Venganza Contra Enmienda [Privado Kaida]

Llevaba horas ahí. Había adelantado sus tareas con Jeanne para tener un "día libre" que hasta ese momento lo había aprovechado bien. O quizás no tanto. Puede que ella no se lo dijera a la mujer, a Léa o a Emily, pero las tres sabían, o al menos intuían, que algo no andaba bien con la loba. Y el motivo era demasiado obvio para quienes habían compartido con ella o que conocían su historia de amor con final infeliz. La vieron irse por una ventana como era su costumbre, pero sus bocas no fueron tan veloces como su impulso, el que la catapultó lejos de su alcance dejando a las mujeres a merced de deseos mentales de bienestar, que considerando cómo estaba Gianella, vaya que eran útiles.

Cruzó media ciudad hasta llegar al bosque, buscando que la calma de las hojas bailando al son del viento contagiase su corazón atormentado y dudoso, contemplativo y cuestionador de todo, a esas alturas. Y cómo no, llegó hasta ese lugar, hasta ese árbol que había sido testigo privilegiadísimo del amor que se avivó lleno de esperanza en su corazón ardiente, pero ahora volvía sola; sin esa mano entrelazada en su diestra y sin esa cintura ceñida en su siniestra, ni mucho menos con ese contacto que había sabido domarla, que había podido hacer una grieta en su corazón de hierro, el cual ahora era sólo un cúmulo de escombros abrazados por la soledad que esperaba pacientemete que las llamas se apagasen; y que estaban muy prontas a hacerlo.

Le preguntó al cielo y a las nubes, a la brisa y a los animales sólo con su mirada, pero ninguno le supo responder. También le preguntó al silencio y al mismo manzano que cobijaba con su sombra su rostro y que también cobijaba sus esperanzas que, digámoslo, eran cada vez menores. Tampoco obtuvo respuestas a la interrogante que taladraba su cabeza sin descanso.

¿Qué era lo que debía hacer?

Esa pregunta cambió de contexto con la rapidez del disparo que se escuchó y con la agilidad de su incorporación. Olfateó pólvora demasiado cerca suyo, y los ojos azules fueron como imán al tronco del árbol. Lo había rozado. Miró en dirección a la fuente del disparo, y un olor a humano le hizo sacar las conclusiones iniciales necesarias para saber cómo proceder. - ¡¡Muéstrate!! - Ordenó con un grito, juntando lentamente sus dientes y dejando crecer sus colmillos, encajándolos en un gruñido para nada amistoso.

No se veía, bajo su capa negra aquella mujer caminaba por el bosque, había pasado toda su vida a base de entrenamientos para cumplir con aquella tarea a la cual estaba destinada incluso antes de nacer matar a Gianella, había crecido con ese odio a aquella mujer que no conocía, que simplemente era un nombre, nunca en su vida la había visto, solo habían llegado rumores que se encontraba en Paris, acompañada de una vieja foto de la madre de Gianella iba en busca de aquella mujer, decían que era tan guapa como lo había sido su madre, pero tenía el cuerpo marcado, musculoso a causa de los trabajos que llevaba a cabo con su padre, actualmente ese cuerpo lo conservaba.

Kaida había llegado a la ciudad días atrás, la siguió escondida en las sombras lo suficientemente lejos para no ser identificada por su olfato desarrollado característica de esas alimañas, pero lo suficientemente cerca para comprobar aquella belleza en su rostro tal y como se lo imaginaba, había estado siguiendo sus pasos, viendo a lo que se dedicaba, parte de ella dudaba en momentos que tan mala podría ser, pero se lo debía a su padre, era motivo por el cual seguía detrás de ella esperando el momento justo para atacar.

Llego ese dia, fueron al bosque una detrás de otra, subida en la copa de un árbol la miro frente aquel árbol, se veía melancolica, aquel arbol tenia un significado, no estaba segura cual era, pero lo tenía, eso era debilidad... tener recuerdos lo era, se dijo asi misma conforme la miraba con un gesto de no entender nada cuando un ruido la desperto, un par de arbustos se movieron frente a ambas, ¿un vampiro?, giro el rostro hacia el frente esperando encontrarse con algo más que simplemente aquellas mujeres, los arbustos frente al árbol se movieron un poco, Kaida saco de su bolsa su viejo revolver y disparo rozando el árbol, matando de un solo tiro a un conejo, se odiaba asi misma al dar su localización “muéstrate” – mierda – dijo apenas en un susurro dando un salto hacia el frente con el revolver preparado para atacar, apenas y la capucha dejaba que se vieran sus labios – aquí estoy… no deberías grita r maleducada

Los dedos sobre el gatillo, el cañón preparado apuntando al suelo, levanto un poco el rostro para visualizar correctamente hacia donde tiraría si la animal diera un solo paso en falso.

