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No existió la casualidad — Stiva— 2WJvCGs


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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Ragna Dárkova Vie Sep 27, 2013 8:03 am


"No existe la casualidad y lo que nos parece un mero accidente,
surge de las más profunda fuente del destino."


Los pueblos cercanos al castillo, nunca se habían encontrado con más afluencia de gentes y familias venidas de todos los rincones de la gran Escocia, en los últimos años. Las calles se habían llenado de rumores y de extranjeros que acudían también a curiosear, como si no hubiera nada más que hacer en aquellos días que deambular de una cantina a otra, con los oídos puestos en cada conversación cercana. Las calles lucían como nunca habían lucido; limpias y resplandecientes, esperaban la visita del nuevo monarca. El decretado divino rey de Escocia que en breves momentos o quizás ya en estos días, había ocupado su trono, junto a su reina, coronándose rey absoluto de toda Escocia. Como era de suponer, para los pueblos aquello era la fiesta del año. Decorados por doquier, bebida en las noches y lo más importante, en aquellos días se precisaban trabajadores y para Giselle aquello había representado una oportunidad que no había dejado escapar, hasta conseguir trabajo en la floristería del centro del pueblo, una de las más grandes del reino y la escogida para servir en la coronación, las flores y decorados.

Giselle había sido una de las afortunadas en entrar al castillo de los reyes y ayudar en la decoración. Siempre rodeada de las sirvientas de palacio y de guardias que vigilaban sus pasos, se había centrado en los decorados florales. No tenían que ser muy vistosos, si no todo lo contrario, elegantes y comedidos y aquello había logrado con una rapidez envidiable, dándole así tiempo de recorrer el ala del castillo abierta a los sirvientes del castillo.

El tiempo que había pasado en el castillo, sus ojos no dejaron de admirar toda parte y estructura de aquel milenario edificio. Lo único molesto que había encontrado era el seguimiento de uno de los guardias, quien no dejó de contemplarla y seguirla en cada paso que daba. Finalmente agobiada, se había plantado y vuelto hacia él, pidiéndole amablemente donde se encontraba la salida –tras las vueltas al palacio, se encontraba realmente perdida- y que le acompañara. El guardián en lo que parecía una sonrisa seductora, había asentido y la había llevado de vuelta a entrada de palacio. Mientras retrocedían el camino andado, se dio cuenta de que el joven la había llevado por otro camino, uno en el cual atravesaron una pequeña parte del ala prohibida a los visitantes, desde donde le llegó una extraña sensación, una alerta. Tras salir del palacio, aquella sensación desapareció, desconcertando a la joven bruja, que enseguida tomó camino de vuelta al pueblo, dando por terminada su jornada de trabajo.

Por el camino hasta entrar en susodicho pueblo, distintas ideas aparecieron en su mente, explicando aquella inusual sensación que la había asaltado. La primera, ni más ni menos que el cansancio fuera el causante. Tras haber llegado hacia unos meses de nuevo a Escocia, ningún día había podido encontrar la paz o la dicha, si no le faltaba el trabajo, le faltaba el techo y así era su pan de cada día. La segunda idea, simplemente se trataba de su obsesión con encontrar a su familia y a su padre, quien le dejó simplemente para heredar un apellido. Y por último, que en el castillo entre la servidumbre o guardias, se encontrara un mago o cualquier otra criatura, con las que nunca se había topado cara a cara y por aquello, aquel desconcierto. ¡Un mago en palacio!, Parecía irónico, se suponía que los magos debíamos escondernos y pasar desapercibidos, si te descubrían en palacio… ¿Cuáles eran las probabilidades de que no te quemaran o degollaran al momento?

Suspirando se deshizo de aquellos pensamientos y se tranquilizó llegando al centro de la plaza del pueblo, desde donde solo podía atisbar la tranquilidad y expectación que reinaba estos días en las vidas de los escoceses. Contagiándose al poco tiempo de la alegría de la gente, se unió a unos jóvenes que preparaban unas mesas en medio de la plaza. El ambiente era cálido y fresco, por lo que al rato de ayudar, se deshizo de la capa que la cubría – dejándola a un lado- descubriendo un sencillo vestido rojizo, cayendo este por sus caderas con soltura, revelando al moverse la esbelta y alta figura de la joven de melena morena con reflejos rojizos. Muchos jóvenes se fijaron entonces en su belleza, a lo que Giselle ignoró por completo, reprendiéndose por quitarse la capa que la cubría la mayor parte del tiempo. Si algo no soportaba, era ser el centro de atención.

