AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Un nuevo aniversario {Eidan Landibar}
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Un nuevo aniversario {Eidan Landibar}
Unas nubes grises cubrían el cielo de París. Durante la noche no había dejado de llover, inundando las calles adoquinadas de la ciudad y creando grandes charcos que salpicaban cuando los pisaban. Incluso la tierra del bosque estaba anegada, que había pasado de ser un polvo marrón a una pasta untuosa y pegajosa. Las patas de Eléa se habían manchado de barro, y sentía en la zona entre las almohadillas de sus garras el frío de la pasta. Había sido una noche fantástica para ella, como todas las noches previas al aniversario. Había podido disfrutar de la verdadera vida animal, buscando un sitio donde guarecerse del aguacero que la había empapado y siguiendo sonidos desconocidos para ella. Pero la noche llegó a su fin y con los primeros rayos de Sol Eléa volvió a su casa. Se había convertido en un ritual que la cambiante realizaba cada año por esas fechas. Porque ese día que había comenzado era el aniversario de la muerte de sus padres.
Entró en la casa manchada y hundida, por lo que subió sin dirigir la palabra a las sirvientas que la habían recibido. Se lanzaron miradas interrogativas entre ellas, curiosas por saber dónde había estado su ama pero temerosas de saberlo. Eléa entró en el baño y llenó la bañera de agua muy caliente. Sumergió todo el cuerpo cuando el líquido aún humeaba profusamente y sintió la quemazón del agua en su piel. No le importó, es más, lo disfrutó. Estuvo en el agua hasta que ésta perdió todo su calor y comenzaba a enfriarla. Se secó el cuerpo y salió a su habitación, yendo directamente a la cómoda. Abrió el cajón y sacó un viejo artículo de un periódico local.
Acarició el trozo de papel con la yema de los dedos. Nunca se había descubierto al asesino porque nadie había sospechado de ella. Se acercó el artículo a la cara y olió el aroma que desprendía, ese aroma a tinta y papel viejo que tanto le gustaba. Volvió a guardarlo con mimo en el cajón hasta el próximo aniversario. Se levantó, se vistió y salió a la calle para continuar con su peculiar ritual.
Se acercó a uno de los cafés y pidió un té negro y un pequeño pastel con forma de magdalena y una crema amarillenta en la parte de arriba. Mientras esperaba miró a través de la ventana la tregua que la lluvia había dado a los parisinos. La luz había disminuido y las nubes se habían hecho más oscuras, lo que significaba que pronto volvería a llover. Cuando al fin tuvo su pedido en la mesa sacó una pequeña vela de su bolsillo, la encendió utilizando la vela que alumbraba su mesa y la clavó en el pastelito. Miró su tarta improvisada mientras daba vueltas al té con la cucharilla. Finalmente sopló la vela.
Entró en la casa manchada y hundida, por lo que subió sin dirigir la palabra a las sirvientas que la habían recibido. Se lanzaron miradas interrogativas entre ellas, curiosas por saber dónde había estado su ama pero temerosas de saberlo. Eléa entró en el baño y llenó la bañera de agua muy caliente. Sumergió todo el cuerpo cuando el líquido aún humeaba profusamente y sintió la quemazón del agua en su piel. No le importó, es más, lo disfrutó. Estuvo en el agua hasta que ésta perdió todo su calor y comenzaba a enfriarla. Se secó el cuerpo y salió a su habitación, yendo directamente a la cómoda. Abrió el cajón y sacó un viejo artículo de un periódico local.
Un matrimonio ha sido encontrado muerto de manera sospechosa en la puerta de su casa. La policía aún no ha descubierto al asesino. Se sospecha de un animal salvaje.
Acarició el trozo de papel con la yema de los dedos. Nunca se había descubierto al asesino porque nadie había sospechado de ella. Se acercó el artículo a la cara y olió el aroma que desprendía, ese aroma a tinta y papel viejo que tanto le gustaba. Volvió a guardarlo con mimo en el cajón hasta el próximo aniversario. Se levantó, se vistió y salió a la calle para continuar con su peculiar ritual.
Se acercó a uno de los cafés y pidió un té negro y un pequeño pastel con forma de magdalena y una crema amarillenta en la parte de arriba. Mientras esperaba miró a través de la ventana la tregua que la lluvia había dado a los parisinos. La luz había disminuido y las nubes se habían hecho más oscuras, lo que significaba que pronto volvería a llover. Cuando al fin tuvo su pedido en la mesa sacó una pequeña vela de su bolsillo, la encendió utilizando la vela que alumbraba su mesa y la clavó en el pastelito. Miró su tarta improvisada mientras daba vueltas al té con la cucharilla. Finalmente sopló la vela.
