Promesas por cumplir // Privado - Cronos

En las fraguas, la joven golpeaba el acero caliente con la maza. Un humano no comprendería por qué una mujer como ella estaba en un lugar así, y menos aún cómo podía ser herrero una muchacha delgada en apariencia como la rubia. Mas la mujer era mucho más de lo que dejaba ver su hermosa cara y si alguien tocaba sus manos, podía notar que estaban curtidas como las de una trabajadora. Podía ser la heredera de la manada, pero se dejaba la salud como los demás con tal de proteger a los suyos. Y ya que su padre, Aúkoc, no quería que ella estuviera en el fragor de la batalla, Saga había decidido ayudar del mejor modo que se le ocurrió y ya de muy niña observó al herrero principal del clan, se convirtió con el tiempo en su mano derecha y, ahora, era toda una experta en forjar hierro y alinear hojas de espada. Nadie diseñaba mejores empuñaduras y armas perfectamente equilibradas. Ella estaba allí porque quería, amaba ese trabajo, sin importar lo mucho que sudara o cuántas duricias se formaran en las almas de sus manos o ampollas se abrieran en sus dedos.
 
Era una chica dedicada, y no sólo a su oficio, sino a la familia, a los amigos, al pueblo. Y ellos la querían, la admiraban y respetaban. Se había ganado a pulso cada sonrisa y saludo que le dedicaban, no sólo por ser hija de quien era, sino con su esfuerzo, con su pasión y buen hacer. Sin embargo, por muchos años que pasaran, Saga seguía recordando una promesa que se hizo a sí misma aún siendo una niña, antes de ser mordida y convertida en licántropo por su padre, antes de ser hechizada por la bruja y caer en un coma que duró semanas. Una promesa que aún no había sido capaz de cumplir, y aquello la reconcomía por dentro.
 
Se secó la frente con el brazo, hundiendo la hoja candente en el agua y suspiró, dirigiendo su mirada a un lado, ya que alguien la observaba desde la entrada hacía ya varios minutos, aguardando a que terminara para prestarle atención. -¿Qué ocurre, Lomar?- Agarró un trapo para limpiarse y secarse las manos, acercándose al varón que seguía en silencio. -¿Interrumpiste tus quehaceres para venir a verme trabajar? Qué honor…- El tono de la joven era bromista pues ambos sabían que aquel no podía ser el motivo de la visita del viejo sabio. Éste le dedicó una afable sonrisa en la que se pudo apreciar aquel colmillo superior derecho que ya no tenía, perdido décadas atrás en una pelea licana. El anciano se acercó a la rubia y le susurró algo al oído. Los orbes azules de la muchacha se abrieron y un destello ambarino resaltó en ellos antes de que la heredera abrazara y besara la mejilla de su amigo. -Te quiero, Lomar. ¡Eres el mejor!- Cogió un cubo de agua y lo echó a las brasas, apagándolas antes de salir corriendo hacia su casa para cambiarse. Sin acicalarse ni nada por miedo a perder demasiado tiempo, únicamente se puso ropa más cómoda y al salir, de un salto se subió a su yegua sin montura ni bocado, se agarró con ambas manos de la cabellera oscura del animal y arrancó al galope.
 
Cruzó la aldea a toda velocidad, adentrándose de inmediato en el bosque a través del sendero principal. Pronto tomó un desvío, sintiendo el viento cortarle la cara y enredarle la melena. Después de tanto tiempo, al fin noticias sobre su paradero. ¿Sería él? Una vez le habían asegurado que era él y por la descripción casaba perfectamente, sin embargo, cuando llegó allí y le vio, supo que no se trataba del mismo hombre. Tal vez no recordara a la perfección su cara, pero jamás olvidaría su actitud, sus gruñidos y aquella voz que aún resonaba en su cabeza en sueños. Era su conciencia recordándole que debía cumplir su palabra para mantener el honor que con tanto orgullo aseguraba poseer.

El suelo estaba húmedo por las primeras lluvias de otoño, el bosque se extendía muchos kilómetros hacia el oeste situando el condado de Akershus en el límite oriental. El bosque estaba dominado por los esplendidos Quilloys, también llamados olmos de plata por los humanos. Los troncos eran anchos y fuertes, y de un color gris metalizado. En otoño, las hojas cogían una tonalidad gris plateada reflejando la mortecina luz otoñal envolviendo el bosque con una brillante aura plateada.
Intente moverme despacio a través de los matorrales para evitar cualquier sonido que delatara mi posición, Con el arco en mi diestra y el carcaj en la espalda dejé que olor de la presa me embriagara, un corzo de buen tamaño, ya estaba muy cerca, me agazape entre los arbustos, parecía que todavía no me había descubierto, aunque se movía con rapidez, en poco tiempo pasaría junto a mí.
Levante la cabeza sigilosamente, sacando una de las saetas que llevé a la cuerda y en cuanto el animal pasó por mi lado me alcé tensando el arco llevando la maroma a mis labios para soltarla de inmediato.

Atravesé el cuello del herbívoro con destreza y este cayó al suelo dando sus últimos coletazos de vida, mi sonrisa triunfal se perdió en los orbes ambarinos de mi sobrino, el rey de la selva lo llamaban, sus fauces chorreaban sangre y enarqué una ceja al percatarme que arrastraba un ciervo de unas magnitudes considerables.
-Hemos dicho con arco -proteste ladeando la sonrisa.

Mi sobrino y yo habíamos hecho buenas migas, era un buen muchacho que se había forjado una vida solo, era valiente, peor lo suficiente inteligente para saber que salvar el culo era lo correcto en ocasiones.
Stan, mi hermano gemelo era su padre, le conoció hacia ya algunos años y aunque no lo crió desde niño ambos se habían ganado el respeto ajeno.

Regresamos con la caza bromeando, le pegué algún capón que otro al pazguato del León que enardecido por su presa se sentía el animal superior.
Llegamos a Akershus sobre los dos percherones, para aguantar mi envergadura se necesitaban caballos fuertes.
Mi hermano se había quedado en la ciudadela, tenia unas cosas pendientes.
-Vamos a por tu padre y nos tomamos unas jarras – motivé al muchacho.

Sloan era mas parado que su padre en estas cosas, el escoces tardaba poco en alzarse las faldas de cuadros y sacar a pasear la verga, aun no entendía como podíamos ser hermanos, mi carácter era mucho mas oscuro.

