AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Dulce venganza [Privado]
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Dulce venganza [Privado]
“Corre, salta, vive, sueña, llora, ríe y …véngate”.
Muchos kilómetros atrás, dejando su humilde pero amado hogar. Hacía meses que viajaba con un rumbo específico, esa ciudad que lenguas extranjeras prometían para iniciarse en una nueva vida, oportunidad. Y claro que era una gran oportunidad, al menos para Meredith quien ahí se cobraría lo que vino a buscar desde hacía un tiempo, no muy lejano…reciente. Podía saborear el rico sabor de la venganza pues todo el mundo terminaría pagando sus consecuencias y “ellos” no iban a ser menos.
Con lo puesto y una bolsa de cuero a sus espaldas, lo observaba todo a su paso. Ojos cielo, intensos y penetrantes, se perdían en la inmensidad de las calles, las fachadas sin fin de las casas, las personas que cincelaban aquel bonito cuadro que era Paris. Bonito y acogedor Paris, reina de su venganza. Sonrió de medio lado, acomodándose bien su equipaje. Apenas en unas horas, anochecería y bien era sabido que a esas horas, corría peligro.
Joven y hermosa, lo suficiente para no tener que pagar posada y poder llevarse algo a la boca para comer. Le gustaba siempre afianzarse a su encanto natural, aquel que conmovería hasta el ser más frío. La pureza de su imagen, daba a entender sin duda… que necesitaba ayuda pero qué equivocados, la apariencia siempre engañaba…y ella no era ese ángel que se apreciaba. Mucho más, tenía mucho que ofrecer, aún por cumplir.
Sabía donde ir, aquel lugar en el que sin duda sería acogida con ojos cerrados. Una estrategia limpia, sin complicaciones que le llevarían sin duda a dormir en un lecho caliente frente un bien crepitado fuego. Manos ágiles, la cerradura cedió ante ella, quien viviese allí no le importaba que le robasen pues seguramente no tenía nada como la propia joven. Una picara sonrisa cuando pudo entrar en la estancia…aún no había llegado su dueño, perfecto.
Echó un vistazo general y rápido a la casa, no se había equivocado… su sitio era aquel. Sentada en el suelo, en un rincón, intentaba avivar aquel fuego… era buena en eso pero había llovido y la leña estaba muy húmeda. La puerta se oyó de fondo y se encogió en sí misma, con un improvisado palo para defenderse. Parecía tan vulnerable, de belleza salvaje pero igualmente delicada… un contraste que a cualquiera, con ese toque tenue de luz, dejaría sin palabras.
-No es mi casa, ni sabe quien soy pero como me intente echar o me haga algo… juro que esta noche no duerme con chimenea -la estaba avivando, una amenaza de lo más dulce, esa joven de cabello dorado… se fundió en sus orbes azules, por primera vez…como si fuese costumbre, como si ella misma viviese allí
Muchos kilómetros atrás, dejando su humilde pero amado hogar. Hacía meses que viajaba con un rumbo específico, esa ciudad que lenguas extranjeras prometían para iniciarse en una nueva vida, oportunidad. Y claro que era una gran oportunidad, al menos para Meredith quien ahí se cobraría lo que vino a buscar desde hacía un tiempo, no muy lejano…reciente. Podía saborear el rico sabor de la venganza pues todo el mundo terminaría pagando sus consecuencias y “ellos” no iban a ser menos.
Con lo puesto y una bolsa de cuero a sus espaldas, lo observaba todo a su paso. Ojos cielo, intensos y penetrantes, se perdían en la inmensidad de las calles, las fachadas sin fin de las casas, las personas que cincelaban aquel bonito cuadro que era Paris. Bonito y acogedor Paris, reina de su venganza. Sonrió de medio lado, acomodándose bien su equipaje. Apenas en unas horas, anochecería y bien era sabido que a esas horas, corría peligro.
Joven y hermosa, lo suficiente para no tener que pagar posada y poder llevarse algo a la boca para comer. Le gustaba siempre afianzarse a su encanto natural, aquel que conmovería hasta el ser más frío. La pureza de su imagen, daba a entender sin duda… que necesitaba ayuda pero qué equivocados, la apariencia siempre engañaba…y ella no era ese ángel que se apreciaba. Mucho más, tenía mucho que ofrecer, aún por cumplir.
