AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Bestias {Privado}
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Bestias {Privado}
Alexander disfrutaba en demasía con las mentiras. Especial – y exclusivamente – si se trataban de las suyas. Sufría, como cualquier vampiro, de esa ciega enfermedad que le hacía creerse superior a los demás. ¿Y porqué no? Los de su especie, se negaban a ver más allá de lo que tenía para mostrar. Para ellos, él simplemente era otro crío al que habían despojado de su inocencia demasiado temprano. Algunas noches, como esa, realmente se burlaba de toda esa maldita situación. Había mucho jugando en su favor cuando era subestimado que, ocho siglos caminando entre vivos y ya tenía toda la experiencia que necesitaba para mover sus cartas. Su Sire, el bastardo, había intentado adiestrarlo. Por años, le había prohibido toda clase de diversión. Micah había sabido cómo alimentar su lujuria obligándolo a ser un vil espectador de sus orgías. Todas ellas, donde incluía a sus hijas. Había escuchado la historia de su creador en más de una ocasión. A Micah le gustaba contar cómo había sacrificado su humanidad para salvar a su esposa e hijas de aquélla terrible enfermedad que había azotado a su pueblo. Al parecer, no había sido una completa casualidad que decidiese otorgarle la inmortalidad. Su Sire había aprendido a usar a la menor de sus hijas como un as que, encontrarlo, había sido solo cuestión de suerte. Y le habría funcionado, si ella no hubiese llegado. Ankhiara le había salvado aquélla noche en que un par de cazadores le emboscaron pero, más importante, le había liberado. Las cadenas que le ataban a su maestro habían sido destruidas para siempre tras planear y llevar a cabo su muerte. Juntos, se habían alimentado de todos ellos. Si bien la sangre inmortal no podía saciarlos del mismo modo en que hacía la mortal, se habían bañado en el poder que llegaba con los años. Además, él – finalmente – había tenido su tan ansiada sesión con Sophie. Tantos años simplemente observando le habían dejado loco, jodidamente loco.
Esa fue la primera vez que su hija vio quién era. ¡Ah! La de veces que ella intentó hacerlo cambiar. Sin embargo, tantas cosas habían pasado desde antaño. La sonrisa que estiraba las comisuras de sus labios, por regla general, escondían terribles y siniestros secretos. Los recuerdos siempre lograban animarlo. Podría no verse como una amenaza, pero lo era. Ahí, rodeado entre los niños huérfanos que esperaban con ansia la última comida, se sentía como en casa. ¡Demonios! Si casi podía creerse que era uno de ellos. Ni siquiera había tenido que usar su habilidad para lavarle el cerebro a la encargada de cuidar de todos ellos. Él simplemente había pedido cobijo para pasar la fría noche bajo techo y se lo habían concedido. Repasaba con los dedos las grietas de la madera, aparentemente distraído; tan así, que cualquiera que lo viera, creería que se sentía perdido. La verdad era completamente opuesta. Su mirada estaba clavada en una de las niñas que reía y conversaba con entusiasmo con los demás niños. Alexander la había visto antes, en las calles parisinas, en uno de esas estúpidas salidas que cada cierto tiempo preparaban en el Orfanato. El vampiro la había alejado del grupo con facilidad. Como humano, había sabido como engatusar a sus víctimas para que hicieran lo que él quisiera. Las habilidades que había desarrollado conforme pasaban los años, solo habían hecho su tarea más sencilla. A diferencia de otros seres de la noche, él prefería – casi siempre – no matar a su comida. Le gustaba ser recordado. Algunos, con suerte, se iban con las memorias tergiversadas. Otros, como Tammy, quedaban con sus recuerdos intactos, esperando, deseando, que él decidiese no volver. Evidentemente, el infante no iba a ver cumplidos sus sueños esa noche. Ella debió sentir el peso de su mirada, porque giró su rostro, buscando en los alrededores, hasta que lo vio. El miedo crepitó en el aire. Llenó sus fosas nasales. ¿Existía un mejor afrodisiaco? No para Alexander.
