AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Una noche como la de hoy pero del mes ... [Evelyn]
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Una noche como la de hoy pero del mes ... [Evelyn]
El vampiro estaba sentado frente a su escritorio, el diario estaba abierto frente a él y a través de la ventana podía verse el agua caer a cantaros. Su cabello aun estaba húmedo, solo había salido en busca de sangre y volvió sin mas. Optaba por escribir las noches de lluvia, eran precisamente las que mas recuerdos le traían, avivaban su mente y la nostalgia lo invadía como una ola.
Una ola... el agua brillante del puerto de París. Recordaba como se veía como si la tuviera frente a si en este preciso momento. Lastimosamente solo la podía ver de noche, soñaba con un amanecer frente al puerto, ver como los barcos trabajaban en él, el suave murmullo del agua contra las rocas, y el chirriar de los maderos.
Una chispa de una madera de la chimenea lo saco del ensueño, se incorporó en la silla escuchando atentamente a la casa que lo rodeaba, eran tan grande, inabarcable su espacio actual. Su departamento le ofrecía menor espacio pero mas intimidad. Tomó la pluma que mojó en el tintero y sin mas preámbulos comenzó anotando la fecha actual en el diario
Se frenó en este punto, una noche como hay había estado en el puerto, fue hacia algunos años cuando recién pisaba suelo en París, en una de las tantas veces que se había refugiado en estas tierras. Era un territorio donde podía ocultarse sin ser visto, pasar desapercibido era algo que necesitaba cuando se ocultaba de la presencia de la bruja que había contaminado su vida, que si bien no era la mejor vida, era suya. Esa noche se había ido a pasear por los bares cercanos al muelle donde el opio se vendía y se vende a muy buen precio en las cantinas. Había salido de una de ellas y le llamo la atención el muelle y comenzó su camino hacia allí, allí encontró una mujer de ojos redondos y mente retorcida. Pero... quien soy yo para juzgar.
Era pasada la medianoche y mi mente embargada de opio estaba de lo mas calmada, mis ojos se posaron sobre el muelle apenas iluminado por la luna de fondo, la cual daba un marco fotográfico perfecto para la ocasión que detallaré mas adelante.
Mis pies caminaban por inercia según recuerdo, mis ojos se fijaron en el mas alla donde una figura de espaldas contemplaba ahora perdida el horizonte, su mente era una locura de sensaciones, posiblemente había escapado del psiquiátrico y terminaría con su vida en el mar por sus problemas. Como siempre mi sentido comunitario primero me indicaba que no se debía desperdiciar su sangre y que podía cooperar de alguna forma con una bella muerte bajo un sutil beso en su cuello. Me acerque cauteloso de todas formas por si no había notaba mi presencia, la idea no era asustarla de todos modos.
Recuerdo que las primeras palabras fueron: Mademoiselle, ¿se encuentra bien?
Siempre tan consciente de los sentimientos de los demás, un ángel inmaculado cayendo como si fuera un ángel de la guarda antes que el monstruo en el que realmente me convirtieron hace muchísimos años ya. Y empeora con el tiempo.
Ella se dio vuelta, sus ojos estaban dolidos, su mente perdida, no parecía drogada por ninguna sustancia, pero se me cruzó por la cabeza en mas de una vez, de hacerla participe de la ceremonia que iba a realizar con los insumos comprados. Mis ojos se posaron en los de ella, posiblemente no con la vivacidad de siempre pero si dando lo mejor de la actitud que me quedaba viva. La respuesta no se hizo esperar y de sus labios separados la figura habló.
Una ola... el agua brillante del puerto de París. Recordaba como se veía como si la tuviera frente a si en este preciso momento. Lastimosamente solo la podía ver de noche, soñaba con un amanecer frente al puerto, ver como los barcos trabajaban en él, el suave murmullo del agua contra las rocas, y el chirriar de los maderos.
