AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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More than a remedy [James Larden]
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More than a remedy [James Larden]
Eran las cuatro de la tarde, el viento soplaba con una gran intensidad, moviendo toldos y matorrales de una manera algo agresiva. Un silbido intermitente otorgaba a la ciudad un ambiente apenado y apagado, como si hubiera perdido todo rastro de vida. Tras la ventana, podían apreciarse unos nubarrones que poco a poco ocupaban la mayor parte del cielo, oscureciéndolo. Ahora era turno de salir afuera. Cualquiera que me viera pensaría que es una idea descabellada, pero necesitaba practicar urgentemente algunos hechizos que solamente pueden llevarse a cabo en el exterior. Además, Alphonse casi nunca me dejaba deambular por ahí, pues siempre dice que es peligroso. Por eso, como no estaba en casa y tardaría en volver, cogí una gran chaqueta gris que me cubría prácticamente todo el cuerpo y preparé una pequeña bolsa donde llevaría todos los artilugios necesarios.
Con seguridad, salí de la gran casa para empezar a caminar por las calles desiertas. Nada, ni una simple alma...¿dónde se había metido todo el mundo? ¿es que no saben que la naturaleza es vida? ¿por qué huían de ella? Simplemente decidí no darle más vueltas al tema. Por el trayecto había abundante basura que había salido volando de los contenedores, incluso en las calles que deberian de estar más pulcras. En realidad sí que había personas en la travesía, solo que estaban escondidos bajo docenas de telas finas y mugrientas. Al verlos mi corazón dio un vuelco, no podía soportar aquello pero una bruja que aún no sabe manejar bien las finanzas no sería capaz de mover siquiera una ficha. Aunque sí que podía dar varios francos de vez en cuando, sabía que ellos lo necesitaban más que yo. -Tome señor- le decía a un hombre humilde que arropaba dulcemente a un niño -Alimente con esto a su hijo y tápelo bien...este frío es desolador- le entregué algunas monedas y proseguí mi camino hacia el bosque.
Realmente hacía frío y las bocanadas de aire que acontecían de vez en cuando congelaban cada rasgo de tu rostro. El invierno estaba alargándose demasiado y aquello de alguna forma me empezaba a incordiar. No sólo por el hecho de que el frío empezaba a cansarme, sino porque necesitaba color, necesitaba la primavera. Así, me imaginé el prado de las afueras (al que considero mi escondite secreto) completamente lleno de flores de todas las tonalidades. Además, muchas de las hojas y plantas que necesito para mi hechicería sólo surgen en esta estación.
Escapé de mis pensamientos cuando un ancho trozo de metal se cruzó delante mía, golpeándose con la pared lateral y provocando un gran estruendo que me hizo dar un saltito. Vale, eso sí me había asustado; por lo que vi, parecía que el tiempo empeoraba por momentos. Se me pasó por la cabeza la idea de volver a casa pero cuando me quise dar cuenta ya estaba bastante lejos por lo que no merecía la pena regresar. Tras varios minutos de intensa lucha con el aire finalmente llegué al frondoso bosque, cuyo suelo se hallaba algo fangoso por las últimas lluvias.
Algo más relajada (pues el viento no era tan feroz protegida por los altos y poblados árboles) anduve hasta encontrar un lugar perfecto para practicar, al lado de un roble. Así pues saqué varios minerales y piedras comunes, poniéndolas en un orden planeado, sólo faltaban las palabras exactas (que me las había estudiado, por cierto). -Fulgur et tonitruum, facite parva inmensiis- y tras decir aquello el árbol que tenía en frente quedó reducido a cenizas. No había rastro de él. -¡Se supone que se haría más pequeño, no que desaparecería!...- dije para mí misma mientras me sentaba en la maleza. ¿Qué debía hacer? Ya me advirtieron en varias ocasiones de que mi magia es muy poderosa y por lo tanto incontrolable, pero...¿cuándo seré capaz de domarla? No quiero que me acabe controlando ella...