Sabía donde ir, aquel lugar en el que sin duda sería acogida con ojos cerrados. Una estrategia limpia, sin complicaciones que le llevarían sin duda a dormir en un lecho caliente frente un bien crepitado fuego. Manos ágiles, la cerradura cedió ante ella, quien viviese allí no le importaba que le robasen pues seguramente no tenía nada como la propia joven. Una picara sonrisa cuando pudo entrar en la estancia…aún no había llegado su dueño, perfecto.
Echó un vistazo general y rápido a la casa, no se había equivocado… su sitio era aquel. Sentada en el suelo, en un rincón, intentaba avivar aquel fuego… era buena en eso pero había llovido y la leña estaba muy húmeda. La puerta se oyó de fondo y se encogió en sí misma, con un improvisado palo para defenderse. Parecía tan vulnerable, de belleza salvaje pero igualmente delicada… un contraste que a cualquiera, con ese toque tenue de luz, dejaría sin palabras.
-No es mi casa, ni sabe quien soy pero como me intente echar o me haga algo… juro que esta noche no duerme con chimenea -la estaba avivando, una amenaza de lo más dulce, esa joven de cabello dorado… se fundió en sus orbes azules, por primera vez…como si fuese costumbre, como si ella misma viviese allí
Giselle Romee- Humano Clase Alta
- Mensajes : 15
Fecha de inscripción : 08/11/2016
Re: Dulce venganza [Privado]
Desde que había decidido renovar sus votos, y conseguir lo deseado en el trato con los inquisidores, sus días se había vuelto monótonos; pero no le importaba ya que necesitaba tiempo para luego lo peor.
Tenía un grupo de jóvenes cazadores a su cargo, él había tenido fama siempre entre los inquisidores de ser “creador de leyendas”, nunca había destacado como tal, pero si como Maestro. Por ello era valioso para los inquisidores, por ello, ellos le habían cedido la libertad de entrenar a su propio grupo a cambio del servicio y de atarse de nuevo a la Iglesia.
No había conocido más vida que aquella, a pesar de haber sido tentado por el pecado y el amor de una mujer. Pero aquellos tiempos quedaban alejados, y había renunciado a ella tras su rechazo y el saber que tenía esposo. Aunque al fin y al cabo no terminaba de quitarle ojo de encima.
Él estaba en París entrenando a aquellos chicos y chicas desamparados, dándole una razón de ser, y la inquisidora no sabía que él estaba allí.
Día trabajoso, de una lluvia que no terminaba de derramarse del todo, caía a pequeñas rachas fastidiando el entrenamiento de los suyos. Aunque aquello era de admitir, que le daría reto y prueba para sus pupilos, nunca iba a saber en qué condiciones tendrían que enfrentarse a esas criaturas del mal.
El crespúsculo ya caía, aquel día había terminado pronto. Lazarus ya empezaba a sentir como los años hacía mella en su cuerpo, ya no era tan joven como antes, aunque seguía estaban en forma, podía superar en físico y habilidades a mucho de los jovencitos que entrenaba.
Casa apartada del convento en sí, tampoco demasiado alejada. Ya por fin en casa y “Tosca”, su perra, había empezado a olisquear los alrededores y lanzada como el rayo entro en la casa abierta. ¿Abierta? Si, alguien había entrado.
Ladridos interiores, Lazarus tomó uno de sus cuchillos. Al igual que generaba aprecio, también tenía enemigos.
Joven, rubia, hermosa, mojada… ¿Indefensa? No sabía bien que decir, porque con aquel palo amenazante, quien sabría por dónde saldría la historia.
“Shhh…” Lazarus había callado a la perra y mandado afuera, puerta cerrada tras de sí, y con gesto precavido se acercó a ella, justo lo suficiente para ver que estaba completamente desnuda. Sin quererlo se sintió abrumado, poco acostumbrado a ver mujeres desnudas desde hacía demasiado tiempo y pensar en las mujeres como tal.
