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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Ninette Z. Quénecánt Vie Oct 18, 2013 6:16 pm

Ningún gramo de nieve había caído en París aquella jornada, que hiciera pronosticar que haría tanto frío aquella tarde de invierno. Nadie con sentido común y verdadero poder de decisión salió a recrearse en las calles de la ciudad; los que tenían deberes laborales pendientes, no tuvieron tanta suerte. Estos últimos como podían se guarecían del frío, bebiendo un café reparador en escasos minutos o comiendo un aperitivo en el camino. Los restaurantes y cafés estaban plagados de gente de clase media mientras los de clase baja miraban por la ventana, ¿y los de la realeza? Nadie lo sabía; estaban demasiado ocupados ahogándose en sus eternas chimeneas. Todos, excepto una que no lo necesitaba, porque detrás de su sonrisa cortada un fuego quemaba por dentro como llamas del infierno.

Ninette ordenaba en su cabeza los acontecimientos del día mientras transitaba a caballo por las calles de la ciudad, verificando que no hubiera hereje predicando en las calles temerariamente. Había tenido un día laboral insatisfactorio; se había topado con una rival en el camino, y no había conseguido matar más que unos cuantos neófitos desorientados por su propia condición. Era deshonroso; era la baronesa de Francia y la aprendiz de Gregori Zarkozi… ¿acaso eso era todo lo que podía hacer? ¡Patético! Ya podía ver los rostros de sus abuelos dudando de ella, sobre si tenía lo que se requería para ennoblecer a la santa inquisición. Y le daba rabia, pero por Dios que la encolerizaba no cumplir con sus propias pretensiones.

Una sonrisa macabra que Ninette esbozó pronunció las marcas de sus mejillas. Haría algo, no se quedaría así. Se negaba volver a la mansión sin antes haber hecho rodar la cabeza de algún engendro por las baldosas de la catedral; así esas bestias se inclinarían ante su soberano, ¡muertos! Y ya tenía un blanco para aquella ocasión, uno del que muy gentilmente le había informado su espía predilecto. Estaba cerca. No quedaba mucho para llegar con su negruzco equino adonde le habían indicado. Más valía que su presa se encontrara allí, o de otra forma haría que el incompetente terminara trabajando de lustra botas para un orfanato. Sabía que un dato mal dado podía poner en peligro toda la operación.

No obstante su mal carácter y su recelo sobre los miembros de su propia organización, algo le decía a la inquisidora que saldría de ese sitio obteniendo lo que quería. Así fue que detuvo el andar de su caballo junto a un restaurante de media monta, echando un breve vistazo hacia el interior mientras bajaba. Desde luego que consideraba el hecho de que su cicatriz podía delatarla, por lo que después de asegurar a su corcel y antes de entrar al establecimiento, cubrió su cuerpo con una sencilla capucha. Así se quedaría hasta que diera con su trofeo en potencia, hasta que se bañara en su sangre.

Con la cautela que la caracterizaba, tomó asiento en una de las mesas más apartadas de la barra. Necesitaba captar que todo estuviera bajo control, que no hubieran cazadores furtivos sentados en el restaurante que pudieran entorpecer su plan de acción, y aún más importante que ello, debía localizar con su mirada a quien resultara calzar con la descripción que le habían entregado; mirada azulada, piel morena, pómulos altos, y cabello marrón. Lo más importante de todo era que trabajaba como mesera, pero no era más que una licántropa. Fue entonces que la halló con sus ojos asesinos ocultos tras un retazo negro de tela, caminando hacia ella con una bandeja vacía en brazos.

Así que camina como cachorro indefenso, aunque sea una alimaña —se burló por dentro, aunque por fuera solamente sus ojos ocultos se crisparan de rencor— Propio es de los cuadrúpedos como ellos torcer la verdad. Sucios asesinos.

La pelirroja miró hacia el piso y ahí encontró los pies de a quien buscaba, quietos, pacientes. No cometería el error de mirarla de vuelta, por supuesto; quien miraba a los ojos de Ninette, inevitablemente posaba su vista en su rostro rajado. Significaría el fracaso de su plan si así pasaba. Fue por ello que enfocó su vista en el suelo y pensó en cualquier pedido que le permitiera maquinar el siguiente paso.

