo plano.
Correspondía sus besos como si estuviera buscando el aire faltante en sus labios, pero en realidad estaba indagándolo todo. Oh, quería saber, quería conocer quién era ese ser al que identificaba como divino. Al menos esperaba que tocándolo sabría de qué estaba hecho. Era real, pero ¿por qué sabía a fantasía? Ese ardor en los labios que apretaba su corazón con salvajismo no provenía de ningún ángel que conociera, pero parecía uno. Estaba confundida, sumida en la más exquisito desconcierto en el que hubiera estado inmersa jamás.
Era más, aquel ángel o lo que fuera que fuese, estaba paulatinamente atravesando una barrera prohibida. Para Psyche solamente existía su Eros en algún lugar inubicable del mundo y los ángeles que a ella acudían. Si Stiva no era un ángel, ¿entonces qué? La morena no sabía cómo debía sentirse respecto a él, pero ya lo estaba sintiendo.
—¿Quién eres tú? Podrías ser cualquier cosa, pero ninguna me besaría así. ¿Qué es?, ¿me lo dirás?, ¿lo sabré? Dime al menos que te encontraré, dímelo porque yo no puedo preguntártelo. Dímelo o de otra harás forma que me odie por ser muda con la misma intensidad con que me besas —suplicaba con cada gesto, cada suspiro que la acompañaba a incendiar el lecho.
Aferraba sus manos la joven a la cabeza del monarca con suavidad, pero con firmeza, temiendo que se fuera a derretir entre sus dedos cuando era ella la que hacía su cabeza hacia atrás, desvaneciéndose ya no solamente dentro de su nube, sino que en la de Stiva también. Harían una tormenta. A Stiva se le estaba haciendo difícil retener sus deseos de poseer a la mujer de la cual nada sabía y a Psyche las sensaciones le estaban quitando una a una las facultades que tenía sobre sí misma; se tapaba la boca, se tapaba los ojos, se acariciaba el rostro por completo una y otra vez. Fue poco lo que pudo mantenerse así, porque sorpresivamente el misterioso ser atrapó uno de sus pezones como si se tratara de fruta madura, haciéndola aferrarse a él y separar sus labios en un gemido sin voz. Las piernas de la mujer querían aferrarse a las del rey, ya que todo lo demás estaba en contacto. Sólo faltaba enredarse en sus extremidades antes de perderse en las sábanas. Por el momento se contentaba con mantenerse en ese abrazo que hacía evidente para ambos el calor acumulado en sus intimidades.
Os ha acabado el tiempo para huir.
Los ojos de Psyche se clavaron en los de él, nadando esta vez en la complicidad más que en la sumisión. Así era, ya no se podía huir, y no importaba que la puerta estuviera a unos pasos, porque ella misma la había cerrado sellando su destino y el de Stiva, y por eso no temía lo que pudiera pasar. Por eso se sonrió la joven casi con gentileza cuando asintió ante el rey, queriendo comunicarle que aceptaba todo lo que vendría, aunque pudiera condenarlos a ambos. Acto seguido, llevó una de sus manos delicadamente al labio de inferior de Stiva, masajeándolo en un tacto que dejaba entrever que no solamente “estaba bien” continuar, sino que además lo deseaba. Que el cielo la perdonara, o que simplemente no lo hiciera y la dejara arder con él. Sí, con él.
—Tienes razón. Se acabó el tiempo, pero… —dio una mirada rápida hacia a la puerta antes de volver su vista al hombre frente a ella— …no sé si para huir. Pero no te preocupes —se sonrió inocentemente al mismo tiempo que acarició la frente del rey— Yo cuidaré de ti hasta que encuentres tu lugar.
Y se acercó la cortesana que irónicamente no sabía venderse por dinero. Se abrazó a Stiva depositando un beso sobre su pecho caliente antes de verlo a los ojos benignamente antes de continuar. Era como si tratara de que confiara en ella de alguna manera, que en sus manos hallaría la paz y en su cuerpo todo menos descanso. Entonces desde ese punto comenzó a bajar dejando una línea de besos, pasando por sus abdominales mientras acariciaba la cintura del brujo hasta detenerse cuando llegó a su pantalón. Sentía a través de la ropa calor, además de la evidencia de su erección. Sin pudor Psyche comenzó a acariciarlo sobre la tela, comprobando gustosa su dureza. Quería hacerlo gemir, era una adicción que ella tenía de escuchar ese llamado de la sensualidad, sentir que podía hacerlo sentir de esa forma.
Se sentía como un afrodisíaco mental contra su mano a pesar de la barrera de la prenda, porque además de contagiarle su temperatura corporal, se imaginaba cómo lo sentiría a él tras ese obstáculo tan insignificante y tan molesto. Entonces con movimientos pausados se atrevió a ingresar su mano derecho dentro de su guarida, haciendo contacto con la piel más íntima de Stiva, acariciando sin prisa, para memorizar los gestos de su amante ruso. Cuando estuviera sola nuevamente, reviviría su rostro y escucharía nuevamente sus gimoteos en su oído tan fuerte y preciso como el grito antes de llegar al éxtasis. Así lo viviría por siempre.
Pensaba Psyche con ojos temblorosos que Stiva se veía hermoso bajo su tacto y peligroso también, al igual que las olas que la habían visto crecer. Como no sabía de peligros, sino solamente de belleza, bajó lo suficiente la prenda para liberar el falo del monarca, irguiéndose al instante. Esta vez fue ella quien se llevó una de sus manos a su boca para humedecer su índice con un beso. No lo pensó y palpando primeramente la punta del miembro de Stiva con su dedo recientemente humedecido, bajó su mano por completo para comenzar a masturbarlo. Primero lento, viajando desde su base hasta la punta y pasando su propio tibio aliento para estimularlo en todas sus regiones, queriendo explorar cada una de ellas, y luego irregular, frenética, impulsiva.
Lo miraba y lo miraba, y todavía no encontraba quién era él. ¿La verdad? Quería hacerlo disfrutar; ¿la verdad incómoda? Que el que fuera un ángel o no, había pasado a segundo plano.
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Re: Bocas Rotas {Stiva Záitsev} +18
¿En el cielo tendría que morir?
Prefería mil veces el infierno, en dónde la piel se quemaba con otra, en dónde el pecado estaba a la orden del día, disfrutaba desgarrando las entrañas de las mujeres más hermosas y las no tan agraciadas –mientras hubiese fortuna de por medio- ¿Qué era el cuerpo femenino si no un templo en el cual descansar? Pero el de Psyche incitaba a pecar una y otra vez-a olvidar sus faenas narcisistas y egoístas aunque sea un poco- no le rendía tributo a ninguna diosa ¿o sí? Los resoplidos de sus labios carnosos lo mataban de ansias, se acercaban a la ambrosía; fruta de los dioses y si ella no lo era sin duda tenía una semejanza exquisita. El ruso, por otra parte no se arrepentía de su elección la piel se encendía, se electrificaban como dos choques insólitos de energía, dos imanes distintos que se atraían fuertemente entre sí, un gusto prohibido que habría de probar todas las veces que fueren necesario, nada se le negaba al rey. Fue entonces que sus manos se enredaron con fuerza sobre su cintura esta vez hasta la altura de su espalda media la cual promovió con una caricia alargada y sensual sintiendo la calidez de su piel o el suave terciopelo que la comprendía –era suya- . Al tacto podía sentir como se erizaba estremeciéndola, removiéndole de cualquier estado mental, resultaba imposible no darse cuenta de la sensación cuando atrapó por primera vez uno de sus pezones entre sus labios y escucharla aturdida entre los gimoteos sofocados le avivó una vez más.
Sin embargo, el tiempo ahí no se detenía mucho menos Psyche, la sensación de sus cabellos sobre el abdomen del hechicero le devolvió al tiempo exacto en que ésta de disponía a continuar con su trabajo ¿o era su cuerpo el que respondía al suyo por instinto? Ahí sus miradas se cruzaron como una de tantas veces no obstante atisbó el brillo del deseo en el que la mujer se sumergía, sus iris bicolor se dilataron al presenciar los rasgos del cordero anhelando en ser devorado, imploraba con estruendo ser desencadenada de su reciente prisión ¿a qué maldición se debía aquella impresión tan extraña de volverla suya incontables veces como fuera necesario? Y peor aún ¿Qué demonios sucedía si alguien más tocase su cuerpo? Desde entonces era suya y de nadie más, desde ese momento la acogería en su brazos para no soltarle entre sus garras permanecería hasta que muerta estuviera para liberarla -y aún tenía dudas- sonrió ladino cuando la imaginó escrupulosamente entre sus sabanas, el infierno volvería cada noche o cada día no importaba, Stiva era lo suficientemente astuto como para mantenerle contra su voluntad pero en ello no estaba el desafío.
En ese momento cuando fantaseaba con las posibilidades, el cuerpo de la cortesana se volvió fuego, de ese mismo fuego que consumía todo lo que se encontrara en el camino, ese que estaba en las profundidades del averno.
El roce con su miembro le hizo retorcer su espalda hasta el suelo volviéndose a relajar sobre este, al tacto ardía piel con piel, era un calor que abrazaba y a medida que se intensificaba se volvía todavía más placentero, sin embargo, se oponía a demostrar cualquier clase de señal que evidenciara su excitación el autocontrol del actual soberano de Escocia podía notarse milimétricamente ahí es dónde residía su perversidad del goce mundano, la inquietud de sentirse explorado era palpada y los limites finalmente aparecían, fuera quien fuera Stiva tenía una regla fundamental en la que solo él mandaba por lo que la cortesana se tomaba la libertad de sobrepasarle…pero él accedía gozoso -Tenéis el encanto de una hábil hechicera…Psyche-interrumpió el silencio inquisitivo entre ambos justo en el instante en que ésta comenzaba a masturbarle la escena provocó un rotundo vuelco en el rey, el sobresalto que hace ya bastante tiempo atrás no sentía invadirle o satisfacerle en lo absoluto. Su miembro por otra parte a medida que era palpado por la cortesana se volvía gradualmente más erguido obteniendo todavía más grosor mientras que interiormente el corazón del monarca bombeaba la sangre al ritmo de su respiración entregándose a las caricias previas del cordero. Fue en ese momento que una idea surcó por su cabeza -Tomadlo con ambas manos…- ordenó sin pudor alguno conteniendo la respiración como si éste conociera perfectamente bien de que se trataba aquel acto que estaría por consumarse -y tragadlo…preciosa Psyche…- advirtió inclinándose lentamente hacia ella para tomarle de los cabellos con suavidad, de tal forma en la que se trata a una frágil muñeca de porcelana. No obstante él la miraba de una manera distinta, de la forma en que se desea devorar a la presa más delicada habida y por haber.
Prefería mil veces el infierno, en dónde la piel se quemaba con otra, en dónde el pecado estaba a la orden del día, disfrutaba desgarrando las entrañas de las mujeres más hermosas y las no tan agraciadas –mientras hubiese fortuna de por medio- ¿Qué era el cuerpo femenino si no un templo en el cual descansar? Pero el de Psyche incitaba a pecar una y otra vez-a olvidar sus faenas narcisistas y egoístas aunque sea un poco- no le rendía tributo a ninguna diosa ¿o sí? Los resoplidos de sus labios carnosos lo mataban de ansias, se acercaban a la ambrosía; fruta de los dioses y si ella no lo era sin duda tenía una semejanza exquisita. El ruso, por otra parte no se arrepentía de su elección la piel se encendía, se electrificaban como dos choques insólitos de energía, dos imanes distintos que se atraían fuertemente entre sí, un gusto prohibido que habría de probar todas las veces que fueren necesario, nada se le negaba al rey. Fue entonces que sus manos se enredaron con fuerza sobre su cintura esta vez hasta la altura de su espalda media la cual promovió con una caricia alargada y sensual sintiendo la calidez de su piel o el suave terciopelo que la comprendía –era suya- . Al tacto podía sentir como se erizaba estremeciéndola, removiéndole de cualquier estado mental, resultaba imposible no darse cuenta de la sensación cuando atrapó por primera vez uno de sus pezones entre sus labios y escucharla aturdida entre los gimoteos sofocados le avivó una vez más.
Sin embargo, el tiempo ahí no se detenía mucho menos Psyche, la sensación de sus cabellos sobre el abdomen del hechicero le devolvió al tiempo exacto en que ésta de disponía a continuar con su trabajo ¿o era su cuerpo el que respondía al suyo por instinto? Ahí sus miradas se cruzaron como una de tantas veces no obstante atisbó el brillo del deseo en el que la mujer se sumergía, sus iris bicolor se dilataron al presenciar los rasgos del cordero anhelando en ser devorado, imploraba con estruendo ser desencadenada de su reciente prisión ¿a qué maldición se debía aquella impresión tan extraña de volverla suya incontables veces como fuera necesario? Y peor aún ¿Qué demonios sucedía si alguien más tocase su cuerpo? Desde entonces era suya y de nadie más, desde ese momento la acogería en su brazos para no soltarle entre sus garras permanecería hasta que muerta estuviera para liberarla -y aún tenía dudas- sonrió ladino cuando la imaginó escrupulosamente entre sus sabanas, el infierno volvería cada noche o cada día no importaba, Stiva era lo suficientemente astuto como para mantenerle contra su voluntad pero en ello no estaba el desafío.
