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Madriguera de Ratones [Francis Lazerov] 2WJvCGs


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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Vanya Kiryakonova Lun Nov 25, 2013 7:50 pm

El tiempo seguía gris, frío y lluvioso, algo no muy agradable para aquellos que no tienen un lustroso y grueso abrigo con el que guarecerse del frío. Vanya se frotó los brazos para hacerse entrar inútilmente en calor. Tenía que conseguir algo que echarse por encima, pero con sus ingresos a cero y su estómago vacío no había mucho que pudiera hacer. No quería robar, era un pecado, pero cada vez veía más tentadora la perspectiva. No, tenía que ser fuerte y no dejarse engañar por sus demonios. Paseó por la calle cerca del orfanato, ella estuvo a punto de acabar allí tras la muerte de su padre, pero fue lo suficientemente escurridiza como para librarse de él, no era un lugar agradable. Compadecía a los niños que vivían en él y siempre que podía iba a ayudarles. Les pasaba un poco de pan, algunas bayas o simplemente les prestaba la atención que necesitaban. Su "casa", o más bien esa suerte de chabola ruinosa en la que viví no quedaba lejos, a un par de manzanas como mucho. No era una zona especialmente cuidada o rica de la ciudad. Estaba llena de ladronzuelos y gente de mala reputación. Oficiosa como estaba no encontró algo mejor que hacer. Sin trabajo ni tareas pendientes pasearse por aquella zona era lo único que le daba sentido a su día.

Estaba hablando con un par de niños encantadores cuando notó algo engancharse de su falda. Se giró curiosa y vio al pequeño gorrión, asustado como nunca. La picaresca y su sonrisa traviesa habían desaparecido, ahora era solo un niño de ocho años llorando y aterrorizado.-Eh, pajarito, ¿Qué te pasa? Vamos, tranquilo, está bien, está bien...- le habló tranquilizadora acariciando su pelo. Hacía tres años que conocía a ese pilluelo, y desde entonces había robado el corazón de la muchacha, era como el hermanito pequeño que nunca tuvo, o más bien, nunca le permitieron ver. El niño hipó y le explicó que un hombre malo le seguía que sabía quien era y lo iba a matar. Vanya no necesitó más, tomó su mano y echó a correr sin mirar atrás, y sin preocuparse de dónde estaba ese supuesto hombre malo.

Serpenteó por las calles más oscuras, escurriéndose por ellas hasta llegar a su hogar. Metió al niño dentro y cerró con llave.-Tienes que hacer todo lo que diga- Abrió una trampilla escondida bajo su pobre catre desastrado.-Transfórmate en lo más pequeño que puedas. Al final de trampilla hay un pequeño agujero que desemboca en el callejón de atrás. Corre y no mires atrás te dará tiempo suficiente.-Le murmuró apurada dejando un beso en su mejilla. El niño no quería irse sin ella, pero Vanya no podía convertirse en ratón, aunque para la sociedad fuera una sucia rata, seguía siendo humana. Le obligó a meterse allí y corrió la cama de nuevo intentando no hacer ruido.
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Mensaje por Renan Lazerov Lun Dic 23, 2013 2:14 am

¿Es usted un demonio?
Soy un hombre.
Y por lo tanto tengo dentro
de mí todos los demonios.
Gilbert Keith Chesterton


Casi nunca y siempre de mala gana, el inquisidor, le perdonaba la vida a alguien. La razón, siempre era diferente, lo único que perduraba era la condición de aquellos bien librados. O eran pobres diablos, tan miserable, que el terminar con el último de sus alientos significara hacerles un favor o eran pobres pero del alma y del cuerpo. Nunca quiso admitirlo, pero esta última “categoría”  de los perdonados por el verdugo de la iglesia tenían entre sus filas muchos hombres y mujeres en los cuales, Francis, se veía reflejado.