Con seguridad, salí de la gran casa para empezar a caminar por las calles desiertas. Nada, ni una simple alma...¿dónde se había metido todo el mundo? ¿es que no saben que la naturaleza es vida? ¿por qué huían de ella? Simplemente decidí no darle más vueltas al tema. Por el trayecto había abundante basura que había salido volando de los contenedores, incluso en las calles que deberian de estar más pulcras. En realidad sí que había personas en la travesía, solo que estaban escondidos bajo docenas de telas finas y mugrientas. Al verlos mi corazón dio un vuelco, no podía soportar aquello pero una bruja que aún no sabe manejar bien las finanzas no sería capaz de mover siquiera una ficha. Aunque sí que podía dar varios francos de vez en cuando, sabía que ellos lo necesitaban más que yo. -Tome señor- le decía a un hombre humilde que arropaba dulcemente a un niño -Alimente con esto a su hijo y tápelo bien...este frío es desolador- le entregué algunas monedas y proseguí mi camino hacia el bosque.
Realmente hacía frío y las bocanadas de aire que acontecían de vez en cuando congelaban cada rasgo de tu rostro. El invierno estaba alargándose demasiado y aquello de alguna forma me empezaba a incordiar. No sólo por el hecho de que el frío empezaba a cansarme, sino porque necesitaba color, necesitaba la primavera. Así, me imaginé el prado de las afueras (al que considero mi escondite secreto) completamente lleno de flores de todas las tonalidades. Además, muchas de las hojas y plantas que necesito para mi hechicería sólo surgen en esta estación.
Escapé de mis pensamientos cuando un ancho trozo de metal se cruzó delante mía, golpeándose con la pared lateral y provocando un gran estruendo que me hizo dar un saltito. Vale, eso sí me había asustado; por lo que vi, parecía que el tiempo empeoraba por momentos. Se me pasó por la cabeza la idea de volver a casa pero cuando me quise dar cuenta ya estaba bastante lejos por lo que no merecía la pena regresar. Tras varios minutos de intensa lucha con el aire finalmente llegué al frondoso bosque, cuyo suelo se hallaba algo fangoso por las últimas lluvias.
Algo más relajada (pues el viento no era tan feroz protegida por los altos y poblados árboles) anduve hasta encontrar un lugar perfecto para practicar, al lado de un roble. Así pues saqué varios minerales y piedras comunes, poniéndolas en un orden planeado, sólo faltaban las palabras exactas (que me las había estudiado, por cierto). -Fulgur et tonitruum, facite parva inmensiis- y tras decir aquello el árbol que tenía en frente quedó reducido a cenizas. No había rastro de él. -¡Se supone que se haría más pequeño, no que desaparecería!...- dije para mí misma mientras me sentaba en la maleza. ¿Qué debía hacer? Ya me advirtieron en varias ocasiones de que mi magia es muy poderosa y por lo tanto incontrolable, pero...¿cuándo seré capaz de domarla? No quiero que me acabe controlando ella...
Amélie Lacroix- Hechicero Clase Alta
- Mensajes : 28
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Edad : 27
Localización : Recientemente instalada en París
Re: More than a remedy [James Larden]
Mueren cien años en un instante,
lo mismo que un instante en un instante.
VOCES – Antonio Porchia
lo mismo que un instante en un instante.
VOCES – Antonio Porchia
No quiero que me acabe controlando él…
Tan sólo un segundo, el segundo que me toma cerrar los ojos y abrirlos de nuevo, es el que necesita mi cabeza para reiniciarse. Olvida todo de repente y de la misma forma intenta volver a ponerlo ahí dentro, se sobrecarga. Rescata lo que las cicatrices en mis manos le dicen; lo que dice el bosque y la noche. Hace conexiones con lo que puede. En realidad se sabotea a sí mismo. Como si quisiera, tan desesperadamente, autodestruirse. Y no puede, en su lugar lo hace de forma lenta y dolorosa. Poco a poco. Segundo a segundo.