La manada no vivía cerca de la urbe, como era de esperar, pues los lobos necesitaban una libertad que sólo el cobijo del bosque les podía brindar y, por ello, habitaban a las afueras, lejos de los humanos, evitando así a partes iguales que se molestaran o dañaran los unos a los otros. Cuando llegaba la luna llena, un licántropo solitario podía ser muy peligroso, pero estando todos juntos, era mucho más sencillo controlarse los unos a los otros, como en los packs de lobos de toda la vida. Juntos se protegían, se cuidaban, se alimentaban y se contenían. Por eso, salir o entrar en la zona donde residían, no era algo que cualquiera pudiera hacer dado al perímetro de control que ellos mismos vigilaban y guardaban con recelo. Sin embargo, a la muchacha la dejaron pasar sin preguntar siquiera a dónde se dirigía. Ella era la futura líder de la manada y, como tal, tenía ciertos privilegios de los que, normalmente, no solía abusar. Pero era un caso especial, no podía entretenerse en dar explicaciones, además que, seguramente, no comprenderían su afán por cumplir una promesa que tenía ya más de veinte años y que se hizo a un hombre sin nombre conocido.

Habían pasado muchos años y Saga temía no ser capaz de reconocer al hombre al que le debía, posiblemente, la vida. Algunas veces que había soñado con él, parecía tener muy claro cómo era y con esos recuerdos había insistiendo a la gente que sabía tenía contactos por todo Akershus para que, de toparse con alguien que se le pareciera, la informaran de inmediato. Muchas veces le habían llegado falsos rumores, la mayoría se descartaban rápido, pero en una ocasión acudió a ver si era el oso y al encontrarse con el hombre de cara, supo de inmediato que se había equivocado. Pero esta era la primera vez que las noticias llegaban de boca de Lomar y él era un hombre muy concienzudo, así que la rubia estaba segura de que, aquel día, iba a dar por fin con el grandullón.

En cuanto alcanzó la ciudadela, redujo el ritmo de su yegua hasta ir a un trote moderado, algo que no pudiera poner en riesgo a ningún niño que se le cruzara corriendo o entorpeciera los quehaceres de los habitantes que proseguían con sus rutinas. Según lo que le había comentado el viejo sabio, lo más probable era que lo localizara en una zona concreta de la ciudad, en un barrio en particular, así que dirigió hacia allí el paso de Libera, su caballo. Se detuvo al llegar, desmontando y guio al animal hacia un abrevadero, donde la dejó descansando y rehidratándose tras la galopada. No necesitaba amarrar a la yegua, pues le era fiel y no se iría sin ella. Miró a su alrededor y se aproximó al primer hombre que vio, describiendo a aquel al que estaba buscando. Le indicó que acababa de pasar un tipo así en dirección a la taberna, así que, con paso decidido, hacia ésta que se encaminó. Pero antes de llegar siquiera al local en cuestión, vio a tres hombres caminando juntos, de espaldas a ella, pues le llevaban la delantera, y un extraño escalofrío le recorrió la espalda, subiendo desde la rabadilla, columna vertebral arriba hasta la nuca. Siendo humana no había tenido un sentido del olfato como el que tenía ahora, ni los instintos tan a flor de piel, pero algo le decía que había dado con él. Se dio un tirón al bajo del chaleco de cuero que portaba y dio una breve carrera hasta alcanzar al trío de desconocidos. -Disculpen, creo que tengo algo que hablar con uno de ustedes.- Como había dos tipos altos, corpulentos y con el cabello largo, decidió tocar el hombro del que nada tenía que ver, asegurándose así que, ese no era el que andaba buscando, pero sí uno de los dos que le acompañaban a su lado.

El hombro de mi sobrino fue rozado por una rubita de grandes ojos vivos que parecía buscar a alguien. Le di un codazo que hizo a Sloan mirarme enarcando una ceja, con lo parao que era necesitaba un empujón o dos y eso le dio su padre en la espalda para ver si atacaba., Era una buena jaca a la que montar, podía pasar de las jarras con sus viejos y largarse con la rubita de ojos claros, no íbamos a culpar al muchacho.
-Es necesario que hables -le dije a la señorita ladeando la sonrisa -nos gustan mas calladitas -añadí entre risas.
-Disculpa a mi tío, se dejó los modales en el coño de su madre -dijo Sloan haciendo reír a su padre a carcajadas.
-Por eso los voy buscando en el resto de figas de mujer, peor nada..no hay suerte -repliqué encogiéndome de hombros y masajeando la barba.

Sloan negaba con la cabeza intentado que nos calláramos.
-¿que podemos hacer por ti? -preguntó el muchacho.
-¿estas seguro Stan que es tu hijo? -pregunté poniendo la mano en el hombro de mi sobrino -se nso hace un hombre.
-¡Queréis callaros ya cojones! -rugió el chico haciéndonos reír.

Stan me dio un empujón para que fuéramos a la taberna, al parecer el desdentado de su amigo estaba allí bebiendo, era un tanto cansino, siempre con esa cara de loco mirándonos, de seguro ese estaba desviado y le daba a todo. Cuando veía al melenitas ese del lobo blanco se ponía contento y la verga le abultaba el pantalón, menos mal que la bruja esgrimía la sarten como ninguna.

Íbamos a meternos cuando la rubita nos pidió que nos detuviéramos, al parecer no buscaba a mi sobrino.
-¡wuoooo! -apunté -entonces me buscas a mi -dije poniendo la mano en le pecho de Sloan y tirándolo hacia atrás para cobrar yo todo el protagonismo.
-No me esperéis despierto -dije con descaro mirándola de arriba a bajo.
La cosa es que me resultaba su olor familiar.
-¿tu y yo hemos fornicado ya? -pregunté enarcando una ceja -¿no me vendrás con un bombo o con un hijo bastardo no? -pregunté mirándola con el ceño fruncido sin ofender Sloan -añadí.

A veces fornicaba y iba tan borracho que no me acordaba al día siguiente ni de con quien había estado ,así que había que preguntar y no descartar nada.
-Puta no pareces -dije llevando mi diestra a su pelo limpio y sedoso que deje escurrir entre mis dedos sucios de tierra y sangre -habla mujer -la instigué con un gruñido.

La loba se quedó mirando la escena sin comprender. Había visto cómo actuaban los machos de su manada cuando se reunían, sabía que se solían poner chulos, se daban golpes unos a otros y gruñían a las hembras, pero sabía controlar la situación porque entre ellos, ella tenía un estatus, uno que ante desconocidos perdía. Eran tres hombres adultos, fuertes y, por como apreciaba en sus auras, todos cambiantes. No sabía si los tres serían osos o si serían distintos animales, pero aún así, ella estaba sola y si se ponían tontos, tendría las de perder a pesar de su rapidez y su fuerza sobrehumanas.

Ladeó la cabeza con confusión en un gesto muy canino, al tiempo en que sus perfiladas cejas se inclinaban al arrugarse la frente. De pronto pareció entenderlo todo y cuando los dos que, claramente, eran gemelos se daban media vuelta, se irguió de pronto dando el alto. -No es al joven al que busco. Sino al oso.- No tenía claro si con eso aclararía las cosas, tal vez los tres fueran lo mismo, aunque al menos había descartado al muchacho. Y como la vez anterior que se encontrara con el que salvara su vida, el tipo iba desnudo, no sabía si al vestirse usaría pantalones o… falda. Sin embargo, uno de ellos se dio por aludido y ella asumió que con eso había quedado claro a quién andaba buscando.

