AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
Espacios libres: 11/40
Afiliaciones élite: ABIERTAS
Última limpieza: 1/04/24
En Victorian Vampires valoramos la creatividad, es por eso que pedimos respeto por el trabajo ajeno. Todas las imágenes, códigos y textos que pueden apreciarse en el foro han sido exclusivamente editados y creados para utilizarse únicamente en el mismo. Si se llegase a sorprender a una persona, foro, o sitio web, haciendo uso del contenido total o parcial, y sobre todo, sin el permiso de la administración de este foro, nos veremos obligados a reportarlo a las autoridades correspondientes, entre ellas Foro Activo, para que tome cartas en el asunto e impedir el robo de ideas originales, ya que creemos que es una falta de respeto el hacer uso de material ajeno sin haber tenido una previa autorización para ello. Por favor, no plagies, no robes diseños o códigos originales, respeta a los demás.
Así mismo, también exigimos respeto por las creaciones de todos nuestros usuarios, ya sean gráficos, códigos o textos. No robes ideas que les pertenecen a otros, se original. En este foro castigamos el plagio con el baneo definitivo.
Todas las imágenes utilizadas pertenecen a sus respectivos autores y han sido utilizadas y editadas sin fines de lucro. Agradecimientos especiales a: rainris, sambriggs, laesmeralda, viona, evenderthlies, eveferther, sweedies, silent order, lady morgana, iberian Black arts, dezzan, black dante, valentinakallias, admiralj, joelht74, dg2001, saraqrel, gin7ginb, anettfrozen, zemotion, lithiumpicnic, iscarlet, hellwoman, wagner, mjranum-stock, liam-stock, stardust Paramount Pictures, y muy especialmente a Source Code por sus códigos facilitados.
Victorian Vampires by Nigel Quartermane is licensed under a
Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported License.
Creado a partir de la obra en https://victorianvampires.foroes.org
Últimos temas
khdfjhs 2.0 - Privado
2 participantes
Página 1 de 1.
khdfjhs 2.0 - Privado
Blackbird singing in the dead of night
Take these broken wings and learn to fly
All your life
You were only waiting for this moment to arise
Take these broken wings and learn to fly
All your life
You were only waiting for this moment to arise
El aire puede llenar los pulmones, los párpados pueden caer involuntarios para que no se resequen las pupilas, el corazón puede palpitar por más marchito que la mente lo haga sentir. La naturaleza del cuerpo no obedece a la razón inconsciente de la voluntad del alma que lo ocupa. Sus manos eran tan extrañas y tersas extendidas con sus dedos entreabiertos para poder observar la nívea piel sin cicatrices, aquellas marcas que signaban la piel de cada uno como testigo de que el pasado fue real pero en ella no había nada. No encontraba su historia en ese aroma juvenil que desperdigaba ahora su cuerpo, sus pupilas dilatadas captando hasta el más minúsculo rayo de luz en un intento vano por observar con mayor claridad donde estaba. El suelo bajo sus pies atrayéndola por su eje de gravedad, aquel olor a musgos mojados, efímera la diferencia que podía sentirse entre la humedad del ambiente y la frescura de los bosques que la había perseguido desde hacía más días de los que podría haber contado. Su respiración acompasada que seguía un compás que le era ajeno mientras sus pasos la llevaban cada vez más lejos de donde había venido y más cerca hacia un destino que continuaba siendo incierto para la joven, pero la pregunta persistía en su mente como un fuego crepitante que picaba bajo su piel, algo que necesitaba quitarse, le picaba demasiado era un sarpullido y debajo de esas venas estaba ella pero no podía verse, algo la estaba ocultando de quien realmente era pero necesitaba ir más profundo, debía liberarse de las barreras para poder así huir de donde estaba ¿Y a dónde iría? Su boca entreabierta había permitido que el aire brusco perforara su garganta resecándola aunque sin llegar a partir sus labios, la respiración antes calma ahora se entrecortaba con sus propias palabras que no terminaban por conformarse porque esas cuerdas vocales ¿Siquiera las tenía?
Un animal herido te destrozará si se ve acorralado, no es más débil sino por el contrario el más peligroso de todos. Desorientada había algo que la obligaba a caminar, un pitido en su cerebro que hacía que todo su camino pareciera ser el de otra persona con una voz en off que reía de su miseria, era su vida en tercera persona y ella estaba allí presa, merodeando como un alma que debía morir pero no pudo hacerlo con sus alas rotas y su único camino era aprender nuevamente a volar. Estaba asustada, transpiraba miedo por cada uno de sus poros mientras sus músculos se contraían obligándola a ir en una dirección desconocida, una con menos follaje y más espacio, incluso podría decir que un espejismo en un juego de su mente se estaba pintando delante de ella como si fuera una cabaña en el medio de la nada. No comprendía si gritaba por los pájaro que alzaban vuelo huyendo del mismo diablo con cada paso que daba ¿Aparte de ciega de su vida ahora también era sorda? ¿Cómo era eso posible? ¿Dónde estaba realmente? Nada, no sentía, no se escuchaba ni se veía, nada ocurría mientras comenzó a correr siguiendo la voluntad de quien estuviera injiriendo su piel hasta que antes de que pudiera reaccionar había una puerta delante de ella ¿Cómo había llegado tan rápido? Quería irse, nada bueno podría surgir de allí. El martirio de vivir sin existir era demasiado para los 20 años que había soportado y era hora de ponerle fin a su propia miseria ¿Tan cobarde eres? ¿Quién eres? No, la aguda agonía que punzaba sus tímpanos se había comenzado a disipar para ser reemplazada por algo mucho peor, algo desconocido y grave, rasposo que sentía como abrumaba lentamente su mente como una tiniebla que estrangulaba cualquier tipo de esperanza para sumirse en la oscuridad.