Última edición por Eléa Pelletier el Mar Mar 24, 2015 2:43 pm, editado 1 vez
Eléa Pelletier- Cambiante/Realeza
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Re: Un nuevo aniversario {Eidan Landibar}
Cabalgó apresurado, ¿A dónde debía dirigirse? – rayos, ya lo he olvidado – maldijo. Había pasado toda la noche intentando encontrar la punta del hilo al ovillo, pero no había podido. El asesinato de una mujer en las afueras de Paris le rondaba por la cabeza. Las características, el vaciamiento del cuerpo de toda su sangre - y ni una sola gota en el piso donde fue hallada - se detuvo haciendo caracolear su montura, pensando si su ayudante habría conseguido más pruebas, algún otro indicio que los acercara al asesino. Pero de pronto recordó que la reunión estaba planeada para pasado el mediodía y todavía faltaban unas horas. - ¿Cómo se me pudo haber pasado? Faltan varias horas para encontrarme con Soler - se lamentó. Aquel hombrecillo, delgado y de ojos hundidos, era su asistente y el que sea contactaba con los fisgones que tenía, la policía, en diferentes sectores de Paris. Pasar las noches en vela, hacía que se olvidara algunos detalles, como la reunión con Soler .
Pero en verdad, no lo afectaba tanto las noches de insomnio, lo que en verdad estaba molestándole, era haber fallado en el momento en que dio con el asesino de su padre. Allí, en un callejón, había descubierto que el ser que le arrebatara la vida a su mentor, en nada tenía que ver con los delincuentes comunes. Primero, porque no se trataba de un asesino, sino de una asesina. En segundo lugar y tal vez lo más importante, no era humana. Desde aquella noche en que se enfrentó a ese ser, descubrió que la maldad no era inherente solo a los humanos, que existían otros entes que eran aún mucho más descarnados y despiadados que los hombres.
Hasta hacía menos de una semana, Eidan, había vivido en una burbuja, jamás tuvo que enfrentarse a esos seres que parecían salidos de algún cuento de terror, para asustar a los pequeños, cuando sus padres no deseaban que se mantuvieran despiertos por las noches. Pero aquel ser, le había dejado un imborrable souvenir, una cicatriz que cruzaba su mejilla izquierda, - maldita alimaña, juro… que os encontraré y devolveré la gentileza - caviló antes de seguir el camino.
Ya sin tener muy en claro donde pasaría las horas hasta que llegara el momento de la reunión, decidió que le caería bien tomar un café, el que le devolviera un poco de calor en una mañana que, parecía, sería lluviosa. Por eso, dejó su caballo en una de las caballerizas que se encontraban cerca de la plaza Tertre y se encaminó al café más cercano, en el mismo centro de Paris.
La campanilla advirtió al dependiente que un nuevo cliente había llegado, en pocos minutos se encontraba sentado, esperando su pedido. Su mirada recorrió el salón. Una pareja charlaba animadamente, mientras que de forma disimulada, se rosaban los dedos de las manos, como un gesto de cariño. En otra mesa, un caballero leía el periódico. Más allá una mujer esperaba impaciente, vaya uno a saber qué. Los ojos del detective se posaron en una joven, que había recibido su pedido, justo en ese momento. Observó que le habían traído una magdalena y en ella una pequeña vela encendida, que la joven sopló, - Feliz cumpleaños – susurró, sonriendo inconscientemente a la joven.
Pero en verdad, no lo afectaba tanto las noches de insomnio, lo que en verdad estaba molestándole, era haber fallado en el momento en que dio con el asesino de su padre. Allí, en un callejón, había descubierto que el ser que le arrebatara la vida a su mentor, en nada tenía que ver con los delincuentes comunes. Primero, porque no se trataba de un asesino, sino de una asesina. En segundo lugar y tal vez lo más importante, no era humana. Desde aquella noche en que se enfrentó a ese ser, descubrió que la maldad no era inherente solo a los humanos, que existían otros entes que eran aún mucho más descarnados y despiadados que los hombres.