Tras terminar de ayudar, decidiendo que seria mejor partir antes de que sus sentidos se alteraran y tomara consciencia de cada sentimiento y deseo de los jóvenes que la tenían a vista, volviendo a tomar su capa en mano, hizo ademan de marcharse y empezar lentamente a huir, cuando un sentimiento de un arraigado miedo se coló en su cabeza, obligándole a descubrir quién era el padecimiento y el causante de este. Al instante en qué se giró y sus ojos descubriendo que sucedía se bloqueó, analizando las posibilidades que tenia de interferir y salir ilesa de aquel acto.

Un niño yacía en medio de la calle, palideciendo de miedo encontrándose con que un carruaje lo arrojaría en cuestión de milésimas de segundo. Por más que el chofer del lujoso carruaje pudiera detener este, ya seria demasiado tarde. Pensando rápido se movió hacia allí y usando lo único que podía usar en aquella situación, usó ilusión para crear una barrera en la mente de los caballos, provocando que estos reaccionaran parando abruptamente antes de arrojar al niño, al tiempo que ella se lanzaba al pequeño y tomándolo en sus brazos lo sacó del derribo del carruaje.

— ¡Mírame!  —la joven tomó la cara del pequeño y con los pulgares le secó las lagrimas de miedo. — ¿Estas bien? —El pequeño niño asintió tembloroso abrazándose a ella, colgándose de su cuello.

Giselle agradeciendo la suerte de haber llegado a tiempo, soltó a los caballos de su ilusión, los que tras los latigazos del chofer, volvieron a emprender camino, desconcertando a todos los observadores y guardias que custodiaban aquel carruaje y con una dulce sonrisa calmó al niño.

—Ya pasó pequeño. —Le consoló canturreándole al oído, viendo a la lejanía como una señora – La madre supuso- se acercaba corriendo a ellos, cuando sintió de nuevo aquella extraña sensación de alarma. Alguien la observaba y no eran los jóvenes de antes.



"¿Quién puede bajar los ojos como una mujer? ¿Y quién sabe alzarlos como ella?"

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Mensaje por Stiva Záitsev Miér Oct 09, 2013 8:14 pm

Se dice que las primeras acciones de un monarca es ver el mejor camino que han de seguir los pueblos en donde la voz de su gente pueda hacerse rugir el eco entre las montañas que circundan las tierras altas de Escocia. Desde su llegada, los rostros de las mujeres, hombres así como niños habían palidecido malogrando las esperanzas de su bienestar ¿Por qué? Porque reinaba el caos y no la paz, y esto no quería decir que la trifulca se levantase en armas contra el autoritario rey que ahora gobernaba al país, pues quiénes tenían la osadía de levantar sus rostros y ver más allá de lo permitido el ruso haría que se implementara cualquier ley pisoteando las cabezas que tuviera que pisotear, entre sus venas corría la ideología de la supervivencia del más apto y por supuesto Stiva estaba totalmente seguro de que más que adecuado, era el indicado para reinar las tierras que por derecho y decretos divinos –gracias a Odín- le correspondían.

El terciopelo de las almohadillas se acomodaban a los costados de su cuerpo permitiéndole que el descanso dentro del carruaje le fuese aún más cómodo, su majestad era exigente –lo suficiente como para reprender a más de dos si no se cumplían sus encomiendas- el viaje desde Irlanda le había distanciado por semanas del lugar en dónde ahora yacía su monarquía, ahí al borde de la colina el castillo que vigilaba al pueblo aledaño se alzaba majestuoso entre las rocas y el césped cómo si fuese más un paisaje de cuentos de fantasía en lo que aquellos lugares eran habitados por hermosas princesas así cómo honorables príncipes.

Pero la realidad superaba a la ficción, no eran princesas o tampoco príncipes los que residían en este territorio pues sus reyes no gozaban repartiendo títulos, no se esperaba más de esos que cuidaban de las riendas como dos leones dispuestos a atacar en cualquier instante, las oportunidades de congeniar con la nobleza escocesa les excluía, nadie excepto esos que fueran verdaderamente necesarios llegaban a conocer el selectivo circulo de los soberanos. No obstante, se dice que hay que tener cerca a tus amigos, pero aun más cerca a tus enemigos pues haciéndolo sabrás cuáles son sus movimientos en el tablero de ajedrez, entonces justo cuando estén a punto de atacar ya podrás tener tu espada desenvainada para degollar a los traidores ¿Cuántos de ellos existiría en el reinado de los reyes extranjeros? Suficientes, por lo que el ruso tomaría las debidas precauciones.

Justo cuando los pensamientos parecían llegar al clímax un fuerte relinchido de los corceles rompieron su concentración, jalando las amarras crearon un movimiento tal que su cuerpo se movió bruscamente del sillón de terciopelo, alertando a los cocheros e incluso al mismo pasajero -¡Alto!- escuchó gritar exaltado a uno de los hombres quién inmediatamente bajó a zancadas del carruaje buscando calmar a los corceles que continuaban moviéndose de un lado a otro, sus ojos se abrían parcialmente mostrando la tremenda impresión recibida -¡Estúpida mujer llévate a este crío de aquí he estado a punto de matarles!- espetó con brutalidad tomando el látigo para alzarle y amenazar con golpearles. Sin embargo, la multitud se congregaba alrededor del sorpresivo incidente, los ojos curiosos fungían como testigos de la crueldad en el cochero quién antes de dar el primer golpe sobre ambas víctimas una fuerte voz varonil le detuvo.

