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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Adrik Ivanović Jue Nov 21, 2013 9:57 pm


"Estaba preparado para todo, excepto para ti"



El sol comenzaba a ponerse sobre el clarísimo cielo azul. Como si el tiempo supiera de la llegada del señor Oleg, todo el día había relucido un sol lleno de ímpetu, bañando a los sirvientes del castillo medieval con su calor. Era algo insólito por encontrarse en una estación tan fría del año, por lo que los videntes del amo Iván, el padre de Oleg, habían considerado un buen augurio que el sol brillara antes de la llegada de la prometida de su hijo.

A pesar de todas las fechorías que había hecho el hijo de aquel poderoso hombre, parecía que aquella hermosa y rica joven había deseado casarse con él. Cosa que lo había sorprendido, pues aunque aún era virgen y poco sabía de las mujeres y sus misterios, siempre había considerado que el heredero de Iván tardaría muchísimo más en obtener un sí de cualquier mujer. Incluso si su prometida hubiera tenido tres brazos, Adrik seguía pensando que si fuera inteligente iría en sentido contrario al altar. Mucho más cuando él había tenido que observar todas las cosas horribles que le había hecho a las mujeres del castillo. Su “hermano” era un monstruo. Sí, era demasiado extraño que alguien tan común como él pudiera tener la osadía de llamar al primogénito de un miembro de la realeza, con el término hermano. Pero había sido la primera hombre que años atrás él le había dado, y como buen sirviente que era, cumplió con su exigencia.

Aún le sorprendía que alguien tan hermoso por fuera, tuviera tanta oscuridad en su interior. Incluso ahora, tantos años después a su encuentro, podía verlo de la misma forma en que lo vio aquel día. Sentado sobre un gran escritorio de madera oscura, con sus delgados brazos cruzados sobre un pecho adolescente. Lo primero que llamaba la atención en él no era su rubísimo cabello, tan claro que parecía blanquecino. Ni siquiera la extraña tonalidad de sus ojos azules con pintas violetas. Era su boca. Sus labios delgados parecían tener siempre una mueca de inconformidad, como si todo lo que sucediera a su alrededor le molestase. Sin embargo, en el momento en que su padre le dijo que él sería su cabeza de turco, Oleg le había dedicado una sonrisa.

- ¿Cómo te llamas?- Le había preguntado aquel jovencísimo Oleg, dedicándole la primera sonrisa que había visto desde que lo separaron de sus padres, comprándolo como si fuera un animal. Aquel instante, en que aquella criatura brillante le había dado lo único que él extrañaría de su madre, supo que él lo seguiría a donde fuera. Por un momento, ser el juguete de un adolescente no le pareció tan malo como le habían advertido. Ni siquiera la idea de recibir sus castigos le hizo arrepentirse de haber ocupado un lugar cerca de aquel joven.

- Adrik, señor- Le susurró con cierto miedo. Sentía un nudo en su estómago, un pesado eslabón de una cadena metálica invisible que lo unía a aquella persona. ¿Cuánto tiempo tendría que pasar a su lado para ver a sus padres de nuevo?, había pensado su yo de cinco años. Incluso ahora, siendo un adulto se lo seguía preguntando, pero en aquel entonces, pensó que de verdad algún día los vería si se portaba bien.

- Bien Adrik. ¿Sabes que tú recibirás todos los castigos que debería recibir yo por mi mala conducta?- Los ojos de Oleg brillaban en su memoria como lenguas de hielo, frías esferas que lo perseguían en todas sus pesadillas. El dolor de una primera cachetada resonó en la habitación. Un solo golpe que lo había lanzado a los pies de Oleg, quién lo miraba con demasiada curiosidad. Sin saber muy bien quién de los guardias le había dado el bofetón, se levantó sólo para recibir una patada de otro guardia. – Basta.- Susurró su amo mientras me agarraba el estómago con lágrimas en los ojos. Nunca había sido tratado con tanta rudeza. – Fuera, ¡¡fuera!!.- El grito enfadado de Oleg llenó la habitación, y después de que el ruido de pies se esfumase con el golpeteo de una puerta que se cerraba, sintió una mano que le recorría la mejilla enrojecida. – Mírame, Adrik.- Le susurró la voz de aquel joven que había expulsado a sus hostiles asaltantes.

Sin pensarlo, levantó los ojos llorosos hacia su amo. Lo que vio en aquellos ojos aún hoy lo hacía estremecer, pues jamás había sentido tanta intensidad en una mirada tan joven. Podía sentir el aliento de su señor sobre su rostro, al igual que aquel sonrojo que comenzaba a aflorar en su pálida piel. – Tan hermoso….- Aquellos fríos dedos pasaron de la mejilla a sus labios, pero igual que aquella caricia había venido, se fue. Rápida, fugaz. Igual que aquel sentimiento que llenaba los ojos de Oleg mientras le había adulado. – A partir de ahora me llamarás hermano. Tu dolor te unirá a mí, Adrik. Recuérdalo siempre, cuanto más sufras más cerca estaré de ti.-


"- Cierra los ojos, ahora olvida lo que ves, ¿Qué es lo que sientes?
+ Mi dolor y... ¡tu dolor!
- Ves... somos idénticos."