Hasta hacía menos de una semana, Eidan, había vivido en una burbuja, jamás tuvo que enfrentarse a esos seres que parecían salidos de algún cuento de terror, para asustar a los pequeños, cuando sus padres no deseaban que se mantuvieran despiertos por las noches. Pero aquel ser, le había dejado un imborrable souvenir, una cicatriz que cruzaba su mejilla izquierda, - maldita alimaña, juro… que os encontraré y devolveré la gentileza - caviló antes de seguir el camino.
Ya sin tener muy en claro donde pasaría las horas hasta que llegara el momento de la reunión, decidió que le caería bien tomar un café, el que le devolviera un poco de calor en una mañana que, parecía, sería lluviosa. Por eso, dejó su caballo en una de las caballerizas que se encontraban cerca de la plaza Tertre y se encaminó al café más cercano, en el mismo centro de Paris.
La campanilla advirtió al dependiente que un nuevo cliente había llegado, en pocos minutos se encontraba sentado, esperando su pedido. Su mirada recorrió el salón. Una pareja charlaba animadamente, mientras que de forma disimulada, se rosaban los dedos de las manos, como un gesto de cariño. En otra mesa, un caballero leía el periódico. Más allá una mujer esperaba impaciente, vaya uno a saber qué. Los ojos del detective se posaron en una joven, que había recibido su pedido, justo en ese momento. Observó que le habían traído una magdalena y en ella una pequeña vela encendida, que la joven sopló, - Feliz cumpleaños – susurró, sonriendo inconscientemente a la joven.
Vinicius Lombardi- Cazador Clase Alta
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Re: Un nuevo aniversario {Eidan Landibar}
Durante el tiempo que estuvo esperando su pedido, en el local entraron varias personas que fueron sentándose en las mesas que había a su alrededor. Algunas eran jóvenes parejas que disfrutaban de un momento a solas. Otras, en cambio, personas solitarias que tan sólo buscaban un poco de calor en aquella mañana que se tornaba más y más fría en cada minuto que pasaba. Eléa miraba a cada una de ellas imaginando sus historias detrás de aquella máscara. Pensó también en lo que los demás imaginaban de ella, en cuál sería su propia historia. ¿Alguno de ellos podría ver lo que era realmente, igual que lo hacía ella? ¿Había alguien peligroso en aquel café? Posó su mirada en cada uno y la mantuvo durante un par de segundos valorando si suponían una amenaza para ella. Determinó que, por el momento, se encontraba a salvo tras esas paredes.
Su pastel llegó y la vela prendida se apagó con su soplido. A pesar del ruido que había en el local, escuchó unas palabras que iban claramente destinadas a ella. Levantó la mirada en la dirección habían llegado las palabras y se cruzó con la mirada de un hombre que la sonreía. Se quedó mirándolo durante unos segundos con una sonrisa tan imperceptible en el rostro que parecía una simple mueca. Finalmente bajó la mirada a su pastel y con el tenedor partió un trozo para meterlo en la boca. Mientras degustaba el postre miró por la ventana de nuevo. Las primeras gotas comenzaban a caer sobre el suelo todavía mojado, creando pequeñas ondas en los charcos ya formados. La gente que seguía en las calles se resguardó bajo los balcones de las viviendas cercanas justo en el momento en el que la lluvia arreciaba. Los charcos salpicaban con fuerza mientras iban creciendo con cada gota que se les unía.
El camarero pasó junto a su mesa con una bandeja llena de tazas y platos. Se paró en la mesa que había detrás de ella, donde una mujer sola esperaba ansiosa. Dejó todo lo que traía en esa mesa, demasiadas cosas para una sola mujer. Cuando volvía de vuelta al mostrador Eléa levantó la mano y le hizo un nuevo pedido que le joven se dispuso a preparar. Volvió a concentrarse en su pastel pensando en la noche anterior, en la lluvia que no había parado durante las largas horas de oscuridad y en la sensación de tener el cuerpo empapado hasta los huesos. Era curioso cómo los gustos cambiaban según la forma que adoptara. Como humana odiaba mojarse, odiaba la lluvia y caminar bajo ella. Como animal no le importaba en absoluto, incluso le gustaba.
Un grupo de mujeres que entraron en el café la sacó de su trance. Ocuparon las sillas que la mujer tras ella guardaba con tanto ímpetu y cada una se adjudicó una taza distinta. Eléa pudo percibir el olor a lluvia que emanaban los abrigos completamente empapados. Sin duda, el chaparrón les había pillado de camino. En ese momento, el camarero salió de detrás de la barra con un pastel en la bandeja y se acercó a la mesa del hombre que momentos antes la había mirado.
