AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Distantes promesas
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Distantes promesas
Cada noche llegaba al mismo lugar en las calles de París, cerca de las diez de la noche. Me detenía justo en un callejón donde con cierto ángulo entraba la luz de un farol en la vereda y dividía aquel pasillo en un lugar completamente oscuro y uno iluminado en matices tan azulados como el cielo nocturno. Allí entonces me quedaba entre la sombra y, cada tanto, observaba mi mano a la luz de aquel farol. Solía ver en ella más que una mano, veía 5 filosas garras, una palma con piel negra, rodeada de vellosidades blancas, y la muñeca con pinceladas negras horizontales. La melancolía de las noches en París agitaban mi respiración, y hacían que desee con impotencia poder regresar pronto a Tobolsk, mi hogar, donde Bruce continuaba viviendo la cruda pero humanamente gratificante, realidad del orfanato. Donde Franquey, el padre que eligió quererme como tal, padecía una enfermedad irremediable y junto a él una triste y rendida Johann. Mientras quien sin conocer mi historia pensaría que estoy de paseo por París, con un salario algo bajo y pocas comodidades pero pasando los días sin demasiados problemas, por mi parte sabía que estaba allí por Nastya, y no podía volver sin ella. Mi principal objetivo era convencerla para ayudar a Bruce, y en segundo lugar, saber más sobre nuestros genes, ¿como y por qué eramos diferentes a los demás?.
Era común que pensara en lo que podía pasar, y jamás me perdonaría no acompañar a Bruce en el momento en que Franquey dejara este mundo lleno de demencia, atrocidad, caprichos, rencores. Por lo que con o sin Nastya, debería estar allí.
Comencé a recordar casi de modo fotográfico la tristeza de Bruce al enterarse que su padre había enfermado, no hizo más que abrazar a largamente a Johann y conservar el silencio por unos días. Tragó cualquier lágrima que pudiera querer escaparse y aparentó armarse de fuerzas para continuar como si nada. De él aprendí que ser valiente, no es andar solo por el bosque o cazar en la nieve, sino que los escalones en la vida son para levantar los pies al caminar y no tropezar. El día en que me marché, tomé su hombro con fuerzas, lo miré fijamente y prometí que volvería cuanto antes, él con su cabeza, y posando su mano sobre la mía, asintió. Quizás fuera mi destino volver en poco tiempo, unos días, tal vez semanas, o quizás no tendría oportunidad de volver sin darle a Bruce una explicación.
Pasaron unos momentos y volví de esa niebla de pensamientos mezclados con recuerdos. Las calles de París por la noche se vuelven poco transitadas casi desoladas, donde los únicos testigos de crímenes o hechos violentos, son muchas veces, la víctima y el victimario. Dejando las cosas en manos de la ley de la jungla. La supervivencia del más fuerte. Irrumpieron allí dos hombres que escapaban al parecer de que unos guardias los detuvieran. Ellos entraron al callejón quedando de espaldas a mi presencia, y los guardias pasaron de largo. No supe que hacer, fui sorprendido por esos dos hombres y me quede observándolos unos segundos. Si no hubiera sido por un medio familiar felino que salió huyendo dándose contra un cesto de basura, esos dos no habrían notado mi presencia.
Bastó que me descubrieran para que se acercaran con amenazas diciendo que por más que gritara nadie me ayudaría, lo mejor era que me quedara en silencio si no quería salir lastimado, pero de todos modos iban a hacerlo, aunque sea para sacarme algo de dinero, el poco que tenía, o alguna pertenencia de valor. Pensaron que sería como jugar con un inocente niño. Uno de ellos sacó una daga pero el otro le señaló que no sería necesario, que él solo podía encargarse. Vino hacia a mi arremangándose sin poder advertir que la quijada le quedaría botando por el piso. Fue un golpe duro y rápido a la vez. Tenía que salir de ese callejón, un tanto desesperado por huir, embestí con fiereza a su compañero que casi logra empuñarme su daga, pero la embestida lo dejó sin aire tendido contra la pared. Corrí hacia la calle de en frente, sin mirar a los lados, y un tropiezo hizo que no pudiera percatarme de que una carroza con 2 caballos pasaba a velocidad. El jinete algo más atento a mi tropiezo, tiró de las riendas con fuerza y ambos caballos levantaron se irguieron frente a mi. Uno pateó en mi cabeza, dejándome tendido en el suelo. Asustado al verme tendido en el suelo y a los otros dos tipos esperando para vengarse, el jinete decidió retomar su carrera con más velocidad que antes e irse. La carroza pasó por encima de mi pierna izquierda, fracturándola levemente en el muslo, la rapidez de la misma impidió que la fractura sea peor.
Y allí estaba, tendido en el suelo con una pierna semi-fracturada, a la suerte de esos dos que había enfrentado. Solo me quedaba algo por hacer si no quería que terminaran con mi vida. No podía transformarme completamente pero si lo suficiente como para mostrarles un rostro felino y hacerles pegar el terror de sus vidas. Mostré mis colmillos afilados con furia en mis ojos. Los tipos huyeron despavoridos gritando que era un monstruo. ¿Quién les creería? ¿Quién más estaría allí observando?
Quedé inconsciente.
Era común que pensara en lo que podía pasar, y jamás me perdonaría no acompañar a Bruce en el momento en que Franquey dejara este mundo lleno de demencia, atrocidad, caprichos, rencores. Por lo que con o sin Nastya, debería estar allí.
Comencé a recordar casi de modo fotográfico la tristeza de Bruce al enterarse que su padre había enfermado, no hizo más que abrazar a largamente a Johann y conservar el silencio por unos días. Tragó cualquier lágrima que pudiera querer escaparse y aparentó armarse de fuerzas para continuar como si nada. De él aprendí que ser valiente, no es andar solo por el bosque o cazar en la nieve, sino que los escalones en la vida son para levantar los pies al caminar y no tropezar. El día en que me marché, tomé su hombro con fuerzas, lo miré fijamente y prometí que volvería cuanto antes, él con su cabeza, y posando su mano sobre la mía, asintió. Quizás fuera mi destino volver en poco tiempo, unos días, tal vez semanas, o quizás no tendría oportunidad de volver sin darle a Bruce una explicación.
