De vuelta al redil [Haakon y Liv Lindberg]

De noche. Era de noche.

Las nubes en lo alto cerraban a la Luna y las estrellas. Las farolas y farolillos de esquinas y aceras iluminaban las extensas sombras de París. A lo lejos se escuchaba un carromato tirado por una burra, y algo más cerca un coche con dos caballos. El repiqueteo de los cascos y la madera al crujir no impidieron al licántropo escuchar la calurosa discusión que se mantenía dentro del mismo. El hombre había ganado terreno, pero la mujer mantenía las riendas y con un giro de sus argumentos, la mujer acalló al hombre y lo dejó seco. "Y así es como se hacen los niños" pensó Grey, pues la discusión trataba de tener otro niño o no.

Bajo la sombra de aquel puente, la capa de Grey ocultaba su figura y sus ojos, al igual que su sonrisa y cuchillos. Se había preparado para aquella noche, para que nada saliera mal. Era su primer trabajo desde que llegó a la ciudad, y pese a que tenía una buena fortuna, recuperar el dinero del viaje y los gastos que estaba teniendo no le haría ningún mal.
La nota estaba escrita con una caligrafía excelente. El tacto del papel era de alta calidad y el aroma que desprendía sugería dinero a montones. Pese a que la leyera una y otra vez, ninguna palabra ni ninguna letra cambiaba de lugar. La nota seguía rezando:

Estimado señor Grey,

Si le llega esta carta sabrá que se trata de un trabajo para vos, por lo que si me permite iré directamente al grano: requiero de sus dotes para recuperar una obra de arte robada. El ladrón vive en la dirección escrita al final de esta nota. Es mi deseo que recupere el cuadro sin derramamiento de sangre y que, a su vez, descubra cómo lo hizo el ladrón para llevarse dicha obra.
El pago será al finalizar el trabajo.

Aquella nota despertaba su instinto más primario. No sabría decir por qué, pero algo había que no le gustaba. Los pelos de la nuca se le ponían en punta cada vez que la tocaba o la leía. Había algo extraño que no terminaba de comprender, por lo que, viendo que sería perder el tiempo guardó la nota en uno de sus bolsillos y miró hacia arriba, hacia la ventana con luz en la cual una sombra se movía a diestra y siniestra. "Está nervioso: algo falla". Si instinto jamás le había fallado y que Roderick no estuviera allí para amedrentarlo era otro motivo para sospechar.
Aun así, el dinero era el dinero.
Bajo su capa removió con sus manos las cuchillas que llevaba con él mientras se acercaba con paso decidido hacia la fachada del edificio. Era una construcción de tres plantas y con tejado holandés. No existía verja alguna, pues las primeras ventanas estaban a una altura de tres metros, debido seguramente al elevado sótano.
Sacó una cuerda y la puso a sus pies, agachado y al acecho: si pasaba alguien cerca debería esconderse en una de las esquinas del edificio, pero mientras tanto seguiría con lo suyo, con una rodilla hincada en el suelo y con sus manos montando las cuchillas. La más grande y larga tenía cuatro surcos en los cuales enganchó tres cuchillas más, de menor tamaño y curvas. Al final de la más larga enroscó la cuerda y tiró de ella: el gancho estaba preparado.

El sonido metálico le indicó que el gancho se había agarrado con fuerza en el tejado, y apoyando los pies contra la pared empezó a subir, agarrando con fuerza la cuerda. Subía y subía, recordando la caligrafía, las palabras y el olor de la nota. "Me estoy volviendo paranoico además de demente...". Sonrió para sus adentros y levantó la cabeza, mirando hacia abajo: las pisadas de unas botas pesadas hizo que tendiera las piernas y pusiera su espalda contra la pared, al amparo de la noche. Un par de guardias cruzaron la calle sin saber que unos ojos dispares los estaban vigilando.
Pasada la alerta Grey prosiguió, colándose al fin dentro del edificio. La capa oscura le otorgó una presentación bastante siniestra que hizo temblar al ladrón al verle. Grey sin embargo no temblaba: tenía las manos firmes y la mirada fija, recorriendo en un par de segundos cada rincón de la habitación. No esperaba ver tanta pulcritud y tanto orden y, allí en la esquina, pudo ver la obra de arte que tenía que devolver: un cuadro de trazos italianos. No sabía mucho de pintura ni de arte, pero si de mercancías, y sabía diferenciar cuando una era valiosa y su procedencia de otra que no valía la pena. "Es buena. De muy alta calidad".