Ella debe ser. Layla Zusak —se sonrió con malicia bajo la capucha. Más de una sorpresa le aguardaba— Dame una copa de vino tinto por ahora. Te llamaré cuando necesite algo más.

La llamaría, vaya que lo haría. Lo haría para comprobar por todos los medios posibles que ella era a quien buscaba. Quería hacerlo así para poder con toda libertad enfocar su despecho en ella. Ninette estaba impaciente y no sentía ningún remordimiento por sus oscuros deseos de destruir, porque para ella todos querían lo mismo, sólo que ella disponía del permiso de la iglesia para hacerlo. Con la sangre de la lupina se pagaría la entrada al cielo, y además disfrutaría derramando sus restos por París montada en su caballo, para que nadie más se atreviera a desafiar la gloria del santísimo. La verdad era que del alma de Ninette no quedaba más que unos cuantos retazos disminuidos, lo suficientemente grandes como para partir la vida de otros en piezas aún más pequeñas que las propias.
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Mensaje por Noel Rorschach Dom Oct 27, 2013 1:21 am

Heme aquí, ya al final, y todavía no sé qué cara le daré a la muerte.
Rosario Castellanos


El frío calaba en los huesos de cualquiera que se encontrara por una razón u otra fuera de sus casas. Los inviernos eran los momento en los que más trabajo tenían en los restaurantes; Layla caminaba de un lado a otro llevando ordenes para uno y para otro, pero estaba acostumbrada a eso. No por nada había transcurrido tantos inviernos metida en diferentes restaurantes y de hecho en el que se encontraba por aquellos momentos era en el que más cómoda sentía.

No estaba segura de que era, pero en esos últimos tiempos estaba más alegre de lo usual aunque su rostro no mostrara sonrisa alguna. Se sentía satisfecha y en paz con la vida que llevaba; había salvado a Junno de la muerte, la gente que trabajaba en aquel restaurante era divertida y entusiasta, sin mencionar que sabían meterse en sus propios asuntos y en ningún momento preguntaron a Layla sobre su pasado. Eso le había llevado precisamente a mantenerse en aquel sitió más tiempo del necesario, pero creyendo estar segura e invisible para la inquisición no tenía nada por lo cual temer y en esos detalles había estado su gran error. Por más invisible que se creyera, permaneció demasiado tiempo en aquel lugar.

La concurrencia durante el día era media, pues la gente que asistía no permanecía demasiado tiempo solo lo necesario para calentar su cuerpo, tener algo caliente corriendo en su interior y después de vuelta a las calles y a lo que cada uno de ellos estuviera haciendo. Tanta gente se había internado en el restaurante que uno más o uno menos pasaba desapercibido para quienes trabajan en a que lugar. Layla por su parte, tenía gran parte de la mañana y la tarde trabajando exactamente por el mismo motivo del clima, solo que finalmente estaba por salir e irse a su casa aunque pensaba en ir a visitar a Junno solo para asegurarse de que se encontrara bien.

Se suponía que había atendido a los últimos clientes que le correspondían cuando una de sus compañeras de trabajo como mesera le pidió ayuda con una persona que acababa de llegar y que usaba una capucha, aspecto del cual no sospechaban nada, con aquel clima todo era valido para usarse con tal de cubrirse de las inclemencias del clima. Dejando escapar un suspiro fue que acepto aquello, lanzando su persona a lo desconocido y peligroso.
De haber podido observar el rostro de aquella persona habría sospechado algo perverso y oscuro, más como en ningún momento le fue posible, se acerco con total confianza lista para llevar cualquier cosa que le pidieran.

Nece…– estaba apenas por ofrecer sus servicios cuando la respuesta había sido dada, en un principio le pareció que la mujer que estaba bajo la capucha era simplemente demasiado impaciente, pero en ningún momento se paso por su mente que aquella mujer pudiera ser con quien tanto se había temido encontrar durante todos sus años de licántropa; esa mujer era de lo que siempre escapa y se ocultaba, aún tenía después de todo una misión que cumplir pero más que anda personas por quienes vivir – Enseguida le traigo su orden – respondió con voz suave, dando la espalda a quien planeaba asesinarle.