Pasaron unos momentos y volví de esa niebla de pensamientos mezclados con recuerdos. Las calles de París por la noche se vuelven poco transitadas casi desoladas, donde los únicos testigos de crímenes o hechos violentos, son muchas veces, la víctima y el victimario. Dejando las cosas en manos de la ley de la jungla. La supervivencia del más fuerte. Irrumpieron allí dos hombres que escapaban al parecer de que unos guardias los detuvieran. Ellos entraron al callejón quedando de espaldas a mi presencia, y los guardias pasaron de largo. No supe que hacer, fui sorprendido por esos dos hombres y me quede observándolos unos segundos. Si no hubiera sido por un medio familiar felino que salió huyendo dándose contra un cesto de basura, esos dos no habrían notado mi presencia.
Bastó que me descubrieran para que se acercaran con amenazas diciendo que por más que gritara nadie me ayudaría, lo mejor era que me quedara en silencio si no quería salir lastimado, pero de todos modos iban a hacerlo, aunque sea para sacarme algo de dinero, el poco que tenía, o alguna pertenencia de valor. Pensaron que sería como jugar con un inocente niño. Uno de ellos sacó una daga pero el otro le señaló que no sería necesario, que él solo podía encargarse. Vino hacia a mi arremangándose sin poder advertir que la quijada le quedaría botando por el piso. Fue un golpe duro y rápido a la vez. Tenía que salir de ese callejón, un tanto desesperado por huir, embestí con fiereza a su compañero que casi logra empuñarme su daga, pero la embestida lo dejó sin aire tendido contra la pared. Corrí hacia la calle de en frente, sin mirar a los lados, y un tropiezo hizo que no pudiera percatarme de que una carroza con 2 caballos pasaba a velocidad. El jinete algo más atento a mi tropiezo, tiró de las riendas con fuerza y ambos caballos levantaron se irguieron frente a mi. Uno pateó en mi cabeza, dejándome tendido en el suelo. Asustado al verme tendido en el suelo y a los otros dos tipos esperando para vengarse, el jinete decidió retomar su carrera con más velocidad que antes e irse. La carroza pasó por encima de mi pierna izquierda, fracturándola levemente en el muslo, la rapidez de la misma impidió que la fractura sea peor.
Y allí estaba, tendido en el suelo con una pierna semi-fracturada, a la suerte de esos dos que había enfrentado. Solo me quedaba algo por hacer si no quería que terminaran con mi vida. No podía transformarme completamente pero si lo suficiente como para mostrarles un rostro felino y hacerles pegar el terror de sus vidas. Mostré mis colmillos afilados con furia en mis ojos. Los tipos huyeron despavoridos gritando que era un monstruo. ¿Quién les creería? ¿Quién más estaría allí observando?
Quedé inconsciente.
Isarato Ykanji- Cambiante Clase Baja
- Mensajes : 17
Fecha de inscripción : 25/07/2013
Edad : 32
Localización : Buenos Aires
Re: Distantes promesas
Seguramente, podía ser impresión mía, pero tenía la sensación de que últimamente las noches en París parecían volverse, día tras día, más oscuras. Y no era en sí la propia oscuridad lo que me preocupaba, era más bien lo que concentraba entre sus sombras, lo que ocultaba en aquellos rincones donde la luz no podía alcanzar a las figuras sin identidad que allí se reunían. Tampoco era que todas fuesen mentes perturbadas que quisieran aprovecharse de la razón ajena, pero la oscuridad era un escudo del que se valían muchos “villanos” para hacer todas sus “fantasías” realidad. Y, bueno, había “fantasías” y “fantasías”. Y tal y como había oído en algún lugar no muy lejano: abundaban demasiados malhechores para tan pocos héroes. Lo que se traducía en que en los tiempos que corren cada cual tenía que aprender a defenderse por sí mismo, lo cual ya representaba en sí una ardua tarea que no todos habíamos conseguido superar, o dominar. Y no sería por falta de experiencias…
De hecho, una de las cosas que se suponía que tenía que haber aprendido era eso de no caminar a solas por calles extrañas a altas horas de la noche. Pero… Digamos que mi aprendizaje dictaba mucho de seguir el patrón normal por el cual se regían las personas… ¿Convencionales? Sí, algo así. Total, que por razones varias, entre ellas la de no vigilar el reloj con explícita atención, por ahí que iba caminando por donde no debía. Y sí, sola, muy sola, demasiado sola. No me preocupaba. No era la primera vez, ni sería la última. No debía hacerlo. Si le daba más importancia de la que tenía, al final sí que acabaría preocupándome. O también pudiera suceder que un jaleo próximo llamase mi interés y sí tuviera que preocuparme. A ver… Recuento: ruidos, trasteos y… ¿Gritos?
Sí, lo sé. Otra alma de cántaro se habría dado la vuelta inmediatamente tras asomarse por la esquina de una de las calles que desembocaban donde la acción parecía desarrollarse y, usando ese citado escudo de oscuridad, observarse lo que acababan de observar mis ojos. Menudo espectáculo…
-Mon dieu…
¿Qué era todo aquello? No se parecía a nada de lo que había visto en otras ocasiones y… ¡Un momento! Con calma, puesto que casi pierdo el hábito de respirar y escupo el corazón por la boca. Lo primero era lo primero… Ese hombre… Porque era un hombre, ¿verdad? Aunque le habían llamado monstruo y la gente solía hablar mucho, así que… Sí, suponía que sí lo era. Pues eso, que ese hombre había sido arrollado brutalmente y debía de estar herido. ¿No? Bueno, lo suyo era acercarse y comprobarlo. Y lentamente, asegurándome de que seguía sola, me acerqué y detuve mis pasos a su lado, inclinándome con curiosidad y preocupación para examinar alguna que otra herida que no pintaba del todo bien.
-¿Monsieur? ¿Está vuestra merced…? - ¿viva? - ¿…bien?