Las manos se aferraron en el cuello de la camisa del hombre y lo tumbaron al suelo. El aspecto tampoco era el que esperaba, de manos finas y uñas perfectas. De tupida barba y cabello recién cortado. Y esas ropas... no eran las de un ladrón. Más bien parecían las de un pintor. Uno auténtico.
- Por favor señor... no me haga daño...
- Calla.- Acercó el rostro y olió su aroma. Frunció la nariz como respuesta. - ¿De dónde has sacado el cuadro?
- Es mío se-señor - Grey elevó al hombre y lo empotró contra la pared, muy cerca del cuadro. - ¡Por favor señor!
- ¿De dónde sacaste el cuadro?
- Se lo repito señor: es mío. Yo lo hice... por favor... por favor señor, no me haga daño...

"No... a ti no". Ya está. Aquello era lo que le hacía rechinar los dientes. Soltó al hombre que se escabulló entre sus piernas para acercarse a la puerta y así poder salir. Grey sin embargo le pisó la espalda y le impidió que buscara ayuda. Agarró una silla, la puso sobre el hombre y se sentó. El supuesto ladrón-pintor quedó atrapado bajo las cuatro patas de la silla, y por más que intentara elevar la silla no podía. "Me han engañado". Miró de nuevo la estancia... la situación del cuadro... la pulcritud... Y luego sonrió. Sacó uno de sus pitillos y lo encendió, exhalando la calada más amarga que haya saboreado jamás. "Me la han jugado, y yo he caído como un gatito sobre un ovillo".

Liv sonreía con suficiencia. En la cara de Sloan se reflejaba una ligera perturbación y lograr eso era una verdadera hazaña. Todo había sido cuidadosamente planeado y supervisado por ella misma. Pensó que no caería tan fácilmente, es más perfumó la carta previamente escrita por su propia mano con uno de los perfumes que ese chucho ya había olisqueado en más de una ocasión. Y aún así había caído. Le observó sentarse y caer desplomado en la silla sobre el desgraciado pintor. Tendré que pagarle mucho al pobre hombre pero ha merecido la pena...pensó para sí.

Dudaba entre salir de las sombras y darle allí mismo la sorpresa o mandarle una misiva burlona. Su mellizo la miraba expectante y con una sonrisa más que amplia con un ligera pirueta se encaramó al respaldo de la silla echándole los brazos encima a Sloan. -¿Hola chuchi, nos has echado de menos? Nosotros a ti sí.

Podía sonar infantil y realmente lo era, pero se la tenía jurada desde que le fastidió aquella ocasión perfecta de conseguir un original de Francesco Tuli. Recordaba cada detalle con total claridad. Como ese maldito chucho había desgarrado tira a tira esa obra maestra. Pocas veces perdía el control y esa fue una de ellas. Sin pensárselo dos veces se dirigió hacia el cogiéndole de sorpresa y enganchándole del cuello. Era un condenado psicópata lo único que hizo fue sonreir y pedir sarcásticamente con “amabilidad” que le soltara antes de que la cosa se pusiera fea. Dejó de agarrarle y retrocedió hasta el lado de su mellizo. Ese gusano puso las manos en alto volviendo a hacer burla y sencillamente se excuso que él tenía otro encargo. Por deferencia a su mellizo lo dejó pasar pero una no olvida y se tomaría la revancha,la cual había llegado  de una manera más que satisfactoria.