Esa fue la primera vez que su hija vio quién era. ¡Ah! La de veces que ella intentó hacerlo cambiar. Sin embargo, tantas cosas habían pasado desde antaño. La sonrisa que estiraba las comisuras de sus labios, por regla general, escondían terribles y siniestros secretos. Los recuerdos siempre lograban animarlo. Podría no verse como una amenaza, pero lo era. Ahí, rodeado entre los niños huérfanos que esperaban con ansia la última comida, se sentía como en casa. ¡Demonios! Si casi podía creerse que era uno de ellos. Ni siquiera había tenido que usar su habilidad para lavarle el cerebro a la encargada de cuidar de todos ellos. Él simplemente había pedido cobijo para pasar la fría noche bajo techo y se lo habían concedido. Repasaba con los dedos las grietas de la madera, aparentemente distraído; tan así, que cualquiera que lo viera, creería que se sentía perdido. La verdad era completamente opuesta. Su mirada estaba clavada en una de las niñas que reía y conversaba con entusiasmo con los demás niños. Alexander la había visto antes, en las calles parisinas, en uno de esas estúpidas salidas que cada cierto tiempo preparaban en el Orfanato. El vampiro la había alejado del grupo con facilidad. Como humano, había sabido como engatusar a sus víctimas para que hicieran lo que él quisiera. Las habilidades que había desarrollado conforme pasaban los años, solo habían hecho su tarea más sencilla. A diferencia de otros seres de la noche, él prefería – casi siempre – no matar a su comida. Le gustaba ser recordado. Algunos, con suerte, se iban con las memorias tergiversadas. Otros, como Tammy, quedaban con sus recuerdos intactos, esperando, deseando, que él decidiese no volver. Evidentemente, el infante no iba a ver cumplidos sus sueños esa noche. Ella debió sentir el peso de su mirada, porque giró su rostro, buscando en los alrededores, hasta que lo vio. El miedo crepitó en el aire. Llenó sus fosas nasales. ¿Existía un mejor afrodisiaco? No para Alexander.
Alexander Arsenics- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 13/07/2013
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Re: Bestias {Privado}
La soledad, vacía, insulsa y silenciosa. Cuando él sale de casa, el aburrimiento cubre cada miserable rincón de las habitaciones. Su desesperación podría llegar a ser táctil, su apatía e ver reflejada en su rostro. La eternidad es perezosa y jodidamente tediosa a no ser porque encontró la distracción perfecta para las próximas décadas o siglos, sólo necesita un incentivo…, aún no encuentra las piezas faltantes en su tablero y no quiere a cualquiera. Mientras la calma abate los muros de la vieja casona, en su mente se desliza el plan perfecto para ejecutar, al menos en el primer movimiento. Su némesis no tiene la menor idea de su regreso y eso le da la ventaja, pero… ¿cómo llegar hasta él y permanecer oculta? Precisamente para eso se trazaba sobre aquellas líneas de papel, los nombres de los implicados, había contactado ya con algunos y otros aún eran un misterio para la dama, lo que significaba, perfección. Con la sonrisa maquiavélica trazada en sus labios, se pone de pie y se lanza a la calle.
