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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Margarite Renard Jue Ago 29, 2013 1:24 pm

Una de las cosas que bien había entendido Ligia de Margarite era que las mujeres de su época y de su estrato social eran sumamente femeninas, gozaban de ser cortejadas por los varones más propicios, agitaban pañuelos blancos perfumados y se pasaban las horas frente el espejo acomodando cada bucle del cabello, cada pliegue de la ropa.  Se seguía la moda a donde la moda fuera o de lo contrario habría un castigo demasiado alto.  El rechazo social.

Margarite le hablaba a Ligia quien había encontrado sumamente dificultoso el paso de una era a otra, mientras que Margarite encontraba sumamente femenino calzarse y vestirse, Ligia pensaba en otras situaciones, casi todas ellas encaminadas a otro tipo de desenlaces. Sin embargo las mujeres de esta época no distaban de lo que eran las dominas romanas y la única y relevante seña de cambio que Ligia encontraba en estos nuevos tiempos era que el recipiente del perfume había cambiado considerablemente, ahora se usaban frascos con una válvula para dispersar el aroma, antes las esclavas bebían el perfume y lo rociaban con los labios sobre su domina.

Margarite estaba convencida de que tenía que seguir los pasos de la moda para acomodarse entre los mortales y no romper el código con los de su misma raza.

Una amiga a quien había conocido durante una caza, Colette, le había hablado de un lugar oculto y secreto en París.  Este lugar era el refugio y hogar de uno de los de su raza que se dedicaba empedernídamente a diseñar los más exquisitos vestidos siguiendo la moda actual y creando la venidera.  Colette la llevó un par de veces aprovechando la ausencia de una amiga a la casa y negocio de Jean Paul, modisto, quien por alguna razón muy personal decidió no salir de su estudio y se dedicaba a crear vestidos para las damas con un carácter pleno compulsivo en su casa situada en el centro de la ciudad.

Jean Paul  quien por cierto se presumía no era su nombre real, se estaba quedando con todos sus francos pero Margarite los veía convertidos en excelentes vestidos de los cuales cualquier mujer de la época se enamoraría.  Su luto no había terminado, sin embargo ella se estaba preparando para cuando los tres meses pasaran.  Le aburría mucho usar el mismo color y no siempre podía mantener el luto como era debido.

Las reuniones consistían en reunir a un grupo diminuto de vampirezas, por lo general solo se invitaba a realeza o a gente de la clase alta.  No había lugar para otro mercado, no había posibilidad para quien no cumpliera ese requisito, Jean Paul era estricto.  Jean Paul también era bien imitado por sus seguidores quienes llevaban una moda similar y menos costosa a manos con menos bienes.  Jean Paul estaba orgulloso de cada uno de los vestidos que confeccionaba.

Jean Paul había organizado el salón para tenerlas lo más cómodas que pudieran estar.  El servicio debería estar atento a todas y cada una de las demandas de las mujeres.  Margarite se encontraba tomando una copa de vino frente a la ventana cuando Jean Paul ordenó cerrar las cortinas y les pidió que se sentaran en su respectiva silla. Sus modelos empezarían a caminar mostrando los vestidos y luego estos serían replicados con la talla perfecta de la dama que los comprara, el original siempre lo guardaba Jean Paul en su bodega personal.

Colette no había podido asistir, sin embargo Margarite observó un diván rojo vacío donde tomó asiento poniéndose muy cómoda mientras sostenía su copa de vino.  Esas reuniones no se llevaban a cabo si no se cumplía con el número exacto de atendientes. Cinco.  

Colette le había comentado a Margarite que seguramente cedería su invitación a alguna amiga suya pues estaría fuera de París por motivos urgentes.  Margarite se sentó en su silla moviendo las telas de su vestido que a pesar de ser negro, Jean Paul había logrado darle gracia y belleza al conjunto.  La elección de telas incluso le estaba facilitando la vida a Margarite dentro de ese corsé.  

Ella estaba atenta a la puerta, quizá lograran reunir el número correcto de atendientes.  Sabía porque ya había sucedido que si no se completaba el número,  Jean Paul, se disculparía con ellas y las haría volver otra noche. Margarite sinceramente esperaba que la última participante se presentara pues estaba ansiosa de observar lo nuevo del trabajo de Jean Paul y llevarse por lo menos un par de vestidos a casa.
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Mensaje por Antoinette Bellerose Dom Sep 01, 2013 10:05 am

Las jornadas de la inmortal transcurrían en medio de la absurda monotonía: dormir en las mañanas, despertar en las tardes, y con suerte si el cielo no estaba nublado; poder observar desde su ventana como oscurecía hasta que el cielo se cubría con un manto negro como el terciopelo.

La desesperación de no poder abrir ni siquiera un poco las espesas cortinas que impedían que la luz solar bañase con su calidez los aposentos de la heredera, consistían en un martirio al que se había resignado, pues a pesar de  llevar ya casi medio siglo en el vampirismo, aún conservaba sus pasiones mortales: disfrutar de los bellos jardines a plena luz del día, sentir algo de calor solar bañando con suavidad su rostro, y como no, pasear sin peligros por las calles parisinas. Como era de esperarse, había tenido que acoger un estilo de vida mucho más sombrío y solitario, viéndose ese cambiado sutilmente a veces por pequeñas distracciones, ya que ahora Antoinette había resuelto integrarse de a poco en la alta alcurnia parisina, teniendo el agrado de tener unos cuantos conocidos que solían visitarla de vez en cuando, haciendo amenas sus jornadas.

Días antes había recibido la sorpresiva visita de Mademosielle Colette, una dama que había tenido el agrado de conocer en una función en el teatre des vampires. Si bien no se habían convertido en grandes amigas todavía, Antonette apreciaba a la inmortal que solía visitarla de vez en cuando, y así la actualizaba de las cosas que pasaban a su alrededor.

