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La sangre traiciona a la sangre | Venganza, Parte I | Privado 2WJvCGs


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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Rhaegar W. Frimost Jue Jun 25, 2015 5:55 am

La sangre traiciona a la sangre | Venganza, Parte I | Privado SRcnVGI

El humo del cigarro se alzaba sobre nuestras cabezas en pequeñas volutas de humo, describiendo sinuosas espirales que poco a poco se confundían con la blancura del cielo eternamente encapotado de aquella ciudad rusa. Moscú. Ni siquiera recordaba la última vez que había estado en el país, pero la hostilidad siempre manifiesta en el ambiente, debido sobre todo al clima extremo que lo asolaba, me resultaba extrañamente acogedora. En el ambiente no sólo podía respirarse el contaminado humo de las cientos de miles de chimeneas que debían encenderse a diario, y al unísono, antes de que cayera la noche. También se podía respirar el ardor de la guerra, que siempre amenazaba con desplazarse hasta aquella ciudad, una de las más importantes del Imperio. Podía percibirse el temor de las gentes en cada gesto, en cada palabra. Todos se sentían vigilados, como si los espías de Napoleón, pudieran llegar hasta allí, a pesar del perpetuo invierno que, hasta el momento, había mantenido a todos los aspirantes a conquistar el territorio, alejados de sus tierras. Cada murmullo, cada mirada de reojo en las esquinas circundantes, daban pistas de que a pesar de que un inminente ataque se alzase contra ellos, no iba a pillarlos por sorpresa. Quizá esa paranoia general fuera precisamente lo que después, a la hora de la verdad, los salvase a todos del destino que les deparaba. Y así fue, de hecho, años después. Nadie podía vencer a los rusos dentro de su propia tierra. Aunque no por ello dejarían de intentarlo.

Sin embargo, y a pesar de que toda excusa era buena para llevarme a pasar un tiempo en aquel país que tanto me atraía, las circunstancias de mi muerte y mi necesidad de venganza posterior me habían mantenido alejado de Rusia. Hasta ahora. Los espías que tenía a mi cargo me habían informado de algo más que interesante. De algo que podría eliminar de un plumazo a aquella mujer que había destruido a los míos, y a la que pagaría con su misma moneda. Esta vez, por completo. No fallaría. Había acabado con sus padres, pero no era suficiente. Tenía que verla hundida. Y sin duda, lo que tenía planeado para ella, la haría caer tan hondo que nunca se repondría. Porque si no fuera suficiente con haberla obligado, debido a mis influencias y mis falsos testimonios acerca de la monarca, a huir del país, ahora era poseedor de un As que haría que su mundo se tambalease desde los cimientos. Sería su final. El final de la dinastía Hanover. Por fin había llegado el momento. Y esa puñalada mortal para la reina de mi patria, de Escocia, vendría de parte de la única familia que le quedaba en el mundo. De su hermana. De la bastarda de ese padre al que tanto veneraba, ignorando que había traicionado a su madre. No podía ser más perfecto.

La había encontrado meses antes, sirviendo como doncella en una casa. Y extrañamente a lo que pudiera parecer, y a pesar de sus reticencias al principio, no me había costado demasiado convencerla de que confiara en mi. Aunque claro, la promesa que le había hecho era demasiado atractiva como para que aquella joven sin familia pudiera resistirse, ¿no? Le había prometido que la llevaría ante su padre, ante su familia, sin saber que llevaba años muerto. Que yo, aquel que se dibujaba ante ella como un salvador venido de muy lejos, lo había asesinado y que ahora intentaba destrozar la vida de su hermana, como ella había hecho con la mía años antes. Ese era el pacto que hice en el lugar en que yacieron todos los miembros de mi familia. Ante sus cuerpos desgarrados y casi carbonizados juré venganza. Y venganza es lo que tendrían. Y aunque al principio estuve tentado de asesinar también a la hija de los monarcas que nos habían condenado, algo en mi cabeza dijo que una muerte rápida sería demasiada piedad para alguien como ella. Se merecía sufrir más, infinitamente más. Se merecía ver con sus propios ojos cómo todo lo que sus padres consiguieron, todo por lo que lucharon, se reducía a la nada. Y que era por su culpa.

Lena era mi baza, mi arma secreta. Aquella que lograría lo que hasta entonces había sido una simple idea. Le robaríamos el trono, la corona, sus tierras, y cuando apenas quedase nada del reino que había jurado proteger como su padre lo hizo antes que ella, sólo entonces, le daría una muerte agónica. Una en la que su sufrimiento se prolongase durante semanas, meses, hasta que finalmente la viera hundida, despojada de todo orgullo y belleza, postrada a mis pies, suplicando que le arrebatara su miserable existencia. Y sólo entonces, lo haría. Faltaba poco, tan poco, que casi podía saborear la victoria en mis labios, en mis dedos. Faltaba ultimar los detalles. Detalles de gran relevancia, sin duda, pero que no me llevarían demasiado tiempo. O al menos, esperaba que así fuera. Antes de que todas aquellas fantasías pasaran a ser una realidad, me faltaba convertir a aquella huérfana en una aspirante a reina, en alguien capaz de hacerse pasar por Irïna sin levantar sospechas, antes de llevarla al trono que le arrebataría a su propia hermana. Y aunque estaba seguro de que no sería una tarea fácil, no sería tan difícil como haber acabado con los monarcas, ¿o tal vez sí? Pronto lo sabría. Muy pronto. En cuanto la joven de cabellos rubios entrase por la puerta de aquella mansión que había tomado "prestada", comenzaría el juego. El inicio del fin de los Hanover.
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La sangre traiciona a la sangre | Venganza, Parte I | Privado Empty Re: La sangre traiciona a la sangre | Venganza, Parte I | Privado