Ahora, muchos años después y en plena adultez, él sabía que su joven amo no era alguien al que desearías tener cerca. Nunca recibió un maltrato excesivo, sólo golpes y palizas del amo Iván que le eran recompensadas con las tutorías de profesores ilustres, ropa cara y comida. Para él no era un trato tan malo, pues por lo demás su vida era plácida en el castillo. Su sonrisa hacía que las cocineras o sirvientas le ayudasen a escapar de Oleg. Aunque jamás se libraba del peso de sus ojos claros, podía sentirlos por la noche mientras dormía, siempre cerca de él. Pero a la luz del día, su amo jamás le dirigía la palabra, sus miradas no coincidían aunque él lo obligara a estar a su lado. Siempre creyó que en algún momento él terminaría pidiéndole lo que sus ojos ansiaban cuando le recorrían el cuerpo, pero por alguna razón no fue así. En su forma, Oleg lo amaba de la única forma enferma que podía y su padre lo sabía. Quizás por ello llevaba la marca de tres latigazos en su espalda, producto de su última paliza. Para Iván, cuando Oleg se fugó del castillo con otro hombre, Adrik fue el instigador. Lo castigaba por el acto que había hecho su hijo, pero sus ojos le decían otra cosa, lo condenaban por no ser lo suficiente como para atar a su hijo a aquel castillo.

Pero todo había salido bien para Iván, pues al final su hijo volvía a casa con una mujer a su lado. Una que le daría hijos y que para su bien, lo alejaría para siempre de su lado. Este día se sentía pletórico, pues ya su función de cabeza de turco no sería necesaria. O al menos eso pensó cuando se irguió junto al resto del personal frente al castillo, todos bien aseados y uniformados para su señor y prometida. El viejo Iván se paseaba frente a ellos nerviosos, siendo un punto errante frente a aquellos sirvientes. El ruido de un carruaje se escuchó antes de que los caballos asomasen por el largo camino que llevaba al Castillo. El sonido de los cascos creaba una aceleración de su corazón, mientras sus pies se movían despacio con nerviosismo.

Cuando el carruaje se detuvo, se podía sentir la tensión del momento, como un peso que se cernía sobre todos. Incluso él, que veía las puertas de la libertad tan cerca, podía apreciar el movimiento sutil de aquellas mariposas que atacaban su estómago. Un suspiro ahogado salió de sus labios cuando Oleg se bajó del carruaje y miró en primer lugar a la fila de sirvientes. Sus ojos siguieron la larga fila hasta que cayeron sobre los suyos, haciendo que la sonrisa que había extendido como bienvenida tambalease. Él pareció entender aquello, pues sus labios le brindaron una sonrisa deslumbrante, dejando que sus ojos brillasen con picardía. Aquella exposición de sentimientos lo abrumó, pues Olef jamás había mostrado nada ante él. Sólo una vez lo había hecho y él había recibido una paliza. Así que ahora el pánico se adueñó de su cuerpo cuando su joven amo caminó hasta él, ignorando a su prometida, quien había bajado del carruaje y hablaba con el amo Iván.

- Adrik…- Le susurró Olef cuando llegó a su lado.- Esta noche quiero que me esperes en mi habitación. – Un dolor se extendió por mi pecho, mientras mi rostro le mantenía una sonrisa cordial a su amo.

- Como desee, hermano.- Su voz salió con un toque de pánico, casi estrangulada en la garganta. Eso pareció divertir a Olef, porque lo miró por el rabillo del ojo con clara diversión. Su prometida se acercó a nosotros, tomada del brazo de su padre. La gran palidez de su cuerpo me hizo parpadear con incredulidad. Jamás había visto un tono tan blanquecino, ni siquiera en la piel lechosa de Olef. Pero cuando sus ojos se levantaron hacia mí, un estremecimiento recorrió mi espalda. Por primera vez en mi vida quise correr, ni siquiera la amenaza de una paliza me hacía querer parar ése instinto de supervivencia que se agitaba dentro de mí. ¿Cómo todos podían permanecer a su alrededor?. ¿Era el único que había sentido la peligrosa mirada de ella, o había sido al único que se la había brindado?.