¿Qué has dicho, condenado? — Esta era la primera que Francis se refería como condenado hacía el licántropo que formaba parte, desde hace unos meces ya, de su grupo después de que éste se uniera a ellos — Perdí su rastro — Respondía el condenado, y lo hacía aún con ese tono arrogante que había desarrollado después de ser aceptado en el grupo del que ahora formaba parte — Dime, condenado ¿Por qué estás aquí? — La voz de Francis era áspera y sonaba tranquilo — Tú me has arrastrado hasta este mal oliente agujero, qué quieres que te diga, si eliges perseguir a ratas sin importancia antes de ir por las alimañas más grandes, es tu problema, tú sabrás por qué — En otro tiempo y en otra circunstancias había firmado su sentencia de muerte, ahora, ahora sólo la había prolongado. La única reacción de Francis ante tales palabras sólo fue reír, y eso fue suficiente para que sus compañeros, los no-condenados, aprehendieran al licántropo y lo hicieran ponerse de rodillas frente él — Te diré. Te diré por qué estás aquí y lo hare de una forma en la que puedas entenderlo — Francis había quedado en cuclillas, tal y como si se preparase para hablarle a un niño — Estás aquí porque eres un maldito cobarde, y como tal, te has sometido a la iglesia para evitar ser presa de los designios del señor. Eres como una puta que ante la amenaza de ser golpeada prefiere mamarle la verga a cualquiera que se la ponga en frente — En ese momento Francis se levantó y colocándose justo frente al condenado su posición era tal que su entrepierna era lo único que este podía ver, acto ante el cual el hombre que yacía sobre sus rodillas apartaba la mirada girando su cabeza de un lado hacía el otro — Vamos, condenado, mama la verga de la iglesia, hazlo y glorifica tu sagrado juramento — Las risas de los otros inquisidores no hacían de la escena una menos vergonzosa mientras que el licántropo, resignado, se quedaba sin palabras — ¡Ja!… condenados. Carentes de todo sentido del humor — Una sonrisa más que burlona enmarco aquel ácido comentario — Levántenlo — Con el licántropo ahora de pie frente a él, Francis se acercó a su oído y murmurando un par de palabras sólo para él termino con el asunto y con la aparentemente arrogancia de aquel hombre para siempre.

La zona en la que estaban pertenecía a uno de los muchos barrios pobres de la ciudad, conglomerados que en evidencia eran mucho más numerosos que aquellos que habitaban los más afortunados. Y como algo que sólo podría ser una gran ironía, era el mismo en el que Francis había pasado sus días de pequeño — Vamos, “rastreador”, llévame a el lugar exacto en el que “perdiste” el rastro — En ambas palabras había puesto un acento diferente.

Las calles de parís se hacían más angostas y más enredadas conforma uno se adentraba en los barrios pobres, aunque en muchas de ellas no se veía a nadie transitar, excepto por un par de niños flacuchos que correteaban por todos lados, ignorantes de su condición o uno que otro borracho de cantina que intentaba encontrar el camino a casa. Aquello, inevitablemente le recordaba a Francis aún más los días pasados. El pequeño niño al que buscaban y el cual había sido lo suficientemente astuto como para hacerse invisible ante el olfato sobrenatural del condenado era un mocoso que dada su mala fortuna era colocado en el lugar incorrecto en el momento incorrecto y que Francis, viendo en ello una oportunidad para refrendar su manía de no dejar testigos había reparado en perseguir y darle silenciarlo para siempre en esta vida.

Al final de un intrincado camino de giros y vueltas que pasaban más de una vez por los mismos puntos, evidencia más que clara de que el mocoso había jugado al gato y al ratón con el licántropo, los inquisidores llegaron a una zona de viviendas con pequeñas chozas y casuchas a cada lado del camino y de las cuales no se distinguía donde terminaba una y comenzaba la otra — Aquí fue donde el rastro se mezclo con muchos más — Dijo el licántropo encontrando sus palabras después de permanecer en silencio todo el camino. Francis, ignorando tan obvio y patético comentario se colocó en medio de la calle y comenzó a observar sus alrededores. Pronto, y como si fuera tan fácil obtuvo la respuesta que buscaba con desesperación el licántropo — Verán, señores ¿Alguno de ustedes puede decirme, entre todas estas casas, cuál es la diferencia que nos dirá dónde está escondido nuestro pequeño amigo — Ante la ausencia de respuesta, prosiguió — Las puertas, señores, las puertas. Díganme, si fuesen uno de estos miserables humanos cuál sería su menor preocupación al notar que no poseen nada, nada en absoluto de valor salvo su vida — Nada — Que les robasen… — Con la cabeza baja y una mirada reflexiva, el inquisidor avanzo hasta una pequeña casa situada justo en medio de todas ellas — Que les robasen señores, observen todas las demás casas y verán que ninguna de ellas tiene cerrojo, y si lo tiene está completamente abierto… excepto esta — Colocando la mano sobre la puerta hasta la que se había movido reforzaba su punto — Está cerrada por dentro — Habiendo resuelto el misterio hizo una señal con la manos para que sus hombres comenzaran a rodear la casa, dos por detrás, el licántropo y uno más, el resto, otros dos, montaban guardia frente a la casa. Sin necesidad de decirlo, ellos sabían que fuese lo que fuese que saliera de aquella casa, excepto el inquisidor, debería ser aprensado o ejecutado al instante. Ya habían perdido mucho tiempo y entre más rápido terminaran con esto menor sería la represaría en sus sueldos o en aquellos privilegios que ser parte del grupo de Francis les otorgaba. Por su parte, el inquisidor, comenzaba a golpetear la puerta con movimientos suaves, un ligero y casi inaudible saludo emano de sus labios, decidido desde ese momento a derribar la puerta si nadie respondía a su llamado.
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Mensaje por Vanya Kiryakonova Mar Dic 24, 2013 8:22 am