Mensaje por Lena Z. Vasílièva Miér Jul 08, 2015 7:48 am

Desde el interior de la lujosa calesa las calles heladas de Moscú se veían incluso, de una forma diferente. El frio no era el mismo de cuando con un mero abrigo caminaba por las calles empapada por la nieve y el tintineo de las ornamentas de los caballos sin duda alguna no se asemejaba al ruido del viento chocar contra tu cuerpo, o el castañeo de dientes a causa el gélido viento. Allí estaba cálidamente segura y protegida de todo cuanto aconteciera con el tiempo. Pero aún así, se sentía fuera de lugar, porque por más que le dijeran, ella jamás se acostumbraría a esos gustos caros que conllevan el tener dinero y ser partícipe de uno de los grupos tan selectos, como lo era el ser de la realeza. Por suerte, Lena aún no lo era, apenas se podía considerar de clase baja, aunque en realidad tenia aún menos de lo que se consideraba debía tener ese tipo de clase social. No tenía refugio, ni trabajo. Después de encontrarse con Rhaegar un joven cual conocía su secreto y el cual le había hecho la solemne promesa de devolverla junto a su familia y así poder conocerles, había decidido —con el corazón encogido— abandonar la mansión de Viktor para quien trabajaba anteriormente y además quien consideraba su protector, por aquel futuro que le habían prometido, en el que finalmente conocería a su padre; el vigente Rey de Escocia. Lo había dejado todo sin mirar atrás, y aunque decidida a cuando pudiera enviarle una carta a Viktor y darle las explicaciones pertinentes que no había podido darle en el momento de su partida a causa de que él mismo no se encontraba en Rusia, ahora le urgía más aprender los modales y las clases que debía de tomar cada mañana para poder así estar a la altura de lo que se esperaba de ella. No quería temblar, ni titubear frente al rey. Frente su padre. Y para eso llevaba meses aprendiendo, memorizando y practicando continuamente para poder mejorar cuanto antes y estar presentable para aquel gran paso que tanto esperaba.

En todas esas semanas de modales refinados y clases de la historia Escocesa, mil y unas veces había pasado por su cabeza como sería conocer a su hermana; la princesa y a sus padres; Los reyes. Cada vez que lo pensaba sentía nervios y miedo, pero como Rhaegar y sus tutores les decían, ella no debía mostrar sus debilidades a los demás. Por lo que aprendiendo a guardárselo para cuando estaba sola con Sasha, la perra de compañía que poseía, solo se permitía tener flaquezas en ese entonces, en la soledad de su alcoba.

Con el vaho de su aliento, enteló el cristal y suspiró, llevaban un buen rato de camino y sin nadie que la acompañase y sin Sasha se sentía abandonada. Con Viktor esto no habría pasado, ya que normalmente ella viajaba siempre con él cuando debía acudir a eventos informales, pero ahora su vida estaba cambiando y debía adaptarse lo más pronto posible o el viaje a Escocia se retrasaría todavía más tiempo. Un vaivén del carruaje hizo que sonriera y lentamente el paisaje se tornó más sombrío a medida pasaban por el bosque hasta llegar a la mansión de Rhaegar. Era una construcción de techos altos, grandes jardines y unas torres, junto un invernadero en el que se pasaba parte de las mañanas cuando no se dedicaba a sus clases. Los altos abetos de la entrada le dieron la bienvenida a su hogar de nuevo y con premura se impacientó por llegar a la puerta y bajar. Tenía que darle buenas nuevas a Rhaegar y además, tras estar dos horas sentada en el gran teatro de Moscú viendo una representación extranjera deseaba poder caminar y hablar con alguien. Y los hombres que estaban a su cargo, o más bien, quienes la vigilaban no parecían estar muy por la labor de hablar o conversar más que unas sencillas palabras. En la mayoría de veces solo hablaban para asentir o negar a cualquiera de sus ideas, alegando que su señor no estaría de acuerdo con sus quehaceres, por lo que no podían considerarse una agradable distracción. Las luces de la entrada se acercaron cada vez más y cuando a un orden del jinete los caballos detuvieron la marcha frente la puerta de la entrada casi no pudo ni contenerse de abrir la puerta de su compartimiento.

Señorita Vasílièva, sea bienvenida de nuevo. El señor la espera. — El sirviente encargado de la entrada abrió la portezuela y Lena emergió decidida de allí. Bajó los escalones con cuidado y se alisó la falda del vestido que llevaba. Tras pasarse un buen tiempo en el carruaje sentada no podía evitar que se formaran pliegues en su vestido y debía corregirlos cuanto antes. —Llevadme ante él, ahora por favor. —Mandó tras corregir las imperfecciones que su vestido pudiera tener y poniéndose en marcha, entró en la mansión siguiendo aquel joven que la llevaría a donde Rhaegar la estaría esperando.

Por el camino se recreó en las piezas únicas que aquella mansión contenía dentro de sus muros. Los cuadros, las esculturas e incluso la cubertería eran unas joyas de gran valor cultural y a pesar de que en sus clases no se le enseñaba en demasía la historia de Rusia, cuando podía se perdía en la biblioteca y ella sola se documentaba adquiriendo conocimientos sobre la misma. Nunca se había alegrado tanto como cuando entró por primera vez en una biblioteca y pudo poner en práctica las enseñanzas de su madre, ya que era por ella por quien le venía el gusto de la lectura y en la escritura. Todo y que en lo último, aún quizás debería de perfeccionar más su fina caligrafía. Unos cuantos pasos más y el sirviente detuvo sus pasos frente a una puerta. Picó esperando le dejasen entrar y tras recibir la orden, abrió las puertas por donde Lena con seguridad entró encontrándose con la mirada de aquel al que le debería toda su vida, si de verdad fuera a reunirla con su padre.

