Draven Ravenscroft

   Nombre completo: Draven Vaughn Ravenscroft
   Edad: 23 aparente, 46 reales
   Especie: Cambiaformas Ave
   Status Social:  Clase Baja
   Orientación Sexual: Heterosexual
   Lugar de Nacimiento: Inglaterra



Habilidades. Sigilo, sentidos aumentados, buenos reflejos, agilidad, flexibilidad, velocidad y fuerza sobrehumana. 1. Transformación. Habilidad de cambiar de forma humana a animal y viceversa. Cuando el cambiaformas está en su forma transformada aumenta un 50% su potencia física. 2. Sanación acelerada. Habilidad para sanar rápidamente heridas y contusiones no tan graves (esto no aplica al desmembramiento, si les arrancan un brazo, el brazo no volverá a crecer). El tiempo de recuperación varía según el personaje y la gravedad de la herida o lesión. Cuando se trata de balas de plata o fuego pueden morir si las heridas son muy graves.3. Percepción del aura. Habilidad para ver las auras de otros seres, cuyos colores indican su humor, identidad y nivel de hostilidad, de este modo saben si están bajo amenaza. Este poder también les permite reconocer a otros cambiaformas o licántropos cuando no están transformados e identificar a los vampiros gracias a su aura pálida y su característico olor. 4. Telepatía y comunicación con los animales. Habilidad para comunicarse con otros cambiaformas por medio de la mente (cuando están transformados) y con otros animales que no sean parte de su raza (incluidos los Licántropos). Funciona únicamente a cortas distancias. 5. Fortaleza. Capacidad de resistencia extrema al dolor físico. 6. Mimetismo.La capacidad de confundirse con el entorno para protegerse o disimular su presencia.


Draven hizo de su corazón, una coraza. Cuando niño, intentó absorber, como una esponja, cualquier muestra de afecto que le otorgaran. Sin embargo, no hubo cariño, mucho menos amor para él. Su madre no sabía llamarlo hijo, solo bastardo. A nadie le habría sorprendido, que a la primera oportunidad, le abandonara. Si hubo algo que aprendió de ella, fue que los hombres, jamás; jamás lloran. También aprendió a no mendigar nunca por algo de atención. Realmente, estuvo agradecido porque su padre no le cerró en la nariz la puerta de su hogar. Siempre supo que era un intruso, que debía permanecer como espectador, más no como actor, en la obra que se le mostraba. Pero si siempre tuvo una debilidad, fueron esas estrellas que durante las noches de vuelo le acompañaban. Así que cuando nació su hermana y se abrió una grieta en su coraza, no  se molestó en sellarla. La pequeña Keyra, con su luz, alejaba el frío que se había instalado en su pecho. Fue por ella que empezó a albergar la esperanza de que quizás, había alguien ahí afuera esperando a que él la encontrara. Empezó a desear. Volvió a soñar. ¿El mundo que le habían mostrado era solo una de las caras? ¿Como el día y la noche? Miraba a los Ravenscroft y creía que sí, que a él simplemente no le había tocado correr con suerte. ¿Se suponía que debía estar agradecido de haber nacido? Pero si a nadie parecía importarle su presencia. Al menos, así  era hasta que miraba los hermosos orbes de esa pequeña. Draven podía ser frío, taciturno, solitario, reservado; pero como cuando la noche cae y las estrellas centellean, Keyra aparecía para cambiarlo.

Era un mujeriego. Cada hembra era una nueva aventura. Los muros que se erguían alrededor de su corazón, nunca permitieron que viese más allá de lo que tenia enfrente. Draven era el maestro del control. Por eso, cuando su cielo se fragmentó y cayó, fue muy tarde cuando lo notó. ¿Cómo demonios no lo había visto venir? Se había dejado embrujar por el placer, por el falso confort en los extraños brazos de una mujer. Así, abandonó todo para ir en busca de lo que le habían arrebatado. Mutó. El nuevo Draven estaba cegado por la desesperación. A él no le importaba lo que tuviese que hacer siempre y cuando le llevase a encontrar aquello que le había sido arrebatado. Si su madre había sido un témpano, él era un iceberg. Las mil máscaras. Aprendió a mentir. A ser soberbio. A liderar. A aplastar. Empezó a creerse invencible, aunque más pronto que tarde le demostraron que no lo era. Ellos, los inquisidores, habían matado a su Keyra. La locura se introdujo entonces por esa grieta que había abierto ella. La culpa lo cubrió como una segunda piel. Se volvió en un ser completamente cruel.  Ya no juega a Moisés. No va por ahí separando a inocentes de culpables. Se lleva a quien se cruce en su camino por igual. Pero si algo tiene claro, es que se ha pintado una enorme diana en su espalda para cazadores e inquisidores. ¿Serás el próximo que intente dar en el centro?


