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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Tarik Pattakie Miér Mar 05, 2014 2:33 am

Los libros personales del conde, se encontraban en una habitación ajena a la biblioteca, pero eso no le restaba dotes a su magnificencia. Cualquiera que desconociera de qué se trataba ese lugar, difícilmente se le pasaría por la mente que cada pieza en su interior, eran reliquias que el vampiro había ido coleccionado con el paso de los años. Las pinturas que colgaban en los pasillos con escenas deslumbrantemente eróticas, no era su único pasatiempo. Había archivado, en un arranque de furia, algunas memorias de su vida mortal e inmortal. Las primeras, difíciles de recuperar, contenían algunos diarios y bocetos. Tras su transformación y el terrible escándalo que se propició cuando Astrid fue encontrada muerta, le habían hecho huir de Inglaterra. Atrás había dejado cada pertenencia, incluido su tan vanagloriado título. Al no existir ningún pariente cercano o lejano a la familia Ralph para que reclamara las propiedades, pronto todo se había perdido. Le había costado un par de años volver a hacerse con aquello que era suyo por derecho. Desde que había desarrollado un exquisito gusto por el egoísmo, la egolatría y el mal; aquéllos que se negaron a hacer un trato, la muerte rápidamente habían encontrado. Lucern no se había preocupado por las sutilezas. No cuando ya era un experto para cubrir sus huellas. Mientras pensaba en ello y su boca se torcía en un siniestro gesto, sacó un libro de cuero. Rápidamente lo abrió y hojeó. Conocía cada palabra, así que rápidamente encontró el fragmento que buscaba. Ágatha había perdido, lo que significaba, que él podría imponer su castigo. Su mujer aún tenía muchas cosas que aprender. La más importante, que no se podía competir en historia con un ser que llevaba vagando entre mortales e inmortales por más de seis siglos. O quizás, se dijo a sí mismo, quien debía aprender era él. Su ceño se frunció ligeramente mientras recordaba esa mirada desafiante en el rostro de su esposa, acompañada con esa sonrisa llena de secretos que no hacía más que despertar su deseo. Era bueno que al menos uno de los dos, siguiese las reglas del juego. En cuanto salió de la habitación, con el libro aún en su posesión, se encontró con James. Su sirviente, que seguramente llevaba más de unos minutos esperándolo en el pasillo, se veía alarmado.

El conde enarcó una ceja, señal de que podía empezar a hablar. Nunca lo interrumpió. Su ceja se limitaba a alzarse un poco más. - ¿La condesa ha sido informada de su llegada? James rápidamente respondió negativamente. Algo muy sabio, dado que Lucern no quería involucrar a su mujer, aun cuando la inesperada visita exigía encontrarse con ella. – Yo trataré con esto. Asegúrate de que mi esposa no se sienta atraída por los ruidos en esta habitación. Me desharé de él tan rápido como me sea posible. El sarcasmo que destilaba su última frase, dejaba en claro que se tomaría su tiempo. Una vez que terminara, Luther no volvería a enviar a sus hombres para hablar con Ágatha. – Pon a alguien de guardia si es necesario. Me enfrentaré a la ira de mi mujer cuando este asunto esté zanjado. En ese momento, Lucern actuaba y hablaba como un dictador. Cerró la puerta tras de sí. Su mirada, amenazadora, inmediatamente se posó sobre los invitados no deseados. Un sirviente y un vampiro. Vaya, vaya. De modo que Sigismund había advertido que los suyos no serían bien recibidos. Su pensamiento rápidamente careció de importancia tras observar el estado lamentable del otro inmortal en la habitación. Clavó la mirada en el hombre que irradiaba disgusto. El conde sonrió con autenticidad. Una sonrisa maldita, pero sonrisa al fin y al cabo. – Mi señora no puede recibirlos. Así que les concedo unos segundos de mi valioso tiempo para que precisen capturar mi atención. De no lograrlo, tomaré su presencia non grata como un desafío. Es el protocolo que seguimos cuando alguien llega aquí sin invitación. La mansión Ralph, se encontraba ubicada muy a las afueras de la ciudad. Solo un idiota y un suicida, se atrevería a cruzar la línea que delimitaba sus dominios. Caminó, como dueño y señor, hasta rodear su escritorio. Dejó el libro sobre los documentos que había estado firmando y aguardó. Su mente ya era presa de un sinfín de escenarios. Ninguno agradable para ellos. – Mi amo ha muerto y estoy aquí para cumplir con su último deseo. Él quería que la señora Von Fanel se hiciera cargo de Aldous. Ella sabrá qué hacer. Había tristeza en las palabras del sirviente, pero al conde poco le importó. – D’ Ralph. Corrigió. – Ahora lleva mi apellido. La ira que lo embargó, no podía competir con esa agradable sensación de saber que Luther había sido eliminado. Ni siquiera le importó el saber cómo o porqué, bastaba con la bien recibida noticia. – Como sea, su respuesta es no. Si su mujer lo escuchara, probablemente se molestaría al hablar por ella sin consultárselo; pero estaba claro que él parecía estar seguro de sí mismo, puesto que aseveraba que ahora que eran esposos, su deber era protegerla y tomar las decisiones más importantes en su nombre.