Un olor a sangre privó a su vista de una atención completa a la intrusa, volteándola hacia un vivo que se convertía en cadáver con extrema rapidez a causa de la precisión del metal incrustado en su carne. De no ser por sus reflejos, ella hubiera sido la que estuviera en aquel estado, y eso le causó intriga, y una carga importante de adrenalina. - Maldita...-murmuró para sí desviando y fijando ahora sí su vista en lo que realmente valía: esa mujer que parecía estar buscándola a ella. La analizó rápidamente de arriba a abajo aprovechando su mejor visión por su licantropía, y no le pareció para nada conocida. No la había visto nunca, pero el revólver apuntando sus pies le advertía de que sus intenciones no eran para nada buenas. Afortunadamente su humor estaba lo suficientemente gastado y bajo como para una agradable conversación a puñetazos, así que se puso en guardia en esa posición de lucha callejera que era una reacción prácticamente automática cuando se sentía en peligro - Lamento informarte que mi cabeza no será parte de tus colecciones, cazadora...nadie ha podido derrotarme en décadas...- Comentó para intimidar de partida, retrocediendo lentamente la pierna derecha - Y no estoy de humor, así que más te vale largarte de aquí si no quieres que TU cabeza sea parte de mis conquistas...- Liberó los colmillos y entrecerró los ojos, preparándose para lo que fuera. Ese olor a sangre seguía perturbándola negativamente, sumándole a su rabia sed de aquel líquido rojizo que manchaba la piel blanca del conejo; el cual deseaba que se regase por el cuerpo humano ajeno. Sí, le había dejado oportunidad para que se fuera "pacíficamente", pero aquel instinto de peligro que poseía casi nunca le fallaba, por no decir nunca. Tenía el fuerte presentimiento de que iba a cruzar puños con ella, y considerando las circunstancias, eso no estaba lejano a suceder.

Lo que necesito es el diente de león en primavera. El brillante color amarillo que significa renacimiento y no destrucción. La promesa de que la vida puede continuar por dolorosas que sean sus perdidas, que puede volver a ser buena.

El arma ahora apuntaba el suelo, no tenia intención de matarla tan pronto si hubiera querido hubiera aprovechado cuando esta estaba dándole la espalda, pero Kaida seria todo lo malo existente en ese mundo de ratas, pero no era traicionera, además aquella loba de ojos azules y ella tenían cuentas que arreglar.

El rostro de Kaida reflejaba una seguridad única, pero no podía negar que se sentía nerviosa ante aquella presencia, como bien se le había dicho era una mujer muy guapa, cualquier ser caería rendida a sus encantos, lastima que los mismos ángeles serian los únicos que podrían apreciar esa belleza… o los demonios, que era al lugar donde la cazadora iba a mandarla, levanto el rostro ladeándolo un poco, la expresión de Kaida era de confusión, como si no entendiera ahora de que hablaba, como si estuviera acusándola de algo falso.

- Tu ego esta demasiado elevado Massone, parece ser que te has enfrentado con venados o cosas así – la voz de Kaida era suave, delicada, podría parecer tierna, su rostro angelical con aquellos ojos endemoniados, era toda una mezcla, una exótica mezcla.

Rodeaba a la loba, con el arma preparada apuntando el suelo, recorría con la mirada el fornido cuerpo de su contraria, mordiéndose el labio inferior – Mi cabeza se queda donde esta… - movio su cabeza de un lado a otro, apenas habia cambiado de posición – la tuya, no estoy muy segura – en un rápido movimiento el arma estaba apuntando a la contraria, haciendo que la bala rozara una de sus mejillas.

Aquellas balas de plata diseñadas solamente para aquel momento, el silencio habia llenado el lugar, si no habia ruido alguno, sangre que brotaba de la tierna mejilla ahora lastimada que se revolvía con la muerte del conejo. – A la próxima no fallare… - sonrisa angelical, si esa era Kaida, esa mujer que lastimaba por pura satisfacción propia… por venganza… por mandato, por el motivo que fuera, no iba dejar de disfrutar en cada momento.