Casi todas las personas que conocían a la castaña podían dar fe de su pasión por la moda. Al estar empezando a incursionar en el negocio de las finas telas, había tenido tiempo de sobra para comentar su actividad a sus allegados y conocidos, por lo que Colette había tenido ocasión de conocer de primera mano sus intensiones. Aquel día en particular, mientras ambas tomaban una copa de brandy, Colette  comentó a Antoinette sobre un exclusivo diseñador parisino que ofrecería cierto muestrario privado de sus diseños, y quizás con suerte Antoinette podría agregar unas cuantas piezas a su armario. La idea de salir un momento de la residencia había agradado de sobremanera a la vampiresa, que aceptó de muy buen agrado la invitación que le cedían para dentro de dos días. Como había explicado su acompañante, ella no podría asistir por cuanto a motivos de negocios se trataba, y debía encontrarse fuera de París al día siguiente.

Los dos días que faltaban al inicio de dicho evento, habían logrado picar las ansias de la heredera. Allí, no tendría que esconder su naturaleza, puesto que estaría rodeada de damas de su misma especie y posición social; según había sabido explicar Colette. Además, podría admirar las obras del renombrado modisto Jean Paul, a quien todavía no había tenido el agrado de conocer.

Para esa misma tarde, Mathilde la ayudaba a abrochar el corsé de aquel vestido color borgoña que había sido confeccionado por su modisto personal, Élie. Colocó sobre el vestido un abrigo de piel color negro, y estuvo lista para emprender el recorrido hacia el centro de París, hacia aquella casa donde tendría lugar el evento. Mathilde no la acompañaría, puesto que el ambiente no era el apropiado para la mulata. No quería que su humanidad se prestara a confusiones y terminase siendo la merienda de alguien.

El coche no tardó mucho en transportarla a su destino. Llegó, e ingresó con despreocupación hacia el salón donde según lo indicado se encontraría con otras 4 mujeres con las cual tendría el privilegio de observar el evento. Al recorrer la estancia con su mirada, pudo notificar que ya se encontraban ahí, y al parecer estaban esperando a la última persona que resultaba ser ella. Dejó que la despojaran del abrigo, u se apresuró a tomar asiento, aceptando en el camino una copa de vino que le ofrecieron. Había un último lugar, situado en una elegante butaca, al lado de un diván en donde ya se encontraba una de las damas. Antoinette se acercó con cuidado, tomó asiento en su lugar, y se dirigió a la inmortal que tenía al lado.

Espero no haber llegado muy tarde... —Se justificó, con gesto de disculpa en el rostro. —¿Lleváis mucho tiempo esperando? —Inquirió. Sabía que aquel modisto era sumamente estricto, por no llamarlo caprichoso; y era capaz de suspender el evento si no se encontraba completa su audiencia.
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Mensaje por Margarite Renard Dom Sep 01, 2013 7:49 pm

Apenas llegó la última invitada Margarite pudo observar como el histérico Jean Paul aplaudía apresurando a su servicio para que todo se pusiera en movimiento.  

Margarite estaba sumergida escuchando el relato de una vampiresa de cabello rojizo que había empezado a relatar los acontecimientos que le habían parecido importantes de la semana.  Las demás féminas le prestaban una atención inusual a la pelirroja, era como si las tuviera hipnotizadas con sus relatos sobre los movimientos sociales de sus iguales y a cada cosa que ella comentaba las demás asentían y aplaudían encantadas.    

Margarite estaba acostumbrada a observar cuando sucedían eventos en los cuales la atención  se centraba sobre una persona, sólo que ella fluía con el momento y lo dejaba pasar, pero podía notar que muy dentro del mismo Jean Paul nacía una creciente molestia por el hecho de que su noche de muestra se estaba convirtiendo en la noche de la pelirroja quien reía, disfrutaba y constantemente alzaba su copa de vino invitando a las demás a seguirla.

Cuándo la recién llegada se acercó y habló, Margarite sonrió levemente y murmuró.
 
- Justo a tiempo, Mademosielle – Dijo y guiñó el ojo como una seña para que se relajara.

Supuso que era la amiga en común con Colette y estaba a punto de indagar sobre ese aspecto cuando la pelirroja notó a ambas hablando o intentando hablar apartadas del grupo y animada comenzó con su discurso para incluir a todas.

- Bienvenida Mademosielle, yo soy  Barissa Decatur. Mi familia se encarga el negocio del caterin en los mejores distritos de Francia. Si alguna vez necesita cubrir un evento formal y quiere ahorrarse las complicadas decisiones de que servir a sus invitados, llámeme. – dijo muy segura de hacerse publicidad dentro del mismo evento de Jean Paul, Margarite había escuchado sobre los servicios de Barissa, ella realmente no prepararía nada ni llevaría nada a ningún evento, simplemente se limitaba a cobrar sumas exorbitantes de francos por ofrecer un menú donde especificaba que se debería comer en el evento, y realmente le funcionaba.  Margarite levantó las cejas un tanto impresionada por la resolución que tenía Barissa por dominar y darse a conocer durante el evento.  El intento de control de Barissa no terminó ahí que seguía hablando y Jean Paul le observaba mientras mordisqueaba nervioso una de sus uñas de la mano izquierda esperando el divino momento en el que la pelirroja terminara de parlotear.  – Ella es Mademosielle Carlotta Vanko, hija de la familia Vanko… ahora extinta, pero tiene buenos contactos sociales, por ejemplo a mi persona.  – dijo y soltó una risa sonora tras señalar a una chica de cabellos rubios, largos y bien peinados, quizá aquella con el escote más pronunciado del salón y prosiguió. – Esta amable dama… - dijo acariciando la pierna de la chica que estaba a su derecha para señalarla. – Es la dulce viuda Jaquelinne Strauss.  – Tras mirar profundamente  a la muchacha de cabellos oscuros y tez oscura con ojos de un color esmeralda, murmuró. – No tiene relaciones con ningún otro Strauss por lo visto.  Pero su fuerte está en la industria maderera. –  Tomó un poco de vino y sonriendo movió su mano suavemente mostrando el lugar ocupado por Margarite y prosiguió como los pavorreales que no reparan en mostrar el plumaje cuando se han dispuesto a ello.  - Esa adorable mujercita, - dijo refiriéndose a Margarite que le observaba serena mientras bebía de una copa de vino que recién le habían ofrecido. – ella es Margarite Renard, recién llagada a Francia, viuda y dueña de viñedos en Italia y Francia.    Nos encantaría a todas que por favor, Mademosielle se presentara antes de que Jean Paul nos muestre las maravillas que estas últimas semanas habrá creado. – dijo cediéndole la palabra a la recién llegada en un tono muy amigable.

