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Un reencuentro en París (Haakon Lindberg) 2WJvCGs


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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Liv Lindberg Mar Jul 30, 2013 6:48 pm

Paseó su mirada por el salón de una de tantas viviendas que tenían esparcidas por París. Siempre la misma historia pensaba irritada. Se enfadaban y podían pasar tiempo sin hablarse que a la primera misiva pidiendo su ayuda, ella acudía rauda y veloz. No se dio cuenta de que había hecho añicos la copa que tenía en la mano. Menos mal que no estaba llena de sangre pensó mientras dejaba caer los restos de cristal que tenía en la mano, arrancando los que quedaban clavados sin miramientos. Aún siendo tan vieja, todavía sentía fascinación por la rápida curación vampírica. Según iba quitando los cristales, casi al instante ya no quedaba marca alguna de herida.

No era igual con sus sentimientos. Agradecía no tener nada concreto cerca. No era la primera vez que dejaba vagar su furia y la habitación quedaba totalmente destrozada. Se dejó caer en el suelo de la sala y cerró los ojos. Odiaba perder el control de esa manera y eso aún la irritaba más.
Silenció todos sus pensamientos y se centró en recordar la letra de aquella canción que siempre conseguía calmarla. Dejó que se expandiera en su mente  y surgiera suave y delicada entre sus labios. Su voz iba cogiendo fuerza y llevándose con su melodía toda la rabia acumulada. Solo entonces abrió los ojos mientras la voz volvía a apagarse hasta dejar paso al silencio y al sosiego.

Con un ligero movimiento se puso en pie y cogiendo otra copa con elegancia se echó una generosa cantidad de sangre. Con total suavidad como si fuera una grácil bailarina se dirigió a un sofá y se sentó en él con las piernas cruzadas. Dio un pequeño sorbo y comenzó a repasar mentalmente lo que había pasado esos últimos meses a raíz de la pelea.

No soportaba estar cerca de él en ese estado, solo vagaba por la mansión como alma en pena, pintaba cuadros de esa mujer a todas horas y ya el colmo fue que se pusiera una banda negra en señal de luto. Aún así  aguantó un par de meses porque aunque la irritaba completamente que estuviese así no podía evitar preocuparse e intentar atenderle. Pero todo tenía un límite así que se cansó de tanto drama e intentó hacerle entrar en razón. Recordaba su cara inexpresiva y pérdida y como no pudo contenerse dándole un tortazo. Entonces él la miró con sorna y susurro sarcásticamente “Eso es porque nunca te has enamorado hermanita”. La ira la invadió y agarrándolo por la pechera lo estrelló contra uno de esos dichosos cuadros. Dejándolo con expresión boquiabierta dio un sonoro portazo que destrozo todos los cristales de la puerta de la mansión y se fue a Japón.

Era primavera y la visión de los cerezos en flor más disfrutar de los placeres que ofrecía la bella ciudad donde tenían una mansión consiguió arrancarle de cuajo el mal humor. Y así entre fiestas y juegos pasaron otros tantos meses hasta que llegó esa maldita misiva. -Maldita y mil veces maldita- escupió entre dientes.
En el sobre ponía con su hermosa letra “Para mi adorada Lili”. Solo hizo falta esa pequeña chispa para que surgiera un infierno. No tenía ni la decencia de ir a buscarla para pedirle perdón. Hizo acopio de todo el autocontrol que pudo y pidió al criado que leyera la misiva mientras veía como otros dos depositaban un bello cuadro de los Campos Eliseos de París. Recordaba con toda claridad la escueta misiva “Por favor, ven a París te necesito a mi lado Lili”. En cuanto oyó esas palabras cogió la misiva y la hizo pedazos entre sus perfectos dedos.  Sonrió brevemente al pensar en las caras horrorizadas de los criados que salieron despavoridos llevándose el cuadro con ellos.