-El pintor no tiene nada que ver con esto, asi que no seas demasiado grosero y levantate para que el pobre se pueda marchar ¿vale?- su voz sonaba totalmente alegre e infantil.

Su mellizo la miraba negando con la cabeza y ella encogió los hombros con soltura para después estrechar más a Sloan en un abrazo,-tu qué dices hermanito, ¿se alegra de vernos?-preguntó divertida.

Las palmas resonaban en la estancia, como podía reverberar el eco en una enorme caverna. Palmas y más palmas iban y venían cada vez más cercanas, era el saludo proferido por el mellizo Lindberg que acudía con una mueca sonriente enmarcando su rostro hasta quedar frente a los presentes. Aguardó unos instantes levantando una de sus manos con actitud pensativa, dando a entender que necesitaba unos instantes en los cuales sus cerrados ojos pasaron a segundo plano. Inhaló una vez, con fuerza, y en un rápido movimiento sacó del bolsillo de Sloan cierta nota conocida por estar presente cuando su hermana urdía el plan que sería su pequeña vendetta personal.
Acercando la nota a sus fosas nasales volvió a inspirar para, acto seguido, echarse hacia atrás negando con la cabeza y resoplando. La misiva fue devuelta al tiempo que agitaba su palma delante de su rostro enmarcado por esa omnipresente sonrisa.

-Hermanita, ¿acaso se te cayó el frasco de perfume sobre la mesa? – preguntó enarcando una ceja, divertido. Sabría reconocer uno de los aromas preferidos de Liv entre un millón. – Parece que a nuestro amigo le han tocado las ¿narices? Quizás sea eso o que ya no es lo que era.
Se paseó delante de ellos dando toquecitos con un dedo sobre su mentón, acabando por acercarse a ambos a velocidad sobrehumana, la misma con la que levantó la silla y arrastró al pintor junto a él. Su brazo rodeaba los hombros del artista como si fueran viejos conocidos. Pensaba sacarle de escena con unos cuantos billetes y una sugerencia que, sin duda, sería escuchada pero…eso hubiera sido demasiado aburrido, ¿verdad?

-Por supuesto que se alegra de vernos, yo diría que incluso…demasiado. – el final de su frase provino de otro lugar que no eran los labios del vikingo. El sonido emanó a la espalda de Liv y Sloan, que si se volvían verían al mismo Haakon pronunciándose, acercándose, lo suficiente para tomar una botella de vino casi vacía de una mesita cercana y dar un toque en la nariz al licántropo. – Que poco profesional, amigo mío, no se debe mezclar trabajo con placer si no se sabe cómo.

Fueron unos instantes, bien por rapidez o por ilusión, hubo un momento en el que el ojo fue engañado dando a entender que había más de un Haakon en la sala. El pintor dio un salto, estrellándose contra la pared que tenía más cercana y abriendo los ojos de par en par, claramente asustado.

-Bru…brujería…
-Ah, cuanta palabrería. Hónrenos con el favor de su silencio. Y ahora… - situó dos caballetes con sendas láminas sobre éstos. Carboncillo en mano, tendió otro al asustado pintor. – inmortalicemos este grato reencuentro. – sonrió – pinte a nuestros modelos, veamos cuan talentoso es.

Y con esas palabras él mismo dibujó a su hermana y a su amigo. Ella abrazándole por detrás y él sentado en la silla. Sus siguientes movimientos serían dibujados con presteza, pasando las láminas como si fuera una película. De cuando en cuando, miraba de reojo al pintor para ver que tal lo hacía.

-Oh, Sloan, tu forma de atraer la atención de mi hermanita es cuanto menos…curiosa. ¿Tantas ganas tenías de verla? – sonrió socarrón.

Ahí estaban los mellizos escarlata.

