AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Secretos desde la tumba[Francis Lazerov]
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Secretos desde la tumba[Francis Lazerov]
Me deslicé silenciosamente por entre las tumbas. El sonido de mis pasos se ahogaba con la hojarasca que cubría el suelo y se mezclaba con el susurro de oraciones de los que estaban allí para hablar con sus muertos bajo las últimas luces del atardecer. La niebla comenzaba a extenderse por el suelo como un manto blanco, como si hubiera estado a la espera para dar un toque fantasmal al lugar.
Una sonrisa se extendió por mis labios cuando pasaron frente a mi una familia con dos hijos pequeños. El menor de ellos aferraba la mano de su madre, evidentemente nervioso por la estampa. Solo si el pequeño supiera que la niebla no es lo más terrorífico en las noches de París...
Por un moemnto me dediqué a obserbar a las familias que se retiraban ya a sus casas. Las miré de lejos, buscando inconscientemente signos de que fueran algo más que humanos. Aunque esa noche no estaba allí para eso, nunca venía mal un poco de ejercicio antes de cenar. Sin embargo algo me llamó más la atención.
Al fondo del cementerio veía la figura de una mujer, ya anciana, de rodillas frente a una tumba en lo que parecía rezando. La observé largo tiempo con el ceño fruncido. Algo no me terminaba de cuadrar con la mujer y no sabía qué era. Decidí acercarme a ella pero, al pasa runa de las hileras de tumbas la perdí de vista un segundo y al siguiente ya no estaba.
Me volví lentamente a todos los lados, esperando ver si alguien lo había visto. Sin embargo ninguno de los presentes en el cementerio había reparado en el fantasma o en mi reacción y yo lo prefería así. Pronto tendría que encontrarme con el inquisidor que requería mi información y prefería que nadie nos viera. Aunque, claro, con la máscara puesta, nadie sería capaz de reconocerme.
Esperaba que este fuera mejor que el anterior. El maldito idiota se había dejado matar por un par de vampiros de media tinta y gracias a que me había dado mala espina, había conseguido arreglar su desaguisado. Si tenía que ser así prefería encargarme yo misma.
Envolviéndome fuertemente en la capa, me senté en el banco junto a la tumba en la que debíamos encontrarnos y agucé mis sentidos para saber cuando alguien se acercara a mí.
Una sonrisa se extendió por mis labios cuando pasaron frente a mi una familia con dos hijos pequeños. El menor de ellos aferraba la mano de su madre, evidentemente nervioso por la estampa. Solo si el pequeño supiera que la niebla no es lo más terrorífico en las noches de París...
Por un moemnto me dediqué a obserbar a las familias que se retiraban ya a sus casas. Las miré de lejos, buscando inconscientemente signos de que fueran algo más que humanos. Aunque esa noche no estaba allí para eso, nunca venía mal un poco de ejercicio antes de cenar. Sin embargo algo me llamó más la atención.
Al fondo del cementerio veía la figura de una mujer, ya anciana, de rodillas frente a una tumba en lo que parecía rezando. La observé largo tiempo con el ceño fruncido. Algo no me terminaba de cuadrar con la mujer y no sabía qué era. Decidí acercarme a ella pero, al pasa runa de las hileras de tumbas la perdí de vista un segundo y al siguiente ya no estaba.
Me volví lentamente a todos los lados, esperando ver si alguien lo había visto. Sin embargo ninguno de los presentes en el cementerio había reparado en el fantasma o en mi reacción y yo lo prefería así. Pronto tendría que encontrarme con el inquisidor que requería mi información y prefería que nadie nos viera. Aunque, claro, con la máscara puesta, nadie sería capaz de reconocerme.
Esperaba que este fuera mejor que el anterior. El maldito idiota se había dejado matar por un par de vampiros de media tinta y gracias a que me había dado mala espina, había conseguido arreglar su desaguisado. Si tenía que ser así prefería encargarme yo misma.
Envolviéndome fuertemente en la capa, me senté en el banco junto a la tumba en la que debíamos encontrarnos y agucé mis sentidos para saber cuando alguien se acercara a mí.