Se alejo entre las mesas, más compañeras y clientes en busca del vino tinto, poseedor de un color similar al de la sangre que correría cuando su identidad fuera descubierta y su naturaleza se viera desenmascarada por la inquisidora.
Layla se dejo sumergir en sus propios pensamientos mientras la copa de vino era preparada y la ponía en la bandeja para ir a entregarla. Estaba pensando en que camino sería mejor tomar para ir a casa y que mesera dejaría a cargo de la mesa de la mujer antes de irse ella. Aquella copa era su ultima entrega pero las cosas cambian en un segundo y las entregas aparentemente inofensivas y sencillas pueden ser el inicio del último acto en la vida de alguien.

Aquí esta su vino, cualquier otra cosa que necesite hable a cualquiera de mis compañeras por favor – menciono amable al tiempo que ingenuamente acercaba la copa a quien deseaba ver su cuerpo inerte y frío, como aquel clima. Estaba sin protección alguna y cualquier movimiento de la inquisidora podía ser el final de Layla.
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Mensaje por Ninette Z. Quénecánt Miér Dic 25, 2013 7:46 am

Como se esperaba de todo inquisidor medianamente diligente, Ninette mantuvo intacto su exterior indiferente a pesar de las voces internas que le arañaban la garganta para que derramara la sangre de esa alimaña sobre la misma copa en la que ella le había servido para verterla en los labios leporinos del diablo del infierno. Pero… ¡Jesucristo, tenía que esperar! No importaba que la descripción calzara con la joven que había acudido a su mesa, ni siquiera era relevante que la máquina exterminadora en su cabeza chillara de ira al sentirla cerca. Tenía que meterse como fuera en su mente que debía ser Zusak quien se delatara con su instintivo comportamiento, no ella misma quien la desenmascarara en un establecimiento cuyo ambiente conocido la favorecía por todos lados. Si sus cálculos eran correctos, solamente necesitaba añadir su pequeña gota de agua para que se desbordara lo nefasto de la naturaleza de la licántropa.

El vino podía ser un infaltable compañero de copas, pero era pésimo apagando la sed de los que no encontraban paz sino en el caos de otros. Aun así, un camuflaje era un camuflaje, y subestimar su importancia podía ser tan fatal como fallar en la misión. Por eso se tragaría una vez más su ira, fingiendo sentir placer en vez de suplicio con la censura de su sadismo. Momentáneamente Ninette se contentaría con observar a su presa a lo lejos, atendiendo a los demás clientes despreocupadamente e ignorante de los planes que la inquisidora tenía para ella.

Esa distracción te costará caro, endriago. —pensaba la pelirroja bajo su capucha mientras apretaba el tallo de la copa, resistiendo partirlo en dos. Si había algo más molesto que sentir una piedra en el zapato, era ver entremezclada a una criatura del tártaro con los seres humanos como si fuese uno de ellos. Los confundía, los corrompía, los hacía desviarse de la senda de Dios— Brindo con la muerte por la barca que ha de conducir hacia el averno eso que tienes que apenas sé si puede llamarse alma. —repasó la transición a tiempo que levantó el cristal y lo posicionó cerca de sus labios— Pero antes me aseguraré de que tu curso esté acompañado del son de tus gritos. Verás que morir es sólo un paso que no te dejaré dar sin antes haber pagado tu ofrenda de sangre al Señor, a quien traicionaste. Sonríeles a tus clientes; que tengan un último recuerdo de ti y que sepan que las cosas más pervertidas están disfrazadas de lo más inofensivo. Tú sólo espera, asquerosa.

Y dejó que el morapio abandonara su recipiente inanimado para encontrar uno que distaba mucho de sentirse bien consigo mismo. Ninette bebió lentamente, sin prisas ni distracciones que la hicieran perder la vista de su objetivo. En definitiva, vestir un capirote para la ocasión había sido una decisión acertada; tanto su marca distintiva como su mirada inquisitiva reposaban bajo un manto oscuro, y lo que había tras él era neblina hasta para los más suspicaces. Estaba haciendo todo lo que era considerado normal y no rompería con ello; Layla lo haría.