Celos… de los demonios que tendrían a aquella mujer próximamente a su lado – Acabare contigo más rápido de lo que piensas, digamos que tu cabeza sería mucho más cara de donde yo vengo – el arma habia vuelto a bajar, solo descansaba en una mano, mientras hablaba el movimiento de sus manos se hacia presente, era demasiado fácil descubrir la nacionalidad de la cazadora, su italiano era demasiado fácil de notar, apenas y hablaba el francés correctamente.

La pelea habia empezado, algo que tendría que haber terminado tantos años atrás… por fin Kaida podría recuperar su vida, cuando arrebatara la de Gianella…

Todos sus sentidos estaban extremadamente alerta, percibiendo los detalles más mínimos que se le presentaban en aquella situación que la tenía tan tensa. Miraba alternadamente en milésimas de segundo el arma y los ojos ajenos, los cuales eran dignos de admirarse en cuanto a belleza, pero no en cuanto a amabilidad. Estaban decididos, llenos de un deseo asesino que la loba esperaba contrarrestar sin mayores problemas, pero aquel nuevo disparo que rozó su mejilla le hizo tomarse más aún en serio la situación. Ni hablar del hecho de que más adelante mencionase su identidad sin haber hablado con ella. Alzó una ceja por ello, soportando aquel ardor propio de los instrumentos de plata que contactaban con ella. – Estás loca si crees que vas a conseguir hacerme caer…- le dijo siguiéndola nuevamente en sus movimientos, moviendo mínimamente sus talones para estar preparada ante cualquier disparo. La cazadora había tenido suerte porque ella estaba quieta, nada más…pero ya quería verla cuando la Loba Milanesa estuviera en movimiento, fundida con sus instintos y su ambiente repleto de cenizas.

En eso, sus últimas palabras le dejaron a la vista un detalle no menor. Su acento era clarísimamente italiano, y más específicamente…milanés. ¿Una de las suyas? ¿De su pueblo? “Tu cabeza sería mucho más cara de donde yo vengo”, aquello retumbó una y otra vez en su mente hasta que la explicación llegó sola. – Supuse que los hijos de puta que se hacen llamar milaneses estaban viviendo felices desde que la escoria se fue…- Ella no se consideraba más de allí, no se mezclaba con ellos desde que la hicieron irse con la cola entre las patas a punta de antorchas y tridentes aquella noche fatídica – Pero veo que todavía hay gente idiota que ha llegado tan lejos con tal de hacerse el héroe local…-Sonrió, aunque en el fondo estaba molesta – ¡¡Mi cabeza seguirá donde está…y enviaré tus restos a Milán para que no regreses!! – Rugió con decisión y cargó contra ella de frente, usando su mayor velocidad para golpear de entrada su mejilla y desencajarle la mandíbula. Si algo había aprendido en su infinidad de batallas, era que el primer golpe era el decisivo.

El revolver descansaba en su mano, apuntando al suelo, su bello rostro se contrastaba aquella perfecta tez angelical, pero aquellos ojos felinos de un color aceitunado brillaban llenos de venganza, de ira y demasiados sentimientos que se contraponían uno contra otro con la única intención de salir, tantos años escondidos, siendo amaestrados para que el día que el “juicio final” llegara, salieran, sin reprimirse más.

El rostro de Kaida se ladeo un poco mientras seguía observando a su caza, ¿Quién era el cazador y quien era la presa?, el rostro de Gianella se tensaba y descubría que era algo nuevo, atractivo, le gustaba cada una de sus facciones, se lamentaba, si, mucho, tener que terminar con la vida de una mujer tan bella, apagar la luz en esos ojos azules que lentamente iban pasando por una metamorfosis como las mariposas, llegando a un punto donde el azul se iba convirtiendo en un amarillo, aun asi, le gustaban, le gustaba la expresión de estos el dolor y el odio que comenzaban a notarse.

Entonces el silencio y la quietud se vieron rotas al sentir el aire siento cortado por un puño que se dirigía contra la cara de la cazadora, la cual actuó, sin pensar solo para proteger su rostro, o para no quedar mal, algo que era cierto es que el primero golpe era el más importante, el arma fue levantada soltando dos tiros, ambos rozando la cintura y una el mismo brazo que se dirigía hacia ella, la alcanzó a golpear pero el golpe fue menor a comparación de la fuerza con la cual fue soltado, el dolor era fuerte, pero soportable, nuevamente aquella arma había vuelto a su posición, una posición de firmes tal vez, soltando una de sus manos para llevarla a su mandíbula, la piel delicada de Kaida había sido rota, en segundos aquella zona se puso morada con pequeños puntos, algo verdosa.

