Laesus Mones (Priv. Benjamin D´Chagny)

Tumbe la puerta de una patada, no tenía tiempo para sutilezas, al verme la vieja mujer chillo como si la patada se la hubiese dado a ella y no a ese trozo pútrido de madera que yacía a mis pies. Ignore su histeria adentrándome en su cubil, cargando en mis brazos a mis perros mal heridos, desde hace un rato ya no emitían ningún sonido, me costaba incluso percibir el débil latido de sus corazones, pero ahí estaba, un sonido casi extinto que era lo único que ataba mi cordura y me obligaba a mantenerme racional para encontrar la manera de salvar sus frágiles existencias.

- ¡Llama a D´Chagny! – le exigí a la mujer en un tono tan salvaje que poco le faltaba a mis palabras para convertirse en furiosos rugidos – ¡Haz que venga inmediatamente!- le ordene en tanto bajaba con cuidado mi preciada carga sobre la mesa que dominaba gran parte de la precaria vivienda - ¡AHORA! – le grite al notar que no se movía consiguiendo que finalmente espabilase y saliese corriendo a cumplir mi mandato.

Me quede allí, de pie, royendo en silencio toda la furia y odio que me embargaba, Löwe Von Meer era una voz, un aroma en mi mente, un rastro que seguiría hasta el confín del mundo por la oportunidad de sacar sus intestinos fuera de su cuerpo para que los cuervos pudiesen picotear, pero ningún padecimiento que imaginase parecía suficiente castigo, nada de lo que le hiciera lograría opacar aquella tormenta en mi interior. Sin embargo, de un modo u otro lo haría lamentar el día en que nuestros caminos se cruzaron, no iba a matarlo, eso sería un acto demasiado gentil, me aseguraría que viviera día a día en un infierno particular, devastaría todo lo que amase, y al final, sólo cuando no quedase nada que le perteneciera, lo destruiría a él mismo.

Empecé a acariciar el pelaje endurecido por la sangre seca de uno de mis perros, manteniendo una engañosa calma, había hecho mi mejor trabajo al vendar el corte en sus vientres y evitar que sus tripas se desparramarán, pero estaba lejos de poder corarlos por mi cuenta, sólo podía esperar a que D´Chagny viniera y que el supiese que hacer para sanarlos.

La histeria de aquella mujer era como la clave que me indicaba que el señor Cumhaige había llegado. Era indiscutible. Hace unos días el joven me había mandado una carta por su puño y letra. Por el contenido de los garabatos que resultaban ser letras podía comprender que el asunto era serio, más al parecer Von Meer había decidido dar acto de presencia en el pero momento posible atacando a los sabuesos que de mi único aliado y si este los perdía, yo perdía la alianza.
No es que fuera partidario de confiar en completos desconocidos con una clara fama de sanguinarios, pero gracias a él podría hacer el trabajo más rápidamente y sería más fácil encontrar el paradero de mi bestia. Así que aunque no quisiera, debería ayudarle.
Cuando la vieja me vio, me pareció que en vez de verme a mi, veía a Cristo en persona que había venido a ayudarla y a apiadarse de su triste alma. Me rogó, me sollozó y me grito entre llantos que me necesitaban y que tenía que ir de inmediato. Podría haber hecho sufrir a la vieja un tiempo más, diciendole que me negaba o que el asunto podría esperar, pero comprendía que probablemente los sabuesos estaban heridos de muerte y cada minuto era oro.
Al ver que mis palabras para que se calmara no bastaban, tuve que rozar su ruin piel y darle un tortazo para que reaccionara. Cuando se hubo espavilado lo suficiente para indicarme el camino que me llevaría con Cumhaige, esta me guió.
El asunto era más desolador de lo que me esperaba. Colin estaba frente a sus perros acariciandoles y los canes parecían ya fiambres. Dudaba incluso de que estuvieran vivos y que el propio Colin, sumido por su dolor, se había imaginado el hecho de que el pulso aún era constante en los canes. Por como estaba el vendaje, podía dar por hecho que Von Meer había usado un grado elevado de su astucia para herir a los perros en la zona del estómago para darles un sufrimiento prolongado que debía acabar en muerte.
Me acerqué sin decir nada y después de examinar a los perros unos segundos comprendí que aún estaban con vida, pero estaba claro que aquello no duraría por mucho. Era gracioso, pero al parecer aún quedaba un ápice de humanidad en mi, aunque era una humanidad que no se podía ver como tal. El caso es que desde siempre había sentido más pena cuando veía morir animales que humanos. Una vez incluso se lo llegué a contar a mi madre cuando aún era pequeño, una eternidad atrás. La reacción de ella fue digna de un cuadro. Me dijo que jamás lo mencionara en público y que pensar ese tipo de cosas era un pecado. Pecado o no, yo lo seguía pensando.