Se inclinó ligeramente hacia delante, dispuesta a olisquearlo, a ver si su memoria olfativa ponía de su parte y Saga terminaba por salir de dudas. Sin embargo, las palabras que salieron de entre aquellos labios enmarcados en tupida barba, hicieron que el rostro de la licántropo se compungiera en una mueca de desagrado. Le apartó de mala gana la mano cuando le tocó el pelo y con un gruñido que mostraba los dientes le dejó bien claro que nada de eso había pasado entre ellos, jamás. -No perdería mi virginidad con un hombre como tú que se acuesta con mujeres y olvida sus caras.- Espetó con enojo, a pesar de no haber sido ella una de sus víctimas de lecho. Sintió lástima por las pobres muchachas que se habrían dejado embaucar por su aspecto varonil o por el dinero que les pagara. Ni siquiera las cortesanas merecían ser desdeñadas.

Se llevó una mano a la cara y con los dedos índice y pulgar se presionó a ambos lados del tabique nasal, intentando apaciguar el dolor de cabeza que amenazaba con aparecer si se enfada más. Inspiró poco a poco, intentando calmar al lobo que dormitaba dentro, antes de dirigir nuevamente sus ojos azules como el mar al rostro confuso del barbudo. -Necesito saber si hace veinte años salvaste a una niña de un enjambre de abejas. De no ser así, me iré de inmediato y os dejaré... seguir a lo vuestro.- Resopló, deseando, a pesar de contradecir los deseos de cumplir su promesa durante dos décadas, haberse equivocado de hombre.

La rubita de ojos grandes me miraba de arriba a bajo, como si no se creyera o mejor dicho no se quisiera creer, que era yo el oso que buscaba. Francamente quizás le iban mas los hombres con falda, tenían la verga mas a mano, todo tenia sus ventajas, yo los veía algo afeminados, pero bueno, ya tenia mi sobrino bastante con ser bastardo como para encima cargar con otra lacra.
-Borrachos todos los osos somos pardos preciosa -le dije con una sonrisa ladeada cuando me apartó la mano de sus pelos dorados.

Acercó su nariz a mi para olfatearme, como si una licantropo necesitara tanta cercanía o yo no desprendiera ya un olor bastante varonil desde aquí después de haber ido de caza.
-¿que quieres loba? -dije impacientandome ya por tantas tonterías. Mi ceño se frunció esperando las respuestas que desde luego llegaron, nunca habíamos fornicado.
-Pues eso podemos cambiarlo ¿cuanto cobras? -pregunté llevando mi mano a la bolsa.
-Que no es puta gañan -me dijo mi sobrino desde atrás. Tendría que hacerle caso, él se había criado en un burdel, si alguien me ganaba sabiendo de putas era él, bueno y mi hermano que dejó preñada a su madre..al final eramos todos unos puteros.
-Entonces si no nos hemos acostado y no pretendes abrirte de piernas ¿que cojones quieres?

Mis dudas se disiparon, pero con algo que no tenia mucho sentido.
-Fijate, de las putas no me acuerdo, han sido tantas, pero..de la cría si, era pequeña, rubia y con una voz estridente, ademas de bastante molesta.
Enarqué una ceja captando su olor desde mi posición, no me jodas¿ la niña era ella?

La miré de arriba a bajo con la mirada sucia.
-¿y ahora también guardas algo tras los arbustos que pueda interesarme? Porque yo llevo algo entre las piernas que te puede interesar a ti -dije guiñándole un ojo.
Mi hermano se moría de la risa mientras mi sobrino hundía la cara en la palma de la mano incrédulo de lo que escuchaba.

Enarqué una ceja mirándola a ver si se arrancaba ya y me decía que estaba haciendo ahí.
-¿y si hablamos con algo de alcohol de por medio, venimos de caza y estamos sedientos? ¿o también tienes problemas con los borrachos? -le pregunté a la princesita a la que nada de lo que salia de mi boca parecía gustarle?

Con cada palabra que salía de la boca de aquel hombre, tenía más clara una cosa, y es que con los años había idealizado al que la salvara, porque desde luego, aquel oso era de todo menos un héroe. No lo recordaba como un príncipe azul, no era tan necia, además que uno hubiese aceptado las gracias en su día en vez de hacer que le buscara durante dos malditas décadas. Pero tampoco tenía en su memoria que fuera tan estúpido, engreído y cerdo. -¿Seguro que eres un oso y no un puerco?- El que la tratara de prostituta ya lo ignoraba, estaba cantado que aquel tipo sólo pensaba en una cosa y ella no iba a dársela. Resopló, porque de pronto él le exigía saber lo que quería, pero no dejaba de parlotear diciendo tonterías, y la que se empezaba a exasperar era Saga.

Cuando, al fin, el cambiante pareció darse cuenta de lo que ocurría y de que ella era la niña, no se le ocurrió más que soltar otro improperio por el que la rubia le hubiese hundido el puño en la cara de no ser ese gañán el que le había salvado la vida años atrás. Intentó calmar la rabia que sentía, pero sus ojos dorados delataban que no estaba para más estupideces de las de ese hombre. -No me interesa lo que puedas tener entre las piernas. Por mí, como si te lo metes tú sólo en la cloaca que tienes centímetros más atrás.- La hija de Aúkoc era una alfa salvaje que se pasaba las horas forjando armas, no era precisamente fina ni diplomática como Thea Silje, y si tenía que reventar cabezas, lo haría sin meditar. Claro que aquel no era el lugar ni ese el oso indicado. Le debía gratitud, aunque fuese un energúmeno y cumpliría la promesa que se hizo a sí misma para poder seguir sintiéndose orgullosa de ser quién era y blandir con sinceridad su honor. Pero eso no significaba que no pudiera dejarle las cosas claras al contrario y decirle cuatro verdades.

Ella misma empezaba a necesitar una jarra de hidromiel y teniendo en cuenta que en la calle empezaban a llamar demasiado la atención, asintió a la pregunta de ir a por algo de alcohol. Aunque de inmediato hizo una mueca por la que le siguió. -Pensaba que los osos tendrían más aguante que los lobos. Pero si te emborrachas con facilidad… será que estaba equivocada.- Le dedicó una cruenta sonrisa y pasó de largo por su lado, acercándose al que parecía ser más sensato de los tres. -¿Dónde queda la taberna?- Le preguntó, esperando que la guiara hacia allí, y que los dos gemelos les siguieran. Por las risas que se echaba el otro todo el rato, debía ser tan idiota el que llevaba falda como el que no. Suspiró. Encaminándose hacia su destino. Esperaba que con algo de alcohol en las venas, hasta ella tolerara mejor al oso.