Abrió los ojos nuevamente todavía de pie frente a la puerta, su respiración agitada por el pecho que no encontraba su lugar dentro de su costal, su garganta hervía seca, calcinada por el aire que la tajaba en cada inspiración. Podía sentir el frío agitando su melena lacia, sus mejillas levemente rosadas por el calor ¿Qué había estado haciendo? No podía hablar solo preguntar, no podía actuar solo mirar, no podía ser sino una esclava de algo más. No era alguien sino algo y fue esa idea la que logró que el lagrimal se frunciera formando una gota única que derrapó por sus ojos, limpiando a su paso un camino efímero que recorrió su mejilla para morir en la comisura bien determinada de la joven ¿Bruja? Pétrea en su lugar no podía siquiera reaccionar cuando vio frente a ella a otro más mientras su sangre comenzaba a aumentar el ritmo con que recorría sus venas ¿Qué estás haciendo?¿Qué haces? -Disfruto del día hasta que una imbécil me lo arruine ¿Serás tú?
Era su voz, pero no lo era. Comenzando aguda y angelical para terminar en una carraspera que no se correspondía con la delicada joven que el chico tenía frente a sí. Sus propias manos se amordazaron intrusas sobre sus labios, incrédula y sorprendida de lo que acababa de decir aquella lengua viperina ajena. Pudo por primera vez en mucho tiempo accionar su propio cuerpo como víctima del terror que la estremecía. Sus ojos quisieron llorar pero el shock del pánico era más fuerte ahogando su grito estremecedor. Soy Malena, y ahora soy tu.
Un animal herido te destrozará si se ve acorralado, no es más débil sino por el contrario el más peligroso de todos. Desorientada había algo que la obligaba a caminar, un pitido en su cerebro que hacía que todo su camino pareciera ser el de otra persona con una voz en off que reía de su miseria, era su vida en tercera persona y ella estaba allí presa, merodeando como un alma que debía morir pero no pudo hacerlo con sus alas rotas y su único camino era aprender nuevamente a volar. Estaba asustada, transpiraba miedo por cada uno de sus poros mientras sus músculos se contraían obligándola a ir en una dirección desconocida, una con menos follaje y más espacio, incluso podría decir que un espejismo en un juego de su mente se estaba pintando delante de ella como si fuera una cabaña en el medio de la nada. No comprendía si gritaba por los pájaro que alzaban vuelo huyendo del mismo diablo con cada paso que daba ¿Aparte de ciega de su vida ahora también era sorda? ¿Cómo era eso posible? ¿Dónde estaba realmente? Nada, no sentía, no se escuchaba ni se veía, nada ocurría mientras comenzó a correr siguiendo la voluntad de quien estuviera injiriendo su piel hasta que antes de que pudiera reaccionar había una puerta delante de ella ¿Cómo había llegado tan rápido? Quería irse, nada bueno podría surgir de allí. El martirio de vivir sin existir era demasiado para los 20 años que había soportado y era hora de ponerle fin a su propia miseria ¿Tan cobarde eres? ¿Quién eres? No, la aguda agonía que punzaba sus tímpanos se había comenzado a disipar para ser reemplazada por algo mucho peor, algo desconocido y grave, rasposo que sentía como abrumaba lentamente su mente como una tiniebla que estrangulaba cualquier tipo de esperanza para sumirse en la oscuridad.
Abrió los ojos nuevamente todavía de pie frente a la puerta, su respiración agitada por el pecho que no encontraba su lugar dentro de su costal, su garganta hervía seca, calcinada por el aire que la tajaba en cada inspiración. Podía sentir el frío agitando su melena lacia, sus mejillas levemente rosadas por el calor ¿Qué había estado haciendo? No podía hablar solo preguntar, no podía actuar solo mirar, no podía ser sino una esclava de algo más. No era alguien sino algo y fue esa idea la que logró que el lagrimal se frunciera formando una gota única que derrapó por sus ojos, limpiando a su paso un camino efímero que recorrió su mejilla para morir en la comisura bien determinada de la joven ¿Bruja? Pétrea en su lugar no podía siquiera reaccionar cuando vio frente a ella a otro más mientras su sangre comenzaba a aumentar el ritmo con que recorría sus venas ¿Qué estás haciendo?¿Qué haces? -Disfruto del día hasta que una imbécil me lo arruine ¿Serás tú?
Era su voz, pero no lo era. Comenzando aguda y angelical para terminar en una carraspera que no se correspondía con la delicada joven que el chico tenía frente a sí. Sus propias manos se amordazaron intrusas sobre sus labios, incrédula y sorprendida de lo que acababa de decir aquella lengua viperina ajena. Pudo por primera vez en mucho tiempo accionar su propio cuerpo como víctima del terror que la estremecía. Sus ojos quisieron llorar pero el shock del pánico era más fuerte ahogando su grito estremecedor. Soy Malena, y ahora soy tu.
