Ankhiara Arsenics ID

Ankhiara Skadi Arsenics

876 años • Vampiro • Clase Alta • Heterosexual • Sueca

HABILIDADES DESTACADAS:

Descripción Psicológica

Para entender esto, se deben dejar las trivialidades atrás. Tales como empezar a describirle con los pecados terrenales de la humanidad, Ankhiara ya no está viva, ergo, no necesita que su persona se reduzca a debilidades del hombre. Desechemos entonces, palabras tales como: Ira, Avaricia, Lujuria, Gula, Soberbia, Envidia, Pereza. Reemplacemos todo esto, por algo mucho más conveniente, sencillo en su nombre pero contradictoriamente complicado en su esencia.

Apocalipsis; los cuatro jinetes son ella y viceversa.

Guerra; Ankhiara es capaz de azotar la tierra y desencadenar el peor de los sufrimientos y males. Manipuladora, frívola, traidora. Es esa clase de arpías que se aprovecha de la debilidad de los demás y disfruta del dolor que ejerce sobre sus víctimas. Desgarradora, autoritaria. Es destructiva y realmente carece de escrúpulos, no suele sentir piedad por ninguno de sus enemigos. Los aplasta de tal forma que sus restos son esparcidos en el viento al igual que las cenizas. Vivir una eternidad a su lado, ya sea como esclavo o amante, es similar a padecer en carne viva como el infierno emerge de las profundidades del abismo y se re-establece en la superficie de la tierra. Estratégica y calculadora. No mueve piezas al azar, no se arrastra entre el fango para saber que es lo que encuentra, ya lo sabe. Una mente brillante que se especializada en la guerra, con su desenfrenada pasión por ver la sangre correr y el desequilibrado interés por consumar su obra. La guerra es un arte y, como todo buen artista, le gusta ensuciarse las manos por conseguir la perfección de la misma.

Hambre; La vida está completamente abastecida de carencias. Hay hambruna por todas partes. Labios famélicos a falta de pan, lenguas sedientas, manos friolentas, mentes pueriles, corazones vacíos. Los humanos no comprenden hasta dónde llega el significado de la palabra ‘hambre’, Ankhiara sí. Ella las padece, pero así como las sufre, las goza y las colma. Capaz de engañar y hacer creer que su amor es puro, único, sincero. Obsequia caricias donde hacen falta, susurra palabras en los oídos sordos. Se desliza en la cama del desvalido y concupiscente Obispo. Seduce a los jóvenes, entrometiéndose en sus pensamientos, pervirtiendo sus mentes inocentes, tentando siempre con los placeres de la carne. Aparece en sus sueños, le divierte, le enaltece y alimenta su ego narcisista. Porque la vanidad también es una carencia en el alma. No importa cuál sea la cara de la moneda, dulce o amarga, la vampiresa desaparecerá la ausencia suplantándola por la dependencia hacia ella. La idolatría, la devoción y la lealtad, están juradas a un espectro que no siempre paga el mismo precio, pero cobra por adelantado. En sus manos, nunca faltará la seguridad de las emociones crispándose por el cuerpo. Con uno sólo de sus roses, todo el vacío existencial, quedará evaporado en el aire, porque ella es como la esperada tormenta en medio del desierto que pretende aliviar la sequía, olvidando por completo que el objetivo de la tempestad no es aliviar la sed, sino ahogarla.

Peste; Las enfermedades no son las únicas que aniquilan lentamente el cuerpo y las tentaciones no son sólo carnales. La ambición corrompe almas y la de ella está completamente destruida debido a esto; le gusta el poder y ejercerlo no como una reina o emperatriz, más bien como un tirano. Caprichosa, engreída y excéntrica. Sus placeres materiales suelen exceder los límites imaginados. Siente la imperiosa necesidad de poseer todo lo que ve, todo lo que observa sin importar el costo que esto tenga; esto no sólo se encierra en los objetos, también incluye personas porque para alguien como Ankhiara, los seres vivos son… objetos. Y los usa. La humanidad es débil frente a los pecados y para la vampiresa es realmente fácil convencerlos de qué les hace falta y venderles la idea de que puede abastecerlos de lo que necesitan. Al igual que en la carne, ella ofrece las riquezas necesarias y a cambio obtiene el alma del individuo. Le fascina estar en la cúspide de la montaña, mover los hilos de los demás y que se arrodillen frente a ella. Está enferma, envenenada por la avaricia y suele tener el maldito deseo por contagiar a los demás con su peste. Lo quieran o no, cuando se propone algo, siempre lo obtiene.