El viento, tan feroz, me hace notar que no llevo camisa. Me es imposible sentir el frio, pero en su lugar siento el inconfundible mando del aire sobre mi piel desnuda. Como una caricia. El bosque permanece tan silencioso como siempre. Es tarde y la luna comienza a intercambiar de sitios con el sol. Mis ojos se adaptan con rapidez a la obscuridad y comienzo a buscar. Pistas, indicios, cualquier cosa que me indique dónde estoy y qué estaba haciendo. Pero no encuentro nada.
Ahora busco en mi cuerpo. Las marcas de siempre siguen ahí, el recordatorio de mi condición, su nombre, los días que faltan para luna llena. En su lugar lo que busco son nuevas cicatrices, algo que me diga quién soy en ese momento. Y sin éxito alguno comienzo a caminar, a vagar. Un andar incesante en busca de respuestas. Respuestas que nadie tiene. Respuestas que terminare inventando. Y he decidido, no en plena consciencia pues ella tampoco existe, que mi realidad ya no existe. La realidad que profeso es la me fabrico a cada instante. Lo que me digan que soy seré. Lo que me digan que debo hacer haré. Tan sólo necesito esa chispa, esa que haga explotar mi interior, mi realidad.
Nunca había estado más confundido que como ahora. No hay nada que me remonte a mis recuerdos en mi cabeza ni mucho menos en mi entorno. Rodeado de centinelas del mismo tamaño y apariencia me sé perdido. Totalmente confiado de que terminare de la misma forma que desperté. Desorientado, temeroso, inexistente.
Abandonado casi del todo por mí mismo escucho algo que puede ser el inicio de esa “chispa”. Sus pasos son suaves, apenas audibles por culpa del suelo y de las hojas secas pero lo suficiente para poder seguirlas. Ahora, en esta “realidad”, esos pasos son lo único que tengo y comienzo a seguirlos.
El cambio de follaje me indica que muy probablemente he dejado el corazón del bosque y estoy más bien en los límites. Avanzo con cautela, estoy desorientado y pierdo el equilibrio más de una vez así que uso los arboles como pasarelas y continúo siguiendo el ruido de sus pasos al que pronto se le une un aroma muy particular. Al final mis anhelos obtienen respuesta y le dan rostro a aquellos pasos y a ese aroma. Es tan sólo una niña.
Continuo observándola mientras trato de racionalizar algún tipo de relación. Me es innegable no comenzar a divagar. Creo conexiones que no existen y las desecho al instante. Yo mismo juego con mi mente y tan exhorto como estoy no me doy cuenta de lo que ella hace hasta que me es presentado de golpe. Las palabras, las palabras que dice son las primeras que retumban en mi cabeza. No creo haberlas escuchado nunca pero tampoco puedo estar seguro. Luego, viene la imagen. Brujería. Y ese es mi detonante.
Ahora, ahora ya no veo a aquella niña en medio del bosque. Es su lugar revivo aquella noche. Las palabras que dice son ahora las palabras de los que me hicieron esto. Su rostro ya no es el de ella misma, ha mutado en muchos. Se multiplica, y de esa misma forma me atormenta. Y se ha decidido. Esta es mi nueva realidad. Esto es lo que soy ahora, venganza, y eso es lo que ella es ahora, el objeto de mi venganza.
Con renovadas ganas, propias del cólera, me lanzo contra ella. Planeo usar mis propias manos para acabar con ella y en ellas mismas marcar su nombre para que nunca la olvide. De repente, como si confirmara mi locura, su rostro se transforma de nuevo a medio camino. Es ella de nuevo, aquella niña. Y me detengo, lentamente hasta quedar muy cerca de ella. Caigo en mis rodillas y la miro pero no la observo, en su lugar miro dentro de mí. Las visiones se han desvanecido pero no tengo idea de cuanto más estarán distantes. Y miro al cielo como queriendo desaparecer, en su lugar está la luna. Brillante, inmensa, llena — Corre… corre antes de que te obligue a hacerlo.
Larden- Licántropo Clase Media
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