Última edición por Erika Knight el Sáb Nov 30, 2013 4:55 am, editado 1 vez
Erika Knight- Inquisidor/Realeza
- Mensajes : 152
Fecha de inscripción : 26/06/2012
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Re: Secretos desde la tumba[Francis Lazerov]
“The world needs bad men. We keep the other bad men from the door."
TRUE DETECTIVE
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Francis era un hombre quisquilloso. El olor del cementerio le desagradaba. La consistencia del suelo del cementerio le desagradaba. Las tumbas apiladas una frente, a los lados, y detrás, de otra le desagradaba. Pero el cementerio era su lugar favorito para las reuniones. Le resultaba sumamente satisfactorio y entretenido el hecho de que siempre, toda y cada una de las veces, quien asumía el papel de su interlocutor le preguntase por qué había elegido aquel lugar para encontrarse. Para responder siempre asumía el papel de filósofo o poeta y salía con alguna frase absurda o rebuscada: “Aquí nadie podrá oírnos” o “Los muertos son buena compañía, porque están muertos”. Aunque su favorita siempre fue “Comienza a cavar”.
Lastimosamente, por mucho que le gustase aquella frase, hoy no podría utilizarla. Y por mucho que aquello lo pusiese triste, desde temprano se fue haciendo a la idea y para cuando llego al cementerio, por el atardecer, ya lo había olvidado. En su lugar, aquel gatillo de sus emociones más desagradables era el cementerio mismo. Le desagradaba.
En su camino al “lugar acordado” se imaginaba, entre muchas otras cosas que uno puede imaginar en un cementerio, como sería su muerte. Estaba convencido, o ese intentaba, de que el día que llegase, fuese de la forma que fuese, sería espectacular. Dios ya lo había salvado de muertes absurdas, vergonzosas, infames y dolorosas, era obvio pues, pensar que para él, para él Dios tenía la muerte más gloriosa de la raza humana. Y como aquello que uno puede pensar en un cementerio, entre otras cosas, esa era una de las razones por las que Francis actuaba de la forma en que lo hacía.
— Para pertenecer a una orden secreta eres muy fácil de encontrar — Francis había pasado de largo a su contacto y le hablaba de espaldas — Ustedes los espías tiene un problema, se esfuerzan tanto por pasar desapercibidos que en realidad son los únicos que actúan diferente entre todos. ¿Sabes cómo sé que él es un vampiro? Me dijo un viejo Inquisidor una vez, ¿cómo? preguntaba yo, esperando que me fuese revelado un gran secreto, de esos que a uno le toman años por aprender o de los que pasan de generación en generación. Muéstrale tu arma, muéstrale tu arma a todo el mundo y aquel que no te ponga atención, ese es un vampiro — La miro justo después de haber terminado la última frase como esperando una reacción deseada y luego se sonrió a sí mismo — ¡Vaya estupidez! Como todo lo que decía aquel viejo. Pero tenía un punto. Úsalo o no lo uses, eso es cosa tuya.
Francis solía hacer eso, parecía interesarse por alguien o por algo y la verdad era que siempre se trataba de él. Aquel consejo aunque no lo supiera en ese momento era para él más que para nadie. Quizá por eso aquel viejo se lo dijo en primer lugar.
— Te eh estado vigilando, Erika Knight — La primera vez que decía su nombre era también su primera vez en verla directo a los ojos — Y es por eso que te he pedido a ti, y sólo a ti — Tenia esa mirada en los ojos, ésa que pocas veces mostraba pero que era muy difícil de olvidar, un gesto, algo como un buen apretón de manos — Supongo que tú también me has estado vigilando… —
Lastimosamente, por mucho que le gustase aquella frase, hoy no podría utilizarla. Y por mucho que aquello lo pusiese triste, desde temprano se fue haciendo a la idea y para cuando llego al cementerio, por el atardecer, ya lo había olvidado. En su lugar, aquel gatillo de sus emociones más desagradables era el cementerio mismo. Le desagradaba.