Muerte; La definición por norma es simple, dejar de respirar… pero no, la verdadera muerte para Ankhiara es la ignorancia. Los que no saben nada son felices, y aquellos que conocen de más, suelen amargarse, pero si se tiene la capacidad de retener la información y utilizarla a favor, lo demás no importa. Una mujer inteligente, astuta, culta y educada. La descripción perfecta de una dama, pero a diferencia de la imponencia machista, Ankhiara siempre suele expresarse como gusta. Si es necesario soltar un improperio, lo hará. También sabe cómo, cuándo y con quien hablar de más, así como a las personas que debe evitar o ignorar dado su pueril comportamiento. No basta con ser una persona con intereses en comunes, mucho menos le importan las apariencias porque a veces el mejor misterio está guardado en una simple y baladí caja de cartón; el aburrimiento es la muerte, fastidiarla con eso asegurará lo literal de la palabra y no será para nada una muerte rápida y sin dolor. En ese sentido suele ser más que un sólo jinete y combina incluso al de la guerra, a ese que gusta de la tortura.

Es el caos desencadenado en la tierra; su alma es el hielo y su cuerpo el fuego.

Datos Históricos

Las llamas ardían frente a sus ojos, y el olor que se desprendía, sólo podía ser comparado con la peste del azufre en el infierno. El calor emanaba de las lenguas de fuego, calcinando todo a su paso, ejerciendo justicia en donde no la había. Pronto, las sogas con las que fueron atados, cedieron ante el poder incuestionable del incendio; la madera se consumió y, la respiración de sus víctimas dejó de escucharse. Ellos sufrieron el peor de los castigos, las yagas en su piel aún hervían, ni siquiera se quemaron como el resto de los objetos, ellos habían sido colgados por encima de la hoguera para que su vapor ardiente se metiese dentro de su cuerpo y comenzara cocinar su carne desde el interior. Las burbujas sobre su rostro explotaron en insufribles alaridos agónicos que no sólo lograron ensordecerla, también le hicieron perder la razón.

Todo lo que tenía, todo lo que amó en su vida, fue devorado por las llamas en un par de minutos que, para ella y para ellos, pareció ser toda una eternidad. Las lágrimas corrían por sus ojos, su desesperación se veía en las facciones de su rostro; estaba perdida, a punto de rendirse y unirse a ellos en la muerte. Los podía ver retorciéndose, suplicando sin que nadie se arriesgara por ellos. Todo había terminado, lo presentía, lo estaba observando con sus propios ojos. Su voz, desgarrada y moribunda, ya no podía pronunciar sus labios, ya no podía gritar compasión. Sintió su vientre partirse en dos, su alma desquebrajándose centímetro a centímetro. Las ataduras impedían sus movimientos y por más que intentase escapar, no podía hacerlo. Estaba rodeada. Cerró sus ojos y, junto con ellos se despidió de todo.

El fuego comenzó a expandirse más allá del control que tenían aquellos hombres, sus lenguas amarillentas alcanzaron sus túnicas; se regó por todo el perímetro, haciéndose cada vez más fuerte, más insoportable e incontenible. Su método era rudimentario y, aunque les había servido con infinidad de brujas, esta vez, algo salió mal. La mirada vengativa de Ankhiara los observaba entre las llamas. Los fantasmas de sus hijos aparecieron como entes malditos en medio del humo, le cedieron su poder, porque ella había hecho hasta lo imposible por defenderlos, por salvar sus vidas, pero no consiguió hacerle frente a los cazadores por si sola, no hasta que toda su dolor explotó en una sed de venganza, terrible, siniestra. Sus orbes se dilataron y el fuego –que se alimentaba por su odio- traspasó todas las barreras de protección. Calcinó a sus hijos, se redujeron a cenizas al mismo tiempo en que el llanto de la bruja era mutado a una sonora carcajada. El polvo de sus cuerpos, se regó por el viento, enmarañándose en sus cabellos. Haciéndole enloquecer por completo.

Inmersa en la agonía que representa perder a sus hijos, Ankhiara conjuró el poder de los demonios, se entregó a ellos concretando así la exclamación de su iniciación en la magia oscura. Manipuló la fuerza del viento con la ira de sus ojos, lo alimentó hasta que este ya no pudo contenerse en un solo lugar y explotó en una lenta agonía que lo consumió todo, incluyéndole. Los cuerpos calcinados de los hombres, cayeron a su lado. Huesos que pisoteó hasta hacerlos trizas. Ellos merecían el infierno, destrozar su alma y hacerla perdediza en diferentes dimensiones para que nunca tuviesen un descanso. Con el corazón resumido a nada, tomó sólo el cráneo de sus hijos para unir el alma de esos infelices a ellos. Sólo así recordarían lo que hicieron por el resto de la eternidad, además, Ankhiara se había asegurado de que todo el dolor que ellos padecieron mientras el vapor ardiente les arrebataba la vida, fuese volcado sobre el espíritu de sus verdugos.