Me agaché a su lado, colocando mi mano sobre su brazo y moviéndolo un poco para ver si reaccionada. ¿Y si había gastado su último esfuerzo en espantar a esos dos tipos que se habían esfumado despavoridos y ahora…? Negué con la cabeza y me tomé el atrevimiento de alzarme por encima de él para posar mi oído sobre su pecho, allá donde sus latidos debían oírse. Y, por suerte, se oían. Sonreí, mirando su rostro desde mi posición, analizando sus rasgos hasta que… La sonrisa se me borró al segundo y de nuevo sentí que el corazón se me escapaba. Me reincorporé de golpe, acudiendo a su rostro, el cual sujeté entre mis manos, elevando puntualmente su cabeza.
-¿Haakon…? – no podía ser, no podía ser él y… Cerré los ojos, apretando fuertemente los párpados durantes unos segundos, mitigando su imagen, su recuerdo y la ansiedad de que pudiera ser él. Unos segundos, no más, y los volví a abrir para… - ¿Qué…? – pero, ¿quién demonios era ese hombre? ¿Y cómo había podido confundirle con…? Calma, retoma la calma. Me puse tan nerviosa que solté sin querer la cabeza del pobre herido sin pensar en que podía volver a llevarse un leve golpe al encontrarse con el suelo. ¡Oh, genial, Evelyn! ¡Remátalo mujer! - ¡Oh, oh, oh! Lo siento, lo siento, Señor… - espera, no me oye…
Estaba inconsciente y herido… ¿Y ahora qué se suponía que tenía que hacer…? Dejarle tirado no era una opción. No estaba bien, pero llevarle al burdel me podía traer problemas. Tenía que pensar algo y rápido.
-Mmm… Mmm… ¡Claro! – idea al canto. Recordé que a unos metros de allí, Vivian, una compañera de oficio, tenía una casa donde ejercía su buena “contribución” social. Sí, varias habitaciones, discreción, ninguna explicación… Sí, tenía que llevarle hasta esa casa y tratarle. Bien, ¿y cómo iba a hacerlo? Este tipo era casi el doble que yo y… Seguía sin haber nadie cerca para ayudarme. – Mmm… Espero que podáis disculparme por esto… - no había más. Me levanté del todo y, sin estar muy segura, agarré con fuerza la tela de su camisa que ocultaba sus hombros y tiré. Aunque más que tirar, le arrastré literalmente un poco.
Tras unos intentos algo pesados y fallidos, mi brillante plan empezó a tener ciertas lagunas. Arrastrarle hasta el “refugio” era una locura. Terminaría por destrozarle. No. No. Necesitaba que él colaborase. Era complicado llevar yo sola tal peso “muerto”. Tomé una gran bocanada de aire y, al menos, conseguí sacarle de la calzada, apartándonos del camino. Como pude, conseguí medio sentarlo y dejarle apoyado contra la pared. Me coloqué sobre él, fingiendo estar sentada sobre su regazo pero sin estarlo, pasando una pierna por cada lado suyo, quedando enfrente de su rostro y con la respiración entrecortada.
-Pero, ¿vos que coméis? – bromeé conmigo misma, volviendo a mirarle con algo de absurda timidez. – ¿No pensáis despertar? No puedo llevaros sola… – me encogí de hombros y le dediqué algunos toques a su mejilla. – Vamos dormilón. Despertad. ¿Me oís? - y por si no funcionaba, una bofetada final se unió a los toque para ver si así le hacía "volver".
De hecho, una de las cosas que se suponía que tenía que haber aprendido era eso de no caminar a solas por calles extrañas a altas horas de la noche. Pero… Digamos que mi aprendizaje dictaba mucho de seguir el patrón normal por el cual se regían las personas… ¿Convencionales? Sí, algo así. Total, que por razones varias, entre ellas la de no vigilar el reloj con explícita atención, por ahí que iba caminando por donde no debía. Y sí, sola, muy sola, demasiado sola. No me preocupaba. No era la primera vez, ni sería la última. No debía hacerlo. Si le daba más importancia de la que tenía, al final sí que acabaría preocupándome. O también pudiera suceder que un jaleo próximo llamase mi interés y sí tuviera que preocuparme. A ver… Recuento: ruidos, trasteos y… ¿Gritos?
Sí, lo sé. Otra alma de cántaro se habría dado la vuelta inmediatamente tras asomarse por la esquina de una de las calles que desembocaban donde la acción parecía desarrollarse y, usando ese citado escudo de oscuridad, observarse lo que acababan de observar mis ojos. Menudo espectáculo…
-Mon dieu…
¿Qué era todo aquello? No se parecía a nada de lo que había visto en otras ocasiones y… ¡Un momento! Con calma, puesto que casi pierdo el hábito de respirar y escupo el corazón por la boca. Lo primero era lo primero… Ese hombre… Porque era un hombre, ¿verdad? Aunque le habían llamado monstruo y la gente solía hablar mucho, así que… Sí, suponía que sí lo era. Pues eso, que ese hombre había sido arrollado brutalmente y debía de estar herido. ¿No? Bueno, lo suyo era acercarse y comprobarlo. Y lentamente, asegurándome de que seguía sola, me acerqué y detuve mis pasos a su lado, inclinándome con curiosidad y preocupación para examinar alguna que otra herida que no pintaba del todo bien.
-¿Monsieur? ¿Está vuestra merced…? - ¿viva? - ¿…bien?
Me agaché a su lado, colocando mi mano sobre su brazo y moviéndolo un poco para ver si reaccionada. ¿Y si había gastado su último esfuerzo en espantar a esos dos tipos que se habían esfumado despavoridos y ahora…? Negué con la cabeza y me tomé el atrevimiento de alzarme por encima de él para posar mi oído sobre su pecho, allá donde sus latidos debían oírse. Y, por suerte, se oían. Sonreí, mirando su rostro desde mi posición, analizando sus rasgos hasta que… La sonrisa se me borró al segundo y de nuevo sentí que el corazón se me escapaba. Me reincorporé de golpe, acudiendo a su rostro, el cual sujeté entre mis manos, elevando puntualmente su cabeza.
