Discriminación || Junno Kimura

Su patrón, su amo, el dueño de la casa, el jefe, como sea el mejor adjetivo calificativo, había dado hace unos meses hace atrás una orden: Do'ingn no saldrá a hacer las compras, todo se le llevará por la puerta de la cocina para ser recibidas. ¿Por qué el amo hacía tales pedidos a la servidumbre? La respuesta en realidad no era muy difícil de adivinar, pero bastante complicada de procesar. Las personas de clase alta no se preocupan por sus sirvientes, menos por alguien de ese color de piel, al contrario, los denigran, los utilizan, los golpean, en ocasiones las agresiones se vuelven más graves como violaciones, y al final los aniquilan, son tratados como peor que basura si los ven en las calles, y pueden apedrearlos hasta privarlos de la vida sin que nadie les diga nada. Así es la vida de un esclavo, de un negro, pero Do'ingn había caído con la familia correcta, y para su buena suerte su amo protegía su vida, ella llegaba a una sola conclusión del porqué lo hacía, quizás simplemente era el hecho de ser la mejor entre sus empleados. Tal vez, quien sabe, la idea era la más sensata.

Aquella mañana tocaron a la puerta de la gran mansión. Se escuchaban unos ronquidos a lo lejos. Seguramente el hermano menor de su patrón estaría dormido. El joven se la pasaba la vida de noche, nada hacía durante el día, y para la sirvienta de la casa aquello no era un molestia, al contrario, una carga menos en el día, pues el joven se la pasaba molestándola, y eso era poco en realidad, más que molestando; la puerta seguía haciendo el ruido, los golpes de una persona eran insistente, y no era para menos, un hombre de la entrada edad, se estaba mojando gracias a la gran cantidad de lluvia que estaba cayendo aquella mañana. Do'ingn se disculpo, y bajó la mirada de inmediato, sabiendo que incluso con hombres blancos de baja categoría debía comportarse de esa manera. El hombre le arrojó la una misiva, y a regañadientes se dio la media vuelta para salir del lugar. La chica recogió el pequeño papel, y leyó lo que decía. Damien, su patrón, dejaba que revisara las cosas, ella apenas y podía entender algunas frases, y se tardaba horas en poder hilar letra con letra, luego hacer que las palabras se volvieran oraciones. Do'ingn tardó aproximadamente una hora en entender que la nota decía que las compras no podrían ser entregadas esa semana. Entendiendo aquello la noticia se hizo más pesada, pues ella tendría que ir a comprar los víveres.

Do'ingn sabía lo que tenía que hacer. Tomó dinero de una pequeña cajita, de dónde sacaba para hacer los víveres, se colocó su uniforme de casa, y como último tomó un gran canasto con agarraderas hecho de manera para soportar gran peso. El paraguas fue abierto ni bien había salido de la puerta de la cocina. Su mirada tenía que alzarse apenas unos segundos para poder reconocer el camino, pero en cuanto supiera que iba bien debía volver a bajar el rostro al suelo en seña de sumisión y respeto hacía los demás. Era la primera vez que ella salía de la mansión desde que se había mudado con los hermanos Østergård. Para ella seria un gran reto encontrar el lugar, pero ella no era tonta, y fácilmente, o gracias al transito de personas, pudo llegar al mercado. Las miradas rápidamente se dirigieron a ella, y le resultó incomodo no solo eso, también los murmullos que se volvieron gritos en unos momentos, claramente no todos la veían con ese odio, pero para que ella pudiera identificar quienes eran nobles de corazón, la cosa sería muy difíciles, y por eso se quedaría sin ayuda alguna.

- Buenos días -  La negra hizo una reverencia educada al señor que vendía las frutas - Quisiera diez manzanas, diez plátanos, diez duraznos, diez peras, y una papaya por favor -  La Chica metió la mano a la bolsa y sacó incluso algunos francos demás para pagar, con eso lograría que el hombre se apresurara y pudiera atenderla como era debido, Do'ingn ni siquiera llevaba veinte minutos fuera de casa y ya deseaba haberse quedado encerrada, pues su corazón estaba bastante acelerado, tenía miedo de la humanidad, de los seres humanos, aquellos de su misma condición, pero que se encargaban de hacer sentir a los de su mismo color de piel muy por debajo de la cadena, incluso de los insectos.