-Baje el palo, porque no voy a hacerle daño, ni nadie va a echar a nadie, señorita. -Sus ojos azules como el hielo, se enfrentaron a los de ella, intento transmitirle calma mientras se acercaba a su humilde cama y tiro de la sábana para entregársela. -Creo que va a coger un resfriado, y por favor, empece por el principio. ¿Qué esta sucediendo? ¿Esta herida?
Tenía un grupo de jóvenes cazadores a su cargo, él había tenido fama siempre entre los inquisidores de ser “creador de leyendas”, nunca había destacado como tal, pero si como Maestro. Por ello era valioso para los inquisidores, por ello, ellos le habían cedido la libertad de entrenar a su propio grupo a cambio del servicio y de atarse de nuevo a la Iglesia.
No había conocido más vida que aquella, a pesar de haber sido tentado por el pecado y el amor de una mujer. Pero aquellos tiempos quedaban alejados, y había renunciado a ella tras su rechazo y el saber que tenía esposo. Aunque al fin y al cabo no terminaba de quitarle ojo de encima.
Él estaba en París entrenando a aquellos chicos y chicas desamparados, dándole una razón de ser, y la inquisidora no sabía que él estaba allí.
Día trabajoso, de una lluvia que no terminaba de derramarse del todo, caía a pequeñas rachas fastidiando el entrenamiento de los suyos. Aunque aquello era de admitir, que le daría reto y prueba para sus pupilos, nunca iba a saber en qué condiciones tendrían que enfrentarse a esas criaturas del mal.
El crespúsculo ya caía, aquel día había terminado pronto. Lazarus ya empezaba a sentir como los años hacía mella en su cuerpo, ya no era tan joven como antes, aunque seguía estaban en forma, podía superar en físico y habilidades a mucho de los jovencitos que entrenaba.
Casa apartada del convento en sí, tampoco demasiado alejada. Ya por fin en casa y “Tosca”, su perra, había empezado a olisquear los alrededores y lanzada como el rayo entro en la casa abierta. ¿Abierta? Si, alguien había entrado.
Ladridos interiores, Lazarus tomó uno de sus cuchillos. Al igual que generaba aprecio, también tenía enemigos.
Joven, rubia, hermosa, mojada… ¿Indefensa? No sabía bien que decir, porque con aquel palo amenazante, quien sabría por dónde saldría la historia.
“Shhh…” Lazarus había callado a la perra y mandado afuera, puerta cerrada tras de sí, y con gesto precavido se acercó a ella, justo lo suficiente para ver que estaba completamente desnuda. Sin quererlo se sintió abrumado, poco acostumbrado a ver mujeres desnudas desde hacía demasiado tiempo y pensar en las mujeres como tal.
-Baje el palo, porque no voy a hacerle daño, ni nadie va a echar a nadie, señorita. -Sus ojos azules como el hielo, se enfrentaron a los de ella, intento transmitirle calma mientras se acercaba a su humilde cama y tiro de la sábana para entregársela. -Creo que va a coger un resfriado, y por favor, empece por el principio. ¿Qué esta sucediendo? ¿Esta herida?
C. Lazarus Morrigan- Cazador Clase Media
- Mensajes : 140
Fecha de inscripción : 24/11/2011
Re: Dulce venganza [Privado]
El dulce pero amargo sabor de la venganza...sabe tan bien.
Demasiado tiempo que no permanecía en un hogar, frente a una chimenea crepitante que solo un hogar podía ofrecer. Se olvidó de todo por unos minutos, allí, frente a la chimenea de un desconocido se sintió bien, acogida, abrazada por ese calor envolvente. La ropa empapada, el frío se le había calado en los huesos, estaba sedienta, hambrienta…débil como un cachorrillo abandonado en la puerta de una iglesia. Si entró allí, no fue por casualidad. Sabía quien vivía en la casa , desconocía su aspecto y quién era pero sí a lo que se dedicaba. Un secreto guardado bajo llave.