- Deja de lloriquear, Draven. Éste será tu nuevo hogar. Un témpano, habría sido menos frío que el tono altivo en la voz de Sienna. La mujer, que había estado ansiosa por deshacerse del mocoso que había dado a luz, se inclinó para quedar a la altura de ‘su pequeño de cinco años’. Un mechón azabache cubría la frente del infante. - ¿Cuántas veces tengo que decirte que los hombres no lloran? Sin ningún ápice de delicadeza, la mujer deslizó las yemas de sus dedos sobre sus mojadas mejillas. El niño inspiró, buscando fuerzas para hacer lo que su madre le pedía. Si hacía lo que quería, quizás no le dejaría con otra familia. Él nunca había conocido a su padre. Todo lo que sabía era que era un bastardo y aún no había descubierto qué significaba esa palabra que su madre con tanto desprecio pronunciaba. Falló. Más lágrimas cayeron, pero esa vez, fue por el dolor que le provocaron las uñas de Sienna en su piel. – No te quiero. Jamás te he querido. No has sido más que un estorbo. Si tu padre no me hubiese apoyado, hace mucho tiempo que te habría abandonado. Pero eso ya no es suficiente, niño. William no me pedirá matrimonio si tengo que cargar contigo. Draven abrió sus enormes y acuosos orbes. William nunca le había gustado. La pareja de su madre, siempre le golpeaba. Aún tenía verdugones en sus muslos y espalda. – Será mejor que toques si quieres tener un lugar donde pasar la noche. Le soltó las mejillas con brusquedad y se irguió. Una sonrisa de alivio curveó los carnosos labios de la fémina. Por fin, sería libre. Ella no tenía materia para ser madre. Se había embarazado por error y, aunque muchas veces intentó abortarlo tomando hierbas medicinales, el mocoso sobrevivió. El que Kristoff respondiera, no lo había hecho más fácil, aunque sí llevadero. El señor Ravenscroft  desconocía que las pocas monedas que le daba, estaban destinadas para solventar a sus amantes y vicios. Draven estaba demasiado flaco. Algunos días se olvidaba de que tenía que darle de comer. Bien, ya no tendría porqué recordarlo, porque desde ese día, pasaba a ser responsabilidad del hombre que había sembrado en su vientre su semilla.

Draven no fue bien acogido en su nuevo hogar. La esposa de su padre le odiaba. Ella no había sabido nada de su existencia. Y Kristoff, quien lo había acogido a regañadientes, le mostraba el mismo cariño que su madre le había tenido. Una coraza empezó a formarse en su corazón cuando se cansó de intentar encajar, de ayudar, de hacerse amar. Él era un intruso que debía estar agradecido por el pedazo de suelo que la esposa de su padre le había compartido. ‘Mejor, había pensado, seguro que no me hallaba si me daban un camastro.’ El único sitio que Sienna había tenido, había estado siempre ocupado por uno de sus amantes. La mayoría de ellos les veían, y desconocían que sus apariencias eran todo un engaño. Él no tenía cinco años, aunque incluso su madre parecía olvidarlo, pues la mayoría de las veces fornicaba cuando se encontraba en el mismo cuarto.  Un año después, la señora Ravenscroft anunció que estaba encinta. La noticia fue bien acogida, también por él, aunque nadie le preguntó cómo se sentía. ¿A quién podía importarle lo que el bastardo tuviese que decir? Pero Draven sabía, que la llegada de ese otro niño, abriría una grieta en su nueva coraza. ¿Le querría él o ella? ¿O también le repudiaría? El pequeño era un soñador. Le gustaba creer que, si su hermano le veía protegerlo y cuidarlo, éste no lo trataría como un pedazo de basura. Mes con mes, observó maravillado cómo el vientre de la señora Ravenscroft iba en aumento. A él le habría gustado acercarse, pero sabía que no debía hacerlo. Así… esperó. Como un predador al acecho. Durante las noches, cuando se escapaba en la forma de una de sus aves y miraba al cielo, pensaba en el niño que pronto nacería. A él si que lo querrían. Había visto cómo a su padre se le hinchaba el pecho como a un gallo cada que miraba a su esposa. También había sido testigo de cómo la señora acariciaba su abultado vientre con cariño. Cualquier otro, seguramente, se habría sentido egoísta, terriblemente mezquino. Él no. Draven no. Su hermanito o hermanita sería como una de sus atesoradas estrellas. ¿Brillaría?