En ese momento cuando fantaseaba con las posibilidades, el cuerpo de la cortesana se volvió fuego, de ese mismo fuego que consumía todo lo que se encontrara en el camino, ese que estaba en las profundidades del averno.
El roce con su miembro le hizo retorcer su espalda hasta el suelo volviéndose a relajar sobre este, al tacto ardía piel con piel, era un calor que abrazaba y a medida que se intensificaba se volvía todavía más placentero, sin embargo, se oponía a demostrar cualquier clase de señal que evidenciara su excitación el autocontrol del actual soberano de Escocia podía notarse milimétricamente ahí es dónde residía su perversidad del goce mundano, la inquietud de sentirse explorado era palpada y los limites finalmente aparecían, fuera quien fuera Stiva tenía una regla fundamental en la que solo él mandaba por lo que la cortesana se tomaba la libertad de sobrepasarle…pero él accedía gozoso -Tenéis el encanto de una hábil hechicera…Psyche-interrumpió el silencio inquisitivo entre ambos justo en el instante en que ésta comenzaba a masturbarle la escena provocó un rotundo vuelco en el rey, el sobresalto que hace ya bastante tiempo atrás no sentía invadirle o satisfacerle en lo absoluto. Su miembro por otra parte a medida que era palpado por la cortesana se volvía gradualmente más erguido obteniendo todavía más grosor mientras que interiormente el corazón del monarca bombeaba la sangre al ritmo de su respiración entregándose a las caricias previas del cordero. Fue en ese momento que una idea surcó por su cabeza -Tomadlo con ambas manos…- ordenó sin pudor alguno conteniendo la respiración como si éste conociera perfectamente bien de que se trataba aquel acto que estaría por consumarse -y tragadlo…preciosa Psyche…- advirtió inclinándose lentamente hacia ella para tomarle de los cabellos con suavidad, de tal forma en la que se trata a una frágil muñeca de porcelana. No obstante él la miraba de una manera distinta, de la forma en que se desea devorar a la presa más delicada habida y por haber.
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Re: Bocas Rotas {Stiva Záitsev} +18
Las lisonjeras alabanzas que Stiva mezcló con esos escarceos, contribuyeron no poco a sobornar la pasividad de Psyche, y como ésta no conocía el mal, no temió conducir sus dos manos especialmente de alguien que previno cualquier duda sobre su femineidad conduciendo mis manos hasta un par de pechos que colgaban blandamente, con un peso y volumen que distinguía su sexo de forma más que suficiente, para mí al menos, que nunca había hecho otra comparación...
Ella yacía allí, tan mansa e impredecible como él deseaba, mientras sus libertades no le provocaban otras emociones que las de un adictivo extraño y, hasta ese momento, dudosamente celestial. Cada una de las partes del monarca partes estaba abierta y expuesta a las licenciosas rutas de las manos de la cortesana que, como un fuego fatuo, recorrían de arriba a abajo su falo y deshelaban a su paso cualquier frialdad, incluyendo la de aquellos ojos embrujadoramente bicolores.
Psyche se mordió el labio inferior ante los caprichos de Stiva. Al principio el prodigioso tamaño de su intimidad la hizo dudar, pero no podía contemplar o tocar sin placer semejante longitud, semejante espesor de marfil viviente, perfectamente formado. Su orgullosa erección distendía su piel, cuyo suave pulimento y aterciopelada suavidad podía rivalizar con la más delicada de su sexo y cuya exquisita blancura destacaba no poco sobre el matorral de cabellos claros rizados que había alrededor de su raíz. A través del follaje, la piel blanquísima brillaba tal como habréis visto la luz etérea a través de las ramas de los árboles distantes que coronan una colina en un hermoso atardecer; luego, la cima roja y azulada de la cabeza y las serpentinas azules de las venas, componían el más asombroso conjunto de figura y color de la naturaleza. En una palabra: era un objeto que causaba deleite y terror.
Acarició el glande suavemente con sus gruesos labios, ante lo cual el turbulento bribón pareció hincharse y lograr un nuevo grado de ferocidad e insolencia, de modo que descubriendo que no podría entretenerlo mucho más con trivialidades, la joven preparó su boca para ser traspasada por él. Bajó su rostro para tenerlo rodeado y apresado, y habiéndolo impulsado dentro de ella lo mantuvo allí sujeto, como si por ese punto hubiese querido convertir en uno solo sus dos cuerpos. Aquello provocó una pausa en la acción, una agradable detención, mientras esa delicada golosa, la garganta silenciosa de Psyche, tan llena como era posible, hubiera querido paladear con exquisita fruición el bocado que tan deliciosamente la atoraba.
—No descuides tu postura —decía Psyche mentalmente, posicionándose en cuatro y levantando ligeramente sus caderas para que pudiera el macho disfrutar las líneas de su espalda y sus caderas— No debes pensar en ocultarle tus tesoros. Su vista debe recrearse tanto como su tacto. Déjalo devorar con sus ojos tu pecho maduro y disfruta que lo bese. Aún no ha mirado suficiente... déjale besarlo una vez más. Haz que sienta qué carne blanca, firme y suave tienes ahí. Oh, déjale ver lo que puedes hacer, que sienta tus manos por doquier...
Entonces, no sólo apretó su boca, la faja del placer alrededor de su inquieto inquilino mediante un secreto resorte de fricción y compresión que obedecía a la sed de éxtasis, sino que también deslizó suavemente su mano hacia la bolsa de provisiones de los primores de la naturaleza que estaba tan agradablemente sujeta al conducto por donde las recibía; al palpar y apretar muy suavemente esos tiernos depósitos globulares, el toque mágico provocaba un efecto instantáneo, apresuraba y añadía a los síntomas de esa dulce agonía, el fundente momento de la disolución; aquel cuando el placer se desfallecía de delirio y su misterioso motor triunfaba sobre la titilación que había provocado en esas partes, inundándolas con un chorro de líquido tibio que era, en sí mismo, la mayor excitación, y que ellas absorbían y bebían sedientas como las cenizas calientes que, para refrescarse, atraían toda la humedad que hubiera en su zona de succión.
Entonces, disolviéndose y sin detener su asalto lingüístico sobre la anatomía de Stiva, la joven buscó en sus ojos su consentimiento, sus próximos deseos. ¿Querría él expandir su inyección balsámica en su boca para que se escurriera por sus pechos? ¿O aguardaría sentir su esencia mezclándose deliciosamente con las acequias que fluían en ella? Lo que fuera que decidiera, la cortesana muda envolvería y embotonaría todos los aguijones del placer y arrojaría a ambos en un éxtasis que los dejaría tendidos, semidesmayados, sin aliento, en trance. Así se imaginaba a ambos yaciendo sobre el lecho, a tiempo que una voluptuosa languidez los poseía y los mantenía inmóviles y encerrados cada uno en brazos del otro. ¡Ay! ¡Si esos placeres tuvieran una vida más larga! Porque lo que estaba viendo la morena era que el placer, perdido su filo a causa del goce, los resignaba a los fríos cuidados de la insípida vida.
—Esto es demasiado, ¡no puedo soportarlo!... debo... necesito... —debía saber, quería conocer todas las fantasías de aquel que no era ni hombre ni ángel. No se aguantó, y llevó una de sus manos hacia su clítoris, frotándolo con vigor mientras con la otra continuaba satisfaciendo al brujo. Su garganta se contraía con cada gemido asesinado por su mudez, y la temperatura subía y subía enloquecida.
Ojos se constreñían, labios se tensaban y carnes se humedecían; el estupefacto acto de placer se encontraba ya en un punto tembloroso, esperando su sentencia de muerte.
Ella yacía allí, tan mansa e impredecible como él deseaba, mientras sus libertades no le provocaban otras emociones que las de un adictivo extraño y, hasta ese momento, dudosamente celestial. Cada una de las partes del monarca partes estaba abierta y expuesta a las licenciosas rutas de las manos de la cortesana que, como un fuego fatuo, recorrían de arriba a abajo su falo y deshelaban a su paso cualquier frialdad, incluyendo la de aquellos ojos embrujadoramente bicolores.
Psyche se mordió el labio inferior ante los caprichos de Stiva. Al principio el prodigioso tamaño de su intimidad la hizo dudar, pero no podía contemplar o tocar sin placer semejante longitud, semejante espesor de marfil viviente, perfectamente formado. Su orgullosa erección distendía su piel, cuyo suave pulimento y aterciopelada suavidad podía rivalizar con la más delicada de su sexo y cuya exquisita blancura destacaba no poco sobre el matorral de cabellos claros rizados que había alrededor de su raíz. A través del follaje, la piel blanquísima brillaba tal como habréis visto la luz etérea a través de las ramas de los árboles distantes que coronan una colina en un hermoso atardecer; luego, la cima roja y azulada de la cabeza y las serpentinas azules de las venas, componían el más asombroso conjunto de figura y color de la naturaleza. En una palabra: era un objeto que causaba deleite y terror.
Acarició el glande suavemente con sus gruesos labios, ante lo cual el turbulento bribón pareció hincharse y lograr un nuevo grado de ferocidad e insolencia, de modo que descubriendo que no podría entretenerlo mucho más con trivialidades, la joven preparó su boca para ser traspasada por él. Bajó su rostro para tenerlo rodeado y apresado, y habiéndolo impulsado dentro de ella lo mantuvo allí sujeto, como si por ese punto hubiese querido convertir en uno solo sus dos cuerpos. Aquello provocó una pausa en la acción, una agradable detención, mientras esa delicada golosa, la garganta silenciosa de Psyche, tan llena como era posible, hubiera querido paladear con exquisita fruición el bocado que tan deliciosamente la atoraba.
—No descuides tu postura —decía Psyche mentalmente, posicionándose en cuatro y levantando ligeramente sus caderas para que pudiera el macho disfrutar las líneas de su espalda y sus caderas— No debes pensar en ocultarle tus tesoros. Su vista debe recrearse tanto como su tacto. Déjalo devorar con sus ojos tu pecho maduro y disfruta que lo bese. Aún no ha mirado suficiente... déjale besarlo una vez más. Haz que sienta qué carne blanca, firme y suave tienes ahí. Oh, déjale ver lo que puedes hacer, que sienta tus manos por doquier...
Entonces, no sólo apretó su boca, la faja del placer alrededor de su inquieto inquilino mediante un secreto resorte de fricción y compresión que obedecía a la sed de éxtasis, sino que también deslizó suavemente su mano hacia la bolsa de provisiones de los primores de la naturaleza que estaba tan agradablemente sujeta al conducto por donde las recibía; al palpar y apretar muy suavemente esos tiernos depósitos globulares, el toque mágico provocaba un efecto instantáneo, apresuraba y añadía a los síntomas de esa dulce agonía, el fundente momento de la disolución; aquel cuando el placer se desfallecía de delirio y su misterioso motor triunfaba sobre la titilación que había provocado en esas partes, inundándolas con un chorro de líquido tibio que era, en sí mismo, la mayor excitación, y que ellas absorbían y bebían sedientas como las cenizas calientes que, para refrescarse, atraían toda la humedad que hubiera en su zona de succión.
Entonces, disolviéndose y sin detener su asalto lingüístico sobre la anatomía de Stiva, la joven buscó en sus ojos su consentimiento, sus próximos deseos. ¿Querría él expandir su inyección balsámica en su boca para que se escurriera por sus pechos? ¿O aguardaría sentir su esencia mezclándose deliciosamente con las acequias que fluían en ella? Lo que fuera que decidiera, la cortesana muda envolvería y embotonaría todos los aguijones del placer y arrojaría a ambos en un éxtasis que los dejaría tendidos, semidesmayados, sin aliento, en trance. Así se imaginaba a ambos yaciendo sobre el lecho, a tiempo que una voluptuosa languidez los poseía y los mantenía inmóviles y encerrados cada uno en brazos del otro. ¡Ay! ¡Si esos placeres tuvieran una vida más larga! Porque lo que estaba viendo la morena era que el placer, perdido su filo a causa del goce, los resignaba a los fríos cuidados de la insípida vida.
—Esto es demasiado, ¡no puedo soportarlo!... debo... necesito... —debía saber, quería conocer todas las fantasías de aquel que no era ni hombre ni ángel. No se aguantó, y llevó una de sus manos hacia su clítoris, frotándolo con vigor mientras con la otra continuaba satisfaciendo al brujo. Su garganta se contraía con cada gemido asesinado por su mudez, y la temperatura subía y subía enloquecida.
Ojos se constreñían, labios se tensaban y carnes se humedecían; el estupefacto acto de placer se encontraba ya en un punto tembloroso, esperando su sentencia de muerte.