Rhaegar, deseabaís verme? — Preguntó aguantándole la mirada fija en sus orbes tal y como él le había enseñado semanas atrás tras una ligera reverencia. Una joven de clase alta no debía bajar la mirada, y una joven de la realeza, aún menos. Ella a partir de este momento, jamás podría bajar la mirada. Esa había sido una de sus primeras lecciones, y la que más había tardado en aceptar.
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Mensaje por Rhaegar W. Frimost Dom Ago 23, 2015 11:37 am

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Me volteé, exhalando la última bocanada de humo del cigarro, en cuanto pude oír su melodiosa voz llamarme desde la puerta. Y allí estaba. Mi arma secreta. El mayor tesoro que había podido encontrar para alzarme contra mis enemigos, y el mejor de todos ellos sin ninguna duda. Me deleité con su aspecto, con sus gestos. Cada vez era más parecida a Irïna, a aquella que debería suplantar, a su propia hermana. Y eso significaba que pronto, muy pronto, podríamos comenzar. Las lecciones de protocolo habían ido bastante bien, y es que aquella joven, a pesar de ser de clase baja, tenía una sorprendente capacidad para aprender cosas nuevas de forma bastante veloz. No es que me resultara extraño, después de todo, tanto su padre como su medio hermana siempre habían gozado de una gran inteligencia y astucia, a pesar de que esa inteligencia no les hubiera librado de lo que mi mente, contraída por el dolor y la rabia, había preparado para ellos. Pero no dejaba de ser curioso. ¿Cuánto más podría parecerse, e incluso mejorar respecto a ellos, aquella aprendiz a reina? Esperaba que mucho, mucho más. Porque con lo que teníamos hasta ahora, a pesar de ser más de lo esperado, dudaba que fuera suficiente. Había muchos que aún contaban con el regreso de la monarca a Escocia, y el engaño debía servir precisamente para conquistar a éstos. Irïna se convertiría en la usurpadora de su propio trono, a ojos del pueblo que juró amarla y venerarla. ¿Acaso no era la venganza perfecta?

- Oh, Lena, no es necesario tanto formalismo. Ya os dije que alguien de la realeza no pregunta qué quieren otros de ellos, sino al revés, salvo que sea el propio rey quien os haga llamar. Yo sólo soy un humilde mensajero, que tratará de devolverle la hija que perdió tiempo atrás... -Incluso esos exquisitos modales se parecían a los de su hermana, quien aun siendo la reina aún guardaba la costumbre de llamar de usted a quienes debía considerar sus súbditos. En cuanto a mi mentira, sabía que no había ninguna sospecha por parte de Lena de que lo que le decía no fuera a cumplirse. Podía ver cómo su mirada se iluminaba cada vez que le recordaba que yo, y no otro, iba a darle de nuevo una familia, a su familia. Lógicamente, eso también formaba parte del plan. Llevarla a aquella mansión conmigo no servía únicamente para darle lecciones y enseñarla a fingir ser lo que no era, también tenía por objetivo construir un sólido vínculo entre ambos, hacerla sentir en deuda. Hacerla sentir que sólo de mi dependía que pudiera reencontrarse con los suyos. Necesitaba de su gratitud, para que mi "arma" no se volviera en mi contra. Y no tenía duda alguna de que esa idea, ese sentimiento, ya había arraigado bien hondo en el corazón de aquella chica.

- Y bueno... la verdad es que sí. Quería saber qué tal estáis, y qué tal os va en vuestras clases. El Señor O'Donell me dijo que aprendéis deprisa, pero que lleváis algunos días bastante distraída. ¿Os sucede algo? Sabéis que si hay algo que necesitéis u os disguste, haré cuanto esté en mi mano por solucionarlo o cambiarlo. Sólo tenéis que pedirlo. Después de todo, también estoy a vuestro servicio... -Mi cinismo, a pesar de ser imperceptible para ella, me hacía reír internamente. ¿Tan ingenua podía llegar a ser una persona para creer que alguien que ofrecía algo tan suculento como formar parte de la realeza, se iba a contentar con ser un simple súbdito? En realidad, eso esperaba. Mi mejor baza era hacerme pasar por un tipo que hacía todo sin esperar nada a cambio. Así estaba seguro que obtendría la mayor recompensa posible cuando mi plan llegase a buen término. También estaba el hecho de que, y además de su ingenuidad, estaba jugando con algo aún más importante e intenso, y era la gran carga emocional que suponía el futuro reencuentro. Jugaba con sus deseos de dejar de estar sola, y eso es lo que me permitía saber que, pasara lo que pasara, no se echaría atrás en el último momento.

Por eso mismo, mi interés por aquello que la preocupara era prácticamente inexistente. Todo cuanto quería era que aprendiese rápido para poder marcharnos a Escocia cuanto antes, pero preguntar formaba parte de la fachada que me había confeccionado. Como también formaba parte de esa máscara el tono de mi voz, cercano, casi paternalista, y el hecho de que me acercase a ella para agarrarla por los hombros con delicadeza, y guiarla hacia un cómodo sillón que descansaba en medio de la sala. - ¿Y bien? ¿Hay algo que pueda hacer por vos? Aún faltan unos últimos detalles que ultimar en vuestra formación, pero mi idea, a menos que tengáis otra cosa en mente, es partir hacia Escocia la próxima semana. El motivo de ir tan rápido es que antes debemos hacer una parada en Alemania, ya que el monarca de dicho país desea fervientemente conoceros. Espero que no haya problema con eso... -La idea de presentarla a otro rey como si fuera la auténtica reina se me había pasado por la mente en cuanto la vi ponerse uno de aquellos vestidos que Irïna solía vestir, para sus clases de danza. Si ante los ojos de un auténtico rey, Lena pasaba como la verdadera reina, ¿cuánto tardaría el pueblo en convencerse de que, efectivamente, lo era?