Jean Paul estaba a punto de arder en furia por la atrevida Barissa que seguía robándose su función a pesar de que él mismo ya había mostrado señas de molestia, inquietud y nerviosismo.  Las luces fueron acondicionadas dentro de esa elegante estancia decorada con finas cortinas de tela roja, el servicio estaba paralizado y las modelos se miraban entre sí con una mirada inquieta, pues ahora parecía que Barissa estaba obsesionada con prolongar más el momento en el cual Jean Paul pudiera hacer por fin aquello que sentía era su más profunda llamada en la vida, mostrar sus diseños, su moda y sus elecciones para cada forma de cuerpo.  

Margarite sabía que el timón parecía no tenerlo ya Jean Paul y le dirigió una mirada suave, cerrando sus ojos como diciendo “esas cosas pasan”.   Luego movió su mirada atenta a la recién llegada inquieta a la vez que curiosa por las respuestas que les proporcionaría.

Jean Paul volteó a observar a sus modelos, parecía que después de la presentación de la última de sus clientas podría iniciar con el muestrario, sin embargo él también se sentía curioso por quien sería esa persona a la cual Colette le cedió su lugar, con Margarite no había tenido problemas y había resultado ser una excelente compradora y sobre todo una compradora que sabía mantener el orden.  

La razón por la que Barissa se encontraba ahí era por que su marido le había acomodado con Jean Paul a base de amenazas.

Si bien existía algo cierto en Barissa es que ella no era un vampiro y las damas que le rodeaban en ese momento sí lo eran, todos ahí excepto por ella, el personal de servicio y las modelos. Su marido sí era un miembro perteneciente a la sociedad vampírica que simplemente no había decidido si Barissa se había ganado o no la vida eterna a su lado, los rumores entre vampiros indicaban que ella no permanecería mucho a su lado.   

Intentaba por todos los medios encajar con ellas, forzarlas a ir con la corriente echando mano de su encanto, su posición y su refinamiento.  Barissa en el fondo no podía comprender por qué al final de cada evento parecía no encajar.  En su mente no había espacio alguno para la existencia de los vampiros y por supuesto no pensaba estar rodeada de ellos.
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Mensaje por Antoinette Bellerose Mar Sep 03, 2013 12:49 am

La dama que se encontraba a su lado, le indicó con amabilidad que había llegado justo a tiempo ; lo cual relajó notablemente la postura de la inmortal. Intentó entonces disfrutar del espectáculo, que creyó iba a dar inicio al encontrarse todas las invitadas ya en sus posiciones. Jean Paul se veía satisfecho, y por un momento parecía que tomaría la batuta del desfile, pero todo el ambiente tomó un rumbo inesperado. La heredera tuvo apenas tiempo de aclimatarse al nuevo ambiente, antes de verse inmersa en una conversación en la cual no había pensado participar. Al parecer, una de las damas había manteniendo una conversación que implicaba a las otras tres -un monólogo más bien- y al percatarse de la presencia de la morena intentó incluirla también. La Boissieu no tuvo que escuchar mucho para darse cuenta que la conversación venía impregnada con ligeros toques de grandeza. La miró a través de sus pestañas, y se sorprendió al notar que se trataba de una mortal común y corriente ; quizás con una posición privilegiada en la sociedad, aunque sin poder gozar de la bendición de un carácter humilde. Intentó permanecer lo más al margen posible, exasperándose de cuando en vez al verse incluida de repente en aquella marea confusa de palabras que parecían tornarse en publicidad de un servicio de catering para cualquier ocasión. Antoinette no pudo evitar dirigir un par de miradas incómodas a la dama que tenía a su lado, sintiéndose aturdida de repente. Cuando Barissa -que así se llamaba la dama- empezó a presentar a las demás, Antoinette la escuchó con educación y serenidad, sus emociones ocultas a la perfección tras esa máscara de indiferencia que se le daba tan bien fabricar. Sin embargo, la conversación tomó otro giro al pedir la dama a Antoinette que se presentara. Tras un pequeño suspiro, empezó no sin antes dirigir una tenue mirada de disculpas hacia el histérico Jean Paul.