El murmullo que traía el viento le llegaba a poner incluso más nerviosa. Para ella una cosa muy distinta era tener un regaño de frente, sabía como actuar: bajar la cabeza, asentir a lo que le decían, y no pronunciar palabra alguna, a menos que le dieran el permiso de la palabra; sin embargo, cuando no escuchaba más que cuchicheos, la cosa cambiaba, todo se volvía un nervio que le incrementaba su torpeza, lo peor de todo es que no se encontraba con la habilidad para saber que hacía mal - aparte de respirar - de esa forma no podía corregir su postura, o su forma de pedir las cosas. Uno de sus amos siempre le indicaba que para no recibir castigos tan graves, ella simplemente debía moldearse a las situaciones, a las personas. Que complicado era para la joven salir a comprar algunos alimentos cuando resultaba tan sencillo, claro, si se tratara de una mujer de piel blanca, no la manchada como la suya; suspiró profundamente, haciendo que incluso sus pulmones le dolieran por la retentiva del mismo, pero pronto lo soltó, el punto era poder tranquilizar su nerviosismo.

¿Dejar de pensar? Eso sería un buen método para que la joven no se pusiera nerviosa, sin embargo ¿cómo quitarle a alguien lo único que tiene? Do’ingn, a diferencia del mundo, tiene más probabilidades de verse muerta, su color, su clase, todo eso la tiene bajo la mira, no abre la boca por lo mismo, porque sabe su lugar, el problema es que su cabeza y sus suposiciones le provocan malos momentos, como ese, donde no sabe que hacer mientras el hombre le atiende muy a regañadientes. Si sus patrones no fueran personas tan conocidas dentro de la elite social de Paris, seguramente no le venderían, pero corre con suerte, el señor Damien a mandado a dejar estrictamente un recado con uno de sus mozos, en él indicaba que le debían dar trato a su sirvienta, quien no lo hiciera se las haría pagar, internamente le daba las gracias, como la gran mayoría de las veces, sin ese hombre bueno, bondadoso y especial en su vida, la vida se le habría escapado, hace tanto tiempo ya. La vida, si, es eso que ella valora demasiado y tanto odia, es lo que tiene pero que no le pertenece, es complicado entenderlo y al mismo tiempo sencillo.

Una voz extraña, no conocida, cordial y masculina la hizo respingar, ella no se acostumbra a tratar con hombres, a menos que sean los dos que viven en su casa, sus amos; las criaturas humanas de sexo masculino no son su fuerte, tiene malas historias de ellos, experiencias no, porque a penas y vive para servir a quienes le dan techo y alimento, sin embargo, se deja guiar por su corazón, si este le dice no te acerques, no lo hace, las corazonadas le han ayudado mucho, a veces la lógica no ayuda; la mujer de procedencia afroamericana no levantó la cabeza, sabe que no debe ver a los ojos, menos sin permiso, al igual que el habla, pero movió su figura para verse frente al varón que le ha hablado, puede observar su calzado, y por los detalles sabe que no es alguien que haya nacido en cuna de oro, le resulta extraño, pero se mantiene en esa posición esperando a que le de una orden, o que simplemente de el siguiente paso, ella no puede actuar a su antojo, sino esperar a lo que le digan.

- El clima no es el que arruina las cosas - Cuando el hombre le dio el consentimiento al hablar, pudo articular palabras - Creo que depende de cada persona, si me permite - Se giró para tomar su pedido, depositó las monedas que recordaba eran necesarias por los precios, el verdulero asintió encantado por la cantidad y luego la hizo caminar - Para mi es un buen día, sigo viva, mi señor, debería pensar en eso - Tosió para aclararse un poco la garganta, no se encontraba acostumbrada a usar su voz, pero ahora que lo estaba haciendo le resultaba muy extraño, por eso se aclaraba, para no incomodar con sus tonalidades. - No debo interrumpir su camino, creo que es momento de marchar, espero no se moleste - Aunque en su interior, la sirvienta lo que deseaba era quedarse, conversar, pero consiente se encuentra de que no era lo que le correspondía.