Afuera, el viento sopla gélido. Los hombres pasan por sin ningún lado queriendo acaparar la mirada celeste de la vampiresa, pero ella tiene en mente otro tipo de hombres, otro tipo de diversiones. Ni siquiera un bocadillo de media noche se le apetece con la decadencia humana que se pasea en las calles de Paris. Su dieta es bastante estricta, niños… y por el momento, aún no ha visto a ninguno, incluyéndolo a él. Frunce el ceño e intenta rastrear su aroma, pero no lo encuentra. Podría preocuparse, pero todo sería en vano, le lleva dos siglos de ventaja y supo cuidarse durante todo ese tiempo, sin embargo, antes de poder reparar en su objetivo, en sus memorias se cruza aquella noche en la que fue acorralado… -¡Demonios!- Musita por debajo, casi gruñendo. Busca con la mirada, alterna sus sentidos, intenta localizarlo en cada maldito rincón al que tiene acceso, pero su olor, su voz, incluso el macabro sollozo fingido de su hijo, no se percibe en lo absoluto. -¡Alex!- Le llama. No responde. Odia cuando el niño hace lo que se le antoja, cuando es ella la preocupada, cuando tiene que estar detrás de él protegiendo sus espaldas.
Un pie delante de otro, sin correr, sin apresurarse. Se mueve en las sombras lo más tranquila que puede, engaña a los mortales con su fúnebre encanto, los seduce pero no está realmente interesada. Continúa buscando, a sus víctimas, a él…, Entonces se da cuenta. Sonríe de medio lado al escuchar débilmente el corazón de la pequeña. Su palpitar es acelerado, su respiración es asfixiante. Huele a miedo. Sufre de vértigo y adrenalina. Sus patéticos balbuceos imploran la piedad de la misma criatura que ella. Chasquea la lengua. Sin perder el toque de elegancia, escala los muros y se adentra en el orfanato. No tiene tiempo para preguntar por el dueño o cuál es el costo de los niños; su hijo ya estaba adentro y sin duda alguna haría de las suyas con y sin su permiso. Rebusca entre los pasillos el efluvio que ya conoce tanto. Lo encuentra en la habitación especialmente diseñada para las niñas. Rueda los ojos. -¡ALEXANDER ARSENICS!- Gruñe, esta vez está molesta. Atraviesa el umbral de la puerta observando la jugada del niño. Lo fulmina con la mirada, después viaja hasta el débil cuerpecillo de la humana. Ruge. –No juegues con la comida- Le reprime. Pero no está molesta porque el niño se alimente o porque quiera violar a la jovencita una vez más, es el hecho de pensar que por más que lo intente ella no podrá tocarlo a él como esas niñas. Si es una pervertida o no, le resta importancia. –Trágatela ya, tenemos asuntos más importantes que atender- La niña parecía no entender mucho sobre el asunto. Corre hacia los brazos de Ankhiara y se hunde en su regazo buscando protección. La vampiresa la abraza compadeciéndola. Le mira a los ojos con ternura. –No sé por qué carajo te gusta la carne de tan mala calidad, Alex. Debería asesinar al dueño de este sitio por permitirse tanta inmundicia- Lanza a la niña al encuentro de su hijo y recorre el lugar buscando donde sentarse, pero lo único que encuentra es suciedad. Hace un gesto despectivo con el rostro. Levanta una ceja. –Los Arsenics no podemos darnos el lujo de caer tan bajo, Alex.- Pasa el dedo por un mueble y el polvo se impregna en él. Sacude la cabeza y chasquea la lengua en total desaprobación. Así esté muriendo, Ankhiara no perderá la clase. -¿Y bien? ¿Terminaste?-
Afuera, el viento sopla gélido. Los hombres pasan por sin ningún lado queriendo acaparar la mirada celeste de la vampiresa, pero ella tiene en mente otro tipo de hombres, otro tipo de diversiones. Ni siquiera un bocadillo de media noche se le apetece con la decadencia humana que se pasea en las calles de Paris. Su dieta es bastante estricta, niños… y por el momento, aún no ha visto a ninguno, incluyéndolo a él. Frunce el ceño e intenta rastrear su aroma, pero no lo encuentra. Podría preocuparse, pero todo sería en vano, le lleva dos siglos de ventaja y supo cuidarse durante todo ese tiempo, sin embargo, antes de poder reparar en su objetivo, en sus memorias se cruza aquella noche en la que fue acorralado… -¡Demonios!- Musita por debajo, casi gruñendo. Busca con la mirada, alterna sus sentidos, intenta localizarlo en cada maldito rincón al que tiene acceso, pero su olor, su voz, incluso el macabro sollozo fingido de su hijo, no se percibe en lo absoluto. -¡Alex!- Le llama. No responde. Odia cuando el niño hace lo que se le antoja, cuando es ella la preocupada, cuando tiene que estar detrás de él protegiendo sus espaldas.