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Mensaje por Hela Von Fanel Miér Mar 26, 2014 11:23 am


Soberbia, así luce exactamente la mirada afilada de la dama, cuyo objetivo no es otro más que las notas suicidas en las partituras frente a ella. Existe una lista bastante reducida de las personas que le han escuchado tocar el piano, menor aún son aquellos que han concebido idealizar las melodías imposibles de su violín. Entre ellos, se encuentra Lucern, pero en esa ocasión él no puede escucharla. Sus manos ejecutan con perfección el réquiem, proponiendo, deliberando, y resistiéndose a la humanidad del genio que compuso semejante obra. Se escucha melancólico en el preludio, alegre y desastroso en el crescendo, pero vuelve a la tristeza y al abandono en el final. La última nota, es arrastrada con parsimonia entre el arco y la cuerda del violín. El vibrato hace de esta, al amante empedernido, que muere al término de la batalla, lo convierte en héroe, lo eleva como mártir. Satisfecha, baja el violín al cabo de unos segundos, tiempo en el que percibe el reconocible perfume de alguien a quien creyó no volvería a ver jamás. Gira la cabeza en dirección al aroma, pero este se desvanece al instante, siente el escalofrío recorrer su piel y se queda callada contemplando la nada. El viento sopla en el balcón, las ráfagas logran adentrarse hasta sus aposentos y tal pareciera que acarician su rostro. Afuera, en los pasillos de la mansión, se escucha el estruendo de los invasores, sus pensamientos aturden a la vampiresa, pero no son ellos quienes perturban a la dama en cuestión, sino el reconocible y poco amable gruñido del conde en un estruendoso ‘No’ como respuesta. Lorraine decide ignorarlos, cierra las puertas de su habitación y se dispone a tocar nuevamente.

«Madame Von Fanel» El llamado resulta familiar, pero esta tan concentrada en sus notas, que aquella súplica se pierde en el estridente sonido de su violín. Al cabo de unos segundos, el pensamiento del extranjero ahonda dentro de su cabeza, pero esta vez lejos de parecerle indiferente, queda plasmada ante la mención de su segundo nombre. «Ágatha» Sacude su cabeza y sale disparada de la habitación, recorre los pasillos con extrema rapidez, necesita localizar el estudio de Lucern, y pese a que ha estado ahí más tiempo del necesario, cada vuelta, cada giro inesperado, la coloca en un laberinto inexplorado. Quisiera poder gritar y que le saquen de ese sitio, pero no es más que su maldita imaginación jugándole una broma en su desesperación. Al final logra llegar hasta ellos, no llama a la puerta, ni siquiera se anuncia con los súbditos de su ahora marido, simplemente hace uso de su fuerza y empuja la ostentosa puerta que sucumbe ante la vampiresa y logra abrirse de par en par. Ahí, en el despacho del conde, observa a dos hombres cuyo rostro resulta bastante familiar, los observa distraídos, con la guardia baja, pero sorpresivos pues ella ha atendido su llamado. Palidece.

–Es una broma- Se limita a decir. Alterna su mirada a ambos vampiros, desconociendo por completo la presencia de Lucern. –Él no..- Se calla. No puede terminar la frase y, para cuando su temor es confirmado por el mohín de uno, y la afirmación en la mente del otro, tanto como violín y arco, caen de sus manos para estrellarse en el suelo. La noticia le ha impactado. -¿Cómo?- Cuestiona. Necesita, exige saberlo, ese hombre estuvo ahí para ella, y cuando él más la necesitó ¿Dónde estaba Lorraine? Camina atónita entre ellos y toma su lugar al lado de Lucern, está destrozada y probablemente, furiosa con él por haberle negado el acceso a esos hombres hasta ella, pero lo que más necesita en ese momento es consuelo. -¡¿Qué estaban haciendo ustedes cuando ocurrió?! ¿Por qué no..? ¡Largo!- Los despide. No puede verlos a la cara sin reprocharles la muerte de Luther, quiere desmembrarlos por su falta, por no haber protegido a su amo, pero más que nada es su escudo, pues ha comenzado a darle vueltas en su cabeza a la culpabilidad que ella pudiese tener. -¡Dije largo! Me haré cargo de Aldous, si es lo que les preocupa, pero si los vuelvo a ver, los destrozaré yo misma, no merecen estar vivos y él no ¿Me explico?- La mirada maldita de la fémina atemoriza a los hombres, ellos la conocen, saben de lo que es capaz. Incluso, pese a la imponencia del conde, los hombres lograron desafiarle, a ella sin embargo, no le refutarían nada. –Alto, sólo una pregunta más- No saben si detener su andar o seguir caminando, sólo uno de ellos se detuvo. -¿Dónde está?-


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Mensaje por Tarik Pattakie Sáb Abr 05, 2014 9:13 pm