Psyche- Prostituta Clase Baja
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Re: Bocas Rotas {Stiva Záitsev} +18
Las caderas ensanchadas, sin modestias, ni recata.
Sobre orgullosa te llaman la flor de lo extravagante.
En aquella habitación se mezclaba el agua con el aceite y era posible que ambos se fundieran el uno con el otro. Transformándose. El demonio devoraba el cuerpo de la inocente joven, la sostenía entre sus fauces cual presa virgen entregada como tributo hundiendo sus garras para apoderarse del manjar tierno y delicioso que ante la presión de sus incisivos lograba trozar los huesos o incluso rasgar su piel tersa. La dermis de Stiva se quemaba por dentro, la sensación de los carnosos labios de la cortesana atrapando su virilidad se convertía en la enajenación autentica de fruición; ya que este se abría paso entre la estreches de su garganta cálida y la saliva que escurría por su falo, el volcán que por dentro contenía su eminencia bullía contra la pretensión y la necesidad de poseerla en su totalidad.
Sus miradas contenían el fuego que por dentro les consumía las entrañas y al colocarse en el mismo rumbo parecían explotar en comunes pensamientos, pero la resistencia del rey gobernaba por momentos sus instintos ¿después de todo en qué consistía esa sensación del poder sobre otros si no se controlaba lo que se quería para disfrutarlo todavía más? Y ese era el ruso –con un eficiente corazón tan frío como las tierras de dónde provenía o la mente asidua de ideas proyectadas en sus acciones o bien, ambición- aunque ardiera en el mismo infierno nunca se le vería suplicando por su alma o la consideración de perdonársele, no se arrepentía del pasado que le pisaba los talones.
Existía solamente el futuro que podía manipular a su antojo tal como lo hacía con la morena a quien no se cansaba de contemplar sus hermosos dotes femeninos convertidos en las curvas de sus caderas que delicadamente contornaban el firme caudal trasero. Y entonces, sin preámbulo alguno le azotó a palma extendida escuchando el sonido de sus dedos perpetuando la piel de Psyche, tras el hecho, pudo sentir como la garganta de la musa se contraía y su glande se internaba hasta lograr apreciar el fondo de su cavidad bucal.
Sin embargo, las sensaciones a flor de piel eran transmitidas a través de los sonidos producidos por sus cuerpos, inclusive por sus bocas; los murmullos apagados, los gemidos ahogados, la respiración acelerada de una excitación incontrolable de placer o inclusive el parloteo de las miradas que reaccionaban a las caricias e impulsos emocionales que iban directamente al cerebro de los amantes como una señal precisa de lo que continuaba en el acto, justo ahí, no existía un guión por seguir para aquella obra que entre la oscuridad y la calidez de las velas se demostraba. En ese instante una idea predilecta surcó la mente del rey como un rayo atravesando el firmamento ¿A qué sabrían sus labios, su piel, su intimidad cuando los combinara con el vino? recordó el sabor de ellos tras sus primeros besos; era miel lo que producían, deliciosa y empalagosa miel. Le tomó por los cabellos con una de sus manos obligándola a levantarse para retirarle gradualmente de su faena devolviéndole al monarca cierto poder sobre sí mismo -Continua mirándome…-le ordenó firme, si ella hubiese visto anteriormente sus ojos podría haber notado la perversidad en ellos, acaricio el rostro con su diestra soltándole la melena, a lo que, alcanzando una copa de vino; finalmente la vertió sin previo aviso sobre su boca. Sin embargo, el líquido seguía su camino en descenso sobre su silueta, su cuello, sus senos y cintura formando delgadas líneas del néctar que se mezclaba con la piel de Psyche perdiéndose en la longitud de sus fastuosas piernas morenas.
-¿Hareis que no me arrepienta de haberte contratado, no Psyche? Dime, dime con tu cuerpo que es lo que realmente tu boca desea expresar…enséñame Psyche…os reto a desafiar mis intereses y cambiarlos por vuestra compañía…- expuso dominante siguiendo con su dedo índice y medio las líneas que tras su paso había dejado el licor derramado sobre el lienzo de la joven, internándose delicadamente entre sus pliegues, ahí, el pimpollo parecía florecer aunque fuese el más crudo de los inviernos, a simple tacto aquella zona erógena era sutil a la fricción de la intimidad masculina o al paso de sus dedos los cuales podían sentir la humedad que les rodeaban, incluso mucho más que la primera vez en que había logrado acariciarle –¿Podréis hacerlo?- dijo acercando la frente hasta tocar la de ella mientras su mano se deslizaba juguetonamente por los muslos tomando rumbo en ocasiones hasta su intimidad -Seremos dos cuerpos turbados, desquiciados de locuras y de coitos alcanzados dónde los gemidos nos delaten ante supremas sensaciones, seremos animales, tan salvajes…en ocasiones…-finalizó su discurso con esa característica modulación desafiante en su voz.
Era el momento idóneo de llevarla al éxtasis, de acelerar el ritmo y aumentar la humedad, era el instante predilecto de tomar al ángel que se entregaba al diablo…sólo entonces, como si se tratara de una figura detallada en cristal, el rey tomó a la mujer que se entregaba sin miedo al pecado.
Sobre orgullosa te llaman la flor de lo extravagante.
En aquella habitación se mezclaba el agua con el aceite y era posible que ambos se fundieran el uno con el otro. Transformándose. El demonio devoraba el cuerpo de la inocente joven, la sostenía entre sus fauces cual presa virgen entregada como tributo hundiendo sus garras para apoderarse del manjar tierno y delicioso que ante la presión de sus incisivos lograba trozar los huesos o incluso rasgar su piel tersa. La dermis de Stiva se quemaba por dentro, la sensación de los carnosos labios de la cortesana atrapando su virilidad se convertía en la enajenación autentica de fruición; ya que este se abría paso entre la estreches de su garganta cálida y la saliva que escurría por su falo, el volcán que por dentro contenía su eminencia bullía contra la pretensión y la necesidad de poseerla en su totalidad.
Sus miradas contenían el fuego que por dentro les consumía las entrañas y al colocarse en el mismo rumbo parecían explotar en comunes pensamientos, pero la resistencia del rey gobernaba por momentos sus instintos ¿después de todo en qué consistía esa sensación del poder sobre otros si no se controlaba lo que se quería para disfrutarlo todavía más? Y ese era el ruso –con un eficiente corazón tan frío como las tierras de dónde provenía o la mente asidua de ideas proyectadas en sus acciones o bien, ambición- aunque ardiera en el mismo infierno nunca se le vería suplicando por su alma o la consideración de perdonársele, no se arrepentía del pasado que le pisaba los talones.
Existía solamente el futuro que podía manipular a su antojo tal como lo hacía con la morena a quien no se cansaba de contemplar sus hermosos dotes femeninos convertidos en las curvas de sus caderas que delicadamente contornaban el firme caudal trasero. Y entonces, sin preámbulo alguno le azotó a palma extendida escuchando el sonido de sus dedos perpetuando la piel de Psyche, tras el hecho, pudo sentir como la garganta de la musa se contraía y su glande se internaba hasta lograr apreciar el fondo de su cavidad bucal.
Sin embargo, las sensaciones a flor de piel eran transmitidas a través de los sonidos producidos por sus cuerpos, inclusive por sus bocas; los murmullos apagados, los gemidos ahogados, la respiración acelerada de una excitación incontrolable de placer o inclusive el parloteo de las miradas que reaccionaban a las caricias e impulsos emocionales que iban directamente al cerebro de los amantes como una señal precisa de lo que continuaba en el acto, justo ahí, no existía un guión por seguir para aquella obra que entre la oscuridad y la calidez de las velas se demostraba. En ese instante una idea predilecta surcó la mente del rey como un rayo atravesando el firmamento ¿A qué sabrían sus labios, su piel, su intimidad cuando los combinara con el vino? recordó el sabor de ellos tras sus primeros besos; era miel lo que producían, deliciosa y empalagosa miel. Le tomó por los cabellos con una de sus manos obligándola a levantarse para retirarle gradualmente de su faena devolviéndole al monarca cierto poder sobre sí mismo -Continua mirándome…-le ordenó firme, si ella hubiese visto anteriormente sus ojos podría haber notado la perversidad en ellos, acaricio el rostro con su diestra soltándole la melena, a lo que, alcanzando una copa de vino; finalmente la vertió sin previo aviso sobre su boca. Sin embargo, el líquido seguía su camino en descenso sobre su silueta, su cuello, sus senos y cintura formando delgadas líneas del néctar que se mezclaba con la piel de Psyche perdiéndose en la longitud de sus fastuosas piernas morenas.
-¿Hareis que no me arrepienta de haberte contratado, no Psyche? Dime, dime con tu cuerpo que es lo que realmente tu boca desea expresar…enséñame Psyche…os reto a desafiar mis intereses y cambiarlos por vuestra compañía…- expuso dominante siguiendo con su dedo índice y medio las líneas que tras su paso había dejado el licor derramado sobre el lienzo de la joven, internándose delicadamente entre sus pliegues, ahí, el pimpollo parecía florecer aunque fuese el más crudo de los inviernos, a simple tacto aquella zona erógena era sutil a la fricción de la intimidad masculina o al paso de sus dedos los cuales podían sentir la humedad que les rodeaban, incluso mucho más que la primera vez en que había logrado acariciarle –¿Podréis hacerlo?- dijo acercando la frente hasta tocar la de ella mientras su mano se deslizaba juguetonamente por los muslos tomando rumbo en ocasiones hasta su intimidad -Seremos dos cuerpos turbados, desquiciados de locuras y de coitos alcanzados dónde los gemidos nos delaten ante supremas sensaciones, seremos animales, tan salvajes…en ocasiones…-finalizó su discurso con esa característica modulación desafiante en su voz.
Era el momento idóneo de llevarla al éxtasis, de acelerar el ritmo y aumentar la humedad, era el instante predilecto de tomar al ángel que se entregaba al diablo…sólo entonces, como si se tratara de una figura detallada en cristal, el rey tomó a la mujer que se entregaba sin miedo al pecado.
Stiva Záitsev- Hechicero/Realeza
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Re: Bocas Rotas {Stiva Záitsev} +18
Después de percibir estampadas en su dermis las palmas de su embelesador verdugo, Psyche sintió esa presión sobre su cabeza, avisándole que la voluntad de su soberano era mucho más compleja de lo que podía esperar una mujer común. Pero Psyche había sido escupida a la tierra por una deidad enigmática e incógnita, y por eso levantó su rostro como no otra lo hubiera hecho, sino como quien aguardaba más, en su caso, un espectáculo pocas veces visto. Una lujosa habitación, un monarca hechicero, una cortesana muda, y un vestido hecho colchón conformaban el escenario de lo insólito, torturando a la sólida base moral que se encontraba fuera de la estancia, ignorante de tan magnífica obra. Estaban solos; todo podía pasar y nadie lo sabría. Si acaso alguien llegaba a osar entrar y los hallaba carne con carne, hasta la voz se le cortaría. Era una zona prohibida, intraspasable, remota para los mortales demasiado enamorados de la realidad como para querer entenderla.
Con unos labios abiertos la joven recibió el licor dentro de su boca y a través de su cuerpo. El vino se encontraba frío por el invierno, pero el cuerpo de ella oscilaba entre temperaturas tan altas como el infierno que a Stiva había atrapado, por lo que el cambio de temperatura la estimuló, y como por una reacción innata a la que la había condenado el rey, la meretriz bajó su mentón en sumisión y apretujó sus pechos, volviendo una su piel con el morapio, compitiendo por cuál resultaría embriagar a su amante con mayor eficacia.
El roce de su cuerpo tibio le dio placer en vez de alarmarla. Psyche estaba, por cierto, demasiado perturbada por esa nueva criatura de mirada bicolor centellante ante sus ojos como para tener la menor sospecha de que corría peligro. Sin embargo, ¡oh, qué poderosos resultaban los instintos de la naturaleza cuando conspiraban con las mentes de sus acreedores! ¡Qué poco hacía falta para ponerlos en acción, para que hicieran pecar! Si alguien hubiera podido retratar ese encuentro, hubiera elegido esa escena, esa en la cual el regente desafiaba al objeto de su pasión a que derrumbara sus límites, que lo sustrajera de su mundo para adentrarlo en el de ella. Allí no existían esas pesadas charlas en torno a su familia o a la iglesia. Allí… ¿qué existía? Esa pregunta era la que movía a ambos a buscar la respuesta entre sus cuerpos, aunque solamente encontraran un sueño roto o tal vez se encontraran a sí mismos. El riesgo valía la pena.