-De parte de la señorita -dijo dejando el pastel sobre la mesa.
La cambiante miró entonces al joven y esta vez le dedicó una sonrisa más amplia. Después siguió comiendo su pastel.
Su pastel llegó y la vela prendida se apagó con su soplido. A pesar del ruido que había en el local, escuchó unas palabras que iban claramente destinadas a ella. Levantó la mirada en la dirección habían llegado las palabras y se cruzó con la mirada de un hombre que la sonreía. Se quedó mirándolo durante unos segundos con una sonrisa tan imperceptible en el rostro que parecía una simple mueca. Finalmente bajó la mirada a su pastel y con el tenedor partió un trozo para meterlo en la boca. Mientras degustaba el postre miró por la ventana de nuevo. Las primeras gotas comenzaban a caer sobre el suelo todavía mojado, creando pequeñas ondas en los charcos ya formados. La gente que seguía en las calles se resguardó bajo los balcones de las viviendas cercanas justo en el momento en el que la lluvia arreciaba. Los charcos salpicaban con fuerza mientras iban creciendo con cada gota que se les unía.
El camarero pasó junto a su mesa con una bandeja llena de tazas y platos. Se paró en la mesa que había detrás de ella, donde una mujer sola esperaba ansiosa. Dejó todo lo que traía en esa mesa, demasiadas cosas para una sola mujer. Cuando volvía de vuelta al mostrador Eléa levantó la mano y le hizo un nuevo pedido que le joven se dispuso a preparar. Volvió a concentrarse en su pastel pensando en la noche anterior, en la lluvia que no había parado durante las largas horas de oscuridad y en la sensación de tener el cuerpo empapado hasta los huesos. Era curioso cómo los gustos cambiaban según la forma que adoptara. Como humana odiaba mojarse, odiaba la lluvia y caminar bajo ella. Como animal no le importaba en absoluto, incluso le gustaba.
Un grupo de mujeres que entraron en el café la sacó de su trance. Ocuparon las sillas que la mujer tras ella guardaba con tanto ímpetu y cada una se adjudicó una taza distinta. Eléa pudo percibir el olor a lluvia que emanaban los abrigos completamente empapados. Sin duda, el chaparrón les había pillado de camino. En ese momento, el camarero salió de detrás de la barra con un pastel en la bandeja y se acercó a la mesa del hombre que momentos antes la había mirado.
-De parte de la señorita -dijo dejando el pastel sobre la mesa.
La cambiante miró entonces al joven y esta vez le dedicó una sonrisa más amplia. Después siguió comiendo su pastel.
Eléa Pelletier- Cambiante/Realeza
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Re: Un nuevo aniversario {Eidan Landibar}
Eidan era un buen policía, podía distinguir las diferencias casi mínimas que hacían de una persona un sospechoso o no. Pero con respecto a las mujeres, a querer tratar con alguien del sexo opuesto, simplemente para crear una nueva amistad, era algo casi imposible. Con su sonrisa clavada en el rostro siguió observando a la joven, que tras un delicado bocado de su pastel, levantó la vista y sin necesidad de investigar quien había sido el responsable de aquella frase dedicada a ella, había clavado su mirada en él. No le había sonreído, tampoco hecho una mueca de disgusto, pero pudo descifrar o por lo menos así fue su deducción, que no había caído tan bien aquel comentario suyo.
Bajó la mirada luego que ella se hubiera concentrado nuevamente en su comida y posteriormente observado la lluvia que caía en el exterior. Aunque intentó no volver a mirarla, había algo en ella que llamaba la atención, la mirada cargada de un sentimiento que no podía llegar a distinguir, un misterio que la envolvía y que para un policía como él, un amante de los misterios, no había nada que le llamara más la atención.
El mesero trajo su café negro y se dispuso a tomar un sorbo, hizo una mueca de disgusto cuando se quemó los labios y la lengua, pues no se había percatado que su pedido estaba sumamente caliente. Hizo una mueca de disgusto, aunque luego se sonrió, llevando su mano a la nuca y masajeándose, - la verdad que por momentos… eres un total desastre – se dijo. En realidad, luego de pasar horas pensando cómo resolver un caso que le venía rondando en la cabeza, era realmente complicado que no estuviera tan desconcentrado.