"El silencio es el grito más fuerte."
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Mensaje por Cora A. Samaras Jue Ene 02, 2014 4:40 pm

“El verdadero precio de todo, lo que todo realmente le cuesta al hombre que quiere adquirirlo, es el esfuerzo y la complicación de adquirirlo.”
— Adam Smith

Nuestro principal enemigo, el sol, el astro rey, el único que realmente podría lastimarnos. Sentía cierto odio hacia él, pero como muchos, también una gran tristeza, una melancolía, que invadía cada parte de mi cuerpo. ¿Quién no extrañaría algo que se te fue prohibido? Se convierte en aquella manzana prohibida, que Eva ofreció a Adán, hace tanto miles de años. Nuestra manzana prohibida, duele, nos hace daño, pero aun así, quisiéramos probarla, al menos por una última vez, yo soy feliz, con saber que cada día que me levanto, el ha estado allí, haciendo su trabajo, dándole calor a los mortales, mientras, yo me alimento de ellos. Con cada muerte, yo vivo, con cada vivo que llega a mis garras, veo en su memoria el nacimiento y muerte del sol, por ahora no necesito conocerlo, por ahora no, gracias pero no.

Los humanos eran fáciles de engañar, con solamente unas falsas escusas, como que, aun no estaba acostumbrada a la zona horaria del lugar, luego de pasar cierto tiempo en oriente, con mi amada madre; quien había desaparecido, en realidad hace mucho tiempo. Con eso me dejaban tranquila, ya luego de que el sol se escondía, yo aparecía, reluciente, hermosa, con un brillo extraño en mis ojos, un brillo que solamente apareció, cuando Federico decidió dejarme definitivamente, fue una experiencia desgarradora, que me hizo cambiar muchísimo, tanto que, cuando me veo en un espejo, en ocasiones no puedo ver a la dulce prometida, que alguna vez quiso amar a un solo hombre, por el resto de su eternidad.

─ ¿Por qué tan callado amado Oleg? ─ preguntaría una noche al verlo tan perdido en su mente, el cual era un mar tormentoso, peor que a los que los viejo y rudos vikingos e enfrentaban, mi rostro pálido, buscaba suavizarse, pero su hostilidad hacia que se endureciera, cada vez más, poco a poco crecía en mi, el deseo de aniquilarlo completamente, solamente lo mantenía con vida por culpa de su gran riqueza. Deje salir un suspiro, definitivamente aquel hombre estaba dañado, por eso no podía amarlo completamente, para al menos disfrutar su cuerpo y así crear la ilusión de que realmente fui amada ─ Deja de llorar por tu estúpido amante, lastima, a lo mejor tu padre lo mando a matar─ era mentira, una vil mentira, yo, con mis propias manos y bebí de su sangre corrompida por la lujuria de un fruto prohibido como era el estar con el mismo sexo, era una muerte necesaria, para poder atarlo en un destino, mucho peor, del que quería crear, junto con ese hombre decadente.

Según todos, yo sería la salvación, la virgen, que volvería a poner todo en su lugar, Oleg, trataba fielmente de creer en eso, mientras juntos salíamos de aquel carruaje, luego de notar la mueca de amargura, después de recordarle tal hecho, yo solamente me reía a mis adentros, eso me ayudaba a verme, más viva, amable, alegre, por tal hecho… si tal solo Oleg fuera normal, deseaba, para así poder amarlo, al menos un poco, solo un tanto, pero no, mis ruegos no los escuchaban los dioses, pues el que solamente me podría escuchar seria Hades, mi señor, mi verdadero padre, desde que he estado muerta. Mi cuerpo como tal, no se movió, hasta unos pasos mas allá del carruaje, me detuve, separándome de Oleg, que corría como animal en celo, en busca de un culo, en donde practicar, su infertilidad, el viejo, el que verdaderamente era importante, se acerco a mí, con una amplia y gran sonrisa, entrecerré mis ojos, manteniéndolos fuera de su alcance, respetuosa debía ser.

─ Mi señor…─ realizaba una elegante reverencia ─espero ser la mujer indicada, para traerle, todo lo que necesita y ansia en su familia, prometo nietos sanos y fuertes…─ y mis encantos dieron resultados, si haya podido traer de vuelta a Oleg, debía ser una gran mujer o eso pensaban todos de mi. Sin hacerme esperar, me acerque a mi futuro esposo, junto con el brazo de su viejo padre, quien había quedado encantado conmigo, casi deduciría, que si no estuviera con una estrecha relación con su hijo, el mismo me desposaría. Todo allí eran sencillos, con males, pecados escondidos en la piel, por eso me sorprendió notar en toda aquella mierda, un diamante tan brillante, bello y puro como ese muchachito, que parecía temblar, con solamente la mirada de sus superiores. Ladee mi rostro ¿a que le temes corazón? Me pregunte, mientras aquel fino y malicioso brillo de muerte, parecía destilar por mis ojos. ¿Acaso tú eres suficientemente sensible para saber que algo está mal? Muchos lo sentían, lo sabían, pero preferían callarlo. ¡Olvidarlo, por el bien de muchos!.