-¿Haakon…? – no podía ser, no podía ser él y… Cerré los ojos, apretando fuertemente los párpados durantes unos segundos, mitigando su imagen, su recuerdo y la ansiedad de que pudiera ser él. Unos segundos, no más, y los volví a abrir para… - ¿Qué…? – pero, ¿quién demonios era ese hombre? ¿Y cómo había podido confundirle con…? Calma, retoma la calma. Me puse tan nerviosa que solté sin querer la cabeza del pobre herido sin pensar en que podía volver a llevarse un leve golpe al encontrarse con el suelo. ¡Oh, genial, Evelyn! ¡Remátalo mujer! - ¡Oh, oh, oh! Lo siento, lo siento, Señor… - espera, no me oye…
Estaba inconsciente y herido… ¿Y ahora qué se suponía que tenía que hacer…? Dejarle tirado no era una opción. No estaba bien, pero llevarle al burdel me podía traer problemas. Tenía que pensar algo y rápido.
-Mmm… Mmm… ¡Claro! – idea al canto. Recordé que a unos metros de allí, Vivian, una compañera de oficio, tenía una casa donde ejercía su buena “contribución” social. Sí, varias habitaciones, discreción, ninguna explicación… Sí, tenía que llevarle hasta esa casa y tratarle. Bien, ¿y cómo iba a hacerlo? Este tipo era casi el doble que yo y… Seguía sin haber nadie cerca para ayudarme. – Mmm… Espero que podáis disculparme por esto… - no había más. Me levanté del todo y, sin estar muy segura, agarré con fuerza la tela de su camisa que ocultaba sus hombros y tiré. Aunque más que tirar, le arrastré literalmente un poco.
Tras unos intentos algo pesados y fallidos, mi brillante plan empezó a tener ciertas lagunas. Arrastrarle hasta el “refugio” era una locura. Terminaría por destrozarle. No. No. Necesitaba que él colaborase. Era complicado llevar yo sola tal peso “muerto”. Tomé una gran bocanada de aire y, al menos, conseguí sacarle de la calzada, apartándonos del camino. Como pude, conseguí medio sentarlo y dejarle apoyado contra la pared. Me coloqué sobre él, fingiendo estar sentada sobre su regazo pero sin estarlo, pasando una pierna por cada lado suyo, quedando enfrente de su rostro y con la respiración entrecortada.
-Pero, ¿vos que coméis? – bromeé conmigo misma, volviendo a mirarle con algo de absurda timidez. – ¿No pensáis despertar? No puedo llevaros sola… – me encogí de hombros y le dediqué algunos toques a su mejilla. – Vamos dormilón. Despertad. ¿Me oís? - y por si no funcionaba, una bofetada final se unió a los toque para ver si así le hacía "volver".
Evelyn Wright- Mensajes : 26
Fecha de inscripción : 08/07/2013
Re: Distantes promesas
Arrojado a la suerte, inconsciente en medio de una calle poco convencional de París a media noche, me adentré en un frío sueño...
"...Me encontraba en Siberia, no muy lejos del orfanato donde había pasado toda mi infancia. No veía claramente, había mucha bruma a mi alrededor, el cielo gris pero con una brillantez radiante donde se localizaba el Sol. Andaba con mis usuales ropas de entrenamiento, unas camisetas largas, un chaleco, un pantalón de tela bastante gruesa y unas botas de nieve. Me acerqué a aquel árbol donde ejercitaba colgado de uno de sus troncos más gruesos. Trepaba entonces con gran esfuerzo, pues el cuerpo parecía pesarme diez veces más de lo normal. Alcé la mirada, allí estaba Nastya, de pequeña, con gran temor de caerse, aferrada a ese tronco con todas sus fuerzas, y sollozaba llamándome para que la ayude. -¡Quédate ahí, no te muevas! -le advertí.
-Tengo miedo Isa, estamos muy alto -estirándome su mano- ¡Ayúdame! ¡Esta rama se caerá Isa, tengo miedo! -me suplicaba entre lágrimas. Coloqué mi mano en la rama y presioné sobre ella para comprobar si soportaría algo de mi peso para que pudiera acercarme más a ella. La rama no se movía. Un poco más afirmado en esta, cuando levanté la mirada hacia Nastya, ahora parecía encontrarse más lejos, y debería pasar la otra mano para poder tomarla. Entre sus sollozos, escuchaba palabras perdidas que no entendía. Los latidos en mi pecho parecían retumbar de pronto. Fue solo un instante. Nuevamente comprobé si sería seguro pasar mi otra mano y si la rama soportaría completamente mi peso. No parecía haber problemas. Pasé entonces mi segunda mano, y la rama comenzó a crujir, quebrándose lentamente. Miré hacia abajo y nos esperaba una larga caída, que Nastya no soportaría. No temía por mi vida, los gatos siempre caen parados, más temía por la de ella.
La rama se quebró por completo, y en una lenta caída, ella con su dulce mirada, dijo: -Haakon...-. Eso fue todo, al caer golpeaba mi cabeza contra el suelo, pero no era nada que evitara que me levante para comprobar si la pequeña aún seguía con vida. No escuchaba sus latidos, pero si podía sentir que estuviera viva, respiraba de un modo casi imperceptible. Me transformaba en cheetah rápidamente y la acomodaba en mi lomo para llevarla a toda velocidad al orfanato para sanarla. Al salir de ese bosque con ella en mi lomo, un montón de gente con palos, antorchas, y hachas gritaban casi en coro: -¡Es un monstruo! ¡Rescaten a la niña! ¡Está embrujado, no merece vivir! -luchaba con uno y con otro por escaparme, pero nada podía hacer. Se llevaban a Nastya lejos de mi, me ataban y me arrastraban hasta atarme contra un árbol. Colocaban varias ramas secas a mi alrededor y comenzaban un fuego que tarde o temprano me consumiría también y acabaría con mi vida. Gritaba por mi vida y suplicaba que no me mataran, pero parecía que nadie me escuchara, un humo negro me rodeaba y acallaba..."
"...Me encontraba en Siberia, no muy lejos del orfanato donde había pasado toda mi infancia. No veía claramente, había mucha bruma a mi alrededor, el cielo gris pero con una brillantez radiante donde se localizaba el Sol. Andaba con mis usuales ropas de entrenamiento, unas camisetas largas, un chaleco, un pantalón de tela bastante gruesa y unas botas de nieve. Me acerqué a aquel árbol donde ejercitaba colgado de uno de sus troncos más gruesos. Trepaba entonces con gran esfuerzo, pues el cuerpo parecía pesarme diez veces más de lo normal. Alcé la mirada, allí estaba Nastya, de pequeña, con gran temor de caerse, aferrada a ese tronco con todas sus fuerzas, y sollozaba llamándome para que la ayude. -¡Quédate ahí, no te muevas! -le advertí.