Tras soltar una insensatez que me sonó a reto y que me hizo ladear la sonrisa dándole un codazo a mi hermano la dejé que pasara entre ambos para irse con mi sobrino.
-¿aguantar mas que nosotros? - reí a carcajadas pues la verdad es que la rubita tenía su gracia -esta niña no sabe con quien está tratando.
Sloan le indicó con el indice donde quedaba la taberna, apenas un par de cuadras mas allá, el cabron para haberse criado en un burdel era bastante civilizado.
-¿es por la falda esa que os gastáis? -pregunté a mi hermano bromeando porque la final se estaba llevando a la hembra y nos dejaba a nosotros con el culo al aire, bueno, a mi hermano mas que a mi, yo llevaba pantalones.

Caminamos riéndonos rumbo a la taberna, unas jarras no nos vendrían nada mal a ninguno, habíamos tenido una buena sesión de caza y pensaba meterme una buena cantidad de alcohol entre pecho y espalda.
Lo mejor que tenia Akershus, eran ademas de sus hembras siempre dispuestas a abrirse de piernas, el alcohol de la taberna. Empezaba a pensar que tenían razón y Odin no dejaba de llenar de hidromiel sus cuernos. Si bien era cierto a mi esa fraternidad gay que se gastaban no me iba y tampoco entendía su ansia por llegar a un tal Valhalla donde podían hacer exactamente lo mismo que en este mundo, es decir, beber, follar y matar... tenía que admitir que no se estaba mal allí y Randulf me daba los motivos suficientes como para manchar la espada de sangre a menudo.

Vendía mi acero al mejor postor, bien podía haber sido el mismo Höor, pero el héroe tenía la estúpida idea de no pagar mercenarios. Era demasiado idealista, no siempre practico, pero despertaba lealtad. Tenía que reconocer que no me gustaría que algún día el dinero me llevara a un enfrentamiento directo contra él, no quería dejar a Akershus sin esperanza, claro que Höor pensaba por contra, que no quería dejar a Stan sin hermano, algo que al final nos hacía reír a ambos ya borrachos.
Nos llevábamos bien y aunque no lo reconociera, alzaría mi acero por su causa si así me lo pidiera, sin dinero de por medio, creo que su ciudadela me había cambiado.

Pedí una ronda de jarras y planté una frente a la rubia pasando mi brazo por encima de sus hombros atrayendola hacía mi con rudeza, acerqué mi rostro al suyo pues el jaleo hacía casi imposible escucharnos con normalidad.
-¿quieres apostemos quien es capaz de beberse mas jarras? -pregunté guiñandole un ojo.
Deslicé mi nariz por su cuello olisqueando.
-te recordaba humana, aunque apestabas a manada..veo que ya te han transformado en loba, mejor, eso igualará un poco las tornas.
-Bebe -ordené empujando de nuevo la jarra hacia ella.

Durante años le había estado dando vueltas a encontrarse con el cambiante que le había salvado la vida. Deseaba darle las gracias, pero era un hombre al que de nada conocía, así que no tenía ni la menor idea de qué podía hacer para agradecer su gesto desinteresado del pasado. Lo único que recordaba era la imagen del oso ignorándola y rascándose el culo. Tenía claro que no era un hombre pulcro ni educado, que le había pedido, en su día, algo de alcohol. Pero ni una botella del mejor licor le parecería suficiente moneda para pagar por todo lo que gracias a aquel acto desinteresado, había experimentado en los últimos veinte años. Había muchas cosas por las que compensar y ni aunque le invitara un mes a emborracharse en la taberna, se sentiría satisfecha. Era complicado, más aún teniendo en cuenta que el melenudo parecía obtuso como él solo.

Una vez en la taberna, se fue a sentar con los cambiantes. Las miradas enseguida les siguieron a los cuatro, no tenía muy claro si por los hombres que llevaban falda, si porque ya se habían ganado una fama o por ella, pero la cuestión era que los ojos que se clavaron en sus siluetas no adornaban precisamente rostros plagados de sonrisas, sino muecas torcidas y arrastraban susurros incomprensibles que, de seguro, nada bueno decían. Fue la jarra del oso la que la hizo reaccionar y dejar de centrarse en los demás. Alzó la vista hacia ese rostro que, de repente, estaba demasiado próximo y clavó sus azules orbes en los marrones ajenos. Era una loba, no una señorita remilgada, estaba acostumbrada a la cercanía de una manada, a la actitud familiar de los habitantes del norte y a las palabras malsonantes, burdas y sin tacto que ella misma usada a raudales. Así que no se zafó del agarre ni le arreó un cabezazo al cambiante, aunque por haberla llamado puta antes, seguro se lo mereciera. -Qué listo eres, ¿no? Aunque no hacía falta olerme para darte cuenta, ¿acaso aparento tener treinta años? No, porque no soy humana.- La rubia agarró el asa de la jarra y la alzó, dándole con ella en la frente al greñudo. Sin fuerza, no quería desperdiciar el licor, sólo dejarle claro que se estaba pasando con las confianzas si es que seguía pensando que ella se iba a abrir de piernas como las fulanas. -¿Qué es lo que quieres apostar?- Miró la copa de él y la suya, desviando luego un instante la vista hacia los otros dos cambiantes que miraban la escena, uno con expresión divertida, claramente entretenido, y el otro con un aspecto bastante tenso. No parecía encajar demasiado con aquel par de osos, pero por como se comportaban y el lenguaje que usaban para referirse el uno al otro, eran familia y, por tanto, una cruz para el más joven que parecía el único sensato de los tres hombres en aquella mesa sentados. -Nada de sexo, eso que te quede claro.- Puntualizó antes de que el contrario respondiera a su anterior pregunta. Con lo sucia que tenía la mente, seguro que sólo deseaba meterla en caliente. Podía hacerlo si así quería, pero no sería con ella, de eso no cabía duda.

Enarqué una ceja cuando la rubia quitó toda la diversión a la puesta alegando que no podía tener nada que ver con el sexo.
-Tu te lo pierdes, quien prueba mis embestidas no se arrepiente, pero si tienes miedo -añadí ladeando la sonrisa antes de llevar la jarra a mis labios dando un profundo trago.
La hidromiel resbalo por mis comisuras manchando mi barba, estaba sediento, la caza es lo que tenía.
Una vez separé el vidrió, limpié mi boca con la manga de la camisola, devolviendo mi mirada hasta la rubita que negaba con la cabeza sin apartar sus orbes de mis profundas tormentas.
-¿y que iba a mi a interesarme de alguien como tu si no es que me abra sus piernas -dije con un gruñido señalándola como si todavía fuera esa niña endeble que no podía recompensar que le hubiera salvado la vida.

