AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Promesas de un nuevo amanecer || Eidan
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Promesas de un nuevo amanecer || Eidan
Los primeros rayos de Sol despuntaban en el horizonte cuando la joven de cabellos castaños ya llevaba largo rato sumergida en la lectura de un grueso volumen que hablaba de mundos fantásticos, y de princesas y caballeros. Ella, que siempre había pensado que los cuentos de hadas no eran más que eso, cuentos, sin un ápice de verdad en el que confiar, se veía ahora a sí misma, movida por los deseos, por la necesidad de leer más, de saber más de la vida de esos jóvenes enamorados, y de sus finales felices. Cualquiera que la viera pensaría, aunque de forma bastante poco acertada, que buscaba en esos libros una felicidad que no comprendía. ¡Y nada más lejos de la realidad! Si ahora pasaba las días y las noches devorando esa literatura que antes no comprendía, era precisamente porque ella misma se sentía como una de esas princesas, enamorada de un príncipe encantador. Así que aunque sus ojeras pudieran sugerir lo contrario, eran ojeras de felicidad, ciertamente. Estaba tan contenta, tan alegre, tan ilusionada que casi no cabía en sí misma de la emoción. Iba a casarse. ¡Ella! ¡Iba a casarse! Con un hombre maravilloso que la haría enormemente feliz, a partir del momento en que la Iglesia reconociese su unión. Una unión que duraría tanto como lo hicieran sus vidas. Exactamente igual que en esos cuentos de los que ahora podía disfrutar como nunca antes lo había hecho. Aunque ese disfrute hiciera que su pobre cuidadora de siempre no ganara para disgustos.
- Leire... ¿otra vez habéis pasado toda la noche en vela con uno de esos libros? - La voz de la mujer resonó por toda la habitación, cuando finalmente el alba se dio por declarada. La chica alzó la vista para mirarla, con una enorme sonrisa reluciendo en su dulce y gentil rostro. La anciana nunca había visto tan feliz a la que siempre había sido la niña de sus ojos. Ni tan feliz, ni tan cansada, porque desde que el compromiso fue establecido apenas pegaba ojo. Temía por su salud, incluso había llegado a pensar que su prometido era tal vez una mala influencia. Pero luego ella le hablaba de lo feliz que era a su lado, y todas las dudas se daban por aclaradas. Leire estaba floreciendo, eso era lo que ocurría. En aquellas semanas se estaba permitiendo el lujo de disfrutar de su vida, de ser feliz, como llevaba años sin serlo... Desde que su padre la dejara en sus manos. Antaño la anciana llegó a pensar que aquella pobre niña rota por el dolor nunca llegaría a superarlo. Y ahora, allí estaba. Reluciente. No podía negar que el cambio había sido indudablemente a mejor. Aunque no para sus jaquecas. Todos los problemas que no había dado en su adolescencia, los estaba dando ahora.
- ¡No puedo evitarlo, mamie, estoy tan contenta que sólo ansío ver las formas que tendrá el amor que siento por mi futuro esposo, cuando finalmente el cura nos una para siempre! -En aquellas palabras cargadas de un entusiasmo casi infantil, se ocultaban los eternos deseos de volver a sentirse segura con alguien, de recuperar la confianza en sí misma, y en que en el mundo había gente, aparte de aquella sonriente anciana, que procuraría siempre lo mejor para ella. Esos libros le servían de preludio, de ejemplo de lo feliz que podría llegar a ser una vez el vínculo entre ella y Eidan fuese definitivo. - ¡Tengo tantas ideas hermosas! Como, poner flores por toda la casa para antes de la boda. Cambiar el vestido por otro diferente... Marcharme con mi esposo a Venecia como luna de miel! -Cada una de las ideas de la muchacha fueron tomadas por la anciana como los delirios de una joven enamorada. La casa llevaba días siendo preparada para el enlace que tendría lugar en dos noches, y había cambiado tantas veces de vestido que ni siquiera podía recordar cuál había escogido finalmente. Lo único que parecía tener claro era a dónde quería irse de viaje, porque ya se lo había repetido cuatro veces, una por cada amanecer que había pasado desde la petición de compromiso.
- Y supongo que querréis compartir esas ideas con vuestro futuro esposo... Porque lleva una hora aguardándoos en el vestíbulo... -La mujer no pudo contener la carcajada que se le escapó, al ver a la joven levantarse del suelo de un salto, lanzando el libro hacia cualquier parte, para luego salir corriendo al vestidor. La puntualidad nunca había sido lo suyo. - Y... vuestro padre también ha escrito, otra vez. Parece importante... Leire, creo que deberías volver a hablar con él... -De haber sabido que el rostro de la muchacha entristecería tan súbitamente, no hubiera dicho nada ni en un millón de años.
- No. Yo ya le dije todo lo que tenía que decirle. Si quiere volver a verme, deberá ser lo bastante hombre para aparecerse ante mi de nuevo. No aceptaré sus cartas. Mi padre nunca fue un cobarde. Que lo demuestre. -Su rostro, antes sonriente, se había convertido ahora en un abismo, y aunque permanecía imperturbable, las lágrimas pujando por salir de sus ojos le decían la verdad. Pero Leire sacudió la cabeza, y volvió a sonreír -aunque de forma forzada- casi inmediatamente. - ¿Estoy guapa? -La sonrisa maravillada de la anciana le valió por toda respuesta. Y allí fue, corriendo escaleras abajo, en busca de su amado.
- Leire... ¿otra vez habéis pasado toda la noche en vela con uno de esos libros? - La voz de la mujer resonó por toda la habitación, cuando finalmente el alba se dio por declarada. La chica alzó la vista para mirarla, con una enorme sonrisa reluciendo en su dulce y gentil rostro. La anciana nunca había visto tan feliz a la que siempre había sido la niña de sus ojos. Ni tan feliz, ni tan cansada, porque desde que el compromiso fue establecido apenas pegaba ojo. Temía por su salud, incluso había llegado a pensar que su prometido era tal vez una mala influencia. Pero luego ella le hablaba de lo feliz que era a su lado, y todas las dudas se daban por aclaradas. Leire estaba floreciendo, eso era lo que ocurría. En aquellas semanas se estaba permitiendo el lujo de disfrutar de su vida, de ser feliz, como llevaba años sin serlo... Desde que su padre la dejara en sus manos. Antaño la anciana llegó a pensar que aquella pobre niña rota por el dolor nunca llegaría a superarlo. Y ahora, allí estaba. Reluciente. No podía negar que el cambio había sido indudablemente a mejor. Aunque no para sus jaquecas. Todos los problemas que no había dado en su adolescencia, los estaba dando ahora.
- ¡No puedo evitarlo, mamie, estoy tan contenta que sólo ansío ver las formas que tendrá el amor que siento por mi futuro esposo, cuando finalmente el cura nos una para siempre! -En aquellas palabras cargadas de un entusiasmo casi infantil, se ocultaban los eternos deseos de volver a sentirse segura con alguien, de recuperar la confianza en sí misma, y en que en el mundo había gente, aparte de aquella sonriente anciana, que procuraría siempre lo mejor para ella. Esos libros le servían de preludio, de ejemplo de lo feliz que podría llegar a ser una vez el vínculo entre ella y Eidan fuese definitivo. - ¡Tengo tantas ideas hermosas! Como, poner flores por toda la casa para antes de la boda. Cambiar el vestido por otro diferente... Marcharme con mi esposo a Venecia como luna de miel! -Cada una de las ideas de la muchacha fueron tomadas por la anciana como los delirios de una joven enamorada. La casa llevaba días siendo preparada para el enlace que tendría lugar en dos noches, y había cambiado tantas veces de vestido que ni siquiera podía recordar cuál había escogido finalmente. Lo único que parecía tener claro era a dónde quería irse de viaje, porque ya se lo había repetido cuatro veces, una por cada amanecer que había pasado desde la petición de compromiso.