Unos ligeros golpes en la puerta deshicieron el hilo de sus pensamientos. Caminó con serenidad hacia la puerta. Era uno de sus pequeños diablillos como ella los llamaba. Raterillos que estaban dispuestos a obtener información y a llevar mensajes por un precio razonable. Le dejó pasar mientras cogía papel y pluma para escribirle un mensaje a su mellizo.

Era simple y escueto: “He llegado a París, hazle saber al pequeño donde quieres que nos reunamos. En la mansión desde luego que no”. Dobló el papel por la mitad y escribió “Para Haakon”, eso debería darle a entender su estado de ánimo. Cogiendo unas monedas depositó todo en las manos del pequeño. Él salió raudo y veloz en busca de su destinatario.
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Mensaje por Haakon Lindberg Miér Jul 31, 2013 12:42 pm

La nota de su hermana quedó arrugada entre sus dedos, relegada a un lugar que no llegaría a alcanzar puesto que prontamente fue alisada de nuevo y guardada en el interior de su elegante chaqueta. James ya se estaba encargando de ganarse al ladronzuelo con una suculenta cena que devoraba con ansia mientras el destinatario releía la escueta misiva.
Así que para Haakon… pensó irritado. Él la había buscado como Lili y ella mantenía ese trato cordial pero distante, aún molesta sin duda. No había sabido comprender la actitud de su mellizo, una actitud propiciada por sentimientos que no era capaz de controlar, la tristeza le invadía de una forma aterradora, arrasando con los resquicios de razón que podían quedar en su mente. Disfrutar de esa vida eterna ya no le parecía una opción intrigante, atrayente, ni siquiera plausible. Estaba centrado en su venganza, en su pérdida, en intentar desahogarse de alguna forma. Pintar era una de ellas y no es algo que Liv aprobara a pesar de su interés por el arte. Los lienzos monotemáticos no eran de su agrado.

-Vas a llevarme hasta la mujer que te ha dado el encargo. – ordenó sin levantar el tono, a sabiendas de que le guiaría hasta ella sin tener que utilizar siquiera sus dotes de persuasión. Un estómago lleno era una recompensa que pocos días tendría un pillastre como aquel pero ni con esas podía confiar, las cosas o se hacen bien o no se hacen. – James, vaya preparando la habitación de la señorita Lindberg.

Estaba claro que su melliza no quería acudir al hogar familiar pero eso no le eximía de intentar que volviese a su lado, como había sido hasta ahora, como siempre. Efectivamente y como cabía suponer, se había instalado en una de las viviendas que poseían en el centro de París, lugar al que se encaminó tras depositar unas monedas en las manos del niño que salió corriendo de allí una vez cumplido su cometido. Con serenidad tomó las solapas de su chaqueta, en actitud pensativa antes de acercarse paso a paso a la entrada de la casa que acogía a la pelirroja. La llave que reposaba en su bolsillo fue a parar a la cerradura que abrió en silencio, tal y como estaba acostumbrado a hacer. Nadie podría haber escuchado su entrada y esa era la idea, que pasara desapercibida su presencia hasta encontrarla… quien sabe si se molestaría porque invadiera su espacio.

No obstante, tenía todo preparado para su llegada y entre sus dedos tenía algunas flores de cerezo, esas que tanto le gustaban a su hermana y que había hecho lo imposible por conseguir. No faltaban tampoco unas pequeñas láminas que mostraría llegado el momento. La encontró en el salón, sentada en el sofá bebiendo de una copa con tranquilidad…hasta que le vio. Y sus ojos se tornaron hacia él con un enfado que podía palparse en el aire. La respuesta al enfado de la pelirroja fue una sonrisa ladina que adelantaba sus intenciones, que no fueron otras que acercarse a ella sin tener en cuenta su rechazo inicial. Las flores fueron depositadas en las delicadas manos de su melliza y antes de que pudiera darse cuenta ya estaba sentado a su lado acunándola contra su pecho, no podía soportar la ira con la que le miraba.