Era evidente que su mujer, no estaba siendo consciente de él. Oh, por supuesto que sabía que se encontraba en la misma habitación, tal como lo evidenció cuando se situó a su lado; pero no de la manera a la que el conde estaba acostumbrado. Por si eso fuera poco, ella parecía pensar – equívocamente – que no tenía nada que objetar en el tema. Un gruñido molesto retumbó en su pecho al percibir la tristeza e ira de la condesa. Lucern no entendía por qué demonios se molestaba en sentir algo hacia aquél vampiro. Si bien él no había olvidado que éste le había salvado la vida a su esposa, tampoco olvidaba el placer en el rostro desfigurado de Luther cuando le dijo que ella no se presentaría para celebrar el compromiso. Esperaba que, fuese cual fuese el destino del vampiro, ahora se encontrara retorciéndose en las profundas llamas del infierno. ¿No era ahí donde cada uno tenía reservado su espacio? Algún día quizás se encontrarían, pero mientras tanto, brindaría por su oportuna muerte. ¡Qué maldita lástima que no pudiese hacerlo con ella! Agregó, no sin cierto sarcasmo. Aprovechándose de no ser el centro de atención en la habitación, su mirada se clavó en el par de sirvientes que habían dejado pasar a su mujer. Había miedo en la mirada de uno de ellos y resignación en el otro. Ambas emociones eran válidas. Ellos ya sabían lo que sucedía cuando sus órdenes no se cumplían. Con la elegancia que lo caracterizaba, el conde abandonó la comodidad de su sillón. Dos de sus dedos trabajaron en el cuello de su camisa, aflojándolo. Su mano posesiva rápidamente se colocó sobre la cintura de su mujer mientras él la rodeaba hasta colocarse tras su espalda. Para el conde, era momento de retomar el control de la situación. Algo que no haría sentado. Había un placer sombrío en ver al enemigo levantar la mirada para capturar la suya. Hasta el momento, no se había encontrado con alguien que igualara o rebasara su estatura. – Pedí, estrictamente, que no se te molestara. ¿A quién tengo que castigar? ¿A mis sirvientes? ¿A los tuyos? ¿O a este par que ha osado entrar a mis dominios sin haberse anunciado? Las cuestiones del conde no eran dichas en voz alta porque esperara una respuesta. Simplemente lo hacía para embelesar macabramente a sus víctimas. Con tan solo su voz, él era capaz de entretejer toda clase de oscuros escenarios.

– Si entran aquí sin invitación, eso los convierte en enemigos. No puedo dejarlos marchar tan fácilmente, mi amor. Tengo una reputación que mantener. Esos últimos meses, Lucern había ido desarrollando un sentido del humor bastante cínico. – Te daré todas las respuestas que desees saber. Será un obsequio. El conde disfrutaba haciendo regalos a su mujer. Finalmente, había encontrado un uso para todas las riquezas que había ido acumulando con el paso de los años. Si bien Ágatha había forjado su propio imperio, él estaba empeñado en satisfacer todas sus necesidades. Algunas cosas, simplemente no cambiaban, ni siquiera porque fuesen vampiros. Ella había pasado a ser su compañera y él vería por su bienestar, le gustase o no. – ¿Y quién demonios es Aldous? Exclamó, para atraer su atención. Realmente, ¿la muerte de Luther le afectaba tanto? Sus colmillos descendieron en furia y su siseo fue tal, que James no tardó en aparecer. – Llévatelos. Rugió. – Necesito hablar con mi mujer. Será solo un momento. Por milésima vez, se preguntó si debía empezar a obsequiar a sus hombres más leales con el don de la inmortalidad. Si bien James y los demás, bebían de él para que su fuerza fuese más que la de un humano ordinario, ésta no tenía mucho que hacer contra los de su especie. Una vez estuvieron solos en el estudio, él la hizo girar en sus brazos. Colocó ambas manos en su cintura, y la levantó hasta sentarla sobre el escritorio. Lucern era extremadamente demandante. No tardó en meterse entre sus piernas. Se le ocurrían más de mil maneras de pasar el tiempo que hablando de Sigismund. ¿Podía su odio volverse más demoledor? Al parecer, sí. – No soy conocido entre los nuestros por ser misericordioso, Ágatha. No voy a mentirte, nunca más. La muerte de Luther solo me provoca una cosa, regocijo. Tampoco puedo evitar sentir tu tristeza como una traición hacia mí. Eres mía. Mía, no de él. ¿Crees que desconocía sus sentimientos hacia ti? Estaba obsesionado contigo y si hubiese sido yo a quién hubiesen eliminado, él también habría festejado. Después de todo, eso lo hubiese puesto un paso más cerca de tenerte. Así que mi señora, ¿podrías solo olvidar lo que aquí ha tenido lugar? No es como si alguna vez te hubiese permitido volver a verlo. Sigismund para ti estuvo muerto desde que nuestro compromiso fue firmado. Sonaba como un extraño, pero eran los celos lo que le estaba corroyendo. Ella no le había contado, aún, del año que había pasado lejos.


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