- Y supongo que querréis compartir esas ideas con vuestro futuro esposo... Porque lleva una hora aguardándoos en el vestíbulo... -La mujer no pudo contener la carcajada que se le escapó, al ver a la joven levantarse del suelo de un salto, lanzando el libro hacia cualquier parte, para luego salir corriendo al vestidor. La puntualidad nunca había sido lo suyo. - Y... vuestro padre también ha escrito, otra vez. Parece importante... Leire, creo que deberías volver a hablar con él... -De haber sabido que el rostro de la muchacha entristecería tan súbitamente, no hubiera dicho nada ni en un millón de años.
- No. Yo ya le dije todo lo que tenía que decirle. Si quiere volver a verme, deberá ser lo bastante hombre para aparecerse ante mi de nuevo. No aceptaré sus cartas. Mi padre nunca fue un cobarde. Que lo demuestre. -Su rostro, antes sonriente, se había convertido ahora en un abismo, y aunque permanecía imperturbable, las lágrimas pujando por salir de sus ojos le decían la verdad. Pero Leire sacudió la cabeza, y volvió a sonreír -aunque de forma forzada- casi inmediatamente. - ¿Estoy guapa? -La sonrisa maravillada de la anciana le valió por toda respuesta. Y allí fue, corriendo escaleras abajo, en busca de su amado.
Oh, Julieta...
- Vestido:
Leire S. Lillmåns- Humano Clase Alta
- Mensajes : 23
Fecha de inscripción : 14/11/2014
Re: Promesas de un nuevo amanecer || Eidan
Eidan, se sentía algo incómodo, o mejor dicho inseguro, observó la sala de recibo donde estaba, desde hacía unos minutos esperando a su prometida, - Mi prometida – susurró sonriendo tímidamente y jugueteando con el sombrero que sostenía en sus manos, porque no sabía qué hacer con ellas. Él podía saber muchas cosas, averiguar otras tantas, pero de amor, de lo que una mujer esperaba de un hombre, no. Se sentía tan expuesto, que hasta pasó por su cabeza salir corriendo de allí, mantuvo la tímida sonrisa, para luego sonreír con la mirada, recordando cada gesto de aquella dulce criatura que en poco tiempo sería su esposa. – Mi esposa… - volvió a susurrar endureciendo el gesto en un ceño fruncido y la mirada clavada en la nada, -¿estoy preparado para ello? ¿Aceptará Leire, que muchas de nuestras noches las tendré que pasar haciendo guardia, o que deba viajar si así lo exige mi trabajo? – tenía sus dudas, además sabía bien, porque ella se lo había dicho que desde la desaparición de su padre, había vivido sola, claro en compañía de su nana y los sirviente, pero al fin de cuentas sola, sufriendo largas noches de insomnio y tristeza. Por Dios que no deseaba que por su culpa ella tuviera que vivir ni una noche más como las de su infancia.
Caminó de un extremo al otro de la habitación, angustiado, enfurruñado con él, porque ¿Qué destino le podría dar?, en su cabeza pensaba una y otra vez que si el padre de su amada viviera, de seguro le exigiría dejar la fuerza policial, dedicarse a una actividad que lo mantuviera más estable, no solo en el sentido de lo económico, que de por sí contaba con una extensa fortuna, que le permitiría dejar la fuerza en cuanto se lo propusiera. Todo aquello lo había conseguido gracias a las inversiones hechas en momentos precisos y que le permitían vivir con holgura. En realidad, no dejaba su trabajo, porque era para él como una forma de poder devolver en parte todo lo que su padre le había dado. Su peor miedo, era poner en riesgo la vida de quien en tan poco tiempo había llenado su soledad, adueñándose de su corazón y de sus pensamientos. No deseaba que nada malo le ocurriera, recordaba a su madre, siempre con el corazón en la boca, por no saber si su esposo llegaría al hogar, o si recibiría una fría nota, en la que le comunicaban que había perecido en cumplimiento del deber. En verdad que se lo estaba pensando, debía encontrar una solución a ese problema, y debía ser pronto. Pero antes, tenían que terminar los preparativos para la boda, - por Dios, que es mañana ¿o no?– se dijo, recordando que ya tenía todo listo, su traje de gala, con los galones, las insignias, las condecoraciones, sus botas, su espada, sus armas, no había invitado a nadie de su familia, puesto que él no tenía ni padres, ni hermanos, ni primos, - vamos, ni un perro que me ladre - pensó en voz alta riendo de su situación familiar. La verdad era que nada de eso tenía importancia para él, lo único que tenía peso en su corazón, en su alma, era ver entrar en la iglesia a ese dulce ángel que le devolvía la esperanza, la ilusión de un mundo mejor, luminoso, sin seres extraños, sin lo que algunos llamaban sobrenaturales y en especial, sin vampiros, esos seres de la noche, aquella especie que cercenara la vida de su padre.
Ensimismado se encontraba en sus pesares, cuando de pronto escuchó los pasos ligeros como avecillas que llegaban a él, era su dulce princesa, su bella futura esposa, Leire.
Caminó de un extremo al otro de la habitación, angustiado, enfurruñado con él, porque ¿Qué destino le podría dar?, en su cabeza pensaba una y otra vez que si el padre de su amada viviera, de seguro le exigiría dejar la fuerza policial, dedicarse a una actividad que lo mantuviera más estable, no solo en el sentido de lo económico, que de por sí contaba con una extensa fortuna, que le permitiría dejar la fuerza en cuanto se lo propusiera. Todo aquello lo había conseguido gracias a las inversiones hechas en momentos precisos y que le permitían vivir con holgura. En realidad, no dejaba su trabajo, porque era para él como una forma de poder devolver en parte todo lo que su padre le había dado. Su peor miedo, era poner en riesgo la vida de quien en tan poco tiempo había llenado su soledad, adueñándose de su corazón y de sus pensamientos. No deseaba que nada malo le ocurriera, recordaba a su madre, siempre con el corazón en la boca, por no saber si su esposo llegaría al hogar, o si recibiría una fría nota, en la que le comunicaban que había perecido en cumplimiento del deber. En verdad que se lo estaba pensando, debía encontrar una solución a ese problema, y debía ser pronto. Pero antes, tenían que terminar los preparativos para la boda, - por Dios, que es mañana ¿o no?– se dijo, recordando que ya tenía todo listo, su traje de gala, con los galones, las insignias, las condecoraciones, sus botas, su espada, sus armas, no había invitado a nadie de su familia, puesto que él no tenía ni padres, ni hermanos, ni primos, - vamos, ni un perro que me ladre - pensó en voz alta riendo de su situación familiar. La verdad era que nada de eso tenía importancia para él, lo único que tenía peso en su corazón, en su alma, era ver entrar en la iglesia a ese dulce ángel que le devolvía la esperanza, la ilusión de un mundo mejor, luminoso, sin seres extraños, sin lo que algunos llamaban sobrenaturales y en especial, sin vampiros, esos seres de la noche, aquella especie que cercenara la vida de su padre.
Ensimismado se encontraba en sus pesares, cuando de pronto escuchó los pasos ligeros como avecillas que llegaban a él, era su dulce princesa, su bella futura esposa, Leire.