Una chispa de una madera de la chimenea lo saco del ensueño, se incorporó en la silla escuchando atentamente a la casa que lo rodeaba, eran tan grande, inabarcable su espacio actual. Su departamento le ofrecía menor espacio pero mas intimidad. Tomó la pluma que mojó en el tintero y sin mas preámbulos comenzó anotando la fecha actual en el diario
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Se frenó en este punto, una noche como hay había estado en el puerto, fue hacia algunos años cuando recién pisaba suelo en París, en una de las tantas veces que se había refugiado en estas tierras. Era un territorio donde podía ocultarse sin ser visto, pasar desapercibido era algo que necesitaba cuando se ocultaba de la presencia de la bruja que había contaminado su vida, que si bien no era la mejor vida, era suya. Esa noche se había ido a pasear por los bares cercanos al muelle donde el opio se vendía y se vende a muy buen precio en las cantinas. Había salido de una de ellas y le llamo la atención el muelle y comenzó su camino hacia allí, allí encontró una mujer de ojos redondos y mente retorcida. Pero... quien soy yo para juzgar.
10 de Marzo de 1800 - Puerto
Era pasada la medianoche y mi mente embargada de opio estaba de lo mas calmada, mis ojos se posaron sobre el muelle apenas iluminado por la luna de fondo, la cual daba un marco fotográfico perfecto para la ocasión que detallaré mas adelante.
Mis pies caminaban por inercia según recuerdo, mis ojos se fijaron en el mas alla donde una figura de espaldas contemplaba ahora perdida el horizonte, su mente era una locura de sensaciones, posiblemente había escapado del psiquiátrico y terminaría con su vida en el mar por sus problemas. Como siempre mi sentido comunitario primero me indicaba que no se debía desperdiciar su sangre y que podía cooperar de alguna forma con una bella muerte bajo un sutil beso en su cuello. Me acerque cauteloso de todas formas por si no había notaba mi presencia, la idea no era asustarla de todos modos.
Recuerdo que las primeras palabras fueron: Mademoiselle, ¿se encuentra bien?
Siempre tan consciente de los sentimientos de los demás, un ángel inmaculado cayendo como si fuera un ángel de la guarda antes que el monstruo en el que realmente me convirtieron hace muchísimos años ya. Y empeora con el tiempo.
Ella se dio vuelta, sus ojos estaban dolidos, su mente perdida, no parecía drogada por ninguna sustancia, pero se me cruzó por la cabeza en mas de una vez, de hacerla participe de la ceremonia que iba a realizar con los insumos comprados. Mis ojos se posaron en los de ella, posiblemente no con la vivacidad de siempre pero si dando lo mejor de la actitud que me quedaba viva. La respuesta no se hizo esperar y de sus labios separados la figura habló.
Sean O'Rouke- Humano Clase Media
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Fecha de inscripción : 09/11/2012
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Re: Una noche como la de hoy pero del mes ... [Evelyn]
Existen mil maneras para perderse y otras mil para morir.
Generalmente, la gran mayoría coincide en que a veces, en determinadas situaciones, los segundos parecen minutos y los minutos parecen horas. Pocas personas se atreven a negar la fugacidad del tiempo y su voluble trayectoria. Dos aspectos que, al fin y al cabo, nos afectan a todos por igual, condicionando nuestra temporalidad en algo clasificado como pasado, presente y futuro. Ahora bien, las diferentes perspectivas de cada ser, de haberlas, residen, o se ocultan, en la forma en la que cada individuo se plantea cómo gastar, o malgastar (según se mire), dicha temporalidad; dando lugar a las cuestionables decisiones de turno y a los temidos cambios que emergen a la par, construyéndose así un círculo que suele apoyarse en esas dos anteriores premisas: fugacidad y volubilidad. Un círculo que se repite, un círculo sin principio ni final, un círculo que no puede… ¿Romperse? Porque de poder… ¿Qué pasaría? ¿Qué cambiaría cuando lo efímero y la veleidad son el principal motor que lo mantienen? ¿Provocar un cambio dentro de otro cambio, como si se tratase de un sueño, podría considerarse una paradoja existencial?