Quénecánt levantó con calculada finura su brazo derecho, indicando que había acabado de servirse con el ángulo correcto de inclinación para que los comensales y los meseros la creyeran uno de ellos y no la baronesa que en realidad era. Así vio aproximarse a la misma chica que la había atendido, identificando al acercarse que ese brillo animalesco se encontraba en sus ojos a simple vista humano. Aquel era el pecado reflejado en los ojos del alma; aquel era el pecado por el que debía morir.

Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza. Obviamente no se refiere a cómo nos vemos por fuera; si ese fuera el caso, una estatua de piedra podría ser llamada “persona” o tú misma, Zusak. Evidentemente no lo eres; tú me lo demostrarás. Inundando el barco es como emergen las ratas —reflexionó la servidora de la inquisición antes de ver detenerse a la lupina junto a su mesa.

En ningún momento Ninette alzó el rostro para encontrarlo con el de su objetivo; en vez de eso, se quedó viendo el espacio que lograba englobar sus propias manos, la superficie de la mesa, y las extremidades de la perdida. Del interior de su abrigo sacó entonces la cantidad de dinero requerida para pagar la cuenta y algo más.

Has servido bien. Conserva para ti lo que sobre —susurró la joven, estirando su mano para depositar los francos en las manos de Layla, y así lo hizo, pero con un mortal obsequio; junto con entregar el dinero, astutamente enterró un alfiler de plata en la carne de la licántropa, condenándola a una sutil pero decisoria ruleta rusa.

Si llegaba a sobre reaccionar, si osaba gimotear como el perro inmundo que llevaba dentro o si se retorcía de dolor ante el contacto con el camuflado metal…
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Mensaje por Noel Rorschach Jue Ene 09, 2014 11:43 pm

Dejo la copa en la mesa del mismo diablo, pero para ella era solo una comensal bastante peculiar aunque para su gusto bastante grosera. Había sido amable con ella, justo como siempre lo fue con cualquier cliente que llegara a los lugares en los que solía trabajar, pero a diferencia de los demás clientes, la mujer en aquel lugar no dijo nada. Creyendo que tendría un mal día o que solo quería estar sola fue que la licántropo se alejo buscando terminar de atender a los últimos clientes que le habían quedado en aquel lugar, después de todo la mujer podía dejársela a alguna otra de las meseras, pero ya que hubo dado un caminata cerca de todos los comensales que atendía por si alguno deseaba algo  más, regreso a donde estaban las demás meseras.

Pregunto a todas y cada una de ellas si podía hacerle el favor de ayudarle a atender a aquella mujer, pero se negaron. Le dijeron que si igual debía esperar a los clientes que le faltaban que más valía esperar una más.
Layla hizo una mueca que no mostró para ellas sino para si misma; ciertamente ellas tenían cierto grado de razón. Si bien deseaba salir ya, no tenía nada de malo esperar un poco más. Eso hubiese sido buena idea si bajo la capucha y bebiendo vino tranquilamente no se hubiese encontrado una mujer letal que estaba aguardando por la oportunidad perfecta para desenmascarar la realidad bajo la cual vivía la italiana.

No había nada más que aguardar en dado caso. Para cuando volvió a pasar la mirada sobre las personas pudo notar como la mujer levantaba la mano y de manera atenta fue que Layla camino en su dirección. Era bastante irónico pensar en que en esos momentos Layla era nada más que un cordero a merced del lobo que pensaba devorarle en el momento menos esperado.
¿Necesita algo más? – pregunto cortésmente al llegar hasta la mesa; la mujer siguió sin responder solo movió sus manos y fue como pudo escuchar las monedas tintinear en el interior de aquel abrigo. Era bastante extraño que clientes solo fueran a beber una copa y se alejaran sin más; generalmente las personas que llegaban hasta la taberna bebían más de una copa y después se iban, pero había toda clase de clientes así que solo tomo aquel hecho como bastante peculiar.

De hecho, de no haber estado pensando en otras cosas; tantas cosas peculiares le hubiesen llamado la atención, pero por el contrario todo le parecía normal ante su distracción. Una sonrisa que seguramente no fue vista por la inquisidora nació en los labios de Layla; ahora sonreír le era natural, no como la dificultad que le simbolizaba antes y quizás por eso era más feliz que nunca.
Me alegra haber podido servir bien y gracias – su mano se estiro al ver como la mujer iba a pagar y su mano se abrió esperando aquello que cambiaría el rumbo de las cosas.