Vinicius Lombardi- Cazador Clase Alta
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Fecha de inscripción : 31/01/2015
Localización : Paris - Francia
Re: Promesas de un nuevo amanecer || Eidan
Los sentimientos referentes a su padre, para Leire, se habían convertido con el tiempo en una auténtica molestia. En un martirio. En un dolor de cabeza continuo, constante. Los recuerdos martilleaban su memoria como si fueran agujas afiladas, haciéndole sentirse culpable por lo ambivalente de su cariño hacia él. Era obvio que no lo había olvidado, ¡cómo hacerlo!, era y siempre sería su padre, pero eso no significaba que hubiera podido perdonarle el haberla dejado abandonada durante tanto tiempo, durante tantos años. Ese rencor estaba ahí, latente, y cuando el hombre se hubo presentado ante ella, de repente, sin avisar, días antes de su casamiento, simplemente había estallado. Claro que hubiera querido abrazarlo. Por supuesto que hubiera deseado preguntarle por qué había tardado tanto en volver, decirle que no importaba, que ahora podían retomar su vida juntos. Pero le hubiese mentido. Nada estaba bien, y nada iba a estar bien, a menos que aquel hombre que ahora se le antojaba como casi un desconocido -o eso deseaba ella creer- volviera a buscarla, y esta vez sí, comenzara su disculpa diciéndole que la había echado de menos. Pero si había algo que sabía de él, algo que formaba también parte de su propio carácter, era las dificultades que ambos tenían para decir que lo sentían. El orgullo, herido, les limitaba, les impedía recuperar lo que habían perdido.
Si él, su padre, no daba su brazo a torcer, ella tampoco lo haría. Porque puestos a buscar culpables, Rasmus era quien se había marchado. Bajo la necesidad de protegerla, por supuesto, pero hacía mucho que estaba fuera de peligro, y no se había dignado a aparecer. No hasta saber que iba a casarse. ¿Y encima tenía la desfachatez de sugerirle que no lo hiciera? Ella ya era una adulta, o casi una adulta, y no obedecería las palabras de alguien que se había marchado durante tanto tiempo. Por eso ignoró la retahíla de advertencias y ruegos que la criada le dedicó mientras la joven bajaba las escaleras casi corriendo, buscando desesperadamente encontrarse con su amado. Las ignoró porque le dolían. Porque sabía que si su padre no volviera, se quedaría con el corazón roto durante mucho tiempo. Así que no se concedería más tiempo para pensar en él que el justo y necesario. Ahora comenzaba otra etapa de su vida, de su futuro, junto a Eidan. Él era su mayor apoyo, y su primer amor, un amor que si bien no competía por el que siempre sentiría por su padre, sí era capaz de opacar el sufrimiento provocado por éste. Aunque fuera mínimamente. Eidan le había hecho sonreír de nuevo. Y ella era una loca enamorada.
Apenas había bajado el primero de los tres últimos peldaños de la larga escalinata, cuando la figura de su prometido se dibujó unos metros más atrás. Tan atractivo e imponente como siempre. La joven prometida saltó los escalones restantes y corrió a su abrazo, como sabía que ninguna señorita haría, y como él sabía que ella siempre solía hacer. Porque Leire, cuando conseguía apartar de su mente el pesar que la ausencia de su padre le causaba, era toda inocencia, frescura y energía. Se desvivía por hacer felices a los demás, y sobre todo, a su amado. Destacaba sobre toda aquella multitud de damiselas acostumbradas a mantener las formas, porque ella sabía que nunca necesitaría ser como ellas. Siendo como era, había logrado conquistar al hombre más maravilloso del mundo, y él la había conquistado a ella. ¿Qué tenía que envidiarles a ellas? ¿Qué tenía que copiar de su actitud? No necesitaba mantener las distancias, ni tampoco quería hacerlo. Se abrazó a él con fuerza y con ternura al mismo tiempo, mientras sonreía como si aquel abrazo fuera lo único que necesitaba para ser inmensamente feliz. Y así era, de hecho.
- ¡Mi amor! ¿He tardado mucho? La verdad es que no tenía ni idea de qué vestido debería ponerme para esta ocasión. Así que escogí el que más me gustaba, y me olvidé del corsé, de los guantes y de la compostura. ¡Perdonadme, mi Señor! Y ahora que por fin estamos juntos... ¿Os apetece tomar té en el salón? ¿O mejor en el patio? ¡Hace un día precioso! -Amor, sueños, un futuro por delante y la luz del Sol reflejándose en sus cabellos dorados. ¿Acaso no era esa la imagen más perfecta de una novia a punto de decir sus votos?
Si él, su padre, no daba su brazo a torcer, ella tampoco lo haría. Porque puestos a buscar culpables, Rasmus era quien se había marchado. Bajo la necesidad de protegerla, por supuesto, pero hacía mucho que estaba fuera de peligro, y no se había dignado a aparecer. No hasta saber que iba a casarse. ¿Y encima tenía la desfachatez de sugerirle que no lo hiciera? Ella ya era una adulta, o casi una adulta, y no obedecería las palabras de alguien que se había marchado durante tanto tiempo. Por eso ignoró la retahíla de advertencias y ruegos que la criada le dedicó mientras la joven bajaba las escaleras casi corriendo, buscando desesperadamente encontrarse con su amado. Las ignoró porque le dolían. Porque sabía que si su padre no volviera, se quedaría con el corazón roto durante mucho tiempo. Así que no se concedería más tiempo para pensar en él que el justo y necesario. Ahora comenzaba otra etapa de su vida, de su futuro, junto a Eidan. Él era su mayor apoyo, y su primer amor, un amor que si bien no competía por el que siempre sentiría por su padre, sí era capaz de opacar el sufrimiento provocado por éste. Aunque fuera mínimamente. Eidan le había hecho sonreír de nuevo. Y ella era una loca enamorada.
Apenas había bajado el primero de los tres últimos peldaños de la larga escalinata, cuando la figura de su prometido se dibujó unos metros más atrás. Tan atractivo e imponente como siempre. La joven prometida saltó los escalones restantes y corrió a su abrazo, como sabía que ninguna señorita haría, y como él sabía que ella siempre solía hacer. Porque Leire, cuando conseguía apartar de su mente el pesar que la ausencia de su padre le causaba, era toda inocencia, frescura y energía. Se desvivía por hacer felices a los demás, y sobre todo, a su amado. Destacaba sobre toda aquella multitud de damiselas acostumbradas a mantener las formas, porque ella sabía que nunca necesitaría ser como ellas. Siendo como era, había logrado conquistar al hombre más maravilloso del mundo, y él la había conquistado a ella. ¿Qué tenía que envidiarles a ellas? ¿Qué tenía que copiar de su actitud? No necesitaba mantener las distancias, ni tampoco quería hacerlo. Se abrazó a él con fuerza y con ternura al mismo tiempo, mientras sonreía como si aquel abrazo fuera lo único que necesitaba para ser inmensamente feliz. Y así era, de hecho.
- ¡Mi amor! ¿He tardado mucho? La verdad es que no tenía ni idea de qué vestido debería ponerme para esta ocasión. Así que escogí el que más me gustaba, y me olvidé del corsé, de los guantes y de la compostura. ¡Perdonadme, mi Señor! Y ahora que por fin estamos juntos... ¿Os apetece tomar té en el salón? ¿O mejor en el patio? ¡Hace un día precioso! -Amor, sueños, un futuro por delante y la luz del Sol reflejándose en sus cabellos dorados. ¿Acaso no era esa la imagen más perfecta de una novia a punto de decir sus votos?
Leire S. Lillmåns- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 14/11/2014
Re: Promesas de un nuevo amanecer || Eidan
La vio saltar los escalones y el corazón se le estrujó, arrugando su frente, - cuidado, mi pequeña avecilla – quiso gritar, pero la observó hacerlo sin dificultad y aunque él había hecho el gesto de correr hacia ella, se contuvo, no quería preocuparle o que pensaba que algo de lo que ella pudiera hacer a él le molestaba.