Preguntarse si esos dos vampiros estaban en París para tocarle la moral era hacer preguntas idiotas: tras los encuentros y desencuentros de la pareja más polémica de Londres ya había aprendido a lección de no suponer nada con esos dos. Bien podían estar en París por su causa bien podrían estar por motivos más personales o caprichosos. Sea lo primero, fuera lo segundo... ahí estaban, con la fémina de Liv a su espalda y su hermano contentando su pequeña "vendetta". Por que si, aquel trabajo tenía escrita en grande la palabra "venganza" o "ajuste de cuentas" tras el primer encuentro con los vampiros, cuando Grey se cargó un cuadro demasiado valioso para venderlo y demasiado importante para Liv como para perdonarle.

Ni los comentarios de los hermanos ni sus gestos cambiaron un ápice del rostro de Grey, tan falto de expresión como siempre y, al menos esa vez sin la sonrisa de siempre. Era una escultura inexpresiva, tan sosa como un trozo de piedra. Sus ojos dispares ni siquiera seguían al varón cuando agarró la carta y al pintor. Simplemente, estaba contemplando un punto muerto, inexistente. ¿Por qué? Porque en esos momentos su cabeza estaba manteniendo una de sus acaloradas disputas por saber cuál sería la reacción más racional y cuál sería la que tomaría Grey.
Un olor a pino hizo que retorciera su nariz, olfateando.

Fue entonces cuando, sin ninguna expresividad en el rostro se levantó de la silla, apeándose de los brazos de Liv. Se agachó un momento y agarró un cubo que tenía casi a sus pies. El olor procedía de aquel cubo. Volvió a olfatearlo, quedándose durante varios segundos mirando el contenido.
Y lo tiró con suma fuerza contra la pared más próxima, mojando con el aguarrás del cubo las cortinas y parte de la pared, destrozando el cubo de madera y haciendo que el pintor diera un respingo desde su sitio. Por unos instantes tan solo se escuchaba la respiración profunda del licántropo... y después volvió a sonreír, virando su cabeza hacia los mellizos.

- Yo también me alegro de veros, parejita - La sonrisa era la misma de siempre, a caballo de lo enigmático y la precaución de no saber qué escondía en su cabeza. Giró sus pies hacia la pelirroja, con la nariz embotada por culpa del olor a pino, característico del aguarrás. - Me da a mí que tu hermana tenía más ganas de verme que yo a ella. Sino, ¿a qué vino este teatrillo?- sacó la nota de su bolsillo y la azuzó en el aire, devolviéndola a su lugar y sacando un pitillo por el camino. Se acercó hacia los artistas mientras sacaba su cajita de cerillas. Observó los dibujos de ambos enarcando las cejas. - Preciosos... pero creo que les falta algo. - Encendió la cerilla y dio varias caladas al pitillo para disfrutar de su aroma y su sabor. Volvió a girarse para volver tras sus pasos mientras soltaba la cerilla.

Y en un instante, las llamas lamieron las cortinas y la pared hasta el techo. La cerilla que había arrojado no estaba apagada, y provocó que el aguarrás, volátil como él solo ardiera con fuerza, creando así un muro de fuego que muy pronto cubriría la habitación por completo. El artista gritó de terror mientras Grey levantaba los brazos en forma de cruz, como si estuviera contemplando o presentando la mayor obra jamás conocida por el hombre.

- Ah, ahora si. Le faltaba... "fuerza". Y hablando de fuerza, ¿qué os ha forzado a venir a París? - El tono de su voz demostraba que no le importaba nada en absoluto. Ni las llamas que los rodeaban, ni el calor ni que estas amenazaran con llevarse consigo los obras del pintor, puestas casi todas en el rincón contrario de la pared de fuego. Grey volvió a sentarse en la silla, cruzándose de piernas mientras una viga sobre su cabeza empezaba a crepitar y se cernían astillas en llamas a su alrededor. - Tranquilos, tenemos todo el tiempo del mundo para charlar.

Señor Cromwell... definitivamente, es usted un demente...