Las monedas comenzaron a caer en su mano.
Esperamos que vuel… – sus palabras quedaron a medias y las monedas que llevaba ya en la mano cayeron al suelo mientras que Layla sentía como algo le quemaba en el cuerpo. Un grito de dolor salió de sus labios y de manera instintiva se alejo de esa mujer. El dueño de la taberna y otras meseras voltearon a observarle sin comprender que era lo que pasaba, pero la licántropo estaba sumida en su dolor. Aquello aunque fue un leve pinchazo picaba y quemaba con una intensidad que no podía describir. Su mirada se enfoco en aquella mujer, aún sin comprender que demonios era lo que estaba sucediendo y que era lo que le causaba el dolor pero si de algo estaba ahora segura era que eso estaba relacionado con la mujer aquella – ¿Qué hiciste? – preguntó en tono bajo, culpándole deliberadamente de lo que le ocurría.
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Mensaje por Ninette Z. Quénecánt Vie Mar 07, 2014 12:11 pm

Algo estaba por suceder. Así lo anunciaban las monedas danzantes que impactaban contra el piso una y otra vez, con su sonido enmudeciéndose cada vez más hasta callar por completo. Los ojos se Ninette se dilataron ante el fruto de su actuar, concediéndole el permiso necesario para proceder. Durante esos eternos segundos, la baronesa se llevó una mano a la boca no para ocultar espanto, sino para concentrarse en la retorcida sonrisa que se apoderaba de sus líneas de expresión. Le fascinaba sentir arder la piel expuesta de sus mejillas de sólo lamer la muerte cercana de una de sus víctimas. Volaba. Volaba y se dejaba caer en los brazos del rencor, ira siempre viva que despedía electricidad en su cuerpo gráctil, demacrado por su propia violencia interna.

Sus ojos se impactaron contra los de Layla Zusak; ahí había miedo, estupefacción, incertidumbre, todo lo que a la inquisidora le encantaba descubrir en su presa. Estaban atravesando la primera etapa, la más lenta, pero no la más deliciosa. No… el manjar se saboreaba pausadamente, para que recorriera la lengua y el paladar de tal forma que no quedara capa sin catar. Podía ser que la vista de aquel divertido escenario no fuese perceptible por el sentido del gusto, pero Ninette se relamía el paladar ante lo que se hubiese sido un magnífico preludio en las obras de Crèbillon.

Te tengo —se dijo mentalmente, volviendo a contraer la sonrisa que se había atrevido a esbozar bajo su capucha.

Con la satisfacción de alguien que hubiera derrotado a sus enemigos, Ninette se levantó con la frente en alto, aún cubierta de la vista de ajenos.

No existe fortaleza impenetrable. Se aprende a que hasta el acero con el que se forja la espada tiene como mínimo una debilidad —comenzó a acariciar la tela de su caperuza, seducida por la utilidad que había prestado para su malévolo fin. No era su herramienta favorita, pero definitivamente la usaría para futuras ocasiones— Y tú, Layla Zusak, has descuidado la tuya.

Así, la pelirroja apartó el capuz que a su marca daba escondite. Estaba orgullosa de la herramienta en que se había convertido, y más cuando el temblor en la piel de Zusak se asimilaba al tintinear de las campanas de la catedral, llamándola. Sonidos de estupefacción y sorpresa llegaron a los oídos de ambas mujeres; la baronesa de la sonrisa cortada anunciaba su próxima cacería ante los clientes del café. Ya no tenía que soportar el hedor a licántropo que rodeaba cada mesa y tabla; había sido Layla misma quien le había permitido salir a la luz. Y lo pagaría. Esa cara de ángel que soterraba al demonio que llevaba dentro poco le duraría. Quería ver tajos de su espada desde el mentón hasta la frente y luego de lado a lado, hasta marcar en ella la cruz. ¿El resto? Dejaría que la sangre parlante que haría circular por el suelo se lo dijera.

Se oyó inmediatamente después el susurro de un hierro siendo desvainado bajo las capas de ropa de la mujer de corazón rahez. Ahí estaba la ira contenida devorando su rostro menos de la mitad de lo que había roído su alma. Sólo le faltaba apartar a su blanco de los civiles.