Saga frunció el ceño, mis palabras lejos de gustarle la enfadaban y eso me llevó a acercar mas mi rostro hacia el suyo quedando a escasa distancia para observar su mirada que adquiría una tonalidad ambar ante mi cercanía seguramente por la subida de adrealina.
-Apostemos un buen arma -mi aliento bañado en alcohol impactó contra su nariz y sin mas me tiré para atrás dejando que mi espalda se apoyara en el respaldo con indiferencia -eres herrera ¿cierto? -dije señalando sus manos cascadas por el férreo trabajo con yunque y pedernal para forjar el acero.

Era un hombre observador pese a que parecía que solo en mi podías encontrar una bestia no había sobrevivido solo a base de fuerza bruta.
-Si yo gano me harás un buen mandoble, el mejor que hayas forjado.
La loba me miró con cara de esperar que iba a ganar ella, como si mi frase hubiera quedado en el aire, inacabado y su expresión quedaba alerta como si no entendiera.

Solté un par de carcajadas golpeando el hombro de mi sobrino cuando llevó la jarra a su boca logrando que parte se le desparramara sobre su diestra.
-Espera ganarme -alegué muerto de la risa -eso no pasará, pero si te quedas mas contenta mujer, pon tu el precio a cobrarte.

Sloan se limpió la mano con cara de pocos amigos antes de dar un trago, casi podía leer el pensamiento del león sin necesidad de ser oráculo.
-Vamos Sloan, para haberte criado en un burdel no eres el alma de la fiesta.

La contestación del oso hizo que Saga alzara su ceja izquierda y entrecerrara la mirada que no le quitaba a él de encima. -¿Miedo? Esa palabra no la conozco. Pero desde luego tampoco conozco la decepción y algo me dice que si me acuesto contigo, sabré lo que es muy pronto.- Terminó con una ladina sonrisa al llevarse la jarra a los labios y darle un trago, relamiéndose a continuación.
 
Como no, las palabras del melenudo fueron poco acertadas y a la morena no le gustaron ni un ápice. Su ceño se frunció y sus iris cambiaron de color, pasando de azules a ambarinos fulgorosos. Mostró los dientes al arrugar el belfo superior, liberando un gruñido profundo y gutural. -¿Te crees que las mujeres sólo sirven para follar? Si lo que deseas es meterla en caliente, pon a asar un pollo y consuélate con él.- Espetó de mala gana. Pero el repentino cambio de apuesta, hizo que ella misma se mirara las manos. -Cualquier arma que yo forje, será mejor que cualquiera que tú hayas empuñado.- Era una herrera orgullosa y aunque no había superado aún al que fuera su maestro, sí era mejor que la  mayoría de los que habitaban en Akershus. Por eso los guerreros más valerosos y que podían permitirse los honorarios de la loba, acudían a ella para que ensamblara sus espadas y armaduras. -Pero trato hecho, si tú ganas te forjaré mi mejor arma. Y si yo gano, algo se me ocurrirá. A ti te da igual lo que sea, ¿no? A fin de cuentas, no crees posible que te venza.- Una ladina sonrisa apareció en los labios de la hija de Aúkoc.
 
Hizo un gesto a una de las meseras que se vino contoneando y con un escote demasiado exagerado se quedó mirando a los hombres que ocupaban con Saga la mesa. La morena rodó los ojos y chasqueó los dedos frente al rostro del oso. -Deja de pensar con lo que te cuelga entre las piernas. Es hora de beber.- Miró entonces a la camarera. -Trae jarras para este barbudo y para mí. En cuanto veas que la estamos vaciando, trae más. Así hasta que uno de los dos se caiga de la silla. ¿Lo has entendido?- Le dedicó una sonrisa para nada sincera, cargada de ironía. Para la loba esa mujer no era más que carnaza, acostumbrada a montar sobre hombres como si no hubiera un mañana. ¿Qué clase de respeto esperaba? Pobre posadera estúpida. -Empieza por traernos cuatro y no te entretengas.- La apremió a marcharse y agarró la barba del oso para que la mirase a ella y no el culo de la mesera. -Si terminado nuestro juego aún se te levanta, te la llevas y le haces lo que quieras. Pero ahora céntrate o mi victoria no tendrá tanto valor si embriagas con lujuria en vez de alcohol.-

La loba tenia la lengua muy larga y por desgracia y para mi decepción la falda no muy corta. Escuché sus gilipolleces con una ladeada sonrisa hasta que acabó de decirlas.
-Para que consolarme con un pollo cuando en el burdel abundan las mujeres calientes de enormes pechos y muy complacientes.
Di un trago de la jarra mirándola, cada una de mis palabras parecían ofenderla, pero no se bien porque pues los hombres y las mujeres follábamos... por eso los dioses nos habían dado una polla y un coño, si no quisieran que eso pasara seriamos eunucos.
-Ves calentando la forja norteña, porque pronto luciré un mandoble brillante -lo dejé con ese doble sentido de palabras que bien podía referirse a que me forjaría un arma o que me limpiaría el pilón con la lengua.

La mujer que mas que una loba parecía una general empezó a dar ordenes pidiendo jarras sin parar, la pobre posadera de mirada felina y bonitas curvas se paseaba frente a mi cara dejándome claro lo que quería, algo que también pareció molestar a la rubita.
-A mi siempre se me levanta -aseguré ladeando la sonrisa antes de darle un manotazo en el culo de la chica que se echo a reir mientras mi sobrino resoplaba creo que con ganas de largarse y mi hermano se descojonaba con ganas de quedarse.

Empezamos con las cuatro jarras, una tras otra y a buen ritmo fueron cayendo, tenia que reconocer que esa mujer aguantaba, peor yo era un puto oso, un cambiante y la verdad es que mi envergadura nada tenia que ver con la de ella.
-Ten cuidado princesita, esta vez no vendrá papa a rescatarte -dije llevando la cuarta jarra a mis labios.

Mis mejillas estaban coloradas, mi nariz roja y mis ojos vidriosos, pero ella iba mucho peor que yo, se tambaleaba ligeramente y trataba de dar caza al mango de su cuarta jarra sin mucho éxito.
-te vas a caer de la silla -apunté riéndome a carcajadas, fruto del alcohol que corría por mis venas y de la divertida situación que acontecía.

La cuarta jarra se vació en nuestros estomagos y cuatro mas sustituyeron las primeras.
-Rubita vas a poder con esa -le dije al ver que me apuntaba con cara de mala leche peor su dedo se le iba de lado a lado.
Yo no iba mucho mejor que ella, pero mi aguante al alcohol era mayor, así que di un par de palmadas sobre mis rodillas de forma burlona.
-Ven lobita, porque no te sientas en mis rodillas, no quiero que te hagas daño cuando te caigas -dije enredando las palabras mientras le miraba el escote -mira que estas buena -añadí con la lengua ya suelta.