Pero no importaba, su piel aunque delicada de nacimiento estaba acostumbrada a ese tipo de golpes, su padre la había entrenado como un varón, a mano dura, a golpes con demasiada fuerza, pero aun asi no puedes comparar la fuerza de un humano promedio a la fuerza de un ser sobrenatural, ahora los sentimientos de Kaida eran contradictorios ese golpe le hizo darse cuenta de lo peligrosa y de lo deseable que podía ser esa mujer.

- No vengo en nombre de todas las personas de Milán, solo vengo en nombre de tu misma familia y de la mia, alguien que tal vez era considerado como tu tio, eso me convertiría en tu prima ¿no es asi? – una sonrisa apenas formada dándole un gesto seductor se dibujaba en el rostro de la cazadora, en eso tenia razón aquella mujer y ella tenían un lazo, no era de sangre, pero si el mundo fuera el lugar cuerdo que tenia que ser, ellas serian como hermanas… entonces el destino seria diferente para ambas, en vez de estar ahí, una no podría sobrevivir sin darle muerte a la otra, ese era el destino, una cruel broma macabra.

Los dos disparos terminaron clavándose en un árbol cercano, atravesando un par de arbustos a velocidad notable. Vio pasar las balas por su cintura y su antebrazo, sintiendo cómo la ropa que cubría la primera era rasgada y dejaba un incómodo ardor al igual que en el brazo que no tuvo la misma protección, por lo que lo replegó después del golpe que, como si la mala suerte no terminase allí, no fue todo lo efectivo que ella deseaba que fuera. Había impactado, sí…pero seguía siendo capaz de hablar. Eso le confirmaba que no era una cazadora cualquiera, sino una muy bien preparada. Gruñió por ello.

- Tch, pensé que te haría callar más pronto…- Le dijo separándose dos pasos de ella hacia atrás, manteniendo una distancia aún así muy pequeña, que terminaba siendo riesgosa para ambas por el poderío que poseían, pero estaban dispuestas a todo, se veía en sus miradas que contrastaban de color, mas no en decisión. El ardor de las balas seguía incomodando, pero sólo era un calor molesto, como el andar con un abrigo en verano - ¿Alguien considerado como mi tío? – Alzó una ceja sin comprender en un principio, por tener que quitarle el polvo a esos recuerdos tan básicos que eran sinónimos de una depresión segura si se encontraba en soledad, con toda la sangre que eso conllevaba – Espera…-Las pupilas brillantes se extendieron, escondiéndose los colmillos un tanto en la mueca de sorpresa – ¿Giovanetti? ¡¿Eres hija de los Giovanetti?! ¡¡Responde!! – Rugió de inmediato, sabiendo que si era eso cierto, estaría lidiando con la hija del mejor amigo de su padre. Y a juzgar por la sonrisa que la supuesta aludida tenía en el rostro, un tanto torcida por la molestia que significaba tener la mandíbula casi rota, parecía estar en lo cierto. Juntó los dientes en un gruñido de impaciencia, y presionó sus puños. Al parecer tendría que replantear su estrategia.

Su apellido salía de los labios de la contraria con una perfecta pronunciación, de quien conocía el apellido y estaba familiarizado con el, muy poca gente lo pronunciaba con exactitud, entonces aquella mueca adolorida apenas forzaba una sonrisa por lo gracioso e irónico que seguía resultándole aquello, aun desde muy pequeña, ella había crecido con esa duda, eran familia al final, al principio le costaba entender el odio de su padre, pero poco a poco, más por obligación que por entendimiento, se vio odiando aquella mujer tanto o más que su propio padre, no por la amenaza que implicaba, al final, ella no había sufrido esa perdida, ni había pasado lo que su padre, eran muy diferentes, por que ella lo tenia a él y él a ella, pero era cosa que no podía hacerle entender.

Odiaba a esa mujer por arrebatarle su vida, como si ella hubiera deseado ese infortunio desenlace para todos ellos, pero no, no eran más que lamentables coincidencias… y volviendo a la escena ambas estaban ahí una frente a otra, con las miradas puestas sobre la contraria – Si, soy la hija de Giovanetti, eso es correcto – se limito a contestar de forma, sin ninguna connotación, debía terminar aquel encuentro antes de que fuera más largo, de verdad quería recuperar su vida y darle a su padre ese descanso por el cual estuvo luchando y esperando hasta el ultimo de sus días, además el cadáver de aquella mujer dejaría de hacerla sentir… ¿incomoda? ¿esa era la palabra que estaba buscando?, no estaba segura, quería creer que era la repugnancia de su condición, si eso era, repugnancia.