-Si has de golpear a estos dos indefensos con un solo golpe de tu látigo se te darán treinta o veinte más de ellos…- la omnipotencia o mando mezclados en la demanda aterrorizó al hombre quién casi inmediatamente bajó su rodilla hasta el suelo en una total y entera actitud de sumisión así cómo respeto. A lo que secundándolo, todos esos que se mantenían expectantes ejecutaron la misma faena.

…Era ni más ni menos que el propio rey de Escocia.


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Mensaje por Ragna Dárkova Sáb Oct 19, 2013 11:52 am

En ningún momento habría esperado aquella confrontación. Enseguida que rescató el pobre niño de resultar ser atropellado, se quitó de en medio, liberando a los caballos de su hechizo. Pensando en que enseguida se pondrían en marcha, se sorprendió al descubrir todo lo contrario. Los caballos permanecían estáticos en el lugar y uno de los hombres que los manejaban, bajó exaltado del carruaje hacia ellos. No hizo falta mucho esfuerzo para adivinar su estado de ánimo y su intención, al tomar entre sus manos el látigo, con el que aventaba a los corceles. La multitud que seguía la escena, abrieron los ojos, horrorizados. Giselle de reojo observó como la madre del pequeño se quedaba a medio camino de ellos, observando con notable horror y dolor el avance de aquel tipejo que finalmente aventó el látigo, amenazándole.

Giselle tomó más fuerte al pequeño entre sus brazos. Iba a protegerlo con su magia pasara lo que pasase, o con su cuerpo, si aquello servía para que la piel del niño no se resintiera de la agonía del cuero en la piel. Ella se sacrificaría por él y aceptaría los violentos golpes que en cualquier momento llegarían. Justo cuando parecía que el látigo iba a ser jalado hacia ellos dos, una fuerte voz varonil proveniente del interior del carruaje, paró en seco aquel hombre, que con miedo y respeto poco tardó en hincarse en el suelo, en señal de sumisión.

Sin entender, fue testigo de cómo toda la multitud seguía el ejemplo del hombre, arrodillándose en el suelo pedregoso del pueblo, sin importarles las rodillas o la incomodidad. Frunció el ceño  y  solo cuando fue testigo del descenso del joven hombre que la había salvado, lo entendió.

—Majestad. — Murmuró apresurándose a caer arrodillada, con la cabeza baja en señal de respeto y sumisión.

El pequeño aún entre sus brazos, seguía el acontecimiento sin entender nada de lo que sucedía a su alrededor, aún así se encontraba en brazos de la joven bruja, escondiéndose. Cabizbaja siguió atentamente cada paso del joven rey. El pueblo entero había enmudecido, hasta la multitud más alejada se había echado de rodillas con solo sentir su nombre. Nadie quería hacer enfadar a su nuevo rey.

En el suelo pensó en la mala suerte que podía correr. Una cosa era parar el carruaje de un noble o duque. Otra muy diferente, molestar al rey. Y se encontraba segura de que con aquel parón forzoso aún para que sirviera para salvar la vida de un humilde e inocente muchacho, le podía valer más de treinta azotes. No obstante su confusión fue a más no solo por defenderla junto al pequeño de su verdugo, si no porque de pronto aquella sensación, la alarma de que cerca de ella se encontraba un brujo poderoso,  volvió a alertarla, avisándole de una presencia mágica desconocida. ¿Sería alguien de la guardia del rey? ¿Andaría en peligro de ser descubierta?  La única carta que podía jugar era la de la completa sumisión, pasar desapercibida. Ser como las demás. Pero por mala suerte para ella…nunca había sido como los demás.

— Ruego su perdón majestad por interrumpir su placido viaje —Habló finalmente, en cuando el rey bajó de su carruaje y la observó.

Ella era negada en comunicarse con gente de las más altas esferas. No había sido educada bajo las normas de protocolo establecidas. Tras su vida por el orfanato ella misma aprendió por la experiencia y a través de la observación, pero nunca había sido testigo de cómo dirigirse a un rey y menos ante su señoría, el mismo rey de Escocia. La única vez que se había encontrado tan cerca de su inminencia, había sido en su castillo esa misma mañana, decorando los salones. Nunca en su presencia. Y aún ahora, sin mirarle todavía a los ojos, se sentía intimidada. Su sola presencia era altiva, no hacía falta verle para asegurar el poderío que debía poseer.  Stiva, había nacido para reinar.