Aquella era justamente la pregunta que nublaba mi mente aun cuando mis ojos se posaban fijos en un horizonte invisible y fatídico. El impulso nervioso, que se había visto acusado durante todo el viaje por la desgracia de los hechos que lo habían propiciado, había desaparecido nada más pisar terreno parisino. Así, y en su lugar, un insoportable vacío, motivado por un llanto desgarrador y silencioso, se apoderó de aquel cuerpo que todavía se erguía por inercia, automático y sin intenciones, rechazando la idea de estar “perdida”.
La banalidad de unas gentes desconocidas e ignorantes de mi insulsa presencia había sido la mejor de mis bienvenidas. Un desembarco a última hora de la tarde había sido el punto y final de una historia que no debía ser olvidada, puesto que no debía ser recordada. Alejándome unos pasos de la pasarela de madera por la cual había descendido, el giro me permitió observar la nostálgica estampa que conformaban el ancho mar y las tibias nubes grisáceas que empañaban el azulado cielo. Se avecinaba tormenta. Podía predecirlo. Pero incluso saberlo, no fue motivo suficiente para tomar la bolsa que llevaba conmigo y disponer de mis opciones para abandonar el puerto. No. Contra todo pronóstico, mi figura continuó allí, de pie, dedicándole una mirada ausente a ese manto salado que seducía con su leve rumor y me acompañaba por propia voluntad…
¿Por qué seguir allí? ¿Por qué no proseguir con lo planeado? La ingenuidad humana quería aprovechar su pequeño papel dentro de la obra que se llevaba representando desde la partida, quería hacerle creer al espíritu que su vagar tenía un sentido que nacía en la llegada de un buen anfitrión que recogiera a la necesitada dama para ofrecerle el cobijo y el consuelo que añoraba. Ilusa de mí considerar aquello tan inverosímil. ¿Cómo podía atreverme a soñar que alguien vendría a recibirme? Nadie lo haría. Pero no importaba, no era esencial comprender que no sucedería. Mi cuerpo se había anclado a la dura superficie que yacía bajo mis zapatos. Y mientras la marea subía, hechizándome como si no pudiera ver nada más, y mientras el puerto perdía su actividad y la noche parecía caer sobre mis cansados hombros, finalmente, los segundos se hicieron minutos y los minutos horas.
Un leve suspiro, sin lágrimas, pudo romper la tranquilidad que me rodeaba. Pese a la soledad impuesta, era incapaz de liberar mi mente, de dejarla en blanco. Cada pensamiento se veía sacudido por alguna emoción de la que no podía renegar. Volvía a recordarlo, volvía a experimentar el último aliento de la mujer que fui. Las manos acudieron prestas, colocándose sobre un vientre yermo y mancillado que quería gritar, pero no podía. Ardía su interior e incomprensiblemente el calor que en mis entrañas se producía, escalaba lentamente, sin sobrepasar límite alguno. El corazón bombeaba con fuerza, la sangre se movía rápida y fluida, sin control. Los pulmones exigían más oxígeno, uno que no llegaba, no lo hacía. La respiración varió su ritmo, altamente desequilibrado, provocando que un anunciado ahogo pudiera sentenciarme. Bochornoso se volvió todo. El fuego había traspasado el límite, lo consumía todo a su paso, cada extremidad, cada centímetro de piel, cada rincón carnal… Me abrasaba, volvía a ser víctima de las llamas… De unas terribles y dolorosas llamas… ¿Mi única salida? El mar… Unos pasos, unos pasos más y caería entre sus sábanas aguadas, salvándome de ser ceniza, de ser el polvo que… ¿De verdad era mi única salida? ¿Había hecho todo ese viaje para convertir la “mentira” en “verdad”? ¿Un cambio por otro? ¿O un cambio dentro de otro cambio?
Y la respuesta quedó incompleta al llegar su voz… Su pálido rostro… Su extraña mirada… Deteniéndose el tiempo, el espacio y el citado cambio. Casi enseguida, me volteé para hallar a mi inesperado "anfitrión"...