El rey, deslizando sus dedos por el cuerpo de la mujer, fue acercándose dominantemente a ella, como para que ambos estuvieran más calientes y despertaran a un gigante. El calor que Psyche sentía al juntarse sus frentes, encendió otro que nunca había sentido hasta entonces y cuya naturaleza le era desconocida. ¿Podía hacerlo? Con ese envalentonado ímpetu apoderándose de ella, ¿quién sabía? Supuso que por la confianza de él y la imprevisibilidad de ella se aventurarían a devorarse mutuamente y a sensiblemente devolverse los besos, sin saber las consecuencias. Alentado por tenerlo todo, incluyendo a ella, Stiva deslizó su mano desde el pecho de la chica hasta esa parte suya donde el sentido del tacto era tan exquisitamente crítico, como lo experimentó en el acto, inflamándose instantáneamente ante el toque y comenzando a palpitar con un extraño calor; allí se complació él y la complació a ella hasta que, volviéndose demasiado audaz, le hizo gemir arqueando sus cejas en vez de su garganta. Y todo sin dejar de mirarlo, tal y como le había sido expresamente dicho, pero había una parte, una muy potente, en donde el rey no extendía sus dominios.
—Mi cuerpo… mi cuerpo no bastará nunca; expresa y oculta tanto, no lo imaginas, pero así debe ser. No debes saber qué hay tras él, o podrías quedarte para siempre encadenado a la tierra. Es imposible que te pertenezca; tú vienes de un mundo diferente. Volverás allá, prolongarás tu existencia para siempre en llamas etéreas, y yo… viviré mientras me recuerdes, quedándome solamente con esta memoria. Por favor, permíteme quedarme sólo con esta. —unió sus labios con los de él, permitiendo que bebiera de su boca el elixir de lo indecible. Sabía a gloria, a devoción, e incluso tenía gusto a muerte. Moría ella con sus propios tristes pensamientos— ¿Por qué no te siento como otro de mis ángeles? ¿Por qué de repente soy egoísta y quiero hacerte esa compañía, llevarte conmigo? Tú, que tienes palabras para susurrar o gritar si quieres, dime la respuesta. Respóndeme, ¿qué debo hacer ahora?
Entonces el brujo guió su hombría, sin que ella se resistiera, hasta la juntura de los muslos de la mujer, que estaban muy calientes; entre ellos la alojó y la apretó hasta que levantándola gradualmente hizo sentir a la cortesana la orgullosa diferencia entre su sexo y el de ella, haciéndola mirar hacia el techo como buscando una figura en el cielo que se apiadara de ambos.
Psyche estaba atemorizada ante la novedad y retiré su cuello hacia atrás, impulsada y excitada por sensaciones de un extraño placer, no pude evitar preguntarse para qué servía aquello. Se dijo a sí misma que él se lo demostraría, si ella lo permitía y, sin aguardar, se sentó encima del monarca e insertando uno de sus muslos entre los de él, se abrazó a su espalda para que él hiciera su camino y pudiera situarse para sus propósitos. Psyche estaba tan fuera de mí misma, tan abrumada por el poder de esa nueva sensación que, entre el miedo y el deseo, yacía totalmente hipnotizada. Así se mostró, asimilando con calma la intromisión de Stiva en su cuerpo, hasta que el penetrante placer con apariencia de dolor la atravesó cuando topó con su límite, haciéndola gritar en sus gestos, mas no en su fallecida voz. Pero era demasiado tarde para hacerse para atrás; estaban demasiado bien montados uno en el otro como para que lograran arrojarse con sus luchas, algunas de las cuales sólo servirían para afirmarse. Finalmente, otra embestida irresistible asesinó su estado en transe y casi la asesinó a ella también. La meretriz se aferraba a la espalda de su amante, transformada en un testigo viviente de la necesidad en que se veían sus sexos de recoger las primeras mieles entre espinas.
Por su parte, un ardiente capricho, una juguetona picardía la había invadido: su hombre la había retado a expresarle con su cuerpo todo lo que su voz no contaba, y en gran parte lo complacía, pero otra se la guardaba para ella. Era por él, sí, por él. Había cosas cuyo conocimiento había que sacrificar para no poner en su lugar el frenesí que estaban viviendo. La morena estaba los muslos abiertos y montados sobre la pelvis de Stiva, presentando un blanco perfecto al monarca que había enterrado su arma en ella y la movía hacia adentro y hacia afuera; pero habiendo olvidado asegurar la puerta de seres celestiales como el amante inexistente que Psyche añoraba, era cosa de tiempo para que viera a Eros entrar por esa puerta y los sorprendiera a ambos antes de que se apercibieran, y los vería exactamente en esas condenables actitudes.
Pero no entró nunca. Psyche se quedó impactando su carne contra el cuerpo de su amante con la boca entreabierta entre el delirio de sus piernas entrelazadas y las dudas de su mente. Ella siempre vislumbraba a Eros observarla cuando se unía a sus ángeles, así que, ¿por qué no estaba ahí?
—¿Dónde está? ¿Acaso tú lo tienes? Tienes el aura de un cautivante carcelero. Eres capaz de hacerlo. ¡Oh, por Dios! —besaba de manera hambrienta el cuello del hombre, sin medir que dejaría marcas que durarían un par de días.
Miró a los ojos del rey, esos irises que aojaban, y lo supo. La mirada de la cortesana se dilató instantáneamente; había descubierto que Eros estaba en él, en el brujo que había llegado a gobernar Escocia y a plagar los pensamientos de una silenciosa mujer.
Con unos labios abiertos la joven recibió el licor dentro de su boca y a través de su cuerpo. El vino se encontraba frío por el invierno, pero el cuerpo de ella oscilaba entre temperaturas tan altas como el infierno que a Stiva había atrapado, por lo que el cambio de temperatura la estimuló, y como por una reacción innata a la que la había condenado el rey, la meretriz bajó su mentón en sumisión y apretujó sus pechos, volviendo una su piel con el morapio, compitiendo por cuál resultaría embriagar a su amante con mayor eficacia.
El roce de su cuerpo tibio le dio placer en vez de alarmarla. Psyche estaba, por cierto, demasiado perturbada por esa nueva criatura de mirada bicolor centellante ante sus ojos como para tener la menor sospecha de que corría peligro. Sin embargo, ¡oh, qué poderosos resultaban los instintos de la naturaleza cuando conspiraban con las mentes de sus acreedores! ¡Qué poco hacía falta para ponerlos en acción, para que hicieran pecar! Si alguien hubiera podido retratar ese encuentro, hubiera elegido esa escena, esa en la cual el regente desafiaba al objeto de su pasión a que derrumbara sus límites, que lo sustrajera de su mundo para adentrarlo en el de ella. Allí no existían esas pesadas charlas en torno a su familia o a la iglesia. Allí… ¿qué existía? Esa pregunta era la que movía a ambos a buscar la respuesta entre sus cuerpos, aunque solamente encontraran un sueño roto o tal vez se encontraran a sí mismos. El riesgo valía la pena.
El rey, deslizando sus dedos por el cuerpo de la mujer, fue acercándose dominantemente a ella, como para que ambos estuvieran más calientes y despertaran a un gigante. El calor que Psyche sentía al juntarse sus frentes, encendió otro que nunca había sentido hasta entonces y cuya naturaleza le era desconocida. ¿Podía hacerlo? Con ese envalentonado ímpetu apoderándose de ella, ¿quién sabía? Supuso que por la confianza de él y la imprevisibilidad de ella se aventurarían a devorarse mutuamente y a sensiblemente devolverse los besos, sin saber las consecuencias. Alentado por tenerlo todo, incluyendo a ella, Stiva deslizó su mano desde el pecho de la chica hasta esa parte suya donde el sentido del tacto era tan exquisitamente crítico, como lo experimentó en el acto, inflamándose instantáneamente ante el toque y comenzando a palpitar con un extraño calor; allí se complació él y la complació a ella hasta que, volviéndose demasiado audaz, le hizo gemir arqueando sus cejas en vez de su garganta. Y todo sin dejar de mirarlo, tal y como le había sido expresamente dicho, pero había una parte, una muy potente, en donde el rey no extendía sus dominios.
—Mi cuerpo… mi cuerpo no bastará nunca; expresa y oculta tanto, no lo imaginas, pero así debe ser. No debes saber qué hay tras él, o podrías quedarte para siempre encadenado a la tierra. Es imposible que te pertenezca; tú vienes de un mundo diferente. Volverás allá, prolongarás tu existencia para siempre en llamas etéreas, y yo… viviré mientras me recuerdes, quedándome solamente con esta memoria. Por favor, permíteme quedarme sólo con esta. —unió sus labios con los de él, permitiendo que bebiera de su boca el elixir de lo indecible. Sabía a gloria, a devoción, e incluso tenía gusto a muerte. Moría ella con sus propios tristes pensamientos— ¿Por qué no te siento como otro de mis ángeles? ¿Por qué de repente soy egoísta y quiero hacerte esa compañía, llevarte conmigo? Tú, que tienes palabras para susurrar o gritar si quieres, dime la respuesta. Respóndeme, ¿qué debo hacer ahora?
Entonces el brujo guió su hombría, sin que ella se resistiera, hasta la juntura de los muslos de la mujer, que estaban muy calientes; entre ellos la alojó y la apretó hasta que levantándola gradualmente hizo sentir a la cortesana la orgullosa diferencia entre su sexo y el de ella, haciéndola mirar hacia el techo como buscando una figura en el cielo que se apiadara de ambos.
Psyche estaba atemorizada ante la novedad y retiré su cuello hacia atrás, impulsada y excitada por sensaciones de un extraño placer, no pude evitar preguntarse para qué servía aquello. Se dijo a sí misma que él se lo demostraría, si ella lo permitía y, sin aguardar, se sentó encima del monarca e insertando uno de sus muslos entre los de él, se abrazó a su espalda para que él hiciera su camino y pudiera situarse para sus propósitos. Psyche estaba tan fuera de mí misma, tan abrumada por el poder de esa nueva sensación que, entre el miedo y el deseo, yacía totalmente hipnotizada. Así se mostró, asimilando con calma la intromisión de Stiva en su cuerpo, hasta que el penetrante placer con apariencia de dolor la atravesó cuando topó con su límite, haciéndola gritar en sus gestos, mas no en su fallecida voz. Pero era demasiado tarde para hacerse para atrás; estaban demasiado bien montados uno en el otro como para que lograran arrojarse con sus luchas, algunas de las cuales sólo servirían para afirmarse. Finalmente, otra embestida irresistible asesinó su estado en transe y casi la asesinó a ella también. La meretriz se aferraba a la espalda de su amante, transformada en un testigo viviente de la necesidad en que se veían sus sexos de recoger las primeras mieles entre espinas.
Por su parte, un ardiente capricho, una juguetona picardía la había invadido: su hombre la había retado a expresarle con su cuerpo todo lo que su voz no contaba, y en gran parte lo complacía, pero otra se la guardaba para ella. Era por él, sí, por él. Había cosas cuyo conocimiento había que sacrificar para no poner en su lugar el frenesí que estaban viviendo. La morena estaba los muslos abiertos y montados sobre la pelvis de Stiva, presentando un blanco perfecto al monarca que había enterrado su arma en ella y la movía hacia adentro y hacia afuera; pero habiendo olvidado asegurar la puerta de seres celestiales como el amante inexistente que Psyche añoraba, era cosa de tiempo para que viera a Eros entrar por esa puerta y los sorprendiera a ambos antes de que se apercibieran, y los vería exactamente en esas condenables actitudes.
Pero no entró nunca. Psyche se quedó impactando su carne contra el cuerpo de su amante con la boca entreabierta entre el delirio de sus piernas entrelazadas y las dudas de su mente. Ella siempre vislumbraba a Eros observarla cuando se unía a sus ángeles, así que, ¿por qué no estaba ahí?
—¿Dónde está? ¿Acaso tú lo tienes? Tienes el aura de un cautivante carcelero. Eres capaz de hacerlo. ¡Oh, por Dios! —besaba de manera hambrienta el cuello del hombre, sin medir que dejaría marcas que durarían un par de días.
Miró a los ojos del rey, esos irises que aojaban, y lo supo. La mirada de la cortesana se dilató instantáneamente; había descubierto que Eros estaba en él, en el brujo que había llegado a gobernar Escocia y a plagar los pensamientos de una silenciosa mujer.
Psyche- Prostituta Clase Baja
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Re: Bocas Rotas {Stiva Záitsev} +18
Y entonces hay este sonido:
un ruido rojo de huesos,
un pegarse de carne,
y piernas amarillas como espigas juntándose.
Yo escucho entre el disparo de los besos,
escucho, sacudido entre respiraciones y sollozos.
Estoy mirando, oyendo,
con la mitad del alma en el mar y la mitad del alma
en la tierra.
El cuerpo de Stiva se impregnaba del rocío que cubría a la meretriz, el suave pero un tanto dulzón sabor se colaba entre sus poros y el mensaje legaba directamente hasta su cerebro; era éxtasis en carne viva ambos se convertían en un rompecabezas que paulatinamente iba tomando forma ensamblándose pieza por pieza ¿Pero habría algo más que ocultasen ambos amantes? los secretos, las perversiones, los sentimientos, los sueños y las realidades aún les pertenecían pero a medida en que se descubrían sus cuerpos ¿también lo hacían sus almas?. Un gemido ahogado en el placer o el clímax acaparó los sentidos del hechicero agudizándolos al proceso que subsistía en aquel instante, sus piernas y manos sostenían con ímpetu el cuerpo de Psyche quien hábilmente le rodeaba con sus muslos afianzándose con firmeza a parte de la cintura y cadera del Rey.