No le importó quedarse desnuda ante el calor, iba a terminar pillando una pulmonía como se le ocurriese quedarse con aquel vestido, ya inservible. La pelea en el bosque le había destrozado el único vestido que poseía, el cual, ocultaba una herida en el muslo derecho. Había intentado tapar la herida con un trapo viejo, sucio y roñoso, el que encontró por el camino. No tenía nada y con nada tenía que conformarse.
A la defensiva, buscó la mirada ajena, una batalla entre orbes profundas, intensas como el mismísimo océano. Los rosados labios de la joven, se entreabrieron por la sorpresa, su ceño se frunció un tanto. No, no iba a bajar el palo porque se lo pidiese. Nunca podría estar a salvo y menos en la casa del demonio. Tomó la sabana al vuelo y volvió a clavar sus orbes en él. Voz melodiosa, tranquila pero decida, enfrentó al hombre que la miraba desconcertado. Ni que fuese la primera vez que viese a una joven desnuda.
No se escondió, se acercó para tomar la sabana y colocársela por encima, su vestido, hecho jirones en el suelo. Qué imagen más patética, tan vulnerable a los ojos del hombre. Eso deseaba o al menos parecer esa “pobrecita” que gritaba ser ayudada. El palo cerca pero suelto de sus manos. Sus ojos gachos, sentidos puestos en todas partes. Podía haberse metido en la boca del lobo ella sola pero acaso ¿importaba? Era su plan.
-Avivé el fuego para evitar el resfriado. Tenía frío, vi su casa y entré ¿para qué dar más explicaciones. Hizo un gesto de dolor, estirando la pierna y dejarla al descubierto, tenía una herida con muy mal aspecto, un bocado y dado con ganas. Se sonrojó ligeramente, el calor de la chimenea ayudaba para fingirlo -Algo me atacó, quiso que fuese su plato principal pero… será en otra ocasión? -la hermosa figura de la joven, se dibujaba ante el hombre como si acabase de bajar un ángel del cielo. Era muy hermosa, con carácter fuerte pero no se fiaba de nada ni de nadie, estaba a la vista.
-Pude cazar un conejo, está al lado de…lo que era mi vestido. Puede tomarlo, cocinarlo como guste… pero que sea rápido. Tengo demasiada hambre y al final me olvidaré de que usted no puede comerse -lo decía en serio por la fiereza en su mirada, un rostro angelical cincelado por la rebeldía. Una joven un tanto peculiar que gritaba que la ayudase en silencio.
"Ante mí, un asesino que impulsó a acabar con dos vidas inocentes, por el simple hecho de no poder tener opción en su naturaleza. Vida que escapó de sus alientos, susurrando ambos mi nombre ¿cómo puedo vivir con ese cargo? os vengaré. Dejaré que sus ojos azules busquen los míos, vea a una niña perdida que necesita otra clase de cobijo. No os devolverá a mí pero él tampoco volverá a dormir tranquilo... nunca".
Giselle Romee- Humano Clase Alta
- Mensajes : 15
Fecha de inscripción : 08/11/2016
Re: Dulce venganza [Privado]
Lazarus seguía apartando la mirada a un lado para no ofenderla mientras le ofrecía la sábana para que apartase su desnudez, también le abrumaba aquella situación.
Había estado con mujeres en un pasado un tanto recóndito, en una juventud un tanto alocada. Si, él también había sido joven y había vivido fuera de cualquier credo religioso, es más su insensatez y fantasías era lo que le había llevado a cometer un error garrafal y perderlo todo, un trato es un trato, y su padre se había salido con la suya al quitarse un peso de encima, metiendo a su hijo menor en un convento.
Un vistazo del conejo tirado en el suelo junto aquellos jirones, prepararlo tendría tarea y tiempo, y él tenía algo de comida guardada preparada para ofrecerle. Se la veía cansada, asustada y hambrienta, pero lo primero era lo primero.
-Antes de nada, necesito mirar esa herida, señorita. -Se había agachado junto a ella, e hizo ademán para tocarle su desnudo muslo. -Con permiso.
Precavido, sus manos ásperas y curtidas eran contraste con aquella deliciosa piel joven. Y es que aquella criatura salvaje, era hermosa, parecía algún tipo de dríade sacada del bosque dispuesta a alterar todo el mundo calmo, de aquel sacerdote.