- Y además, os he traído un presente. -Dije, extrayendo de un aparador una bonita caja adornada con terciopelo azul, que le tendí sonriendo con gentileza. En su interior había una tiara de zafiros y diamantes que había pertenecido a la esposa de su padre, y que yo había mandado sustraer de su joyero a uno de mis enviados a palacio. Si debía engañar al rey de Alemania, tendría que, además de fingir ser una reina, también parecerlo. Y eso, por supuesto, incluía su aspecto, siendo las joyas uno de los elementos más representativos de la realeza. Al menos, en la mayoría de los casos.
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La sangre traiciona a la sangre | Venganza, Parte I | Privado Empty Re: La sangre traiciona a la sangre | Venganza, Parte I | Privado

Mensaje por Lena Z. Vasílièva Mar Oct 06, 2015 10:36 am

A pesar de mantener la mirada en alto y ver directo a los ojos, caminar con finura y soltura, como si se estuviese deslizando elegantemente, y a pesar de que con aquellos vestidos y retoques pudiera parecer la hija de su padre; el gran Rey Escoces como ella siempre se lo imaginaba, habían maneras y formas de las que era imposible desligarse. Y quería hacerlo, deseaba ser una buena hija para su padre. No deseaba que la rechazara, solo quería poder conocer a quien le dio vida y quien nunca pudo conocerla, ni supo jamás de su existencia. También quería conocer a Ïrina, su hermana y por encima de todo, no quería ningún lugar en aquel mundo que la estaba instruyendo. No quería dinero, ni un título, no deseaba nada de aquello que por derecho de nacimiento era de su hermana. Ella solo deseaba una familia. Conocer a su padre y abrazar a su hermana. ¿Estaría pidiendo mucho? A veces creía que sí y de ello que intentara por todos los medios atender a sus clases con el señor O'Donell y conseguir que su padre no se sintiera avergonzado de su hija sin sangre real. Quería su reconocimiento y su estima y por eso se esforzaba día y noche. Los libros habían sido últimamente sus compañeros de juegos, excepto por las visitas que había atendido como parte de su educación y los paseos con Sasha por los extensos jardines de aquella pequeña pero excelsa mansión, se pasaba los días devorando libros y aprendiendo el protocolo necesario y tan exigente de la realeza.

Enseguida los ojos de la joven dieron con los masculinos, arrugó levemente sin querer la nariz al verle fumar. El humo, y el tabaco siempre le habían disgustado y por más que ahora todo cuanto hombre habitaba en aquel lugar fumase, a ella aún le costaba adaptarse a aquel ambiente, y costumbre tan arraigada en la alta sociedad. Por unos instantes en su cabeza se formó la duda de si su padre también solía fumar, o si como ella no podía tolerar aquel nocivo humo. Fuese como fuese, las palabras de Rhaegar la distrajeron de sus pensamientos y esbozando una dulce sonrisa al ver su preocupación por ella, se acercó a él con una gran felicidad de que de todos los que habían podido encontrarla, la hubiese encontrado él. Uno de quienes servían a su padre de mayor corazón, estaba segura. ¿Si no porque tanta preocupación por una simple bastarda como ella? Se preguntó. Le debía todo a ese señor y una vez estuviera junto a su padre se lo pagaría con creces, todo el tiempo invertido en ella y el cariño y atención, que desde la muerte de su madre, nadie le profesaba. Dejándose guiar por la mano que delicadamente la llevó a uno de los cómodos sillones de la estancia, sonrío agradecida de aquella atención y tomó asiento, recostando su espalda contra el sillón acomodándose. En años no había podido descansar jamás en un sillón como aquel y de pronto en un cambio de los acontecimientos, esos sillones permanentemente se encontraban a su servicio para cuando requiriera descansar.

No es que haya estado distraída, es solo que es mucha información que procesar, memorizar y aprender y después, los nervios que siento cada vez que pienso en que todo esto algún día acabara y tendré que ponerlo a prueba. Y entonces Rhaegar, pienso en si no esté quizás a la altura. ¿Y si el señor O’Donell me ve con buenos  ojos y realmente no esté lo suficientemente preparada?—Lo miró unos segundos con inseguridades en el brillo de su mirada— Estáis haciendo tantos esfuerzos por convertirme de una simple joven de la calle en una princesa, que tengo miedo de que no pueda lograrlo. —Se sinceró e instantes después volvió a mirarlo al oírle de en unas semanas ir a Escocia, y por unos segundos pensó si había oído bien o habían sido imaginaciones suyas o quizás su deseo de que fueran allí lo que la estuviera trastocando de más. — ¿Estáis seguro? ¿Seguro me veis lista para esas tareas? No hay nada más que no desee más que regresar a Escocia y conocer a mi familia. Tener su aprobación y conocerles, me gustaría tanto que pudiesen aceptarme e incluso quererme, estar con ellos. Pero presentarme antes de tiempo a un rey para probar mis habilidades, me da miedo. No quiero dejaros en mal lugar. A ti ni a nadie. Pero a un rey no se le puede negar nada, ¿verdad?—Sonrío intentando de nuevo sacar fuerza de sus flaquezas y miedos, siendo la princesa que le había dicho el señor O´Donell que debía de ser.

Respiró hondo y logró estabilizarse emocionalmente. Había venido aquí pensando en que iba a  regañarla y al encontrarse con todo lo contrario, se encontraba desorientada y sorprendida, pero lo que más le sorprendió fue el regalo que le tendió. Nunca había sostenido una caja adornada tan delicadamente como aquella. Casi parecía un pecado abrir la caja y ver lo que había dentro. Sin embargo, con la mirada ajena puesta en ella esperando que la abriese, la abrió lentamente con miedo a poder echar a perder el diseño y en cuanto vio en el interior la tiara, se sonrojó. Era una exquisita y muy costosa joya, de aquellas que tantas veces había visto en las vitrinas de los comercios más caros de la ciudad y sino, en los cuellos de las damas de clase alta. Con temor pero segura, tomó en sus manos la tiara y dejando la caja que la había envuelto de lado, se concentró en aquella joya que la había dejado sin palabras.