Un pie delante de otro, sin correr, sin apresurarse. Se mueve en las sombras lo más tranquila que puede, engaña a los mortales con su fúnebre encanto, los seduce pero no está realmente interesada. Continúa buscando, a sus víctimas, a él…, Entonces se da cuenta. Sonríe de medio lado al escuchar débilmente el corazón de la pequeña. Su palpitar es acelerado, su respiración es asfixiante. Huele a miedo. Sufre de vértigo y adrenalina. Sus patéticos balbuceos imploran la piedad de la misma criatura que ella. Chasquea la lengua. Sin perder el toque de elegancia, escala los muros y se adentra en el orfanato. No tiene tiempo para preguntar por el dueño o cuál es el costo de los niños; su hijo ya estaba adentro y sin duda alguna haría de las suyas con y sin su permiso. Rebusca entre los pasillos el efluvio que ya conoce tanto. Lo encuentra en la habitación especialmente diseñada para las niñas. Rueda los ojos. -¡ALEXANDER ARSENICS!- Gruñe, esta vez está molesta. Atraviesa el umbral de la puerta observando la jugada del niño. Lo fulmina con la mirada, después viaja hasta el débil cuerpecillo de la humana. Ruge. –No juegues con la comida- Le reprime. Pero no está molesta porque el niño se alimente o porque quiera violar a la jovencita una vez más, es el hecho de pensar que por más que lo intente ella no podrá tocarlo a él como esas niñas. Si es una pervertida o no, le resta importancia. –Trágatela ya, tenemos asuntos más importantes que atender- La niña parecía no entender mucho sobre el asunto. Corre hacia los brazos de Ankhiara y se hunde en su regazo buscando protección. La vampiresa la abraza compadeciéndola. Le mira a los ojos con ternura. –No sé por qué carajo te gusta la carne de tan mala calidad, Alex. Debería asesinar al dueño de este sitio por permitirse tanta inmundicia- Lanza a la niña al encuentro de su hijo y recorre el lugar buscando donde sentarse, pero lo único que encuentra es suciedad. Hace un gesto despectivo con el rostro. Levanta una ceja. –Los Arsenics no podemos darnos el lujo de caer tan bajo, Alex.- Pasa el dedo por un mueble y el polvo se impregna en él. Sacude la cabeza y chasquea la lengua en total desaprobación. Así esté muriendo, Ankhiara no perderá la clase. -¿Y bien? ¿Terminaste?-
Ankhiara Arsenics- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 05/07/2013
Re: Bestias {Privado}
La sonrisa predadora del vampiro dejaba entrever las puntas filosas de sus colmillos. Tammy aún debía tener las marcas de sus gemelos en, su aún sin desarrollar, pecho. Recordaba exactamente cómo y dónde la había mordido. Ella debía recordarlo también, porque su mirada se llenó de terror y conmoción. El vaso que sostenía se le cayó. Sus compañeras soltaron un gritito al tiempo que se levantaban de sus asientos. La mujer que le había abierto las puertas del Orfanato, apareció de repente para descubrir a qué se debía el caos. - ¡Tammy! ¡Tammy! Le gritó, la zarandeó y, ni aún así, logró captar su atención. - ¡TAMMY! Alexander la liberó de su hechizo con tan solo apartar la mirada. Sus irises centelleaban de diversión y excitación. La niña balbuceó unas palabras y trató de ayudar a limpiar, pero enseguida fue enviada al piso superior para que se cambiara. – Pero… - Nada de peros. Esta noche nos visita el señor Ralph y ya sabes cuánto le molesta que sus niñas le reciban en pésimas condiciones. Especialmente tú. Eres una de sus favoritas. El vampiro, que ya había vuelto a poner sus ojos sobre la pequeña, no le pasó desapercibido el temblor que recorrió su cuerpo. El miedo que había crepitado en el salón, de pronto, se volvió más espeso. Casi podía palparlo. Saborearlo en su garganta. Un gruñido bestial, molesto, resonó profusamente de su pecho. No le importó ser objeto de algunas miradas. Los mortales solo veían lo que querían ver. Ya encontrarían la forma de justificar ese maldito sonido. ¿Por qué la simple mención de ese tal