La actitud del oso era denigrante, y aunque había visto a muchos lobos tratar a algunas mujeres como a objetos sexuales, ese melenudo se pasaba de la ralla cuatro pueblos y, lo peor de todo, era que la estúpida de la posadera le reía las gracias. Esa tetuda no se respetaba en lo más mínimo, eso la herrera ya lo tenía claro desde el principio, pero tampoco la respetaba a ella y eso ya era otro asunto. La mirada azulada de la licana se clavó como dos arpones en los orbes de la mesera que dejó de reír de golpe para ir a por las bebidas que le había encargado, iniciándose así la apuesta, finalmente.
 
La bebida empezó a correr por los gaznates. Parte del líquido manchaba la barba del cambiante y a Saga se le resbalaba por la comisura de los labios y se deslizaba cuallo abajo hasta su escote. No lo tenía muy pronunciado pues era una mujer que trabajaba en la forja, no una puta de tres al cuarto, pero aunque fuera algo moderado, tenía dos buenos senos que se marcaban bajo el corpiño de cuero que la resguardaba de ataques cuerpo a cuerpo con arma blanca. [
 
La cantidad de tonterías que era capaz de decir el oso parecía no conocer fin ni tener parangón. Todo se lo tomaba a guasa y no dejaba de insinuársele a la hija de Aúkoc, además de osarse a hacerle mención de su padre como si la estuviera sacando siempre de embrollos sin ella saber cuidarse. Nada más lejos de la realidad, ella era una alfa y se protegía perfectamente, no sólo a sí misma, sino también a su gente. Algún día heredaría la manada y sería una buena jefa, igual que lo era su progenitor actualmente. A ella ya la respetaban, la admiraban y la querían. Sería una líder ejemplar, aunque borracha como estaba en aquellos momentos, no sería precisamente un ejemplo a seguir. -Déjate de gilipolleces y bebe.- Le ordenó, señalándole de manera acusadora. Pero se movía su índice, su muñeca, su antebrazo y hasta el codo. De hecho, se movía ella toda entera, mientras intentaba enfocar la visión al entornar los ojos, cerrando poco a poco los párpados. Ya iban por la séptima jarra cuando dejó caer de golpe la cabeza contra la mesa y del impacto se alzó e nuevo, con la frente más enrojecida aún que sus mejillas y la mirada turbia de pupilas dilatadas. -No me vas a… ganar.- Hizo una pausa para dejar escapar un eructo y con la sonrisa ladeada, todo su cuerpo se inclinó hacia un lado. -Te estás cayendo...- Le dijo al cambiante, cuando la que se iba deslizando hacia un costado era ella misma. Pero no era capaz de discernir nada, ni siquiera podría diferenciar el sol de la luna en el estado en que se encontraba. Se llevó la jarra a los labios o, más bien, llevó la boca a la jarra, al irse dejando caer hacia el frente medio ladeada. Se hizo el silencio durante un par de segundos y seguidamente, un ronquido hizo vibrar la copa de madera.

Llevé la jarra a mis labios y muerto de la risa vi como iba cayéndose, ladeando su cuerpo y acusándome de que era yo el que se movía de la silla.
Ladeé la cabeza mirándola y de nuevo estallé en carcajadas escupiendo en la jarra parte de la hidromiel
La rubita acabó pegándose un golpe en la cabeza y al final roncó contra la jarra incapaz de permanecer en pie por mas tiempo.

Alcé el brazo en clara señal de victoria y cargué con mi premio sobre el hombro mientras me tambaleaba de lado a lado como si estuviera en un barco y el mar estuviera picado.
Pedí la llave de una de las habitaciones que en le piso superior de la taberna tenían, pues para los extranjeros haciendo las veces de posada en ocasiones contadas.

Deslicé mi diestra hacia la espalda rascándome el culo dando unas zancadas hacia las escaleras y llevando después mi mano a sus nalgas le di un par de azotes para ver si se espabilaba.
-Vamos rubita a la cama, que me tienes que forjar la verga -dije enredando las palabras empezando a subir un peldaño tras otro.
En ocasiones pensé que nos iríamos los dos rodando por las escaleras, tal era la cogorza que llevábamos, pero como buen guerrero que era conseguí alcanzar el piso mas elevado.

Mi mirada turbia intentaba enfocar las puertas que se abrían por aquel pasillo, acerqué el tocón de madera que engarzaba con la llave a mis ojos sin ver bien el numero que ponía en el , lo veía doble y bailaba ante mi mirada.
-¡Estate quieta joder! -gruñí como si la inconsciente mujer fuera la culpable del ciego que llevaba.

Al final y tras equivocarme varias veces conseguí acertar con la llave y clavarla en el bombillo de la habitación.
Como si acabará de hacer una hazaña celebré mi victoria adentrándome en la habitación y dejé mi carga caer sobre la cama sin mucho cuidado.
Desabroché el prendedor que engarzaba las pieles sobre mis hombros, tenía mucha calor por la ingesta de alcohol.
-Vamos rubita, abre la boca que meta la bastarda en la fragua -le dije riéndome mientras buscaba los troncos con los que prender la lumbre y dejar la habitación caldeada para toda la noche.

Me acuclillé frente a esta, casi me caigo de lado, pero al final conseguí echar los troncos y prender el fuego, apoyado contra los ladrillos y esperando se fuera avivando me quedé dormido.

Quedó completamente k.o. y el oso tuvo que cargar con ella para sacarla de la taberna. No era la primera vez que Saga perdía la consciencia bebiendo, aunque tampoco era algo habitual, claro que por norma general las jarras se las tomaba con sus compañeros, así que había confianza, por no hablar de que era la hija de Aúkoc, del líder de la manada y que ninguno de los hombres osaría ponerle una mano encima si apreciaban el hecho de tener la cabeza sobre los hombros. Un cálculo que por el orgullo que sentía, no había tenido en cuenta al debilitarse hasta tal punto frente al cambiante.
 