Oh Madame, gracias por la bienvenida, y es un gusto para mi conoceros a todas.  Mi nombre es Antoinette Boissieu, y no llevo mucho tiempo en París.  He vuelto hace un par de meses, dispuesta a establecerme de nuevo, recuperar ciertas cosas... —Se explicó, mirando a cada una de las presentes que la observaban con curiosidad. —Soy la última Boissieu que queda. Actualmente he empezado a incursionar en el negocio de las finas telas, y estoy particularmente cautivada por el diseño de modas. —Sonrió con educación. ¿Qué más tendría que decir? No  estaba casada, ni planeaba estarlo por un tiempo. El recuerdo de su fallecido prometido todavía le acompañaba hasta el presente, y se negaba a irse, intacto y fresco como el primer día. No, no. Lo demás tendrían que averiguarlo por ellas mismas, conocerla mejor. No era de esas personas que se abrían fácilmente, además sentía que no podría intentar confiarle sus más íntimos detalles a Barissa aunque su existencia dependiese de ello. La miró con intensidad, por unos breves segundos. Quizás habría tenido la oportunidad de conocer a su madre, o talvez a su abuela. No le parecía conocida, aunque de todos modos, las generaciones solían cambiar con los años y los rasgos terminaban perdiéndose como disueltos en agua. Seguía preguntándose como es que las damas habían permitido que la mortal las introdujera de semejante manera, poco cortés y muy narcisista... procuraría mantenerse lejos de ella lo más posible.

Sus ojos vagaron de nuevo por cada una de las presentes, analizándolas. Sabía tan poco y quizás en otras circunstancias y con una introducción más propia habría intentado establecer algún vínculo más cercano... Se detuvo un momento en Margarite, quien aún vestía de luto y se preguntó cuánto tiempo llevaría de duelo. No pudo menos que identificarse con su dolor, aunque quizás no era del mismo tipo. Había sin duda algo más que llamaba su atención, y fue que supo distinguir en sus facciones algo mucho más antiguo de lo que había visto jamás. ¿Cuántos años habrían transcurrido desde que había dado comienzo su viaje inmortal? Pudo apostar entonces que sería poseedora de una gran sabiduría, algo que no había percibido en ningún otro inmortal hasta aquel día.

Oh, y esta noche he venido gracias a la invitación que Colette me cedió amablemente —Agregó de repente, intentando así finiquitar el asunto de las preentaciones. —Me han hablado muy bien de sus diseños, monsieur Jean Paul... —Alabó al modisto, como queriendo proporcionarle algo de paz en medio de aquella interrupción. Su copa vacía en la mano diestra le avisó que había estado bebiendo el vino quizás sin darse cuenta, y lo atribuyó inmediatamente a la ansiedad que había sentido a través de la conversación con aquella mujer. "Desagradable" pensó inmediatamente, convencida de que Margarite pensaba lo mismo que ella. Miró a todas con una sonrisa de educación por última vez, y rogó porque el Modisto empezara con su muestrario de una vez por todas.
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Mensaje por Margarite Renard Mar Sep 03, 2013 5:01 pm

La situación se estaba tornando aguda, Barissa no paraba de hablar y tratar de deslumbrar a todos los presentes con sus relatos. Margarite tenía paciencia quizá demasiada sin embargo ese día en particular se sentía movía sólo por el deseo de ver los diseños de Jean Paul, había lugares y momentos propicios para iniciar esas conversaciones y conocerse, ella consideraba que quizá Barissa carecía de tacto o le sobraba ego para el caso la estaba desesperando, había comenzado a dar ligeros golpecitos con los dedos sobre el diván mientras que con la otra mano sostenía su copa, en su mente los golpecitos sobre el diván se iban escuchando de menor a mayor intensidad con el propósito de callar la voz de la pelirroja. La intervención de Boissieu le animó el espíritu y sonrió apenas levemente estirando su mano hasta tocar la de ella.

Jean Paul era un vampiro de baja estatura comparado con los demás que rondaban la ciudad, su tez era blanca con unos enormes ojos azules, y el cabello con un ligero tinte rojizo. Su cuerpo no era atlético, sino más bien exhibía una proporción dígase de paso obesa. Vestía flamante y agitaba su pañuelo frente a su rostro como si pudiera limpiarse algún sudor de su frente. Su voz era quizá no lo que se esperaba de un diseñador de alta costura, a veces rayaba entre lo chillón y lo dramático. Pues por un momento podía hablar con toda la serenidad del mundo a un volumen moderado y al siguiente de la nada pegar un grito que descolocaba a todos.

Margarite pensaba que la llegada de la última invitada cambiaría el curso de las cosas, realmente lo deseaba pero al parecer Barissa insistía y se esforzaba demasiado. En opinión de Margarite se le había pasado la dosis perfecta para simpatizar y dar pie a crear nuevos vínculos.

Escuchó con atención el nombre de la recién llegada y las palabras que expresó sobre su persona, en cuanto Boissieu habló sobre su interés por el diseño de modas pudo observar el semblante de Jean Paul relajarse un poco. Si bien él era un excéntrico en toda la extensión de la palabra gustaba mucho de discutir de modas, diseños, telas con otras personas interesadas. Y si Boissieu estaba por incursionar en el negocio de las finas telas eso podría beneficiarle a ambos.

Había una razón por la cual las otras tres mujeres lucían animadas sobre la conversación de Barissa, esa misma noche después del evento planeaban acompañar a Barissa a casa con la intención de conocer a su marido y llegar a un arreglo. Barissa no tenía por qué convertirse en vampiro y él podía tener una compañía más agradable y ad hoc a su situación pues estaba a punto de obtener un título nobiliario por herencia.

Los pensamientos de las otras mujeres eran fuertes, Margarite los escuchaba constantemente cuando la gente no aprendía a bloquear sus pensamientos en el momento adecuado. Solo llegaba a su mente y así es como podía decodificar lo que algunos pensaban por mínimo que fuera el esfuerzo que ella pusiera para entenderlos, esto sucedía sobre todo con aquellos de naturaleza más impulsiva y que llevaban pocos años convertidos.