─ ¿Qué sucede? ─ pregunte llevando una de mis manos a mi rostro, el cual toque delicadamente con la llena de mis dedos ─ ¿no soy lo suficientemente hermosa como para tu “hermano”? ─ sonreí levemente, una sutil sonrisilla, llena de arrogancia, pero que fácilmente se disfrazaba con la falsa dulzura, que esta flor muerta destilaba, por cada poro, para no revelar la realidad de su ser. ─ La noche es joven…─ sujeto a su prometido del brazo, besándolo en la mejilla, para luego acomodar su cabeza entre los hombros ─aunque aún demasiado joven para hacer descendientes ─ mirada se dirigió al dulce hermano de mi prometido, con una dulce sonrisa o algo parecido ─¿acaso debo solicitar que me enseñen este lugar o como dulce caballero me lo ofrecerá? Joven… ¿Adrik? ¿Es así? ¿Lo he pronunciado bien?─ pregunte, mirando a todos los que estaban mi alrededor, quien asentían, suavemente, con estúpida inocencia. Lástima, que Adrik solamente era un sirviente mas… hubiera sido diferente, si me hubiera comprometido con el…
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Mensaje por Adrik Ivanović Lun Abr 14, 2014 10:50 pm

¿Tenéis valor? No el valor ante los testigos, sino el valor de los solitarios, el valor de las águilas que no tienen ningún dios espectador




Sentía tanto miedo que apenas podía controlar el ligero temblor que sacudía su cuerpo en contra de lo que él deseaba. Mostrar una debilidad  así delante de sus amos podría significar un duro castigo. Él no deseaba probar de nuevo la caricia del látigo. Tenía tres marcas en su espalda, las únicas que habían terminado sin suficiente piel con la que curarse debidamente sin dejar cicatriz. A pesar de la abundante paliza, las manos de las doncellas habían sido amables y casi mágicas, curando con su mejunje de plantas medicinales y alcohol la piel despellejada. Después de dos semanas fue capaz de volver a realizar casi todas sus tareas. Pero ahora era demasiado mayor como para poder curarse de igual forma. Quizás por eso la palidez que había tomado su rostro al ver a la prometida de Olef se profundizó hasta que su rostro tomó un tono ceniciento y enfermizo.

- Mi señora.- Dijo con rigidez, inclinándose profundamente ante ella, doblando la mitad de su cuerpo en una elegante pero brusca reverencia. – Ruego que disculpe mi abusivo y torpe comportamiento. Pero todos los sirvientes podrán decirle que nada sé acerca de cómo tratar a una mujer de su clase.- Se levantó con un ligero rubor en sus mejillas, pero se obligó a mirarla a los ojos para expresarle su sinceridad a la hora de disculparse. Además de su pánico a ser castigado, no deseaba molestar a la señora que pronto ocuparía un lugar relevante en aquella casa en la que él vivía. Quizás después de su enlace pudiera ser liberado, sus servicios principales consistían en ser sólo la pieza que cobrase los castigos que su amo se merecía. Pero ya era un hombre. Uno que iba a desposar a su prometida y que pronto sería el dueño de todo aquello que su padre había guardado celosamente entre sus avaras manos. ¿De qué serviría para entonces?.

Sus labios esbozaron una sonrisa brillante e inocente, una mueca reflejo de la esperanza que albergaba su corazón. Su mente no podía evitar pensar en lo que haría cuando fuera libre de las garras de sus amos. Quizás recorriese el mundo. Quería ver aquellos paisajes que había estudiado en los libros que Olef había descartado al no tener relatos salvajes de batallas. Su favorito eran aquellos montículos enormes de piedras que había en Escocia. Tanto misticismo y sabiduría grabados en aquel lugar abandonado y alejado de todo. Casi como él. Un hombre bruto que apenas sabía de nada que no estuviese en los libros que él había estudiado con tanto fervor. Rodeado de tanta gente que no tenía nada que ver con él. Aquellas piedras abandonadas y él tenían eso en común. Eran un algo y a la vez la nada.

- Si lo desea, acepte la humilde oferta de enseñarle su futuro hogar. Tome mi mano como ofrenda de mi más sincero perdón. Intentaré no volverla a ofender, mi señora.- Le tendió una de sus manos, sabiendo que ésta había sido debidamente limpiada por las ayudantes de cámara de su señor Iván. Aquellas mujeres por alguna extraña razón insistían en bañarlo y vestirlo. Incluso a veces lo ayudaban a enjabonarse la espalda. Eran unas jóvenes amables y muy consideradas. Gracias a ellas se había librado muchas veces de la paja que cubría su rebelde cabello. Incluso en más de una ocasión habían limpiado sus ropas para que el amo no supiera que había participado en las pruebas de hombría que se realizaban en el pueblo vecino. Le orgullecía saber que había tumbado a tres jóvenes con sus puños. Aunque después debía dar explicaciones sobre las heridas que cubrían sus nudillos. Sólo dios sabía lo que le haría Olef si supiera que su hermano era una bestia salvaje y vulgar como los campesinos que odiaba.