-Tengo miedo Isa, estamos muy alto -estirándome su mano- ¡Ayúdame! ¡Esta rama se caerá Isa, tengo miedo! -me suplicaba entre lágrimas. Coloqué mi mano en la rama y presioné sobre ella para comprobar si soportaría algo de mi peso para que pudiera acercarme más a ella. La rama no se movía. Un poco más afirmado en esta, cuando levanté la mirada hacia Nastya, ahora parecía encontrarse más lejos, y debería pasar la otra mano para poder tomarla. Entre sus sollozos, escuchaba palabras perdidas que no entendía. Los latidos en mi pecho parecían retumbar de pronto. Fue solo un instante. Nuevamente comprobé si sería seguro pasar mi otra mano y si la rama soportaría completamente mi peso. No parecía haber problemas. Pasé entonces mi segunda mano, y la rama comenzó a crujir, quebrándose lentamente. Miré hacia abajo y nos esperaba una larga caída, que Nastya no soportaría. No temía por mi vida, los gatos siempre caen parados, más temía por la de ella.
La rama se quebró por completo, y en una lenta caída, ella con su dulce mirada, dijo: -Haakon...-. Eso fue todo, al caer golpeaba mi cabeza contra el suelo, pero no era nada que evitara que me levante para comprobar si la pequeña aún seguía con vida. No escuchaba sus latidos, pero si podía sentir que estuviera viva, respiraba de un modo casi imperceptible. Me transformaba en cheetah rápidamente y la acomodaba en mi lomo para llevarla a toda velocidad al orfanato para sanarla. Al salir de ese bosque con ella en mi lomo, un montón de gente con palos, antorchas, y hachas gritaban casi en coro: -¡Es un monstruo! ¡Rescaten a la niña! ¡Está embrujado, no merece vivir! -luchaba con uno y con otro por escaparme, pero nada podía hacer. Se llevaban a Nastya lejos de mi, me ataban y me arrastraban hasta atarme contra un árbol. Colocaban varias ramas secas a mi alrededor y comenzaban un fuego que tarde o temprano me consumiría también y acabaría con mi vida. Gritaba por mi vida y suplicaba que no me mataran, pero parecía que nadie me escuchara, un humo negro me rodeaba y acallaba..."
-Vamos dormilón. Despertad. *plaff* -bofetada- ¿Me oís?
En lo posición que me encontraba amarrado en mis sueños, entreabrí los ojos luego de conseguirme una cachetada. ¡Que bueno! Ahora tenía la cara emparejada después del golpe que me había atinado el caballo desde el otro perfil. Un fuerte dolor de cabeza me aquejaba, y por consiguiente al intentar un movimiento con las piernas: -¡Aaagh! -me quejé con poca fuerza, conteniendo el dolor como pude. Un momento, estaba solo cuando todo sucedió. ¿Quién estaba allí entonces? ¿Quién me había despertado con esa brusca caricia? Comencé a abrir los ojos y me encontré con una señorita que no conocía sobre mis piernas. Ahora me encontraba al otro lado de la calle. Estábamos solos. Casi había olvidaba lo que pasó al detenerme observándola.
-¿Qué haces? ¿Qué es esto? -pregunté con la respiración agitada, apoyando la cabeza contra la pared intentando no pensar en el dolor- Mi pierna... creo que... está fracturada. -añadí con palabras entrecortadas. Intenté relajarme, y respiré profundo varias veces. Sea quién sea que estaba allí conmigo no quería lastimarme. Estaba cuidándome y solo quería que recobrara la conciencia. Abrí los ojos y la miré, era una joven mujer de mi aparente edad, bellas facciones, bonitos ojos, con una pierna a cada lado de mi regazo... ¿Qué hacía allí por esas horas? No iba a pasar mucho tiempo hasta que algún otro hecho medio inesperado pudiera suceder. Levanté la mirada una vez más y con la mirada en sus ojos:
- No se quién es... Pero que suerte encontrarla.
Procedí a intentar reincorporarme.
Procedí a intentar reincorporarme.
Isarato Ykanji- Cambiante Clase Baja
- Mensajes : 17
Fecha de inscripción : 25/07/2013
Edad : 32
Localización : Buenos Aires
Re: Distantes promesas
Si ves que del primer intento no obtienes resultados satisfactorios, no hay que rendirse. Vuelve a probar y ten paciencia porque en algún momento algo conseguirás. Y, bueno, no estaba del todo segura de si mi primera bofetada había sido lo suficientemente efectiva como para hacerle regresar del país de los inconscientes. Así que yo, por mi parte, ajena a la sensatez humana y la paciencia común, ya estaba preparando mi brazo y mi mano para iniciar un segundo ataque que me permitiera proceder a otro intento furtivo que se asegurase de que abriese sus ojos y reaccionase. Lo que ocurrió es que el segundo intento no llegó a consolidarse jamás porque… ¡Se movió! Lo cual hizo que bajase el brazo de golpe, lo escondiese como una cría tras mi espalda y le observase con la misma curiosidad con la cual un ratón miraría a un gato apaleado.
Esperé a que se calmase un poco. Vale, está bien, no… No esperé literalmente, más bien me paralicé un poco y le “vigilé”, pasando de la curiosidad a la fijación, de la parálisis a la intranquilidad que me proporcionó el oír su voz. Y no es que fuese a caerme, ni a perder el equilibrio como tal, pero el tono que empleó, que pudo resultarme vagamente familiar, consiguió ponerme lo bastante nerviosa como para que mis manos acabasen apoyándose sobre sus hombros y mi rostro se inclinase levemente sobre el suyo, siempre manteniendo una distancia más que prudencial, e interrumpiendo su reincorporación. ¿Por qué seguía encima suya? ¿Por qué no me había apartado al notar el más leve movimiento de su cuerpo? La culpa la tuvo la entonación de sus palabras, la intensidad de su mirada… No conseguí apartar en ningún momento mis ojos de los suyos y fue un error, un graso error… Quiso mi memoria usar la atención que le prestaba en mi contra para volver hacerme creer que la sombra de ese amado fantasma, que tanto empeño ponía en olvidar, se mostraba ante mí con una intención que sólo podía conocer él y que yo no podría comprender. Quiso confundir una imagen con otra, cambiar un rostro por otro, quiso engañarme y… Lo hizo.