Qué ironía cuando fijó sus iris bicolores en la morena; pues ellos contenían un brillo muy singular que le atraía ¿o le había hechizado pese a los esfuerzos de él por no mezclarse más allá de los hechos? Al cruzarle esa idea por la mente ésta logró anidarse en el cerebro como si fuera una araña empecinada en entretejer su tela en el más frío e inhóspito lugar, fue entonces que una especie de estremecimiento se apoderó de su columna vertical recorriéndola lentamente hasta el inicio de su nunca volviéndolo en el acto aún más perceptivo –…Psyche…- profirió en voz baja casi imperceptible sin abandonar los movimientos de su cadera aumentando el compás de sus penetraciones. La onda permanecía oscilando entre suaves y fuertes embestidas, podía admirar con ellas como los senos de Psyche se movían acompasados regalándole a su majestad una vista digna de sujetar como un recuerdo de esa noche. Pero era demasiado tarde para retractarse el alma de virgen ya era propiedad del diablo.
Su respiración aumentaba mientras avanzaba el tiempo dentro de ella, el sudor les envolvía como una manta liquida que finamente transitaba por sus pieles ¿acaso la mujer se había convertido en un regalo inesperado? ¡Por Odín! ¿Qué tenía aquella doncella ¿Por qué le estremecía tanto al punto de sentir como si la piel le estallara? Le enloquecía, le desgarraba ¿Era suya totalmente? Al preguntárselo sonrío ladino; a partir de entonces nadie la tocaría cualquiera que lo hiciera perdería las manos o le sacaría los ojos, le conservaría ¿Por qué le miraba como si buscase algún tipo de respuesta?...o ¿a alguien? lo que parecían ser celos lo llenaron de ira ¿o era miedo? Miedo…¿de qué temería? ¿Desde cuando el gran rey de Escocia temía de algo o de alguien? La confusión instantánea le cegó convirtiéndolo en un remolino de emociones que le envolvió bruscamente haciéndole detenerse para tender la anatomía de la cortesana al borde del lecho -Apoyad vuestras manos en la cama- le ordenó demostrando aún la superioridad que tenía sobre la situación y lo que probablemente así sería siempre al menos que el propio emperador llegara a ceder –o le hicieran retroceder y tomar momentáneamente la batuta por cierta cortesana muda- ¿En que se había metido? ¿por qué momentáneamente su voluntad vacilaba?.
Acercó su rostro aspirando el olor natural de su presa deteniéndose precisamente a lado de su oído derecho acortando la distancia entre ellos, sus manos acariciaban suavemente el envés haciendo que sus dedos se encontraran con su cabellera oscura enlazándolos entre los mechones -Nunca más volveréis a esa pocilga os digo ahora…Psyche desde hoy yo seré vuestro templo, vuestro Dios…vuestro pan y vuestro vino, os condeno al infierno que ha de nacer a mi alrededor…-besó el hombro sintiendo como su virilidad rozaba la entrepierna de la joven -Nunca más venerareis a otros Dioses y a cambio os ofreceré una recompensa, un regalo que os daré cuando vea vuestra lealtad consumada…- sentenció manteniendo aquella posición por encima de ella, no cavia duda en que no sólo deseaba poseerla carnalmente, sino también espiritualmente.
En su laberinto yacía una sola salida condenándolos al exilio y Psyche estaba adentrándose en él ¿Sería definitivamente su perdición?... ¿la de él?... ¿o la de ambos?
un ruido rojo de huesos,
un pegarse de carne,
y piernas amarillas como espigas juntándose.
Yo escucho entre el disparo de los besos,
escucho, sacudido entre respiraciones y sollozos.
Estoy mirando, oyendo,
con la mitad del alma en el mar y la mitad del alma
en la tierra.
El cuerpo de Stiva se impregnaba del rocío que cubría a la meretriz, el suave pero un tanto dulzón sabor se colaba entre sus poros y el mensaje legaba directamente hasta su cerebro; era éxtasis en carne viva ambos se convertían en un rompecabezas que paulatinamente iba tomando forma ensamblándose pieza por pieza ¿Pero habría algo más que ocultasen ambos amantes? los secretos, las perversiones, los sentimientos, los sueños y las realidades aún les pertenecían pero a medida en que se descubrían sus cuerpos ¿también lo hacían sus almas?. Un gemido ahogado en el placer o el clímax acaparó los sentidos del hechicero agudizándolos al proceso que subsistía en aquel instante, sus piernas y manos sostenían con ímpetu el cuerpo de Psyche quien hábilmente le rodeaba con sus muslos afianzándose con firmeza a parte de la cintura y cadera del Rey.
Qué ironía cuando fijó sus iris bicolores en la morena; pues ellos contenían un brillo muy singular que le atraía ¿o le había hechizado pese a los esfuerzos de él por no mezclarse más allá de los hechos? Al cruzarle esa idea por la mente ésta logró anidarse en el cerebro como si fuera una araña empecinada en entretejer su tela en el más frío e inhóspito lugar, fue entonces que una especie de estremecimiento se apoderó de su columna vertical recorriéndola lentamente hasta el inicio de su nunca volviéndolo en el acto aún más perceptivo –…Psyche…- profirió en voz baja casi imperceptible sin abandonar los movimientos de su cadera aumentando el compás de sus penetraciones. La onda permanecía oscilando entre suaves y fuertes embestidas, podía admirar con ellas como los senos de Psyche se movían acompasados regalándole a su majestad una vista digna de sujetar como un recuerdo de esa noche. Pero era demasiado tarde para retractarse el alma de virgen ya era propiedad del diablo.
Su respiración aumentaba mientras avanzaba el tiempo dentro de ella, el sudor les envolvía como una manta liquida que finamente transitaba por sus pieles ¿acaso la mujer se había convertido en un regalo inesperado? ¡Por Odín! ¿Qué tenía aquella doncella ¿Por qué le estremecía tanto al punto de sentir como si la piel le estallara? Le enloquecía, le desgarraba ¿Era suya totalmente? Al preguntárselo sonrío ladino; a partir de entonces nadie la tocaría cualquiera que lo hiciera perdería las manos o le sacaría los ojos, le conservaría ¿Por qué le miraba como si buscase algún tipo de respuesta?...o ¿a alguien? lo que parecían ser celos lo llenaron de ira ¿o era miedo? Miedo…¿de qué temería? ¿Desde cuando el gran rey de Escocia temía de algo o de alguien? La confusión instantánea le cegó convirtiéndolo en un remolino de emociones que le envolvió bruscamente haciéndole detenerse para tender la anatomía de la cortesana al borde del lecho -Apoyad vuestras manos en la cama- le ordenó demostrando aún la superioridad que tenía sobre la situación y lo que probablemente así sería siempre al menos que el propio emperador llegara a ceder –o le hicieran retroceder y tomar momentáneamente la batuta por cierta cortesana muda- ¿En que se había metido? ¿por qué momentáneamente su voluntad vacilaba?.
Acercó su rostro aspirando el olor natural de su presa deteniéndose precisamente a lado de su oído derecho acortando la distancia entre ellos, sus manos acariciaban suavemente el envés haciendo que sus dedos se encontraran con su cabellera oscura enlazándolos entre los mechones -Nunca más volveréis a esa pocilga os digo ahora…Psyche desde hoy yo seré vuestro templo, vuestro Dios…vuestro pan y vuestro vino, os condeno al infierno que ha de nacer a mi alrededor…-besó el hombro sintiendo como su virilidad rozaba la entrepierna de la joven -Nunca más venerareis a otros Dioses y a cambio os ofreceré una recompensa, un regalo que os daré cuando vea vuestra lealtad consumada…- sentenció manteniendo aquella posición por encima de ella, no cavia duda en que no sólo deseaba poseerla carnalmente, sino también espiritualmente.
En su laberinto yacía una sola salida condenándolos al exilio y Psyche estaba adentrándose en él ¿Sería definitivamente su perdición?... ¿la de él?... ¿o la de ambos?
Stiva Záitsev- Hechicero/Realeza
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Re: Bocas Rotas {Stiva Záitsev} +18
¿Lo había escuchado? ¿No había sido una ilusión? Psyche cerraba los ojos en medio de aquel pasional abrazo, deseando en lo más profundo de su alma que no hubiese sido mera impresión suya escuchar de los labios de su deidad su nombre mortal. Sólo quien fuera la encarnación de su Eros podía llamarla de esa manera, como si la estuviera poseyendo en vida con el simple sonido emanado de su garganta. Ahí estaba, lo tenía junto a su cuerpo, o él la tenía a ella, ya no importaba. Lo importante era que esos brazos eran los únicos que debían atrapar su cuerpo. Sentía la mirada de Stiva sobre el lienzo de su anatomía, potenciada por las embestidas que recibía, y se dejó llevar. Le pertenecía, cada noche entregada a la voluntad de los ángeles había sido su preparación para ese momento, para cuando él la hiciera suya, y no existía más. Lo miró a sus ojos bicolores, esos que parecían recoger por un lado el infierno y por el otro el cielo, y se dio cuenta… no sólo estaba fusionando su cuerpo con el de ella, sino que también la estaba marcando. Porque lo que tocaban las divinidades ya no pertenecía al mundo de los mortales. La estaba arrebatando.
—Eres tú —sus labios se entreabrían agitados más de espíritu que de cuerpo. Ya no estaban jugando a adivinar quién era el otro. Se estaban enfrentando. De este enfrentamiento los dos saldrían perdiendo. Y Psyche, sin saberlo, había perdido antes de comenzar a jugar. Sus alas se habían empapado y ya no podía volar sino a través de la vitalidad de sus entrañas— Esta presión en mi pecho que me quita el aire sin matar mi respiración, este fuego quemando desde adentro hacia fuera transformándome en brasas, ¿cómo pude siquiera haber pensado que alguien más que tú despertaría algo así? Has sido tú todo este tiempo.
Sólo él. Todo se trataba de él, y Stiva jamás lo sabría sino a través del propio mundo onírico de para quien la voz no era más que una famosa conocida y usada por todos, mas la peor comunicadora. Por lo que significaba su encuentro, no podía enfocarse en el vacío que había sentido por la momentánea desunión de sus cuerpos. No, nunca. Se quedaría así por siempre, buscando en la piel de su amante algo más el calor natural que emanaba de su cuerpo. Psyche se preguntaba, mientras sentía sus extremidades en contacto con la seda, si acaso entendería él que no codiciaba más nada que el que le permitiera seguir soñando despierta por su causa como en el círculo vicioso más peligroso que alguien pudiera imaginar, ese imposible de querer dejar.
La liebre acudiría al encuentro del fuego, regocijándose ante el fatal contacto. Para aquello estaba en la tierra, esa era la razón por la cual estaban mortal y deidad insultando a los cielos sobre la tarima de una cama. Hipnotizada, deslizó sus manos sobre la tela hasta convertirlas en su soporte. Desde ese ángulo sumiso siguió cada uno de los movimientos del altivo rey mientras su pecho temblaba ante el aire que botaratemente salía y entraba sin orden alguno. ¿La estaba poniendo a prueba, su lealtad? Como respuesta a aquella posible pregunta, la cortesana bajó sus párpados, e inclinó su cabeza hacia abajo exponiendo la estructura de su cuello y escurriendo su melena hacia delante como una cascada buscando dueño.
Salvajemente volvió a brindarle luz a sus ojos cuando sintió el aliento de Stiva en su nuca, capturando su aroma, dominando aquellas provincias insospechadas hasta hacerlas rendirse para rendirle tributo solamente a él. Ella lo deseaba, realmente necesitaba que él se hiciera con toda su existencia. Quería estar ahí, prologar su recuerdo serpenteando en su corazón, su alma, su ser, o de lo que estuviera hecho. Por eso no había otro dios, divinidad, o adoración para ella. ¿Cómo adorar a dioses que hacían que sus hombres se enamoraran de todas las cosas que los destruían? Los otros, los humanos del mundo real, los veneraban buscando la vida eterna, temiendo oxidarse. Psyche envejecería y se echaría a perder, lo sabía, ¿y qué más daba si en su cielo sólo se encontraba él?
Desde su posición, alargó uno de sus brazos y lo apoyó la parte de atrás del cuello del rey; era su invitación para que terminara de hacer que le perteneciera. En ese instante, Psyche se prometió a sí misma que si la muerte la buscaba, besaría su rostro con la misma pasión con la que la vida le había enseñado a amar. Después de todo, besar a Stiva era como besar a la muerte; llenaba su interior de un volcánico ardor, y así y todo al marcharse dejaba sus labios helados.