- Vamos a tomar té con galletitas y platicaremos de los viejos tiempos y a presentarnos como debe ser? – el sarcasmo no podía faltar en una dama, (si podría reconocerse a si misma como dama) de su calibre – Por que lo único que debes saber es que se que eres Gianella, yo soy Kaida y vengo a terminar de una vez por todas con la abominación que representa tu vida, no quiero seguir con juegos, estoy cansada de los juegos, terminemos con esto de una vez por todas – de un segundo a otro había cambiado completamente su actitud, ya no quería jugar y disfrutar al máximo la muerte de la licantropa, por que ya no le encontraba el mismo sentido que antes, no podía darle muerte a una mujer que le atraía sin lamentar su muerte, por que sentía algo por ella, y no podía negarlo, por eso era ahora o nunca, sin pensar en las consecuencias, dejando que una bala de plomo atravesara su corazón, eso era justo lo que tenia que hacer ahora.

Recuerdo cuando vi al señor Giovanetti por primera vez. Mi padre lo recibió con una felicidad mayor a que si la realeza italiana hubiera pedido sus servicios. Incluso derramó unas lágrimas que pude ver muy bien desde donde estaba yo, contemplando todo con un poco de indiferencia. Se notaba que aquella amistad era fuerte, y al pasar los años puedo decir que aquella amistad fue más fuerte que cualquier cosa que haya visto. Ni la mejor espada podría haberla roto. De no ser por mí.

Recuerdo su rostro enfurecido cuando mis padres yacían muertos en la habitación, a la vista de todos. Tenía una antorcha en una de sus manos…y en la otra estaba la espada firmemente empuñada. Me gritaba cosas como todos los integrantes de esa gran multitud, pero sus palabras retumbaban más que las del resto, quizás por el vínculo familiar que llegamos a tener por la cercanía con mi padre. Era prácticamente mi tío, y quería masacrarme hasta no dejar huella de mí. ¿Qué clase de enseñanza le habría dado a Kaida?...

El silencio era notable en el lugar. Ambas se miraban, pero no se movían. Era una auténtica pintura. En eso, el viento se manifestó moviendo arbustos, ramas y hojas; y también movió el rostro lleno de dureza y seriedad de la Loba Milanesa, o más bien sus labios. – Es increíble la cantidad de cosas que he recordado con sólo un apellido. – Se llevó una mano a la cintura – Aunque no sé si deba agradecértelo, porque no todas han sido dignas de una sonrisa – Trataba de sonar tranquila dentro de todo, o al menos controlada en su estado de bestia intermedio. El giro de sus acciones sería inesperado para Kaida, aunque no supiera a cabalidad cómo había hablado de ella el padre a su hija. De todas formas, el término “abominación” empleado le daba una idea, y nada buena.- Mi padre y el tuyo mantuvieron una amistad más fuerte que ninguna que haya visto. No tenía ni tengo motivos para hacer lo que hice, y sé que con un “lo siento” no haré que la herida y el vacío que provoqué en tu vida disminuyan. – Botó un poco de aire, cerrando los ojos y llevándose una mano al pecho, señalando sinceridad con aquel gesto, esa que sólo unos pocos privilegiados habían conseguido – Un hijo jamás debe hacer daño a quien le ha criado, sea biológico o adoptado. Yo nunca quise matarles, créeme. ¿Crees que me transformé en esto por gusto? – No se detuvo, estaba envalentonada y decidida a expresarse - ¿Crees que disfruto el no poder contemplar la Luna Llena porque me convierto en una bestia asesina? – Abrió los ojos, y le miró sin intenciones de causar lástima, pero las orbes amarillas tenían un brillo adicional; aparte de la angustia inconsciente por recordar tales momentos pasados manifestada en la voz levemente temblorosa que salía no de su boca, sino que de su corazón. - ¿Crees que me gusta lastimar a gente inocente? Yo lucho por los desvalidos, y prefiero darme un tiro que verles con una sola herida hecha por mí. – La mano se cerró en el pecho, y tomó aire para liberarlo en un suspiro tranquilizador, tanto que los ojos volvieron a ser azules – Antes de alzar tu arma y hacer algo de lo que te arrepentirás el resto de tu vida, mírame a los ojos y juzga mis palabras. Yo no voy a atacarte, no tengo motivos ni rencores en tu contra.

La suerte estaba echada.