Malena Schreiber- Hechicero Clase Baja
- Mensajes : 80
Fecha de inscripción : 09/10/2012
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: khdfjhs 2.0 - Privado
La identidad, o el tema con el que introduciré este mensaje. Una enrevesada cuestión que rondaba una y otra vez, descansando, pero persistente, por la mente de aquel ente que hacía denominarse nigromante. Las causas eran obvias; las consecuencias no tanto. ¿Qué era la identidad en general? ¿Y, en particular, cuál era la suya? ¿No era acaso un cúmulo de características que definían a un ser en concreto, diferenciándole de los demás y haciéndole único e irrepetible? Quizás, pero, ¿cómo iba a creer tamañas sandeces él, que había visto y vivido tanto? Y, sin embargo, ahí estaba él, insistiendo en una interminable ristra de preguntas cuya solución jamás se le iba a revelar. Pero, ¿quién era él? ¿Acaso era Aurélien? ¿Acaso Deimos o el nombre que le diera su madre hacía demasiados años, Jehan? ¿O quizás era Malkea Ruokh, el Guía de Ánimas, que era como le denominaban los espíritus? No, no era ninguno de ellos y, sin embargo, los era todos a la vez. No había terminado con aquellas inquisiciones cuando ya se veía asaltado por nuevas incógnitas. Más allá de su identidad, ¿qué era él? Y, además, ¿qué habían hecho con él? ¿Era cierto lo que se le había revelado, que había una guerra oculta y que él era un mero peón en ella –uno especial, pero, al fin y al cabo, no más que un peón-? ¿Y quiénes era ellos para sugerir tal ofensa? ¿Siquiera había sucedido todo aquello desde que aquel pedrusco le fragmentara el cráneo? ¿Siquiera había muerto? Y, si no, ¿cómo había regresado a su cuerpo anterior? ¿Es que Deimos había sido otra de sus frecuentes pesadillas? ¿Y entonces cómo explicaba el brillo que delataba el recorrido de su sistema circulatorio? Demasiadas preguntas abrumaban su mente, tantas posibilidades incompatibles que le asaltaban una detrás de otra sumiéndole en un estado de desconcierto que le irritaba en sobremanera. Siendo sinceros, el Guía nunca había sido alguien a quien se le diera bien pensar, no al menos tales cuestiones cuyo resultado no podía ser otro que una fuerte jaqueca. Por lo tanto, en dichas ocasiones, buscaba evadirse y, curiosamente -o no tanto-, en los últimos días se había distanciado de la brujería y de gran parte de sus particulares hábitos, retomando su antigua afición por el piano. Su excusa era el perfeccionar su técnica para el macabro concierto que daría, con el cual completaría el cometido de Ascarlani y a través del que conseguiría otra de las piezas de ese rompecabezas que, en parte, comenzaba a sentir que no quería haber empezado a entender. Perfeccionar -cualquiera repetiría la palabra con sorna-, como si no pudiera usar sus poderes para solventar cualquier falta en su talento innato -o no tanto, nuevamente-.
Pero en aquella moribunda tarde, que él, en su torcido horario, sentía como pronta mañana, había decidido dejar incluso aquello de lado, considerando que ya había tenido suficiente con una noche entera en vela dedicada a una turbia melodía que era elaborada a costa del dolor de sus agarrotadas falanges. No, en aquella jornada tenía guardado para sí un relativo descanso –relativo porque aún se hallaba atado a su propia e inquietante presencia- y había salido de la ciudad para dirigirse a la foresta que se alzaba en algún punto a las afueras de París. Y, con la soledad, había vuelto la turbación.
¡Por Dios –o por quien fuere que fuese-! ¿Es que no iba a tener ni un instante de tranquilidad? No había manera de encontrar esa paz que hacía demasiados años que había olvidado y, ahora que todo lo que sucedía a su alrededor le volvía a irritar, le sería imposible hallar algo similar a dicho estado. Si la hojarasca crujía a su paso, él gruñía por descontento; si la brisa acariciaba sus mejillas, él maldecía entre dientes; o si una liebre se cruzaba en su camino, ésta tan sólo se libraba de una muerte segura por la lenta reacción del gascón, que se preocupaba más por los improperios que mascullaba que por lo que sucedía a su rededor. ¡Ay, Jehan! ¿Qué hizo contigo el mundo? El desprecio con el que te rociaron de infante traspasó tu cutícula y fue asimilado por tu organismo para ser uva del caldo de veneno que ahora rezumas y con el que bañas a cualquiera que se cruce en tu camino. Pero es curioso cómo la vida tiende a saldar sus deudas -el que no se consuela es porque no quiere-. En el caso de este individuo en particular, todas sus desgracias se equilibraban en la balanza por la compensación que suponía un poder que había ido creciendo en la década, más o menos, que llevaba practicando la brujería. Y su última visita al Rutma, la correspondiente a la última vez que había muerto, había terminado en un gran incremento de su fortaleza en dicho aspecto. Tal era el potencial que corría literalmente por sus venas que aun no había sido capaz de habituarse a él, siendo común que, al intentar usarlo, no lograse sus objetivos, no siendo capaz de calcular correctamente la potencia necesaria. No estaba preparado para manejar aquel cuerpo, que teóricamente era suyo, y aquello, cómo no, le encolerizaba.