Recordó a su hermano y lo miró con el cariño que le tendría un perro fiel a su amo. No porque fuera el mejor hombre de todos, sino porque en el fondo era el suyo. Le pertenecía y él no era de esos niños mimados que mordían la mano de su señor sólo por ser tratado como lo que era, la escoria de los campesinos. – Aunque eso es sólo si me cedéis el derecho, hermano.- Olef sólo se rió y asintió, dejando la mano de su prometida sobre su brazo. – Gracias, mi señor. – Los ojos del señor Iván eran dos pozos negros de odio. Iba a recibir un castigo por aquello. Se había olvidado que él era sólo un criado, independientemente de que fuera vestido como un joven amo. Ni siquiera sus habilidades con los idiomas, los instrumentos o sus conocimientos de política le quitarían aquella mancha. Él seguiría siendo lo que era por nacimiento. Ni el oro le quitaría aquel título como rey de los sirvientes.
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Mensaje por Cora A. Samaras Miér Jun 04, 2014 10:04 pm

Era un total disfrute ver como las almas humanas eran tan inocentes para caer en sus garras, era hasta algo aburrido pensar que no tenían la suficiente inteligencia como para captar mi verdadera naturaleza. Era yo una buena artista de la mentira, sigilosa y acertada, buscaba siempre los puntos importantes los cuales poder explotar, esta familia parecía ser más interesante de lo que lo imaginaba, cada personaje que llegaba a integrante de este hogar me parecía intrigante, pero había uno en especial que llenaba mi corazón de pura adrenalina al imaginar lo que podría a llegar a pasar si me encaprichaba con él, mi mente era sabia, los años me habían enseñado que era mejor ser sensata y centrada, pero todo parecían dármelo en bandeja de plata y simplemente no podía resistirme a probar un poco de lo prohibido.

El no era como los demás, me encantaba poder saber que en su interior percibía mi diferencia que los todos los demás parecían obviar cegados por el interés que había aun mas mayor el asunto de ser la prometida que en mi procedencia y misticismo, tal vez no se percataba de su habilidad, pero muy en su interior sabía bien que no era una persona común y corriente, lamentablemente la mente juega mucho con los pobres hombres y obviaba los mensajes importantes que le daban sus instintos más primitivos de supervivencia. ¡Qué bello diamante en bruto había aquí! Me encantaría tomarlo en mis manos y moldearlo, lustrarlo y darle la forma perfecta que se merece. Naturalmente estaba ansiosa y en mi mente volaba más de una idea al mismo tiempo y todas las incluían aquel joven de educación pobre y comportamiento temeroso.

― Que cortes es usted ― dijo en un tono suave, mire al viejo que tenía un semblante serio y sombrío que veía la escena con una mirada de cierto reproche al ver que su hijo se permitía quitar a su prometida por un simple plebeyo. Pobre joven, me imaginaba los castigo que recibía, la lastima me movió y le dedique una sonrisa al anciano ―! Que servidumbre tan excepcional! Debo felicitarlo mi señor Iván, me han impresionado ― me aferro a su brazo como bestia a su presa ― los dejare solos para que puedan conversar, necesitáis un tiempo padre e hijo y no quiero estorbar ― me alzo levemente los hombros mientras esperaba que el joven le indicara el lugar.

¿Qué sentido tenía hacer este juego? Ya se había olvidado el numero de los hombres que había engañado y con su fortuna familiar terminar poseyendo, al final le era sumamente divertido ver como pasaban los años y todo terminaba olvidándose, quedando enterrado por el pasar de tiempo. ― ¿Crees que en un futuro seamos olvidado también? ― pregunte mientras caminaba con un paso tranquilo mientras Adrik parecía intentar explicarme la orientación de aquel gran lugar, pero la verdad era que poco me importaba, aun así me gustaba escucharlo hablar, con su voz me perdía, me daba risa ver sus tartamudeos e inseguridades que trataba de ocultar, para mí era un pequeño tratando de enfrentarse al mundo.

― ¿Te intimido? ― pregunte directamente, mientras lo veía a los ojos, con una sonrisa socarrona en mis labios ― haces bien… ― mis labios se movieron un poco, tal vez ni había escuchado lo que había dicho,  lo había dicho algo bajo, solamente para mí, pero lo suficiente como para que el oído humano lo captara, si es que deseaba hacerlo. Hecho un leve vistazo a lo que me mostraba, dentro de unos tres días todo lo que veía seria mío, sonreí levemente, el también seria de mi propiedad y podría hacer lo que quisiera con él. Comenzaba a pensar que había sido una maravillosa idea haber elegido aquel joven que huía de sus responsabilidades y parecía que no deseaba nunca establecerse, que bueno era tener un poco de persuasión y mis años de experiencia para poder convencer a cualquiera.
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Mensaje por Adrik Ivanović Miér Sep 10, 2014 8:58 pm


“Dos cosas anhela el hombre de verdad: el peligro y el juego, por eso quiere a la mujer, que es el juguete más peligroso.”

