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Chronique d'une mort annoncée | Sloan 2WJvCGs


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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Ciel Manon-Geróux Vie Jul 26, 2013 11:26 am

Rondaban ya las nueve de la noche cuando salió de aquella casucha de mala muerte en que vivía: la única que podía permitirse, y en la que apenas si había hueco para su cama y una cocina del tamaño de un lavamanos. La mayoría de las noches optaba por quedarse a dormir en el mismo burdel en que ejercía, allí al menos dormía sobre un catre seco y tenía mantas con que taparse. Pero no todas las noches podía hacerlo, y debía volver a su "casa" con desgana y paso lento. Muchas madrugadas se levantaba bruscamente porque la ventana se abría de par en par con la más mínima corriente de aire, y el aire gélido le helaba las extremidades. Era de lo más molesto. A aquel sitio más bien debería dársele el nombre de zulo... Pero era suyo, y eso es algo que no podía decir mucha de la gente que vivía en aquel barrio. Al menos ella tenía un techo, con goteras, sí, pero peor era dormir a la intemperie. El ligero caminar de la morena hacía repiquetear sus tacones sobre los adoquines de forma repetitiva. Aquella noche llevaba puesta una peluca de color rosa intenso que escondía completamente su largo cabello negro. La verdad es que en aquella zona era bien conocida por todos, y por mucha peluca que se pusiera, los borrachos parecían tener aquella molesta capacidad de reconocerla se pusiera lo que se pusiera: ¿sería quizá por sus andares de bailarina? ¿por el contoneo de su flaca cintura al caminar? ¿O tal vez era por aquella voz aterciopelada que siempre fingía ante los clientes, para que la viesen como a un auténtico ángel, cuando ningún átomo de su cuerpo parecía responder a aquel nombre?

Sea como fuere, la buscaban, la perseguían, la acosaban, y por más que repitiese que aquel día no estaba de servicio, y que no porque le pagaran más iba a dejar de ser su día libre, parecían no querer oír, como si fuesen sordos o estuviesen demasiado ebrios para entender nada de lo que les dijera. Y probablemente se tratara de lo segundo. No comprendían -o no querían comprender-, que por muy puta que fuera, no era ni iba a ser su puta, la de ninguno de ellos, en exclusividad. No había dinero suficiente para comprarla, y eso lo tenía muy claro. Si querían tener algo en propiedad, que volvieran con sus esposas y la dejasen en paños mayores: al menos, se ahorrarían un dinero. Chrystelle apreciaba su libertad, la adoraba, la tenía como lo único en su vida que la hacía ser digna, merecedora de respeto, porque aun siendo pobre, era más libre y más feliz por serlo que muchos de los más ricos... A pesar de todo. A pesar de su miserable pasado y a pesar de las miserias que había de soportar diariamente para poder comer algo decente. Aun con todo eso, era libre y estaba agradecida por ello. ¿Que aquién se lo agradecía? A ella misma, por supuesto. Aquella libertad era su propia obra, su propia adquisición. Mientras que los demás trataban de atarla, ella se había liberado de todo, renunciando a ser alguien meritorio de respeto, de honor, teniendo que renunciar en ocasiones a su orgullo, sí. Pero seguía siendo ella. Tenía una identidad, era alguien en el mundo. Alguien capaz de sobrevivir por sus propios medios costara lo que costara.

Y haciendo gala de aquella libertad, mandó a paseo a todo cliente borracho que trataba de hacerla sentir prisionera de su condición... como si su dignidad, sus decisiones o su propia libertad, costasen realmente un par más de monedas de la tarifa normalmente requerida. No, ni hablar. Era una mujer de la calle, pero no era estúpida. Sabía que al día siguiente no recordarían nada de lo que les había dicho, así que se dedicó a decir verdades a voces, mientras trataba de proseguir con su paseo como si nada, con la cabeza bien alta y una sonrisa orgullosa en los labios. Su pseudofama no se extinguiría por decirles lo mal que olían, o la vergüenza ajena que sentía por ellos... ni por decirles que si ella fuera esposa de alguno, se hubiera separado hacía tiempo. No, eso no pasaría. Los borrachos son borrachos, e igual que poseen esa capacidad de molestar a los demás sin motivo alguno y de no escuchar nada de lo que se les dice, tienen la facultad de olvidar todo lo ocurrido al día siguiente. La chica prosiguió sin más por su camino, ignorando las llamadas a grito de "puta", sin voltearse siquiera. Aquel día no era Chrystelle, aquel día volvía a ser Mònique, la mujer olvidada, oculta entre las sombras... la verdadera, la única, de la que se sentía orgullosa. Aquel día era una muchacha más, una chica atractiva que se disponía a pasear por las calles de París, mezclándose con las personas de clase alta, como si ella también perteneciera a esa clase con la que ni siquiera se permitía soñar.

Lucía un bonito vestido de color rojo, que contrastaba enormemente con la peluca de color rosa intenso, brillante, que atraía la mirada de todos sin remedio. No es que buscase llamar la atención, simplemente le gustaba vestir así, llevar aquello era como quitarse la máscara de pobre, de miserable, para ponerse un disfraz de noble, de niña rica, algo que ni era ni quería ser... pero que le sentaba como un guante. Ambas cosas, peluca y traje, habían sido regalos de una de sus mejores clientes, una mujer de treinta y pocos años, que la había conocido el mismo día en que se enteró de que su marido le estaba siendo infiel... Con ella. Sí, a veces las ironías del destino resultaban ser tan sorprendentes que era complicado entenderlas. Aquella misma mujer que había descubierto hacía apenas año y medio que su marido prefería a una muchachita cualquiera, a una prostituta, que a ella misma, encontró en aquella niña, en Chrystelle, algo más que a una amiga: era su amante, alguien a quien querer de forma pasional sin preocuparse por ninguna otra cosa que no fuera el hedonismo propio de sentirse deseada, de que sus deseos más oscuros se hicieran realidad. No se querían... no era ese tipo de sentimiento. Era algo más trascendental. Habían encontrado la una en la otra un pilar para sostener sus vidas. La mujer para soportar el tiempo que le quedase con su marido, y Mònique, nombre por el que ella también la conocía, para sentirse cuidada por alguien. Porque a ella hacía mucho que no la cuidaban, si es que alguien lo había hecho en algún momento.

Mònique... Le gustaba cuando ella pronunciaba su nombre. Llevaban un año viéndose, y hacía poco que se lo dijo, que le permitió conocerla más a fondo. Se sentía a gusto con ella y sabía que podría confiarle un secreto como aquel. Después de todo, ella le había contado toda su vida, dar un poco de sí misma fortalecería aquel vínculo. O eso pensaba. Sin embargo, la reacción de la mujer la pilló in fraganti, y es que desde que se lo dijo, no cesaba de hacerle regalos y sugerirle que se fuese a vivir a su mansión. No entendía aquel repentino cambio de actitud. Chrys, por supuesto, nunca aceptó mudarse ni pensaba hacerlo. No deseaba pertenecer a nadie, por mucho que confiara en ella... Ella ya había pertenecido a demasiada gente como para volver a intentarlo con alguien. Se había ganado aquella idílica libertad con sangre, sudor y lágrimas... muchas lágrimas. Y no iba a abandonarla voluntariamente...