Con sus dedos presiono la herida, y esta emano sangre, y algo de grasa. Mala señal, porque eso significaba que había desgarrado la piel, y no había sido un bocado limpio, más bien dado con saña por aquel animal, ya que, a pesar de ser experto en mordeduras, aquella debía de ser de algún tipo de cánido o similar. No ninguna criatura sobrenatural de las que se encargar castigar.
-[color:fee7=#darkcyan]El hueso no ésta roto, al menos, aunque no podrá caminar demasiado hasta que la herida mejore un tanto. -Carraspeo incómodo, porque esta vez lo que hizo, pasarle los brazos por debajo de sus muslos y envolverla para levantarla del suelo. La verdad aquella jovencita irradiaba tanta belleza que sería capaz de hacer caer a cualquier hombre en el pecado de la carne. -Voy a ponerla sobre mi cama, hay que limpiar la herida, curarla y vendarla. Puede que le dé fiebre, pero no le pasará nada malo, estoy harto de curar heridas así.
Ella pesaba poco, ligera entre sus brazos, era como un pequeño pájaro con un ala rota. Sobre la cama la dispuso, y con la propia sábana ya mancillada al envolverse, le pidió que tapase la herida.
Figura paterna para sus aprendices de cazador, y cansado de curar heridas como esa hecha por criaturas peores, ya tenía sus remedios y sus trucos, sabía cómo remediar todo aquello.
Dos cazos pequeños al lado de la chimenea, algo de sopa del día para calentar y agua caliente para la herida.
El conejo lo había colgado junto con otras piezas de caza que tenía en la casa, y luego busco aquella pasta echa de hierbas y ajo para desinfectar la herida.
-Le escocerá, y le digo que no huele muy bien del todo. -Había tomado los trapos y con el agua caliente, comenzó a limpiar la pierna con toda la delicadeza del mundo. Por un momento sé detuvo, y aquellos ojos verdes miraron los ajenos. Mano que se posó en la frente de la joven, y el rostro. -No tiene fiebre señorita, pero vendrá pronto. ¿Y ahora dígame su nombre y que hacía allí fuera?
Había estado con mujeres en un pasado un tanto recóndito, en una juventud un tanto alocada. Si, él también había sido joven y había vivido fuera de cualquier credo religioso, es más su insensatez y fantasías era lo que le había llevado a cometer un error garrafal y perderlo todo, un trato es un trato, y su padre se había salido con la suya al quitarse un peso de encima, metiendo a su hijo menor en un convento.
Un vistazo del conejo tirado en el suelo junto aquellos jirones, prepararlo tendría tarea y tiempo, y él tenía algo de comida guardada preparada para ofrecerle. Se la veía cansada, asustada y hambrienta, pero lo primero era lo primero.
-Antes de nada, necesito mirar esa herida, señorita. -Se había agachado junto a ella, e hizo ademán para tocarle su desnudo muslo. -Con permiso.
Precavido, sus manos ásperas y curtidas eran contraste con aquella deliciosa piel joven. Y es que aquella criatura salvaje, era hermosa, parecía algún tipo de dríade sacada del bosque dispuesta a alterar todo el mundo calmo, de aquel sacerdote.
Con sus dedos presiono la herida, y esta emano sangre, y algo de grasa. Mala señal, porque eso significaba que había desgarrado la piel, y no había sido un bocado limpio, más bien dado con saña por aquel animal, ya que, a pesar de ser experto en mordeduras, aquella debía de ser de algún tipo de cánido o similar. No ninguna criatura sobrenatural de las que se encargar castigar.
-[color:fee7=#darkcyan]El hueso no ésta roto, al menos, aunque no podrá caminar demasiado hasta que la herida mejore un tanto. -Carraspeo incómodo, porque esta vez lo que hizo, pasarle los brazos por debajo de sus muslos y envolverla para levantarla del suelo. La verdad aquella jovencita irradiaba tanta belleza que sería capaz de hacer caer a cualquier hombre en el pecado de la carne. -Voy a ponerla sobre mi cama, hay que limpiar la herida, curarla y vendarla. Puede que le dé fiebre, pero no le pasará nada malo, estoy harto de curar heridas así.