Nietzsche





Las felicitaciones de aquella dama parecieron aplacar la llama del odio que había comenzado a incendiar los ojos de Iván, una fiesta de oscuros sentimientos siempre parecía danzar en las claras esferas de su amo y señor. Él le temía, al igual que el resto de la servidumbre, con motivos más que evidentes. Padre e hijo compartían algo entre ellos, por muy difícil que pareciera al verlos ahora juntos, de pie, hombro con hombro. Ambos eran dos seres imprevisibles, jamás sabías qué ocurriría dentro de su mente, ya que hacían las más atroces fechorías con una sonrisa y lloraban cuando se les concedía un deseo. A veces creía que su problema residía en que jamás serían libres de una cárcel que ellos mismos habían concebido para su salvaguarda.

- Es usted muy amable, mi señora. – Le respondió a su cumplido con una mirada nerviosa que iba de ella a Iván, y de Iván a su hijo. Cada una de aquellas tres personas parecía querer estar a solas con él, aunque, con total certeza, por motivos diferentes. Iván sólo deseaba castigarlo, quizás por su inutilidad ahora manifiesta al haber aparecido su hijo junto con su futura nuera. Olef, a diferencia de su padre, parecía más que ansioso de tener a su juguete de nuevo a su disposición. Y su prometida, además de hacerlo estremecer cada vez que lo miraba a los ojos, era un muro imposible de interpretar.

- Por favor, permítame comenzar a guiarla.- Su sonrisa amable jamás vaciló en su rostro, sino que se mantuvo como si ella realmente no pudiera afectarlo. Y en cierta forma, así era, ella le era tan adorable como el resto de las mujeres. Gracias al haber sido mimado por muchas de ellas, era como un niño indefenso ante todas sus demandas. A cambio de que ellas lo protegieran, él las ayudaba en las tareas más duras o pesadas, cargando numerosas pilas de ropa húmeda sólo por ver una sonrisa de alivio en los rostros de mujeres cansadas.  Pero Cora no era cualquier mujer, ella era diferente a todas las grandes damas que había visto. Sus palabras eran casi como de otra época, perfectamente entonadas pero dotadas de una chispa de indudable picardía. Eso despertaba su curiosidad, porque la hacía una fuente de información nueva. Quizás pudiera ganarse su amistad antes de que tuviera que marcharse.

Caminó junto a ella, controlando que sus pasos jamás sobrepasaran una velocidad excesiva para alguien acostumbrado, como él, a correr por los pasillos. Técnicamente volaba sobre el suelo sin hacer ruido para no causar ninguna incomodidad a Iván, estando donde él lo necesitara, antes de que su mismo señor llegara  a saber  que lo necesitaba. Había perfeccionado la técnica de estar y a la vez no, dejando que fuera el mismo Iván quién decidiese si tenía que hablar o no. Sólo se quedaba de pie, junto a la pared, esperando a su llamado. Era un príncipe condenado al ostracismo, a ser un mero fantasma que seguía a su señor para que cuando le hablara, pudiera convertirse en persona y poder escuchar el sonido de su propia voz.

Explicó cada una de las cosas que consideró importante, desde los cuadros pintados por la madre de Olef, hasta los muebles traídos de Francia por un capricho de su prometido. Quería que supiera todo lo que pudiera ayudarla a conocer no sólo su nuevo hogar, sino la personalidad que de ambos hombres, a través de los objetos. Iba a hablarle de las figuras que habían sido talladas en uno de los arcos que tenían sobre sus cabezas, cuando su pregunta lo enmudeció. Sus ojos pasaron del arco al rostro de Cora, quedándose allí para pensar su respuesta antes de que su nerviosismo volviera a hacerlo tartamudear.

- Esa es una pregunta un tanto cruel, mi señora. – Sobre todo cuando se la planteaba a él, el fantasma de un Castillo. ¿Cómo no decirle a ella, cuando sus labios parecían burlarse del pobre chico que era, que le dolía tan siquiera pensar que jamás marcaría la memoria de alguien como ella lo haría sólo por su riqueza y posición?. – Pero no debe preocuparse, su prometido jamás osaría olvidarse de alguien como usted.  Si me lo permite, creo que su presencia es algo inolvidable para cualquiera. – Se sonrojó al darse cuenta que sus palabras eran demasiado atrevidas como para ser adecuadas para una dama. Así que apartó sus ojos de ella y se aclaró la garganta antes de comenzar a explicar cada una de las figuras del arco.

De nuevo, otra pregunta lo dejó en silencio. Aunque esta vez no se atrevió a mirarla, sólo se quedó mirando, con un interés renovado, todas las figuras que colgaban sobre ellos. Deseaba poder tener la habilidad de Olef para evadir preguntas que no deseaba contestar, pero él siempre debía tener una respuesta para sus amos. Así que aunque quisiera no responder, sabía que debía hacerlo.