Observó el movimiento de las llamas lamiendo las cortinas y empezando a devorarlo todo. Sin alterarse lo más mínimo por el avance de las llamas se desplazó hacia el cuadro del engaño asiéndolo con una mano y sin demasiadas ceremonias agarró al pintor que se afanaba en gritar demasiado para cargárselo al hombro.

Con total calma se acercó al ventanal al que asestó un puntapié desprendiendo la estructura de hierro que chocó estrepitosamente contra el suelo haciendo estallar todos los cristales. Guiñándole el ojo a los presentes dio una pirueta hacia atrás asegurándose que el cuadro y el pintor estaban bien asidos y los depositó en la calle.

El pintor se había desmayado de la impresión y sus oídos lo agradecieron. Al mirar al final de la calle vio a sus pequeños granujillas salir disparados gritando “fuego, fuego” como locos. Con una sonrisa en los labios tomó impulso y volvió a colarse en la habitación haciendo una floreada reverencia.

-Siempre tan impredecible y voluble, Sloan-suspiró con fingida resignación y se sentó al lado del ventanal.

-Respecto a lo de “todo el tiempo del mundo” no sé yo que pensar -se miraba las manos  distraída para posteriormente centrar la atención en su mellizo-Haakon por favor no dejes que se quemen tus bocetos, sería un desperdicio.

Empezó a oír pasos  de mucha gente acercándose lo más deprisa que podían. A esas alturas casi la habitación entera se había consumido y las llamas se aproximaban velozmente al ventanal. Se levantó con agilidad sacudiendo el polvo de la ropa, atusándola de paso.-Por supuesto tenía muchas ganas de verle y devolverle “el favor” que me hizo en el pasado. Realmente ya debería conocerme un poco y saber que no me suelo quedar quieta cuando me irritan señor Sloan- lucía una sonrisa suave y risueña-pero creo que el ambiente se está caldeando demasiado y pronto habrá muchos espectadores para salir de este escenario sin levantar sospechas.

Se colocó en el marco de la ventana y se encaramó a la pared para ascender al tejado con rapidez y salir de escena pero antes de perderse en la noche volvió a asomar la cabeza por el ventanal tirando una misiva a los pies de Sloan-por descontado lo que vengamos a hacer aquí no es realmente asunto suyo, piense que es por placer o por negocios, ¿acaso no lo es siempre?

Volvió a subir y una vez de pie en el tejado habló en voz suficientemente alta para que llegara a los oídos del licántropo-por las molestias que te haya podido causar con mi arrebato ahí tienes la dirección de una buena licorería de esas que a ti te gustan

Fue saltando de tejado en tejado alejándose un poco del bullicio esperando a ver si Sloan los seguía o se iba por otro camino.

-¿En serio? – sonrió abiertamente a Sloan – y yo que pensaba que lo de comer perro a la brasa era una costumbre asiática… - siguió con la mirada a su hermana, encogiéndose de hombros cuando sacó al pintor como si tal cosa. ¿El fuego? Peligro, muerte y destrucción. Por supuesto que le gustaba, pero lejos, lejos de él y de Liv. Al menos un par de cosas saldrían bien esa noche, ¿y por qué no ser un poco ambiciosos? Mejor tres.

La primera había sido la pequeña vendetta de su querida hermana.

La segunda sería preservar esos bocetos para la posteridad, enrrollándolos y guardándolos con cuidado en su chaqueta.

La tercera, como no, dejar claro que Liv era intocable.

-Si tantas ganas teníais de veros…no me digáis que estoy haciendo de carabina. – puso cara de lástima e hizo un intento de pucheros – si sobro solo tenéis que decírmelo, que ni soy celestina, ni carabina, ni sujetavelas ni… - resopló – aquí empieza a hacer calor.

Cogió al licántropo de la chaqueta como si no pesara más que una pluma, acercándolo a la ventana por la que había salido su melliza. – Por lo que a mi respecta estáis en paz. Sería muy sencillo declararte culpable de este incendio y buscarte enemigos por París. Pero… - enarcó una ceja con gesto serio – ni es lo que quieres y mucho menos lo que nos conviene.