La apátrida sentía el palpitar de su hombre a través del contacto que había creado con una de sus manos. ¿Estaba tan sorprendido como ella de lo que estaba ocurriendo? La mujer quiso hacerlo sentir en un hogar que fuera más allá del espacio físico que le proporcionaba una mansión, por lo que acarició esa zona del cuello de Stiva que unía su nuca con sus hombros, y giró su rostro levemente hasta besar traviesa, pero amorosamente la oreja expuesta de su amante, recorriendo sus bordes. Estaba con él, y lo estaría aun no estando presente.
—Oh, mi bien. Si pudieras escucharme, me apoyaría en tu regazo y te cantaría un listado exhaustivo de cada ángel que ha pasado por mi cuerpo, sólo para borrar sus manos y no sentir jamás tacto alguno que no provenga de ti —respiraba cálidamente, imaginando que él la oiría. Con todo lo que ya había recibido de él, sólo faltaba ilusionar fantasías imposibles— Entre esta tierra y el cielo sobre nosotros hay once besos desarmados, cuatro abrazos desesperados, y un éxtasis que supere todo lo anterior. Llévame contigo, así como estamos.
—Eres tú —sus labios se entreabrían agitados más de espíritu que de cuerpo. Ya no estaban jugando a adivinar quién era el otro. Se estaban enfrentando. De este enfrentamiento los dos saldrían perdiendo. Y Psyche, sin saberlo, había perdido antes de comenzar a jugar. Sus alas se habían empapado y ya no podía volar sino a través de la vitalidad de sus entrañas— Esta presión en mi pecho que me quita el aire sin matar mi respiración, este fuego quemando desde adentro hacia fuera transformándome en brasas, ¿cómo pude siquiera haber pensado que alguien más que tú despertaría algo así? Has sido tú todo este tiempo.
Sólo él. Todo se trataba de él, y Stiva jamás lo sabría sino a través del propio mundo onírico de para quien la voz no era más que una famosa conocida y usada por todos, mas la peor comunicadora. Por lo que significaba su encuentro, no podía enfocarse en el vacío que había sentido por la momentánea desunión de sus cuerpos. No, nunca. Se quedaría así por siempre, buscando en la piel de su amante algo más el calor natural que emanaba de su cuerpo. Psyche se preguntaba, mientras sentía sus extremidades en contacto con la seda, si acaso entendería él que no codiciaba más nada que el que le permitiera seguir soñando despierta por su causa como en el círculo vicioso más peligroso que alguien pudiera imaginar, ese imposible de querer dejar.
La liebre acudiría al encuentro del fuego, regocijándose ante el fatal contacto. Para aquello estaba en la tierra, esa era la razón por la cual estaban mortal y deidad insultando a los cielos sobre la tarima de una cama. Hipnotizada, deslizó sus manos sobre la tela hasta convertirlas en su soporte. Desde ese ángulo sumiso siguió cada uno de los movimientos del altivo rey mientras su pecho temblaba ante el aire que botaratemente salía y entraba sin orden alguno. ¿La estaba poniendo a prueba, su lealtad? Como respuesta a aquella posible pregunta, la cortesana bajó sus párpados, e inclinó su cabeza hacia abajo exponiendo la estructura de su cuello y escurriendo su melena hacia delante como una cascada buscando dueño.
Salvajemente volvió a brindarle luz a sus ojos cuando sintió el aliento de Stiva en su nuca, capturando su aroma, dominando aquellas provincias insospechadas hasta hacerlas rendirse para rendirle tributo solamente a él. Ella lo deseaba, realmente necesitaba que él se hiciera con toda su existencia. Quería estar ahí, prologar su recuerdo serpenteando en su corazón, su alma, su ser, o de lo que estuviera hecho. Por eso no había otro dios, divinidad, o adoración para ella. ¿Cómo adorar a dioses que hacían que sus hombres se enamoraran de todas las cosas que los destruían? Los otros, los humanos del mundo real, los veneraban buscando la vida eterna, temiendo oxidarse. Psyche envejecería y se echaría a perder, lo sabía, ¿y qué más daba si en su cielo sólo se encontraba él?
Desde su posición, alargó uno de sus brazos y lo apoyó la parte de atrás del cuello del rey; era su invitación para que terminara de hacer que le perteneciera. En ese instante, Psyche se prometió a sí misma que si la muerte la buscaba, besaría su rostro con la misma pasión con la que la vida le había enseñado a amar. Después de todo, besar a Stiva era como besar a la muerte; llenaba su interior de un volcánico ardor, y así y todo al marcharse dejaba sus labios helados.
La apátrida sentía el palpitar de su hombre a través del contacto que había creado con una de sus manos. ¿Estaba tan sorprendido como ella de lo que estaba ocurriendo? La mujer quiso hacerlo sentir en un hogar que fuera más allá del espacio físico que le proporcionaba una mansión, por lo que acarició esa zona del cuello de Stiva que unía su nuca con sus hombros, y giró su rostro levemente hasta besar traviesa, pero amorosamente la oreja expuesta de su amante, recorriendo sus bordes. Estaba con él, y lo estaría aun no estando presente.
—Oh, mi bien. Si pudieras escucharme, me apoyaría en tu regazo y te cantaría un listado exhaustivo de cada ángel que ha pasado por mi cuerpo, sólo para borrar sus manos y no sentir jamás tacto alguno que no provenga de ti —respiraba cálidamente, imaginando que él la oiría. Con todo lo que ya había recibido de él, sólo faltaba ilusionar fantasías imposibles— Entre esta tierra y el cielo sobre nosotros hay once besos desarmados, cuatro abrazos desesperados, y un éxtasis que supere todo lo anterior. Llévame contigo, así como estamos.
Psyche- Prostituta Clase Baja
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Re: Bocas Rotas {Stiva Záitsev} +18
[Vive para el placer. Tan solo evoca, en sus largas y trémulas miradas,
un abismo de noches desmayadas de los hambrientos besos de mi boca…
te pareces al mundo en tu actitud de entrega. Mi cuerpo de labriego salvaje
te socava y hace saltar al hijo del fondo de la tierra.]
Extendida debajo de él la espalda de Psyche descubría el sendero hacia el mismo cielo, sus hebras caían como garfios sobre la cama solventando la más jugosa ofrenda que habría visto en toda su vida. Su piel contenía el veneno capaz de paralizar a cualquier mortal más no a un Stiva caldeado por su propia existencia. No obstante, sabía que estaba perdido entre sus brazos, sus labios eran el camino hacia la perdición, se extinguiría como se sofocan las flamas de una hoguera tras la llegada del invierno si ella se fuera de su lado. Entonces su conciencia dio un vuelco de trescientos sesenta grados ¿Qué sucedía con su indispuesta voluntad? ¿En qué momento sería vulnerable ante la cortesana que era partidaria de sus deseos más oscuros? El espíritu estaba en una lucha constante con un estira y afloja continuo que se veía reflejada en sus acciones, en ese momento la cercanía entre ambos permitió que éste se asiera con más fuerza de la cintura en la mujer poseyéndola de tal forma que ésta nunca olvidaría que ahora le pertenecía. Nunca más volvería a compartirla con otro hombre; sus ojos castaños, el cabello morocho, sus labios carnosos ahora pertenecían al rey -Fui sólo como un túnel. De mí huían los pájaros, y en mí la noche entraba en su invasión poderosa. Para sobrevivirme te forjé como un arma, como una flecha en mi arco, como una piedra en mi honda. Cuerpo de mujer mía, persistiré en tu gracia. Mi sed, mi ansia sin límite, mi camino indeciso. Oscuros cauces donde la sed eterna sigue, y la fatiga sigue y el dolor infinito continúa…eres mía Psyche…- mencionó con voz firme al costado de la morena sintiendo las caricias proporcionadas sobre la extensión de su cuello.
Pero una voz interior le entorpeció en el instante alertándolo momentáneamente, no obstante, sus brazos aún sostenían el cuerpo cándido de la joven “¿Has perdido la razón? ¿Qué puede darte esta mujer que no te dé alguna otra?” y ante la interrogativa sonrío enardecido, se traicionaba a si mismo pero el pecado sería considerado para su propio ego una victoria más, un trofeo que por gusto conservaría y tal vez probablemente a la larga desecharía cómo a todo lo que dejaba de darle un beneficio, sin embargo, aquella muchacha podría ser muda pero su cuerpo hablaba por sí solo, expresaba en carne viva la alteración que sufrían sus sentidos, sus deseos, que aunque recónditos se traspaleaban a flor de piel y ella no lograría mentir bajo ninguna circunstancia –que fechoría, que trampa había tendido su cuerpo sin temer perder la vida en ello-. Desaprovechada o no, un rey nunca perdía ¿Qué tanto podría perder en el transcurso de aquella aventura? fue entonces que la electricidad que expulsaban sus sentidos se alzaron al máximo envolviendo al ruso en un extraño vacio placentero, el éxtasis por lo desconocido o su desengaño –de saber finalmente- que no llevaría las riendas del futuro incierto que se escribía bajo sus propia nariz. El destino se reía de él y no sabía cómo, ni cuando lo había permitido.
Momentáneamente el deseo apaciguo sus peores demonios –maldita era la hora en que aparecían y se presentaban fastidiándole la noche- y en ese momento, un beso se postró en el hombro de la mujer que admiraba sumisa ante sus manos, ahí, ambos tenían el poder de hacer cambiar lo que quisieran, sus cuerpos hablarían por sí mismos ya que las palabras sobraban, ni el monarca, ni la complaciente concubina tenían el interés de hablar más de la cuenta. Fue así, que lentamente sus labios comenzaron a viajar con lisura el camino que era rebelado en la espalda de Psyche, conteniendo la suavidad con la que es acariciado un frágil capullo de seda él avanzaba hábil, dominante, la bestia cautivada por la belleza exótica de una mortal mujer. Sus manos por otro lado, procedían a realizar una de las tareas más deliciosa en su especie pues entre más descendiera en el cuerpo de la diosa conocerían en medida sus fantasías –si existieran- las dos proliferaciones que pendían de su pecho caían ante la gravedad y él las adoptaba con firmeza aferrándose para concluir su búsqueda entre las inexploradas montañas –Henos aquí intactos, confortando nuestros cuerpos con el calor de la propia agonía…gocemos, gocemos de nuestra conjunción que ahora se vuelve más estrecha e intima, gocemos con nuestro pesar en el lecho, que hasta la vida es parte de la muerte…- expuso el hombre que parecía realizar momentáneamente una tregua entre los dos, una que exponía su cuerpo desnudo sobre una tierra inhóspita, ahí, estaba él bajo un cielo callado de dioses ausentes que no escucharían ninguna plegaria, ni se empoderarían de saberes, ahí, él avanzaba entre los valles más oscuros de su propia existencia dónde el gemido o llamado más tierno y dulce asaltaba en la pesadumbre de su alma, en su historia si existía la devoción de una musa que se entrega el fuego más ardiente. Ya furtivos, Stiva y Psyche se entrelazaban entre voces enmudecidas y cuerpos que oraban, fue así que, finalmente la hacía suya como nunca haría a ninguna otra mujer, sin pausas, con delirio, con locura.
un abismo de noches desmayadas de los hambrientos besos de mi boca…
te pareces al mundo en tu actitud de entrega. Mi cuerpo de labriego salvaje
te socava y hace saltar al hijo del fondo de la tierra.]
Extendida debajo de él la espalda de Psyche descubría el sendero hacia el mismo cielo, sus hebras caían como garfios sobre la cama solventando la más jugosa ofrenda que habría visto en toda su vida. Su piel contenía el veneno capaz de paralizar a cualquier mortal más no a un Stiva caldeado por su propia existencia. No obstante, sabía que estaba perdido entre sus brazos, sus labios eran el camino hacia la perdición, se extinguiría como se sofocan las flamas de una hoguera tras la llegada del invierno si ella se fuera de su lado. Entonces su conciencia dio un vuelco de trescientos sesenta grados ¿Qué sucedía con su indispuesta voluntad? ¿En qué momento sería vulnerable ante la cortesana que era partidaria de sus deseos más oscuros? El espíritu estaba en una lucha constante con un estira y afloja continuo que se veía reflejada en sus acciones, en ese momento la cercanía entre ambos permitió que éste se asiera con más fuerza de la cintura en la mujer poseyéndola de tal forma que ésta nunca olvidaría que ahora le pertenecía. Nunca más volvería a compartirla con otro hombre; sus ojos castaños, el cabello morocho, sus labios carnosos ahora pertenecían al rey -Fui sólo como un túnel. De mí huían los pájaros, y en mí la noche entraba en su invasión poderosa. Para sobrevivirme te forjé como un arma, como una flecha en mi arco, como una piedra en mi honda. Cuerpo de mujer mía, persistiré en tu gracia. Mi sed, mi ansia sin límite, mi camino indeciso. Oscuros cauces donde la sed eterna sigue, y la fatiga sigue y el dolor infinito continúa…eres mía Psyche…- mencionó con voz firme al costado de la morena sintiendo las caricias proporcionadas sobre la extensión de su cuello.