Suspiró, tomando nuevamente su taza de café y haciendo un sorbo, mucho más cuidadoso y atento a no quemarse nuevamente. Colocó el pocillo en el pequeño plato y se acomodó mejor en la silla, recargando el peso de su espalda en el respaldo de la silla, giró su rostro para contemplar el ventanal, la lluvia no cesaba de caer. Consultó su reloj y se percató que todavía tenía tiempo para la importante reunión, la cual no podía faltar. Volvió a resoplar, - ¿y porque no puedo faltar? ¿Por qué no puedo simplemente renunciar a todo aquello y buscarme una manera más sencilla de vivir? Dinero no me falta, tengo todo lo que un hombre puede pedir… pero tampoco podría retirarme de la fuerza, sin descubrir al asesino de mi padre – caviló mientras su entrecejo se marcaba, como cada vez que algo en realidad le molestaba.
Ensimismado en todo aquello se encontraba, apretando febrilmente aquel reloj que perteneciera a su padre, cuando el mesero se acercó, depositando una porción de pastel. Eidan, estuvo a punto de decirle que él no había hecho ningún pedido, pero su sorpresa fue enorme cuando el joven le informó que se lo obsequiaba la joven que estaba enfrente. Eidan llevó su mirada a la joven y por fin pudo ver en aquel bello rostro una sonrisa. Él sonrió y agradeció con un gesto, para luego levantarse de su silla y caminar hasta donde la joven se encontraba sentada. Hizo una reverencia para saludarla, - Buenos días, señorita -.
Bajó la mirada luego que ella se hubiera concentrado nuevamente en su comida y posteriormente observado la lluvia que caía en el exterior. Aunque intentó no volver a mirarla, había algo en ella que llamaba la atención, la mirada cargada de un sentimiento que no podía llegar a distinguir, un misterio que la envolvía y que para un policía como él, un amante de los misterios, no había nada que le llamara más la atención.
El mesero trajo su café negro y se dispuso a tomar un sorbo, hizo una mueca de disgusto cuando se quemó los labios y la lengua, pues no se había percatado que su pedido estaba sumamente caliente. Hizo una mueca de disgusto, aunque luego se sonrió, llevando su mano a la nuca y masajeándose, - la verdad que por momentos… eres un total desastre – se dijo. En realidad, luego de pasar horas pensando cómo resolver un caso que le venía rondando en la cabeza, era realmente complicado que no estuviera tan desconcentrado.
Suspiró, tomando nuevamente su taza de café y haciendo un sorbo, mucho más cuidadoso y atento a no quemarse nuevamente. Colocó el pocillo en el pequeño plato y se acomodó mejor en la silla, recargando el peso de su espalda en el respaldo de la silla, giró su rostro para contemplar el ventanal, la lluvia no cesaba de caer. Consultó su reloj y se percató que todavía tenía tiempo para la importante reunión, la cual no podía faltar. Volvió a resoplar, - ¿y porque no puedo faltar? ¿Por qué no puedo simplemente renunciar a todo aquello y buscarme una manera más sencilla de vivir? Dinero no me falta, tengo todo lo que un hombre puede pedir… pero tampoco podría retirarme de la fuerza, sin descubrir al asesino de mi padre – caviló mientras su entrecejo se marcaba, como cada vez que algo en realidad le molestaba.
Ensimismado en todo aquello se encontraba, apretando febrilmente aquel reloj que perteneciera a su padre, cuando el mesero se acercó, depositando una porción de pastel. Eidan, estuvo a punto de decirle que él no había hecho ningún pedido, pero su sorpresa fue enorme cuando el joven le informó que se lo obsequiaba la joven que estaba enfrente. Eidan llevó su mirada a la joven y por fin pudo ver en aquel bello rostro una sonrisa. Él sonrió y agradeció con un gesto, para luego levantarse de su silla y caminar hasta donde la joven se encontraba sentada. Hizo una reverencia para saludarla, - Buenos días, señorita -.