El arma que seguía descansando en su mano, la miraba una y otra vez, no impaciente, su mirada cambiaba entre el suelo y el arma, no estaba decidiendo si estaba algo bien, si estaba algo mal, más bien, sus dudas infantiles, el crecimiento, el odio, la ira acumulada, a veces creía que su padre se había aprovechado de ella, de sus sentimientos, la había convertido en un monstruo, la mayor parte del tiempo lo aceptaba y le gustaba su naturaleza, era un monstruo, no tan diferente de Gianella, la diferencia entre ambos era sencilla que ella lo hacia consiente y la otra tenia que pasar por una metamorfosis cual mariposa, para volverse en ese animal sanguinario, sediento de muerte, seguía sus instintos animales, pero, ¿y ella?, ella era un ser pensante todo el tiempo y aun así había decidido seguir ese camino.

Recuerdos, dejavú, hacia soñado ese momento tantas veces, soñaba que seria rápido, un disparo y todo terminaría, pero no se atrevía a atravesar ese corazón, no concebía su muerte, pero era necesaria.

Nuevamente las cosas no concordaban, ya no sentía nada, todo era como contradicción en sus pensamientos, en su rostro carente de emociones al parecer algo se estaba dibujando, en su mirada se notaba su confusión y la sonrisa parecía haberse borrado ¿Qué podía hacer?, esperaba que ella le diera un motivo para atacar pero no tenia ninguno, ya no, su padre descansaba en paz, desde en el momento en el que su corazón dejo de latir…

¿entonces?

Soltó el seguro de su revolver, guardando el arma en el interior de su chamarra, el cabello de la cazadora se movía con ayuda del suave viento que daba en el lugar – esta vez te he perdonado, no se exactamente por que – subió la mirada que aunque dura aun, se veía con algunas lagrimas al punto de desborde que no iba a permitir caer – por la memoria de nuestros padres y esa amistad que haz mencionado, pero a la próxima vez no tendrás la misma suerte loba, no somos nada, después de esto ya no hay lazo que nos una, no somos familia, yo no soy nada tuyo, nuestros padres lo fueron, pero nosotras no.

Aquel modo de sentirse era extraño se sentía fuera de si misma, como que por un momento había perdido una carga pesada pero a la vez había perdido su meta, era momento de iniciar otras, pero ella seguía rondando en su cabeza, sin el propósito de irse ¿le molestaba aquello?, no estaba tan segura ahora.

Apenas unos segundos bastaron para que la duda se sembrara por completo en ese antes decidido y serio semblante de la cazadora italiana. Podía notar perfectamente cómo su mirada se enfocaba una y otra vez en su arma, buscando las respuestas a las seguras interrogantes que tendría y que Gianella suponía con un poco de empatía. “Pobre de ella, seguro ha sufrido muchísimo todo este tiempo” pensaba la italiana de ojos azules constantemente, junto con alguna idea que pudiera surgir en el momento para una compensación. ¿Una compensación? ¿Por qué? O más bien… ¿Para qué? La loba tampoco lo sabía, ya que con eso su dolor no acabaría ni mucho menos su padre regresaría, pero el verla tan perdida y sin una razón de ser le recordaba tanto a ella misma…

Un paso. Luego otro, y otro. Un par más, y aquellos pares de ojos estuvieron extremadamente cerca. Una mirada apuntaba hacia el frente, hacia un futuro elaborado a punta de esfuerzo, superando adversidades que parecían complejas en demasía; la otra apuntaba hacia el pasado, hacia la indecisión y la confusión; hacia la incertidumbre de cómo rearmar una vida que fue construida y elaborada únicamente para un solo propósito que, en ese instante, parecía que no iba a realizarse. ¿Cómo hacerle ver que la vida seguía adelante, y que incluso ella podía resurgir con una nueva motivación? Se ponía complicado por lo dicho por la cazadora, pero Gianella era fanática de las complicaciones. Era como si las atrajera cual imán.

- Como tú quieras – respondió tras un larguísimo silencio, con toda calma. No había prisa, al menos para ella. Y lo que menos quería era hacerla sentir presionada o apremiada aparte de cómo estaba ella- Entiendo tu posición, así que no te forzaré a nada. Ahora me iré, y no nos volveremos a ver, ¿está bien? Sólo…quiero hacer una cosa antes de marcharme. – Y dicho esto, el resto pasó demasiado rápido. Tan fuerte, y a la vez tan ilusa.

El brazo se cerró contra el cuerpo ajeno, y el metal emitió su rugido de sangre, la cual empapó la mano de la licántropa, quien retrocedía para tomar más distancia que antes.

