Alexander Arsenics

Habilidades. Sigilo, sentidos aumentados, buenos reflejos, agilidad, flexibilidad, velocidad y fuerza sobrehumana. 1. Sanación acelerada. Habilidad para sanar rápidamente heridas y contusiones no tan graves (esto no aplica al desmembramiento, si les arrancan un brazo, el brazo no volverá a crecer). El tiempo de recuperación varía según el personaje y la gravedad de la herida o lesión. Cuando se trata de balas de plata o fuego pueden morir si las heridas son muy graves. 2. Percepción del aura. Habilidad para ver las auras de otros seres, cuyos colores indican su humor, identidad y nivel de hostilidad, de este modo saben si están bajo amenaza. Este poder también les permite reconocer a otros vampiros e identificar a los licántropos gracias a su aura colorada y su característico olor. 3. Ilusión. Capacidad para alterar la relativamente la realidad por medio de alguna ilusión, algo no real para confundir a las personas. 4. Confusión. El vampiro puede hacer que su víctima se sienta completamente desorientada sin más que mirarle a los ojos y hablar con él. La víctima sólo será consciente de fragmentaos sueltos de sus propios recuerdos. Se sentirá confuso constantemente y vagará de un lado a otro, aturdido y sin saber que hacer exactamente. La confusión es temporal. 5. Inflingir dolor por medio de la mente. Capacidad que consiste en infringir dolor a una persona. Esto sólo funciona por medio de la concentración mental y el contacto visual.


Te lo cruzarás por las calles y ni siquiera repararás en el amante incansable y morador de la oscuridad eterna que se esconde tras su apariencia. Ira. Dolor. Furia. Violencia. Muerte. Depravación. Alexander es cada sentimiento negativo que la mente puede conjurar. El que se haya congelado en el cuerpo de un niño de once años, solo lo convierte en un peligro. ¿Quién desconfiaría de un huérfano? ¿De un joven perdido? ¿De un necesitado? Algunos advierten sus maquiavélicos pensamientos. Sus orbes son un libro abierto. Las líneas están ahí, a la espera de que un desdichado las lea, aunque sea demasiado tarde volver sobre sus pasos cuando se dan cuenta del mal que le acecha. Ha estado actuando el papel del ‘niño bueno y amable’ desde que era humano, que lo ha adoptado como su principal máscara. ¡Y es que nadie le ha dicho que no le funciona a la perfección! Sus delirios de grandeza, poder, riqueza y omnipotencia; se abren paso a la fuerza por un sinfín de grietas que él niega tener con rapidez. Posee una lengua turbia y viperina. No sabe mantenerse callado. Le excita rebelar sus fechorías. Contar, paso a paso, lo que les hará a sus víctimas. Víctimas que no siempre terminan muertas. No. A Alex le gusta hacer visitas. Ser recordado. Los muertos no pueden temblar. En cambio los vivos… Los vivos temen, tiemblan, ¡se esconden! Es un gato jugando a atrapar y soltar ratones. Se divierte correteándolos, mordisqueándolos, lastimándolos.

Ha existido el tiempo suficiente como para hacer migas con otros de su especie, pero su actitud lo hace una tarea imposible. No sabe compartir. Acabó con ello cuando decidió ir tras Valentina. Había estado frustrado y lleno de resentimiento hacia su padre por relegarlo a un segundo plano que, si alguien intenta robarle protagonismo, se enfurece. Es una jodida buena cosa que exista ella para solventar sus caprichos. Pero… ¿qué tan cierto es que le importa? Al principio había visto una oportunidad y la había tomado. Ahora, sin embargo, Ankhiara ha demostrado ser una excelente compañera. La cacería adquiere un nuevo significado cuando ambos están jugando. Se adaptó a su hija con bastante facilidad. ¿Quién podría sospechar del lazo de sangre que comparten? Él… ¿su padre? Jáh. ¡Pero qué broma más absurda y tan más cierta! Su última violación como humano, había dejado su fruto. Fue cosa del diablo que se encontraran. Alexander cuida de ella, aunque da la pinta de que es todo lo contrario. Tal parece que, incluso ella olvida algunas veces que no es un niño. A él no le importa, pero solo porque se trata de ella. Cuando son otros, sí que lo odia. Nadie debería subestimarlo, pues no es recomendable irritarlo.