Ralph provocaba un miedo visceral en ella? ¡Él era el monstruo! El malo. Su puto violador. La vio subir las escaleras con los hombros rígidos. El palpitar de su órgano vital hacía más ruido que sus pies sobre los tablones. La oyó caminar por un pasillo. Abrir y cerrar una puerta. Esa era la señal para que él la alcanzara. La ira lo corroía. Le enloquecía. Solo había una forma de aplacarla. Se alejó del comedor con paso regio. Quería usar su fuerza y darle alcance rápidamente, pero si no quería ser interrumpido, debía tener paciencia. En el último segundo, decidió que no tenía que actuar con parsimonia. Era un vampiro muy poderoso. Podía utilizar la ilusión o la confusión para hacerles ver lo que él quería que vieran. Entró en la habitación donde se hallaba Tammy cuando ésta empezaba a quitarse el vestido, si es que a esos trapos viejos podían llamársele vestido. En cuanto lo vio aparecer, se detuvo. Alex enarcó una ceja, altivo. – Por favor, no te detengas. Continúa. Su por favor, iba cargado de puro sarcasmo. Los colmillos se alargaron. La niña retrocedió. Su espalda golpeó contra la pared. – N-no t-te ac-cer-ques.
Sus pasos se congelaron en cuanto escuchó a Ankhiara rugir su nombre. Al parecer, no era el único molesto esa noche. La vampiresa, que entró como una reina por el umbral, le fulminó con la mirada. Cualquier otro se habría amedrentado ante esa mirada. Él no. Él era inmune a ella, excepto tal vez, a su belleza. La atracción que sentía hacia la vampiresa, iba más allá de padre e hijo. En realidad, no podía mirarla como su hija, que lo era; sino todo lo contrario. ¿Y cómo no iba hacerlo? Siempre estaba tratándolo como su pequeño. Recordándole aquélla noche en que había sido emboscado. No importaba cuántas veces le hubiese demostrado que era capaz de cuidar de sí mismo. – Ni siquiera he empezado, Ankhiara. Sonaba infantil, incluso a sus oídos, pero esos asuntos que su hija quería atender no incluían niñas humanas e indefensas para violar. - ¿No podemos aplazar, por al menos una hora, todos esos asuntos importantes? Aunque cuestionaba, como un niño pidiendo permiso, era imposible asegurar que aceptaría un no por respuesta. Los siglos no habían hecho nada por eliminar esa veta egoísta y caprichosa de su personalidad. Cuando se le metía algo en la cabeza, nada ni nadie lo sacaba de ella. Además, él no era el único que se empecinaba en cumplirle todos los caprichos a su hija. De no ser así, hacía mucho que la había reclamado para sí. El que dejara que se divirtiera con vampiros y esclavos, era la mejor muestra de su afecto. – Y no hables de carne de mala calidad, yo tampoco apruebo la que a ti te gusta. Sus últimas palabras eran feroces gruñidos. – Desafortunadamente, y ambos estamos de acuerdo en ello, nadie está a nuestra altura. Él no había regalado el beso de la muerte a ningún otro humano y Ankhiara había seguido su ejemplo. Ese era el porqué ahora se encontraban armando su propio ejército. Cerró su mano sobre el cuello de Tammy y, al hacerlo, ella soltó un grito de dolor. Aflojó su agarre, solo para notar que bajo su palma estaban unos gemelos que no eran suyos. A Alexander no le gustaba compartir sus muñecas. La hizo girar para que lo mirase. En cuanto clavó su mirada en sus orbes, infligió la primera tanda de dolor. El infante cayó sobre sus rodillas, agarrándose la sien. – A las perras, hay que tratarlas como lo que son. Caminó alrededor de ella. Se desabotonó el pantalón y, posteriormente, se bajó la bragueta. Su miembro estaba flácido. Gruñó. Bueno, él podía ponerse a punto. Sostuvo el falo sobre su palma, lo acarició, una vez, dos veces. Una mueca se formó en su boca. Miró los exuberantes labios de Ankhiara. – Esa marca lo ha puesto de malhumor. Sentenció. - ¿Podrías… madre? Indicó con un gesto la puerta. Había más niñas en el comedor. Su hija podría hacer subir a cualquiera de ellas. – Yo me encargaré de ésta.