Si se ponía a pensar las cosas con un poco más de claridad. La empleada domestica se daría cuenta que seguían existiendo personas buenas en París. Si corría con suerte también en el mundo. Eso último debía ser un sueño muy extremo, demasiado loco, incluso imposible, pero lo cierto es que si existían quienes se preocupaban por ella, o por los que estuvieran a su alrededor, no todos eran malos, no todos codiciaban, o no todos disfrutaban humillando. Si analizaba mejor las cosas, en su casa, donde trabajaba, existían esas pruebas de los mundos distintos. Del bien y él mal. Los Østergård eran aquellos hermanos a los que servía. El mayor representaba a la comunidad buena, bondadosa y piadosa de la comunidad, mientras que el menor era lo peor, la mugre, la escoria, la maldad misma representada en un cuerpo masculino. Entonces, si había ejemplos tan claros y cercanos ¿por qué temía de todos los que se acercaban a ella?

Todo tiene una explicación, ya sea para aclarar las dudas y dejar un buen sabor de boca, o para dejar uno demasiado amargo. Si queremos saber porque tanto temor en la vida de una negra, sólo basta con ver las reglas sociales, los negros estaban muy por debajo incluso de algunos animales domésticos. Ellos pueden ser azotados, mutilados, violados, explotados de más de una manera, sin que nadie se queje, o quiera defenderlos. A ella no le avergüenza su color de piel, cuando se ve en un espejo le gusta, lo malo es que el encanto se le acaba cuando escucha palabras malas o siente miradas asesinas. En una ocasión, cuando apenas tenía doce años de edad, se le envió al mercado por frutas y uno que otro pedazo de carne. La cosa fue que la pobre sirvienta terminó sin ninguna de las cosas que compró, pero si embarrada de fango que algunos muchachos pudientes le habían arrojado. Aquello se había quedado tan grabado en su memoria que juró jamás repetirlo. Lloró demasiadas noches por aquello.

- ¿Acaso usted no sabe que escoltar a una negra no se hace? Eso está penado, le pueden ver mal, o incluso arrojar piedras si se encuentra a mi lado, y nadie tendrá más culpa que usted, debería tener cuidado - Do'ingn no es una mujer que hable demasiado, de hecho siempre se anda reservando por su bien, pero no puede soportar soltar una gran cantidad de palabras cuando sabe debe cuidar a las personas buenas que se le acercan para hacerle compañía - Si usted quiere correr esos riesgos entonces puede acompañarme, pero sino está dispuesto le invito a que de media vuelta y se marche, así es menos probable que pierda la vida este día con facilidad - Era brusca, si, incluso tajante, pero eso era lo que menos le importaba tomando en cuenta que podía salvar una vida por sus manías.

- No me interrumpe, de hecho ya hice todas las compras que me importaban - Sin embargo no le digo el canasto, prefería cargar sus cosas, no sabía si el hombre podría ser un ladronzuelo disfrazado de un buen samaritano. Caminó a su lado - Cuando estemos cerca de la casa de mis amos debe irse, yo le diré cuando, ellos no me pueden ver acompañada sino les pido permiso, son reglas de la servidumbre - Le aclaró. Reglas que se habían impuesto los mismos empleados para así no ocasionar problemas - Suspiró y con tranquilidad le miró - ¿Cuál es su nombre, noble caballero? - Y fue lo último que diría hasta que el le dijera algo más.

No recuerda con exactitud cuanto tiempo llevaba en París, sin embargo, ya hace largo rato que fue. Era apenas una niña, temerosa, menospreciada, que escandalizaba a todo aquel que estuviera frente a ella por su tono de piel. Siempre se mantuvo escondida entre las paredes de la mansión, incluso entre las sombras de las mismas. A penas hablaba, cuando lo hacía tartamudeaba de miedo. ¿Para que decir mentiras? Muchos de sus compañeros de labores la trataban bien, algunos incluso como si fuera de piel blanca y de su misma familia. Todos condenados a haber nacido entre la pobreza y la necesidad; en su cabeza siempre existió ese pensamiento de dolor al generalizar al mundo, para ella todos la tratarían mal si salía de esa mansión, pero darse cuenta que estaba completamente equivocada la aliviaba. Aunque el alivio equiparaba al dolor, ese que le decía ella juzgaba de la misma manera en que la menospreciaban. Triste pero cierto.

