AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Encuentros Fortuitos || James Larden
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Encuentros Fortuitos || James Larden
El teatro, último lugar que imaginó visitar en su letargada vida. Sin embargo, cuando el paso se ve eterno y dónde la acción ha muerto un poco más en los últimos días, necesitaba alguna distracción que no sólo se basara en desollar personas. Fue así que el volante entre sus manos se volvió la solución al aburrimiento que cargaba a cuestas. Sin preguntar reseña o quizá prestar atencion al título de la obra, se paseó por el recinto y compró la entrada a uno de los palcos principales. Nunca le ha gustado estar en medio de la inmundicia y la gente corriente... ¡Falacias! Disfrutaba estar ahí de vez en cuando, después de todo, uno nunca olvida de dónde es que viene. Solicitó el palco por morbo propio, porque hay demasiadas historias entre los pasillos y las escaleras para llegar hasta ellos, porque entre las bancas y las cortinas de seda aún se puede asesinar alguien sin que los demás sospechen nada. Quizá si sólo compraba un asiento, alguien más puiese ocupar el resto. Podría entonces entablar una conversación que rompa los estereotipos en los teatros, el cliché de sus tediosas noches y entonces tal vez sí se divertiría después de todo.
Caminó con soltura, no como un espectro más, pues pretendía llamar la atención de alguien, pues necesitaba no jugar el papel de arpía que llevaba gastando por más de dos siglos. Al menos, no en la recepción. Una vez en su lugar, ajusto el corsé negro que cubría sus boluptuosos pechos. Desenpolvó las faldas que le arrastraban a pesar de los hermosos zapatos con tacón que vestía. Sacudió sus manos y acomodó la maraña de cabellos que se hizo tras el correr por los bosques. Con un simple listón, hizo de su peinado algo majestuoso, algo que no sólo dejaba ver a la perfección las líneas de su rostro, sino que también dejaba a la vista el largo y sensual cuello que poseía a salvo de cualquier objeto que opacase su belleza natural. Sólo un par de aretes colgaban de sus orejas, un par de zarcillos en color plata y con gemas que llevan su nombre... Sus labios formaron una sonrisa, pues en ese instante recordó que Ágatha no es más su nombre y que ella ya no es Lorraine la propia Condesa de Inglaterra. Aunque perdió el título, aunque perdió sus riquezas, a pesar de que su identidad es otra, eso no cambia nada, la mujer continúa siendo el mismísimo demonio si se lo propone.
El telón sube y el presentador nombra la obra, consiguiendo que con su ostentosa voz, todos en el teatro callasen y prestaran atención al escenario. El asiento al lado de la dama no había sido ocupado. Sin poder ocultarlo, el disgusto se reflejó en sus ojos. En verdad esperaba que alguien ajeno a ella le ofreciera compañía. Gruñó por debajo. La soprano en el primer acto irrumpió en sus pensamientos, su chillante voz y la falta de afinación durante las primeras notas, se entrometieron hasta la médula. Definitivamente Hela se irritó por la falla en la mujer. Pese a pudo dejar el lugar, cobrando el insulto con la vida de cualquiera que se le atravesara, prefirió quedarse ahí. Algo sombrío comenzaba a dibujarse en su mente. Cambió el semblante frustrado y sonrió a sí misma. -Ésto apenas comienza. Paciencia, querida mía, paciencia- Musitó tratando de fingir la voz de su padre. ûnico hombe capaz de convencerla para esperar un poco más, tan sólo un poco más y entonces todo cambiaría.
Caminó con soltura, no como un espectro más, pues pretendía llamar la atención de alguien, pues necesitaba no jugar el papel de arpía que llevaba gastando por más de dos siglos. Al menos, no en la recepción. Una vez en su lugar, ajusto el corsé negro que cubría sus boluptuosos pechos. Desenpolvó las faldas que le arrastraban a pesar de los hermosos zapatos con tacón que vestía. Sacudió sus manos y acomodó la maraña de cabellos que se hizo tras el correr por los bosques. Con un simple listón, hizo de su peinado algo majestuoso, algo que no sólo dejaba ver a la perfección las líneas de su rostro, sino que también dejaba a la vista el largo y sensual cuello que poseía a salvo de cualquier objeto que opacase su belleza natural. Sólo un par de aretes colgaban de sus orejas, un par de zarcillos en color plata y con gemas que llevan su nombre... Sus labios formaron una sonrisa, pues en ese instante recordó que Ágatha no es más su nombre y que ella ya no es Lorraine la propia Condesa de Inglaterra. Aunque perdió el título, aunque perdió sus riquezas, a pesar de que su identidad es otra, eso no cambia nada, la mujer continúa siendo el mismísimo demonio si se lo propone.