-Shhh… Calmaos… Habéis sufrido un desgraciado percance, mi Señor. Sí, estáis herido, mon amour… Pero os he encontrado… - la naturalidad del gesto incidió, motivando ese descarado acercamiento donde el encuentro entre su mejilla agredida y mis labios se sucedió sin previo aviso. Un cálido y delicado beso marcó con cariño parte de su piel. ¿Cuándo había sido la última vez que había puesto tanto cuidado en algo así? Hacía mucho, muchísimo... Había cerrado los ojos, se habían aferrado mis manos a él, concentrándome en rozar su esencia, en captar la suavidad de su aroma, perdiéndome en aquel contacto que finalizó en cuanto me aparté y reabrí los ojos para encarar aquel deseado rostro de mis fantasías más ocultas… Otro error, regresar del sueño, despertar sin más… Sí, la segunda bofetada me habría venido a mí de lujo… Menudo plan… - No… ¿Otra vez…? – susurré al descubrirme ante el desconocido, tornándose la felicidad momentánea en una expresión de lo más desconcertante que despidió la sonrisa que se había dibujo en mis abatidos labios. – Pero, ¿qué…? Un momento… ¿Quién sois? ¿Cómo os habéis atrevido a repetir…? – ¿ese engaño? Menuda loca estaba hecha… Le solté rápidamente, confundida y me contuve de golpearle porque, no a ciencia cierta, sabía que no había sido culpa suya, o no del todo. Las visiones de Haakon eran producto de mi mente... – Sois un criminal, ¿verdad? - ¿y qué iba a decirle? ¿Disculparme por ese beso? No, no iba a disculparme. El orgullo propio no lo permitiría. ¿Entonces? Desviarme del tema, ¿qué otra cosa podía hacer?– Por eso, os perseguían, ¿no?
Negué con la cabeza, levantándome con cuidado y sacudiéndome para apartarme unos centímetros de su cuerpo, mirándole desde la altura. ¿Para qué esperar que contestara a mis divagaciones o a la ofensa de "besarle"? No era el momento, ahí en mitad de la calle, herido... No. Y si era peligroso o no, no me preocupaba, como tampoco el hecho de que fuera inocente o culpable de la situación que había presenciado. Yo no era quién para juzgarle y él, sencillamente, no estaba en condicione de ser juzgado.
-No importa, Señor. No podemos quedarnos aquí. Nos podríamos meter en serios problemas. Ya habrá tiempo para presentaciones y agradecimientos. – fue un comentario realizado con una tonalidad calmada y cercana. No le conocía pero sentía la necesidad de ayudarle y la razón no la poseía, ni estaba segura de querer poseerla. – No os preocupéis. - ¿habría que inmovilizar esa pierna para no empeorar su situación? – Lo primero es lo primero… Creo.
Eché un vistazo rápido a mi alrededor y justo a nuestra vera encontré lo que parecían ser unas tablillas de madera junto a otros restos de una… ¿Carretilla arruinada? Tomé dos de ellas prestadas y me agaché, quitándome el abrigo y rasgando sus dos mangas como pude. Coloqué ambas tablilla en cada lateral de la pierna afectada y las uní mediante las mangas. Mmm… Esto también lo hice como pude y... Voilá! Hola, estabilización improvisada, adiós, mi querido abrigo... Con el frío que hacía... En fin. De vuelta arriba. Así, le ofrecí mi ayuda para que se reincorporara y se apoyara en mí. Sí, con todo ello, su pierna seguía bastante fastidiada y sabía que le costaría caminar. Pero para su consuelo, sólo tendría que hacerlo unos metros más hasta que alcanzáramos la puerta de la casa de Vivian. No sería sencillo, ni veloz, dada la improvisación, pero con su “activa” colaboración, me sería más fácil conducirle hasta allí y tratarle. Nadie, ni el peor de mis enemigos se merecía ser privado de “auxilio”. Era una de las principales claves que diferenciaba a hombres de animales.
Interesante "odisea"... Unos minutos bastaron para realizar el corto trayecto donde la idea se personificó ante nosotros. Ciertamente avergonzada, muy atípico en mí, no le había vuelto a mirar ni una sola vez más durante la caminata, ni tampoco había pronunciado palabra alguna. Asegurándome de que el hombre no corría riesgo de caer al suelo por mis propios movimientos, practiqué unos cuantos golpes sobre la madera de la entrada y esperé a que una desconcertada Vivian nos recibiera, llegando a pensar que ahora mis clientes eran tullidos, o vagabundos. Genial. Subiendo de caché. Una mirada y una sonrisa cómplice le dediqué. Ella asintió y, sin más, nos permitió la entrada, indicándome que la habitación del fondo estaba libre y lista para ser “usada”. Aquel hombre no tardaría en darse cuenta que no era un hospital, ni el hogar de algún doctor, sino una casa de citas y que yo no era enfermera, sino prostituta... Y a eso lo llamaban... Suerte. Bien, un poco más... Al fondo. Y hasta allí le conduje, abriendo dicha estancia y acompañándolo hasta la cama, en la cual le dejé acomodarse y descansar, mientras volvía sobre mis pasos y cerraba contundentemente la puerta. Me acerqué a un armario que había por allí y rebusqué en su interior. Con suerte, encontraría algo de licor que poder tenderle para mitigar su “dolencia”. O no. Demasiado trasto inútil. Al menos, la conversación podría ser más relajada.
-Sería menester que un médico os viese… No soy vuestra mejor compañía, la verdad. ¿Cómo os encontráis?