En ese mismo instante, cuando aquel fugaz pensamiento cruzó su mente, que aquel día parecía perdida entre agradables ensoñaciones... Los vio. Y ellos la vieron. Y tuvo que echar a correr a toda velocidad entre el gentío, chocando con personas a cada momento; personas que la miraban con extrañeza y cierta confusión. Aquellos hombres le estaban pisando los talones, y por más que corría y corría, sus pies parecían no entender lo peligroso de la situación, porque empezaban a no responderle. Los ojos se le llenaron de lágrimas cuando, al torcer una esquina pensando que podría escapar por algún callejón, se encontró con un muro. Sin salida. No quería voltearse, pero lo hizo, alzando la vista y enjugando las lágrimas, con la cabeza bien alta. No iba a huir más. No quería huir más. ¿Para qué? Ya la habían visto. Ya sabían que estaba allí, en París. Que estaba viva. Él se acercó. Recordaba sus ojos con demasiada exactitud. Una punzada de odio la hizo reaccionar dando un paso atrás. Despreciaba tanto aquella mirada como a su portador, y lo demostró escupiéndole a la cara, cara que antaño era hermosa y ahora yacía parcialmente desfigurada. Ella le había hecho aquello. Un amago de sonrisa se dibujó en sus labios, al tiempo que vio la ira encenderse en aquellos ojos oscuros. Se abalanzó sobre ella y le golpeó el rostro con todas sus fuerzas. Cayó al suelo lastimándose el codo, y notó el sabor de la sangre en su boca. Se alejó, y los matones avanzaron con barras metálicas en lo alto.

Pero no iba a permanecer quieta mientras intentaban matarla, ni mucho menos. Cogió impulso cuando el primero se acercó, y le dio un rodillazo en sus partes, haciendo que se doblase de dolor y cayese redondo al suelo, gimiendo en voz alta. Mientras los otros reaccionaban, ella echó a correr y hábilmente trepó desde la ventana del piso de abajo, hasta la del primer piso, que estaba abierta. Se coló en la casa, totalmente desierta, y a toda prisa salió por la puerta de atrás. Oía palabras en ruso, de las que únicamente pudo entender, "cogedla" y "puta". Era suficiente. Corrió durante lo que le pareció una eternidad, hasta casi salir de París. Encontró un edificio medio derruido, y se metió dentro rápidamente, consciente de que no pararían hasta encontrarla. Su corazón palpitaba aceleradamente, y apenas era capaz de controlar su propia respiración. Las lágrimas volvieron a deslizarse por su rostro, lentamente. Le dolía el labio y notaba media cara hinchada, tal había sido el golpe. Pero no lloraba por miedo, ni por tristeza. La rabia y la impotencia que sentía, la estaba matando. Tenía que acabar con aquel malnacido de una vez por todas. Era o él o ella. Los dos no podían vagar por el mismo mundo. No pararía hasta que aquel hombre que le destrozó la infancia, su vida, acabará varios metros bajo tierra.
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Mensaje por Sloan Cromwell Vie Jul 26, 2013 5:45 pm

Aquel caserón era lúgubre y estaba por caerse abajo. Medio en ruinas y cubierto por las ratas, polvo y escombros. Las paredes habían perdido hacía tiempo ya el papel que las adornaban y mostraban agujeros tan grandes como el cuerpo de una persona. El viento se filtraba por las rendijas de las paredes y las ventanas rotas.

Estaba deshabitado... y por ello era perfecto.

En la oscuridad de aquellas paredes en desuso las sombras podían esconderse de la luz, y su sombra era demasiado alargada y extendida como para ser descubierta. Con la capucha puesta y cubierto por una capa gruesa, con una máscara de tela negra que le cubría el rostro entero. Así parecía que no había nadie bajo la capucha y él podía ver con total plenitud gracias a su vista. Nadie debía verle los ojos dispares: así se cubría las espaldas de que alguien lo delatara, pues no eran muchos los que sufrían de heterocromía, y mucho menos en una ciudad tan "pública" como era París.
Junto a la suya había dos sombras más: la primera era alta como un pino e igual de robusta, con la cara llena de pecas y consagrada a la bebida agria. Lo llamaban "Surcos" por el extraño efecto que hacían sus pecas junto a sus arrugas. Tenía ya cumplidos los cuarenta, pero no parecía aquejado por la edad. En cambio el otro era todo miradas y sonrisas. Era un tipo bajito de ojos saltones, con el cabello lacio y las manos muy rápidas. "Rata" era su apodo porque tan solo quedaba él con ese apodo. A todos los demás los había pasado por cuchillo.

Grey necesitaba empezar a fundar los cimientos de su nuevo imperio bajo las sombras de París, y esos dos serían sus primeras "piedras". Les había dado a elegir: o formar parte de su red o salir de la ciudad, y para ello también les dio a elegir entre dos opciones, y una de ellas era con los pies por delante. Así pues, Surcos y Rata eran su mano derecha e izquierda de momento, y su primera tarea había sido sencilla: llamar a los diversos rateros, contrabandistas, informadores... todo aquel que pueda serle útil, ahora o en un futuro próximo. A todos les daría las mismas opciones y algunos las aceptaron. Otros no. Y otros ya no las aceptarían jamás. Grey no tenía tiempo para entretenerse con tonterías. Tenía un fin mayor por realizar y para ello necesitaba consagrar su "red". Y, como ya había pasado en Londres, los cabecillas de las bandas le dejaron las cosas bien claras: París no iba a ser suya sin pelear.

Por ello se encontraban en ese rincón oscuro y apartado de la ciudad: estaban siguiendo al Rata y a Surcos, esperando tenerlos en una esquina para darles caza. Lo que desconocían los otros rateros era que quien les estaba dando caza no era otro que un lobo hambriento por "comer". Los llevaron a la casa, hicieron que entraran y entonces, solo cuando pensaron que ya eran suyos se encontraron con la sombra del tercero, esperando en un rincón tirando piedras contra la pared. La discusión había pasado a palabras mayores sin remedio, y de las palabras pasaron a los cuchillos.
- Esta ciudad nos pertenece.
- ¿Ah zi? No zabía yo que puziezen vueztroz nombrez en la entrada.
- Venga Rata, habla un poco más: así nos entretienes hasta que decidamos mataros.
- Grrrmmmm...
- Tranquilo Zurcoz: podemoz con ellos.
- No podéis: somo ocho y vosotros solo tres.
- ¡Grrrmmm!
- ¿Qué le pasa a ese? ¿Le comió la lengua el gato?