Sonrió y meneó la cabeza, riendo suavemente, - ángel mío, aún no puedes volar, ten cuidado – le dijo mientras la aprisionaba entre sus brazos y la colmaba de besos y caricias. La alejó un poco de él, sin dejar de sostenerla pegada a él, su mano derecha acarició los cabellos dorados como finas hebras de oro, - mi tesoro, te he extrañado, cada segundo que estoy lejos de ti – podía parecer zalamero su comentario, pero encerraba toda la verdad de sus sentimientos, pues cuando Eidan estaba lejos de ella, no dejaba de pensar en la seguridad de su amada. No podía dejar de pensar que poseía un gran número de enemigos, que, de saber quién era su amada, su debilidad, su todo. No dudarían en ir a por ella. Sus manos acariciaron su frente, coronilla y nuca. Cerró los ojos mientras atrayéndola hacia él, besaba la frente de Leire. La abrazó, con cariño, ternura y emoción, - cielo, solo unas horas mas, un día a lo sumo... y jamás me iré de tu lado – sonrió con un poco de turbación, porque jamás nadie le había importado tanto como su amada Leire.
La escuchó hablar de lo hermoso que estaba el día y que si deseaba tomar el té en el salón o en el jardín. Él no tenía la más mínima idea, pero de algo estaba seguro, fuera donde fuera ella se vería preciosa. Se alejó unos pasos de ella, llevando una mano a su mentón, como si pensara en las opciones, dándole la espalda, haciendo que, se desesperara esperando su respuesta, - mmmm… creo que el mejor lugar es… el jardín, el sol está suave y la brisa aún no es fría – dijo dándose la vuelta y contemplándola. Llevó su mano al interior de su abrigo, - pero creo que esto hará juego con tu belleza – dijo extrayendo un pequeño estuche en el que se encontraba un collar con colgante de oro en forma de flor, cubierto de pequeños diamantes y rubíes. Era delicado, dulce y romántico como lo era ella, - ven, deja que te ayude a ponerlo – dijo extrayendo el objeto del estuche y colocándolo sobre el cuello de su amada, con una mano acomodó el cabello a un lado, besó suavemente la piel del cuello al presionar el cierre del collar. – Déjame verte – susurró en el oído de la joven al poner sus manos en los hombros femeninos y girarla. Se quedó en silencio, contemplándola, era tan hermosa, tan dulce, que simplemente se quedó sin palabras, apenas, pudo decir , - te amo – con la garganta quebrada y la mirada húmeda de la emoción.
Sonrió y meneó la cabeza, riendo suavemente, - ángel mío, aún no puedes volar, ten cuidado – le dijo mientras la aprisionaba entre sus brazos y la colmaba de besos y caricias. La alejó un poco de él, sin dejar de sostenerla pegada a él, su mano derecha acarició los cabellos dorados como finas hebras de oro, - mi tesoro, te he extrañado, cada segundo que estoy lejos de ti – podía parecer zalamero su comentario, pero encerraba toda la verdad de sus sentimientos, pues cuando Eidan estaba lejos de ella, no dejaba de pensar en la seguridad de su amada. No podía dejar de pensar que poseía un gran número de enemigos, que, de saber quién era su amada, su debilidad, su todo. No dudarían en ir a por ella. Sus manos acariciaron su frente, coronilla y nuca. Cerró los ojos mientras atrayéndola hacia él, besaba la frente de Leire. La abrazó, con cariño, ternura y emoción, - cielo, solo unas horas mas, un día a lo sumo... y jamás me iré de tu lado – sonrió con un poco de turbación, porque jamás nadie le había importado tanto como su amada Leire.
La escuchó hablar de lo hermoso que estaba el día y que si deseaba tomar el té en el salón o en el jardín. Él no tenía la más mínima idea, pero de algo estaba seguro, fuera donde fuera ella se vería preciosa. Se alejó unos pasos de ella, llevando una mano a su mentón, como si pensara en las opciones, dándole la espalda, haciendo que, se desesperara esperando su respuesta, - mmmm… creo que el mejor lugar es… el jardín, el sol está suave y la brisa aún no es fría – dijo dándose la vuelta y contemplándola. Llevó su mano al interior de su abrigo, - pero creo que esto hará juego con tu belleza – dijo extrayendo un pequeño estuche en el que se encontraba un collar con colgante de oro en forma de flor, cubierto de pequeños diamantes y rubíes. Era delicado, dulce y romántico como lo era ella, - ven, deja que te ayude a ponerlo – dijo extrayendo el objeto del estuche y colocándolo sobre el cuello de su amada, con una mano acomodó el cabello a un lado, besó suavemente la piel del cuello al presionar el cierre del collar. – Déjame verte – susurró en el oído de la joven al poner sus manos en los hombros femeninos y girarla. Se quedó en silencio, contemplándola, era tan hermosa, tan dulce, que simplemente se quedó sin palabras, apenas, pudo decir , - te amo – con la garganta quebrada y la mirada húmeda de la emoción.
- Regalo de Eidan a su amada:
Vinicius Lombardi- Cazador Clase Alta
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Fecha de inscripción : 31/01/2015
Localización : Paris - Francia
Re: Promesas de un nuevo amanecer || Eidan
Las dulces carcajadas de la joven llenaron de vida el silencio de aquella enorme mansión. Carcajadas musicales, de dicha absoluta. Una risa que únicamente él podía provocarle. Ninguna otra persona en el mundo era capaz de provocar lo que Eidan le hacía sentir. Nadie, salvo él. Y ahora compartirían el resto de sus vidas. Juntos, todo cuanto habría sería felicidad, gozo. Con él, toda la oscuridad y el dolor que los años de ausencia le habían provocado, desaparecerían. Dejó que el joven la acariciara y besara, sin ella dejar de abrazarlo con fuerza por la espalda. Cuando apoyaba su rostro contra el pecho ajeno, y él la rodeaba con los brazos, se sentía segura. En paz. Libre de sus ataduras, de sus recuerdos, de sus cargas. No dejó de sonreír desde ese instante, ni siquiera cuando alzó la vista para mirarle a los ojos y recibir aquel casto beso en la frente. Eidan siempre solía hacer ese gesto, que al principio a ella le resultaba algo extraño, por parecerle demasiado paternal, pero que ahora adoraba. Era su seña de identidad. Lo que representaba de forma más clara el amor que sentía hacia ella.
- ¡Amor mío! ¡Jajajaj-ah! ¡Me hacéis cosquillas! -Se sentía ligera, como una niña con zapatos nuevos, a la que la vida le sonríe en todos los aspectos. En pocas horas, serían marido y mujer, y la promesa de no separarse nunca se cumpliría. ¡Lo estaba deseando! Por fin los dos podrían dejar atrás aquello que les atormentaba, para comenzar un nuevo y perfecto futuro juntos. ¿Tendrían hijos? ¿Vivirían siempre en aquella hermosa casa? Muchas preguntas cuya respuesta, por primera vez, no le preocupaba, sino que estaba deseosa de conocer. - Y no tenéis que preocuparos por mi. Soy de pies ligeros, ya lo sabéis... Aunque sería incluso gracioso que incluyerais no correr por las escaleras en vuestros votos... -Bromeó, para luego asentir con vehemencia. - Falta tan poco que casi ni me lo creo. ¡Apenas unas horas, ni siquiera un día! Y podremos ser felices para siempre. ¿Creéis que nos traerán unas perdices? -Vale que intentar definir su historia de amor como un cuento, no es que fuera demasiado creativo, ¿pero qué otra cosa podría pensar una mujer enamorada, más que lo suyo es perfecto?
- ¡Sois malvado! ¿Por qué os gusta dejarme con la duda? -Se abrazó a su espalda cuando él se giró, aunque sin dejar de reírse. No sabía por qué pero había supuesto cuál sería su respuesta, antes incluso de que la pronunciara. - ¡Pues así sea! ¡Francis! Por favor, sírvanos el desayuno en el jardín. Hace un lindo día y... -Antes de que pudiera acabar, su prometido le mostró el presente, y la belleza de éste la hizo enmudecer. - ¡Dios santo! Eidan... ¡No era necesario! Es tan hermoso... -La emoción se reflejaba tanto en su rostro, como en su voz, las palabras salían atropelladas de entre sus labios, y no podía expresar lo dichosa que se sintió cuando su prometido le puso el que era su primer regalo de bodas en el cuello. - No tanto como yo a ti... Estoy muy agradecida, de verdad... -Dijo tras soltar algunas lágrimas de alegría, para luego besarle la mejilla. Minutos después, el sirviente le dijo que el desayuno ya estaba servido en el jardín.