- Sí, lo hacéis.-  Un suspiro salió de sus labios antes de que se atreviera a soltar su mano para apartarse de ella. Caminó hacia el cuadro que tenía a su izquierda y se metió una de sus manos en el bolsillo de su pantalón. Con la otra despeinó un poco su pelo, siempre descolocado por alguna extraña razón, intentando explicar lo que él mismo no podía hacer para sí mismo. – Me gustaría poder daros palabras más elocuentes, pero sólo puedo decir que usted me hace querer correr hacia mi habitación, anhelando encontrarme tras el refugio de las sábanas.

Giró su cabeza hacia ella, dedicándole una intensa y seria mirada de sus ojos verdes. A veces había cosas que los ojos explicaban mejor que nada. Y esta, era una de esas ocasiones en las que las palabras sobraban.

- ¿La satisface mi respuesta, mi señora?- Le dijo con una pequeña sonrisa pícara y retadora que había nacido en él, quizás desde el instante en que ella bajó de ese carruaje. Porque hasta ese momento, nunca, en toda su vida, sintió tantos deseos de huir de alguien.


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Mensaje por Cora A. Samaras Lun Sep 15, 2014 8:49 pm


“ La pasión a menudo convierte en loco al más sensato de los hombres, y a menudo también hace sensatos a los más locos.
— François De La Rochefoucauld


Adrik inútilmente trataba de explicar con sus simples, pero adecuadas palabras, todas la magnificas obras que llegaban a estar colgadas en cada rincón del lugar. No negaría que me eran hermosas, una parte de mi se alegraba de ver tan buen gusto rodeando el lugar. La misma mansión llegaba a ser una obra de arte, la cual estaría encantada de poseer más adelante. Mis ojos veían todo con aire de pertenencia y el era parte de todo este macabro juego, que me había ingeniado en mi mente. Me encantaba, no podía negarlo, sería un crimen reprimir mis verdaderos sentimientos. No estaba en mí hacerlo; pero llegaba a ser divertido ser discreta ante ellos. El era uno de aquellos seres que llegabas a encontrar tan raros que podrías pensar que estaban extintos. Debían pasar siglos antes de poder volver a apreciar alguien como él. También llegaba a ser la clara evidencia que la vida nunca era justa con las buenas almas.

— ¿Palabras más elocuentes? — sonreí con cierta ternura, mi cuerpo comenzaba a emocionarse de tenerlo tan vulnerable, tan cerca. Podría llegar a destruirlo fácilmente, pero sería una total perdida si lo hacía. Necesitaba darle espacio, aunque no mucho. Era necesario que al perro se le estirara un poco la correa para que no se sintiera tan ahogado. Pero siempre había que mostrarle que estaba a tu disposición, que el control lo tenía otro — Eres el más locuaz aquí, querido Adrik — Mire el cuadro que estaba cerca de él. Gracias a mis sentidos agudizados podía ver detalladamente cada trazo dado por el pintor, los errores que solamente le daban más valor artístico.

— Somos el claro hecho de que la vida…. — me interrumpí, mire hacia el suelo, encontrándome con un piso perfectamente limpio, podía ver claramente mi silueta en ella — Nunca será buena con ninguno de los dos — me encontré sus ojos con un brillo intenso cuando alece la mirada.

¿Verlo envejecer? No era lo adecuado, sería imperdonable para mí que dejara que los años pasaran sobre él. Cualquiera se podría morir, pudrir bajo los cimientos de este lugar, pero Adrik sobreviviría a los años, a los siglos. Mis ojos recorrieron todo su cuerpo, estaba en la edad perfecta, no había escusa alguna para no hacerlo, aun así llegaba a detenerme el simple hecho sentimental de que pudiera ser muy brusca la trasformación. Dejaría que pasara unos días después, lo acosaría, lo haría mío de todas las formas posibles y luego terminaría siendo uno de los míos. Mi compañero, el sustituto de mi madre, el amante predilecto.

— Quiero que seas mi mano derecha en este lugar, Adrik — dije en una voz suave y tierna. Aun así era más una orden que un deseo — Te sugiero que disfrutes los amaneceres como si fueran el ultimo que fueras a ver — mis pasos se aproximaron a él. Dos, tres y estaba tan cerca que podía escuchar a su corazón latir, su vena en su cuello palpitar seductoramente. Le daría la oportunidad de vivir como humanos unas horas más, unos días, tal vez. Luego todo lo que había conocido cambiaria drásticamente. Deposite un beso en su mejilla, delicadamente, sintiendo como su cuerpo parecía no querer reaccionar ante mi acercamiento, un acercamiento descarado, ciertamente. — Estoy algo cansada por el viaje ¿Podrías llevarme a mis aposentos? — suspire levemente. ¿Qué castigos llegaría a sufrir si nos encontraban así? Sería divertido presenciarlos. Pero sería una lástima no ser yo quien los llegara a ejecutar.