Precisamente fue ese el pensamiento que cruzó por su mente una media hora después, cuando se hallaba en el interior de una cabaña abandonada a la cual había entrado preguntándose por qué salía de un edificio para buscar liberarse y terminaba encerrándose en otra construcción mucho más angosta y vieja -aunque con mejor olor, todo sea dicho-. Allí, en una destartalada silla que amenazaba con romperse con él encima de un momento a otro, se había sentado para seguir dejándose a aquella serie de turbaciones en su sesera que debieran, en algún momento, traducirse en la materia prima que, con suerte, sirviese para alimentar la composición que se traía entre manos. Y allí era donde había sentido la presencia de alguien llegar a aquel desierto paraje, alguien que no reconoció, pero que sintió acercarse a la puerta. Malkea Ruokh no reaccionó de buenas a primeras y, por extraño que resulte en él, esperó a que la mujer -porque sabía que era una mujer- se diese media vuelta y se marchase. Quizás no atacó sin dudar antes por ese razonamiento que le recordaba que no era capaz de medir la energía de sus hechizos y que matizaba que, con la suerte que él tenía -como si él supiera si creía o no en la fortuna- era bastante probable que no sólo calcinara a la fémina con un simple parpadeo, sino, además, la casa y, ya de paso, el cuerpo que estaba habitando en ese preciso instante. Y no, la inmolación no estaba en sus prontos planes. Pero ella no quería dar media vuelta, por lo que el brujo se levantó de un golpe, evidentemente malhumorado, justo para dirigirse a la única puerta que daba al exterior. Y en el preciso instante en el que tiró de ella para abrirla, escucho una frase que le resultó familiar que le dejó noqueado por un par de segundos. La incredulidad se mezcló con el disgusto y una no reconocida añoranza que, dos segundos después de detenerle, le hicieron asir con fuerza el canto de madera, como si quisiera hincar las yemas de sus dedos en el material. Su rostro, sin embargo, le resultaba desconocido, tanto que estaba seguro de que no había visto con anterioridad en su vida; y, sin embargo, algo le decía que dicha fachada era una farsa, fomentando sus dudas el aura manchada de brujería que portaba.
- ¿Quién eres? - preguntó con su corriente insolencia, entrecerrando sus párpados para observarla con una inquisitiva mirada. Era consciente de que, incluso en el caso de que su intuición no le fallase, ella sería incapaz de reconocerle – ¿Y qué haces en este cementerio? ¡Responde! - le ordenó con unas palabras que ya le habría dirigido con anterioridad, pero con un tono de voz diferente, uno mucho más grave y profundo de lo que uno pudiera achacarle a ese cuerpo, tan debilucho en apariencia.
Pero en aquella moribunda tarde, que él, en su torcido horario, sentía como pronta mañana, había decidido dejar incluso aquello de lado, considerando que ya había tenido suficiente con una noche entera en vela dedicada a una turbia melodía que era elaborada a costa del dolor de sus agarrotadas falanges. No, en aquella jornada tenía guardado para sí un relativo descanso –relativo porque aún se hallaba atado a su propia e inquietante presencia- y había salido de la ciudad para dirigirse a la foresta que se alzaba en algún punto a las afueras de París. Y, con la soledad, había vuelto la turbación.
¡Por Dios –o por quien fuere que fuese-! ¿Es que no iba a tener ni un instante de tranquilidad? No había manera de encontrar esa paz que hacía demasiados años que había olvidado y, ahora que todo lo que sucedía a su alrededor le volvía a irritar, le sería imposible hallar algo similar a dicho estado. Si la hojarasca crujía a su paso, él gruñía por descontento; si la brisa acariciaba sus mejillas, él maldecía entre dientes; o si una liebre se cruzaba en su camino, ésta tan sólo se libraba de una muerte segura por la lenta reacción del gascón, que se preocupaba más por los improperios que mascullaba que por lo que sucedía a su rededor. ¡Ay, Jehan! ¿Qué hizo contigo el mundo? El desprecio con el que te rociaron de infante traspasó tu cutícula y fue asimilado por tu organismo para ser uva del caldo de veneno que ahora rezumas y con el que bañas a cualquiera que se cruce en tu camino. Pero es curioso cómo la vida tiende a saldar sus deudas -el que no se consuela es porque no quiere-. En el caso de este individuo en particular, todas sus desgracias se equilibraban en la balanza por la compensación que suponía un poder que había ido creciendo en la década, más o menos, que llevaba practicando la brujería. Y su última visita al Rutma, la correspondiente a la última vez que había muerto, había terminado en un gran incremento de su fortaleza en dicho aspecto. Tal era el potencial que corría literalmente por sus venas que aun no había sido capaz de habituarse a él, siendo común que, al intentar usarlo, no lograse sus objetivos, no siendo capaz de calcular correctamente la potencia necesaria. No estaba preparado para manejar aquel cuerpo, que teóricamente era suyo, y aquello, cómo no, le encolerizaba.
Precisamente fue ese el pensamiento que cruzó por su mente una media hora después, cuando se hallaba en el interior de una cabaña abandonada a la cual había entrado preguntándose por qué salía de un edificio para buscar liberarse y terminaba encerrándose en otra construcción mucho más angosta y vieja -aunque con mejor olor, todo sea dicho-. Allí, en una destartalada silla que amenazaba con romperse con él encima de un momento a otro, se había sentado para seguir dejándose a aquella serie de turbaciones en su sesera que debieran, en algún momento, traducirse en la materia prima que, con suerte, sirviese para alimentar la composición que se traía entre manos. Y allí era donde había sentido la presencia de alguien llegar a aquel desierto paraje, alguien que no reconoció, pero que sintió acercarse a la puerta. Malkea Ruokh no reaccionó de buenas a primeras y, por extraño que resulte en él, esperó a que la mujer -porque sabía que era una mujer- se diese media vuelta y se marchase. Quizás no atacó sin dudar antes por ese razonamiento que le recordaba que no era capaz de medir la energía de sus hechizos y que matizaba que, con la suerte que él tenía -como si él supiera si creía o no en la fortuna- era bastante probable que no sólo calcinara a la fémina con un simple parpadeo, sino, además, la casa y, ya de paso, el cuerpo que estaba habitando en ese preciso instante. Y no, la inmolación no estaba en sus prontos planes. Pero ella no quería dar media vuelta, por lo que el brujo se levantó de un golpe, evidentemente malhumorado, justo para dirigirse a la única puerta que daba al exterior. Y en el preciso instante en el que tiró de ella para abrirla, escucho una frase que le resultó familiar que le dejó noqueado por un par de segundos. La incredulidad se mezcló con el disgusto y una no reconocida añoranza que, dos segundos después de detenerle, le hicieron asir con fuerza el canto de madera, como si quisiera hincar las yemas de sus dedos en el material. Su rostro, sin embargo, le resultaba desconocido, tanto que estaba seguro de que no había visto con anterioridad en su vida; y, sin embargo, algo le decía que dicha fachada era una farsa, fomentando sus dudas el aura manchada de brujería que portaba.