Sus pasos se congelaron en cuanto escuchó a Ankhiara rugir su nombre. Al parecer, no era el único molesto esa noche. La vampiresa, que entró como una reina por el umbral, le fulminó con la mirada. Cualquier otro se habría amedrentado ante esa mirada. Él no. Él era inmune a ella, excepto tal vez, a su belleza. La atracción que sentía hacia la vampiresa, iba más allá de padre e hijo. En realidad, no podía mirarla como su hija, que lo era; sino todo lo contrario. ¿Y cómo no iba hacerlo? Siempre estaba tratándolo como su pequeño. Recordándole aquélla noche en que había sido emboscado. No importaba cuántas veces le hubiese demostrado que era capaz de cuidar de sí mismo. – Ni siquiera he empezado, Ankhiara. Sonaba infantil, incluso a sus oídos, pero esos asuntos que su hija quería atender no incluían niñas humanas e indefensas para violar. - ¿No podemos aplazar, por al menos una hora, todos esos asuntos importantes? Aunque cuestionaba, como un niño pidiendo permiso, era imposible asegurar que aceptaría un no por respuesta. Los siglos no habían hecho nada por eliminar esa veta egoísta y caprichosa de su personalidad. Cuando se le metía algo en la cabeza, nada ni nadie lo sacaba de ella. Además, él no era el único que se empecinaba en cumplirle todos los caprichos a su hija. De no ser así, hacía mucho que la había reclamado para sí. El que dejara que se divirtiera con vampiros y esclavos, era la mejor muestra de su afecto. – Y no hables de carne de mala calidad, yo tampoco apruebo la que a ti te gusta. Sus últimas palabras eran feroces gruñidos. – Desafortunadamente, y ambos estamos de acuerdo en ello, nadie está a nuestra altura. Él no había regalado el beso de la muerte a ningún otro humano y Ankhiara había seguido su ejemplo. Ese era el porqué ahora se encontraban armando su propio ejército. Cerró su mano sobre el cuello de Tammy y, al hacerlo, ella soltó un grito de dolor. Aflojó su agarre, solo para notar que bajo su palma estaban unos gemelos que no eran suyos. A Alexander no le gustaba compartir sus muñecas. La hizo girar para que lo mirase. En cuanto clavó su mirada en sus orbes, infligió la primera tanda de dolor. El infante cayó sobre sus rodillas, agarrándose la sien. – A las perras, hay que tratarlas como lo que son. Caminó alrededor de ella. Se desabotonó el pantalón y, posteriormente, se bajó la bragueta. Su miembro estaba flácido. Gruñó. Bueno, él podía ponerse a punto. Sostuvo el falo sobre su palma, lo acarició, una vez, dos veces. Una mueca se formó en su boca. Miró los exuberantes labios de Ankhiara. – Esa marca lo ha puesto de malhumor. Sentenció. - ¿Podrías… madre? Indicó con un gesto la puerta. Había más niñas en el comedor. Su hija podría hacer subir a cualquiera de ellas. – Yo me encargaré de ésta.
