AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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The lady Rutledge
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The lady Rutledge
La primera pesadilla
15 de Diciembre ф París
15 de Diciembre ф París
“ | Hace ya varios días que dejé de sentir el sabor de tu sangre en mis labios. La sed es insoportable y te maldigo por abandonarme así. Empiezan los primeros sueños oscuros, atormentándome. ¿A ti también te sucedió en tu momento? ¿Por eso quisiste que yo sufriera lo mismo? Lo más curioso es... que no lo odio por completo. |
Fue hace tiempo atrás para recordarlo con lujo de detalles. Dos años atrás, para ser más precisos. París era casi la misma que es hoy en día, o al menos eso le parecía a la muchacha de nuestra historia. Ella nunca había estado ahí, después de todo, y los pequeños cambios que sufrió la ciudad le fueron indiferentes. Era muy joven para interesarse en la política o la arquitectura. O quizás su falta de interés pudo deberse a su condición de pordiosera.
No siempre fue así. Unos pocos meses antes, cuando no conocía el verdadero significado de un asesino, seguía siendo la preciosa hija de una familia de clase media. Era talentosa con el piano, la equitación, la caza y el bordado; sus aficiones iban más lejos, al interesarse en los debates diplomáticos, los diferentes idiomas y los extensos mapas que su padre guardaba en su despacho. Era una niña prodigio que esperaba el momento indicado para abandonar la jaula de oro que sus padres tanto se habían esforzado en hacer.
No puedo darles muchos más detalles al respecto de su fuga y su terrible equivocación, porque seguramente se imaginarán a que me refiero, y deberíamos dejarlo para otro momento. Sin embargo, puedo contarles que pasó después de eso.
Cuando las noches pasaron y un solo barco llegó de Inglaterra, había alguien que transportaba algo muy importante. Algo que él consideraba una joya. ¿La razón de por qué la abandonó en París? No la sabe nadie mas que él. Esa pequeña criatura que no había conocido la edad adulta, y que permaneció con su juventud intacta hasta el día que murió, y más allá, quedó sola en las calles de París. Nunca fue una asustadiza, pero la experiencia, el dolor y la sed se ceñían sobre ella como un manto de fuego ardiente. No podía deshacerse de esa sensación, por más que buscara consuelo.
Cuando el invierno arrasaba a los mendigos que vivían bajo puentes, Yuna fue de las pocas sobrevivientes. Dado que su creador no le otorgó ni la más mínima información de lo que era, su resistencia física fue siempre un misterio para ella. Con el paso del tiempo, la hermosa muchacha de mejillas sonrojadas pasó a ser un descolorido cuerpo andante. En la primera nevada su cuerpo casi se confundía con la nieve.
Entendió a base de quemaduras que no debía estar bajo el sol, por lo que solía ocultarse en viejas bodegas o, cuando no había más opción, en las alcantarillas.
La noche del 15 de Diciembre, el agotamiento la sumió en un sueño profundo del que no pudo despertar fácilmente. A diferencia de sus sueños comunes, este venía con una fuerza que amenazaba con matarla. Tan solo al cerrar los ojos su cuerpo se estremeció de frío; ante ella solo había oscuridad, pero podía escuchar el gruñido animal de una criatura que rondaba sus pies. Era repulsivo y espectral. No podía sino seguir en penumbras, con la garganta marchitándose de sed. Cuando se hizo la luz, sus ojos verdes se enceguecieron un segundo, poco acostumbrados ahora al brillo y la claridad. No se trataba del sol, por supuesto, pero si de cientos de velas que alumbraban un elegante salón de baile. Con una sola mirada comprendió donde estaba, y con quien se encontraría a continuación.
— Mi lady... — la voz a sus espaldas era tan juvenil, seductora y grave como la recordaba. No era como ningún hombre al que hubiese conocido antes. Su andar ligero, su mirada hambrienta, sus manos firmes y un poco intimidantes. No era una buena persona, y ella lo supo así desde el primer momento. Tal como lo había hecho tiempo atrás, dejó que la guiara en una pieza de baile formal y decente, a un ritmo lento y tortuoso, muy poco apropiado para dos jóvenes que acaban de conocerse.
Su sueño no era muy justo con la realidad, pues el joven Kingsley había intentado mantener su naturaleza como un secreto, bajo todo el encanto que poseía encima. Esa noche de Diciembre, los colmillos de su creador brillaban bajo sus labios como dos cuchillas en manos de un asesino experto; la sed se reflejaba en sus ojos carmesí, y su cuerpo se inclinaba más y más sobre ella como un depredador al que le agrada atemorizar a su presa. La joven no sintió el mismo pánico que la primera vez, pero si sintió dolor, angustia y sobre todo miedo. Era incluso peor saber lo que ocurriría ahora.
Una mordida, la falta de sangre... morir. Y en pocos segundos, la sangre de su creador bajaría por su garganta como un tónico de vida. Todo empezaba de nuevo. Cada noche soñaba con lo mismo, y en algunas ocasiones su destino era menos afortunado que el de ser abandonada en París.