El telón sube y el presentador nombra la obra, consiguiendo que con su ostentosa voz, todos en el teatro callasen y prestaran atención al escenario. El asiento al lado de la dama no había sido ocupado. Sin poder ocultarlo, el disgusto se reflejó en sus ojos. En verdad esperaba que alguien ajeno a ella le ofreciera compañía. Gruñó por debajo. La soprano en el primer acto irrumpió en sus pensamientos, su chillante voz y la falta de afinación durante las primeras notas, se entrometieron hasta la médula. Definitivamente Hela se irritó por la falla en la mujer. Pese a pudo dejar el lugar, cobrando el insulto con la vida de cualquiera que se le atravesara, prefirió quedarse ahí. Algo sombrío comenzaba a dibujarse en su mente. Cambió el semblante frustrado y sonrió a sí misma. -Ésto apenas comienza. Paciencia, querida mía, paciencia- Musitó tratando de fingir la voz de su padre. ûnico hombe capaz de convencerla para esperar un poco más, tan sólo un poco más y entonces todo cambiaría.
Hela Von Fanel- Vampiro Clase Alta
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Re: Encuentros Fortuitos || James Larden
Tengo una llave
y abro la puerta: entro
y está obscuro; entro
y está más obscuro. Entro.
M.S.
y abro la puerta: entro
y está obscuro; entro
y está más obscuro. Entro.
M.S.
Cuando entró al baño el reflejo que le recibió le resulto por demás extraño, ajeno, distante. Aquellas sensaciones nada tenían que ver con que el hecho de verse a sí mismo enfundado en un traje de gala, afeitado y sin ningún rasguño o moretón visible. El olor a bosque y a tierra mojada tampoco le acompañaban esa noche. Entre todo, lo que vio en el espejo era a un hombre que no reconocía, a un hombre que nunca había visto en su vida y al cuál no recordaría tampoco. En la cabaña del bosque, aquella que era su morada, no tenía espejos.
Angelique lo había llevado al teatro, no como una cortesía sino más bien como uno lleva un objeto consigo pues la ayuda que le brindaba tenía un precio y como si se tratase de la primera vez que se conocieron James hacía de su guardaespaldas, sin embargo, a ella no le gustaba que la vieran con él, incluso si ahora el lobo pareciera, mucho más que nunca, el hombre que alguna vez fue. El Duque de Cornwall, Comandante de la Legión Inglesa y General de la fugaz República Francesa. Aquella noche de alguna forma inexplicable, todos esos títulos se congregaban a su alrededor. Si alguien lo había conocido alguna vez mientras poseía tales motes bastaría con verle o con escucharle para recordarlo. Aquello también lo había pensado Angelique y además de hacerle entrar mucho antes que ella había comprado asientos separados. El de él era en uno de los palcos, justo en frete del de ella.
Había estado esperado en el salón del teatro a que comenzará la obra, Angelique ya había tomado su lugar y él sólo esperaba que el bullicio cesara para poder hacer lo mismo, pero de un momento a otro se encontró a sí mismo en el baño. De momento no pudo recordar qué hacía ahí y es que incluso si era mínima la distancia que lo separaba de la bruja su memoria comenzaba a empeorar de nuevo y olvidaba casi instantáneamente lo que estaba haciendo o lo que debía hacer. Para su fortuna, o la de ella, todo lo que aún moraba en su cabeza y que tuviera que ver con Angelique se quedaba ahí. Sabía bien que estaba en ese lugar para cuidarle y que su asiento estaba en uno de los palcos. Si tan sólo hubiera podido recordar que la visión de una mujer, una mujer que creyó recordar pero que no pudo, una sensación que había dejado de experimentar desde que se trataba con Angelique, era la culpable de haberle hecho querer huir o por lo menos alejarse, quizá no había regresado al salón del teatro y entrado en este para buscar su asiento, quizá habría salido de ahí y regresado al bosque donde no encontraría su casa ni a la bruja, tan sólo a él solo.