Corre —no daba la impresión de que fuera una orden; era una advertencia. Si Zusak se resistía, Ninette estaba facultada para aniquilarla allí mismo, aunque peligrasen seres inocentes. La inquisición era muy clara al respecto.

Fuera como fuera, Ninette no ser marcharía de allí sin esparcir en la nieve sangre lupina. Estaba esperando.
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Mensaje por Noel Rorschach Lun Mar 17, 2014 9:55 pm

La muerte es una vieja historia y, sin embargo, siempre resulta nueva para alguien.
Iván Turguénev


Lo supo cuando el dolor comenzó a recorrerle la piel y a quemarle por dentro. Lo supo en el instante en que aquella mujer abrió la boca y de manera inminente cuando los gritos a su alrededor y el sonido del desenvaine llego hasta sus oídos.
Ese día conocería a aquello de lo cual siempre había estado escapando. La muerte.
Que triste le resultaba, más que nada porque al final cuando había creído poder ser feliz nuevamente, mostrar aquella sonrisa que se encontró oculta durante tanto tiempo una vieja conocida tocaba a su puerta. Escapo una vez de ella, convertida en lo que era actualmente pero al parecer el tiempo que la muerte le había regalado llegaba a su fin.

Parte de la lupina le dijo que no se rindiera, que aún podía escapar y derrotar a la mujer que se encontraba frente a ella, más solo una mirada a aquellos ojos cargados de decisión y deseo de sangre aunados a aquel rostro con una cicatriz que se extendía por las mejillas de la mujer le hizo desistir de todo aquello.
Lucharía, de eso estaba segura pero nunca fue una guerrera. Su vida como licántropa se había resumido a estar de un sitio a otro, no formar vínculos e intentar ocultar su naturaleza lo más que pudiera; jamás busco conocer más de su condición y eso le ponía en desventaja.

“Corre”

Esas palabras retumbaron no solo en sus oídos, sino en su mente y cada parte de su cuerpo. Antes de darse cuenta de que estaba haciendo, escucho más gritos y se vio a si misma saliendo al frío del exterior que en esos precisos instantes le resultaba apenas una caricia; su mirada fue una ultima vez al interior de aquel local, sus ojos se toparon con los de algunas compañeras de trabajo y de nuevo con la mujer. ¿Estaba realmente escapando? Era solamente guiada por su cuerpo, su mente de hecho se encontraba lejos de todo aquello, estaba concentrada en el pesar que le causaría no poder decirle adiós a todos aquellos que en la actualidad significaban algo para ella, pero entre todos ellos resaltaba Junno. Ese humano le había mostrado más que cualquier otro, tanto que Layla solo podía seguirle como una pequeña cachorra en espera de una mínima caricia, aún arriesgando que el veneno en el cuerpo de Junno le hiciera daño.

Se alejaba cada vez más de aquel lugar en que dejo a la mujer de la cara cortada pero se detuvo en una pequeña y solitaria plaza. La nieve lo cubría todo, la pureza inundaba aquella plaza carente de persona alguna. Solo Layla permanecía ahí. ¿Por qué no correr más? En el fondo conocía que por más que corriera, que se alejara y buscara protección aquella mujer no le dejaría en paz, solo poseía una  opción con dos posibles resoluciones. Debía enfrentarla esa era su única opción, las resoluciones… vivir o morir.
Igual este es un buen sitio para cualquiera de ambas – sonrió y de nuevo pensó en aquel mayordomo que tanto apreciaba, aquel a quien lucho por salvar una vez – Lo siento Junno, quizás no me encuentres más en casa – el paisaje blanco se torno borroso ante la idea de una despedida, pero después de unos cuantos parpadeos todo estaba normal nuevamente y ella, estaba decidida.