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Mensaje por Adrik Ivanović Lun Oct 06, 2014 7:41 pm



”Las sombras pueden matar. Y en ocasiones un hombre muy pequeño puede proyectar una sombra muy grande”.




Había creído que la señora se enfadaría por su brusca sinceridad, quizás su amo Iván tuviera razón y no era más que un bruto animal de carga. No sabía cómo tratar a una mujer, dentro de ello se contaban desde las granjeras que traían los productos que habían cosechado en los terrenos de su señor, como todas las sirvientas. Eso le hacía terriblemente difícil el saber cómo comportarse ante una dama y no podía contar con el ejemplo de Olef, ya que su hermano tenía la manía de quebrantar todas las normas. Ya fueran de decoro, morales e incluso legales, fueran las que fueran, Olef siempre terminaba rompiéndolas todas y, como siempre, él pagaba por ellas.


- Por favor, mi señora, no diga tales palabras.- Sus ojos se llenaron de lástima, una fuente de compasión que jamás tenía sequía en un corazón tan puro como el suyo. Se llevó una mano a su cabello, despeinándolo con incomodidad y cierta vergüenza de sí mismo por no saber cómo confortarla.


- Su vida nada tiene que ver con la mía, usted gozará de la protección de todos aquellos que habitemos dentro de este Castillo. - Bajó su mano y la miró a los ojos, por un instante, hubo un momento en que sintió cómo había una comunicación no tácita entre ellos. Sólo el peso de sus miradas como única conversación de sus almas. Pero él había aprendido, por las malas, que a veces sólo hacía falta eso; una mirada. Los humanos tendíamos a decirnos en silencio lo que no podía ser expresado en alto.


- Sé que hay situaciones en las que el miedo nos impide disfrutar de todos los cambios que suceden en nuestra vida, así que, como su hermano, hágame caso mi señora. Quizás su esposo no sea el mejor hombre, incluso puede que estas lejanas y frías tierras no hayan sido lo que soñó para usted.- Le dio una sonrisa tierna, intentando darle el ánimo suficiente para sincerarse. Al fin y al cabo el estaba diciendo lo suficiente como para ganarse el que cortasen su lengua, silenciándolo para siempre. Cosa que entendía perfectamente al escuchar sus atrevidas palabras. Pero no había nadie como él, un sirviente convertido en el muñeco de los castigos del primogénito de su señor, como para conocer lo que era enfrentarse a una obligación que no deseaba tener. Suponía que los matrimonios no siempre sucedían por amor, y si ella había hablado de injusticia, sólo podía pensar en que ella había sido llevada al lado de Olef en contra de su voluntad.


- Pero prometo que la experiencia valdrá la pena. Mi hermano la observa con evidente cariño, sólo puedo suponer que usted ha robado su corazón, así que él la protegerá e impedirá que pase hambre. Y estas tierras son mágicas. - Su voz se llenó de orgullo por aquella parcela del mundo en el que él había nacido y crecido. - La nieve domina su superficie durante un largo periodo, pero cuando se derrite, deja entrever el tesoro que ocultaban. Nunca sabes que hay debajo de ella. - Se rió, sintiéndose feliz de haber podido decir algo con el suficiente sentido como para confortar el ánimo de su nueva señora. Él sólo quería ser un criado útil, que su vida tuviera sentido para que no se deshicieran de él o fuera castigado con crueldad.


Pero cuando ella se acercó a él, sus ojos la miraron con incomprensión, dándole una mirada inocente que no entendía el motivo por el que se movía hacia él. Aunque cuando su cuerpo rozó su pecho, sólo pudo sonrojarse ante aquella extraña y desconocida mezcla de halagos y el beso en su mejilla. Su nariz picaba por el olor de ella acariciándole, incitándole en pensar en ella con curiosidad, intentando adivinar qué flores se ocultaban en el perfume que acariciaba su piel.

- Gra-Gracias, haré como ordena. - Inclinó su cabeza con suavidad, mostrando cierta deferencia hacia ella, aunque en realidad quería retroceder y poner distancia entre ambos. Algo le decía que debía hacerlo, que no estaba bien el que se quedase tan cerca de ella. Así que lo hizo, retrocedió tantos pasos como fue necesario, hasta que su espalda chocó contra la pared del pasillo.


- Por favor, sólo sígame. Ordenaré que se le deje descansar tanto cuanto desee. - Le dio la espalda con rapidez y comenzó a caminar hacia los aposentos que habían sido asignados para ella. - ¿Desea que le sirvan la cena en su habitación o bajará a cenar junto a los demás señores?. - Habló con firmeza y seriedad, alejando el temblor que lo había hecho tartamudear antes.




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