- No... - su voz era profunda y fuerte, como el eco en las catacumbas - Fue el lobo...

Se le habían terminado las piedrecitas, y con ellas la paciencia. Apoyó una mano en la roca que había sido una pared y descendió al suelo. Era una sombra por completo, y los ocho, por alguna razón, se sintieron intimidados. No mostraba arma alguna. Ni manos ni brazos duros. Simplemente, había algo en él que no cuadraba.

- Surcos perdió la lengua al contradecirme. Rata sus dientes. Decidles a vuestros amos que perderán mucho más si no se someten.
- ¿Y quién lo dice?
Un suspiro en forma de risa fue su respuesta.
- Grey...

Grey. El nombre ya era demasiado famoso como para no hacerle caso. Las lenguas hablan, los oídos escuchan y los rumores se esparcen sobrepasando las distancias de mares y tierras. La primera reacción de los ocho fue dar un paso hacia atrás. La segunda fue tragar saliva. La tercera y la más acertada fue salir corriendo.

- ¡Ezo! ¡Corred! ¡Corred, cobardes!
- ¡Grrmmm!
- ¿Qué paza, Zurcoz?


El hombretón estaba señalando un rincón de una habitación ajena en un ala distinta. Rata se acercó rápidamente y empezó a dar saltos de un lado a otro. Surcos simplemente se limitó a esperar. Grey ladeó la cabeza pensando qué podía haberles llamado la atención. "Serán un par de ratas copulando". Se acercó con paso seguro pero insonoro. El batir de su capa fue lo único que se escuchó cuando se acercó al rincón... y vio a la chica. Estaba demasiado centrado en su cordura personal y en la reyerta que no se había dado cuenta de su presencia. Rata la miraba con lasciva mientras que Surcos simplemente la miraba.
Grey se hacía mil y una preguntas, pero solo formuló una en concreto.

- ¿Qué haces aquí?
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Mensaje por Ciel Manon-Geróux Mar Jul 30, 2013 1:38 pm

La joven se sentía frustrada, enfadada, confusa. No sabía muy bien qué debía hacer a continuación. ¿Huir de la ciudad? ¿Del país? ¿Mudarse de continente? Frunció el ceño y golpeó el dañado muro que había a su izquierda con el puño cerrado. En el mismo instante en que su mano alcanzó la pared, la piel bajo ésta se agrietó y el escozor de la herida abierta le hizo morderse el labio inferior con fuerza, conteniendo un grito de dolor. Definitivamente, aquella noche distaba mucho de ser una de las mejores de su vida. Tenía el cuerpo entumecido, adolorido, y a sabiendas de que aquellos golpes que, por el momento, sólo habían dejado enrojecida su piel pálida, pronto la dejarían con sendos morados por todo el cuerpo, no pudo más que gemir con disgusto. No sólo por el dolor que le producía moverse siquiera, sino porque pensar en eso le recordaba que al día siguiente tenía que trabajar... Y las palabras de su "jefa" no serían precisamente agradables cuando la viera en aquel estado tan deplorable. Daba pena. Normalmente los clientes con los que trataba preferían hacerle morados a vérselos sobre la piel. Eso les hacía sentir más hombres, más fuertes... O eso pensaba. Creían que aquel cuerpo inmaculado, frágil, era suyo en exclusividad... Y pagarían lo que fuera porque aquel rato en que aquel pensamiento era cierto, durase para siempre. Pero sus tarifas no eran precisamente baratas. Ni podían serlos, ya que el setenta por ciento se lo quedaba la dueña. Y ella necesitaba subsistir de alguna forma.

Por un instante, intentó hacer un repaso de su vida, tal y como la había vivido hasta aquel momento, y supo que la había pasado en blanco. Nunca hubo nada en su vida que recordase como positivo, agradable, o bueno. La vida no había sido ni era benevolente con ella. Y alguna que otra noche, entre el aroma a alcohol y sudor de la alcoba en que ejercía, abrazada a cualquier hombre demandante de atención que la hubiese contratado, llegaba a pensar que no lo merecía. No es que en su vida hubiese hecho algo tan malo como para ser merecedora de semejante castigo... pero tampoco había hecho nada tan bueno como para no merecerlo. ¿Qué debía creer, entonces? ¿Se hallaba acaso en un punto muerto, incapaz de avanzar de frente ni en sentido opuesto? ¿Alguna vez saldría de aquella pesadilla en que llevaba inmersa la mayor parte de su vida? ¿O quizá toda su vida había sido un sueño amargo del que algún día despertaría?

Sacudió la cabeza para tratar de deshacerse de todos aquellos pensamiento inoportunos, que ningún sentimiento bueno atraían. Ella no era nadie, no era nada para nadie, y por eso estaba hundida en sus miserias. Miserias de las que jamás podían escapar, porque como aquellos hombres que aquella noche se habían topado con ella de imprevisto, la perseguían. Era una presa fácil en un mundo demasiado caótico como para agarrarse a ningún pilar. Nadie la sostenía, y no se aferraría a un clavo ardiendo a menos que fuese la última opción: y aún así, se lo pensaría. Pretendía creer que valía lo suficiente como para ganarse algo por sí misma. No una fortuna, o respeto, pero sí una vida que fuese propia y en la que nadie se entrometiese. Alguna vez pasaría. Lejos de allí, de aquel burdel infestado de maldad y desgracias, de aquella ciudad de la que nunca había salido... puede que en otro país. Quién sabía. Los caminos del destino son indescifrables. Porque pese a no creer que hubiese un Dios allá arriba cuidando de todos los humanos que habitaban la tierra, sí pensaba que los caminos de la gente estaban medianamente delineados. ¿Si no cómo podía explicarse que pese a tanto luchar ella siguiera en el mismo punto que hacía cinco años? Era una puta. Una simple y patética mujer que ganaba lo suficiente para echarse algo a la boca, a base de intentar hacer sentir algo a gente que no le interesaba. ¿Y ella? ¿Nadie le iba a preguntar nunca qué sentía?