No, no encuentro las palabras para agradeceros este presente. —Dijo aún maravillada por la joya que sostenía delicadamente en sus manos. — ¿Será para ponérmela el día que vayamos a visitar el monarca? Porque si es así tendré que acostumbrarme a llevar joyas de estas lo más seguro. No he llevado nunca una, y parecen pesadas de llevar en el cuello. Y como más pronto me acostumbre mejor. —Sonrío con ingenuidad y levantándose del sillón donde se encontraba, se volteó dándole la espalda a Rhaegar, mientras con sus manos se retiraba el cabello a un lado. — ¿Me podríais ayudar a ponérmelo? —Le preguntó una vez retiró el cabello a un lado para que pudiese ponérselo con más facilidad. —Y por favor contadme de ese monarca. ¿A quién visitaremos, quien y por qué desea conocerme? Aún no soy nadie, solo una hija perdida. ¿Como estar a la altura de su señoría?—Repuso con cierta tristeza pero con la realidad, en lo que sentía como los dedos masculinos trabajaban en su cuello y ataban aquel preciado tesoro a su cuello.
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Mensaje por Rhaegar W. Frimost Miér Dic 02, 2015 10:27 pm

De no haberse tratado de una misión tan importante para mi, de haberla conocido en otra época, antes de que la familia de su hermana destruyese a la mía, probablemente todo cuanto sintiera por aquella chiquilla que depositaba su confianza ciega en mi, no fuese más que ternura. Era tan inocente, tan cálida, tan necesitada de aprecio y atención, que gestos tan nimios como ponerle una mano sobre los hombros e invitarla a tomar asiento era acogido por ella como la mayor manifestación de cariño que le hubiesen regalado en mucho tiempo. De no haber estado tan consumido por el odio, por las ansias de venganza, habría sentido también lástima por ella, y sobre todo, remordimientos por lo que estaba planeando hacerle. Para mi, no era más que un títere, alguien a quien necesitaba para cumplir mi propósito de destruir por completo la dinastía de la que le había prometido que iba a formar parte. No dudaba que de estar vivo, el monarca escocés la hubiese acogido con los brazos abiertos. Pero entonces sería también una enemiga para mi. Al menos eso lo agradecía. Era el medio para un fin específico. Que acabaría con su corazón hecho trizas, por supuesto. Le daría la noticia de la muerte de su padre precisamente en Alemania. Ese era el plan que llevaba confeccionando en las últimas semanas. Si bien el rey llevaba realmente muerto bastante más tiempo, evidentemente ella no lo sabía, y me había encargado obsesivamente de que siguiera siendo así. Cuando el rey alemán le diera las condolencias, yo sería su paño de lágrimas, nuestra unión se haría mucho más fuerte e intensa.

Y ella asumiría el papel de reina que le correspondía. A partir de ahí, el resto de acontecimientos vendrían rodados, sucediéndose, ocurriendo uno tras otro, cediendo bajo su propio peso. Ir a Escocia a ocupar el trono, ¿cuánto me costaría convencerla de que no podía dejar que el legado de su familia se perdiese? ¿En asegurarle que eso era todo cuanto su padre hubiera querido? Sólo de imaginar lo fácil que resultaría, lo placentero que sería ver el rostro de Irïna, contraído por el dolor... No sólo por enterarse de que tenía una hermana, nacida fuera del matrimonio, sino también porque esa misma joven, la única familia que le quedaba, le hubiese arrebatado aquello por lo que había luchado durante toda su vida. Porque a pesar de que nunca quiso el trono, se negó a abandonarlo, arriesgando así su vida. ¡Era la venganza perfecta! Y más que merecida. Ni siquiera tenía claro si acabaría por matarla inmediatamente después, o esperar un tiempo, hasta que toda su alma estuviese completamente corrompida, y sólo entonces, darle el golpe de gracia final.

- Os entiendo perfectamente, joven princesa. Todo esto ha ido quizá demasiado rápido, pero es precisamente porque sois una grandiosa aprendiz. Asumís la información tan deprisa que resulta sencillo olvidar que habéis pasado toda vuestra vida lejos del lugar que os corresponde. Supongo que, después de todo, sí es algo que se lleva en la sangre. No es sólo vuestro tutor quien piensa que estáis lista, yo también lo pienso, como bien sabéis. ¿Y qué mejor manera de practicar que hacerlo en sociedad? Es fácil que conmigo aparezca vuestro carácter normal, porque a mi me conocéis, pero con otras personas estoy convencido de que "la sangre azul" os dará la fuerza que necesitáis. Y por supuesto, yo estaré a vuestro lado en todo momento. No hay nada que temer. -A veces, sus muchas inseguridades lograban sacarme bastante de quicio, y quizá por eso empleaba tantísimas palabras amables para aplacar la ira súbita que me despertaba. Para mi, toda preparación hubiera ido mucho más deprisa, de no haber sido tan delicado con ella. Pero no era lo que pretendía. Necesitaba que fuera a su ritmo para que confiase más y más en mi, a pesar de que mi interior ardía a causa de la necesidad de comenzar de inmediato con el "juego".

- Creo que sé cuál es vuestro problema... Y es que no asumís que no hay nada que temer, ni en un rey, ni en treinta reyes. Sois parte de su círculo, ahora, sois iguales. Desde el mismo momento en que vuestro padre me mandó buscaros, ya os había aceptado, y eso implica que no necesita conoceros, ni siquiera saber si sois o no "digna", para consideraros como su hija. Una princesa. El rey de Alemania os quiere conocer precisamente por eso. Probablemente porque desee que conozcáis a sus hijos, en aras de una posible unión posterior. Pero se trata de un simple acercamiento, de cortesía entre la realeza de dos países que ahora tienen paz. -Sabía que si no la tranquilizaba, no sería capaz de hacer todo cuanto iba a mandarle. Yo la presentaría como Irïna, a pesar de que eso era algo que ella no iba a saber, y precisamente por ese motivo tendría que asumir su nuevo cargo, aceptar que ya no era parte del pueblo llano, sino de la élite. No necesitaba que hablara, ni que demostrara sus dotes más de lo justo y necesario. Sólo que apareciera en sociedad mientras yo le asignaba el nombre de su medio hermana, y que no se notase la diferencia. Sólo yo sabría que ella en realidad no era quien decía ser. Por eso presionarla, aunque me hubiera encantado, no estaba entre mis planes.

