Nina Polina Krivosheeva Constantinovna

Altura: 5' 10" (178cm)
Busto: 31.5" (80cm)
Cintura: 23.5" (60cm)
Caderas: 34.5" (88cm)
Calzado: 7
Cabello: Marrón
Ojos: Pardos


Ya a sus cinco años daba muestras de una inteligencia clara, una formación cultural notable y un carácter firme. Tales cualidades culturales y de firmeza de carácter pronto se vieron afianzadas y aun acrecentadas al pasar los años. Nina tuvo su germen de rebeldía desde edad muy temprana; las condiciones intelectuales y caracterológicas estaban ahí en disposición de desarrollarse.

Es capaz de situarse en un plano personal de gran altura y abordar empresas políticas insólitas hasta entonces para una mujer. Incluso su firma escrita casi con furia no deja lugar a dudas sobre su alto potencial intelectivo, propio de quien observa los hechos que le rodean y los comprende con claridad y justedad. Tiene una mente capaz de captar las situaciones y circunstancias con propiedad y las incorpora rápidamente a su acervo, incrementando constantemente el patrimonio de experiencias vitales y culturales.

Asimismo trascendental como una de las facetas que mejor definen su personalidad es su firmeza de carácter. Una vez que llega al convencimiento de que debe poner en práctica algún proyecto, su empeño en llevarlo a cabo adquiere la categoría de empecinamiento, y es capaz de adoptar posturas irreductibles. Su proceder inflexible está al final de la reflexión, del convencimiento, es decir, después de haber puesto en marcha operaciones mentales previas de valoración de los objetivos y conveniencia de ejecutarlos. De ahí la solidez del mantenimiento de la postura tomada.

A esto se une la capacidad de expresarse con singular facilidad y acierto. Aunque en la verbalización –como en otros comportamientos ex- ternos no verbales– la tónica dominante de su carácter es la de ejercer un control consciente que le da mesura, sin embargo, los excesos con las palabras no son raros ni infrecuentes. La combinación de estos factores personales –seguridad en sí misma, fuerza y un genio que puede desbordarse en manifestaciones muy duras– crean en su entorno una imagen fortaleza e ímpetu.



Hija de Ustin Krivosheev y Olenka Krivosheeva (Constantinovna). Su nacimiento fue visto como un milagro, puesto que su familia estaba pasando por una crisis de herederos; su tío paterno Paviyan había tenido ya dos hijos con su mujer cuya salud no les había permitido pasar de los dos años, su tía Nitca había muerto al dar a luz a una niña nacida sin vida, y el hermano restante había decidido dedicar su vida al sacerdocio. Además de milagrosa, su venida al mundo fue totalmente inesperada, puesto que sus padres habían estado casados por más de diez años y nada, hasta que finalmente nació Nina junto con otras dos niñas: Zilya y Verochka. Así es, habían nacido trillizas, siendo Nina la menor de ellas y también la que menos pesó. No fue fácil hacer que las trillizas sobrevivieran, puesto que a pesar de tener dinero para contratar nodrizas exclusivas para cada una de ellas, el frío Ruso no era el mejor aliado para su salud. Finalmente, con ayuda de doctores y apoyo financiero de parte de los abuelos y no sin esfuerzo, consiguieron hacer a las trillizas subir de peso para avanzar a la siguiente etapa de sus vidas. Por mucho que intentó, el matrimonio no consiguió tener más hijos, viendo con frustración que el varón que habían anhelado no vendría. A pesar de eso, no se desanimaron, y agradeciendo a Dios, los esponsales amaron a sus niñas como si no hubiera un mañana. Pero claro, habían ciertas preferencias; Olenka sentía el mayor de sus nexos con Zilya, la mayor de las tres, puesto que había sido ella quien había roto con su maldición de reputación de mujer estéril; Ustin, en cambio, vio el sol en Verochka, pues según él, era la copia exacta de su “santa madre”, como decía. Fue así como Nina sintió el síndrome de la hermana menor, recibiendo menos atención que sus consanguíneas, ayudando a forjar un carácter fuerte e independiente.