Ella pesaba poco, ligera entre sus brazos, era como un pequeño pájaro con un ala rota. Sobre la cama la dispuso, y con la propia sábana ya mancillada al envolverse, le pidió que tapase la herida.
Figura paterna para sus aprendices de cazador, y cansado de curar heridas como esa hecha por criaturas peores, ya tenía sus remedios y sus trucos, sabía cómo remediar todo aquello.
Dos cazos pequeños al lado de la chimenea, algo de sopa del día para calentar y agua caliente para la herida.
El conejo lo había colgado junto con otras piezas de caza que tenía en la casa, y luego busco aquella pasta echa de hierbas y ajo para desinfectar la herida.
-Le escocerá, y le digo que no huele muy bien del todo. -Había tomado los trapos y con el agua caliente, comenzó a limpiar la pierna con toda la delicadeza del mundo. Por un momento sé detuvo, y aquellos ojos verdes miraron los ajenos. Mano que se posó en la frente de la joven, y el rostro. -No tiene fiebre señorita, pero vendrá pronto. ¿Y ahora dígame su nombre y que hacía allí fuera?
C. Lazarus Morrigan- Cazador Clase Media
- Mensajes : 140
Fecha de inscripción : 24/11/2011
Re: Dulce venganza [Privado]
Sécame las lágrimas, cúrame las heridas...yo hundiré mi daga en tu corazón.
Justo eso, la imagen de una chica joven y desvalida, fingido miedo en sus ojos… temblor de temor infringido por ella misma. Batalla de ojos claro, preparados para cualquier clase de ataque. Terreno enemigo en el que se respiraba calma y tranquilidad, tan engañados podían tenerles pero a ella en absoluto. Ojos abiertos incapaces de fijarse en otra cosa que no fuese aquel extraño, el cual se acercaba con cautela como si su forma lobuna no hubiese desaparecido, siguiese patente en su aspecto.
La herida no tenía buena pinta, aquel maldito lobo intentó meterse en donde no debía y una simple cambiante, le había hecho huir campo a través con su coraje, siendo herida en la pelea. No le dolía, el dolor interno era aún más intenso. La voz de aquel hombre, le inquietó, no sonaba grave ni siquiera retadora, ¿quería ayudarla de verdad? Asintió de forma leve, la vergüenza de estar desnuda no era problema, ni siquiera hizo el ademán de taparse, para su naturaleza era algo completamente normal.
No perdió detalle de cómo trataba la herida, ningún gesto de dolor por su parte, solo impaciencia. Que otro ser la tocase la inquietaba, a tal extremo que sin querer, un gruñido abandonó sus labios. Extraño que con su apariencia tuviese ese lado salvaje y áspero. No le agradó el diagnóstico, chasqueó la lengua y esperó a su tratado, intentando no moverse. Inquieta y nerviosa rodeada de lo desconocido. Se agarró a su cuello, sus orbes le examinaron de más cerca, incluso ladeó la cabeza buscando algo más que se le escapase. Las yemas de sus dedos, hicieron presión en la nuca ajena, dedicándole un mínimo contacto de agradecimiento, a su modo.
-Sobrevivir -apenas fue un susurro, su mirada se perdió en las llamas de la lumbre mientras le limpiaba la herida, la ropa le estorbaba, entraba en calor demasiado pronto, su frente, perlada en sudor pudo dar un mal aviso -Sobrevivir como muchos, podía haber tomado la justicia por su mano y haberme matado en el momento, por entrar en su casa. No tenía porqué curarme… me duele más el estómago que ese bocado, no es la primera vez -para ser joven, su bonito cuerpo, repleto de cicatrices, alguien que se había forjado en la calle, sin ayuda más que de sí misma.