Entonces, perdida entre aquellos pensamientos, lo escuchó. Una palabra. Un simple nombre que la hizo estremecerse de arriba abajo. Se encogió sobre sí misma. Grey... Eso había dicho. Eso había escuchado. Su corazón comenzó a latir apresuradamente de nuevo, como si acabara de correr una larga distancia. Había huido de una encerrona para acabar en un sitio mucho peor. Había entrado tan atropelladamente, que no se había dado cuenta de la otra presencia que había en la casa. Debía ser más grande de lo que en un momento había pensado. Trató de levantarse sin hacer ruido, pero tropezó con una estropeada mesa de madera y cayó al suelo, causando gran estrépito. Mierda. Joder. Buen día elegiste para ser torpe... Se recriminó a sí misma, consciente de que unos pasos se acercaban a su dirección. Trató de reaccionar con rapidez, y se ocultó tras un sillón. O eso creía. Unos ojos brillaron en la oscuridad, y voces extrañas, cercanas, hablaron refiriéndose a ella. Él se acercó. Cualquier persona podría sentir su presencia, aunque no fuera alguien "mágico". Era demasiado peligrosa como para no tenerla en cuenta. Sobresalía frente a las demás. Su voz la hizo retroceder tras el sillón, como la niña indefensa que nunca había sido... Y entonces frunció el ceño. ¿Estaba asustada? ¿Por qué? No era ella quien no debería estar allí. Él era el criminal buscado, su cabeza tenía precio en muchos sitios. Ella era una simple chica que huía de unos delincuentes. Se levantó de un salto y puso su rostro más fiero, aunque las piernas, escondidas tras el sillón, le temblaban como si se trataran de gelatina.

- ¿Cómo has dicho? La pregunta correcta sería, ¿qué coño haces tú aquí? Eres un delincuente, y por lo que he oído, no tramas nada bueno... -Mintió. No había escuchado nada aparte de su nombre, pero quizá aquello diera más credibilidad a su semblante. Se quedó quieta, rígida, tras su escondite improvisado, como si aquel sillón pudiera protegerla de algo.
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Mensaje por Sloan Cromwell Mar Jul 30, 2013 3:19 pm

Grey levantó las manos de debajo de su capa y sonrió. La mujer tan solo pudo ver las manos, pero si que pudo notar sus ojos fijos en la mujer.

- Me has pillado. ¿Van a salir tus policías de debajo del sillón para atraparme? - No habría podido ver la sonrisa de Grey bajo el negro manto, pero si que podría ver la de sus dos compañeros... o al menos la de uno, ya que Surcos no estaba acostumbrado a sonreír. Desde que le arrancara la lengua Surcos siempre mantenía una mirada fría y dura, y una expresión aun más fría y dura. Si no hubiera sido por su diarrea verbal, tal vez en ese momento estuviera sonriendo. Y más cuando Grey bajó las manos en pos para que se las atara y se lo llevara. - Por favor, que no me peguen en la cara: tendrían que cambiar un montón de carteles de "se busca".

La única carcajada que se escuchó fue la de Rata, mofándose tanto del chiste como de la mujer de piernas inquietas. Cuando las lágrimas se le disiparon y pudo al fin volver a abrir los párpados, su mirada recorrió de arriba abajo, y de abajo arriba el cuerpo de la mujer, relamiéndose con dedos y lengua. Al hacerlo notó la falta de dientes en su boca, y eso hizo que su rostro se ensombreciera y mirara a Grey de reojo: si, lo estaba mirando. Aunque bajo aquella capa no se podría saber con certeza, Rata sabía que lo estaba mirando. Tal vez era un truco, como leer la mente o sentir el calor en su paquete, pero siempre que le pasaba por la cabeza poner a cuatro patas a una buena moza, los ojos de Grey lo vigilaban pronunciando un silencioso no. "Somos criminales. Somos bandidos. Somos asesinos, pero a las mujeres las respetamos y se les paga" le dijo con los nudillos ensangrentados mientras Rata se retorcía por el suelo con la boca anegada de sangre y las manos sobre sus hinchados labios. Aquella lección se la guardaría para siempre.

"Huele a sudor y dinero". Conocía muy bien aquel aroma. "Huele a burdel... pero no huele como ella". El aspecto estrafalario no parecía la de una prostituta, pero el olor nunca miente. El olor, los ojos... y su mirada delataba más de lo que le gustaría contar. Grey ladeó la cabeza, pensativo. ¿Qué hacer con ella? En una situación diferente con un capataz diferente la habría usado como un objeto sexual, repartiéndola por sus hombres. Y teniendo en cuenta que por ahora tan solo eran dos, seguramente repetiría varias veces hasta dejarla hecha mierda.
En una situación diferente... pero no era una situación diferente.
De un manotazo Grey apartó el sillón que los separaba. Rata emitió un leve gritito asustado al ver como aquel inmueble era una mera pluma en las manos de su jefe. Se acercó con paso seguro y directo hacia la mujer, acorralándola contra la pared. La sombra que formaba su capa sobre su cuerpo le daban un aspecto más... siniestro... como si fuera la propia muerte que llegara para reclamarla.
Elevó su zurda y la puso contra contra la pared, impidiendo que pudiera salir corriendo sin esquivarlo. El brazo estaba cubierto por más tela negra y este casi podía rozar la mejilla de la chica.

- Lo diré a tu modo: ¿qué coño haces tú aquí? Eres una mujer con más miedo que armas, apartada del centro de la ciudad donde estarías a salvo. ¿Acaso estás huyendo de alguien... o me estabas buscando? - Golpeó con la palma diestra la pared, terminando de encerrar su cabeza entre sus brazos. - Piensa rápido y responde aun más rápido, chica.
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Mensaje por Ciel Manon-Geróux Jue Ago 01, 2013 9:32 pm

Abatimiento. Esa intensa sensación de cansancio que hace que toda tu persona se perciba como exhausto, exento de fuerzas. Cada átomo de su ser estaba temblando, y a punto de rendirse a la evidencia: no podía encarar algo así. Era imposible. ¿A qué había venido aquel arrebato? Si ya era peligroso tratar de hacerse la valiente con gentuza como con la que se acababa de enfrentar... ¿cuán peligroso podría llegar a ser plantar cara a alguien como Grey? Ni siquiera su aspecto, sombrío, tétrico, te hacían pensar en él como una persona normal. ¿Acaso tendría algo de humano, o habría perdido todo atisbo de humanidad cometiendo todos aquellos crímenes por los que su nombre aún era temido entre las gentes de medio mundo? ¿Cuánto le costaría acabar con alguien como ella? ¿Diez minutos? ¿Cinco? Estaba segura de que el pulso no iba a temblarle a la hora de darle muerte. ¿Por qué debía hacerlo? No era alguien importante, no la iban a echar de menos. Por algo así nadie lo buscaría, y ser consciente de ello no la ayudaba a calmarse, precisamente. Encontrarían su cuerpo destrozado en medio de ninguna parte. Una patética muerte para una angustiosa vida. Había salido de una encerrona con simples perros callejeros, para toparse con el lobo feroz. Y no había nadie cerca para auxiliarla. Y si lo hubiera... ¿vendría? Las piernas le temblaban tanto que estaba segura de que en cualquier momento cederían a su nerviosismo, haciéndola caer al suelo de bruces. Los desbocados latidos de su corazón hacían eco por todo su interior.