-¿De nuevo nos volvemos a encontrar? - el tono en mi respuesta reflejó un respeto bien infundido, pero lleno de serenidad. Sin apartar mis orbes de los suyos, contemplé la poderosa imagen de la mismísima “muerte” que se escondía tras el porte elegante de aquel caballero. ¿Y cómo no reconocerla? ¿Quién puede olvidar tal figura cuando se ha tenido delante tantas veces? Sí, él era “ella”, con otro aspecto, pero con su misma aura. Me perseguía. ¿Para burlarse de mí? No tenía que sorprenderme, sabía lo que le debía, pero todavía era pronto para entregarle el alma que requería. – ¿Creéis que volveré a escaparme? ¿Que no cumpliré lo pactado? Sé lo que es vuestro, sé lo que debo entregaros pero… Por favor… Tenéis que darme un poco más de tiempo… – una de las manos se separó de aquel vientre y se alzó con la intención de acariciar con cariño la mejilla contraria, como si realmente conociera a ese hombre que nunca había visto antes, aunque se paró a medio camino, sin llegar a rozarle siquiera, quedándose suspendida en el aire durante un breve lapsus. Un sonido, un sollozo infante se había hecho eco en mi oído. Desvié la mirada buscando la fuente de origen de aquel canto que crecía y crecía. - ¿Lo oís, mi Señor? Ha vuelto. Está aquí. – aumentaba su fuerza, haciéndome temblar, desquiciándome con su intensidad. Adiós al calor anterior, me inundaba un frío estremecedor... – No puede ser… - derecha e izquierda. Nada. Delante, detrás. Tampoco. Allí quedábamos él y yo. No había bebé que pudiera llorar, no había nadie más. Pero podía oírlo, lo hacía. – Vos… ¡Le habéis traído vos! – asustada, no faltó recriminarle. - ¡¿Por qué?! ¡Ése no era el trato! ¡Dejad de atormentarme! No tardaré en hacerlo. ¡No tardaré! ¡Ni tampoco lo olvidaré! – me encogí sobre mí misma, o lo intenté hasta que las piernas flaquearon y la naturalidad de lo obvio me hizo quedar arrodillada frente a él. - ¡Basta, basta! ¡Hacedle callar! ¡Por favor! – alargué los brazos, arrastrándome para aferrarme a su pierna suplicante. – Por favor… No quiero oírle… Lo que sea por su silencio… Por favor… Por favor...
Generalmente, la gran mayoría coincide en que a veces, en determinadas situaciones, los segundos parecen minutos y los minutos parecen horas. Pocas personas se atreven a negar la fugacidad del tiempo y su voluble trayectoria. Dos aspectos que, al fin y al cabo, nos afectan a todos por igual, condicionando nuestra temporalidad en algo clasificado como pasado, presente y futuro. Ahora bien, las diferentes perspectivas de cada ser, de haberlas, residen, o se ocultan, en la forma en la que cada individuo se plantea cómo gastar, o malgastar (según se mire), dicha temporalidad; dando lugar a las cuestionables decisiones de turno y a los temidos cambios que emergen a la par, construyéndose así un círculo que suele apoyarse en esas dos anteriores premisas: fugacidad y volubilidad. Un círculo que se repite, un círculo sin principio ni final, un círculo que no puede… ¿Romperse? Porque de poder… ¿Qué pasaría? ¿Qué cambiaría cuando lo efímero y la veleidad son el principal motor que lo mantienen? ¿Provocar un cambio dentro de otro cambio, como si se tratase de un sueño, podría considerarse una paradoja existencial?
Aquella era justamente la pregunta que nublaba mi mente aun cuando mis ojos se posaban fijos en un horizonte invisible y fatídico. El impulso nervioso, que se había visto acusado durante todo el viaje por la desgracia de los hechos que lo habían propiciado, había desaparecido nada más pisar terreno parisino. Así, y en su lugar, un insoportable vacío, motivado por un llanto desgarrador y silencioso, se apoderó de aquel cuerpo que todavía se erguía por inercia, automático y sin intenciones, rechazando la idea de estar “perdida”.