-Ya está lista tu habitación en la mansión, Lili. – susurró tomando el rostro de la pelirroja. – No sabes cuánto te he echado de menos…

Y era totalmente cierto, tras un milenio juntos las separaciones eran cada vez más dolorosas…y más imprevisibles los reencuentros. ¿Qué diría su melliza cuando se diera cuenta de que ya no portaba la banda negra sobre su brazo?
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Mensaje por Liv Lindberg Miér Jul 31, 2013 4:35 pm

Con solo mirarle a los ojos su mirada se incendió en llamaradas de ira. Como se atrevía a presentarse allí, así y pensar que con un puñado de flores de cerezo iba a arreglar algo. Sin embargo tan pronto como se liberó el infierno volvió a consumirse mientras él la acunaba contra su pecho. Su voz sonaba tan rota y dolida. Entonces sintió nostalgia  y añoranza de su compañía y sencillamente se estrechó contra su cuerpo. Ese cuerpo protector tan familiar y querido que pertenecía a la única persona que significaba algo para ella. Olió el perfume de las flores y suspiró suavemente.

Se deshizo de su abrazo y se puso de pie observándole por primera vez en lo que ahora se volvía demasiado tiempo. Eso era lo extraño y mágico de los reencuentros. Podían haber estado enfadados y sin comunicación durante largo tiempo y eso no significaba nada hasta el momento en que volvían a estar en el mismo espacio. En ese preciso instante era como si la alegría de volver a verse y conectar ahogase el resto de sentimientos. Los hacía insignificantes hasta el punto de volver irracional el haber estado separados.

Pero ese efecto calmante no era suficiente y con una ira menos descontrolada chasqueando la lengua depositó las flores en la mesa con una floritura y luego se volvió a mirarle una vez más pero con las ideas más claras. Su voz sonó entonces fría y dura como un látigo restallando –Yo también te he echado de menos hermanito pero unas cuantas flores no van a aplacarme, ya deberías conocerme mejor-soltó con sarcasmo. Notaba que la rabia iba en aumento y cerró un momento los ojos. Volvió a abrirlos y se fijó en que ya no llevaba la señal de luto y eso consiguió que volviera a centrarse. -¿Qué es lo que se supone que necesitas de mí? Estaba bastante tranquila en Japón hasta que recibí tu misiva. Bien aquí me tienes así que habla por favor.

Su sonrisa se ensanchó en parte porque ese cabezota parecía haber recuperado parte de la cordura y en parte porque no se había dado cuenta de cuanta falta le había hecho esos últimos meses, sin embargo no iba a olvidar tan fácilmente. No, ella no era de esas que dejan pasar las cosas que la molestan. No pensaba moverse de allí hasta que él le pidiera perdón adecuadamente y le contara qué demonios estaba pasando. Se sentó en el suelo con las piernas cruzadas y aguardó con expectación.
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Mensaje por Haakon Lindberg Dom Ago 11, 2013 12:19 pm

Conocía esa mirada, esa reacción…así como conocía la forma de calmar la ira que inundaba a su melliza. No quiso sucumbir a su enfado, simplemente la acunó entre sus brazos como tantas otras veces lo había hecho a lo largo de los años. Sabían como tratarse, se conocían a la perfección, las debilidades de ambos quedaban expuestas y no por ello se sentían vulnerables. Se querían, se cuidaban, se necesitaban mutuamente. A pesar de las separaciones siempre volvían a estar juntos porque simplemente no sabían estar separados.

Sin embargo, en esta ocasión su hermanita había vuelto…pero no por necesidad, o sí…quien podía saberlo. Había vuelto porque él la había hecho llamar, Haakon sí que había admitido necesitar la compañía de la única que había sido y era su familia, la que hasta hace poco era la única por la que se preocupaba. Dejó que se levantara, que se separara y que se tomara su tiempo, el justo y necesario, tras lo cual se levantó siguiéndola y abrazando su cintura. Un suave beso fue depositado en la frente de la pelirroja.