Su vida fue pasando ante sus ojos como si se tratase de una película muda, en blanco y negro. Demasiado corta para merecer llamarse vida, y demasiado miserable como para estar triste al respecto. En el fondo no le daba miedo morir... Era el cómo lo que la hacía sentir así. No quería ser la presa de un malnacido como aquel. Puestos a elegir, preferiría no morir en vano. No creía en nada, no tenía nada que perder... Pero era absurdo pretender no amar la vida, aun siendo la suya tan... poco agradable. Prefería seguir respirando aquel aire podrido unos años más, hasta que en una noche cualquiera, sin haber hecho ella nada para merecerlo, muriese, simplemente. A ser posible, a manos de alguien que sí valiese la pena. Alguien que se arrepintiera de haber acabado con su pútrida existencia. Era triste, pero no aspiraba a mucho más. Y lo único que tenía claro, es que no quería morir allí. No aquella noche, no con aquella patética escoria mirando cómo aquel hombre imponente, tenebroso, la exterminaba sin ningún atisbo de duda o emoción. Grey apartó el sillón que le servía de refugio, y fue en ese preciso instante, cuando supo que tenía que reaccionar. Haciendo caso omiso a su nerviosismo y las mofas de aquellos dos hombres, tragó saliva como pudo, con un nudo del tamaño de una pelota de tenis insertado en su garganta. Se pegó todo lo que pudo y más contra la pared, y contó hasta diez antes de volver a hablar, frunciendo el ceño para tratar de parecer más dura de lo que jamás había sido. A él no podría engañarle, pero, con suerte, podría sembrar discordia entre los presentes y escabullirse cuando pelearan entre ellos. Con mucha suerte...

- ¿Policías? No, pero conozco a gente bastante más fuerte cerca de este sitio... Me deben estar buscando... -Dijo sin tartamudear, sorprendiéndose a sí misma ante tal afirmación. Sí, era cierto que buscarla la estaban buscando, aunque no estaba muy segura de querer que la encontraran... ¿O igual sí? Quizá si gritaba lo suficiente para atraer a sus perseguidores hasta aquel apartado sitio, conseguía matar dos pájaros de un tiro. Se entretendrían los unos con los otros, mientras ella escapaba. Sí, de nuevo, necesitaba suerte... algo de lo que nunca había tenido demasiada. Pero era eso o nada. No pensaba rendirse sin luchar. - En el fondo, Grey... sabes que si te pillan estarías acabado. Terminarías tus días encerrado en un maldito calabozo... Eso con suerte. Yo te torturaría hasta que esa horrible cara no tuviese expresión alguna. Te dejaría irreconocible... -Ni conocía su rostro, ni esperaba que algo como aquello tuviese lugar. No lo pillarían, y menos por su culpa... Y si así fuera probablemente acabaría peor que al principio: con alguien más intentando asesinarla. No era lo que buscaba. No quería que pasara. Pero algo tenía que hacer. - Así que, te equivocas. La pregunta correcta sigue siendo qué coño haces tú aquí... -No pudo evitar dejar escapar un corto y agudo grito, en cuanto el hombre golpeó la pared, impidiéndole el paso. Bajó la mirada, con los ojos ahora lleno de lágrimas. ¿Qué podía decir? ¿Que estaba huyendo de aquellos que la lanzaron de lleno a la vida que llevaba? ¿Y eso qué le aportaría? Incluso podría decidir dársela a la banda, para quitarse el problema. No, no quería acabar así. Se mordió el labio inferior con tal fuerza que la sangre empezó a salir de él.

- Y-yo... y-yo... -Tartamudeó, sin vestigio alguno de decisión en sus palabras. Toda la fuerza se le había ido de repente, y se hizo vigente cuando, en un instante, el mundo a su alrededor se oscureció aún más, y ella cayó al suelo de rodillas, ante él. No tenía fuerzas ni para levantar la cabeza y mirarle por última vez. Si tenía que acabar así, prefería que fuera rápido. Una lágrima solitaria recorrió su rostro. No tenía a nadie a quien acudir, y eso era lo que más le dolía. Notaba su cuerpo lánguido, pesado. Era incapaz de levantarse, incapaz de decir nada. Incapaz de luchar por salvarse. Y en el fondo, lo sabía desde el principio. Lo había intentado, al menos. Él tenía razón, no tenía nada con qué defenderse... aunque de haberlo tenido, ¿le hubiese servido de algo? - Te buscaba. -Dos simples palabras escaparon de entre sus labios. Abrió los ojos de par en par, incapaz de creerse lo que había dicho. ¿Le buscaba? ¿Para qué iba ella a buscar a alguien como él? Pero eso había dicho. Esa era la segunda opción que él le había dado, ¿no? Se aferró a lo último que le quedaba: si no puedes con tu enemigo... únete a él. - Te buscaba... Grey... ¿Así tratas a todos tus clientes? -De repente, un par de carcajadas resonaron por toda la habitación, aunque no era ella quien hablaba, sino su miedo. Se quedó tirada en el suelo, expectante. Quizá funcionase, o quizá no.
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Mensaje por Sloan Cromwell Vie Ago 02, 2013 5:49 pm

Rata y Surcos se miraron. O mejor dicho: Rata miró a Surcos y este no le devolvió la mirada, sino que la mantuvo en la chica. De haberle devuelto la mirada habría visto en Rata cierto atisbo de preocupación cuando la fémina dijo aquello de los "gente bastante fuerte que la están buscando". De haberlo mirado tal vez habría cortado a Rata antes de que hablara.

- Ey ey... chicoz, ¿gente máz fuerte? Ezto no eztaba dentro de nueztroz planez.
- Grrmmm...
- Tú puede que no te lo tomez en zerio pero yo zi, ¿vale? Mirad, ezto no me guzta. Quizá deveríamoz devolverla a... donde sea que haya zalido.
- Grrrrmff.
- ¡Zi, y mucho! ¡¿Vale?! ¡Eztoy preocupado por mí mizmo!

- Rata - dijo Grey sin girarse siquiera - calla: es un farol.
- ¿Un farol? Ya... ya ya ya... ¿y cómo lo zabez? ¿Cómo zabez que no hay gente hay fuera, ezperándola...?
- Entonces te insto a que lo compruebes por ti mismo.

Siguió escuchando las palabras de la chica. En el fondo, muy en el fondo le divertían. No siempre podía esperar ese arrebato de extraña valentía que algunos poseían, intentando con esta escapar de las garras de su dicha. Con cada palabra sonreía más y más, hasta mostrar si pudiera la totalidad de sus dientes. Lo único que mostraba a la chica era el movimiento de su cabeza, de un lado a otro, como un búho que observa a su presa y se pregunta qué sería mejor, si caer de lleno y rajarla o asustarla un poco y cazarla en carrera.