De no ser por sus reflejos y su amplio conocimiento a la hora del combate, la historia hubiera terminado demasiado pronto.

Bien de algo estaba segura, la historia que nunca debió empezar llegaba a su fin, tal vez no era el final que el público esperaba, donde el bueno vencía, donde el malo caía, pero aquí ¿Quién era el bueno? ¿Quién era el verdugo? Lo más justo era llegar a un empate, salirse por la tangente, después de todo… ¿era necesario mancharse las manos para decir “yo gane”?

Kaida estaba a punto de dar media vuelta y volver a su patria… ¿Italia? ¿Para qué? ¿Qué tenía ahí que la hiciera volver?, nada, respiró hondo, necesitaba empezar desde cero, alejarse de ese lugar que tanto daño le hacía, que tantos recuerdos revivía.

Pero antes de poder hacer algo un brazo la rodeo y estrecho contra ella, los pechos de ambas, las cabezas un lado contrario a la otra, demasiada cercanía… ¿Qué pasaba?

Un minuto le costó a la cazadora sacar el arma que más cerca tenia, la espada mejor forjada que había conocido, después de tantos años el filo no cesaba, era capaz de rebanar algo sin necesitar mucho esfuerzo y ahí estaba mostrando su filo mortal, haciendo que el costado de la loba soltara un gran chorro de sangre, de no ser por sus reflejos sobrehumanos aquel hubiera sido su final.

Kaida jamás había sido abrazada, ni mucho menos habían sentido lastima por ella, cariño, esas emociones no les conocía como tal, puesto que su padre hizo de ella una cazadora, capaz de matar a su propia sangre si necesitaba hacerlo, una mujer fría y calculadora. “¿Por qué la había atacado? Era lo que se preguntaba Kaida sin entender el gesto tan simple que era un abrazo.

El rostro de la cazadora mostraba más latente su miedo, no entendía nada de lo que estaba pasando, era como una cámara lenta, sus ojos azules se abrían cada vez más al darse cuenta de la espada manchada entre sus manos… la misma espada que era el nexo de la amistad de sus padres… la misma capaz de convertir en enemigas a las hijas.

- ¿Por qué te acercaste? Dijiste que no me harías daño. Kaida parecía una chica más asustada que la cazadora que había aparecido a través de los arboles unas horas antes, era una chica asustada que no hacía nada más que quedarse parada mientras la otra desangraba, el silencio se había vuelto el acompañante de ambas, ninguna entendía nada… ¿y ese era el nuevo fin?
[justify]

Aquella arma silbó silenciosa, cortando aire, tela y carne con una efectividad aterradora, y que pudo haber sido todavía mayor de no ser por aquellos reflejos que se elevaban a la categoría de benditos a pesar de haber sido odiados por tanto tiempo al ser parte de una condición que nunca representó una comodidad afirmada por la dueña, quien percibía un dolor enceguecedor. Sus ojos se apretaron hasta dejar uno entrecerrado para no perder la vista de quien había atacado también en forma refleja, y las manos se cerraron con más presión en aquella abertura que buscaba estómago y que sólo había alcanzado el costado de la cintura, manchando con miedo y desespero rojizo sus ropas. El olor a sangre se hizo predominante en el lugar, y la tensión volvió a aparecer entre ambas; entre la que temía y la que quería dejar de ser ese motivo de temor.

Su padre había hecho un trabajo impresionante forjando esa espada, pero nunca pensó sacar aquella conclusión por haber recibido aquella habilidad en su cuerpo. ¿Realmente había una amistad tan poderosamente oculta en aquel utensilio de batalla? ¿Tan poderosa como para acabar con algo tan importante como las vidas de las hijas de aquella pareja inseparable e implacable? Parecía ser así, porque por cómo había cortado de forma tan limpia sus entrañas, Gianella supuso que de no haberse movido sus huesos también hubieran sido tomados. Eso le hizo morderse el labio aún más para aguantar las ganas de gritar que tenía. La vitae con sabor a bosque no paraba de salir de aquella futura enorme cicatriz que casi tocaba la que le habían hecho por proteger a Sybelle hace tiempo atrás, pero eso no era parte de su interés. Tenía que sobrevivir a eso, y teniendo a una cazadora fuera de sus cabales, había que tener mucho cuidado…más que con un licántropo transformado o un vampiro neonato. Un solo movimiento, y la muerte podía llamarte anticipadamente.