La mirada del hombre sólo podía transmitirle seguridad, sinceridad y comprensión. Era como si él hubiera entendido por completo y pasado las cosas que ella. Podía sentir que eran parecido en ese aspecto. No es que el joven fuera negro, pero sus rasgos distaban de la aceptación general parisina. Todo aquello le hizo sonreír. El notarse menos sola la ponía de buen humor, incluso con ganas de poder ofrecer un abrazo, pero se mantuvo quieta, tranquila, escuchaba de forma expectante cada palabra que el hombre musitaba. ¿Su nombre? Aquel nombre era extraño, cuando su amo Damien recitaba los que portaban cada uno de sus amigos o compañeros de negocios siempre le parecían repetitivos, comunes, iguales, aunque claro el suyo era diferente, ¿por qué él del joven no? A fin de cuentas venían de otro lado, de un mundo dónde no eran tan queridos. Ambos. Suspiró con profundidad, se removió la canasta que llevaba en el brazo y avanzó a su lado.

- Su nombre es tan distinto como todo lo que porta su persona - No es que quisiera ofenderle, para ella lo distinto en ocasiones valía más por los riesgos que se llegaban a tomar. - ¿Por qué se encuentra en París? - Se atrevió a preguntar con la voz delicada y la posición de sumisión indicando que se sentía arrepentida de su atrevimiento - Do’ingn, ese es mi nombre - De hecho ya ni siquiera recordaba su apellido, hace mucho tiempo que no se lo preguntaban, en su comunidad a nadie le importaba esas cosas, y ahora menos. Constantemente en vez de su nombre escuchaba cosas como “Negra, esclava, sirvienta”, por no decir las otras cosas más feas que le llegaban a tocar. Hizo una mueca ante las últimas palabras del hombre.

- No se si hablar de mis amos sea apropiado - Se quedó callada unos momentos, sabía bien que hablar demasiado de esas personas que le daban comida y techo, podía ser un pecado grande, incluso de enterarse la podrían matar - Puedo decirles que son como el sol y la luna - Quizás sea por decir una metáfora un tanto favorable - El señor Damien es como el sol, ese que te llena de calidez, que te hace sentir un dulce abrazo, pero el señor Predbørn es como la luna acompañada de oscuridad, fría, atemoriza - Y se quedó callada de nuevo, arrepentida pero liberada de poder decir aquellos pensamientos que desde hace mucho tiempo había deseado sacar a flote.

Sus ojos cambiaron de dirección, ya no observaba más a aquel hombre de rasgos distintos, ahora observaba el camino, ese al que debía de tener cuidado sino deseaba que le salieran espinas. Algunas veces para poder sobrellevar la vida que le tocó, la negra se imaginaba que se encontraba en una de esas novelas que su madre le leía, porque si, aunque habían sido también bendecidos o maldecidos (según la vista de quien fuera), ellos habían aprendido a leer, escribir y sumar, sus patrones eran tan perezosos que ni siquiera les hacían cuentas de los gastos, “confiaban en ellos”. En realidad no lo hacían, pero la pereza les podía, lo que pasaba es que la gente de color no se atrevía a llevarse ni siquiera un franco por miedo a represarías. ¿Quién de ellos estaba dispuesto a perder las manos? Obviamente nadie.