La banalidad de unas gentes desconocidas e ignorantes de mi insulsa presencia había sido la mejor de mis bienvenidas. Un desembarco a última hora de la tarde había sido el punto y final de una historia que no debía ser olvidada, puesto que no debía ser recordada. Alejándome unos pasos de la pasarela de madera por la cual había descendido, el giro me permitió observar la nostálgica estampa que conformaban el ancho mar y las tibias nubes grisáceas que empañaban el azulado cielo. Se avecinaba tormenta. Podía predecirlo. Pero incluso saberlo, no fue motivo suficiente para tomar la bolsa que llevaba conmigo y disponer de mis opciones para abandonar el puerto. No. Contra todo pronóstico, mi figura continuó allí, de pie, dedicándole una mirada ausente a ese manto salado que seducía con su leve rumor y me acompañaba por propia voluntad…
¿Por qué seguir allí? ¿Por qué no proseguir con lo planeado? La ingenuidad humana quería aprovechar su pequeño papel dentro de la obra que se llevaba representando desde la partida, quería hacerle creer al espíritu que su vagar tenía un sentido que nacía en la llegada de un buen anfitrión que recogiera a la necesitada dama para ofrecerle el cobijo y el consuelo que añoraba. Ilusa de mí considerar aquello tan inverosímil. ¿Cómo podía atreverme a soñar que alguien vendría a recibirme? Nadie lo haría. Pero no importaba, no era esencial comprender que no sucedería. Mi cuerpo se había anclado a la dura superficie que yacía bajo mis zapatos. Y mientras la marea subía, hechizándome como si no pudiera ver nada más, y mientras el puerto perdía su actividad y la noche parecía caer sobre mis cansados hombros, finalmente, los segundos se hicieron minutos y los minutos horas.
Un leve suspiro, sin lágrimas, pudo romper la tranquilidad que me rodeaba. Pese a la soledad impuesta, era incapaz de liberar mi mente, de dejarla en blanco. Cada pensamiento se veía sacudido por alguna emoción de la que no podía renegar. Volvía a recordarlo, volvía a experimentar el último aliento de la mujer que fui. Las manos acudieron prestas, colocándose sobre un vientre yermo y mancillado que quería gritar, pero no podía. Ardía su interior e incomprensiblemente el calor que en mis entrañas se producía, escalaba lentamente, sin sobrepasar límite alguno. El corazón bombeaba con fuerza, la sangre se movía rápida y fluida, sin control. Los pulmones exigían más oxígeno, uno que no llegaba, no lo hacía. La respiración varió su ritmo, altamente desequilibrado, provocando que un anunciado ahogo pudiera sentenciarme. Bochornoso se volvió todo. El fuego había traspasado el límite, lo consumía todo a su paso, cada extremidad, cada centímetro de piel, cada rincón carnal… Me abrasaba, volvía a ser víctima de las llamas… De unas terribles y dolorosas llamas… ¿Mi única salida? El mar… Unos pasos, unos pasos más y caería entre sus sábanas aguadas, salvándome de ser ceniza, de ser el polvo que… ¿De verdad era mi única salida? ¿Había hecho todo ese viaje para convertir la “mentira” en “verdad”? ¿Un cambio por otro? ¿O un cambio dentro de otro cambio?
Y la respuesta quedó incompleta al llegar su voz… Su pálido rostro… Su extraña mirada… Deteniéndose el tiempo, el espacio y el citado cambio. Casi enseguida, me volteé para hallar a mi inesperado "anfitrión"...