De manera inconsciente y como acto reflejo, en cuanto su cuerpo cayó sobre la cama, buscó las pieles y se envolvió con ellas o, mejor dicho, se las enrolló alrededor hasta parecer un gusano de seda. No supo el tiempo que transcurrió de ese modo, pero para cuando abrió por fin uno de sus ojos, la estancia ya estaba caldeada por el fuego y un melenudo permanecía entre acuclillado y sentado frente la chimenea con una mano apoyada en la pared y la otra colgando junto a su cuerpo. La morena se aferró al colchón para moverse hacia la esquina de la cama, cayendo por un lado, rodando, desenvolviéndose al mismo tiempo. -Joder…- Se frotó la cadera, allí donde había sentido el golpe y se puso a cuatro patas para gatear hasta el greñudo. -Oye, tú, despierta…- Le empujó y se fue de costado, golpeándose en la cabeza contra las tablas del suelo. Ella se echó a reír, aunque la resaca le cortó la carcajada e hizo que se llevara una mano a la sien. -¿Qué hacemos compartiendo habitación…?- Murmuró con la voz algo ronca y buscó una jarra con agua que encontró en la mesita. La agarró con ambas manos y bebió directamente de ella por la ancha boca. Una idea cruzó por su enturbiada mente y se acercó, arrastrando sus piernas por el suelo por pura pereza al moverse de lado con las rodillas flexionadas y se detuvo para tirarle el resto de líquido a la cara de Cronos con una traviesa sonrisa ladina en sus labios. -Es hora de levantarse… gruñón.- No era cierto que lo fuera, pero le dio la gana llamarle así y lo hizo, en parte porque él no podía quejarse, ya que en su estado ni la habría oído.
 
Vio entonces que el oso se removía en el suelo y se apartó un poco para dejar que se incorporara sin peligro de quemarse con el fuego danzante de la hoguera. La sonrisa seguía impresa en el rostro de Saga mientras esperaba a que el contrario se quejara por la ducha inesperada. -¿Quién ganó anoche?- No recordaba cómo habían terminado las cosas y pensaba que seguramente el cambiante tampoco lo hiciera. Pero no era tramposa, no le tomaría el pelo. Ya buscaría quién les confirmara de quién había sido la victoria cuando se llenaran la panza, porque las tripas de la joven rugían como leones.

-Grugrgrugur -rugí sacudiendo la cabeza cuando el agua me dio en la cara. Las gotas salieron expulsadas de mi barba a toda velocidad mientras me ponía en pie tambaleándome buscando un arma que empuñar.
Me costó un poco enfocar a mi atacante, pero cuando lo hice vi a la rubita que ahora parecía ser mas morena.
-¡Joder! -gruñí al ver su sonrisa pintada en la cara, llevé mi mano a la cara tapándome los ojos, la luz me molestaba y como si fuera un bisonte caminé hacia ella cogiendo la jarra que sujetaba en sus manos apurando las gotas. Golpeé mi lengua con el borde de barro de esta y al ver que ni una gota quedaba la dejé caer al suelo haciéndola mil añicos.
-¡Quita! -dije haciéndola a un lado para seguir mi camino hacia la cama donde me dejé caer sin miramientos -¡cierra la puerta cuando te vayas!.

Tenía la boca pastosa, un dolor de cabeza épico de la resaca y su vocecita chirriante solo me recordaba que seguía allí.
La miré de soslayo.
-¡He ganado yo! -gruñí ante la obviedad.
No recordaba nada del final de la noche, ni siquiera moco habíamos llegado -¿hemos follado? -pregunté esta vez ladeando la sonrisa. Follas tan mal que no me acuerdo.

El ego de la morenita acaba de ser tocado y tambaleándose vino hacia mi con el dedo alzado para seguramente volver con el cuento de que a las mujeres no se les hablara así.
Estiré mi mano cogiendo su muñeca y de un tirón la dejé caer sobre mi cuerpo, puso una mueca de asco seguramente por el hedor que desprendía tras la caza y la borrachera.
-Vas a forjar mi bastarda preciosa.

Mis manos afianzaron sus nalgas, me había tirado un vaso de agua, así que mejor que no se quejara.
-Demasiadas cosas me debes ya princesita, así que deja de quejarte ¿no eras rubia? -pregunté acercando mas mi cara a la suya para verla bien -juraría estas mas buena ahora y mira me suele pasar al revés, el alcohol hace milagros con las mujeres.

El espectáculo era deplorable, el oso casi ni se mantenía en pie, pero se empeñó en levantarse y acercarse a ella para quitarle la jarra, misma de la que intentó beber, pero fue en vano pues estaba completamente vacía, todo el contenido había caído sobre la cabeza del cambiante para despertarle. La sonrisa se dibujó de nuevo en el rostro de la loba, hasta que éste, estúpido como él solo, la mandó largarse de la habitación, además de negarle que hubiera ganado. El ceño de la morena se frunció al acercarse a él con el dedo alzado, sujetándose a la pared para no irse de lado. La cabeza le dolía de manera acuciante como si algo se clavara en ella a cada paso. -Más quisieras tú haber follado conmigo, pulgoso.- Gruñó, mostrando sus dientes, en el preciso instante en que el contrario la sujetó de la muñeca y tiró de ella, haciendo que su poco equilibrio se fuera al traste y el cuerpo de la joven cediera, cayendo sobre la fornida figura de Cronos. Los ojos de ella se abrieron desmesuradamente en cuanto las manos del hombre se posaron en sus nalgas. Saga le pellizcó los dorsos con fuerza. -Saca tus zarpas de mi culo.- Aprovechó la queja ajena para apartarse hacia un lado y le propinó un codazo entonces en el estómago.
 
El oso enfureció por como la loba lo trataba, mas ella no era una más de las cortesanas con las que se codeaba, era una alfa, la hija de Aúkoc y tenía orgullo. Se empujó con las dos manos para levantarse de la cama, pero lo hizo con tal impulso que, sin quererlo, se cayó de culo al suelo. -¡Joder!- Se dio la vuelta, colocándose de rodillas y se frotó las posaderas dolidas. Con el ceño fruncido, fulminó de nuevo al cambiante que se reía de ella aún frotándose el abdomen. -Forjaré la espada para ti y luego te ensartaré con ella. Pagaré mi deuda, aunque la disfrutes poco.- Espetó la muchacha, poniéndose a cuatro patas y gateando se dirigió hacia la puerta. Se sujetó con la diestra a la perilla y se ayudó de ésta para alzarse de nuevo y así mantenerse de pie sin irse hacia los lados. Giró la cabeza despacio, observando al melenudo por encima del hombro. -Pero para ello necesito tomar medidas, no creas que hacer algo bueno es cosa del azar o la suerte. Soy de las mejores en mi oficio y voy a demostrártelo.- Entornó los ojos y tiró de la puerta, pero estaba atascada. Gruñó, repitiendo el acto con demasiada fuerza y ésta cedió de pronto, golpeándole en toda la cara y partiéndole el labio. Se cubrió con ambas manos, quejándose entre gruñidos, mientras el sabor férrico de la sangre le inundaba la boca.

Me descojoné cuando la licana cayó al suelo a cuatro patas, aseguraba con la boca pastosa que me forjaría esa espada para después metermela por el culo.
-Ten cuidado perrita no te atragantes con el veneno de tu lengua viperina -todo esto entre risotadas porque llevando mi mano al estomago era incapaz de dejar de reírme de ella.
Ademas se fue gateando hacia la puerta, lo que ademas de hacerme mirarle sus dos enormes posaderas me llevó a soltar unas carcajadas.
-Definitivamente cada vez estas mas buena, pedazo culo te gastas princesa.