-Están en un estado crítico, pero les salvaremos - Anuncié para después darle unas ordenes a la anciana. Era inútil, pero al menos era habil trayendo cosas, llevaba toda una vida haciendolo.

Le di indicaciones de las cosas que debía traerme para poder efectuar la curación de los canes. Simple herbolaria no podría ayudar aquí. Debería recurrir a la magia y a los mejunjes que eran de lo más asqueroso que te puede tomar en la tierra, pero que hacian milagros.

-Tráeme el libro de Caín también - Le anuncié a la anciana.

Esta me miró horrorizada nada más escucharlo, pero hizo una mueca en los labios y no dijo nada. Ella bien sabía lo peligroso que era aquel libro si caía en manos equívocas y yo era una de esas manos equívocas, pero lo que pocos sabían es que con un buen uso de los hechizos del libro, se podían sacar beneficios y no solo maldiciones.

-Salvaremos a tus canes - Le repetí a Colin.

- Lo sé – fue lo único que dije antes de apartarme de la mesa dejando que D´Chagny tuviese espacio para trabajar. Me sabía extraño confiarle algo de tanta importancia a alguien más, Ares y Hades eran más que herramientas, se convirtieron en mi familia, mis amigos, los únicos en quienes podía confiar completamente ya que su lealtad era absoluta e inquebrantable. Así como ellos me protegían, yo los cuidaba pero con esto no podía hacer nada, Von Meer los hirió de muerte y eso no podía sanarlo con suturas o cataplasmas.

Busque un lugar fuera del camino para sentarme y tratar de vaciar mi mente, ahora no necesitaba ser dominado por una furia ciega, sino mantener la calma, esperar con paciencia y pensar con la cabeza fría, lo que aquel vampiro esperaba lograr con sus actos era desequilibrarme, obligarme a actuar movido por la rabia y que así cometiera errores fatales que acabarían por destruirme sin que el tuviese que esforzarse demasiado. Von Meer era antiguo, fraguado en guerras, intentar enfrentarlo directamente era una locura en si misma, quizás conseguí herirle la última vez, pero todo fue fruto de la casualidad y que su mascota estaba allí desconcentrándolo.

Tenía que compensar de algún modo nuestras diferencias, además el había puesto una compulsión en mi mente, no estaba seguro hasta que punto se habían arraigado sus palabras, pero no podía subestimar su fuerza. Lo mejor parecía ser una guerra de desgaste, quemar sus propiedades, perseguir a sus aliados, dejarlo arruinado, sólo, desesperado. Aunque sería una tarea de tiempo completo y por lo mismo tendría que aguardar pacientemente el momento adecuado para ponerme en acción.

Mi prioridad ahora debía ser encontrar a la bestia de D´Chagny, una vez él la tuviese en su poder yo obtendría perros más fuertes, y con ello ya no necesitaría preocuparme de que acabasen de esta manera otra vez.

A pesar de que Cumhaige se mostraba claramente frustrado por los acontecimientos que habían ocurrido a sus perros, pareció escucharme al fin, entrar en razón y apartarse unos pasos. Me pregunté cuantos días de vida le quedaban a Von Meer después de esto. Había escuchado varios rumores de él últimamente, todos variados pero solo uno podía sernos útil: al parecer tenía un esclavo muy preciado para él.
Miré de reojo a Colin mientras abría el libro que le había pedido a la vieja y buscaba, sin siquiera mirar, la página que necesitaba. Me conocía ya tan bien el dichoso libro que podía encontrar lo que quería con los ojos cerrados incluso. El joven estaba sentado, probablemente perdido en sus propios pensamientos, incluso posiblemente estuviera maquinando algún tipo de venganza para Von Meer.