Alexander Arsenics- Vampiro Clase Alta
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Re: Bestias {Privado}
¿Cuántas veces tendrá que soportarlo? Frunce el ceño y gruñe en silencio. La desdichada mujercita no soportaría la brutalidad con la cual él está a punto de tratarla y, honestamente, Ankhiara no tiene el humor suficiente como para unirse a su réquiem esta noche. Se siente un poco desesperada; los humanos son miserables, lo vampiros son herejes y las demás criaturas ¿Existen más criaturas? Hace resonar sus labios esquivando las palabras de su padre. No puede refutarle absolutamente nada, ni siquiera levantarle la vos o reprimirlo con golpes, él es quien tiene todo el poder sobre ella, bueno sólo a veces, quizá…. Rueda los ojos, se disgusta. Lo mira fijamente durante media fracción de segundo, lo suficiente como para que él entendiese que no lo podía complacer en su totalidad esta noche. –Si no te importa- Musita con paso lento atreviéndose a colocarse frente a él para besar su frente. –Sé que tu hambre y tus necesidades deben ser mi prioridad, pero él está en Paris y nos lleva ventaja.- Le acaricia la mejilla con tal ternura que pareciera que esos monstruos tienen sentimientos. –Volveré- Da media vuelta y se topa cara a cara con una de las empleadas. Sus ojos se llenaron de pavor al observar el brío de la vampiresa, pero el temor fue absolutamente más desgarrador al caer en la cuenta sobre las intenciones del niño. Lo único que atinó por hacer en ese instante, fue gritar. Para la pelinegra, con el pésimo humor del que se viste, aquel alarido le hace explotar. Un golpe, sólo basta un golpe en la cara de la mujer para que sea arrojada por lo aires hasta chocar de frente con el muro. A la humana se le desfigura el rostro, la sangre mancha el piso y deja su marca en la pared. –Que desperdicio- No lo dice por la sangre, no lo dice por la vida, sino que aquel muro, tiene una hermosa pintura.
Ankhiara no suele comportarse de esa forma, solía disfrutar de su existencia como cualquier neófito idiota. También idolatraba a su padre, lo respetaba y lo veneraba más que a su propia vida, pero desde ese maldito suceso, las cosas han cambiado. En ocasiones suele desesperarse, requiere de estar sola, lejos de él, complaciéndose a si misma olvidándolo todo, pero no puede. Vuelve a mirar a Alexander, ¿La libertad duele? ¿Qué es ser libre? Baja la mirada y sonríe. La respuesta le golpea a la cara al saber que de querer ella podría abandonarlo ahí, con los juguetes humanos y no volver a verlo jamás, pero su libertad consiste en que la desgraciada había elegido quedarse a su lado. Suspira deteniéndose a la mitad del camino. Chasquea la lengua, se muerde el labio inferior. –Sé que te lo he preguntado antes pero, ¿Qué haces para que esta rutina te sea satisfactoria noche tras noche?- Los siglos pasan lentamente y ella está a punto de enloquecer. Esa es la razón por la cual necesita moverse rápido, incendiar sus antorchas y correr al alba en búsqueda de aquel sujeto, una guerra catastrófica podría absorber el vacío existencial que ya ni el buen sexo alivia. -¿Podría yo, sólo esta vez…?- No termina la pregunta cuando arroja un paso hacia atrás. Él no la dejaría tocarlo, no como esas niñas lo hacen. ¡Las odia! ¡A todas y cada una de ellas las odia! Gruñe. –Te traeré más niñas, pero no me moveré de aquí. Quiero… quiero ver cómo se lo haces.- Entonces cierra sus ojos evocando todo su poder de concentración en un punto, en una ilusión vaga pero tan real como ella misma. Adopta el cuerpo de la occisa y lo proyecta a través de las habitaciones, una copia exacta en cada una de ellas que despierta a las niñas y les ordena subir hasta la habitación donde ellos se encuentran. Una de las pequeñas se pierde en el rincón de la habitación, tiene miedo, incluso más del que ‘Tammy’ pudiese tener. Ankhiara se enfoca en ella y la ilusión se desvanece, lastimeramente, las niñas ya van en camino hacia su encuentro, todas excepto ella. Confundida, sacude la cabeza. -¿Quién es Ralph?- Cuestiona a su padre como si él tuviese todas las respuestas del mundo. En ese momento, capta el aroma impregnado en los muros. ¿Cómo demonios no se dio cuenta de eso antes? ¿Cómo fue que él lo pasó desapercibido? –Alex… esto es…. ¿Puedo jugar con él cuando llegue?- La sonrisa aparece en sus labios. Se sentía melancólica, se sentía nostálgica, pero una idea cruzó su cabeza….