Vinicius Lombardi- Cazador Clase Alta
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Re: Un nuevo aniversario {Eidan Landibar}
El sonido de las gotas contra el suelo seguía atravesando el ventanal del café. La luz fuera había disminuido por culpa del cielo cubierto de nubes y casi parecía que la noche estaba por llegar, aunque todavía quedaran unas cuantas horas para ello. La vista de la cambiante volvía a vagar de un lado para otro del local, mirándolo todo pero sin fijarse en nada en concreto. Las mujeres a su espalda eclipsaban todo el sonido del café, siendo con diferencia las más ruidosas. Un par de mujeres jóvenes murmuraban entre ellas justo al otro lado de donde se encontraba Eléa, pero apenas podía entender lo que decían. Las estridentes voces de las señoras funcionaban como unos perfectos tapones para los oídos.
Siguió recorriendo las mesas sin mucho interés hasta que llegó a la de aquel hombre que la había mirado momentos antes. Se quedó observándole con disimulo mientras metía en su boca otro trozo de pastel. El camarero trajo el primer pedido de su mesa, una taza con un líquido oscuro que la cambiante identificó inmediatamente como café. No pudo evitar sonreír de manera contenida cuando el policía hizo una mueca al beber el primer sorbo de aquella bebida. Bajó la mirada a su plato inmediatamente y dio otro bocado al postre.
Miró a través de la ventana donde más personas corrían para intentar librarse de la lluvia que no paraba de caer. Algunos de ellos corrían camino de la puerta del local, abriéndola con fuerza buscando una mesa libre donde sentarse. Cada vez que ésta se abría el aroma de la lluvia inundaba cada centímetro de aire. Los abrigos gruesos de los hombres desprendían un olor a lana mojada que los hacía parecer pesados y ásperos. Al menos, Eléa lo relacionaba con esa sensación que tan desagradable le resultaba. La mayoría de las mujeres, en cambio, desprendían un olor cálido a perfume y ropa seca, seguramente por caminar bajo un paraguas o bajo los abrigos de sus acompañantes.
Miró en dirección a Eidan en el momento en el que el camarero llevaba el pedido que ella había hecho. El hombre recibió el trozo de pastel bastante sorprendido y no tardó en acercarse hasta su mesa.
—Buenos días, monsieur —saludó. —Espero que la tarta sea de su agrado, dicen que es la mejor. —Señaló con la vista el plato con el pedazo de dulce. —A veces cuesta beber el café sólo. Demasiado amargo para mi gusto —comentó.
Dejó el tenedor sobre el plato y acercó la taza de té junto a éste. Con la cucharilla removió el líquido un par de veces y la dejó a un lado para dar el primer sorbo.
—¿Quiere sentarse? —le ofreció señalando la silla que tenía enfrente.
Siguió recorriendo las mesas sin mucho interés hasta que llegó a la de aquel hombre que la había mirado momentos antes. Se quedó observándole con disimulo mientras metía en su boca otro trozo de pastel. El camarero trajo el primer pedido de su mesa, una taza con un líquido oscuro que la cambiante identificó inmediatamente como café. No pudo evitar sonreír de manera contenida cuando el policía hizo una mueca al beber el primer sorbo de aquella bebida. Bajó la mirada a su plato inmediatamente y dio otro bocado al postre.
Miró a través de la ventana donde más personas corrían para intentar librarse de la lluvia que no paraba de caer. Algunos de ellos corrían camino de la puerta del local, abriéndola con fuerza buscando una mesa libre donde sentarse. Cada vez que ésta se abría el aroma de la lluvia inundaba cada centímetro de aire. Los abrigos gruesos de los hombres desprendían un olor a lana mojada que los hacía parecer pesados y ásperos. Al menos, Eléa lo relacionaba con esa sensación que tan desagradable le resultaba. La mayoría de las mujeres, en cambio, desprendían un olor cálido a perfume y ropa seca, seguramente por caminar bajo un paraguas o bajo los abrigos de sus acompañantes.
Miró en dirección a Eidan en el momento en el que el camarero llevaba el pedido que ella había hecho. El hombre recibió el trozo de pastel bastante sorprendido y no tardó en acercarse hasta su mesa.
—Buenos días, monsieur —saludó. —Espero que la tarta sea de su agrado, dicen que es la mejor. —Señaló con la vista el plato con el pedazo de dulce. —A veces cuesta beber el café sólo. Demasiado amargo para mi gusto —comentó.
Dejó el tenedor sobre el plato y acercó la taza de té junto a éste. Con la cucharilla removió el líquido un par de veces y la dejó a un lado para dar el primer sorbo.
—¿Quiere sentarse? —le ofreció señalando la silla que tenía enfrente.
Eléa Pelletier- Cambiante/Realeza
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