La excitación de Alexander iba en aumento con cada paso que daba. Atrás, quedaba cualquier curioso. A su lado, iba Valentina, una niña de siete años que estaba igual de extasiada; pero por razones completamente diferentes. La muy estúpida creía que la estaba llevando al Circo. No paraba de decirle lo amable que había sido. Alex quería arrancarle la lengua para que se callara. El impulso de hacerlo era tal, que juraba que le picaba la mano. Sin embargo, se obligó a esperar. No quería toparse con ningún curioso. Así, unos metros más allá, lanzó a la niña contra una pared. La sometió y desnudó casi por completo y, mientras la golpeaba con una vara, se masturbaba, disfrutando del dolor que le provocaba. Cuando alcanzó el orgasmo, sacó un pequeño cuchillo y le cortó una mejilla. – No llores o me excitaré de nuevo. Su amenaza fue acompañada por un fuerte empujón. Su rodilla estaba enterrada en el vientre de la pequeña. Su rostro demasiado cerca del de ella. – Te voy a soltar. Le advirtió. Lamió la sangre que brotaba de la recién hecha herida y se levantó.  – Pero si se te ocurre decir  lo que te he hecho, te mataré. Le enseñó el cuchillo. Las niñas eran fáciles de manipular. Valentina no era su primera víctima. Sabía cómo actuar y qué decir para que le temieran. Además, eran vecinos. La madre de ella – al igual que la suya – jamás hubiese creído, que el encantador Alexander era capaz de tales atrocidades. – Ahora camina. La función está por empezar. La niña se paró y vistió, sin dejar de temblar. También se apretó la mejilla, que no paraba de sangrar. – Diles que te caíste. Sonrió con inocencia. – No querrás que te castiguen. Entonces, ¿cómo nos veríamos? Mientras se subía el pantalón, continuó hablando. – Yo podría hacerte una visita. La pequeña se paralizó, causando que esbozara otra de sus traviesas sonrisas. Una vez más, se acercó y acarició el plano vientre con obsesión. – Esta noche, Vale. Quizás a ti no consiga dañarte. Mi padre me enseñó, ¿sabes? Todo lo que sé, es gracias a él. El orgullo que sentía por aquél hombre era patente en sus orbes. Un orgullo que rápidamente mutaron a encolerizados celos.  – Pero será un secreto. No quiero compartirte. Tú, no serás como Alexa.

Alexa, era su hermana menor, tenía ocho años. Le llevaba tres. Tras la muerte de su madre, Viktor – el señor Arsenics – se había tomado su papel de protector muy en serio. Al principio, Alexander solo había tenido sus sospechas. Todas las noches, su padre se metía en el cuarto de su hermanita – cuando ésta tenía cinco y él ocho años -, diciéndole que solo quería dormir junto a ella para no extrañar tanto a su mujer. Aquello era solo una mentira. Viktor había golpeado tanto a su esposa una noche, que ésta no volvió a levantarse. La maldita mujer lo había encontrado mientras obligaba a su hija a tocarle sus partes íntimas. Sin ella de por medio, Viktor había ido más lejos. Una noche, tras escuchar un grito de dolor, Alexander entró al cuarto. Vio a su padre desnudo, con Alexa sometida bajo su cuerpo. El niño no supo que hacer. Era evidente que su hermana estaba sufriendo. El hombre la abofeteó, mientras seguía embistiendo. – Lo has despertado, puta. Mientras más permanecía observando, más se excitaba Alex. Viktor golpeaba con tanto ímpetu en el pequeño cuerpo, aparentemente, sin darle importancia a la presencia de su hijo. Alexander dio un paso más y otro, acercándose a la cama. El regocijo de su padre, estalló. - ¿Quieres probar? Se salió del interior de la pequeña, sin dejar de acariciarse a sí mismo. Svante, automáticamente, asintió. Comenzó a desnudarse, mientras la niña se alejaba de ellos. Eso solo enardeció a Viktor, quien la arrastró de vuelta hasta la orilla de la cama. – Es tu hermano. Y va a gustarte. Serás tan buena puta como tu madre. La niña poco podía hacer contra ellos. Además, su padre se había subido a la cama, para obligarla a permanecer quieta. Desde esa noche, padre e hijo, la compartían. Alexa, tras unos meses, aceptó lo que le ocurría, incluso empezó a disfrutar y a participar. Pero Alex tenía celos de Viktor. Él nunca le permitía tomar a su hermana, si él no lo hacía antes. Valentina, sería suya, solo suya. Estaba harto de compartir. Por primera vez, quería algo solo para sí.