- ¡Amor mío! ¡Jajajaj-ah! ¡Me hacéis cosquillas! -Se sentía ligera, como una niña con zapatos nuevos, a la que la vida le sonríe en todos los aspectos. En pocas horas, serían marido y mujer, y la promesa de no separarse nunca se cumpliría. ¡Lo estaba deseando! Por fin los dos podrían dejar atrás aquello que les atormentaba, para comenzar un nuevo y perfecto futuro juntos. ¿Tendrían hijos? ¿Vivirían siempre en aquella hermosa casa? Muchas preguntas cuya respuesta, por primera vez, no le preocupaba, sino que estaba deseosa de conocer. - Y no tenéis que preocuparos por mi. Soy de pies ligeros, ya lo sabéis... Aunque sería incluso gracioso que incluyerais no correr por las escaleras en vuestros votos... -Bromeó, para luego asentir con vehemencia. - Falta tan poco que casi ni me lo creo. ¡Apenas unas horas, ni siquiera un día! Y podremos ser felices para siempre. ¿Creéis que nos traerán unas perdices? -Vale que intentar definir su historia de amor como un cuento, no es que fuera demasiado creativo, ¿pero qué otra cosa podría pensar una mujer enamorada, más que lo suyo es perfecto?
- ¡Sois malvado! ¿Por qué os gusta dejarme con la duda? -Se abrazó a su espalda cuando él se giró, aunque sin dejar de reírse. No sabía por qué pero había supuesto cuál sería su respuesta, antes incluso de que la pronunciara. - ¡Pues así sea! ¡Francis! Por favor, sírvanos el desayuno en el jardín. Hace un lindo día y... -Antes de que pudiera acabar, su prometido le mostró el presente, y la belleza de éste la hizo enmudecer. - ¡Dios santo! Eidan... ¡No era necesario! Es tan hermoso... -La emoción se reflejaba tanto en su rostro, como en su voz, las palabras salían atropelladas de entre sus labios, y no podía expresar lo dichosa que se sintió cuando su prometido le puso el que era su primer regalo de bodas en el cuello. - No tanto como yo a ti... Estoy muy agradecida, de verdad... -Dijo tras soltar algunas lágrimas de alegría, para luego besarle la mejilla. Minutos después, el sirviente le dijo que el desayuno ya estaba servido en el jardín.
Leire S. Lillmåns- Humano Clase Alta
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Re: Promesas de un nuevo amanecer || Eidan
Verla tan contenta con aquel regalo, lo hizo reír y mirarla con una expresión de arrobación, él también pensaba que la vida debía depararle solo cosas buenas, y se encargaría que así fuera, no permitiría que su bello ángel sufriera ni un solo día, estaba dispuesto a luchar con quien fuese con tal de que el cuento de hadas que su amada quería, se hiciera realidad, - mmm… me olvidé las perdices… en verdad me gustaría que pudieras contemplarlas en la mansión que te he estado preparando en el valle de Loira, allí podremos ir cuando quieras y disfrutaras de tus perdices, viéndolas crecer, criar sus polluelos y volar – Tomó la delicada mano de la joven y la besó. En verdad debía ser fuerte para no demostrar los fuertes sentimientos que pugnaban por salir, al fin y al cabo, era un hombre que se había mantenido casto desde el momento de entregar su amor a Leire y deseaba demostrarle cuanto la amaba, de todas las maneras posibles, pero jamás haría algo que pudiera ofenderle y por eso mismo se limitaba en sus demostraciones de afecto, porque creía que eso era lo que la joven deseaba.
La contempló bajar los escalones de mármol hasta la zona donde se serviría el desayuno, y le pareció tan hermosa que hubiera querido tener los pinceles y plasmar esa juguetona hada que bajaba hasta los jardines a disfrutar de las últimas mañanas de otoño, esas que solo anunciaban la cercanía del invierno. Pensó si no estaría demasiado desabrigada y corrió hasta donde ella se encontraba, para quitarse el saco y cubrir los hombros de Leire con ellos, - amor, debes abrigarte, no querrás coger un resfriado – temía por la joven, en verdad había hecho los arreglos de esa mansión en la campiña, para alejarla de la peste que se estaba ensañando de los habitantes de París, parecía que un brote de pulmonía estaba asolando a los ciudadanos y Eidan se percató de la necesidad de cuidar de su esposa, si, su esposa, porque en pocas horas, estaría frente al sacerdote diciendo sus votos y aceptando unir su vida a la de un ser maravilloso.
La acompañó, hasta correr el asiento y ayudarle a sentarse, había hecho un leve gesto al sirviente para ser él quien acomodara a la dama, luego rodeó la mesa para sentarse en el lado opuesto, por suerte la mesa era pequeña y de ese modo no estaban separados, aunque un centro florar le impedía contemplarla a los ojos, a lo que sin mucho remilgo lo corrió, entregándoselo al sirviente, - pues, que me dices, ¿dónde deseas que vayamos de luna de miel? – Le sonrió de costado, marcando una sonrisa cargada de picardía, - sí, no quería confirmarlo hasta que me aceptaran la renuncia, pero… ya soy un hombre libre… solo un empresario – extendió la mano para tomar la de su amada, - no podía seguir con ese trabajo, sabiendo que me mantendría alejado de ti, y de… nuestros hijos… cu.. Cuando… lleguen CLARO – dijo algo atolondrado y coloreando sus mejillas, algo extraño en él, pero aquella dulce personita conseguía provocar un terremoto en su vida, cambiar los polos de lugar y convertirlo en el ser más vergonzoso del mundo. Inspiró para que el calor se disipara, - Amor mío, quiero decir... que mi trabajo, además de todo eso, es peligroso, no deseo enemigos que puedan buscar venganza hiriéndote, por eso dejé todo mi pasado atrás, por ti, por nuestro futuro, porque al conocerte me diste la luz que no conocía, la esperanza marchita y jamás dejaré que alguien intente quitármela – apretó aquellos delicados dedos, en señal de afirmación, - nadie logrará separarnos -.
La contempló bajar los escalones de mármol hasta la zona donde se serviría el desayuno, y le pareció tan hermosa que hubiera querido tener los pinceles y plasmar esa juguetona hada que bajaba hasta los jardines a disfrutar de las últimas mañanas de otoño, esas que solo anunciaban la cercanía del invierno. Pensó si no estaría demasiado desabrigada y corrió hasta donde ella se encontraba, para quitarse el saco y cubrir los hombros de Leire con ellos, - amor, debes abrigarte, no querrás coger un resfriado – temía por la joven, en verdad había hecho los arreglos de esa mansión en la campiña, para alejarla de la peste que se estaba ensañando de los habitantes de París, parecía que un brote de pulmonía estaba asolando a los ciudadanos y Eidan se percató de la necesidad de cuidar de su esposa, si, su esposa, porque en pocas horas, estaría frente al sacerdote diciendo sus votos y aceptando unir su vida a la de un ser maravilloso.