Jean Paul por su parte tenía un motivo para la estricta regla de solo cinco personas por desfile. Nunca sabía cómo saldrían las cosas con los temperamentos de las damas de esa raza, temía que si juntaba una cantidad exagerada de público se atacaran ahí mismo y eso era algo que él no necesitaba presenciar. Pensaba fuertemente en mandar al marido de la mortal directo al infierno con todo y sus amenazas, simplemente no se había comportado a la altura y esto sería notificado como tal. ¡Un verdadero abuso sobre su propiedad, evento y dominio! Si bien Jean Paul había accedido a que la mujer presenciara el desfile no había convenio sobre dejarla comprar sus diseños. Jean Paul diseñaba para vampiresas, nada más y nada menos, ni todas las amenazas del mundo juntas o los títulos nobiliarios podrían cambiar su forma de pensar.

Margarite asintió casi imperceptiblemente dándole la razón a Boissieu cuando se percató de cómo se sentía respecto a la situación. Al escucharla nombrar a Colette le habló:

- ¡Un gusto! Madmoiselle Colette es una excelente persona, ¿no es así? Ella me cedió su lugar una vez y desde entonces frecuento a Jean Paul. Bienvenida. – dijo tratando de ser breve y de no crear más drama que el que ya estaban viviendo. Sin embargo trató de ser cálida y receptiva con la recién llegada, había algo en su aura que le agradaba mucho y si bien era cierto que Margarite podía ser una piedra cuando conocía gente o en el trato diario Madmoiselle Boissieu no le inspiraba para nada sacar el lado áspero.

Jean Paul sonrió y comentó interrumpiendo el parloteo que había secuestrado su muestrario esa noche una vez exasperado dirigiéndose a la dama recién llegada.

- Sea bienvenida Madmoiselle Boissieu, espero pueda venir a más y cada vez mejores muestras de mi humilde trabajo. – aseguró, palmeó exasperado ante la mirada desconfirmante de Barissa que ahora se sentía atacada por el comportamiento súbito de Jean Paul con voz firme retomó el control de su evento. – Si no les importa que interrumpa su amena plática, comencemos. – dijo y el servicio tomó sus posiciones, deberían vigilar que las invitadas estuvieran cómodas, con la copa llena y si querían hacer el pedido solo debían levantar su mano al finalizar el recorrido de la modelo pues ahí mismo comenzaba la puja para conseguirlo.

Barissa frunció los labios al ver que le habían quitado el control de la situación y frunció el ceño como perdiendo el interés sobre el evento entero, se recargó en el lugar que tenía asignado y acicaló su larga cabellera roja molesta, visiblemente iracunda mientras concentraba su mirada sobre la copa de vino que le habían ofrecido.

Margarite agradeció que por fin empezara el evento, amaba los desfiles de Jean Paul que se limitaban a las siete piezas más recientes de su colección. La servidumbre se movió para colocar la mejor iluminación posible y dos de ellos corrieron la alfombra roja brillante y circular que Jean Paul amaba y usaba solo para esos eventos y para que sus modelos pasaran al centro de dónde estaban las invitadas y se mostraran los diseños.

Un músico que parecía que se había estado durmiendo con la conversación de las damas fue despertado para que cumpliera con sus labores de un fuerte golpe en la nuca que el mismo Jean Paul le propinó, después de esto empezó con una suave melodía y la primer modelo avanzó hasta la alfombra que se estaba convirtiendo en una especie de trofeo, el haber pisado como modelo de Jean Paul esa alfombra era todo un logro para algunas humanas.

El primer diseño estaba hecho en muselina, consistía en dos piezas y la parte de arriba era un top corsé con tirantes, costuras blancas con un rematado negro resaltaban los bordes. La caída era simple y mostraba pliegues que nacían alrededor de la cintura. Realmente era algo sencillo, la parte trasera se sujetaba con un suave listón en negro y blanco. El vestido estaba hecho completamente por la mano de Jean Paul, todas las puntadas e hilvanes eran su propiedad intelectual. Los zapatos que llevaban los mismos patrones iban decorados con rubíes.

Jean Paul se acercó y comenzó diciendo:

- Primer modelo, Sed. – caminó observando a la modelo que se había quedado estática en la pose descansada y sugerida que daría mejor vista al vestido. – Cuenta con dos bolsillos interiores para que la dama que lo use pueda guardar dagas de una forma muy discreta dentro de un par de fundas de material fuerte y suave que hará que no lo noten junto a su cuerpo. Uno nunca puede ser demasiado precavido en París. – dijo sin poder explayarse más debido a la presencia de la mortal.

Margarite observó el conjunto y le pareció una opción interesante. No sabía si entrar a la subasta o no por la pieza, por lo general los siguientes vestuarios siempre eran mejores y ya le había pasado que se arrepentía de su primera compra cuando iba mostrando lo demás, por ese momento decidió no pujar a pesar de que el modelo era hermoso. Las dos vampiros que planeaban acompañar a Barissa levantaron la mano una tras otra la suma en francos era fuerte pero en sí asequible.

Barissa observó el vestido y levantó una ceja sorprendiéndose forzadamente y moviendo los labios en desaprobación. Prácticamente se estaba burlando del diseño del vestido y de la tontería que tenía ahí armada Jean Paul, mira que venderle ropa para guardar armas a las damas de alta sociedad. ¿A quién le serviría semejante locura?