- ¿Quién eres? - preguntó con su corriente insolencia, entrecerrando sus párpados para observarla con una inquisitiva mirada. Era consciente de que, incluso en el caso de que su intuición no le fallase, ella sería incapaz de reconocerle – ¿Y qué haces en este cementerio? ¡Responde! - le ordenó con unas palabras que ya le habría dirigido con anterioridad, pero con un tono de voz diferente, uno mucho más grave y profundo de lo que uno pudiera achacarle a ese cuerpo, tan debilucho en apariencia.
Malkea Ruokh- Hechicero Clase Alta
- Mensajes : 460
Fecha de inscripción : 31/10/2010
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: khdfjhs 2.0 - Privado
Aquel estremecimiento que cortaba el aire sin vergüenza ni pudor. El estruendo del alma corrompida por la inocencia o incredibilidad y sea cual fuere, era la liberación de cualquier pensamiento que te acomplejara en el momento. Eran 17 los músculos que se contraían al unísono forzando que la garganta crujiera en aquella risa calamitosa que conmocionada a todo su alrededor. Las rocas inmóviles, enclavadas hasta los cimientos en aquel cuadrado que los acogía tan reacio como un muerto a hacer acopio nuevamente de la vida. Aquel sonido que repelía al silencio y la racionalidad invitando al escudriño de la demencia ajena a aparecer y hacerse lugar en el lado opuesto del tablero para realizar la siguiente movida. Sus labios encorvados, finos y detallados. Sutiles al punto de ser ridículos y tiernos en un rostro que perturbaba por como su mirada ladeada seguía ensimismada en el rostro que quería atravesar, que debía hacerlo. Lo conocía, mierda que aquel cuerpo roto, unido a regañadientes con un alma moribunda le era tan familiar que le resultaba enfermiza la simple idea de haberse detenido el tiempo suficiente para sentirse levemente inhibida por esos ojos verdes que se habían enclavado en ellas con capricho y recelo, en Malena quien no podría sentirse halagada ¿Qué es eso? El halago es la envidia disfrazada de hipocresía ¿Tu me halagas? Yo te aborrezco. Pero ella estaba con esa sarna cínica entre sus mejillas incapaz de quitar el acento teñido con morbo de sus comisuras mientras lo observaba dejando atrás la risa que le había provocado el observarlo y las palabras que lo precedieron ¿Pero de qué se estaba riendo?
-¿Responde? ¿Quién quieres que te responda? ¿DIME QUIEN QUIERES QUE TE RESPONDA? ELLA, YO, TU. Tu ni siquiera puedes responderte quien eres – Era una voz que se cortó entre gritos, era su cuerpo atravesando el pórtico gótico abandonado que se cernía sobre ellos como una tumba gigante de un antiguo prócer de guerra, fueron sus pasos sintiendo el ruido de la madera que se estremecía bajo su incipiente peso, guiándola al estante anticuado con una vieja botella de licor con un corcho demasiado apretado por la presión y sus dedos tensionados como garras aferrándose al gomoso cilindro mientras lo aprisionaba entre sus escuálidas rodillas. La presión tensando sus muslos hasta que logró oponer la resistencia perfecta para que sus uñas atraparan fugazmente la tapa despejando el pico. El silencio del vacío, el sonido ensordecedor del vicio derrapado en un color amarillento que se fraguó en sus labios quemando su lengua cuando el oxígeno bramó por ingresar y colmar sus pulmones. Bajo la botella aferrándola todavía en su mano izquierda a la par que su mirada recorría la pequeña cabaña en que se encontraban – Eres gracioso – Malena y ella sonreían ¿Por qué lo haces? Porque él tampoco lo sabe, pero lo sabe. ¿Saber qué? Que eres tan estúpida como una infame. CÁLLATE. No puedo, si lo hago dejarías de existir ¿Por qué? Angustia y desconsuelo decoraron sus ojos con lágrimas que escondió de él mirando hacia una esquina abandonada mas no así, conquistada por arácnidos que la distraían en su propia telaraña de mentiras.Porque eso nos diferencia de ser una bestia, que una de las dos piensa. Piensas mierda. Pero pienso y luego existo, tu existencia es solo parasitaria a la mía. PARÁSITO INHUMANO – Silencio puta - ¿Yo soy puta? Su voz se contrapuso a la melódica sonrisa que esbozaban aquellos labios virginales que condecoraban su expresión placentera pero lúgubre a la vez, perturbada por algo invisible a los ojos, fugaz a la vida, inexistente pero a la vez presente en aquel lugar, era algo que separaba a la joven bruja de aquel que apenas había movido sus pies del portal y las observaba - ¿Qué? ¿Qué mierda nos miras? – Habían sido las dos, comenzaba a irritarlas cuando sus labios buscaron deseosos nuevamente aquel alcohol que nublaba sus sentidos obligando a que su pequeña nariz se arrugara reacia a la amargura que sentía, el picor y el fuego que lo acontecía subiendo y bajando por su garganta. Fuego que no quemada, líquido que no saciaba su sed. Nada era lo que aparentaba ser, nada servía para el fin que atentaba con acometer y ellas allí dejando la botella sobre la mesa aprovechando su inconsciente consciencia volviendo a fijar su mirada en quien profanaba su tranquilidad ahora inexpresiva, sus ojos azules con dejes de esmeralda lo petrificaron, quería saber qué es lo que vio en él, por qué podía recordar el escalofrío que le hacía cosquillear las yemas de sus largos y finos dedos cada vez que intentaba pronunciarlo pero sus labios se retorcían sobre sí mismos, negándose a darle el placer que ella tanto deseaba. Decir ese nombre, el título que lo identificaba de la peste. Si, pequeñas ratas inmundas que caminaban por las calles como si fueran alguien, ella podría rebanarles la cabeza, pisar sus colas. Inmundas, malolientes e indeseables, lacra de las lacras arrastrando sus patas por la miseria, comiendo la basura de otros. SI, todos son asquerosos roedores pero el – SI, ÉL - Pero ¿Quién era?