Construyó un imperio en las ruinas de su hogar, un gigantesco mausoleo que utilizaba para sus rituales de brujería. En ese triángulo, se abrió un portal demasiado poderoso que ella podría manipular a su antojo, así lo hizo. Se había convertido en una de las brujas más poderosas de su época, confundida y asociada en ocasiones con Baba Yagá. Su habilidad para recrear cosas inexistentes y hacer que los demás viesen lo que ella quisiera, le ayudó a portar esa imagen durante varios años haciendo que este personaje mítico de la mitología eslava, fuese nuevamente temido por toda Europa. Pero ni la venganza, ni el poder, le quitaron el dolor que sufrió por su pérdida; Antje y Kaleb, murieron por su culpa, y ese había sido su tormento, hasta que lo conoció a él.


Su instinto de madre no desapareció y pese a los rumores sobre una bruja tragándose a los niños huérfanos, Ankhiara lo único que pretendía era tener un hijo al cual cuidar. Sí, secuestró y asesinó a los infantes que vivían en las calles, pero no fue ella quien manipuló el cuchillo que les lastimaría. Esos niños no podían simplemente sobrevivir a las cercanías de Ankhiara pues los cráneos que ella aún guardaba de sus primogénitos, les hablaban por las noches susurrando lastimarla, hacerle daño liberarlos. Las voces les pertenecían a los hombres que ella encerró en las cabezas de sus hijos y, aunque los espíritus luchaban para escaparse, necesitaban de la inocencia de un niño para poder completar el círculo, Ankhiara tenía que morir en manos inocentes. Todos y cada uno de los infantes que la bruja arrastró para adoptar, se suicidaron. Preferían arrancarse la vida antes que asesinar a ‘su’ madre.

No pudo soportar más su dolor, ya no podía llegar hasta los callejones y observar a un niño sólo para darse cuenta que estaría mejor solo y abandonado, que a su lado. Sin embargo, una noche, escuchó los gritos desgarradores de una niña; corría para escaparse de una silueta no mayor a la de la chiquilla, sus ojos estaban rojos, famélicos y la lascivia recorría la punta de su lengua cada que esta osaba relamer sus labios. Ankhiara supo que no se trataba de un ser común, el aura pálida de la criatura se lo hacía saber. Le tenía miedo, su maldad era mucho más grande que la que ella misma podría guardar en su interior. Los demonios en los cráneos se alborotaron al sentir su presencia y ella quedó completamente congelada. Lo observó todo.

Él se alimentaba como una bestia, de la sangre de la jovencita, no sin antes haberse divertido con su cuerpo. Se trataba del demonio, la figura más espectral y atemorizante que jamás había concebido, porque su exterior se bañaba en la frágil imagen de un niño no mayor a los doce años y por dentro, su oscuridad era tan inmensa como las brazas ardientes del infierno. Y, aunque todo su cuerpo gritó para que ella desapareciera de ahí, le imposible moverse, pues una fuerza extraña y ajena a ella, le ataba. Las antorchas, tridentes, espadas, flechas y agua bendita, se elevaron a espaldas del joven vampiro, quien no podía ver más allá que su deseo por consumir toda esa sangre del cuerpo de la niña. La gente le rodeó y le culpó por todas las desapariciones de los mendigos que Ankhiara había llevado hasta su hogar. Lanzaron su primer ataque, siendo certeros en atravesar una flecha en su espalda. El niño se movió entre las sombras chillando frenéticamente, un sonido aterrador que combinaba el dolor con carcajadas socarronas. Al final, todos los hombres consiguieron rodearlo y arrinconarlo en una esquina. Ella podía sentir su miedo, tanto que le ardía por dentro. Al observar las intenciones de los hombres, tuvo un deja vú.

–Kaleb- Susurró su nombre y, sin darse cuenta, había corrido en dirección a ellos. Tomó una de sus antorchas y esparció el fuego con sus propias manos sobre todos aquellos que le siguieran. Creó un círculo de protección y, engañando sus mentes, les hizo creer que el cielo se caía a pedazos y la tierra se partía en dos. Varios quedaron atrapados en su ilusión, pero dos de ellos no. Una vez más, se lanzó una flecha. Esta dio en el pecho de la bruja y le hizo acabar con su hechizo. Los hombres se levantaron y fueron tras la pista del niño. Ella se interpuso en su camino. La flecha estaba a punto de acabar con su vida, pero no iba a permitir que ese niño muriese, no en su presencia. Reunió las fuerzas suficientes para poder manipular la tormenta que se avecinaba y así, redireccionar los rayos hasta ellos. Los partió en dos. Una vez creada su hazaña, se dejó caer hacia atrás. Sonrió. Al fin se reuniría con sus hijos en el más allá, pero cuando despertó, no fueron ellos quienes la recibieron. Al parecer, mientras agonizaba, el vampiro bebió de su sangre y ofreció la suya. Las heridas de Ankhiara no tenían remedio, ella moriría a menos de que él la convirtiese en uno de los suyos. Lo hizo. Él necesitaba una madre y ella un hijo. Aunque la realidad, fuese a la inversa…

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