Margarite pudo percibir la ira de Jean Paul creciendo despacio, ahí fue cuando volteó su mirada a la amiga de Colette. – A mí me parece encantador. – Le comunicó y siguió mientras jugaba con su cabello. - ¿Qué opina Madmoiselle Boissieu? – Jean Paul volteó su mirada sobre Boissieu y esperó su opinión pacientemente.
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Mensaje por Antoinette Bellerose Dom Sep 15, 2013 10:57 am

Antoinette estaba agradecida con la experiencia que le habían traído los años. Era ya casi capaz de mantenerse serena ante la mayoría de las situaciones, en especial situaciones como ésta donde apenas en otras circunstancias hubiese podido manejar las ganas que tenía de ahorcar a Barissa. Se limitó a mirarla, con cierto fuego intimidante en los ojos, esperando transmitir el mensaje de que ya no deseaba escucharla más. Con la copa de vino aún en la diestra, bebió un poco y con educación desvió la mirada de la pelirroja como evidenciando el poco interés que sentía en sus palabras. Barissa tendría que aprender a ser un poco más discreta, pobre su marido si llegaba a convertirla en inmortal. De todos modos, ¿quien en sus 5 sentidos pudo desposar a semejante ejemplar? Seguramente el esposo de la dama debía estar muy aburrido de lo cotidiano... Boissieu esperaba sinceramente que no decidiera conservarla.

Con una amable cabezada, agradeció las palabras de Jean Paul, instándole a que comenzara lo más pronto posible su desfile. Las damas callaron, la música empezó a fluir, y la morena se acomodó de mejor manera en su asiento. Entre todas las damas presentes, sin duda la que más había logrado picar su atención, y por qué no decirlo, su simpatía había sido la dama situada a su lado; aquella que barissa había logrado describir como "la viuda". Con elegante estilo, y modales excelentes, la inmortal había sabido llevar con tranquilidad la situación de la mortal, e incluso la heredera pudo percibir que ambas pensaban lo mismo. Seguramente tenían muchos más puntos en común, pero eso lo averiguaría con el avance de la velada.

La primer modelo avanzó por la estancia, luciendo un exquisito vestido de muselina con una suave caída en pliegues. La utilidad del bolsillo interno fue lo que más logró admirar la Boissieu, que notó que Jean Paul no había dejado de incluír en su vestido los posibles usos y conveniencias para una vampiresa. Nunca estaba por demás ser precavidos, y eso lo sabía ella muy bien.  Sin embargo, Antoinette evitaba tonalidades como el blanco y el negro, ya que le daban un aspecto fantasmagórico. En un acto distraído, posó su mano izquierda en su vestido color borgoña, y lo alisó tratando de eliminar posibles pelusillas, aunque fue innecesario. El vestido estaba como siempre, impecable.

Notó que Margarite se interesó un poco en el vestido, aunque no pujó realmente por el modelo. Las otras dos vampiresas sin embargo, alzaron sus manos emocionadas. El rostro de confusión de Barissa fue sin duda lo que más divirtió a la chica, que no pudo evitar sonreír con discreción. Barissa simplemente no encajaba.

Sonrió ante las palabras de madame Renard, y sus orbes se apartaron del espectáculo, para dirigirse a ella. Contestó con interés, parecía que Jean Paul no la iba a decepcionar.

Es un modelo sin duda interesante... pero los colores sin embargo no terminan de convencerme. —Se explicó, con sus orbes fijas en ella. Se preguntó entonces cuanto tiempo llevaría ella su duelo, y si ya habría superado la muerte de su esposo. Un punto más en común que ambas tenían, aunque lo suyo no había sido justamente matrimonio.. pero casi.

Me pregunto  si monsieur Jean Paul tendrá algo rosa entre sus creaciones. Hace ya muchos años que no he tenido un vestido rosa... —Explicó, riendo con suavidad. La siguiente modelo pareció leerle justamente los pensamientos, porque modeló un espectacular vestido de noche en color rosa coral. De tono suave, el vestido tenía un escote en la espalda moderado, redondo, con suaves encajes al rededor del escote delantero y trasero. Pero lo que sin duda gustó más a la chica, fue la caída trasera del vestido, adornada con preciosas flores entre los pliegues de gasa. Era simplemente, lo que andaba buscando.

¡Eso es a lo que me refería! —Explicó sonriente, a Margarite. Escuchó con claridad las palabras de Jean Paul, el vestido constaba de igual manera con un bolsillo secreto, además de incluir guantes de terciopelo a juego, y zapatos del mismo tono. Una mano se alzó antes que la suya, y Antoinette la miró, levantando una ceja. Barissa pujaba por el vestido.

Jean Paul pareció pensar exactamente lo mismo, porque rodeó con la mirada toda la habitación, exceptuando el punto preciso donde la mortal se encontraba. La heredera decidió finalmente que pujaría también, por lo que levantó de igual manera su mano. Las cifras empezaron a aparecer con prontitud, Barissa parecía poco decidida a dejar escapar la oferta. Suspiró, de verdad estaba empezando a perder la paciencia.
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Mensaje por Margarite Renard Dom Sep 15, 2013 6:37 pm

Margarite observaba a la pelirroja con cierta fascinación morbosa cómo cuando un caballo se desboca cerca de un barranco, uno sabe simplemente que algo estaba por suceder tarde o temprano.  Si bien la conversión de un mortal a inmortal debía ser un hecho consultado, la mayoría de los vástagos abandonaban las tradiciones antes de tiempo convirtiendo a diestra y siniestra sin intención alguna de preparar a los vástagos que creaban.  Sí el marido de Barissa la convertía nada de lo que era en ese momento sería después,  Margarite se pensaba mucho cómo una personalidad como la de esa pelirroja atrajo a un vampiro y más aún qué tipo de vampiro había caído en las manos de un mortal.  

Conforme el tiempo pasó trató de alejar esos pensamientos de su mente y concentrarse en lo que veía, el desfile de Jean Paul que debería en teoría dentro de su humilde opinión de ser lo más importante.  Volteó a ver a la morena y sonrió cuando se sintió observada, entonces el primer vestido se fue comprado por la chica sentada al lado derecho de la pelirroja.  Margarite sabía que lo que iba al final siempre era lo mejor, Madame Boissieu pareció pasar del primer vestido y escuchó el motivo que le dio a Jean Paul.  Era normal, y sobre todo con el paso del tiempo que los vampiros delinearan su estilo teniendo preferencias por ciertos colores, cortes, telas, era casi imposible hacer que uno de su raza vistiera algo formal que no fuera de su agrado o incluso de creación.  