Cuando llego a su asiento la obra ya había empezado, en realidad no sabía mucho de lo que ocurriría en el escenario, tampoco tenía deseos de saberlo. Justo al llegar lo primero que hizo fue posar sus ojos sobre los de su protegida. Angelique estaba acompañada de un hombre al cual él no conocía y como resultado de tal visión un pequeño espasmo, algo más parecido a un micro infarto le ataco el cuerpo. Celos, pensó. Y la sola idea le hizo desviar la mirada hacía el techo para sonreír consigo mismo. Cuando bajo la cabeza por efecto de su primer movimiento se encontró con unos ojos que no eran los de Angelique pero que de alguna forma parecieron atraerle de la misma forma. O incluso peor.
Angelique lo había llevado al teatro, no como una cortesía sino más bien como uno lleva un objeto consigo pues la ayuda que le brindaba tenía un precio y como si se tratase de la primera vez que se conocieron James hacía de su guardaespaldas, sin embargo, a ella no le gustaba que la vieran con él, incluso si ahora el lobo pareciera, mucho más que nunca, el hombre que alguna vez fue. El Duque de Cornwall, Comandante de la Legión Inglesa y General de la fugaz República Francesa. Aquella noche de alguna forma inexplicable, todos esos títulos se congregaban a su alrededor. Si alguien lo había conocido alguna vez mientras poseía tales motes bastaría con verle o con escucharle para recordarlo. Aquello también lo había pensado Angelique y además de hacerle entrar mucho antes que ella había comprado asientos separados. El de él era en uno de los palcos, justo en frete del de ella.
Había estado esperado en el salón del teatro a que comenzará la obra, Angelique ya había tomado su lugar y él sólo esperaba que el bullicio cesara para poder hacer lo mismo, pero de un momento a otro se encontró a sí mismo en el baño. De momento no pudo recordar qué hacía ahí y es que incluso si era mínima la distancia que lo separaba de la bruja su memoria comenzaba a empeorar de nuevo y olvidaba casi instantáneamente lo que estaba haciendo o lo que debía hacer. Para su fortuna, o la de ella, todo lo que aún moraba en su cabeza y que tuviera que ver con Angelique se quedaba ahí. Sabía bien que estaba en ese lugar para cuidarle y que su asiento estaba en uno de los palcos. Si tan sólo hubiera podido recordar que la visión de una mujer, una mujer que creyó recordar pero que no pudo, una sensación que había dejado de experimentar desde que se trataba con Angelique, era la culpable de haberle hecho querer huir o por lo menos alejarse, quizá no había regresado al salón del teatro y entrado en este para buscar su asiento, quizá habría salido de ahí y regresado al bosque donde no encontraría su casa ni a la bruja, tan sólo a él solo.
Cuando llego a su asiento la obra ya había empezado, en realidad no sabía mucho de lo que ocurriría en el escenario, tampoco tenía deseos de saberlo. Justo al llegar lo primero que hizo fue posar sus ojos sobre los de su protegida. Angelique estaba acompañada de un hombre al cual él no conocía y como resultado de tal visión un pequeño espasmo, algo más parecido a un micro infarto le ataco el cuerpo. Celos, pensó. Y la sola idea le hizo desviar la mirada hacía el techo para sonreír consigo mismo. Cuando bajo la cabeza por efecto de su primer movimiento se encontró con unos ojos que no eran los de Angelique pero que de alguna forma parecieron atraerle de la misma forma. O incluso peor.
Larden- Licántropo Clase Media
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Re: Encuentros Fortuitos || James Larden
El mundo parecía volverse cada vez más y más aburrido. No estaba segura de continuar en la misma realidad que todos los demás. Sí, admiraba el poder que su condición le ofrecía y la cantidad de caos que era capaz de levantar con tan sólo un mohín. No obstante, incluso hasta a muerte se cansa de pasear en el infamundo. Necesitaba un incentivo, algo que le hiciera saber que la eternidad continúa siendo una idea tentadora y no acabar encerrada en sus propios y luctuosos pensamientos. Esa era una de las razones por las que visitó el teatro, averiguar quién o qué podía ofrecerle esa dicha de volver a sentirse irónicamente viva.