- ¿Me torturarías, dices? - Fue lo más gracioso de todo cuanto dijo. Incluso le arrancó una leve carcajada casi insonora. La presión de ir a la cárcel no le asustaba. Ni siquiera le quitaba el sueño por las noches: de meterle en prisión simplemente tendría que salir de ella. Así de fácil. No le asustaban cuatro paredes de piedra, un techo duro y oscuro y los ojos de tal vez cinco o seis guardias que estuvieran haciendo su ronda. Si de verdad tenía que temer a algo serían las seis paredes de su cabeza: esa sí era una prisión que podría aterrar al viejo Grey. No paredes físicas y amenazas parciales: eterna oscuridad y ruidos extraños aún más que grotescos a cada segundo, minuto, hora... cada instante de su vida siendo un calvario que no tendría fin hasta que se rajara el cuello y, aun así, sin la certeza de terminar con el sufrimiento. Con la tortura. Por ello le hizo tanta gracia las palabras de la chica. - Entonces empieza. Vamos, empieza. Te dejo que me tortures. A ver quién termina llorando: si yo por el dolor o tú por la impotencia. Y estoy seguro que ya me se la respuesta.

Tras los tartamudeos y las palabras inconclusas al fin dijo algo que llamó la atención del encapuchado: "te buscaba". No se tragó que hubiera venido hasta tan lejos solo para encontrarlo. Había otras vías de contactar con él mucho más seguras y menos directas. De ser un cliente no sería el primero, y mucho menos el último. De querer buscarlo se habría aparecido incluso ante la mujer, cubierto tal y como estaba pero con un trabajo entre manos.
¿Que lo buscaba? Bueno pues... parece que cierto o no, lo había encontrado.

- Claro claro... ¿dónde quedan nuestros modales? Surcos: trae ese sillón. Tenemos un cliente. Y Rata; creo recordar que teníamos unas cuantas botellas en esa esquina. - Un viejo sillón y unas botellas robadas. Era su ofrecimiento de bienvenida. Apartó tanto sus manos como su cuerpo de la joven mientras Surcos llegaba con el sillón agarrado con dos manos y Rata sacaba el corcho de la primera botella de vino que encontró. Un vino francés bastante bueno y a la vez aromático. - Siéntate, toma un poco de vino y hablemos entonces. ¿Qué tienes para ofrecerme y cual sería la paga? ¿Me buscabas? Bien pues... aquí me tienes.
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Mensaje por Ciel Manon-Geróux Dom Ago 04, 2013 7:23 pm

Sus manos temblaban. Mucho. Hacían veinte minutos o más desde que había perdido el control sobre su propio cuerpo. Toda ella temblaba. Seguía en el suelo, con la cabeza entre las rodillas y una mueca de terror. Tenía miedo, sí. Tenía tanto miedo que no era capaz de alzar la cabeza para que sus palabras parecieran más firmes, para tratar de que tuvieran sentido. Se comportaba como la cría que no era. Parecía frágil, débil, alguien que no merece la pena. Y puede que, en el fondo, muy en el fondo, lo pensara. Quizá sería lo mejor. Que acabase con ella antes que volver nuevamente a su vida. Le perseguiría hasta el fin de los tiempos... Pero no tendría que soportar nunca más la vida que llevaba. Vida que, pese a ser de lo peor, miserable como ninguna que conociera, era la suya y de nadie más. Y tal vez fuese aquel pensamiento fugaz, casi sin peso, el que la hizo reaccionar y decir que lo estaba buscando. Aunque en el momento de decirlo no había pensado un motivo por el que buscarle. No se le ocurría ninguno creíble. Si bien era cierto que ella no tenía dinero, conseguirlo no era el tipo de encargo que Grey normalmente llevaba a cabo. De hecho, dudaba que hiciese ningún encargo que no implicase matar a alguien. Con su aspecto... peligroso, llamaría demasiado la atención. O eso era lo que ella pensaba.

Desesperación, tímida esperanza y alegría contenida... tres sentimientos, bastante diferentes entre sí, tuvieron cabida en su pálido rostro a medida que la conversación avanzaba. El primero dejaba paso al segundo y este al siguiente con tranquila lentitud, gracias a pequeños matices en su expresión, que la convertían en un lienzo que contemplar a la espera de poder ver más allá. Eran cambios finos y totalmente involuntarios, que se iban sucediendo a medida que el licántropo se iba alejando de ella. Se había librado. Al menos, de momento. Lo que había pensado que era una muerte segura, había quedado en nada. Suspiró, parcialmente aliviada, y se levantó despacio, precavida, sin dejar de observar a los tres hombres. Aquellos dos "compinches" la ponían demasiado nerviosa, con sus miradas lascivas y furiosas. No les conocía de nada, y ya les caía mal. Le resultaban desagradables, repulsivos. Y no dejaban de mirarla. Odiaba aquello. Se sentó en el sillón que le ofrecieron evitando acercarse demasiado a ninguno de los presentes. El hombre al que se refería como "Surcos" le dirigió una mirada penetrante y repleta de malicia. Contuvo una arcada y miró hacia otro lado, para luego encarar a Grey con el ceño parcialmente fruncido. No iba a abandonar tan fácilmente su fachada de mujer fuerte, valiente, dura. Aunque la hubiese visto al borde del colapso y a punto de llorar. Aquello había sido un bajón momentáneo. No dejaría que escoria como él la trataran como a alguien inferior.

- ¿Debería darte las gracias por este sillón ajado? ¿Por el vino? Vamos, no me hagas reír... -Dibujó una sonrisa irónica y negó con la cabeza, con renovada valentía. Ahora que estaba lejos de ella, ambos a la misma altura, no la intimidaba tanto. Aunque le inquietaba el hecho de que aún no se hubiese descubierto el rostro, a medida que la curiosidad por conocer al famoso "Grey" iba creciendo. - Vuestros modales dejan mucho que desear. Aún no te vi la cara... me has tratado con una agresividad impropias de alguien que espera tener algún cliente... No estoy muy segura de si podréis llevar a cabo mi... pedido. -Dijo simplemente, pensando aún qué pedido era ese tan importante que precisaba de su ayuda. - Y, por supuesto, no pienso soltar prenda a menos que estos dos zoquetes desaparezcan de la vista. -Ni se dignó a mirarles. Sabían perfectamente que lo decía por ellos. Los hombres parecieron dudar. Ella se limitó a esperar a que se marcharan. Si tenía que huir, o plantar cara, por lo menos estarían empatados en cuanto a número... Aunque su fuerza apenas se asemejara a la suya.

Finalmente, una idea, un recuerdo... el recuerdo de ese rencor siempre latente por las personas que trataron de destruir su vida, la hicieron darse cuenta de por qué lo necesitaba. Aquellos de quienes huía, aquellos que la habían hecho toparse con aquel hombre siniestro. Él podría acabar lo que ella empezó. Él podría matarle... por fin. Con la muerte del jefe, dejarían de perseguirla. Podría vivir en paz -todo lo en paz que podía permitirse-, podría ser totalmente libre. Libre para amar, para crecer... Para volver a ser Mònique. Para volver a ser ella misma sin miedo a que la encontrasen.