Resultó que sí. Keyra brillaba con luz propia. Draven le había visto nacer desde la ventana. Nadie notó al pequeño arrendajo, así como nadie notó la ausencia del infante. La pareja estaba a rebosar de alegría por el acontecimiento. Por primera vez, comprendió realmente lo que significaba ser un bastardo. Él nunca formaría parte del cuadro. Voló hasta que sus alas se cansaron. Cuando volvió, todos dormían. La curiosidad lo impulsó. Tan silenciosamente como pudo, entró al cuarto para echar un vistazo. ‘Será rápido,’ se alentó. Cuando su cabeza se asomó para admirar al bebé, se quedó estupefacto. Ella le miraba con curiosidad. Sus dedos le picaban por tocarla. Era tan chiquita. Tan frágil. – ¿Quieres ser mi estrella? Preguntó en apenas un susurro. Desde que vivía con Sienna y él miraba a los diamantes inalcanzables en el firmamento, no se sentía tan solo. Le gustó pensar que alguien había escuchado su deseo y había bajado una para que le hiciese compañía. – Yo cuidaré de ti para que nunca te apagues. Yo… Su voz sonaba vacilante. – Si tú quieres… Yo… Yo podría ser tu hermano. Deslizó su dedo índice por la suave barbilla y, cuando intentó apartarse, los deditos se cerraron en torno al suyo. Una sonrisa iluminó el rostro de Draven ante esa efímera muestra de afecto. El calor se asentó en su pecho. No le importó pensar que un día ella crecería y le odiaría.  Había hecho una promesa y la cumpliría, sin importar cuánto le costaría. Años después se pondría a prueba. Años después, se vería orillado a meterse como un espía en la iglesia. La señora Ravenscroft podría odiarlo, incluso su hermana Amelie, pero él no iba a dejarlas. Keyra y Amelie lo significaban todo para él. Si fuese honesto consigo mismo, aceptaría que su desesperación se debía a que necesitaba encontrar a su estrella. Solo a ella. Cuando logró dar con ellas, sin embargo, fue para encontrar solo despojos. Estuvo a punto de volverse loco. Había tardado en ganarse la confianza de los inquisidores. Por su culpa, ellas habían muerto, al igual que su padre. Cegado de rabia, atacó a los ‘compañeros’ que se le atravesaron. ¡Keyra! ¡Keyra había muerto! Habían apagado a su estrella y que Dios, si existía, los ayudara. Desde esa día, empezaba su venganza.


✖ Por años, formó parte de la facción ‘Los Condenados’. Se metió como espía para averiguar el paradero de su familia.
✖ Es ahora un objetivo de la iglesia por los conocimientos que adquirió el tiempo que estuvo conviviendo con ellos.
✖ Conoce a la mayoría de los miembros de la Santa Inquisición. Dedica su tiempo a cazarlos.
✖ Su recién arribo en París se debe a que está en busca de un par de inquisidores.
✖ Podrá no ser un felino, pero posee la misma capacidad y soberbia para ir tras sus presas.
✖ Nunca se llevó bien con Amelie. A diferencia de Keyra, ella sí se dejó influenciar por las palabras de la señora Ravenscroft.
✖ Ahora odia las noches pobladas de estrellas, le recuerdan su fallo, su pérdida.