La acompañó, hasta correr el asiento y ayudarle a sentarse, había hecho un leve gesto al sirviente para ser él quien acomodara a la dama, luego rodeó la mesa para sentarse en el lado opuesto, por suerte la mesa era pequeña y de ese modo no estaban separados, aunque un centro florar le impedía contemplarla a los ojos, a lo que sin mucho remilgo lo corrió, entregándoselo al sirviente, - pues, que me dices, ¿dónde deseas que vayamos de luna de miel? – Le sonrió de costado, marcando una sonrisa cargada de picardía, - sí, no quería confirmarlo hasta que me aceptaran la renuncia, pero… ya soy un hombre libre… solo un empresario – extendió la mano para tomar la de su amada, - no podía seguir con ese trabajo, sabiendo que me mantendría alejado de ti, y de… nuestros hijos… cu.. Cuando… lleguen CLARO – dijo algo atolondrado y coloreando sus mejillas, algo extraño en él, pero aquella dulce personita conseguía provocar un terremoto en su vida, cambiar los polos de lugar y convertirlo en el ser más vergonzoso del mundo. Inspiró para que el calor se disipara, - Amor mío, quiero decir... que mi trabajo, además de todo eso, es peligroso, no deseo enemigos que puedan buscar venganza hiriéndote, por eso dejé todo mi pasado atrás, por ti, por nuestro futuro, porque al conocerte me diste la luz que no conocía, la esperanza marchita y jamás dejaré que alguien intente quitármela – apretó aquellos delicados dedos, en señal de afirmación, - nadie logrará separarnos -.
Vinicius Lombardi- Cazador Clase Alta
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Re: Promesas de un nuevo amanecer || Eidan
La verdad era, que ahora que lo pensaba, no recordaba haber probado nunca las perdices. De hecho, ni siquiera había visto de cerca ninguna. ¡Pero le hubiera encantado que el regalasen un par, como una especie de broche de oro a su precioso cuento! Eidan era todo cuanto quería para sí misma, para su futuro. Juntos harían realidad sus sueños. Sin embargo, su semblante se nubló por un instante, brevísimo, a causa de lo que había dicho. Nunca había pensado en que tras el matrimonio, tuviera que mudarse. Aquella mansión había sido su hogar desde que su padre la abandonara. En ella había crecido, había vivido días grises, días negros, y días de dicha, como aquel. ¿Podría simplemente alejarse de aquellos recuerdos, de lo mucho que encerraban esas cuatro paredes para ella? Si Eidan se lo pedía, lo haría sin dudar. Pero no podía negar que le resultaba duro imaginarse viviendo en otro sitio... Aunque quizá fuera precisamente eso lo que necesitaba. Desconectar. Cambiar de aires. Acumular nuevos recuerdos en un hogar que no estuviera tan impregnado de sufrimiento, de ausencia, de desesperanza. Del recuerdo de su padre. Ahora que sabía que estaba vivo, que había vuelto... No tenía muy claro cómo sentirse. Pero todo eso cambiaba cuando se veía en los ojos del que, en pocas horas, sería su esposo. Él a hacía olvidar todo eso, centrarse en el presente. En la felicidad de ambos.
- ¡Tal vez aún estemos a tiempo de encargar unas perdices! Pero sólo si prometéis que no tendremos que comérnoslas cuando crezcan. Quiero verlas gorditas y felices... ¿De verdad me has preparado una mansión? ¿Para los dos? ¡Cuéntame más de ese lugar? ¿Está lejos? ¿Hay jardines? ¿Hay flores? -La alegría volvió a acudir a su voz casi tan rápido como antes se había difuminado. Tal vez porque había comprendido, en aquellos escasos minutos, que probablemente cuando se estableciera en la casa nueva, podría seguir volviendo a la suya cada cierto tiempo, para poder recordar aquello que creía que se le olvidaría al alejarse de ella.
- ¡Oh! ¡Amor! ¿No es cierto que me queda incluso bien? -Exclamó al verse cobijada bajo el amplio abrigo de su prometido. Siempre le había gustado aquel gesto. Cuando lo veía en las parejas que paseaban por la calle, cuando su propio padre, antaño, lo hacía. Era como si el hombre, en aquel simple "regalo", ofreciese toda su protección. Sí, así era como se sentía. Protegida de todo mal. Era casi tan efectivo como uno de aquellos "abrazos de oso". Quizá incluso más, porque cuando te colocaban la chaqueta, inmediatamente te sentías rodeada por su fragancia. Te impregnaba el cuerpo, las ropas, el alma. Sonrió de oreja a oreja y se volteó de pronto, tan grácilmente como solía moverse, para depositar un dulce y tierno beso en la nariz del hombre. - ¡Si siempre que salga sin abrigo vais a ofrecerme el vuestro, lo haré demasiado a menudo! ¡Me gusta tanto! Pero no quiero que vos tengáis frío, ¿queréis que haga que os traigan algo? -Dijo la chica para luego seguir caminando, no sin antes sujetarse del brazo ajeno, como la joven enamorada que era, como la niña alegre y vivaz que volvió a ser, después de conocerle.
- ¡A Italia, por supuesto! Los canales venecianos siempre me han enamorado, pero quiero que vos también opinéis... ¿Dónde queréis ir? -Dijo para luego soltar un gritito, tanto de sorpresa como de alegría, ante la buena nueva que le acababa de decir. - ¿De verdad? ¿No habrá más perseguir criminales? ¿Lo habéis hecho por mi? ¡No sabéis cuanto os amo, Eidan! -Saltó del asiento y rodeó la mesa para lanzarse a su regazo. Ambos se sonrojaron cuando él mencionó aquello de los hijos. Era algo inevitable, y que sin duda también ella deseaba, pero no se sentía preparada para hablar de eso, así que desvió el tema. - Vos me devolvisteis la vida, la sonrisa, la esperanza. No podría vivir si os pasara algo... Y por eso... ¡¡Tenéis que comer!! Vamos, podía oír vuestra tripa desde mi habitación. -De pronto cogió un croissant y, tras cogerlo ella misma entre sus dientes, agitó la cabeza para que él también lo mordiera. Sus ojos revelaban picardía, pero sobre todo, felicidad. Su vida juntos iba a ser perfecta.
¿Verdad?
- ¡Tal vez aún estemos a tiempo de encargar unas perdices! Pero sólo si prometéis que no tendremos que comérnoslas cuando crezcan. Quiero verlas gorditas y felices... ¿De verdad me has preparado una mansión? ¿Para los dos? ¡Cuéntame más de ese lugar? ¿Está lejos? ¿Hay jardines? ¿Hay flores? -La alegría volvió a acudir a su voz casi tan rápido como antes se había difuminado. Tal vez porque había comprendido, en aquellos escasos minutos, que probablemente cuando se estableciera en la casa nueva, podría seguir volviendo a la suya cada cierto tiempo, para poder recordar aquello que creía que se le olvidaría al alejarse de ella.
- ¡Oh! ¡Amor! ¿No es cierto que me queda incluso bien? -Exclamó al verse cobijada bajo el amplio abrigo de su prometido. Siempre le había gustado aquel gesto. Cuando lo veía en las parejas que paseaban por la calle, cuando su propio padre, antaño, lo hacía. Era como si el hombre, en aquel simple "regalo", ofreciese toda su protección. Sí, así era como se sentía. Protegida de todo mal. Era casi tan efectivo como uno de aquellos "abrazos de oso". Quizá incluso más, porque cuando te colocaban la chaqueta, inmediatamente te sentías rodeada por su fragancia. Te impregnaba el cuerpo, las ropas, el alma. Sonrió de oreja a oreja y se volteó de pronto, tan grácilmente como solía moverse, para depositar un dulce y tierno beso en la nariz del hombre. - ¡Si siempre que salga sin abrigo vais a ofrecerme el vuestro, lo haré demasiado a menudo! ¡Me gusta tanto! Pero no quiero que vos tengáis frío, ¿queréis que haga que os traigan algo? -Dijo la chica para luego seguir caminando, no sin antes sujetarse del brazo ajeno, como la joven enamorada que era, como la niña alegre y vivaz que volvió a ser, después de conocerle.