-No necesito ropa, no ahora.. -apartó la sabana, quedando desnuda ante él, el hombre, podía notar el calor que emanaba de su piel, el sudor que eliminaba la fiebre existente -¿Cazador? Vi muchos en mi viaje, también a otros que ni se supone se consideran eso, todo por alzar la cabeza de esos infieles… que por maldición les ha tocado ser diferentes -conocía lo sobrenatural pero ella, parecía tan humana…
Sus pechos, tapados por su cabello rubio y largo, no terminaban de tapar otras ciertas partes que no le importó que mirase, seguramente habría visto más de una mujer desnuda. Se tumbó de lado, cerrando un instante los ojos, ahora sí podía definirse su figura, pintada por la luz de la lumbre, aquella hermosa joven recién llegada.
-Meredith ¿y usted? ¿A quién debo de agradecerle -tomó su cuenco de sopa, mirándole tras el vaho del líquido caliente, las miradas decían mucho más que las palabras. -¿Quién sois? -no, no iba a dejarlo en el tintero, quería saberlo.
Justo eso, la imagen de una chica joven y desvalida, fingido miedo en sus ojos… temblor de temor infringido por ella misma. Batalla de ojos claro, preparados para cualquier clase de ataque. Terreno enemigo en el que se respiraba calma y tranquilidad, tan engañados podían tenerles pero a ella en absoluto. Ojos abiertos incapaces de fijarse en otra cosa que no fuese aquel extraño, el cual se acercaba con cautela como si su forma lobuna no hubiese desaparecido, siguiese patente en su aspecto.
La herida no tenía buena pinta, aquel maldito lobo intentó meterse en donde no debía y una simple cambiante, le había hecho huir campo a través con su coraje, siendo herida en la pelea. No le dolía, el dolor interno era aún más intenso. La voz de aquel hombre, le inquietó, no sonaba grave ni siquiera retadora, ¿quería ayudarla de verdad? Asintió de forma leve, la vergüenza de estar desnuda no era problema, ni siquiera hizo el ademán de taparse, para su naturaleza era algo completamente normal.
No perdió detalle de cómo trataba la herida, ningún gesto de dolor por su parte, solo impaciencia. Que otro ser la tocase la inquietaba, a tal extremo que sin querer, un gruñido abandonó sus labios. Extraño que con su apariencia tuviese ese lado salvaje y áspero. No le agradó el diagnóstico, chasqueó la lengua y esperó a su tratado, intentando no moverse. Inquieta y nerviosa rodeada de lo desconocido. Se agarró a su cuello, sus orbes le examinaron de más cerca, incluso ladeó la cabeza buscando algo más que se le escapase. Las yemas de sus dedos, hicieron presión en la nuca ajena, dedicándole un mínimo contacto de agradecimiento, a su modo.
-Sobrevivir -apenas fue un susurro, su mirada se perdió en las llamas de la lumbre mientras le limpiaba la herida, la ropa le estorbaba, entraba en calor demasiado pronto, su frente, perlada en sudor pudo dar un mal aviso -Sobrevivir como muchos, podía haber tomado la justicia por su mano y haberme matado en el momento, por entrar en su casa. No tenía porqué curarme… me duele más el estómago que ese bocado, no es la primera vez -para ser joven, su bonito cuerpo, repleto de cicatrices, alguien que se había forjado en la calle, sin ayuda más que de sí misma.
-No necesito ropa, no ahora.. -apartó la sabana, quedando desnuda ante él, el hombre, podía notar el calor que emanaba de su piel, el sudor que eliminaba la fiebre existente -¿Cazador? Vi muchos en mi viaje, también a otros que ni se supone se consideran eso, todo por alzar la cabeza de esos infieles… que por maldición les ha tocado ser diferentes -conocía lo sobrenatural pero ella, parecía tan humana…
Sus pechos, tapados por su cabello rubio y largo, no terminaban de tapar otras ciertas partes que no le importó que mirase, seguramente habría visto más de una mujer desnuda. Se tumbó de lado, cerrando un instante los ojos, ahora sí podía definirse su figura, pintada por la luz de la lumbre, aquella hermosa joven recién llegada.
-Meredith ¿y usted? ¿A quién debo de agradecerle -tomó su cuenco de sopa, mirándole tras el vaho del líquido caliente, las miradas decían mucho más que las palabras. -¿Quién sois? -no, no iba a dejarlo en el tintero, quería saberlo.
Giselle Romee- Humano Clase Alta
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