- Sin embargo, si no deseáis ir a ese encuentro, estáis en vuestro derecho de negaros, y yo en la obligación de cumplir vuestros deseos. Recordad quién sois ahora. -La observé con atención cuando tanteó la joya entre sus dedos. Casi parecía que temblaba. Después de todo, la aversión por las joyas parecía ser cosa de familia. Por suerte para mi, pocos conocían la verdadera forma de ser de Irïna, por lo que ahora que había una nueva "reina", podría hacerlo bien. ¿Qué monarca no viste con lujos, y no mira por encima del hombro? Para que Lena encajase, para que mi mentira pasara desapercibida, tendría que parecerse al resto de reyes del momento, no a una hermana que solamente conocería cuando la traición fuera descubierta. - Joven princesa... Aunque puede parecerlo, esta joya no es para llevarla en el cuello, sino sobre vuestra real cabeza. Es una tiara, la corona que visten princesas y reinas cuando acuden a citas tan importantes como esta. Aunque ahora que lo mencionáis... sí es cierto que debería daros este otro regalo, para lucirlo como acompañamiento para la tiara. -Le mostré un bonito collar, aunque bastante más modesto que la corona, y cuando se apartó el cabello se lo puse, para luego colocarle la tiara sobre la cabeza. No sólo parecía una reina, sino que lucía extrañamente hermosa. Algo que me desagradó enormemente. ¿Cuánto más podría parecerse a aquella que tanto odiaba?


Última edición por Rhaegar W. Frimost el Mar Ene 26, 2016 9:43 pm, editado 1 vez
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La sangre traiciona a la sangre | Venganza, Parte I | Privado Empty Re: La sangre traiciona a la sangre | Venganza, Parte I | Privado

Mensaje por Lena Z. Vasílièva Mar Ene 19, 2016 11:19 am

¿Cuánto pesaba una corona? ¿Cuán dolor y sacrificio exigía un reino? Lena en su inocencia estaba por descubrirlo y nada la podría haber preparado para todo lo que estaba por acontecerse. El día de su regreso a Escocia cada vez era más próxima y aunque las ganas en la joven no se vieran diezmadas aún con los nervios de esos últimos días de llegar a su hogar y ver a quien debiera ser su familia, desconocedora por completo de los planes maquiavélicos de aquel que se había hecho su confidente y tutor, desconocía cuan alto sería el precio de sus actos. Únicamente le quedaba orar a aquel dios suyo que siempre las había protegido, a ella y a su madre, y aun así, eso no cambiaría nada. Ya era imposible detener las manecillas giratorias que desvanecían el tiempo, acortándolo. ¿Y que podría hacer, una simple mortal contra el paso malévolo del tiempo?. La muerte de su padre, la sucesión, las mentiras que corromperían su mente ya eran sino un hecho, en las próximas semanas lo serían. La princesa dejaría de ser la princesa bastarda al trono de Escocia para suplantar a la actual reina. Y no habría marcha atrás posible, ni la habría. Irina desaparecería bajo la figura de Lena y Lena, aún con una corona también desaparecería. Ambas hermanas correrían la misma suerte, al fin y al cabo todo había estado planeado por una mente más acurada, perversa que la de ellas. Rhaegar, que había sido el cabeza de turco de todos aquellos estratégicos movimientos, sería el vencedor. Pisotearía a Irina y quebrando a Lena, manipulando a la joven princesa y futura reina, ella haría todo cuanto él la aconsejase, asegurándose así el control de Escocia… Al fin y al cabo, ¿quien iba a desconfiar de quien le salvó de perecer más tarde o temprano sola, en la oscuridad de las calles frías de Rusia?

Es preciosa...—Esas fueron las únicas palabras que la princesa logró articular cuando volteándose, dando la espalda a Rhaegar, contempló embelesada su reflejo en uno de los espejos del salón. Conteniéndose de decir lo preciosa que se veía y lo extraña que le parecía su propia reflejo, titubeante como si no quisiera destruir la armonía de lo que contemplaba, se acercó unos pasos más hacia el espejo vacilante. La tiara de zafiros y diamantes hacía juego con el color celeste de sus ojos, realzándolos todavía más si cabía la posibilidad y junto con su lacio y largo cabello dorado, esta destacaba aún más. El toque final para su atuendo de princesa era el collar, que como la tiara hacía juego tanto con el azul de sus ojos como de las piedras preciosas que coronaban su cabeza. Sin dejar de contemplarse en el espejo, sin creerse apenas los cambios que en una semana la joven había hecho a manos de Rhaegar, sus tutores y consejeros, intentó ver algo de aquella joven desdeñada que había llegado semanas atrás y se sorprendió al no encontrar mucho de aquella jovencita, más que la vacilación o el tono de voz, y quizás, alguna de sus manías. Tanto había cambiado que incluso su forma de caminar, y su espalda, se encontraban correctamente en su lugar sin tener que pensar en ningún momento en mantener la postura o corregir, aquellos fallos del inicio. Ahora que se veía, podía considerar firmemente el encontrarse lista. El miedo y las dudas iban por su interior, devorándola, más por fuera parecía segura.

La figura que se reflejaba en el espejo le transmitía una seguridad y rectitud que nunca habría esperado tener. Cuadró los hombros, mejorando por completo su figura consciente de que toda princesa debía mantenerse siempre con la cabeza bien alta y una suave sonrisa torció sus labios antes de por primera vez en todo aquel reconocimiento propio, buscar la mirada de Rhaegar en su reflejo. Cuando le vio devolverle la mirada dejó que sus sonrisa se evaporase y como si oyera de nuevo cada una de las palabras que antes él le había dedicado, adoptó un posado serio, inescrutable mientras analizaba a consciencia lo que se esperaba de ella y el papel que debía de ejercer. Apenas fueron unos segundos de extraño silencio en el salón de lo que se había convertido un segundo hogar para la joven, pero enseguida supo lo que debía de hacer, toda duda desapareció de su mente. Haría todo en su mano por agradarle y conseguir la confianza de su padre, y de los suyos. Asimismo, estaba dispuesta a correr los sacrificios que cualquier joven de la realeza debía de hacer. Si tenía que asistir ante un rey por una posible unión entre primogénitos, o meros formalismos, iría. En los últimos días uno de sus tutores la había preparado para los enlaces típicos de la realeza y le había hablado de las razones por las que solían hacerse los matrimonios de conveniencia. Hasta en el pueblo esos enlaces estaban a la orden del día. Le habían instruido en el deber y si ahora el deber era dejar de lado sus sueños de niña, románticos y fantasiosos de un noble caballero salvándole la vida, lo haría. Llegados a este punto en el que se encontraba, ya no había retorno y aceptando su condición, para bien o para mal, había también aceptado todo lo demás.

