Masquerade.

Algunas veces, pensaba que enfermaría de verdad. Sabía que esa clase de pensamientos eran por demás ingratos de su parte, pero no podía alejarlos de ella simplemente por el hecho de que no correspondían a la fe católica que siempre había ostentado. Se marchitaba. Se aburría. Se ahogaba en medio del tedio. Entendía –finalmente, la censura hacía su parte- que había cometido una imprudencia; aún así, estaba segura que volvería  cometerla de encontrarse de nuevo con la oportunidad. ¿Eso la convertiría en una mala persona?, ¿o solo le hacía una chiquilla? ¿una romántica, tal vez? Él hubiese dicho que era una persona original, pero ¿qué no hubiera dicho Él que solo serviría para encantarla más y más?

Suspiró mientras recargaba la mejilla sobre la palma de su mano derecha, observando a través de la ventana el camino por el cual se deslizaban las ruedas del haquenee. Transitaban una de las calles más conocidas de Paris, una de las cuales había aparecido en innumerables narraciones que había escuchado con los años pero que –de alguna manera- no representaban nada para ella. No encontraba en ellas la magia que tanto había llamado su atención alguna vez del mundo y creía, era algo que no podría encontrar por mucho que rebuscara. No se trataba del lugar. Se trataba de ella. Algo estaba mal en ella que había terminado por mostrarle el desencanto del mundo, de modo que ya ningún paisaje le parecería hermoso.

No pudo evitar preguntarse si Nicolás y Sonya lo entendían o –mínimamente- lo habían notado. Habían asistido juntos –por supuesto- a innumerables eventos. La ópera, el teatro y un par de conciertos; pero aún así, ya no encontraba en ellas la belleza absorbente que alguna vez le había hecho mirar las cosas como si fuera la primera vez que las observara. Suspiró de nueva cuenta antes de correr la cortina del carro, colocando la mano derecha sobre sus rodillas y la izquierda sobre la misma. Sonya y Nicolás hablaban acerca de la importancia del evento al cual asistirían, pero a ella le parecía, sus palabras cada vez iban perdiendo fuerza al punto de que solo pudo escuchar el ruido del carruaje de fondo.

¿Por qué Paris cerraba su poder mágico a ella? ¿por qué no le mostraba un poco de ese espectáculo maravilloso que ya había escuchado en otros labios? Quería –deseaba- encontrar en el las respuestas que creía tanto le hacían falta; pero en lugar de encontrarles, se sentía mucho más vacía que de costumbre. Tan acompañada. Tan sola. Tan terriblemente desamparada con la única compañía que ella misma. Y por propia experiencia, Ekaterina sabía, la peor compañía del ser humano era sí mismo, algo que podría llevar a cualquiera al borde de la locura.

—¿Uhm…?— y… ¿por qué se habían detenido? ¿en qué momento…? —¿qué sucede?— Nicolás –por supuesto- ya se encontraba molesto y aunque Sonya intentaba tomarle del brazo para mantenerle dentro del carro, su hermano ya se encontraba abriendo la puerta del haquenee para bajar del mismo. Ekaterina se asomo –lo más discreta que pudo- hacia el exterior, solo para cerciorarse que se habían detenido al encontrarse frente a otro carruaje que al parecer, estorbaba el paso. Estaba intentado ver quien era la persona con la cual habían tenido el incidente, cuando Sonya bajó del haquenee también, dejándole completamente sola.

Ekaterina no supo si era la oportunidad o no, pero sin pensarlo dos veces terminó por bajar también del carruaje, solo que antes de doblar a la izquierda –para reunirse con su hermano y prima- dobló a la derecha, comenzado una discreta partida –que pronto se convirtió en carrera- hasta que sintió ya había dejado bastante lejos, sus pensamientos. Se llevó la mano enguantada al pecho mientras intentaba halar aire –había tenido que correr y había perdido el aliento- mientras miraba a su alrededor, sin poder reconocer el lugar en el cual se encontraba. Aún así, no perdió tiempo antes de encaminarse hacia la primera puerta abierta que encontró, introduciéndose en esta, cerrando la puerta tras ella, intentando tomar aire de nuevo. Una vez recuperó ligeramente el aliento, alzó la vista para ver el lugar en el que se encontraba y…

Y ese no era precisamente algún comercio. Es más, dudaba que fuera un lugar público. Porque al parecer había cometido la imprudencia de entrar en una propiedad. Una propiedad que además, tenía habitantes. Y uno de ellos la veía en ese momento, a ella. —Lo… ¡lo siento muchísimo!— se apresuró a disculparse —Yo creí que era una tienda y…— se separó inmediatamente de la puerta —en verdad, espero disculpe las molestias— ¡se había metido en una casa! ¡y además había sido descubierta!

De no tener que salir en ese preciso momento; sin duda alguna, se habría desmayado.