- Se trata de... asesinar a alguien. -Dijo finalmente, aunque evitó dar más información hasta que los dos hombres desaparecieran.
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Mensaje por Sloan Cromwell Miér Ago 07, 2013 9:35 am

- Chica, si esperas frambuesas y ramos de flores, creo que te has equivocado de puerta. Y si es eso lo que esperas - agarró una silla de madera vieja y descuidada, se sentó y se reclinó sobre el respaldo, cruzando los brazos sobre su pecho - estoy empezando a dudar que me buscaras "de verdad".

El rentintín con que pronunció las últimas palabras daba a entender que desde un principio no se había creído que lo buscaba, pero le daba igual: la chica había movido su ficha hacia la casilla del "negocio", y solo había dos formas de salir de esta; la primera era cerrando un trato recíproco, en el cual ambas partes saldrían beneficiadas. Si todos se van a casa contentos significa que se ha hecho un buen negocio; la segunda y la más plausible si la muchacha seguía comportándose como una niña que espera que la abracen sería con las ropas destrozadas y llorando. Surcos y Rata tenían prohibido ponerle la mano a cualquier mujer que no fuera pagando, pero para algo existían las excepciones y la chica buscaba "un negocio", ¿no?

Cuando la cortesana mencionó a sus dos compinches, estos se miraron entre ellos, como si en verdad lo hubieron soñado. Era la primera vez que alguien le pedía a Grey que los dejara de lado, y si alguna vez alguien lo había insinuado, Grey se las ingeniaba para dejarles dentro de la conversación. Pero la situación era distinta: no era un cabecilla mafioso o un hombre adinerado y bien situado quien estaba ante ellos, sino una muchacha que a simple vista ya le costaba lo suyo mantenerse vestida como para ir pagando "deudas ajenas".
Grey mantuvo su pose con los brazos cruzados. Ni siquiera dijo nada. Ni siquiera se giró para mirarlos. Rata y Surcos sabían captar indirectas, y aquel silencio era una muy buena indirecta. Rata le dio un manotazo al hombro de Surcos que casi ni notó por su complexión, se giraron y abandonaron la habitación.

- Hecho. Veamos cual es ese pedido.

"Un asesinato. O mi fama como asesino es mayor que mi fama de comerciante, o cada día hay más gente que sobra en la ciudad". De pedidos como ese cruzaban sus manos día si día también, y tan solo aceptaba uno de cada diez. El porqué era evidente cuando se trataba de un asesinato: uno cualquiera podría aceptar sin pestañear el trabajo, y si lo hacía significaba que era un chapuzas. Que era tan torpe con las manos como con los pies, no hablemos entonces de su intelecto... si es que lo tenía. Para un buen trabajo se necesitaban datos, y los datos era lo único que no le había dado. Aceptar el trabajo o no dependía de esos detalles.
Grey llevó las manos parsimoniosas hacia su capucha, retirándola hacia atrás. Agarró la tela que cubría por completo su cabeza y tiró de ella, arrastrando tras de si una maraña de cabellos castaños oscuros, los cuales se dispersaron por su cráneo y su rostro. Su mirada de jade y ámbar estaba fija en los ojos de la chica, y su sonrisa... su sonrisa era eterna, como si siempre hubiera estado allí.

- Al fin estamos llegando a algo - metió ambas manos bajo su capa y sacó un cilindro blanco con una caja de cerillas. Encendió el pitillo cuando este estuvo entre sus labios y aspiró el humo como si se tratase del néctar de la vida. Dejó que el humo saliera de su boca y se dispersara en el aire, como una cortina sin forma. - Un asesinato no es como un robo: habrá sangre, habrá muerte y habrá al menos un cadáver... que sea el tuyo o no depende de lo que me vayas a contar. - Volvió a aspirar el cilindro, boqueando aros de humo. Y sus ojos dispares... sus ojos no dejaban de mirarla. - Entonces, ¿empezamos?
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Mensaje por Ciel Manon-Geróux Mar Ago 13, 2013 10:05 pm

El miedo inicial fue dando paso progresivamente a una sensación de ira inusualmente fuerte. No es que aquel hombre del que conocía su historial y peligrosidad ya no entrañase miedo alguno. No, no se trataba de eso. Seguía teniéndole miedo, pero ahora había entendido que mientras ambos viesen su encuentro como una posible relación o trato comercial, ella estaría a salvo de sus manazas. Bueno, todo lo a salvo que se podía estar con alguien así. El problema que surgía a continuación era el cómo pagarle el "servicio" prestado, porque no parecía ser alguien lo bastante ¿agradable? para intentar regatear. Y tomarle el pelo era bastante menos factible. No se veía capaz. Para resumir: de pronto se sintió acorralada y con la necesidad de cerrar un trato con él, rápidamente. Irónico. Queriendo huir de él, le había plantado cara... Y cuando quiso rogar por su vida y echarse a llorar, se había aliado con el enemigo. Nunca hacía nada de lo que se proponía en primera instancia: era adicta a contradecirse.

Y fue eso, precisamente, lo que la hacía sentir furiosa. Eso y las repentinas ganas de acabar con aquel que había iniciado su conversión, quien la despojó de su juventud, de sus ganas de vivir, y la convirtió en lo que era. Una sombra de sí misma. Alguien incapaz de tomar las riendas de su propia vida sin temer lo que podría encontrarse en la esquina siguiente... incapaz de caminar hacia delante sin temer lo que pueda esconderse a sus espaldas. La adrenalina le había hecho hervir la sangre en sus venas. La hizo recuperar un atisbo de su fuerza vital, para armarse de valor y comenzar a escribir una nueva historia para cuando todo acabase. Para cuando fuese realmente libre de escoger un camino nuevo y convertirse en la mujer que siempre deseó ser. Aunque lo realmente gracioso fuese que tuviera que intentar confiar en un criminal para deshacerse de otro criminal. La vida siempre te sorprende, y ahora lo tenía más claro que nunca. Tragó saliva y miró de soslayo a Grey, ahora con el rostro al descubierto. Sus ojos bicolores la escrutaban sin ningún tipo de reparo... mas debía reconocer que no era como se esperaba. Su aspecto seguía siendo fiero, pero tenía más apariencia a hombre atormentado que a criminal sanguinario. Verle le produjo una extraña sensación. Era como si reconociera en él, tan ajeno a su persona, una parte de sí misma. La parte perdida, que se ocultaba de la vista de los demás... como si alguien la persiguiese. Enarcó las cejas ante su comentario sarcástico y esperó a que los hombres saliesen de la habitación. Le sorprendió su sumisión, la rapidez con que acataron la orden no formulada. Debían tenerle demasiado miedo, y empezó a dudar de si era buena idea.