-¿De nuevo nos volvemos a encontrar? - el tono en mi respuesta reflejó un respeto bien infundido, pero lleno de serenidad. Sin apartar mis orbes de los suyos, contemplé la poderosa imagen de la mismísima “muerte” que se escondía tras el porte elegante de aquel caballero. ¿Y cómo no reconocerla? ¿Quién puede olvidar tal figura cuando se ha tenido delante tantas veces? Sí, él era “ella”, con otro aspecto, pero con su misma aura. Me perseguía. ¿Para burlarse de mí? No tenía que sorprenderme, sabía lo que le debía, pero todavía era pronto para entregarle el alma que requería. – ¿Creéis que volveré a escaparme? ¿Que no cumpliré lo pactado? Sé lo que es vuestro, sé lo que debo entregaros pero… Por favor… Tenéis que darme un poco más de tiempo… – una de las manos se separó de aquel vientre y se alzó con la intención de acariciar con cariño la mejilla contraria, como si realmente conociera a ese hombre que nunca había visto antes, aunque se paró a medio camino, sin llegar a rozarle siquiera, quedándose suspendida en el aire durante un breve lapsus. Un sonido, un sollozo infante se había hecho eco en mi oído. Desvié la mirada buscando la fuente de origen de aquel canto que crecía y crecía. - ¿Lo oís, mi Señor? Ha vuelto. Está aquí. – aumentaba su fuerza, haciéndome temblar, desquiciándome con su intensidad. Adiós al calor anterior, me inundaba un frío estremecedor... – No puede ser… - derecha e izquierda. Nada. Delante, detrás. Tampoco. Allí quedábamos él y yo. No había bebé que pudiera llorar, no había nadie más. Pero podía oírlo, lo hacía. – Vos… ¡Le habéis traído vos! – asustada, no faltó recriminarle. - ¡¿Por qué?! ¡Ése no era el trato! ¡Dejad de atormentarme! No tardaré en hacerlo. ¡No tardaré! ¡Ni tampoco lo olvidaré! – me encogí sobre mí misma, o lo intenté hasta que las piernas flaquearon y la naturalidad de lo obvio me hizo quedar arrodillada frente a él. - ¡Basta, basta! ¡Hacedle callar! ¡Por favor! – alargué los brazos, arrastrándome para aferrarme a su pierna suplicante. – Por favor… No quiero oírle… Lo que sea por su silencio… Por favor… Por favor...
Evelyn Wright- Mensajes : 26
Fecha de inscripción : 08/07/2013
Re: Una noche como la de hoy pero del mes ... [Evelyn]
Al principio al verla no pude mas que suponer que me había confundido con alguien, su mirada se había posado despreocupada sobre la mía, no sin saber que no era un asiduo habitante del mundo humano, su vista se nublo quizás un poco, a mi parecer y su mirada expreso algo de dolor en lo mas profundo de su alma. Busqué algún indicio en su mente, algo tenia que haber allí, allí seguramente encontraría las respuestas que ella me hacía y porque no, hacerme pasar por quien sea la persona con la que me confundía. Ante las primeras palabras no pude mas que enarcar una ceja, porque realmente no entendía, no pensaba atacarla, no tenía intenciones de hacerlo al menos allí, la avidez de sangre en mis venas siempre latente no me recriminaba saciarla pronto, mi garganta ardía lo normal y habitual para la ocasión. Su sangre, como la de todos los humanos me tentaba, pero había algo mas que me tentaba mas que la sangre aun y eran las ansias de aprender del mundo que me rodeaba. Como buen filosofo en el pasado uno de los métodos de aprendizaje mas comunes aun antes de la existencia de los libros era escuchando a la gente, buscando soluciones a sus problemas, a sus requerimientos. Posiblemente por ello había optado por continuar vivo a pesar de todo, la mortalidad era una limitación para el aprendizaje. Era un observador de acontecimientos de esta forma y por ello mismo podía llegar a la conclusión que la humanidad solía condenarse sola a sus propias miserias por no conocer su historia.
Pero lejos de esto estaba la muchacha abandonada a su suerte y a los maltratos del pasado que la condenarían de por vida a no ser que un psicólogo pudiera remediar tales traumas que sucumbían en su mente y la rodearían de por vida posiblemente, sus chances de no padecer las complicaciones de su pasado y de olvidarlo por completo eran pocas a menos que decidiera arrojarse a los brazos fríos de la muerte que podía esperarla en cualquier esquina oscura. Allí había encontrado la respuesta, la mujer tomo mi fría mirada, mi talante oscuro y el aura oscura que me envolvía como signos indiscutibles de la afanosa muerte con la cual al parecer ya se había cruzado antes, con la cual había no solo dialogado sino que también habían resuelto un pacto. Un pacto que se dio lugar obviamente en su cabeza como las alucinaciones que ella misma creó luego de hablarme y que la condenó de forma instantánea a sentirse la peor criatura del mundo, un ser perseguido nuevamente por los turbios fantasmas de su pasado, del que nunca iba a escapar. Vaya historia la suya! Ni en todos mis años podría terminar de analizar tales traumas que se cernían sobre ella y de los cuales no veía una salida a corta distancia a menos que un golpe dejara su cabeza fuera de juego, una mente sin recuerdo alguno, una mente muerta al pasado y dispuesta a volver a armar una vida en este lugar en el que había desembarcado por propia decisión.