Estaba por reincorporarse a la obra, cerrando los ojos y mostrándose abierta a cualquier pasaje, idea o imagen para tranquilizarse. Se recostó sobre el enorme sillón y se dispuso a dejarse llevar. Alguien cambió sus planes. Al abrir los ojos, su mirada fulminó al sujeto que cruzaba el umbral de la puerta. No sólo había irrumpido en sus pensamientos, si no que el estridente chillido de la puerta acabó con la atmósfera que los actores consiguieron recrear. Hela gruñó por debajo observando al hombre con bastante detenimiento. Las sombras no le permitieron verlo más allá de la barbilla, pero en el momento en el que tomó asiento, sus memorias se revolvieron por completo.
-Larden- Susurró. Las emociones de Hela se removieron por completo. Había regresado en el tiempo, tan atrás en sus días que olvidó su actual identidad. Retornó su mente hasta ese punto en el que ella era Lorraine, la condesa maldita que tuvo un efímero amorío con él. Como acto reflejo. Hinchó el pecho, desvió la mirada y sonrió para sí misma por la maldita pequeñez que parece tener el mundo. –Vaya, hubiese preferido un hombre cuya sangre pudiese complacerme, pero ambos sabemos que tú posees mejores atributos- Musitó mordiéndose el labio inferior con lascivia. Era bastante intrigante darse cuenta de las casualidades de la vida.
Luchó con bastante interés por no entrometerse en la mente de su acompañante, no quería saber sobre lo que pensaba de ella, del encuentro fortuito, de los años que pasaron y del por qué jamás volvieron a verse. Frunció el ceño. Rugió. La ira acababa de apoderarse de ella. Supo entonces cuál había sido la razón y sólo un nombre parecía develar la incógnita. El conde.
-Vamos, Larden. Toma asiento, no voy a comerte, al menos no, si me lo niegas- Sonrió de medio lado desviando la mirada hasta el escenario, le restó importancia a su compañero e intentó enfocarse de nuevo en aquella maldita representación teatral.
Estaba por reincorporarse a la obra, cerrando los ojos y mostrándose abierta a cualquier pasaje, idea o imagen para tranquilizarse. Se recostó sobre el enorme sillón y se dispuso a dejarse llevar. Alguien cambió sus planes. Al abrir los ojos, su mirada fulminó al sujeto que cruzaba el umbral de la puerta. No sólo había irrumpido en sus pensamientos, si no que el estridente chillido de la puerta acabó con la atmósfera que los actores consiguieron recrear. Hela gruñó por debajo observando al hombre con bastante detenimiento. Las sombras no le permitieron verlo más allá de la barbilla, pero en el momento en el que tomó asiento, sus memorias se revolvieron por completo.
-Larden- Susurró. Las emociones de Hela se removieron por completo. Había regresado en el tiempo, tan atrás en sus días que olvidó su actual identidad. Retornó su mente hasta ese punto en el que ella era Lorraine, la condesa maldita que tuvo un efímero amorío con él. Como acto reflejo. Hinchó el pecho, desvió la mirada y sonrió para sí misma por la maldita pequeñez que parece tener el mundo. –Vaya, hubiese preferido un hombre cuya sangre pudiese complacerme, pero ambos sabemos que tú posees mejores atributos- Musitó mordiéndose el labio inferior con lascivia. Era bastante intrigante darse cuenta de las casualidades de la vida.
Luchó con bastante interés por no entrometerse en la mente de su acompañante, no quería saber sobre lo que pensaba de ella, del encuentro fortuito, de los años que pasaron y del por qué jamás volvieron a verse. Frunció el ceño. Rugió. La ira acababa de apoderarse de ella. Supo entonces cuál había sido la razón y sólo un nombre parecía develar la incógnita. El conde.
-Vamos, Larden. Toma asiento, no voy a comerte, al menos no, si me lo niegas- Sonrió de medio lado desviando la mirada hasta el escenario, le restó importancia a su compañero e intentó enfocarse de nuevo en aquella maldita representación teatral.
Hela Von Fanel- Vampiro Clase Alta
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