Iremos. Si el rey de Alemania desea conocerme y acercarse a Escocia, yo seré en nombre de mi padre la que irá a transmitirle sus respetos. Además, estaréis conmigo, no habrá nada que temer y una vez allí veremos cuáles son sus motivos de dicho encuentro, pues siempre me habéis dicho que suelen haber motivos ocultos en todo acercamiento entre reinos y realezas. Lo veremos si en este caso únicamente desea un acercamiento o esconde otros deseos. En ambos casos, acataré mi deber de la mejor de las formas y acorde a lo que se espera de mí, por lo que enviad mi consentimiento a que dicho encuentro se haga realidad en los próximos días y haced que los preparativos para partir vayan más rápidos. — Sus palabras y su tono eran firmes, no admitían replica ninguna, ni la de su mentor y más leal consejero. Había llegado a una decisión y ahora, iría a por todas. Si todos lo veían preparada y en el reflejo del cristal veía a una autentica regia princesa Escocesa, ¿Cuánto más tiempo tardaría en creérselo? —Preferiría no pasar más tiempo del necesario en este lugar, deseo llegar lo más pronto a Escocia y si antes debemos asistir a dicha reunión, deberemos apresurarnos. La ansiedad quiebra mi ser al pensar en regresar a mi país natal y desearía partir inmediatamente. Siempre podemos llevar a cabo mis enseñanzas por el camino y así, terminar de instruirme, pero si debemos llegar a Alemania, prefiero prepararnos y luego una vez allí, partir hacia Escocia sin más dilación. Deseo ver a mi padre, y pasar mi primera prueba que consistirá en ese encuentro.

Tras sus palabras se volvió hacia Rhaegar dejando de contemplar su reflejo y le sonrío, volviendo a ser un poco de aquella joven que por unos segundos había desaparecido bajo el peso de sus responsabilidades y del deber que portar aquella tiara indicaba. Por unos instantes se había visto como una princesa real y esperó que aquel espejismo también hubiese sido efectivo a ojos ajenos de quién esperaba una aprobación y un asentimiento a sus palabras. — ¿Os parecen bien, mis demandas? Me encuentro preparada para terminar mis enseñanzas y preparar ese encuentro. ¿Algo que deba de saber sobre el rey Alemán? Toda información será poder y lo necesitaremos, si como he dicho, partimos en los próximos días. — Él le había dicho que recordara quien era ahora y en ese instante lo estaba recordando. Era una princesa y esperaba, por lo que eso la hacía ser que por primera vez la que pudiese tener voz y voto fuese ella, y no los demás. Y sus deseos eran claros. Deseaba con todas sus fuerzas que su destino fuese ir a Alemania y luego a Escocia, sin saber, que precisamente aquel último deseo sería una de sus principales ruinas.
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La sangre traiciona a la sangre | Venganza, Parte I | Privado Empty Re: La sangre traiciona a la sangre | Venganza, Parte I | Privado

Mensaje por Rhaegar W. Frimost Mar Ene 26, 2016 10:40 pm

Por un instante, brevísimo, me di cuenta de lo sencillo que hubiera sido perder el control de la situación si aquella chica, en lugar de haber pertenecido desde su nacimiento a la clase baja, hubiera sido de la realeza, o simplemente más avispada de lo que era. Verla allí, contemplándose a sí misma en el reflejo, buscando una seguridad, una firmeza, que jamás hubiera sospechado que albergara su marchito corazón, me hizo comprender que no debía relajarme. A pesar de que las cosas por el momento hubieran ido según lo planeado, no podía ni debía relajarme. El encuentro con el Rey Alemán debía salir a la perfección, y en cierto modo, agradecí que ella misma comenzara a urgirme a mi por partir a la menor brevedad posible. Eso significaba que mis palabras, como un veneno que poco a poco se extendía por la sangre, se habían adentrado en su mente, en su alma, corrompiéndola. El nuevo mazazo que sufriría su ánimo cuando le comunicase la muerte de su padre la haría regresar a su estado de vulnerabilidad, la haría comprender aún más si cabía lo mucho que me necesitaba en ese nuevo camino, en ese nuevo propósito: en su inminente reinado. Sonreí a su reflejo, sabiendo que era precisamente lo que estaba esperando, mi aprobación. Lucía casi imponente... Si ignorabas la verdad, claro.

- Creo que vuestro padre, como yo, estará inmensamente orgulloso en la princesa que os habéis convertido. En la gran mujer que habéis llegado a ser. ¡Y en tan poco tiempo! Estoy sorprendido, casi tanto como encantado de haber sido parte, aunque sea un poco, de lograr que vuestro regreso sea una realidad. -Una repentina oleada de buen humor me invadió por completo. Disfrutaría revelando el destino de su progenitor, puede que incluso más de la cara que imaginaba que pondría Irïna al darse cuenta de las muchas mentiras que rodeaban su existencia. El daño que todo aquello le haría a Lena era simplemente un daño colateral, algo de lo que, por supuesto, no iba a preocuparme. Una vez cumplido su propósito, lo único que me uniría a ella sería su lealtad hacia mi, velada con la mentira de mi lealtad hacia ella. Sólo cuando finges estar vivo a pesar de llevar años muerto eres capaz de llevar máscaras con semejante precisión. Mis padres estarían orgullosos. - Coincido con vos, mi princesa. Creo que debemos partir de inmediato, y en cuanto os deje iré a avisar para que comiencen con los preparativos. - La verdad es que ya lo había hecho esa misma mañana. Sabía que no sería tan difícil convencerla. Después de todo ya había recorrido medio mundo a mi lado sin hacer demasiadas preguntas.

