EL PORTAL ( LESTAT)

por **Galatea Giacometto** Lun Ago 26, 2013 5:06 pm

Tenía miedo. Ese miedo me azotaba las entrañas, me sacudía las manos. Porque después de tantos siglos, terminaba siendo yo la última de una larga generación de brujos, poderosos y ambiguos, y para terminar mis desgracias, mi terrible parecido con la desafortunada Aurora, mi antecesora, que me impedía negar mi linaje. Su muerte, siendo un completo misterio, terminaba siendo mi única manera de encontrar respuestas para saber quiénes me perseguían con tanto ahínco.

Ellos, habían destruido mi vida, despojándome del amor, entregándome a la locura y la soledad, haciéndome descubrir que dentro de mi hay una herencia que yo no pedí pero que hoy día es lo único mío que poseo realmente: MAGIA. Me mire ante el espejo, vestida con aquel vestido negro sin mangas tan justo, que mostraba que había bajado dramáticamente de peso, adornado mis ojos con algo de ojeras que revelaba mi cansancio, más emocional que físico.

Sabía que ellos me pisaban los talones, y había encontrado una forma de huir, solo allí caí en cuenta que lo que había mezclado ahora seconvertía en humo y cubría mi forma ante el espejo de cuerpo completo de mi habitación.

El tiempo, tan efímero y que había estado en mi contra, era mi única salvación, cruzando la barrera de lo improbable descansaría por fin de la persecución, me mantendría con vida. Aun no tenía dominio total de mi magia, sintiendo que era una especie de niña pequeña, pero cuando descubría aquel libro de cuero rustico, y que era de un ancestro mío supe que ellos velaban por mí y me mostraban la salida. Lo apoye- el libro- a mi pecho.

Mi imagen se esfumaba y el espejo se hacía acuoso. Percibí un ruido en la primera planta, que lo único que hizo es que aumentara mi paranoia, sabría que habían venido por mí, y no estaba dispuesta a morir sin luchar.

Entre mi ensoñación pensé en la angustia de aquella Aurora- a la que yo me parecía tanto- que también quiso huir, de aquella desafortunada que alcanzada y malograda sin remedio. De aquella que ahora yo abrazaba su libro, donde su nombre reposaba en letras doradas.

El espejo se hizo humo, incorpóreo. Era hora de cruzarlo de huir de un destino que no deseaba. Sentía la cercanía de los que me buscaban para ajusticiarme. Huiría a otro lugar a otro tiempo, lo intuí, de repente aquel improvisado portal mostro algo: La figura de un hombre de apariencia de ángel, de blancura nívea, de onduladas hebras doradas, de ojos que parecen fulminar.

Un ángel.

Pero algo me despertó y me alarmo, “Los demonios tienen apariencia de ángeles”… su aura era oscura y densa como la sangre.

Sangre.

Esa misma sangre empezó a recorrer mi cuerpo con bestial salvajismo, cuando note que aquel ángel- o demonio- me miraba desde su posición contraria en el incorpóreo espejo.

Los pasos ya estaban cerca de mi puerta, cerca de mí. Han venido a exterminarme, debía decidir si debía cruzar o no, ahora, pero un ancestral temor se anudaba a mi impidiéndome moverme, por aquel hombre, al otro lado del espejo.

Sangre.

Sentía que me debatía entre dos peligros, entre dos maneras de perderme sin remedio.