A diferencia de ella, el mayordomo parecía sentirse bendecido u honrado con el patrón que le había asignado la vida. Ella no, cuando era pequeña se ponía a pensar en que sería libre en su comunidad, le escogerían a un buen hombre que supiera cazar, tendrían hijos y ella prepararía los alimentos después de recolectar los frutos. A pesar de que sus padres llegaron a servir a los blancos, ella nunca fue elegida para eso, hasta que le obligaron de forma cruel a tomarlo, cuando no tienes ya nada que perder, lo que te digan se hace y punto. Era cierto que quería al mayor de los hermanos a los que le servía, pero a veces el amor se opaca por todo el maltrato recibido por el menor. Una verdadera lastima que no se pudiera hacer algo al respecto, a fin de cuentas seguía siendo una negra, un rango peor que el de los insectos.

Siguió guardando silencio por un buen rato, las palabras que le había dirigido al hombre estaban siendo demasiadas, así qué el podría tener de ella para un buen rato, y nada más. Le gustaba escuchar a las personas, no precisamente por no tener derecho al habla, sino más bien porque de esa forma le enseñaban un poco más del mundo y la gran variedad de pensamientos. Suspiró un momento, miró de reojo al hombre, sólo un momento breve, ya que disfrutaba de la vista del sol escondiéndose entre un par de nubes. Para ella, no existía nada más hermoso que eso, notar a la naturaleza haciendo de las suyas, maravillar al humano, porque quizás la modernidad llevaba consigo buenos inventos, grandes maquinas, pero jamás el hombre podría llegar a crear el sol, las nubes, el cielo.

– Me alegra que su amo sea más condescendiente que el mío – Se atrevió a romper el silencio, pero dado que él mayordomo no le había dicho nada que pudiera proseguir la platica, no supo que más sacar a flote, no es que fuera la maestra de las conversaciones.

Pese a todos sus intentos por ponerse a la defensiva para que el hombre se alejara, nada dio resultado, así que sin importar los riesgos grandes que tuviera aquel encuentro, aquella platica, se dio por vencida y se dejó llevar. No tenía nada de malo que la joven disfrutara de un momento así, de un momento de tranquilidad, de una buena charla, de una luz de esperanza creyendo que podría hacer un amigo. Aunque la sociedad lo viera de una manera deplorable, ella podía gozar de la vida, de las personas que la protegían y querían. Su patrón Damien a cada instante se lo dejaba en claro, aunque le costaba trabajado para personas tan prestigiadas, en esa sociedad el qué dirán lo era todo, así que poner en mal a quien le daba de comer no se veía conveniente, sin embargo con el mayordomo no estaba mal. ¿Verdad?

La pregunta la tomó por sorpresa pero no por eso le cayó mal. Que le preguntaran de su familia le traía tanto buenos como malos recuerdos, o quizás sólo uno malo, el día en que terminaron con sus vidas. La negra giró su rostro para poder verlo a los ojos. Él le había concedido el permiso, la igualdad para poder verlo a los ojos sin temor a represarías. Lo había dado desde el momento en que siguió hablando con ella, en que insistió en seguir a su lado. Así que se atrevió. Además, si iban a hablar de un tema tan importante cómo el de la familia, podía permitirse buscar comodidad al transmitir sus sentimientos más profundos ¿No? Que extraño era todo, si llegaba unos minutos tarde a su mansión, dónde trabajaba, seguramente no le dirían nada, ya que la mayoría ignoraba su presencia.

- Creo que todos tenemos familia. Aunque algunos hayan dejado este mundo ¿No lo cree? - Hizo una pausa pero prosiguió, aquello había pasado hace tiempo ya, tenía que aprender a superarlo, ya fuera con lentitud o rapidez, pero debía asumir que sus padres estaban muertos - Mis padres murieron hace tiempo ya, los asesinaron, una criatura un tanto extraña, son las consecuencias de vivir en medio del bosque, yo soy de un país muy lejano, ellos fueron enterrados ahí, o al menos lo que quedó de su persona - Siguió avanzando, recordar aquello, decirlo, ella había pensado que sería fácil, sin embargo le dolía en el alma. La negra guardó silencio esperando a que él hombre dijera algo, ya no tenía ganas de seguir con aquella conversación.

En el trayecto Do'ingn cortó una flor blanca, igual que la que su madre le regalaba cada cinco días. Le parecía extraño que hubiera ese tipo de flor en esas tierras, quizás era una especie de señal.