-Nada podría aplacarte, Liv, pero tener en cuenta tus predilecciones es un deber que siempre me he tomado en serio. – sonrió feliz por tenerla allí, en parte divertido por el agrio recibimiento pero sin mostrar el más mero atisbo de “broma” en sus palabras, eso no haría más que molestarla más de lo que estaba. Se apartó lo justo para señalar su brazo descubierto por primera vez en meses, separado de esa banda negra. – Nunca hubiera prescindido del luto que me acompañaba, lo sabes. – o debería saberlo.

-Ya no la llevo porque no es necesario – aseguró sentándose en el suelo junto a la pelirroja, tomando su mano con cariño, con absoluta confianza. Las siguientes palabras fueron pronunciadas con serenidad, acompañadas de una mirada intensa sobre su melliza. – He encontrado a Diana, nunca ha estado muerta, está aquí en París.

La entonación había cambiado y su agarre se había afianzado sobre la mano de Liv, muestra de su alivio y, a su vez, preocupación por la reacción que podría tener su melliza. Esperaba que se alegrara por él, por los dos…pero no había comprendido su actitud y puede que ahora tampoco comprendiera como podía disculpar todo ese tiempo que había permanecido engañado. Tampoco es que pudiese olvidarlo, jamás podría…pero iniciar una disputa le privaría de otros momentos más deseados, apetecibles y necesarios. Así lo veía él.

-Una misiva me dio la pista sobre París y la encontré…en el burdel. – afirmó sin esconder su disgusto. No era un secreto que no estaba de acuerdo con esa forma de ganarse la vida, pero no, no era lo importante. – ahora se hace llamar Evelyn, Evelyn Wright. No puedo volver a perderla, no voy a permitirlo y…te necesito. – no podía ser más sincero - ¿volverás a casa conmigo?
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Mensaje por Liv Lindberg Lun Ago 12, 2013 12:53 pm

Posó la frente sobre la de su mellizo intentando controlar la ira que intentaba salir al exterior. Notaba el dolor en sus palabras y la necesidad que albergaba su mano. Le miró directamente a los ojos y veía en ellos…¿desesperación?

En ese momento quiso abrazarlo y decirle que sin dudarlo iría con él, pero algo dentro no la dejaba moverse. Se debatía entre ayudarle y dejar su propio dolor a un lado o dejar que ese dolor estallara en furia, sacándolo fuera a borbotones.

No pasó demasiado tiempo hasta que la segunda opción primó sobre todo lo demás. Agarró fuerte la mano de su mellizo y lo lanzó contra la pared sin ningún miramiento. Se quedó allí quieta observando la cara de estupefacción de su hermano y notó como una sonrisa irónica afloraba en su propio rostro.

-Así que el motivo por el que me has mandado llamar es simplemente “ella”- con un pequeño impulsó se deslizó por la habitación estrellando su puño en la pared detrás de Haakon.

-Todos tus meses de dolor y duelo para que al final resulte que esa humana esté viva-su voz era un susurro preñado de desprecio-lo que debería hacer sería arrancarle el corazón de cuajo por infringirte tanto daño, como buena hermana ese tendría que ser mi deber.

Fijó su mirada en la de su hermano que empezaba a evidenciar muestras de ira.-Pero la defenderías contra viento y marea incluso te pondrías en mi contra ¿verdad?-detrás de toda la furia notó en su voz algo que hasta ahora no había dejado entrever. Su voz sonaba dolida incluso consternada.

Las lágrimas brotaron sin siquiera darse cuenta.-¿Aún no entiendes el dolor que me causaste hace unos meses? ¿el dolor que me causas ahora?- se levantó y se giró en redondo con intenciones claras de salir de allí.

Al avanzar por la habitación notó que pisaba algo bajo sus pies. Era un pequeño boceto. En él se distinguía uno de sus paisajes favoritos con ellos dos sentados en una colina observando las estrellas.

Estuvo a punto de destrozar la pintura entre sus manos pero se contuvo.-Ya te dije que estas cosas no aplacarían mi ira-dejó caer la obra al suelo y siguió caminando con paso calmado y lento hacia la puerta intentando dilucidar si de verdad quería marcharse o que era lo realmente deseaba hacer.
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