- En cuanto al monarca... Lo cierto es que todo cuanto debéis saber de su casa real os lo comunicará vuestro instructor. Personalmente, sólo lo he visto un par de veces. Es un hombre firme, serio, y con las ideas muy claras, pero también es honesto, leal y, en resumen, un buen hombre. Amable con los que tienen la suerte de contarse entre sus amigos, y despiadado con aquellos que le traicionan. - Diciendo aquello me di cuenta de lo mucho que me recordaba a mi propio padre. Por eso sabía que se creería las mentiras que iba a decirle. Las personas como él solían ver lo mejor de los demás antes de lo peor, y ese probablemente fuera el mayor de sus defectos. - Pero no quiero crearos ninguna imagen de antemano. Prefiero que saquéis vuestras conclusiones cuando le conozcáis. Después de todo, nadie podrá decidir si es de vuestro agrado o no, más que vos misma una vez entabléis conversación con él. No os sintáis intimidada, ese es posiblemente mi único consejo. Sois su igual, y así es como yo os he presentado en misiva, y como os anunciaré cuando lleguemos. Ese es mi propósito. Además de aconsejaros, siempre que apreciéis mi consejo, por supuesto. - Hice una leve reverencia como para dar énfasis a mis palabras, y luego me alejé unos cuantos pasos, de regreso al sofá.

- Por mi parte, no hay nada más que decir. Cumpliré con vuestros deseos de disponer todo para nuestra partida, para que así podamos irnos mañana mismo, si así lo requerís. Por el camino, el Señor O'Donell os informará del protocolo y todo lo demás. - La urgencia, aunque bien disimulada, pudo percibirse levemente en mi voz, por apenas un momento. No el suficiente para que ella se diera cuenta, pero sí para que yo me percatase de lo mucho que deseaba que llegara el día siguiente.
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La sangre traiciona a la sangre | Venganza, Parte I | Privado Empty Re: La sangre traiciona a la sangre | Venganza, Parte I | Privado

Mensaje por Lena Z. Vasílièva Jue Feb 25, 2016 4:56 am

Por más que se miraba en aquel espejo, por más que se oyera regia en sus palabras, había una parte de ella que seguía siendo la misma. La luz de sus ojos, la luz de su alma seguía siendo la misma, únicamente que ahora más que un polluelo desgarbado como antaño lo había sido, ahora se parecía más bien a un bello cisne. Un inmaculado e inalcanzable cisne. Aún le faltaba perfeccionar, era sabido para todos, más ahora recordando cómo se había visto en cuando el espejo reflejó su figura de princesa con aquella impresionante tiara, se diera cuenta de que quizás si era verdad que ya estaba preparada. La tiara pesaba en su cabeza, pero ¿Y qué reino no le pesaría a su futura princesa? Siempre que se había imaginado a los reyes de Rusia, o las historias de reyes y príncipes que su madre le contaba antes de dormirse, se los había imaginado siendo grandes monarcas, con la responsabilidad de todos los habitantes de sus reinados, a quienes comandaban con mano dura, pero también con una devoción absoluta, pues a fin de cuentas, un rey no podía ser un rey si no tenía un pueblo al que proteger.

Parece ser por lo que decís un buen rey, el monarca Alemán, seguro aprenderé mucho de él en nuestra conversación. Tomaré mis propias opiniones, pero si vuestras palabras son ciertas, es un buen monarca y no creo poder decir nada contrario a ellas, más que mejor tenerle de amigo, de aliado que de enemigo ciertamente.— Comentó encontrando consuelo en las palabras de su consejero, como normalmente hacía. Desde que él la había encontrado había sido muy importante para su entereza, sino seguramente la joven no se habría visto con corazón de afrontar este reto y volverse en lo que por sangre debía de haber sido. Y así, como él en parte fue su salvador de las calles, también lo era para cuando en los momentos difíciles ella se derrumbaba. Cuando eso pasaba él siempre encontraba las palabras adecuadas, el consuelo perfecto para ayudarla a levantarse y si en alguien confiaría hacia su propia vida, aquel sería Rhaegar. Únicamente él podía entenderla. —Vuestros consejos, siempre me son importantes, Rhaegar. — dijo desviando la mirada hacia él, dejando en ese instante el espejo atrás, allá donde ya no la reflejaba. Suspiró y encaminando sus pasos en una perfecta sincronía, se dirigió hacia una de las ventanas desde donde contempló por unos segundos en silencio los jardines nevados de esa mansión. Extrañaría ese bello hogar, y aquella gélida tierra en la que no únicamente había encontrado dolor, sino que también, la felicidad y su camino en la vida.

Así sea pues, mañana partiremos hacia el encuentro con el rey alemán y en el transcurso del viaje, mi instructor me acompañará. Debo estar perfecta y preparada para dicho encuentro. —En tanto decía aquellas palabras, una seguridad inquebrantable se adueñaba de ella. Ahora todo iría bien, volvería a casa, con su familia y ahora, si y a todos sus pasos la llevarían al destino que siempre había sido suyo. Ser feliz junto a los suyos. —Podéis iros si deseáis a avisar a los sirvientes del inminente viaje. Lo justo sería partir mañana antes de las primeras luces del alba, los caballos estarán frescos y la brisa fresca de la mañana los ayudará a encaminar mejor sus pasos hacia Alemania. —Le anunció aún de espaldas a él mirando a través de la ventana el jardín nevado y muy lentamente, tras sus palabras se volvió hacia él con una dulce sonrisa y un nerviosismo claro en su voz producto de la inminente partida. —Yo me encargaré de mis ropajes y que todo lo mío esté listo esta misma noche, para no demorarnos. No quisiera retrasar de ningún modo este viaje hacia casa. Y por favor guardadme esto…—añadió llevando sus manos a su cabeza para tomar con delicadeza la tiara real y llevársela a él de regreso. — No quisiera que tuviéramos un accidente y se perdiera, es demasiado valiosa para permitirnos este accidente. —dijo regresando la tiara al interior de la caja que su consejero le acercó y depositándola con cuidado, la admiró unos segundos. La princesa ya estaba lista, todo lo lista que podía estar y aqui, el tiempo comenzaba a contar. El telón se abría y la obra perfecta de venganza de la que la joven ingenua era desconocedora, ya había empezado.
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