Dimitri Romanov

Dimitri respira, come y bebe de esas tres malditas sílabas. Fueron de ellas que sacó la fuerza para no volverse un completo demente dentro de esas cuatro paredes que le mantuvieron prisionero injustamente. Fueron de ellas que se sirvió para aceptar que la vida tal cual conocía se había terminado y fueron a ellas que se aferró una vez que fue liberado. Supo con certeza, cuando la realidad de lo que le habían hecho y lo en que se había convertido, le abofeteó; que nunca más volvería a pisar ese pútrido lugar donde había perdido la dignidad. Había sobrevivido a aquélla celda, a los maltratos y abusos y, si había aprendido una lección, era que nadie jamás iba acudir a su auxilio; que si quería conseguir algo, tenía que hacerlo por sí mismo. El mundo lo había olvidado, lo había matado. ¡Había sido tan cómico! Al menos, hasta que descubrió las ventajas de ser un fantasma. Los muertos no representaban ninguna amenaza, tampoco eran buscados, muchos menos eran sentenciados. Podría ser quién el quisiera y hacer lo que quisiera. Empezar una nueva vida, tener un nuevo nombre, otro comienzo. Habría sido tan fácil, como quitarle un caramelo a un niño, si tan solo lo hubiese deseado. Ese optimismo que tanto lo había caracterizado, la bondad con que sus padres adoptivos le habían contagiado y el lazo afectivo que una vez lo unió a Justine y Demetrius, se había fugado. Fue sustituido por el pesimismo, la frialdad, la inexpresividad, el odio, la envidia. Había sido juzgado y condenado y a nadie le importó un carajo; así que él mismo se vistió con esa armadura. La justicia no existía, era solo un cuento que los viejos contaban a los jóvenes para enturbiar sus mentiras.  El hombre que quería jugar al justo, tenía que levantarse, coger su arma y reclamarla. Y es eso último lo que quiere hacer, excepto que hasta el momento, no sabe cómo cobrar su venganza. ¿Qué daño puede ser equiparable al que le hicieron? ¿Cuando ya te despojaron de todo, cuando ya no sientes nada, se puede encontrar alguna clase de placer? Porque nunca más, suena bastante bien para él.


Dimitri había llegado en un mal momento para Vaslav, quien había tenido que deshacerse de su heredero tras haberse liado con las personas equivocadas. La señora Romanov, había insistido en irse con el niño cuando éste fue enviado a otro país con tan solo su institutriz, pues Dios sabía que había deseado tanto ser madre que, le parecía cruel que tuvieran que apartarlo de su lado cuando solo llevaba unos meses fuera de su vientre. Sus súplicas fueron echadas en saco roto, porque Vaslav afirmaba que debía permanecer a su lado y, que si quería darle una oportunidad a su hijo, debía olvidarse de él hasta que los problemas se acentuaran y el peligro se esfumara. Unos meses después, la noticia de que los Romanov habían muerto, llegó a oídos de la joven encargada de cuidar a Dimitri. La carta que había recibido, exigía que regresara a Rusia y entregase al pequeño a los parientes de los Romanov, tal como había sido el deseo de los padres; pero Azhar, quien sabía los motivos de su viaje repentino con el crío, se negó a obedecer. Cogió unas pocas pertenencias y emprendió camino aquélla noche, temerosa de lo que podría pasar si ellos decidían buscarla; pues las cartas, como medida de seguridad, nunca llegaban a la propiedad de los Romanov; tal como había exigido la cabeza de la familia. Llegó a Suecia viajando con los gitanos. Fue ahí, donde ya sin dinero, sin techo y sin nada para llevar al estómago que decidió que Dimitri tendría una mejor oportunidad si era acogido por los brazos de una nueva familia. La suerte parecía seguir al niño, que pronto cumpliría dos años, pues los Schwanenflügel no solo permitieron que se quedara con ellos, sino lo criaron y trataron como si compartiera su misma sangre y apellido. Azhar incluso consiguió quedarse cerca para ver crecer a quien una vez había sido su pupilo. Los señores Schwanenflügel eran realmente unas personas bondadosas, que a pesar de tener un hijo, no hacían diferencias entre uno y el otro. La joven solo conocía una forma de corresponderles, así que se encargó de la educación de Dimitri. Se habría hecho cargo también de la educación de Demetrius si éste no se hubiese negado. El primogénito suponía un gran problema para la pareja y para cualquiera que se encontraba a su alrededor.

Pronto, fue evidente que Demetrius y Dimitri eran como el día y la noche aunque, con los años, el comportamiento del primero para con el segundo fue mejorando. Azhar le había explicado que era normal que el mayor se sintiese amenazado, pero que eso no significaba que no lo quería.  Dima era un joven muy optimista y creyó ser recompensado por la paciencia que siempre había mostrado para con su hermano. Estaba muy, pero que muy equivocado. Demetrius le odiaba, lo suficiente, como para asegurarse su caída. Días antes de que la boda con su amada Justine se llevara a cabo, fue acusado y encontrado culpable por actos de los que él ni siquiera había llegado a imaginar. Había pruebas y al juzgado, poco podía importarle la intachable reputación del joven. No recuerda mucho de lo que se dijo, ni siquiera recuerda cuántos años le dieron de condena, su mundo se iba cayendo en pedazos mientras veía a Demetrius consolando a su muy alterada prometida. Les había gritado hasta quedar afónico que era inocente, ¡que tenían que creerle! Ella había dicho que no quería volver a verlo, pero se consoló diciéndose que no era Justine quien escupía las crueles palabras, era el dolor de saberse engañada. Pidió ayuda a su hermano, pero éste le había dado la espalda, exactamente como hicieron todos. Fue relegado a la oscuridad y a la soledad, misma que se alimentaba de él y de aquéllos que compartían su misma precaria y miserable situación. Rodeado de presos que sí habían cometido actos atroces, terminó por creerse el autor de los delitos que le inculparon. Ellos aseguraban que todos los que se encontraban entre las celdas estaban ahí porque lo merecían. Algunos otros se mostraban orgullosos de lo que habían hecho. Aprendió a defenderse para sobrevivir, a pelear para comer y beber; pero sobre todo, aprendió a odiar. A su hermano, a su prometida y al mundo en general. Le encontró el gusto amargo a su condición, empezó a interesarse por el paso de los días, a tallarlo en las paredes, esperando por esa libertad que se le había privado. Finalmente, cumplió su condena. Salió solo para descubrir que era un don nadie, que su hermano se había ido del país y que Justine era ahora la señora de Schwanenflügel. Ha estado siguiendo su rastro desde entonces y, como si se tratase de un sabueso; la última pista lo ha traído hasta aquí, a París.


■ Desconoce que los crímenes por los que fue culpado, fueron obra de su hermano. Hasta el momento, solo culpa a Demetrius de haberle dado la espalda y quitado todo.
■ No busca limpiar su nombre, en realidad, ni siquiera sabe qué demonios quiere.
■ Siente curiosidad por saber qué reacción producirá su inesperado llegar.
■ Tiene varias cicatrices, producto de las peleas con los demás prisioneros.