Una ráfaga de comprensión y compasión (si se puede denominar de alguna forma) me llevó a escucharla mientras buscaba discernir qué hacer y cuando sus recuerdos se volvieron sonido en sus oídos no pude mas que sacar nuevamente el lado humano del cual no podía ni aun hoy, retirar por completo de mi ser. De pronto me encontré dentro de su mente, modificando su realidad auditiva al menos, sus oídos no iban a escuchar mas que el suave murmullo de las olas golpeando contra las rocas del muelle.
-Ya – y los llantos acallaron por completo fundiéndose con los ruidos del lugar. Recuerdo haberle extendido una mano para ayudarla a incorporarse mientras unas lágrimas surcaban los bordes de sus ojos. –Mademoiselle, veo que recuerdas nuestro pacto entonces. Por tu situación supuse que darías fin a esta travesía llamada vida y por eso me acerqué una vez mas – dijo buscando que ella le comunicara algún indicio implícito en sus palabras, desde ya que no sabía muy bien a qué se refería y prefería el silencio a las palabras que pudieran darle a entender que él no era quien ella esperaba. Al menos había cumplido con la expectativa de ser recibida por alguien.
Pero lejos de esto estaba la muchacha abandonada a su suerte y a los maltratos del pasado que la condenarían de por vida a no ser que un psicólogo pudiera remediar tales traumas que sucumbían en su mente y la rodearían de por vida posiblemente, sus chances de no padecer las complicaciones de su pasado y de olvidarlo por completo eran pocas a menos que decidiera arrojarse a los brazos fríos de la muerte que podía esperarla en cualquier esquina oscura. Allí había encontrado la respuesta, la mujer tomo mi fría mirada, mi talante oscuro y el aura oscura que me envolvía como signos indiscutibles de la afanosa muerte con la cual al parecer ya se había cruzado antes, con la cual había no solo dialogado sino que también habían resuelto un pacto. Un pacto que se dio lugar obviamente en su cabeza como las alucinaciones que ella misma creó luego de hablarme y que la condenó de forma instantánea a sentirse la peor criatura del mundo, un ser perseguido nuevamente por los turbios fantasmas de su pasado, del que nunca iba a escapar. Vaya historia la suya! Ni en todos mis años podría terminar de analizar tales traumas que se cernían sobre ella y de los cuales no veía una salida a corta distancia a menos que un golpe dejara su cabeza fuera de juego, una mente sin recuerdo alguno, una mente muerta al pasado y dispuesta a volver a armar una vida en este lugar en el que había desembarcado por propia decisión.
Una ráfaga de comprensión y compasión (si se puede denominar de alguna forma) me llevó a escucharla mientras buscaba discernir qué hacer y cuando sus recuerdos se volvieron sonido en sus oídos no pude mas que sacar nuevamente el lado humano del cual no podía ni aun hoy, retirar por completo de mi ser. De pronto me encontré dentro de su mente, modificando su realidad auditiva al menos, sus oídos no iban a escuchar mas que el suave murmullo de las olas golpeando contra las rocas del muelle.
-Ya – y los llantos acallaron por completo fundiéndose con los ruidos del lugar. Recuerdo haberle extendido una mano para ayudarla a incorporarse mientras unas lágrimas surcaban los bordes de sus ojos. –Mademoiselle, veo que recuerdas nuestro pacto entonces. Por tu situación supuse que darías fin a esta travesía llamada vida y por eso me acerqué una vez mas – dijo buscando que ella le comunicara algún indicio implícito en sus palabras, desde ya que no sabía muy bien a qué se refería y prefería el silencio a las palabras que pudieran darle a entender que él no era quien ella esperaba. Al menos había cumplido con la expectativa de ser recibida por alguien.
Sean O'Rouke- Humano Clase Media
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