Las atrocidades que le hacía revivir su mente la hicieron considerar muy seriamente subir a la torre de Notre Dame y dejarse en manos de la gravedad; sin embargo, la noche que lo consideró al fin una realidad, encontró un consuelo que jamás soñó tener. Un hombre, un hermano. Era un maestro que venía con dulzura hacia ella, enseñándole por primera vez el arte de matar a sangre fría.
No siempre fue así. Unos pocos meses antes, cuando no conocía el verdadero significado de un asesino, seguía siendo la preciosa hija de una familia de clase media. Era talentosa con el piano, la equitación, la caza y el bordado; sus aficiones iban más lejos, al interesarse en los debates diplomáticos, los diferentes idiomas y los extensos mapas que su padre guardaba en su despacho. Era una niña prodigio que esperaba el momento indicado para abandonar la jaula de oro que sus padres tanto se habían esforzado en hacer.
No puedo darles muchos más detalles al respecto de su fuga y su terrible equivocación, porque seguramente se imaginarán a que me refiero, y deberíamos dejarlo para otro momento. Sin embargo, puedo contarles que pasó después de eso.
Cuando las noches pasaron y un solo barco llegó de Inglaterra, había alguien que transportaba algo muy importante. Algo que él consideraba una joya. ¿La razón de por qué la abandonó en París? No la sabe nadie mas que él. Esa pequeña criatura que no había conocido la edad adulta, y que permaneció con su juventud intacta hasta el día que murió, y más allá, quedó sola en las calles de París. Nunca fue una asustadiza, pero la experiencia, el dolor y la sed se ceñían sobre ella como un manto de fuego ardiente. No podía deshacerse de esa sensación, por más que buscara consuelo.
Cuando el invierno arrasaba a los mendigos que vivían bajo puentes, Yuna fue de las pocas sobrevivientes. Dado que su creador no le otorgó ni la más mínima información de lo que era, su resistencia física fue siempre un misterio para ella. Con el paso del tiempo, la hermosa muchacha de mejillas sonrojadas pasó a ser un descolorido cuerpo andante. En la primera nevada su cuerpo casi se confundía con la nieve.
Entendió a base de quemaduras que no debía estar bajo el sol, por lo que solía ocultarse en viejas bodegas o, cuando no había más opción, en las alcantarillas.
La noche del 15 de Diciembre, el agotamiento la sumió en un sueño profundo del que no pudo despertar fácilmente. A diferencia de sus sueños comunes, este venía con una fuerza que amenazaba con matarla. Tan solo al cerrar los ojos su cuerpo se estremeció de frío; ante ella solo había oscuridad, pero podía escuchar el gruñido animal de una criatura que rondaba sus pies. Era repulsivo y espectral. No podía sino seguir en penumbras, con la garganta marchitándose de sed. Cuando se hizo la luz, sus ojos verdes se enceguecieron un segundo, poco acostumbrados ahora al brillo y la claridad. No se trataba del sol, por supuesto, pero si de cientos de velas que alumbraban un elegante salón de baile. Con una sola mirada comprendió donde estaba, y con quien se encontraría a continuación.
— Mi lady... — la voz a sus espaldas era tan juvenil, seductora y grave como la recordaba. No era como ningún hombre al que hubiese conocido antes. Su andar ligero, su mirada hambrienta, sus manos firmes y un poco intimidantes. No era una buena persona, y ella lo supo así desde el primer momento. Tal como lo había hecho tiempo atrás, dejó que la guiara en una pieza de baile formal y decente, a un ritmo lento y tortuoso, muy poco apropiado para dos jóvenes que acaban de conocerse.
Su sueño no era muy justo con la realidad, pues el joven Kingsley había intentado mantener su naturaleza como un secreto, bajo todo el encanto que poseía encima. Esa noche de Diciembre, los colmillos de su creador brillaban bajo sus labios como dos cuchillas en manos de un asesino experto; la sed se reflejaba en sus ojos carmesí, y su cuerpo se inclinaba más y más sobre ella como un depredador al que le agrada atemorizar a su presa. La joven no sintió el mismo pánico que la primera vez, pero si sintió dolor, angustia y sobre todo miedo. Era incluso peor saber lo que ocurriría ahora.
Una mordida, la falta de sangre... morir. Y en pocos segundos, la sangre de su creador bajaría por su garganta como un tónico de vida. Todo empezaba de nuevo. Cada noche soñaba con lo mismo, y en algunas ocasiones su destino era menos afortunado que el de ser abandonada en París.
Las atrocidades que le hacía revivir su mente la hicieron considerar muy seriamente subir a la torre de Notre Dame y dejarse en manos de la gravedad; sin embargo, la noche que lo consideró al fin una realidad, encontró un consuelo que jamás soñó tener. Un hombre, un hermano. Era un maestro que venía con dulzura hacia ella, enseñándole por primera vez el arte de matar a sangre fría.
Yuna Rutledge*- Vampiro Clase Baja
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Fecha de inscripción : 23/05/2013
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