Pero una voz interior le entorpeció en el instante alertándolo momentáneamente, no obstante, sus brazos aún sostenían el cuerpo cándido de la joven “¿Has perdido la razón? ¿Qué puede darte esta mujer que no te dé alguna otra?” y ante la interrogativa sonrío enardecido, se traicionaba a si mismo pero el pecado sería considerado para su propio ego una victoria más, un trofeo que por gusto conservaría y tal vez probablemente a la larga desecharía cómo a todo lo que dejaba de darle un beneficio, sin embargo, aquella muchacha podría ser muda pero su cuerpo hablaba por sí solo, expresaba en carne viva la alteración que sufrían sus sentidos, sus deseos, que aunque recónditos se traspaleaban a flor de piel y ella no lograría mentir bajo ninguna circunstancia –que fechoría, que trampa había tendido su cuerpo sin temer perder la vida en ello-. Desaprovechada o no, un rey nunca perdía ¿Qué tanto podría perder en el transcurso de aquella aventura? fue entonces que la electricidad que expulsaban sus sentidos se alzaron al máximo envolviendo al ruso en un extraño vacio placentero, el éxtasis por lo desconocido o su desengaño –de saber finalmente- que no llevaría las riendas del futuro incierto que se escribía bajo sus propia nariz. El destino se reía de él y no sabía cómo, ni cuando lo había permitido.
El gemido se apagó en su garganta
Momentáneamente el deseo apaciguo sus peores demonios –maldita era la hora en que aparecían y se presentaban fastidiándole la noche- y en ese momento, un beso se postró en el hombro de la mujer que admiraba sumisa ante sus manos, ahí, ambos tenían el poder de hacer cambiar lo que quisieran, sus cuerpos hablarían por sí mismos ya que las palabras sobraban, ni el monarca, ni la complaciente concubina tenían el interés de hablar más de la cuenta. Fue así, que lentamente sus labios comenzaron a viajar con lisura el camino que era rebelado en la espalda de Psyche, conteniendo la suavidad con la que es acariciado un frágil capullo de seda él avanzaba hábil, dominante, la bestia cautivada por la belleza exótica de una mortal mujer. Sus manos por otro lado, procedían a realizar una de las tareas más deliciosa en su especie pues entre más descendiera en el cuerpo de la diosa conocerían en medida sus fantasías –si existieran- las dos proliferaciones que pendían de su pecho caían ante la gravedad y él las adoptaba con firmeza aferrándose para concluir su búsqueda entre las inexploradas montañas –Henos aquí intactos, confortando nuestros cuerpos con el calor de la propia agonía…gocemos, gocemos de nuestra conjunción que ahora se vuelve más estrecha e intima, gocemos con nuestro pesar en el lecho, que hasta la vida es parte de la muerte…- expuso el hombre que parecía realizar momentáneamente una tregua entre los dos, una que exponía su cuerpo desnudo sobre una tierra inhóspita, ahí, estaba él bajo un cielo callado de dioses ausentes que no escucharían ninguna plegaria, ni se empoderarían de saberes, ahí, él avanzaba entre los valles más oscuros de su propia existencia dónde el gemido o llamado más tierno y dulce asaltaba en la pesadumbre de su alma, en su historia si existía la devoción de una musa que se entrega el fuego más ardiente. Ya furtivos, Stiva y Psyche se entrelazaban entre voces enmudecidas y cuerpos que oraban, fue así que, finalmente la hacía suya como nunca haría a ninguna otra mujer, sin pausas, con delirio, con locura.
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Re: Bocas Rotas {Stiva Záitsev} +18
Era así, le pertenecía. Los ojos de Psyche se dilataron con violencia cuando esas palabras hicieron eco dentro de su corazón. Ya no era más la viva ofrenda de los mortales hacia los ángeles transeúntes. No tenía más que esperar a que el tiempo la agotara hasta volverla polvo. El único más grande propósito de su vida se hacía carne. Con una sola orden del rey se había acabado toda una vida imaginando un significado para olvidar que era una muñeca rota y sin amor. Tembló bajo la voz de Stiva, sintiendo cómo sus fantasías se agotaban por se hacían realidad. Se sentía cálido por dentro y por fuera, y aún así daba miedo. ¿Abrir los ojos a la verdad? ¿Cómo podía hacerlo si toda su existencia había vivido en la ficción? ¿Era digna una mortal como ella de entrar a la boca de un dios, fuese un cielo o un infierno? Se tragó esas preguntas y se enfocó en que la humedad de su piel absorbiera por completo los besos de su Eros. Así como Psyche no veía que sus usuales clientes no eran ángeles, sino hombres calmando su sed de carne, no entendería que Stiva no era un dios, sino rey tan perecedero como ella.
—Tuya… —repitió dentro de su cabeza. Si estaba entrando al nido de serpientes, no importaba. Su voz interior le decía que siguiera combatiendo contra todo lo que los demás creían conocer, aunque se encontrara sola. Decía que no temiera al mundo de los hombres, sino que continuara con devoción a su dios en su corazón. Porque, ¿qué era una deidad sin provocar temor en sus fieles?— Arráncame de la carga que es lo que conozco. Todo es vano.
Como si su lengua estuviera hecha de fuego y no de fibra, Stiva marcaba su camino en la espalda de la meretriz. Por allí no pasaría nadie más, esa era su voluntad. La joven lo sentía oscuro, prohibido y con una fuerza irresistible. Así se sentía ser una flor nocturna arrancada de su seno. Sentía lentamente cómo la humana caduca se iba y la joya más preciada del rey se presentaba para tomar su lugar. Mudaba de piel. Se le había dado la oportunidad para marcharse y no la había tomado. No quedaba más que relajar el cuello, agachar la cabeza, e inclinarse ante su destino; sin importar que tan negro o luminoso fuera, la cortesana muda inmolaría su alma para mantenerlo vivo.
Antes las caricias de su captor, la boca de la mujer daba un espectáculo de gesticulaciones pocas veces visto. Era el idioma de los sin voz. Se sonreía ante sus gemidos no sonoros, ante su cuerpo hallando perfección en los labios del brujo. Miró sobre su hombro, admirando cómo sus regiones se doblegaban ante un solo dictador. Sus manos siguieron las de Stiva cuando él las posó sobre sus pechos. Lo incitaba a más, porque le gustaba demasiado. Si hubiera estado en el lecho junto a uno de sus ángeles, no se hubiera permitido gozar a tal nivel, porque más temprano que tarde debería despedirse para siempre, pero con Eros era diferente, pues él ya la había reclamado como suya. Con él temía que nada durase demasiado como para recordarlo. Con cada contacto ganaba un pedazo de cielo, pero sin él sabía que podía perderlo todo.
—¿Qué más desatino que este, mi adoración? —cerraba los ojos lujuriosa. Adonde quiera que él tocaba, encontraba muestras de ello. La joven se giró quedando recostada boca arriba bajo el rey. Acariciaba su rostro con sus manos, invitándolo a hacer de su cuerpo su templo. Así estaba destinado— Esto que ves, lo que sientes en mí. Mi cuerpo, mis deseos, mis sueños y mis miedos más grandes. Todo ha sido por ti. Si he entregado mi cuerpo cada noche a los ángeles, ha sido para prepararme para nuestra fundición. Ahora… —rodeó la cintura de Stiva con sus piernas y arqueó su espalda para darle una mejor vista de sus montes y de su vientre.— …se puede mi pasado marchar. Te suplico que me quites todo lo que no provenga de ti.
No había nadie como los vesánicos, que sabían hacer tan bien el amor. Así se apoderó el rey del cuerpo de su nuevo tesoro, suyo por completo, como en un acto de reclamación. Y en cuanto ella sintió que él había entrado todo lo posible, levantó un poco la cabeza de la cama y torciendo el cuello sin mucho esfuerzo, pero con las mejillas teñidas de escarlata y una sonrisa de tierna satisfacción, lo observó con esa oscura mirada de posesión, inclinándose hacia adelante mientras estaban así unidos; luego, dejándolo la musa que persiguiera su placer, volvió a ocultar su rostro y sus rubores con las manos, quedando tan pasiva y favorable como pudo, mientras él seguía acosándola con repetidos enviones y haciendo que las carnes que se encontraban por ambos lados resonaran violentamente. Cada vez que retrocedía, podía verse entre ellos parte de su larga vara cubierta de espuma hasta que, cuando entraba nuevamente y se acercaba a ella, las lomas que se interponían la ocultaban.
Un golpe de placer asaltó los centros nerviosos de Psyche. Luego otro, y otro más fuerte. Algo venía. Se estaba acercando. Era paroxismo, desesperación. Se aferraba a la espalda de Stiva como un náufrago a la orilla, hallando en su piel la funda para sus uñas deseosas.
—¡Oh, está ahí! Estoy tan cerca. No pares, te ruego. No me dejes. Soy… ¡soy tuya! —y la luz nubló los ojos de mortal, lanzándola al abismo del orgasmo. Había caído en las manos de su deidad. Y lo que era de Stiva, él no lo soltaba.
Finalmente, la duración de las estocadas del monarca, tan ardientes y urgidas, trajo la convulsión en su amante con tan abrumador placer que ella tuvo necesidad de sostenerse mirando hacia el cielo al cual había empeñado su corazón, jadeante, desmayada y desfalleciente. Era el éxtasis entre un dios y su pecado.
—Tuya… —repitió dentro de su cabeza. Si estaba entrando al nido de serpientes, no importaba. Su voz interior le decía que siguiera combatiendo contra todo lo que los demás creían conocer, aunque se encontrara sola. Decía que no temiera al mundo de los hombres, sino que continuara con devoción a su dios en su corazón. Porque, ¿qué era una deidad sin provocar temor en sus fieles?— Arráncame de la carga que es lo que conozco. Todo es vano.
Como si su lengua estuviera hecha de fuego y no de fibra, Stiva marcaba su camino en la espalda de la meretriz. Por allí no pasaría nadie más, esa era su voluntad. La joven lo sentía oscuro, prohibido y con una fuerza irresistible. Así se sentía ser una flor nocturna arrancada de su seno. Sentía lentamente cómo la humana caduca se iba y la joya más preciada del rey se presentaba para tomar su lugar. Mudaba de piel. Se le había dado la oportunidad para marcharse y no la había tomado. No quedaba más que relajar el cuello, agachar la cabeza, e inclinarse ante su destino; sin importar que tan negro o luminoso fuera, la cortesana muda inmolaría su alma para mantenerlo vivo.
Antes las caricias de su captor, la boca de la mujer daba un espectáculo de gesticulaciones pocas veces visto. Era el idioma de los sin voz. Se sonreía ante sus gemidos no sonoros, ante su cuerpo hallando perfección en los labios del brujo. Miró sobre su hombro, admirando cómo sus regiones se doblegaban ante un solo dictador. Sus manos siguieron las de Stiva cuando él las posó sobre sus pechos. Lo incitaba a más, porque le gustaba demasiado. Si hubiera estado en el lecho junto a uno de sus ángeles, no se hubiera permitido gozar a tal nivel, porque más temprano que tarde debería despedirse para siempre, pero con Eros era diferente, pues él ya la había reclamado como suya. Con él temía que nada durase demasiado como para recordarlo. Con cada contacto ganaba un pedazo de cielo, pero sin él sabía que podía perderlo todo.
—¿Qué más desatino que este, mi adoración? —cerraba los ojos lujuriosa. Adonde quiera que él tocaba, encontraba muestras de ello. La joven se giró quedando recostada boca arriba bajo el rey. Acariciaba su rostro con sus manos, invitándolo a hacer de su cuerpo su templo. Así estaba destinado— Esto que ves, lo que sientes en mí. Mi cuerpo, mis deseos, mis sueños y mis miedos más grandes. Todo ha sido por ti. Si he entregado mi cuerpo cada noche a los ángeles, ha sido para prepararme para nuestra fundición. Ahora… —rodeó la cintura de Stiva con sus piernas y arqueó su espalda para darle una mejor vista de sus montes y de su vientre.— …se puede mi pasado marchar. Te suplico que me quites todo lo que no provenga de ti.
No había nadie como los vesánicos, que sabían hacer tan bien el amor. Así se apoderó el rey del cuerpo de su nuevo tesoro, suyo por completo, como en un acto de reclamación. Y en cuanto ella sintió que él había entrado todo lo posible, levantó un poco la cabeza de la cama y torciendo el cuello sin mucho esfuerzo, pero con las mejillas teñidas de escarlata y una sonrisa de tierna satisfacción, lo observó con esa oscura mirada de posesión, inclinándose hacia adelante mientras estaban así unidos; luego, dejándolo la musa que persiguiera su placer, volvió a ocultar su rostro y sus rubores con las manos, quedando tan pasiva y favorable como pudo, mientras él seguía acosándola con repetidos enviones y haciendo que las carnes que se encontraban por ambos lados resonaran violentamente. Cada vez que retrocedía, podía verse entre ellos parte de su larga vara cubierta de espuma hasta que, cuando entraba nuevamente y se acercaba a ella, las lomas que se interponían la ocultaban.