— Muestro mis más sinceros agradecimientos, al salvar a una inocente alma de terminar bajo el yugo de un verdugo. Bajo las ruedas de su transporte – Su voz era dulce y calmada. Siempre respetuosa sin subir la mirada del suelo. — Y os ruego por la vida de este pequeño. Si a alguien debéis culpar es a mí mi señor. Yo fui quien me interpuse en vuestro camino. Libre al pequeño de toda culpa majestad, quien solo jugueteaba como tantos pequeños de nuestro pueblo.

El silenció siguió en el pueblo, todos a la expectativa del acontecimiento. Unos silenciosos sollozos se escuchaban provenientes de la preocupación latente de una madre con su pequeño. Hasta que uno de los hombres, rompió el silencio en un grito, que pronto fue seguido por todos con el mayor respeto.

—¡Alabado sea nuestro rey! —Y tras esas palabras, siguió el silencio, esperando por la respuesta del joven Rey, quien de ser justo, se ganaría el corazón de Escocia sin guerrear, solo empleando correctamente las palabras y el perdón.



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Mensaje por Stiva Záitsev Lun Nov 11, 2013 5:41 pm

Cuantas veces con el semblante de la devoción y la apariencia
de acciones piadosas engañamos al diablo mismo.



Y engañaba con alevosía y ventaja a quiénes más débiles de mente eran, a quienes estuvieran en el hilo de la falsa fe, en quienes creían que un rey como él les habría de dar lo que anhelaban. Pero en ello se basaba el poder que tenía el brujo sobre los demás después de todo era un experto eficiente en la burla, el engaño y la estafa, había escalado sobre miles de cabezas a las cuales pisaba sin la contemplación o culpa humana. Si tenía conciencia ésta se encontraba refugiada en lo más profundo del monstruo que era ahora,  él, ya no resistía en volver a convertirse una vez más en la victima, si no en el victimario que perseguían sin éxito. El miedo estaba ausente, y bien dicen que cuando el hombre pierde el miedo, ha dejado entonces de vivir correctamente, pues no valora la vida y mucho menos la muerte, ha dejado atrás las leyes de la existencia, se ha convertido en un ente vacio que no contempla más que su propia supervivencia en el medio que le rodea ¿Pero qué planes tendría el rey luego de perder a la única conexión viva con el mundo que era su melliza?. Entonces, sus ojos se movieron pausadamente sobre los rostros sucios y esperanzados de un pueblo sometido por sus propios sueños, no carecían, no había hambre y mucho menos la falta de justicia, pero su rey era ni más ni menos que el amo de la manipulación…y Escocia, un títere. Una puta que fornicaba cuantas veces quisiera.

Más pronto que tarde los ojos de la morena se cruzaron con los de él; suaves así como calmos, eran una especie de espejo muy similar a los de Valentina. En ellos existía la esencia inocente en la infancia de la rusa, misma inocencia que buscaba a secas. Pero nunca seria similar a la conexión entre los mellizos. Posteriormente, sus labios se abrieron rompiendo el silencio producido luego de ser aclamado con el fervor que se le tienen a los Dioses, ocasionalmente todo había salido bien y el diablo por dentro reía regocijándose de su asquerosa buena suerte -Soy amante del anfiteatro- dijo satírico admirando a su alrededor a la multitud que aún yacía de rodillas -…pero presenciarlo en primera fila es una especie de…”experiencia digna de contarse”…el drama me estremece sobre todo cuando está involucrada una joven y hermosa doncella…- detuvo su mirada bicolor en ella nuevamente señalándola con ésta muy intencionalmente ¿cuán extraño era el sentido de humor de su majestad? Pues ni siquiera su bufón era capaz de entenderle -¡Y no puedo olvidar a su perverso carcelero!- dio una palmada sometiendo con este acto todavía más al cochero, quién no encontraba un lugar idóneo para esconder su vergüenza.

-¿Cuan cobarde ha de ser un hombre como para alzar su mano ante una dama desprotegida?- barbulló entre dientes, no obstante, el tonó de su voz consiguió una profundidad espeluznante la cual fue identificada inmediatamente por el sirviente a quién iba dirigida dicha interrogante -¡Su majestad! No volverá a suceder ¡Piedad su majestad!-

-La piedad es para quiénes la merecen. Tú en cambio, te has despojado de ella al momento en que has osado levantar ese látigo hacia una mujer y un niño desprotegido…pero si besáis sus pies e imploráis vuestro perdón habré de concedértelo…- aseguró siniestro cuan serpiente está a punto de morder la suave piel de su presa hasta penetrarla con sus colmillos llenos de ponzoña. Ponía en manos de su víctima el destino del hombre ¿cómo reaccionaría ella? No había nada más placentero que ver a una inocente convertirse finalmente en la victimaria de su verdugo.


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