- ¡A Italia, por supuesto! Los canales venecianos siempre me han enamorado, pero quiero que vos también opinéis... ¿Dónde queréis ir? -Dijo para luego soltar un gritito, tanto de sorpresa como de alegría, ante la buena nueva que le acababa de decir. - ¿De verdad? ¿No habrá más perseguir criminales? ¿Lo habéis hecho por mi? ¡No sabéis cuanto os amo, Eidan! -Saltó del asiento y rodeó la mesa para lanzarse a su regazo. Ambos se sonrojaron cuando él mencionó aquello de los hijos. Era algo inevitable, y que sin duda también ella deseaba, pero no se sentía preparada para hablar de eso, así que desvió el tema. - Vos me devolvisteis la vida, la sonrisa, la esperanza. No podría vivir si os pasara algo... Y por eso... ¡¡Tenéis que comer!! Vamos, podía oír vuestra tripa desde mi habitación. -De pronto cogió un croissant y, tras cogerlo ella misma entre sus dientes, agitó la cabeza para que él también lo mordiera. Sus ojos revelaban picardía, pero sobre todo, felicidad. Su vida juntos iba a ser perfecta.
¿Verdad?
Leire S. Lillmåns- Humano Clase Alta
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Re: Promesas de un nuevo amanecer || Eidan
¿Podía ser mas perfecta? tan dulce, y llena de vida, parecía por momentos una chiquilla pequeña, a la que había que cuidar entre algodones, pero al segundo, se convertía en una mujer sensual, que provocaba en el hombre, los deseos lógicos de un varón joven e impetuoso como Eidan. Deseaba tenerla entre sus brazos, en la intimidad de su hogar y hacerle el amor, más cuando aquel pensamiento rosó su cabeza, carraspeó, intentando alejar aquel deseo. Lo último que quería era asustarla, Leire sentada en su regazo, ignoraba lo que podía provocar en él. Sonrió nervioso y aceptó el ofrecimiento, robándose el croissant, engulléndolo con rapidez, para terminar dando un beso a los labios de su amada, que permanecían dulces por el néctar del manjar. Atrapó sus labios y los saboreó, suspirando al separarse de ellos. Mantuvo los ojos cerrados y apoyó su cabeza en el hombro femenino.
Pasaron unos segundos, pero para él fueron incontables, buscando serenarse, dominar sus instintos, calmar su corazón y disfrutar del peso de aquella bellísima mujer, que abrazaba con posesividad. Levantó su mirada y buscó la ajena, - pues, en nuestro hogar, te esperan una pareja de perdices, varios faisanes, y cuatro pavos reales, con plumaje verdeazulado, como tus ojos – le susurró, acercando sus labios a la piel de la mejilla, para depositar otro beso en ella. Sonrió y continuó con su relato - es una mansión de tres plantas, con salón de música, biblioteca, salón de banquete, una sala de costura o lo que decidas transformarla y junto a ella, mi despacho. – sus manos entrelazaron los dedos femenino, detuvo su mirada en el anillo que embellecía la mano de su prometida y pensó en el otro anillo que en pocas horas acompañaría a éste, sellando así el pacto de amor, entre Leire y él.
Acarició y besó la mano del anilló, luego su mirada recorrió el rostro iluminado por las cosas que contaba sobre su nuevo hogar - en la segunda planta, está nuestro dormitorio, con cuarto de baño, balcón que desemboca en una terraza amplia, y de ella desciende al jardín posterior, allí podrás pintar, dibujar, o simplemente desayunar - le besó la barbilla y con su mano libre, acarició la espalda de la joven asegurándose que no temblara por el frío, ya que corría una suave brisa aunque le parecía un poco fría para su agrado, Eidan se preocupaba mucho por el bienestar de su futura mujer, más siguió con su descripción - también en esa planta, existen dos habitaciones de invitados, una para tus amigas y otra para tu familia… sabes que no tengo a nadie más que tú, por eso no necesito ninguna para los míos – la voz se le había apagado, aun le dolía no contar con la presencia de su padre, para un paso tan importante como el que aquel día realizaría. Hacía varios años, de la muerte de éste a manos de unos seres llamados vampiros, y que él había creído que solo era cosa de leyendas, porque hasta el momento, no se había topado con ninguno, más si existían, los odiaría con el alma, aunque no fueran los responsables directos del asesinato de su padre.
Escondió por un momento el rostro en el cabello de Leire y respiró aquel perfume tan seductor, que le devolvió la paz, la ilusión de comenzar una nueva vida restableció su espíritu. Debía intentar no recordar los malos momentos vividos, - perdóname padre, pero no puedo seguir buscando a esos demonios y poner en peligro a mi dulce tesoro, debo pensar en ella y en su bienestar – caviló como si en ese instante, éste se encontrara con ellos y pudiera hablar con su padre, mientras la abrazaba. Aún escondido en el refugio de su amada, le pidió le jurara que no haría nada que pudiera ponerla en peligro - prométeme que jamás te alejarás de mí, que no tomarás riesgos innecesarios, que si por algún motivo no eres feliz, me lo dirás para intentar remediar aquello que llegara a herirte – le besó en la mejilla, la frente y dejó un beso casto en sus labios. En ningún momento permitió que ella se levantara de su regazo, deseaba tenerla así, protegida por sus brazos, unida a él, allí, nadie podría arrebatársela.
Pasaron unos segundos, pero para él fueron incontables, buscando serenarse, dominar sus instintos, calmar su corazón y disfrutar del peso de aquella bellísima mujer, que abrazaba con posesividad. Levantó su mirada y buscó la ajena, - pues, en nuestro hogar, te esperan una pareja de perdices, varios faisanes, y cuatro pavos reales, con plumaje verdeazulado, como tus ojos – le susurró, acercando sus labios a la piel de la mejilla, para depositar otro beso en ella. Sonrió y continuó con su relato - es una mansión de tres plantas, con salón de música, biblioteca, salón de banquete, una sala de costura o lo que decidas transformarla y junto a ella, mi despacho. – sus manos entrelazaron los dedos femenino, detuvo su mirada en el anillo que embellecía la mano de su prometida y pensó en el otro anillo que en pocas horas acompañaría a éste, sellando así el pacto de amor, entre Leire y él.
Acarició y besó la mano del anilló, luego su mirada recorrió el rostro iluminado por las cosas que contaba sobre su nuevo hogar - en la segunda planta, está nuestro dormitorio, con cuarto de baño, balcón que desemboca en una terraza amplia, y de ella desciende al jardín posterior, allí podrás pintar, dibujar, o simplemente desayunar - le besó la barbilla y con su mano libre, acarició la espalda de la joven asegurándose que no temblara por el frío, ya que corría una suave brisa aunque le parecía un poco fría para su agrado, Eidan se preocupaba mucho por el bienestar de su futura mujer, más siguió con su descripción - también en esa planta, existen dos habitaciones de invitados, una para tus amigas y otra para tu familia… sabes que no tengo a nadie más que tú, por eso no necesito ninguna para los míos – la voz se le había apagado, aun le dolía no contar con la presencia de su padre, para un paso tan importante como el que aquel día realizaría. Hacía varios años, de la muerte de éste a manos de unos seres llamados vampiros, y que él había creído que solo era cosa de leyendas, porque hasta el momento, no se había topado con ninguno, más si existían, los odiaría con el alma, aunque no fueran los responsables directos del asesinato de su padre.
Escondió por un momento el rostro en el cabello de Leire y respiró aquel perfume tan seductor, que le devolvió la paz, la ilusión de comenzar una nueva vida restableció su espíritu. Debía intentar no recordar los malos momentos vividos, - perdóname padre, pero no puedo seguir buscando a esos demonios y poner en peligro a mi dulce tesoro, debo pensar en ella y en su bienestar – caviló como si en ese instante, éste se encontrara con ellos y pudiera hablar con su padre, mientras la abrazaba. Aún escondido en el refugio de su amada, le pidió le jurara que no haría nada que pudiera ponerla en peligro - prométeme que jamás te alejarás de mí, que no tomarás riesgos innecesarios, que si por algún motivo no eres feliz, me lo dirás para intentar remediar aquello que llegara a herirte – le besó en la mejilla, la frente y dejó un beso casto en sus labios. En ningún momento permitió que ella se levantara de su regazo, deseaba tenerla así, protegida por sus brazos, unida a él, allí, nadie podría arrebatársela.