En su camino al “lugar acordado” se imaginaba, entre muchas otras cosas que uno puede imaginar en un cementerio, como sería su muerte. Estaba convencido, o ese intentaba, de que el día que llegase, fuese de la forma que fuese, sería espectacular. Dios ya lo había salvado de muertes absurdas, vergonzosas, infames y dolorosas, era obvio pues, pensar que para él, para él Dios tenía la muerte más gloriosa de la raza humana. Y como aquello que uno puede pensar en un cementerio, entre otras cosas, esa era una de las razones por las que Francis actuaba de la forma en que lo hacía.
— Para pertenecer a una orden secreta eres muy fácil de encontrar — Francis había pasado de largo a su contacto y le hablaba de espaldas — Ustedes los espías tiene un problema, se esfuerzan tanto por pasar desapercibidos que en realidad son los únicos que actúan diferente entre todos. ¿Sabes cómo sé que él es un vampiro? Me dijo un viejo Inquisidor una vez, ¿cómo? preguntaba yo, esperando que me fuese revelado un gran secreto, de esos que a uno le toman años por aprender o de los que pasan de generación en generación. Muéstrale tu arma, muéstrale tu arma a todo el mundo y aquel que no te ponga atención, ese es un vampiro — La miro justo después de haber terminado la última frase como esperando una reacción deseada y luego se sonrió a sí mismo — ¡Vaya estupidez! Como todo lo que decía aquel viejo. Pero tenía un punto. Úsalo o no lo uses, eso es cosa tuya.
Francis solía hacer eso, parecía interesarse por alguien o por algo y la verdad era que siempre se trataba de él. Aquel consejo aunque no lo supiera en ese momento era para él más que para nadie. Quizá por eso aquel viejo se lo dijo en primer lugar.
— Te eh estado vigilando, Erika Knight — La primera vez que decía su nombre era también su primera vez en verla directo a los ojos — Y es por eso que te he pedido a ti, y sólo a ti — Tenia esa mirada en los ojos, ésa que pocas veces mostraba pero que era muy difícil de olvidar, un gesto, algo como un buen apretón de manos — Supongo que tú también me has estado vigilando… —
Renan Lazerov- Inquisidor Clase Alta
- Mensajes : 34
Fecha de inscripción : 18/05/2013
Re: Secretos desde la tumba[Francis Lazerov]
Esbocé una sonrisa mientras por dentro de la capa cerraba las manos en dos apretados puños a medida que las palabras salían de su boca con cierto aire despectivo. Creído. Fue lo primero que pensé mientras permanecía inmóvil en mi sitio y contenía mi genio, que se encendía con tanta facilidad. Suerte que padre hubiera previsto aquello y me hubiera “educado” para contenerme antes de que fuera demasiado tarde.
Cuanto más hablaba, más respuestas mordaces se acumulaban en mi lengua, pugnando por salir y hacerlo callar. Me estaba menospreciando con aquellos comentarios y eso era algo que no permitiría. Sin embargo, tenía que permanecer tranquila y casi imperturbable ante él. Por mucho que eso me costara.
Sin embargo tenía un punto. No lo admitiría, claro está, no fuera a ser que se le hinchara aún más el ego, pero por desgracia, muchos novatos actuaban tal y como él había descrito, haciéndolos demasiado evidentes para el ojo experto, y no tan experto, de quien lucha una guerra.
Mi enfado solo se aplacó ligeramente cuando mencionó que me había estado observando. No me gustaba nada saber que había estado observándome, controlándome, para saber cuan eficiente era. Pero supuse que era su forma de alagar mi profesionalidad, por poco que a mí me gustaran las formas.
Cuando terminó de hablar me levanté del banco y me erguí todo lo que mi estatura daba. No llegaba a verle a los ojos, claro está, pero al menos no me sentía tan inferior de aquella manera. Tirando de todo lo que había aprendido de interpretación, hablé con la mayor frialdad que pude.
-Gracias por el cumplido- dije con gélida ironía- pero creo que hay un par de puntos que aclarar. Primero: que si no lo deseara no me encontrarías jamás. Así que no creas que soy tan evidente.