Sus nudillos comenzaron a flexionarse nerviosos mientras caminó al otro lado de la lúgubre habitación apenas decorada por su sombra proyectada por una única vela encendida en el centro. No era un hogar acogedor sino todo lo contrario. La bienvenida era la despedida, el bosque tronaba presa de las ráfagas violentas que comenzaban a nacer del norte haciendo que las hojas sonaran como música, aguda y espectral del encuentro que estaba por ocurrir. Malena se detuvo contra una pared quedando estática, presionando su quijada cuando sintió como sus dientes se empujaban fregándose, partiéndose contra si para contener la rabia que fluía por sus venas pero esos labios libertinos la traicionaron, irguiéndose por las comisuras en una sinuosa sonrisa sardónica que escapó del control de Malena – Esta no es tu cabaña, y este no eres tú – Y aquello que primero fue inocente, ahora era completamente motivado. Su risa de niña, angelical pero encendida por la rabia y la oscuridad mientras sus manos reacomodaron su melena hacia un costado para luego abrazarse a sí misma mientras lo contemplaba todavía en el umbral. Eran ambiguas, eran completamente opuestas y a la vez complementarias a un nivel mortal plasmado en sus cicatrices y su expresión descolocada. Sentía calor, su mirada inquisitiva desgarradora y a Malkea quien dudaba si ya había encontrado en sus malditas entrañas quienes eran ellas. ELLAS, si ellas. Las brujas, la bruja. La mujer, la única mujer. La persona que no era persona, pero la bestia que era humana, aquel ser cuyos labios se entreabrieron no para tomar una bocanada de aire, sino para ser mundanos cuando una voz rasposa escapó de ellos – Hola ¿Nos extrañaste? - Demencia y locura, trastornada en su mirada y a la vez, más sana que cualquiera.
-¿Responde? ¿Quién quieres que te responda? ¿DIME QUIEN QUIERES QUE TE RESPONDA? ELLA, YO, TU. Tu ni siquiera puedes responderte quien eres – Era una voz que se cortó entre gritos, era su cuerpo atravesando el pórtico gótico abandonado que se cernía sobre ellos como una tumba gigante de un antiguo prócer de guerra, fueron sus pasos sintiendo el ruido de la madera que se estremecía bajo su incipiente peso, guiándola al estante anticuado con una vieja botella de licor con un corcho demasiado apretado por la presión y sus dedos tensionados como garras aferrándose al gomoso cilindro mientras lo aprisionaba entre sus escuálidas rodillas. La presión tensando sus muslos hasta que logró oponer la resistencia perfecta para que sus uñas atraparan fugazmente la tapa despejando el pico. El silencio del vacío, el sonido ensordecedor del vicio derrapado en un color amarillento que se fraguó en sus labios quemando su lengua cuando el oxígeno bramó por ingresar y colmar sus pulmones. Bajo la botella aferrándola todavía en su mano izquierda a la par que su mirada recorría la pequeña cabaña en que se encontraban – Eres gracioso – Malena y ella sonreían ¿Por qué lo haces? Porque él tampoco lo sabe, pero lo sabe. ¿Saber qué? Que eres tan estúpida como una infame. CÁLLATE. No puedo, si lo hago dejarías de existir ¿Por qué? Angustia y desconsuelo decoraron sus ojos con lágrimas que escondió de él mirando hacia una esquina abandonada mas no así, conquistada por arácnidos que la distraían en su propia telaraña de mentiras.Porque eso nos diferencia de ser una bestia, que una de las dos piensa. Piensas mierda. Pero pienso y luego existo, tu existencia es solo parasitaria a la mía. PARÁSITO INHUMANO – Silencio puta - ¿Yo soy puta? Su voz se contrapuso a la melódica sonrisa que esbozaban aquellos labios virginales que condecoraban su expresión placentera pero lúgubre a la vez, perturbada por algo invisible a los ojos, fugaz a la vida, inexistente pero a la vez presente en aquel lugar, era algo que separaba a la joven bruja de aquel que apenas había movido sus pies del portal y las observaba - ¿Qué? ¿Qué mierda nos miras? – Habían sido las dos, comenzaba a irritarlas cuando sus labios buscaron deseosos nuevamente aquel alcohol que nublaba sus sentidos obligando a que su pequeña nariz se arrugara reacia a la amargura que sentía, el picor y el fuego que lo acontecía subiendo y bajando por su garganta. Fuego que no quemada, líquido que no saciaba su sed. Nada era lo que aparentaba ser, nada servía para el fin que atentaba con acometer y ellas allí dejando la botella sobre la mesa aprovechando su inconsciente consciencia volviendo a fijar su mirada en quien profanaba su tranquilidad ahora inexpresiva, sus ojos azules con dejes de esmeralda lo petrificaron, quería saber qué es lo que vio en él, por qué podía recordar el escalofrío que le hacía cosquillear las yemas de sus largos y finos dedos cada vez que intentaba pronunciarlo pero sus labios se retorcían sobre sí mismos, negándose a darle el placer que ella tanto deseaba. Decir ese nombre, el título que lo identificaba de la peste. Si, pequeñas ratas inmundas que caminaban por las calles como si fueran alguien, ella podría rebanarles la cabeza, pisar sus colas. Inmundas, malolientes e indeseables, lacra de las lacras arrastrando sus patas por la miseria, comiendo la basura de otros. SI, todos son asquerosos roedores pero el – SI, ÉL - Pero ¿Quién era?