Su pregunta le desconcertó, más de lo normal por estar perdiendo sangre con rapidez, tanto que al tratar de acercarse de nuevo una rodilla se fue al suelo junto con una mano, mientras que la otra apretaba inútilmente junto con la camisa manchada de rojo carmesí. En un solo movimiento le había dejado casi a su merced aunque no fueran a pelear, y con una sola frase le dejó helada. ¿O era a causa de la pérdida de sangre?

-…Yo…yo no quería hacerte daño…-Le susurró con esfuerzo, como si hubiera tenido que empujar murallas y murallas para poder expulsar esas palabras de su boca – Sólo…sólo quería…tratar de compen…sarte…por lo…que hice…- Hasta el respirar se le hacía difícil por el movimiento de su abdomen y torso, habiendo alcanzado el corte una distancia bastante cercana a las costillas. La respiración se hizo más profunda y así pudo contemplar unos momentos aquella espada que goteaba desde cerca de la mitad de su extensión hasta la punta, la cual ahora reclamaba el daño realizado como suyo bajo el tembloroso agarre de quien no sabía qué hacer ni cómo reaccionar. Su inconsciencia había hecho el trabajo, tenía a la mujer que había esperados por años aniquilar a sus pies, sin poder hacer una reacción defensiva decente. La tenía donde había querido tenerla toda su vida. Y lo peor es que podía acabarle en ese mismo instante.

Sus ojos estaban pronto a cerrarse solos, su boca respiraba con el desespero de alguien que se ahoga en un torbellino; y su cuerpo está cada vez más frío a causa de la sangre perdida que a esas alturas hace de su camisa y su pantalón una mala imitación de un papel absorbente mojado que si se estruja gotearía en carmesí. Sus manos no sirven para contener ni tampoco para sostenerse, ya que su cuerpo se hace cada vez más pesado. Todo eso con un solo corte.

Sin embargo, seguía con la vista lo más fija posible en aquella cazadora de ojos claros, cuya indecisión incrementaba su incertidumbre y, por qué no decirlo, su temor. ¿Qué iba a hacer? O más bien, ¿Qué iba a hacerle? Si no moría por alguna acción de ella, el desangrado iba a seguir haciendo su trabajo e iba a caer sin vida a sus pies. Y esa era una realidad que, desgraciadamente para su voluntad siempre tan férrea, estaba demasiado cerca de concretarse. ¡Ahora se arrepentía de todas las veces en que regañaba a todos por preocuparse de ella! Ahora los invocaba: a Léa, a Emily, a Jeanne, a todos y a cualquiera al mismo tiempo…rebajándose a rogar por la presencia de alguien capaz de cargar a dos personas con relativa rapidez, o algún médico que tuviera las aptitudes suficientes para parar esa hemorragia que estaba apagando lo que quedaba del fuego del corazón de la Loba Milanesa.

¿Cómo podía ayudarla? Existían tantas formas en su cabeza, pero su estado actual no le iba a permitir explicar ni siquiera dos con pulcritud. Ni mucho menos la posterior caída de la cazadora, que por un segundo se sintió como una victoria para el “bando” contrario de una sola persona, pero ésta desapareció tan pronto como llegó, quizás por el hecho de que gracias a la herida que seguía haciendo su deber en su piel aquel enfrentamiento terminaría en un empate. Trataba de llamar a aquella mujer para que reaccionase – siempre con esa manía de preocuparse primero de los demás antes que de ella misma, aunque ahora literalmente se estuviera muriendo-, pero desconocía su nombre. Sólo sabía, que era la hija del mejor amigo de su padre, quien le había entrenado guiado por el deseo de venganza para que las herederas terminasen con aquella amistad tan firmemente construida. Pero…¿Por qué las cosas tenían que terminar así?, se preguntaba Gianella dentro de la poca lucidez que le quedaba, esa misma que le permitió percibir un par de aromas familiares a la distancia…y que le hicieron esperanzarse por un instante de que la respuesta a su hipotética pregunta fuera una que diera luces a un futuro más positivo a la cazadora que yacía sin reacción en posición horizontal.

Sintió como un deber ayudarla, pero cuando quiso darle una enésima muestra de apoyo, la gravedad venció la resistencia del cuerpo ensangrentado y lo hizo presentarse en una reverencia seca con la tierra empastada, cuyo ruido coincidió con las pisadas cada vez más aceleradas que se dirigían al par de mujeres que quedaron a centímetros una de la otra, con las manos tan cerca y a la vez tan lejos de tocarse; ambas luchando contra causas distintas y a la vez iguales, compartiendo quizás más cosas de las que creían.