Hecha la advertencia y esperando que todo quedara ahí entre Sloan y Liv se dispuso a salir. Claro que, como buen caballero sabía que las damas y los niños van primero así que… lanzó hacia el tejado al licántropo. – Bon voyage, mon ami! – gritó divertido siguiendo el camino que habrían tomado Liv y Sloan saltando de tejado en tejado. – No sabía que tuviésemos que darte explicaciones de nuestros actos, podría contarte sí...pero sabrías demasiado. ¿O es que acaso vas a contarnos qué haces aquí?

Y con eso dio por acabado el interrogatorio y siguió saltando de tejado en tejado junto a quienes le acompañaban. – Quizá deberíamos aprovechar que nos hemos reencontrado y buscar un poco de… ¿diversión? Los espectáculos de pirotecnia me abren el apetito y esa licorería de la que hablas nos está llamando a gritos.

"Siguen iguales: ella siendo tan niña y él tan capullo". Fueron los pensamientos de Sloan mientras se dejaba llevar por el vampiro.

- Seamos sinceros - le contestó al vampiro que lo sujetaba, cruzado de brazos como había estado en un principio como si tener el vacío a sus espaldas y el color de las llamas tras las de Haakon fuera el pan de cada día. - Ambos sabemos que de enemigos tenemos por todas partes. Uno o dos más no harán que me ponga a llorar como un niño de teta.

El viento agitó su cabellera y su capa cuando el vampiro lo lanzó por los aires. En unos instantes tenía bajo su mirada toda París mientras sus pies permanecían juntos y encabezaban la escalada hacia el cielo. Parecía como si todo se ralentizara por unos segundos, viendo su cabello cruzándose delante de sus ojos mientras sus brazos permanecían sobre su pecho. Ahí abajo, entre el humo y las llamas que empezaban a sobresalir de las ventanas pudo distinguir la cabellera pelirroja de Liv. Sintió como el peso del tiempo y la gravedad volvían a acongojarlo, llevándolo de lleno contra el tejado. El golpe fue tremendo, rompiendo las tejas bajo su espalda y quedando como si estuviera echando un sueño con los ojos abiertos.
Cuando ambos gemelos estuvieron casi junto a él y le hablaron, Grey se levantó perezosamente del hueco que había abierto y se quitó los trozos de teja que tenía por el cabello.

- En realidad era una formalidad: lo único que me interesa ahora mismo es esto - señaló el licántropo sacándose la nota que le había puesto la gemela pelirroja. Había oído habladurías sobre esa licorería, pero hasta el momento no había tenido tiempo de darse un paseo entre sus licores. - ¿Acaso no será una oportunidad para emborracharme y aprovecharte de mí, Liv? Cuidado que aun bebido, muerdo... y con más fuerza - Si había algo mejor que meterse con la pelirroja era meterse con Haakon apelando al gran "amor" que sentía por su gemela. En alguna ocasión Grey había hecho algún que otro comentario sobre las piernas de su gemela, una cama demasiado estrecha para los dos y una botella de bourbon para beberla... y no precisamente de la boca de la botella. Cosa que, sin saberlo, se ganó una buena ostia del hermano. Desde entonces se anotó que Liv era el punto débil de Haakon... y lo mismo iba por Liv. Eran gemelos incluso en eso.

Siguiendo los pasos de los vampiros no pudo evitar sonreír ante la tentativa de tomar algo con aquella pareja. Tal vez fuera la caída o tal vez fuera la perspectiva de volver a los viejos tiempos, pero se sintió nostálgico. Puede que al girar la esquina dejara de sentirse así y decidiera dejarlos a su vera... pero mientras su cabeza se centraba en sentir nostalgia, la idea le gustaba cada vez más.

- Como has dicho antes, las mujeres primero, ¿no? Veamos donde nos llevas Liv, porque he perdido tu nota - dijo mientras la soltaba ahí mismo, en medio del trayecto, como si no controlara su propia mano.