Un golpe de placer asaltó los centros nerviosos de Psyche. Luego otro, y otro más fuerte. Algo venía. Se estaba acercando. Era paroxismo, desesperación. Se aferraba a la espalda de Stiva como un náufrago a la orilla, hallando en su piel la funda para sus uñas deseosas.
—¡Oh, está ahí! Estoy tan cerca. No pares, te ruego. No me dejes. Soy… ¡soy tuya! —y la luz nubló los ojos de mortal, lanzándola al abismo del orgasmo. Había caído en las manos de su deidad. Y lo que era de Stiva, él no lo soltaba.
Finalmente, la duración de las estocadas del monarca, tan ardientes y urgidas, trajo la convulsión en su amante con tan abrumador placer que ella tuvo necesidad de sostenerse mirando hacia el cielo al cual había empeñado su corazón, jadeante, desmayada y desfalleciente. Era el éxtasis entre un dios y su pecado.
Psyche- Prostituta Clase Baja
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Fecha de inscripción : 30/05/2013
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Re: Bocas Rotas {Stiva Záitsev} +18
‘I’m taking it slow feeding my flame, shuffling the cards of your game
and just in time in the right place suddenly I will play my ace’
El futuro lucia incierto entre las caricias, los suspiros no aguardaban ya entre minutos o segundos, Eran constantes. Ambos se sostenían entre placeres muy similares, en deseos incontenidos ya sobre sus pieles, sus miradas se cruzaban una con la otra y aunque ella no pudiese hablar, él la escuchaba claramente. Sus labios se entreabrieron un momento llamándola nuevamente por su nombre “Psyche” como si el sólo mencionarlo le regocijara o extasiara mucho más, sus manos querían arrancarle la piel morena ese cuerpo era totalmente suyo en cualquier posición que coexistiera en el acto del sexo –si es que aquello pudiese llamársele simple “sexo”- pues más parecía que dos almas se fundiesen entre sí, existiendo en ellas una conexión inigualable. Psyche era la primera en habitar en el inconsciente de un hombre como el rey ¿Cuántas mujeres no habrían pasado por su lecho? Inclusive su pequeña hermana melliza idolatraba sus descarados actos en dónde demostraba el inexistente amor hacia el prójimo. Estaba marchito, estaba maldito, pero el diablo estaba acostumbrado a mentir para triunfar, el ruso no era la excepción, ahora rompía la tregua con la joven meretriz quién en su entrega parecía desvanecerse en el sopor de su éxtasis. Estaba ganando, había ganado.
-- Lately, I´ve been walking, walking in circles, watching, waiting for something.
feel me, touch me, heal me, come, take me higher.—
Sus sentidos ya alterados, como si fuese una droga que alentara la sensación del placer permanecían fluyendo, su anatomía ardía como el fuego, al tacto se encendía como las hogueras y las únicas víctimas que se incinerarían en ella eran sólo ella y el monarca. Entonces sus manos se volvieron como dos navajas altamente filosas que cortarían su piel, pero en vez de ello estas parecían afianzarse con tal fuerza que, pensaba dejarle en algún momento sin aliento. No entendía en que minuto ambos habían pasado el límite de subsistencia, eran como el agua y el aceite que de alguna forma –quien sabe cómo, ni cuando, ni donde- habían encontrado la manera de fundirse uno con el otro. Los dedos como dos brochas sobre el lienzo se movían a través de su piel cobriza, cada centímetro de sus poros eran cubiertos por estos desde el inicio de su entrepiernas a los muslos y viceversa. Mientras tanto en sus entrañas una sensación de poder más allá de lo entendible –al menos para el ruso- se volvió latente, se palpaba y mejor aún lo consumía a bocanadas ¿Habría un mejor alimento que el cuerpo de aquella mujer entregándose a sus anchas?
En el delirio de sus excentricidades las piernas de la meretriz le rodearon por la cintura atrayéndolo hasta su cuerpo curvilíneo en dónde específicamente las intimidades de ambos interactuaban de forma muy sensual e inclusive excitante. Esto le enloqueció. Apoyando sus manos en la cadera de la mujer consiguió estribar ambas palmas de sus extremidades al costado de la joven apátrida para enseguida empujar su pelvis haciéndose furiosa y finalmente con su cuerpo. Constante la respiración se agravaba en el vacio de su placer contenido dentro, por vez primera se dejaba llevar adelante de las circunstancias, Stiva no seguía ésta vez sus instintos, si no lo que realmente deseaba para sí mismo hubiese la consecuencia que hubiese, le había propuesto el infierno y no el cielo. Ella aceptaba sin ninguna contemplación. Tal vez el infierno parecía más provechoso para las almas que carecían de culpa o conciencia como la del rey dos caras.
Ambas miradas se cruzaron como dos relámpagos en el cielo vaticinando la siguiente tormenta, lo que parecía curioso y hasta atemorizante era la forma en que las emociones de Stiva se manifestaban en el temporal del momento y que conforme se envolvieran en las sensaciones de la noche estos aumentaban en intensidad y poderío. Era pues, definitivamente el poder del brujo bajos los encantos de un cordero abnegado y halagado por morir en sus brazos, así mismo, sus labios encontraron el inferior de Psyche al cual mordió de manera severa pero optando por no lastimarle demasiado, aquello se describía como un dolor placentero debido al nivel en que ahora se encontraban, sus piernas temblaban ante la posición de ambos, el sudor manaba de sus poros y se rodeaban de una esencia de mil sabores. En ese momento sus ojos bicolores se enfocaron en los de ella develando lo infame que lograba ser al poseerle con tesón declarándola suya -"Encerradme dentro de ti Psyche y sostenme en vuestro pedestal, libérate de todos esos fantasmas que os han perseguido en vuestra vida y entregaos a mi sin miedo a quemaros en las brazas del mismo infierno, pues no hay mejor infierno que el que yo os ofrezco y aunque lo rechacéis os aprisionaría en el calabozo más oscuro allá en las entrañas de la tierra dónde vuestra respiración jamás se escuche…"- lo decía con una sola mirada, ambos se conectaban entre sí como dos reacciones químicas que explotaban al contacto, las palabras no faltaban en la escena pues su cuerpos agotados por el éxtasis al cual estaban por conseguir expresaban abiertamente sus pensamientos más oscuros. Justo en ese momento su lengua como una espada afilada dispuesta a atravesar la dermis se detuvo sobre su cuello para luego deslizarse amenazante hasta su oreja, hombros, boca y finalmente sus pezones los cuales arropo en un ósculo cálido y hasta cierto punto violento mordiéndole quisquillosamente.
El placer indescriptible del instante provocó que un par de suspiros más sonoros captaran la atención del momento, mientras que su cuerpo experimentaba por tercera vez el climax, la insonora voz de Psyche mientras tanto se ahogaba en el punto exácto del gozo en dónde el alma abandonaba el cuerpo subiendo o bajando al mismo Stiva. Por otro lado el brujo permanecia errante sobre la tierra no obstante en su mano la cortesana le sostendría sin más.
and just in time in the right place suddenly I will play my ace’
El futuro lucia incierto entre las caricias, los suspiros no aguardaban ya entre minutos o segundos, Eran constantes. Ambos se sostenían entre placeres muy similares, en deseos incontenidos ya sobre sus pieles, sus miradas se cruzaban una con la otra y aunque ella no pudiese hablar, él la escuchaba claramente. Sus labios se entreabrieron un momento llamándola nuevamente por su nombre “Psyche” como si el sólo mencionarlo le regocijara o extasiara mucho más, sus manos querían arrancarle la piel morena ese cuerpo era totalmente suyo en cualquier posición que coexistiera en el acto del sexo –si es que aquello pudiese llamársele simple “sexo”- pues más parecía que dos almas se fundiesen entre sí, existiendo en ellas una conexión inigualable. Psyche era la primera en habitar en el inconsciente de un hombre como el rey ¿Cuántas mujeres no habrían pasado por su lecho? Inclusive su pequeña hermana melliza idolatraba sus descarados actos en dónde demostraba el inexistente amor hacia el prójimo. Estaba marchito, estaba maldito, pero el diablo estaba acostumbrado a mentir para triunfar, el ruso no era la excepción, ahora rompía la tregua con la joven meretriz quién en su entrega parecía desvanecerse en el sopor de su éxtasis. Estaba ganando, había ganado.
-- Lately, I´ve been walking, walking in circles, watching, waiting for something.
feel me, touch me, heal me, come, take me higher.—
Sus sentidos ya alterados, como si fuese una droga que alentara la sensación del placer permanecían fluyendo, su anatomía ardía como el fuego, al tacto se encendía como las hogueras y las únicas víctimas que se incinerarían en ella eran sólo ella y el monarca. Entonces sus manos se volvieron como dos navajas altamente filosas que cortarían su piel, pero en vez de ello estas parecían afianzarse con tal fuerza que, pensaba dejarle en algún momento sin aliento. No entendía en que minuto ambos habían pasado el límite de subsistencia, eran como el agua y el aceite que de alguna forma –quien sabe cómo, ni cuando, ni donde- habían encontrado la manera de fundirse uno con el otro. Los dedos como dos brochas sobre el lienzo se movían a través de su piel cobriza, cada centímetro de sus poros eran cubiertos por estos desde el inicio de su entrepiernas a los muslos y viceversa. Mientras tanto en sus entrañas una sensación de poder más allá de lo entendible –al menos para el ruso- se volvió latente, se palpaba y mejor aún lo consumía a bocanadas ¿Habría un mejor alimento que el cuerpo de aquella mujer entregándose a sus anchas?
En el delirio de sus excentricidades las piernas de la meretriz le rodearon por la cintura atrayéndolo hasta su cuerpo curvilíneo en dónde específicamente las intimidades de ambos interactuaban de forma muy sensual e inclusive excitante. Esto le enloqueció. Apoyando sus manos en la cadera de la mujer consiguió estribar ambas palmas de sus extremidades al costado de la joven apátrida para enseguida empujar su pelvis haciéndose furiosa y finalmente con su cuerpo. Constante la respiración se agravaba en el vacio de su placer contenido dentro, por vez primera se dejaba llevar adelante de las circunstancias, Stiva no seguía ésta vez sus instintos, si no lo que realmente deseaba para sí mismo hubiese la consecuencia que hubiese, le había propuesto el infierno y no el cielo. Ella aceptaba sin ninguna contemplación. Tal vez el infierno parecía más provechoso para las almas que carecían de culpa o conciencia como la del rey dos caras.
Ambas miradas se cruzaron como dos relámpagos en el cielo vaticinando la siguiente tormenta, lo que parecía curioso y hasta atemorizante era la forma en que las emociones de Stiva se manifestaban en el temporal del momento y que conforme se envolvieran en las sensaciones de la noche estos aumentaban en intensidad y poderío. Era pues, definitivamente el poder del brujo bajos los encantos de un cordero abnegado y halagado por morir en sus brazos, así mismo, sus labios encontraron el inferior de Psyche al cual mordió de manera severa pero optando por no lastimarle demasiado, aquello se describía como un dolor placentero debido al nivel en que ahora se encontraban, sus piernas temblaban ante la posición de ambos, el sudor manaba de sus poros y se rodeaban de una esencia de mil sabores. En ese momento sus ojos bicolores se enfocaron en los de ella develando lo infame que lograba ser al poseerle con tesón declarándola suya -"Encerradme dentro de ti Psyche y sostenme en vuestro pedestal, libérate de todos esos fantasmas que os han perseguido en vuestra vida y entregaos a mi sin miedo a quemaros en las brazas del mismo infierno, pues no hay mejor infierno que el que yo os ofrezco y aunque lo rechacéis os aprisionaría en el calabozo más oscuro allá en las entrañas de la tierra dónde vuestra respiración jamás se escuche…"- lo decía con una sola mirada, ambos se conectaban entre sí como dos reacciones químicas que explotaban al contacto, las palabras no faltaban en la escena pues su cuerpos agotados por el éxtasis al cual estaban por conseguir expresaban abiertamente sus pensamientos más oscuros. Justo en ese momento su lengua como una espada afilada dispuesta a atravesar la dermis se detuvo sobre su cuello para luego deslizarse amenazante hasta su oreja, hombros, boca y finalmente sus pezones los cuales arropo en un ósculo cálido y hasta cierto punto violento mordiéndole quisquillosamente.
El placer indescriptible del instante provocó que un par de suspiros más sonoros captaran la atención del momento, mientras que su cuerpo experimentaba por tercera vez el climax, la insonora voz de Psyche mientras tanto se ahogaba en el punto exácto del gozo en dónde el alma abandonaba el cuerpo subiendo o bajando al mismo Stiva. Por otro lado el brujo permanecia errante sobre la tierra no obstante en su mano la cortesana le sostendría sin más.
Stiva Záitsev- Hechicero/Realeza
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Fecha de inscripción : 25/02/2013
Localización : Castillo de Windsor, Berkshire, Reino Unido
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