–Tengo entendido que Von Meer tiene cierta debilidad por los felinos. Sobretodo por uno en concreto – Comenté paseando los ojos por una de las hojas del libro – Podrías forjar una interesante venganza.

Después de pronunciar aquellas palabras, procedí a recitar el conjuro que me mostraba el libro. Era un conjuro de magia negra pues, por lo general, los magos que se dedican a la magia blanca tienen prohibido devolverles la vida a los muertos o salvar personas que están al borde de la muerte. Pobres desgraciados y aburridos imbéciles.
Sin embargo, a pesar de que parecía ser lo más normal del mundo para mi hacerlo, toco hechizo tiene que tener un intercambio. Si quería que las heridas de los perros cerraran y estos se sintieran como si volviesen a nacer, debía entregar algo a cambio, y este algo era energía vital. No significaba aquello que debía matar a alguien para ello, pero si podía quitarles años de vida para prestárselos a otro ser.
¡¡Que fácil!! pensaran muchos ¡¡tu eres inmortal, puedes hacerlo un sin fin de veces!! Pues no. Los seres infinitos, los que estábamos malditos a seguir vivos eternamente no podían prestar esa energía vital. Se desconocía la razón de ello, pero mil veces había intentado intercambiar mi energía vital, pero siempre fallaba. Pero para eso estaba la vieja que me acompañaba.
A pesar de tener el físico de toda una anciana, en realidad, la mujer no contaba con más de treinta y siete años. Simplemente, le había absorbido tantos años de vida, que ni sabría decir cuantos años de vida le quedaban. Quizás diez, quizás dos. No me importaba en demasía. Ahora tendía incluso menos.
Observé a la mujer temblorosa mientras aún recitaba el largo conjuro. Agarré su brazo y la obligue a apoyar su mano en los canes. Para que el hechizo funcionara, necesitaba que los que se iban a intercambiar la energía vital se tocasen. Si no, no funcionaba.
Una fuerte ráfaga de viento surgió de la nada y nos envolvió a la anciana y a mi. Sin embargo, tal y como había aparecido, desapareció. Cerré el libro de golpe.

–Lleva eso a su sitio y ten cuidado, por el amor de Dios. Ya sabes que te pasará si se te cae – Le ordené a la mujer mientras le entregaba el libro y observaba como las heridas de los perros cerraban como por arte de magia – Con esto será suficiente – Anuncié a Collin mientras, poco a poco, los perros levantaron la cabeza y miraron a su alrededor algo anonadados – A lo largo del día se espabilaran y volverán a ser los de antes.

Spoiler:

Lo que D’Chagny me decía no tenía novedad para mí, sabía de que felino estaba hablando, pues incluso tuve al escurridizo Maurice en mis manos, todo esto inicio por eso mismo, Von Meer hirió a Hades y Ares en venganza por lo que yo le hice a su “falleg”. Casi era gracioso, ambos estábamos enfrentados por causas de nuestras respectivas mascotas.

Me alegre de haber recurrido a él, los trucos de los brujos no tenían límites y aquel en especial parecía no conocer algo que no pudiese hacer utilizando sus obscuras artes, esto quedó demostrado cuando tras pronunciar aquel hechizo pude notar al espectro de la muerte retrocediendo. El cambio fue inmediato, llegue allí con dos perros moribundos, pero me iría con mis hermanos sanos y revitalizados.

Me levante para aproximarme a ellos, pero ambos también deseaban comprobar que me encontraba sano. Saltaron a mi encuentro gimiendo y meneando el rabo como cachorros, me incline para que lo pudieran comprobar por ellos mismos, aceptando sus lengüetazos al tiempo que los estrechaba contra mí por el cuello.

El infierno se congelaría antes de que perdonara a mi enemigo, algún otro podría pensar que estábamos a mano luego de que cada uno intentase matar a la mascota del otro, pero para mi aquella afrenta solo estaría saldada cuando Von Meer fuese un hombre destruido, de pie sobre la ruinas de su mundo. Solo cuando lo sumergiera en la absoluta obscuridad el estaría cerca de expiar sus culpas.

- D’Chagny, mi deuda contigo ahora va más allá de un simple trato, me has devuelto aquello que más valoro, si alguna vez necesitas de mí solo tienes que convocarme a tu causa – era una promesa de la que probablemente me arrepentiría algún día, no obstante nada menos sería un pago apropiado por el favor que recibí de él.