¿No pudo evitar preguntarse? Si moría, ¿Qué sería aquello que vería por ultima vez?
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Mensaje por Ninette Z. Quénecánt Jue Abr 03, 2014 8:09 pm

Así la quería ver; estupefacta, desorientada, desprovista de su máscara engaña-tontos. Layla Zusak no era más que una criaturilla asustadiza más, igual que las otras. Era incapaz de mantener la cabeza fría y pensar, porque el instinto de supervivencia en ella era tan fuerte que no sabía la posibilidad de entregarse con dignidad y recato, como lo haría alguien de mediano buen vivir. No… Ninette estaría pidiendo demasiado si esperase eso. No por nada su vida entera la había dedicado a purgar París de esas alimañas; le fascinaba con malicia que se comportaran igual de desequilibradas cuando se hallaban contra la espada y la pared. Y pensar que seguían llamándose a sí mismos humanos; ¿con qué derecho, si su salvajismo era tal que les negaba esa individualidad?

En cuanto escuchó los pasos de la camarera desaparecer en el eco apagado de la nieve, supo la baronesa que era momento de actuar. Entonces sacó su ballesta y la cargó deleitándose con el sonido de una muerte anunciada. Aquella era su oz; su voluntad la movería.

Al que nos siga lo mato —advirtió antes de caminar altiva tras el rastro de Zusak— No me robarán mi gloria.

Como ave de rapiña avanzaba hacia su objetivo siguiendo las huellas impresas en el manto blanco. Quería la cabeza de esa asesina, exhibirla frente a Notre Dame. Y si antes podía tenerla acorralada contra el piso congelado con la punta de una espada dibujando la cruz en su yugular, sería para ella equivalente a saborear las nubes del cielo. Nunca más vería la cellisca sucia gracias al pasar de Zusak.

Y de pronto de la encontró sola, inmóvil y sin ningún afán de correr. ¿Se había rendido como lo estaba haciendo el sol ante el anochecer? No, ¡no! No podía robarle el honor de esa manera. Así lo pensó hasta que Layla reveló su verdadera intención. Quénecánt arrugó la frente, demostrando su poca confianza y la repugnancia que le generaba que esa loba se dirigiera a ella.

Pero qué complaciente estamos esta tarde, ¿no, hetaira? —fue cuando se despojó por completo de la capa que la cubría y la dejó deslizarse por el viento helado hasta el suelo. Relucía el negro de sus ropas, pero nunca como sus deseos de acabar con la perdida.— Óyeme bien: acabas de elegir tu tumba. No saldrás de aquí sino con tu cadáver desnudo arrastrado por mi caballo.

Detrás de su espalda salió una mano enguantada sosteniendo un acero. Con ella avanzó como lo haría cualquier miembro de la realeza: imponente y sin retorno. Pero algo no estaba en sus planes; en efecto, no formaba parte del panorama de ninguna de las dos féminas. De pronto, un espasmo envió a Zusak directamente al suelo, como si alguien la hubiese aventado con una fuerza que iba más allá de su entendimiento. Ninette se detuvo examinando la escena, dándose cuenta de que la luz se había marchado, pero curiosamente no por completo. Miró hacia el cielo y allí estaba la fecundadora del averno en su forma más plena. La luna brillaba traicionera.

Sin inmutarse siquiera, volvió a ver a su presa, observando cómo perdía el control de su cuerpo. Quénecánt gesticuló asquientamente; aquella escena le resultaba demasiado familiar, pues las convulsiones de Zusak por como equiparaban a las de la fallecida madre de la baronesa.

Otra inquisidora hubiera aprovechado para decapitar al objetivo en ese mismo instante, pero así no era la purgadora de sonrisa cortada. Ella amaba demasiado su camino como para permitirle a la luna que se lo robara. Era tan así que fijó sus ojos en la figura desgarbada de Layla y pronunció con frialdad…

Transfórmate —notó como la lupina volteaba su mirada hacia arriba, buscando la de la inquisidora para verificar si es que acaso había oído bien.— Me oíste.

Estaba impaciente por ver esa figura aparentemente igual a la de cualquier otro humano demacrarse con la sola luz de aquel flotante satélite. Lo que menos tenía la cicatrizada era tolerancia. No pasó mucho hasta que tomó a Layla de los cabellos y alzó su cabeza para que contemplase a la luna llena directamente.

¡Hazlo! —la mantenía en alto para que sus pies no lograran afirmarse en la tierra.— Mírala. ¡Mírala, maldita! Ódiala por lo que eres, retuércete ante lo que te has convertido. ¡Muestra tu verdadera apariencia y muere con ella, demonio!
Ninette Z. Quénecánt
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