Sus nudillos comenzaron a flexionarse nerviosos mientras caminó al otro lado de la lúgubre habitación apenas decorada por su sombra proyectada por una única vela encendida en el centro. No era un hogar acogedor sino todo lo contrario. La bienvenida era la despedida, el bosque tronaba presa de las ráfagas violentas que comenzaban a nacer del norte haciendo que las hojas sonaran como música, aguda y espectral del encuentro que estaba por ocurrir. Malena se detuvo contra una pared quedando estática, presionando su quijada cuando sintió como sus dientes se empujaban fregándose, partiéndose contra si para contener la rabia que fluía por sus venas pero esos labios libertinos la traicionaron, irguiéndose por las comisuras en una sinuosa sonrisa sardónica que escapó del control de Malena – Esta no es tu cabaña, y este no eres tú – Y aquello que primero fue inocente, ahora era completamente motivado. Su risa de niña, angelical pero encendida por la rabia y la oscuridad mientras sus manos reacomodaron su melena hacia un costado para luego abrazarse a sí misma mientras lo contemplaba todavía en el umbral. Eran ambiguas, eran completamente opuestas y a la vez complementarias a un nivel mortal plasmado en sus cicatrices y su expresión descolocada. Sentía calor, su mirada inquisitiva desgarradora y a Malkea quien dudaba si ya había encontrado en sus malditas entrañas quienes eran ellas. ELLAS, si ellas. Las brujas, la bruja. La mujer, la única mujer. La persona que no era persona, pero la bestia que era humana, aquel ser cuyos labios se entreabrieron no para tomar una bocanada de aire, sino para ser mundanos cuando una voz rasposa escapó de ellos – Hola ¿Nos extrañaste? - Demencia y locura, trastornada en su mirada y a la vez, más sana que cualquiera.
Malena Schreiber- Hechicero Clase Baja
- Mensajes : 80
Fecha de inscripción : 09/10/2012
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: khdfjhs 2.0 - Privado
Era ella. Por supuesto que era ella, ¿quién sino iba a insultarle de tal manera con su simple presencia? ¿Quién sino iba a hundir sus palabras en la blanda materia de su cerebro cual garras con navajas en vez de uñas? Ella, loca, loca Aeshana. ¿Cómo no se había percatado antes del dulce hedor a podredumbre que se había adueñado de su alma? Sí, quizás su cuerpo no era el mismo, pero, ¿no se había él mismo mudado de recipiente en dos ocasiones -que él pudiese recordar-? ¿Pero por qué habría hecho ella lo mismo? ¿Y cómo lo habría logrado? No lo sabía y, a decir verdad, poco o nada le importaba; todo lo que ocupaba su mente era la mera existencia de ellas en aquel espacio tan harto reducido al que ahora ambos estaban encadenados sin hallarse atados.
Claustrofobia. Eso es lo que llegó a sentir el nigromante al verse asfixiado por la omnipresente aura que expelía ese ser que era una, dos, tres o incluso cuatro a la vez si se lo proponía, sin perder ni su unidad, ni su multiplicidad. Se vio agobiado y se sintió atacado, pero curiosamente no amenazado, a juzgar por su carencia de cobardía. Su risa le irritaba, sus muecas se clavaban en sus pupilas y su voz arañaba con fuerza sus tímpanos, por muy melodiosa que pudiera querer ser. Él la odiaba, la detestaba como a nadie y eso le hacía sentirse irremediablemente atraído hacia ella por esa fatal fuerza magnética que le condenaba a sumirse en la vesania. ¡Oh, sí! El gascón notaba como el éter de sus venas se comenzaba a contagiar por la agresividad. Sus mandíbulas se contrajeron hasta que sus dientes, incapaces de resistir la presión, se deslizaron los inferiores bajo los superiores y su entrecejo recuperó la exageración de su pose corriente. Entonces, soltó un leve gruñido que ascendió de intensidad hasta tornarse un fuerte bramido. Tan sólo gimió como tónico temporal para calmar su rabia, la cual, en cualquier caso, distaba mucho de extinguirse.
– Eres tú – sentenció plasmando la obviedad para, a continuación, contradecir de algún modo su veredicto –. Y yo no sé quién soy porque no soy nadie; ni tú eres nadie. De nadie es esta cabaña y nuestros cuerpos son sólo cárceles que nos niegan. Éste no soy yo y esa no eres tú. Sólo lo seremos cuando abramos nuestra carne para liberarnos de ella – su voz era más aguda que la que hubiera caracterizado al anterior contenedor que hubiera llegado a habitar, pero curiosamente resultaba más profunda, como si en vez del pecho ésta se proyectase desde un pozo sin fondo, y su tono resultaba más hiriente y penetrante. Se señaló a sí mismo y luego a ella, intentando reafirmar sus palabras, y sólo entonces se percató de que se hallaban rodeados.