Margarite vio venir el siguiente vestido y se enderezó en el diván prestando suma atención,  aplaudió suavemente y terminó sentada con las piernas ligeramente inclinadas, aprovechó para acicalar su cabello y sonrió.  El vestido era hermoso pero al escuchar que era la preferencia de Madame Boissieu decidió esperar a uno más adelante para comenzar a pujar.

De la nada todo se fue al diablo,  Jean Paul estaba claramente encolerizado.  Había sucedido un pequeño hecho que lo había disparado hasta el infinito con su ira.  Agitaba el pañuelo mientras las damas pujaban, agitaba el pañuelo blanco haciéndole una mínima seña a Barissa.  Se le había permitido entrar, ver sus diseños, ser grosera y robar la atención un rato sí, pero Jean Paul era claro con sus deseos, no iba a venderle a un mortal, sus vestidos no serían portados por una simple y patética mortal.  

- ¡Alto! ¡Suspendan la música!  ¡¡¡SILENCIO!!!  - gritó mientras se acercaba a pasos acelerados en dirección a Barissa.   El silencio fue el protagonista durante un corto momento,  Margarite sostenía la copa y volteó a ver a Madame Boissieu, levantó las cejas divertida un par de veces y luego regresó su mirada muy despacio a Barissa y a Jean Paul.  

El vampiro era una hoja que temblaba nerviosa a punto de ser desprendida del árbol de su cordura,  la voz sonó menos chillante, menos cómica, menos cálida, que siempre, sonó fuerte, directa, Jean Paul había pasado a defender su derecho de dominio, no importaba quien fuera o que hiciera, si alguien se atrevía a desobedecer las órdenes impuestas en su propiedad, él inmediatamente adquiría el derecho de destruir a la persona que le había ofendido.

En ese momento una nueva configuración sobre la personalidad del vampiro que estaba con Barissa, y si durante algún tiempo había estado con ella y ahora no le servía más… meterla a un desfile de modas de los de su raza era totalmente mortal con las actitudes que la pelirroja dejaba ver abiertamente.  Esta había reaccionado abriendo los ojos desconcertada, pestañeaba y enfocaba a Jean Paul, y a las demás.   Por un momento la manera en la que él se acercó le infundió miedo y eso que ella lo consideraba un hombre ridículo y falto de coraje.   Jean Paul chirriaba los dientes cuando espetó lo siguiente.

- Madame Decatur, si usted lo recuerda tiene permiso para asistir, ¡MÁS NO PARA COMPRAR!... Estos diseños son creados con una finalidad y es la de vestir a las damas más finas de París, desgraciadamente… - aquí agitó el pañuelo suavemente como si de la mujer emergiera una fetidez insufrible.  – Usted no es una de ellas.  

Margarite volvió a reclinarse en el diván esperando que la pequeña tormenta se disipara pronto, si ella reaccionaba bien posiblemente conservaría su cabeza un día más, pero si ella insistía en mantener una actitud orgullosa fuera de lugar posiblemente el mismo Jean Paul terminaría por lanzarla por la ventana lo antes posible.

Barissa estaba sumamente apenada, molesta, se sentía humillada y no iba a soportar eso.  Entonces hizo lo que cualquier humana en su posición social habría hecho,  apoyarse en sus iguales.

- Mademoiselles…  ¡este hombre es un simple corriente, grosero, prosaico, vulgar! – dijo tratando de crear empatía mirándolas a todas a los ojos haciendo más evidente su acento francés. A Madame Boissieu y a Margarite también les observó instándolas a levantarse contra el déspota cacique de las telas, a su parecer.  Intentó levantarse respirando agitada, mostrando el color subiendo a sus mejillas por la ofensa.  Se abanicó con recelo e indignación, muchísima indignación.  Entonces miró a Jean Paul y lo señaló con el abanico casi como si fuera el equivalente a un arma de fuego.  – ¡Mi marido se va a enterar… se va a enterar y usted va a estar en grandes problemas.  Le voy a ver destruido!  – ¡Bang! Sólo le faltó el sonido al abanico para evidenciar sus intenciones con ese enunciado para con Jean Paul,  la pelirroja sonrió pensando en cómo su marido llevaría a Jean Paul a la ruina, lo mataría o quizá peor.  

Margarite suspiró debido a que la situación se estaba poniendo incierta, si su marido era lo que pensaba que era, no debería haberla mandado ahí en primer lugar a menos que fuera un ser que quisiera deshacerse de ella o bien alguien con demasiadas influencias, pero en el segundo caso mantener a alguien como Barissa a su lado parecía inconcebible.

Jean Paul se disculpó con las damas muy apenado por lo que iba a hacer pero sin más levantó a la inoportuna pelirroja del cuello, ella no podía creer lo que estaba pasando y movió sus piernas con desesperación evidenciando el sonido del interior de su falda al friccionarse con el fondo interior, trató de sujetar las manos de Jean Paul, contrario a lo que se creería de las manos de un modisto, poseía una fria, gruesa y pesada mano cubierta de venas palpitando la sangre de sus víctimas, a Barissa se le pudo ver iluminada a contraluz por aquel hermoso ventanal, Jean Paul le proyectó contra el cristal sin miramientos, la humana atravesó el vidrio que se rompió en mil pedazos sin poder creer lo que había pasado la expresión en su rostro era lo único que había podido contar los niveles de sorpresa mezclada con desesperación corriendo por su cuerpo, al final sólo el sonido del golpe seco de su cuerpo inerte contra el piso se escuchó dando a conocer dónde había terminado después de todo.