Esperé a que se calmase un poco. Vale, está bien, no… No esperé literalmente, más bien me paralicé un poco y le “vigilé”, pasando de la curiosidad a la fijación, de la parálisis a la intranquilidad que me proporcionó el oír su voz. Y no es que fuese a caerme, ni a perder el equilibrio como tal, pero el tono que empleó, que pudo resultarme vagamente familiar, consiguió ponerme lo bastante nerviosa como para que mis manos acabasen apoyándose sobre sus hombros y mi rostro se inclinase levemente sobre el suyo, siempre manteniendo una distancia más que prudencial, e interrumpiendo su reincorporación. ¿Por qué seguía encima suya? ¿Por qué no me había apartado al notar el más leve movimiento de su cuerpo? La culpa la tuvo la entonación de sus palabras, la intensidad de su mirada… No conseguí apartar en ningún momento mis ojos de los suyos y fue un error, un graso error… Quiso mi memoria usar la atención que le prestaba en mi contra para volver hacerme creer que la sombra de ese amado fantasma, que tanto empeño ponía en olvidar, se mostraba ante mí con una intención que sólo podía conocer él y que yo no podría comprender. Quiso confundir una imagen con otra, cambiar un rostro por otro, quiso engañarme y… Lo hizo.
-Shhh… Calmaos… Habéis sufrido un desgraciado percance, mi Señor. Sí, estáis herido, mon amour… Pero os he encontrado… - la naturalidad del gesto incidió, motivando ese descarado acercamiento donde el encuentro entre su mejilla agredida y mis labios se sucedió sin previo aviso. Un cálido y delicado beso marcó con cariño parte de su piel. ¿Cuándo había sido la última vez que había puesto tanto cuidado en algo así? Hacía mucho, muchísimo... Había cerrado los ojos, se habían aferrado mis manos a él, concentrándome en rozar su esencia, en captar la suavidad de su aroma, perdiéndome en aquel contacto que finalizó en cuanto me aparté y reabrí los ojos para encarar aquel deseado rostro de mis fantasías más ocultas… Otro error, regresar del sueño, despertar sin más… Sí, la segunda bofetada me habría venido a mí de lujo… Menudo plan… - No… ¿Otra vez…? – susurré al descubrirme ante el desconocido, tornándose la felicidad momentánea en una expresión de lo más desconcertante que despidió la sonrisa que se había dibujo en mis abatidos labios. – Pero, ¿qué…? Un momento… ¿Quién sois? ¿Cómo os habéis atrevido a repetir…? – ¿ese engaño? Menuda loca estaba hecha… Le solté rápidamente, confundida y me contuve de golpearle porque, no a ciencia cierta, sabía que no había sido culpa suya, o no del todo. Las visiones de Haakon eran producto de mi mente... – Sois un criminal, ¿verdad? - ¿y qué iba a decirle? ¿Disculparme por ese beso? No, no iba a disculparme. El orgullo propio no lo permitiría. ¿Entonces? Desviarme del tema, ¿qué otra cosa podía hacer?– Por eso, os perseguían, ¿no?
Negué con la cabeza, levantándome con cuidado y sacudiéndome para apartarme unos centímetros de su cuerpo, mirándole desde la altura. ¿Para qué esperar que contestara a mis divagaciones o a la ofensa de "besarle"? No era el momento, ahí en mitad de la calle, herido... No. Y si era peligroso o no, no me preocupaba, como tampoco el hecho de que fuera inocente o culpable de la situación que había presenciado. Yo no era quién para juzgarle y él, sencillamente, no estaba en condicione de ser juzgado.
-No importa, Señor. No podemos quedarnos aquí. Nos podríamos meter en serios problemas. Ya habrá tiempo para presentaciones y agradecimientos. – fue un comentario realizado con una tonalidad calmada y cercana. No le conocía pero sentía la necesidad de ayudarle y la razón no la poseía, ni estaba segura de querer poseerla. – No os preocupéis. - ¿habría que inmovilizar esa pierna para no empeorar su situación? – Lo primero es lo primero… Creo.
Eché un vistazo rápido a mi alrededor y justo a nuestra vera encontré lo que parecían ser unas tablillas de madera junto a otros restos de una… ¿Carretilla arruinada? Tomé dos de ellas prestadas y me agaché, quitándome el abrigo y rasgando sus dos mangas como pude. Coloqué ambas tablilla en cada lateral de la pierna afectada y las uní mediante las mangas. Mmm… Esto también lo hice como pude y... Voilá! Hola, estabilización improvisada, adiós, mi querido abrigo... Con el frío que hacía... En fin. De vuelta arriba. Así, le ofrecí mi ayuda para que se reincorporara y se apoyara en mí. Sí, con todo ello, su pierna seguía bastante fastidiada y sabía que le costaría caminar. Pero para su consuelo, sólo tendría que hacerlo unos metros más hasta que alcanzáramos la puerta de la casa de Vivian. No sería sencillo, ni veloz, dada la improvisación, pero con su “activa” colaboración, me sería más fácil conducirle hasta allí y tratarle. Nadie, ni el peor de mis enemigos se merecía ser privado de “auxilio”. Era una de las principales claves que diferenciaba a hombres de animales.
Interesante "odisea"... Unos minutos bastaron para realizar el corto trayecto donde la idea se personificó ante nosotros. Ciertamente avergonzada, muy atípico en mí, no le había vuelto a mirar ni una sola vez más durante la caminata, ni tampoco había pronunciado palabra alguna. Asegurándome de que el hombre no corría riesgo de caer al suelo por mis propios movimientos, practiqué unos cuantos golpes sobre la madera de la entrada y esperé a que una desconcertada Vivian nos recibiera, llegando a pensar que ahora mis clientes eran tullidos, o vagabundos. Genial. Subiendo de caché. Una mirada y una sonrisa cómplice le dediqué. Ella asintió y, sin más, nos permitió la entrada, indicándome que la habitación del fondo estaba libre y lista para ser “usada”. Aquel hombre no tardaría en darse cuenta que no era un hospital, ni el hogar de algún doctor, sino una casa de citas y que yo no era enfermera, sino prostituta... Y a eso lo llamaban... Suerte. Bien, un poco más... Al fondo. Y hasta allí le conduje, abriendo dicha estancia y acompañándolo hasta la cama, en la cual le dejé acomodarse y descansar, mientras volvía sobre mis pasos y cerraba contundentemente la puerta. Me acerqué a un armario que había por allí y rebusqué en su interior. Con suerte, encontraría algo de licor que poder tenderle para mitigar su “dolencia”. O no. Demasiado trasto inútil. Al menos, la conversación podría ser más relajada.