Ankhiara no suele comportarse de esa forma, solía disfrutar de su existencia como cualquier neófito idiota. También idolatraba a su padre, lo respetaba y lo veneraba más que a su propia vida, pero desde ese maldito suceso, las cosas han cambiado. En ocasiones suele desesperarse, requiere de estar sola, lejos de él, complaciéndose a si misma olvidándolo todo, pero no puede. Vuelve a mirar a Alexander, ¿La libertad duele? ¿Qué es ser libre? Baja la mirada y sonríe. La respuesta le golpea a la cara al saber que de querer ella podría abandonarlo ahí, con los juguetes humanos y no volver a verlo jamás, pero su libertad consiste en que la desgraciada había elegido quedarse a su lado. Suspira deteniéndose a la mitad del camino. Chasquea la lengua, se muerde el labio inferior. –Sé que te lo he preguntado antes pero, ¿Qué haces para que esta rutina te sea satisfactoria noche tras noche?- Los siglos pasan lentamente y ella está a punto de enloquecer. Esa es la razón por la cual necesita moverse rápido, incendiar sus antorchas y correr al alba en búsqueda de aquel sujeto, una guerra catastrófica podría absorber el vacío existencial que ya ni el buen sexo alivia. -¿Podría yo, sólo esta vez…?- No termina la pregunta cuando arroja un paso hacia atrás. Él no la dejaría tocarlo, no como esas niñas lo hacen. ¡Las odia! ¡A todas y cada una de ellas las odia! Gruñe. –Te traeré más niñas, pero no me moveré de aquí. Quiero… quiero ver cómo se lo haces.- Entonces cierra sus ojos evocando todo su poder de concentración en un punto, en una ilusión vaga pero tan real como ella misma. Adopta el cuerpo de la occisa y lo proyecta a través de las habitaciones, una copia exacta en cada una de ellas que despierta a las niñas y les ordena subir hasta la habitación donde ellos se encuentran. Una de las pequeñas se pierde en el rincón de la habitación, tiene miedo, incluso más del que ‘Tammy’ pudiese tener. Ankhiara se enfoca en ella y la ilusión se desvanece, lastimeramente, las niñas ya van en camino hacia su encuentro, todas excepto ella. Confundida, sacude la cabeza. -¿Quién es Ralph?- Cuestiona a su padre como si él tuviese todas las respuestas del mundo. En ese momento, capta el aroma impregnado en los muros. ¿Cómo demonios no se dio cuenta de eso antes? ¿Cómo fue que él lo pasó desapercibido? –Alex… esto es…. ¿Puedo jugar con él cuando llegue?- La sonrisa aparece en sus labios. Se sentía melancólica, se sentía nostálgica, pero una idea cruzó su cabeza….
Ankhiara Arsenics- Vampiro Clase Alta
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