- En realidad... puede que haya más de un cadáver. Y más de cuatro. -Comentó con un hilo de voz, y miró instintivamente al exterior de la casa medio derruida. Temía que la encontrasen sin haber pactado nada antes con el asesino. Podría entregarla sin más, matarla... O incluso podrían matarle a él, quedando ella como la culpable de su muerte. Bien sabía que de ocurrir algo como aquello, debería mirar a sus espaldas con incluso más frecuencia que antes. Quién sabe cuántos "seguidores" podría tener aquel hombre... seguidores que muy probablemente la culpasen a ella de su muerte. No, no era buena idea. Sacudió la cabeza y se irguió sobre su asiento, afanada en poner su mejor semblante de chica dura. - Se trata de asesinar a mi perseguidores. Una gentuza perteneciente a una especie de mafia rusa que se dedica a traficar con "jovencitas", con niñas, para obligarlas a prostituirse... Ellos fueron quienes me metieron en este mundo cuando apenas era una adolescente. Por suerte o por desgracia, logré escaparme, no sin antes tratar de asesinar al cabecilla. Creí que a estas alturas estaría muerto. Pero no es así. Guarda de recuerdo una bonita cicatriz y digamos que... está bastante cabreado. -Se señaló a sí misma, al estropeado vestido y a la maltrecha peluca de color rosa. Se la quitó de un tirón dejando caer sus cabellos rubios en una cascada sobre sus hombros. Sonrió débilmente, sintiéndose como una niña.

- Si sigo en este lugar, dedicándome a lo que me dedico, es porque llevo todos estos años temiendo que me encuentren. Mirando detrás de cada esquina por si acaso están detrás, dispuestos a asaltarme. Esto... no es más que un disfraz. Tengo que esconderme bajo una fachada de mujer de alta alcurnia para salir a la calle... nada más patético... -Cerró los puños con fuerza y negó con la cabeza. - Sólo quiero llegar a ser alguien mejor... tener algo mejor. Y su maldita existencia me lo impide. Hoy llegué hasta aquí escapando de ellos. Me encontraron. Y lo peor de todo, es que ahora que saben que estoy aquí, en París, no pararán hasta acabar conmigo... A menos que acabe antes con ellos. Ahí entras tú. -Suspiró y con un rápido movimiento, le arrebató el cigarrillo y dio una larga calada. - Quiero que acabes con él y con todos los que se interpongan en tu camino. Necesito que lo hagas... Porque como bien dijiste, no es que tenga demasiadas armas con las que defenderme. De hecho, creo que no tengo ninguna. -Volvió a suspirar dando otra calada al cigarrillo robado. - Es una misión peligrosa, lo sé. Esa gente tiene dinero, contactos, armas... Y yo no es que tenga demasiado dinero... Para ser un "sicario", son poco conocidas tus tarifas... ¿Y bien? ¿Podrás hacerlo? -Se escurrió hasta el borde de la silla y le miró con fijeza, seria, con el ceño levemente fruncido.
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Mensaje por Sloan Cromwell Jue Ago 15, 2013 4:53 am

"Otro pollito que busca su cascarón" pensó Grey tras la confesión de la mujer.

Era una más del montón: una vida inflada por la miseria, perseguida y buscando una salida que no conllevara una bala en la sien y un último suspiro. ¿Y qué que buscara una vida mejor? ¿Quién no lo hacía? Incluso él mismo aspiraba a algo más que una vida criminal, incluso una vida compartida... compartida con "ella". Pero había escogido ese camino porque era el único camino que podía seguir. La sociedad jamás lo aceptaría como uno de lo suyos, y tampoco tenía ganas de ser del mismo redil. Cualquier trabajo donde estuviese podría convertirse en una bomba de relojería esperando el momento justo para estallar y mandarlo todo a la mierda. Su condición tanto mental como sobrenatural eran una carga y una bendición. Por un lado, si quería tener una vida "común" tendría que ser fingiendo... hasta que no pudiera más. Y por otro lado, tal y como era lo hacían el candidato ideal para el trabajo que desempeñaba. ¿Pero se quejaba él? ¿Se paraba ante un extraño a pedirle ayuda, a confesarle sus temores, sus miedos y sus aspiraciones? No. "Carpe diem" hasta el día en que todo termine... día que no estaba ni de lejos cerca.

Las manos de Grey chocaron una contra la otra, aplaudiendo sin ganas hacia "la mujer que aspiraba a la libertad". Su sonrisa permanecía inalterable aun sin su canutillo. Lo que le hizo gracia porque ese pitillo estaba hecho con una mezcla especial propia que ralentizaba su cabeza y lo calmaba mentalmente. ¿Pero para ella? Se llevaría el mejor colocón de toda su vida.

- Dejemos las cosas claras. Yo no soy ningún sicario. Ellos si - se pronunció señalando con el dedo pulgar hacia Rata y Surcos, los cuales permanecían ajenos a la conversación. - Si mis tarifas no son conocidas es porque no soy de orden público. Trabajo para mí mismo y mis propósitos. Si aceptara tu petición sería a cambio de algo que yo quisiera. Tu historia me es totalmente indiferente. No eres diferente de otras personas que he conocido y tu final no me es desconocido: si acepto vives, pero lo harás bajo una deuda de pago. Puede que consigas llegar a tu meta, que consigas salir del pozo de mierda en el que estás y te parezca que eres feliz. Pero ambos sabemos que, si no es hoy será mañana, o pasado, o pasado de pasado cuando venga a reclamar el pago por mis servicios. Entonces será una felicidad amarga la que vivas.

>> Por otra parte, digamos que no acepto el trabajo. Digamos que te dejo a tu suerte y al salir te encuentras con tus amigos. Seguro que son capaces de hacerte de todo. Puede que te violen, te despellejen, te cubran de aceite y te prendan fuego. Te cuelguen de los pulgares o te amputen miembros e incluso te vuelvan del revés... y no tiene por qué ser en ese mismo orden.
- Levantó la mano para coger el pitillo que se estaba consumiendo en la mano de la chica y le dio una profunda calada, meditativa. - Sea cual sea el resultado, queda claro que ahora mismo tu vida está en mis manos. Recuérdalo bien... para cuando venga a cobrar la deuda.

No le costaría mucho a la chica adivinar sus propósitos: lo había dejado más o menos claro. Si había deuda, es que había trabajo que hacer. Giró la testa y silbó para que sus dos sicarios aparecieran de nuevo.

- Esta noche ya hemos acabado. Iros.

Ni una palabra de reproche por parte de Rata y Surcos. Ya se conocían lo suficiente al jefe como para saber cuándo se podía replicar y cuándo era una orden directa. Sus pasos los llevaron hasta el exterior de la casa abandonada, volviendo al confort de lo que llamaban hogar. Grey sin embargo se quedó con la chica, terminándose el pitillo que tenía entre los labios y apagando la colilla con la punta del pie.
La miró con sus ojos dispares y se giró ondulando la capa tras de si.

- Vamos. Tienes que presentarme a tus amigos.
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