Me lanzó una bota que de camino se encontró por el suelo, pero yo interpuse mi brazo antes de que me arreara en toda la cara.
-Así me gustan las mujeres con carácter -rugí para molestarla lanzandole un par de bocados al aire que la debieron dejar perpleja y cabreada pues su mirada se tornó ámbar.
Por fin alcanzó la puerta en su extraña y auto impuesta penitencia, ahora que no mejoró la cosa para ella, porque tras alzarse, y mirarme orgullosa por encima del hombro para recordarme que tenía que cogerme medidas, algo que me llevó a bajarme el pantalón y estrangular mi verga con la diestra sacudiéndola frente a ella.
-Ven, toma la medida con al boca, aunque tiene una magia espectral y crece.
Se arreó con la puerta.

Molesta por mis palabras creo que perturbada por lo xxxl de mi envergadura se arreó una hostia considerable en la cara que de nuevo me hizo caer para atrás riéndome a carcajadas con la polla fuera apuntando el techo mientras al otro lado la escuchaba gruñir y maldecir en un perfecto nórdico.

Rabiosa por como me tomaba las cosas la vi lanzarse echa una fiera sobre mi, su mirada era una panal de rica miel, enfurecida intentaba asestarme un puñetazo en la cara mientras yo la detenía con cierta facilidad con las manos sujetando las suyas.
-Muy bien fierecilla -le dije viendo la sangre que teñía sus dientes.

La voltee dejándola bajo mi cuerpo sobre el lecho, era un oso, le duplica en envergadura y la joven por mucho que lo intento fue incapaz de sacarseme de encima.
-Voy a enseñarte la primera lección de tu vida -susurré incinerando sus labios con mi aliento – mide como buen depredador tus opciones, conmigo no tienes ninguna preciosa.

Aún con el dolor del golpe, gruñó, sumándose a ese malestar la soez lengua del oso. Le miró entre los dedos antes de, poco a poco, bajar ambas manos. Tenía la boca llena de sangre y ésta escurría por un lateral de su mentón, descendiendo por el cuello, dibujando un lento sendero. Sus ojos brillaban ambarinos, porque la imagen del engreído cambiante riéndose de sus males con la verga fuera, se le antojaba ofensiva y denigrante. -Juro que te partiré en dos con tu propia espada.- Aseguró en un gruñido, abalanzándose sobre él para intentar golpearle en la cara. Podía ser considerada una joven hermosa, pero no era frágil y menos aún miedosa. Era una loba, una fiera salvaje que no toleraría que la tratasen como ese energúmeno lo hacía.
 
El melenudo, sujetándola de las muñecas, forzó la posición hasta colocarse encima, dejándola tendida sobre la cama con las piernas juntas, mientras él hincaba una rodilla a cada lado de sus muslos y se apoyaba únicamente con la zurda, que era con la que sostenía los brazos de Saga, mientras que con la diestra la tomaba del mentón para que le mirara fijamente a los ojos, como si ella fuera una cobarde que retirara la vista de su presa. -Lección aprendida, oso.- Le escupió en la cara, manchándole de saliva y sangre y se relamió justo después. -Ahora te toca aprender una a ti, grandote.- Flexionó muy rápido la pierna, golpeándole en los huevos y el falo que aún tenía colgando. Aprovechó el momento de debilidad ajena para zafarse del agarre de las manos y luego empujarle a un lado. Se levantó tan deprisa como pudo y se bajó de la cama con cuidado, porque no quería caerse otra vez de culo. -Cuanto más grande el árbol, más ruido hace al caer.- Sonrió ladinamente, dirigiéndose de nuevo hacia la puerta y le observó con ésta ya medio abierta, rodeando la perilla con los dedos. -Esta tarde, cuando den las cuatro en la iglesia, te veré para tomar las medidas. Bueno, eso si es que puedes andar, claro…- Rio, aunque al hacerlo le dolió el corte del labio y frunció el ceño, dejando escapar un leve gruñido bajo. -Te veré en la plaza, que no me fío de ti en sitios cerrados.- Añadió, señalándole con el dedo y tras decir eso se marchó, dejando al oso tendido en la cama con las manos cubriéndole los huevos.
 
 
Faltaban aún unos minutos para que el gran campanario del pueblo hiciera repicar cuatro veces el badajo de hierro, que la morena ya se encontraba en la plaza, junto al pozo, apoyada en el borde de éste, mirando en la dirección de la calle que llevaba hacia la taberna en la que había dejado al cambiante aquella mañana. Si era un tipo menos estúpido de lo que aparentaba, acudiría a la cita sin pensárselo, porque conseguir que alguien como Saga le hiciera una espada, no era precisamente sencillo, aunque él, seguramente, eso no lo supiera.

Daban las 4 en el campanario cuando salí de la posada. Hablaba y bromeaba con una pelirroja de grandes tetas que había preparado para comer unas buenas habichuelas y que no paró de llenar de buen vino mi jarra mientras me restregaba las perolas por mi musculado brazo.
Le aparté uno de los rizos rojos de su frente y guiñándole el ojo quedé con ella para vernos por la noche, ahora tenía una cita con una loba estrecha que había perdido su apuesta.

Por el rabillo del ojo la vi furibunda apoyada en el borde del pozo de piedra, sus ganas de verme al parecer eran nulas, pero como ya debía ser costumbre tenía que pagarme su nueva deuda adquirida.
Me acerqué a ella con esos andares de oso que me gastaba mientras ella negaba con la cabeza al ver mi picara sonrisa.
-Bueno días lobita, ¿donde esta mi espada? -pregunté riéndome logrando hacerla resoplar.

La mire de soslayo cuando se puso en pie y no pude evitar recorrer su culo con mis ojos al darme la espalda la herrera con un sencillo “ sígueme”
Ladeé la sonrisa con picarda resoplando mientras sacudía la cabeza por lo buena que estaba y ni me esforcé en disimular cuando se giró para atravesarme con la mirada.
-Aun me duelen los cojones, luego estaría bien que te disculparas con ellos, una mamada estaría bien después de la espada.

La loba se giró para encararme de nuevo, furibunda su pecho subía y bajaba enérgico, como si mis palabras la ofendieran en los mas profundo.
-No se a que viene tanto gruñido loba, a fin de cuentas acaso tu no deseas perderte en este cuerpo -dije abriendo los brazos con cierta sorna consciente de que no le de daba precisamente asco.

La seguí hasta una herrería cercana, la forja ya estaba prendida y ardía con fuerza, supongo que antes de empezar tenía que tomarme medidas, así que dentro del recinto, con el calor que hacia me quité las pieles quedando solo con la camisola puesta.
-¿quieres también que me la quite- apunté elevando sendas cejas a la vez al descubrirla mirándome desde el yunque.