Aquello era de lejos lo más arriesgado y excitante que había hecho jamás. Sentía la adrenalina correr en torrente por sus venas y el corazón bombeando frenético. Vanya siempre había sido una buena cristiana y una mejor ciudadana, de hecho si se ponía a pensar jamás había incumplido un mandamiento - si no tenía en cuenta el de no robarás- al que ella había nombrado, "tomar prestado". No le gustaba hacerlo, pero cuando sus tripas dolían de no comer y sus brazos estaban tan flacos que daban pena, la tentación había sido demasiado grande, aun a sabiendas del riesgo de perder una mano, pero como dicen... Dios siempre perdona. Paradójico que los hombres que actuaban en su nombre no lo hicieran. Se sentó en la cama estrangulando el bajo de su vieja camisa con los dedos, nerviosa y descentrada.-Ahora qué, ahora qué...- se murmuró a si misma al borde de un ataque. Pero... ¿Qué iba a hacer si no? sabía que era cómplice de un "delincuente", como también sabía que su pequeño gorrión era inocente. Aquel niño risueño podría ser travieso y un pilluelo picaresco, hábil con las manos robando hogazas de pan, pero nada más. Su protegido tenía un inmenso corazón, y la inocencia propia de alguien de su edad, no dejaría que se la arrebatasen o le quebraran el cuello por el mero deseo de un par de matones despiadados sin escrúpulos ni decencia. Pero el problema seguía allí.

-Olor, claro, el olor...- Había visto como a veces rastreaban con perros a los fugitivos. No tenía inciensos ni cosas semejantes como perfumes. Alguien de su clase no los podría adquirir ni en el mejor de sus sueños, pero si tenía una olla y una chimenea ruinosa. Vanya se dispuso a hacer un guiso con lo que tenía, que si bien no era demasiado, daría para embriagar la pequeña vivienda de otro olor. Encendió el fuego con premura y con todo el dolor de su alma echó los ingredientes. Le costaba mucho conseguir aquellos alimentos y de normal los racionaba todo lo posible, pero si quería salvar el pellejo, mejor cubrir todas las posibilidades. Un par de nabos y varias setas eran fáciles de conseguir, un cuello nuevo, no.

Vanya estaba removiendo el puchero con una larga cuchara de palo, creyendo que tal vez nadie la molestaría y que se había pasado de paranoica, cuando escuchó varias pisadas y voces al otro lado de la puerta. Su corazón volvió a latir con violencia y notó como le sudaban las manos de puro nerviosismo, tanto que tubo que agarrar la cuchara con todas sus fuerzas para dejar de temblar. No quería mentir, era una mentirosa horrible, siempre descubrían que no decía la verdad. Apretó los ojos esperando que pasaran de largo, pero no. Dio un respingo al escuchar como alguien intentaba abrir. Había hecho bien en cerrar la puerta por dentro. Sin saber que hacer se llevó las manos a la cabeza.-Vamos, piensa, piensa...- Miró a su cama de reojo y a la alfombra vieja que cubría el suelo. Tal vez en la trampilla... pero no, seguramente sería inútil. Escuchó movimiento alrededor de la casa, eran muchos, o al menos más de los que ella deseaba, que era ninguno. Aquello era serio. Echó mano de su cuchillo y lo guardó en la cintura de sus faldas, oculto en parte por el raído mandil parcheado con retales. Estaba casi segura de que lo iba a necesitar. Tocaron a la puerta y se crispó.-¿Qui... quien es...?- Esperó la respuesta mientras andaba hasta la puerta y respiraba hondo, haciéndose a la idea de lo que estaba por llegar. Tenía que ser valiente, por el niño. Apretaba tan fuerte la cuchara que sus nudillos estaban blancos. Se tomó un segundo de meditación y giró el pomo tirando de él, escuchando como la madera crujía, vieja y podrida.

Tuvo que alzar la mirada para encontrarse con los ojos de aquel hombre. Se sintió ridículamente frágil y pequeña en comparación, tan nerviosa pálida y flacucha. Los hombres armados le daban miedo, sobretodo si eran de su clase. Sus ojos pasearon nerviosos al resto de guardias, creándole un nudo en la garganta.-¿En... en qué puedo ayudarle, mi señor?- las palabras se atropellaban en su garganta como si no quisieran salir por sus labios.-¿Va todo bien?- se dijo que tenía que sonar más segura.-No es normal ver a uno de los vuestros por estos lugares- algo mejor.
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