Entrando en una infancia más avanzada, se veía a las niñas correr por los campos de nieve, jugando los caballeros y a las princesas. A Ustin le llamaba la atención de que sus hijas Zilya y Verochka se ocuparan de roles femeninos como princesas o hadas, y que la menor, Nina, siempre eligiera papeles masculinos como el caballero de dorada armadura o el malvado hechicero. Sucedía que ella no soñaba lo mismo que otras niñas; no quería crecer esperando toda la vida recibir afecto a cambio de ser la muñeca de porcelana que todos esperaban, pues veía cómo sus hermanas buscaban comportarse de la manera que sus padres anhelaban para conseguir abrazos y premios, y se preguntaba “¿eso es vida?”. Había decidido que si alguna vez vivía algo, sería porque ella lo elegiría, no porque otros lo esperaran. Y fue por ese mismo carácter que cuando acontecían eventos sociales como cumpleaños y celebraciones, ella prefería charlar con los varones de su edad, que si bien al principios de mostraban reacios a ser vistos hablar con una mujer como si fuera un camarada más, al identificar su carácter algo desafiante, tenaz y muy firme en sus ideas, terminaban haciéndole un espacio. Fyodor Ivashkov era con quien tenía más afinidad, aunque ninguno de los dos era el alma de la fiesta, pero se entendían bien entre ellos. De alguna manera, la impetuosa Nina y el ególatra Fyodor congeniaban de una manera poco usual.

No tardó su madre en querer comprometer a sus hijas lo antes posible, y lo logró con Zilya y Verochka, pero no con Nina, quien rechazó tres propuestas de matrimonio en menos de un año sin temer represalias de parte de sus padres. No pensaba casarse; “no todavía” les decía normalmente, y cuando estaba enojada “nunca jamás” era lo que decía. Finalmente dejaron de insistir, comprendiendo que Nina era más terca que un purasangre sin domar y rezando porque decidiera sentar cabeza un día. Pero los síntomas, en vez de disminuir, aumentaron con un acontecimiento que remeció a una familia.

Las trillizas acababan de cumplir diecisiete años cuando recibieron la noticia de que sus padres habían sido hecho prisioneros en París, sospechosos de haber ayudado a esconderse a miembros de la familia real durante la revolución francesa. Tanto Zilya como Verochka temieron por ellos y comenzaron a rezar en pos de su pronta venida, pero Nina no se quedó tranquila con la noticia, y de inmediato buscó manera de traerlos de vuelta y tranquilizó a sus hermanas asegurándoles que haría pagar a los responsables. Fue así que siendo la menor de las tres, se convirtió en la mayor. Gracias a sus contactos llegó a la hermandad de la espada, organización dedicada a la liberación de prisioneros de guerra en países extranjeros, a la cual también pertenecía su amigo de la infancia, Fyodor, con quien hubo apoyo mutuo para proceder en los fines de la hermandad. Le enseñaron a usar el fusil con balas de plata para ir contra los licántropos aliados de los enemigos y a manejar la espada para darles el golpe final a sus víctimas. Exigió que le dieran el mismo entrenamiento que le daban a los hombres, negándose a convertirse en una estatua de mármol que sirviera para adornar y nada más.

El camino para liberar a sus padres no fue fácil, puesto que en medio de su hazaña la capturaron y torturaron partidarios de Napoleón, dejándola en una celda en solitario por semanas y haciendo que vampiros bebieran de ella hasta dejarla al borde del desmayo. Fue pesado para ella, pero no resultó ser suficiente para doblegarla. Si bien le quitaron sus armas al apresarla, se dio cuenta de que la sangre era también una herramienta muy útil cuando se trataba de vampiros. Fue así que un noche, cuando uno de los vampiros se disponía a alimentarse de ella para generar suplicio, Nina mordió fuertemente su labio inferior y lo hizo sangrar, logrando que la criatura se desorientara los segundos suficientes para que ella tomara la espada atada a sus caderas y lo decapitara para poder escapar. Por fortuna alcanzó a reunirse con los demás miembros de su hermandad para liberar a sus padres.

Sin embargo, cuando llegó a ellos y los sacó de su celda, su padre la miró de manera escéptica y le dijo “si tan solo hubieras nacido hombre”. Ahí ella entendió que jamás reconocería sus logros por ser mujer y con rencor le respondió “si tan solo te hubieras comportado como un hombre, no te habrían apresado como a un perro”.
De vuelta en Rusia con su familia y ya con veinte años, Nina se comporta más independiente que nunca, sólo volviendo a casa para cenar con su familia y acostarse para dedicarse a sus labores como cazadora y miembro activo de la hermandad de la espada liberando a gente que sí lo merece y que valorará su actuar sin importar su sexo.