Vinicius Lombardi- Cazador Clase Alta
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Re: Promesas de un nuevo amanecer || Eidan
Cualquiera que mirase podría verlo con absoluta claridad. En aquella bella escena, que casi podría identificarse como primaveral, como sacada de un cuadro del barroco en el que los tonos brillantes, el amor y la vida eran los protagonistas, no había nada más que felicidad. Absoluta, pura, dulce y maravillosa felicidad. Una pareja de enamorados a punto de jurarse lealtad eterna ante Dios, y ante sí mismos, que se cobijaban el uno al otro entre arrumacos y diversas muestras de cariño... A cada cual más "inadecuada", dado el protocolo que debía seguirse. ¿Pero qué importaba eso? En sus corazones florecía la ilusión, la esperanza de un futuro lleno de posibilidades que habrían de realizarse mientras ambos estuvieran juntos. ¿Acaso no era eso lo único que importaba? Cuando el amor acaba de nacer, y sigue aún prendido en las llamas de la pasión incipiente, todo lo demás, el qué dirán, las dudas, los posibles miedos que sólo aparecen después, en el avance de la relación, carecen de relevancia, de importancia. De interés.
- ¡Vaya! ¡Realmente puedo imaginarlo, tal es la forma en que me la describís, mi Señor! Suena maravilloso... Un lindo hogar en el que comenzar a compartir nuestras vivencias, a construir nuevos recuerdos, que sean sólo nuestros, y de nadie más, que no estén contaminados con opiniones, ni recuerdos, ni el pasado, ni nada. ¡Sólo estaremos los dos, juntos, para siempre! ¡Oh, no sabes cuánto te amo! -Tras escuchar con atención cada una de las palabras de su futuro esposo, la imagen de una bonita casa de colores claros y cálidos se le vino a la mente con extraordinaria exactitud. Y aunque quería apartar de su mente la imagen de unos niños corriendo por los jardines de esa soñada casa, no pudo evitar sonreír ante aquella posibilidad. ¿No sería dulce? ¿No sería el maravilloso final de un ciclo? El paso definitivo que la convertiría de niña en mujer. Dejaría de ser hija para ser madre. Y eso, como tantas otras cosas, se lo tendría que agradecer a Eidan. ¿Cómo podría devolverle todo aquello, todo lo que le estaba dando? No exageraba al decir que le había dado la vida. Al menos, le había proporcionado la posibilidad de tener una nueva. A su lado.
- ¡Mi amor! Dulce hombre que me ha robado el corazón y me ha regalado la hermosa posibilidad de una vida nueva y especial, no necesitáis hacerme prometer que no me aleje de vos, pues mi intención es no hacerlo nunca. Jamás. Os necesito en mi vida, y sé que vos me necesitáis en la vuestra. Y... ahora que sé que sois capaz de abandonar algo tan importante para vos como era vuestro trabajo, vuestra "misión", ¡mucho menos! Me siento tan dichosa como una reina, como una princesa. Voy a ser la mujer del mejor hombre del mundo. Y juntos, llenaremos una casa que al principio estará vacía, en un auténtico hogar. Repleto de luz, de bondad, y de amor. ¡Seremos la envidia de París, de Francia, del mundo! Porque nadie puede quereros como yo os quiero. Y nadie puede amarme como me amáis vos. -Ni siquiera su padre, de hecho. Y aunque ese pensamiento, fugaz pero intenso, en cualquier otro momento la hubiera hecho temblar, estallar en lágrimas, ahora le producía cierta sensación de paz. De calma. Ya no dependería del hombre que la abandonó. Dejaría de ser la niña abandonada y desamparada. Ahora se apoyaría en Eidan, y él a su vez también la tendría a ella como su apoyo. Como debía ser.
Se abrazó al cuerpo de su prometido y le besó el rostro, las mejillas, la barbilla, con auténtica devoción. Mientras, los pájaros cantaban alegremente a su alrededor, partícipes de su felicidad, de su sincero afecto. Y los minutos comenzaron a pasar rápidamente, como siempre lo hace el tiempo cuando transcurre a través de los momentos dichosos, tornándose horas. Y la hora del desayuno se tornó rápidamente la del almuerzo, y aunque ambos supieron que tenían que separarse, también sabían que no sería por mucho tiempo. En pocas horas, pronunciarían sus votos. Y ya no volverían a separarse nunca más.
- ¡Vaya! ¡Realmente puedo imaginarlo, tal es la forma en que me la describís, mi Señor! Suena maravilloso... Un lindo hogar en el que comenzar a compartir nuestras vivencias, a construir nuevos recuerdos, que sean sólo nuestros, y de nadie más, que no estén contaminados con opiniones, ni recuerdos, ni el pasado, ni nada. ¡Sólo estaremos los dos, juntos, para siempre! ¡Oh, no sabes cuánto te amo! -Tras escuchar con atención cada una de las palabras de su futuro esposo, la imagen de una bonita casa de colores claros y cálidos se le vino a la mente con extraordinaria exactitud. Y aunque quería apartar de su mente la imagen de unos niños corriendo por los jardines de esa soñada casa, no pudo evitar sonreír ante aquella posibilidad. ¿No sería dulce? ¿No sería el maravilloso final de un ciclo? El paso definitivo que la convertiría de niña en mujer. Dejaría de ser hija para ser madre. Y eso, como tantas otras cosas, se lo tendría que agradecer a Eidan. ¿Cómo podría devolverle todo aquello, todo lo que le estaba dando? No exageraba al decir que le había dado la vida. Al menos, le había proporcionado la posibilidad de tener una nueva. A su lado.
- ¡Mi amor! Dulce hombre que me ha robado el corazón y me ha regalado la hermosa posibilidad de una vida nueva y especial, no necesitáis hacerme prometer que no me aleje de vos, pues mi intención es no hacerlo nunca. Jamás. Os necesito en mi vida, y sé que vos me necesitáis en la vuestra. Y... ahora que sé que sois capaz de abandonar algo tan importante para vos como era vuestro trabajo, vuestra "misión", ¡mucho menos! Me siento tan dichosa como una reina, como una princesa. Voy a ser la mujer del mejor hombre del mundo. Y juntos, llenaremos una casa que al principio estará vacía, en un auténtico hogar. Repleto de luz, de bondad, y de amor. ¡Seremos la envidia de París, de Francia, del mundo! Porque nadie puede quereros como yo os quiero. Y nadie puede amarme como me amáis vos. -Ni siquiera su padre, de hecho. Y aunque ese pensamiento, fugaz pero intenso, en cualquier otro momento la hubiera hecho temblar, estallar en lágrimas, ahora le producía cierta sensación de paz. De calma. Ya no dependería del hombre que la abandonó. Dejaría de ser la niña abandonada y desamparada. Ahora se apoyaría en Eidan, y él a su vez también la tendría a ella como su apoyo. Como debía ser.
Se abrazó al cuerpo de su prometido y le besó el rostro, las mejillas, la barbilla, con auténtica devoción. Mientras, los pájaros cantaban alegremente a su alrededor, partícipes de su felicidad, de su sincero afecto. Y los minutos comenzaron a pasar rápidamente, como siempre lo hace el tiempo cuando transcurre a través de los momentos dichosos, tornándose horas. Y la hora del desayuno se tornó rápidamente la del almuerzo, y aunque ambos supieron que tenían que separarse, también sabían que no sería por mucho tiempo. En pocas horas, pronunciarían sus votos. Y ya no volverían a separarse nunca más.
Leire S. Lillmåns- Humano Clase Alta
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