-Sería menester que un médico os viese… No soy vuestra mejor compañía, la verdad. ¿Cómo os encontráis?
Evelyn Wright- Mensajes : 26
Fecha de inscripción : 08/07/2013
Re: Distantes promesas
Si no hubiera sido por la atención de esta desconocida mujer, estaba totalmente desahuciado en aquel momento. Sin embargo, no dejaba de sorprenderme y parecerme una gran extrañes haber recibido una ayuda casi celestial. Nunca me habían tratado tan calidamente, quizás por que nunca le había permitido a nadie atenderme. Por decidir día a día levantarme sin temores, luchando por llegar lejos, sin bajar los brazos, estaba en mi esencia no depender ni contar con nadie. Por más que esa señorita estuviera allí, intentaría levantarme y arreglarme por mi cuenta. Sentía un gran dolor, pero todavía no había podido examinarme. En un momento ella se corrió, como asustada al mirarme detenidamente, entonces me preocupé por acercarme a mi pierna y revisarla. Pude notar una gran tensión en la parte superior, mis músculos estaban algo lesionados, no era solo el hueso, lo que me inmovilizaba la pierna izquierda. No tenía lugar a donde ir, ni a alguien que supiera de medicinas para verle. Si esta mujer tenía donde llevarme, de seguro sería mejor que lo que pudiera encontrar aquella noche perdida. De todos modos no podía aceptar que me cuidara así por que sí. ¿Acaso sabía ella de lo que era capaz aún con una pierna lesionada? No es una cuestión de ego, simplemente no me gusta deberle favores a nadie e hice un intento por levantarme, mientras ella se ocupaba de reunir unas tablillas que pretendía usar para que mi pierna no se moviera.
Logré ponerme de pié apoyándome solo sobre la pierna derecha y me detuve a pensar nuevamente mientras la observaba. La joven no me había preguntado si necesitaba ayuda, me ayudó sin más, me podría haber dejado tirado inconsciente en el medio de la calle. Ya le debía algo importante. Lo hecho, hecho estaba, y no dependía de mi. Ahora no podía irme sin más. Cuando menos debía saber quién era, por qué estaba allí y darle las gracias. "Que loca está..." pensé para mis adentros. Ayudando a alguien que pudiera traicionarle en cualquier momento, pero había algo en su modo de mirarme, sus preguntas ilógicas... y de pronto un gesto inesperado, se quitó ropa para usarla como amarre de las tablas que me colocó a los lados de la pierna herida. Me interesaba saber de que se trataba tanta atención. Dejé entonces las cosas a su gusto y esperé a que fuera el momento indicado para entablar conversación.
Crucé mi brazo por encima de su espalda para ayudarme a caminar y llegar donde señaló que sería el hogar de una amiga. Al cabo de un momento estábamos allí. ¿Realmente era ese su hogar? La decoración era bastante sugerente, y el vestido de la señorita que salió a abrir la puerta también lo era. Deduje que al menos tendría una cama para pasar la noche, o algún lugar cómodo que no se fuera a utilizar. Me detuve al llegar a la puerta, intrigado por saber si se quedaría allí conmigo o se largaría. Entró, registrando que todo estuviera en orden y desde dentro sugirió que pasara para que me acompañase hasta la cama. Finalmente pude reposar la pierna, que realmente no tardaría más que un par de horas en recuperarse. Debía esperar que no se alarmara al notarlo, ya que un humano normal no sería capaz de sanar así.
Recostado, con la espalda contra la pared, en un cuarto a solas con una bella joven que se había quitado abrigo para cuidar de mi pierna
-Sería menester que un médico os viese… No soy vuestra mejor compañía, la verdad. ¿Cómo os encontráis?
Logré ponerme de pié apoyándome solo sobre la pierna derecha y me detuve a pensar nuevamente mientras la observaba. La joven no me había preguntado si necesitaba ayuda, me ayudó sin más, me podría haber dejado tirado inconsciente en el medio de la calle. Ya le debía algo importante. Lo hecho, hecho estaba, y no dependía de mi. Ahora no podía irme sin más. Cuando menos debía saber quién era, por qué estaba allí y darle las gracias. "Que loca está..." pensé para mis adentros. Ayudando a alguien que pudiera traicionarle en cualquier momento, pero había algo en su modo de mirarme, sus preguntas ilógicas... y de pronto un gesto inesperado, se quitó ropa para usarla como amarre de las tablas que me colocó a los lados de la pierna herida. Me interesaba saber de que se trataba tanta atención. Dejé entonces las cosas a su gusto y esperé a que fuera el momento indicado para entablar conversación.
Crucé mi brazo por encima de su espalda para ayudarme a caminar y llegar donde señaló que sería el hogar de una amiga. Al cabo de un momento estábamos allí. ¿Realmente era ese su hogar? La decoración era bastante sugerente, y el vestido de la señorita que salió a abrir la puerta también lo era. Deduje que al menos tendría una cama para pasar la noche, o algún lugar cómodo que no se fuera a utilizar. Me detuve al llegar a la puerta, intrigado por saber si se quedaría allí conmigo o se largaría. Entró, registrando que todo estuviera en orden y desde dentro sugirió que pasara para que me acompañase hasta la cama. Finalmente pude reposar la pierna, que realmente no tardaría más que un par de horas en recuperarse. Debía esperar que no se alarmara al notarlo, ya que un humano normal no sería capaz de sanar así.
Recostado, con la espalda contra la pared, en un cuarto a solas con una bella joven que se había quitado abrigo para cuidar de mi pierna
-Sería menester que un médico os viese… No soy vuestra mejor compañía, la verdad. ¿Cómo os encontráis?
-No se preocupe más por mi. No tenía por que hacerlo. Debo agradecerle de todos modos -dije sin mirarla a los ojos, observando hacia la pared con algo de fastidio para conmigo mismo-. Usted... ya es una buena compañía. Quisiera hacerle solo una pregunta -me reincorporé del catre y me acerqué a ella- ¿Por qué? ¿Por qué... se detuvo por mi? -posé mis ojos en los suyos mientras me quitaba la camisa que llevaba para colocársela de abrigo en la espalda.
Isarato Ykanji- Cambiante Clase Baja
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