Margarite entendía que era el lugar de Jean Paul, era su territorio y él cortesmente las había invitado a pasar,  nadie ni un ser más antiguo podría ir contra ese derecho que se concedían entre ellos de defender a toda costa su propiedad y las leyes que imponían para la misma.   Jean Paul miró a las mujeres no estaba apenado o inquieto por la reacción del marido, que se hiciera lo que tuviera que hacerse, las consecuencias las aceptaría con la frente levantada orgulloso de su profesión y pasión por vestir a las de su raza.  Miró a Madame Boissieu y asintió.  

– El vestido es suyo Madame. - palmeó un par de veces observando a su servicio y ellos sabían lo que tenían que hacer, remover el cadáver de la pelirroja del suelo y empacar el exquisito vestido rosa para la morena.

Margarite volteó a verla, por su parte se encontraba tranquila con lo sucedido pues Barissa definitivamente quiso abarcar más de lo que podía entender.

-Algunas cosas son… inevitables.  ¡Excelente vestido!  – felicitó  a Madame Boissieu por su compra.  Jean Paul no se sentía muy cómodo ofreciendo la exhibición solo con cuatro féminas pero  ciertamente se le vio redimido de la presencia de la humana.  Y no es que los humanos fueran totalmente despreciados por él, simplemente no era su negocio vestirlos a ellos.

La siguiente modelo avanzó con un vestido en tonalidades rojo vino con negro, el corsé estaba hilvanado junto con un delicado encaje, la falda era roja y elegante aunque su caída no era tan libre, al igual que el primer vestido los zapatos también eran hecho a mano por Jean Paul, el sombrero negro con el listón rojo le daba un toque diferente, la pequeña red como velo estaba diseñado para cubrir arriba de la nariz, los guantes estaban a juego y los botones habían sido rematados con un patrón negro y rojo.    Margarite levantó la mano cuando se dio luz verde tras la descripción menos breve de Jean Paul, algún día saldría de ese duelo impuesto y entonces podría volver a usar toda la gama de colores que ella necesitara o deseara.
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Mensaje por Antoinette Bellerose Dom Sep 22, 2013 7:59 pm

La pacífica exhibición se tornó de un momento a otro en un acto violento. Que Barissa pujase por el vestido había indignado de suma manera al modisto, que entre gritos y señas exasperadas detuvo en ese mismo instante todo el evento.  Se dirigió de manera indignada a Barissa, que formó una expresión de sorpresa tal en su rostro, que si la situación no hubiese sido delicada habría hecho sonreír a la heredera. Sin embargo ella ni se inmutó, imitó a Margarite que tenía una expresión impasible en su rostro, y esperó a que las aguas se calmasen. Sin embargo, eso no pasó.

La pelirroja empezó a gritar y a amenazar de un  modo tan insolente, que el rostro del modisto adquirió varios tonos y expresiones hasta que el cólera fue lo único que irradiaba. Su mirada, encendida con un fuego amenazador habría provocado que cualquier alma sensata huyera por su vida, sin embargo Barisa se quedó, con gesto desafiante, mirando de igual forma a Jean Paul.

Lo que hizo a continuación, dejó a la heredera totalmente pasmada. Jean Paul sujetó a Barissa del cuello, y sin importarle sus amenazas ni sus desesperados intentos de zafarse, la arrojó a través del fino cristal. Con un golpe seco, la muerte llegó inminente. Antoinette parpadeó un par de veces, antes de retomar la atención en el evento. Jamás se le habría ocurrido que el modisto se atreviera a tanto, aun que no podía hacer menos que comprenderle: tener que aguantar a una dama de semejante porte todas las sesiones debía ser algo que lo tenía sumamente estresado.

Cuando le anunció que el vestido era suyo, no pudo menos que agradecerle con una seca cabezada. Cuando Margarite le habló, su voz era serena y tranquila. Antoinette sabía que a la viuda no le había afectado en lo absoluto, y que quizás todo el tiempo de inmortalidad le había servido para endurecerse, sin embargo Boissieu todavía tenía inconvenientes con esa parte.

Oh gracias, Madame. Es una pena que el embrollo se haya dado en  mi primera visita. Espero que monsieur Jean Paul no descontinúe sus exhibiciones a causa de este pequeño desperfecto... —Manifestó. Su rostro no tenía rastro alguno de inquietud, pero una parte de ella sentía pena por Barissa. Tan joven y tan... detestable. Se encogió de hombros, mientras el modisto espoleaba a las modelos a que hicieran su trabajo. El resto de vestidos todavía debían ser vistos por las presentes, aunque las dos damas que simpatizaban con Barissa no parecían del todo tranquilas.

Una modelo lució un bello vestido en tonalidades rojo vino con detalles negros, y Antoinette no pudo menos que admirar la belleza del  mismo. La Dama a su lado pareció igualmente convencida,  y tras la breve explicación de Jean Paul -a quien se le veía notablemente aliviado- procedió a pujar por el modelo.  

Es un vestido bellísimo. Estoy segura que usted, madame se verá muy favorecida —Alabó la morena con ssinceridad. Le daba mucha curiosidad preguntar a la inmortal los detalles de su viudez, puesto que sabía que no era un tema muy libre ni prudente a tratar, sin embargo se animó. Había tomado estima a madame Renard.

Si no es indiscreción saber, madame... ¿lleva usted mucho tiempo de luto? —Se aventuró, supuso que si estaba adquiriendo piezas coloridas su duelo no duraría mucho más, aunque quizás a pesar de su reciente viudez la alta costura consistía en  una distracción placentera, como lo era para la heredera.
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