Empapado hasta los huesos por la tormenta que se había desatado esa noche, Alexander visitó a Valentina. Llevaba con él un cuchillo que había hurtado de la cocina para asegurar la cooperación de la pequeña. Para su completo enojo, la ventana no estaba abierta. Golpeó con el puño varias veces, sin importarle los moratones que tendría al día siguiente. Cuando la furia lo engullía, se olvidaba de todo y todos, incluso de sí mismo. El vidrio no cedió, pero él no se detuvo. Los relámpagos ahogaban el sonido de sus golpes. Intentó forcejear la cerradura, pero cuando ésta no cedió, arremetió con fuerza con la empuñadura del cuchillo. Sería el hermanito de Valentina quien le permitiera la entrada. Adam había entrado al cuarto hecho un mar de llanto debido al miedo que le producían las tormentas. Antes de que pudiese meterse a la cama con sus hermanas, reparó en él. Alexander le invitó a acercarse, moviendo los labios. El infante se limpió los ojos, como si esperase que así desapareciera pero, dado que eso no funcionó, dio los pasos para cubrir la distancia que les separaba. - ¿Tú también tienes miedo? Alex no escuchó la cuestión. ¡Para lo que le importaba! Estaba frenético por poner sus manos sobre su premio. Quería golpearla hasta la muerte por haberle dejado afuera. Hizo señas al niño para que girara la cerradura y, en cuanto éste lo hizo, abrió sin esperar a que se moviera. La fuerza con que empujó hizo que el pequeño cayera. El osito que sostenía como si la vida se le fuera en ello, llamó su atención. Sin pensárselo, se lo arrebató. - ¿Lo quieres? Ve por él. Lanzó el muñeco por la ventana que era casi de su tamaño. Adam le miró con ojos acuosos por un momento y luego se escabulló. Bien, bien. Uno menos. Alex cerró, dejándolo fuera, a merced de la tormenta. Se quitó la camisa y fue hasta entonces, que reparó en que Ebba estaba despierta. Él enarcó una ceja y le señaló con el arma, colocando su dedo sobre sus labios en un gesto que decía que se mantuviese callada. - ¿Qué… qué? Tartamudeó. A Alexander eso le excitó. Llevó sus dedos hasta el botón de su pantalón y sin apartar la mirada, se lo quitó.

– Tú o tu hermana. Mintió. – Tengo frío y necesito entrar en calor. Si gritas… Teatralmente, pasó la hoja por su cuello. – Te corto la garganta. Si Ebba no sabía qué era lo que quería, cuando estuvo completamente desnudo, lo supo. Adam apareció frente a la ventana. Él también golpeaba. La joven salió de la cama para abrirle, pero cuando pasó a su lado, Alex la agarró del cabello y la tiró de nuevo sobre las sábanas. - Adam entrará hasta que yo esté completamente satisfecho. Se subió sobre ella, aplastándola con su peso, su mano viajando bajo la ropa, sobre los muslos, entre sus piernas. Ella intentó hacerse hacia atrás, pero él se lo impidió. – Cada minuto que tu hermanito pase afuera, se enfermará. Quizás hasta muera porque no quisiste cooperar. Ella gimoteó un por favor, cerrando sus piernas, negándole la invasión. Alex la golpeó en la mejilla. Una y otra vez, hasta que se abrió para él. La violó hasta que se vació en su interior. No fue hasta que salió de ella que notó que Valentina se había esfumado. La puerta estaba abierta. ¿En qué momento se había despertado? Se puso el pantalón con rapidez, dándole un último vistazo a Ebba y se marchó, dejando a un Adam hecho un ovillo. Dado que no podía regresar a su casa, huyó. Caminaba por un callejón cuando un vampiro lo abordó. La sangre que no le pertenecía a él, sino a la joven que había tomado a la fuerza, había despertado el interés del hijo de la noche. Su transformación – sin embargo – fue inesperado. El vampiro no buscaba otro vástago, pero cuando bebía de él, Alexander clavó su cuchillo en el hombro, intentando zafarse de su agarre. Le dio de su sangre para convertirlo y hacerlo uno de sus sirvientes. Por años, funcionó, hasta que ella le ayudó.


■ Muchas veces actúa como un niño perdido para atraer a sus víctimas.
■ Prefiere el sexo forzado al consentido. No es que las niñas que atrapa, estén dispuestas a abrirse de piernas para él.
■ Ankhiara le salvó la vida cuando unos cazadores le acorralaron. Él no pudo más que responder de la misma forma cuando la muerte quiso reclamarla. Más tarde descubrió que era su hija. Se volvió su posesión más valiosa a partir de entonces.
■ Siente una atracción poderosa e inverosímil hacia ella. Se considera un ser muy posesivo y celoso. Cuando alguien amenaza con alejarla, se lo toma muy personal. Ella es suya. Eso no significa que no se divierta viéndole tentar, seducir y jugar. Mientras siempre regrese, puede tratar con ello.