Eché a andar con tranquilidad junto a la hilera de tumbas a nuestra derecha. Me importaba poco si me seguía o no. Como bien había dicho, él había solicitado trabajar conmigo, pero yo no tenía ningún problema en volver al trabajo sola.
-Y segundo: lo que has descrito solo define a los novatos. Y si pretendes tratarme como a una novata será mejor que te largues antes de que decida que la Inquisición se las puede arreglar sin ti.
La bravata escapó de mis labios antes de darme cuenta pero realmente necesitaba decir algo como eso. Los novatos ciertamente solían pasar desapercibidos pero desde luego yo no era una de esas sombras. Ya solo por mi título nobiliario muchos más ojos de los que a mi me gustaría estaban puestos en mí. Y esos ojos eran siempre la coartada perfecta.
-Se quién eres seguramente mejor que tú sabes quien soy yo, así que puedes dejar los sermones para otros espías que a mí me sobran- Me quité la máscara y la guardé en el bolsillo interno de la capa antes de hablar de nuevo- Y será mejor que no me confundas con lo que no soy por que podrías llevarte una desagradable sorpresa.
Me volví hacia él, casi deseando tener la oportunidad de demostrarle que Erika la Inquisidora y Erika la Condesa tenían tan poco que ver como el agua y el aceite.
Cuanto más hablaba, más respuestas mordaces se acumulaban en mi lengua, pugnando por salir y hacerlo callar. Me estaba menospreciando con aquellos comentarios y eso era algo que no permitiría. Sin embargo, tenía que permanecer tranquila y casi imperturbable ante él. Por mucho que eso me costara.
Sin embargo tenía un punto. No lo admitiría, claro está, no fuera a ser que se le hinchara aún más el ego, pero por desgracia, muchos novatos actuaban tal y como él había descrito, haciéndolos demasiado evidentes para el ojo experto, y no tan experto, de quien lucha una guerra.
Mi enfado solo se aplacó ligeramente cuando mencionó que me había estado observando. No me gustaba nada saber que había estado observándome, controlándome, para saber cuan eficiente era. Pero supuse que era su forma de alagar mi profesionalidad, por poco que a mí me gustaran las formas.
Cuando terminó de hablar me levanté del banco y me erguí todo lo que mi estatura daba. No llegaba a verle a los ojos, claro está, pero al menos no me sentía tan inferior de aquella manera. Tirando de todo lo que había aprendido de interpretación, hablé con la mayor frialdad que pude.
-Gracias por el cumplido- dije con gélida ironía- pero creo que hay un par de puntos que aclarar. Primero: que si no lo deseara no me encontrarías jamás. Así que no creas que soy tan evidente.
Eché a andar con tranquilidad junto a la hilera de tumbas a nuestra derecha. Me importaba poco si me seguía o no. Como bien había dicho, él había solicitado trabajar conmigo, pero yo no tenía ningún problema en volver al trabajo sola.
-Y segundo: lo que has descrito solo define a los novatos. Y si pretendes tratarme como a una novata será mejor que te largues antes de que decida que la Inquisición se las puede arreglar sin ti.
La bravata escapó de mis labios antes de darme cuenta pero realmente necesitaba decir algo como eso. Los novatos ciertamente solían pasar desapercibidos pero desde luego yo no era una de esas sombras. Ya solo por mi título nobiliario muchos más ojos de los que a mi me gustaría estaban puestos en mí. Y esos ojos eran siempre la coartada perfecta.
-Se quién eres seguramente mejor que tú sabes quien soy yo, así que puedes dejar los sermones para otros espías que a mí me sobran- Me quité la máscara y la guardé en el bolsillo interno de la capa antes de hablar de nuevo- Y será mejor que no me confundas con lo que no soy por que podrías llevarte una desagradable sorpresa.
Me volví hacia él, casi deseando tener la oportunidad de demostrarle que Erika la Inquisidora y Erika la Condesa tenían tan poco que ver como el agua y el aceite.
Erika Knight- Inquisidor/Realeza
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