Si bien antes se hubiera referido a un camposanto como evocación a su primer y último encuentro, de alguna forma su invocación se había hecho eco en la realidad. Decenas de espectros se agolpaban alrededor de la construcción, pretendiendo llamar a la puerta y golpeando los cristales de las ventanas con sus etéreas extremidades, como si, de pronto, su materia se hubiera vuelto tangible o como si algo les impidiese adentrarse al interior. Alguno de ellos parecía recordar su verdadera condición y se escabullía por medio de las franqueables paredes para hacerles compañía. Eran éstos los que se movieron hacia Aeshana cuando apuntó con la yema de su índice a ella. Intentaron olerla, intentaron acariciarla, intentaron tirar de sus cabellos, pero alzaron la mirada hacia el brujo, que seguía con su hostil expresión tiñendo su rostro y, asustados, huyeron sin siquiera poder escapar de la estancia.
Se hallaba terriblemente molesto -aunque, teniendo en cuenta que ese era su humor cotidiano, probablemente la expresión se quede corta-. Avanzó así hacia ella, pisando con fuerza sobre el podrido suelo de madera que crujía a su paso y, tras romper cualquier rastro de distancia, hubo de reprimir las ansias por hacer que su puño fuera al necesario encuentro con su nariz. En cambio, agarró con determinación la botella de licor de sus manos y la estampó con fuerza contra la pared, haciendo que el suelo se inundase de un mar de cristales verdosos y dejando una húmeda y pestilente mancha que comenzaba a deslizarse por el lienzo, grabando su lenta caída con un irregular rastro.
– ¿Qué haces aquí? – escupió metafóricamente para luego llevarlo a cabo de forma literal contra el viejo entarimado – ¿Te expulsaron del infierno al que estabas condenada? Estoy seguro de que atormentarías a cualquier torturador que te destinaran – obviamente él no creía la posible veracidad de sus palabras, a pesar de ser consciente de que ella sí podía ser el verdugo de su cordura y su escaso buen estar y que, por lo tanto, lo que enunciaba bien podría ser factible –. Lo único que podría extrañar sería los momentos precedentes a haberte conocido, pero, ¿merecerías siguiera esto? – mostró su torcida sonrisa y alargó su mano para acariciar con falsa ternura su mejilla. Luego, su expresión cambió y le abofeteó para después lanzar un fuerte grito y girarse apretándose las sienes.
¡Oh, Dios! ¡Cómo la detestaba! No la deseaba ningún mal tan sólo por el hecho de que no creía que hubiese castigo a la altura de lo que quería para ella. Y, en cambio, se condenaba a sí mismo a la mala suerte de contemplarla, escucharla y, en resumen, sufrirla.
– ¿Por qué ella? ¿No había otra a la que atar a mi destino? – los destinatarios de sus preguntas eran los grandes espíritus del otro lado del Lienzo, aunque, ante su ausencia, éstos se convirtieron en el aire. Luego, volvió a girarse hacia ella –. No soporto tu presencia; soporto aún menos el hecho de tener que soportarla. Nuestros caminos están unidos y no importa cuánto queramos separarnos, ellos volverán a atarnos, pues su voluntad es superior a las nuestras – resopló mientras se dejaba caer, de pronto recuperando parte de la calma, sobre una modesta silla de madera que amenazó con desmoronarse ante la presión de su poco peso. Luego, volvió a insistir –. Te odio, Aeshana.
Claustrofobia. Eso es lo que llegó a sentir el nigromante al verse asfixiado por la omnipresente aura que expelía ese ser que era una, dos, tres o incluso cuatro a la vez si se lo proponía, sin perder ni su unidad, ni su multiplicidad. Se vio agobiado y se sintió atacado, pero curiosamente no amenazado, a juzgar por su carencia de cobardía. Su risa le irritaba, sus muecas se clavaban en sus pupilas y su voz arañaba con fuerza sus tímpanos, por muy melodiosa que pudiera querer ser. Él la odiaba, la detestaba como a nadie y eso le hacía sentirse irremediablemente atraído hacia ella por esa fatal fuerza magnética que le condenaba a sumirse en la vesania. ¡Oh, sí! El gascón notaba como el éter de sus venas se comenzaba a contagiar por la agresividad. Sus mandíbulas se contrajeron hasta que sus dientes, incapaces de resistir la presión, se deslizaron los inferiores bajo los superiores y su entrecejo recuperó la exageración de su pose corriente. Entonces, soltó un leve gruñido que ascendió de intensidad hasta tornarse un fuerte bramido. Tan sólo gimió como tónico temporal para calmar su rabia, la cual, en cualquier caso, distaba mucho de extinguirse.
– Eres tú – sentenció plasmando la obviedad para, a continuación, contradecir de algún modo su veredicto –. Y yo no sé quién soy porque no soy nadie; ni tú eres nadie. De nadie es esta cabaña y nuestros cuerpos son sólo cárceles que nos niegan. Éste no soy yo y esa no eres tú. Sólo lo seremos cuando abramos nuestra carne para liberarnos de ella – su voz era más aguda que la que hubiera caracterizado al anterior contenedor que hubiera llegado a habitar, pero curiosamente resultaba más profunda, como si en vez del pecho ésta se proyectase desde un pozo sin fondo, y su tono resultaba más hiriente y penetrante. Se señaló a sí mismo y luego a ella, intentando reafirmar sus palabras, y sólo entonces se percató de que se hallaban rodeados.
Si bien antes se hubiera referido a un camposanto como evocación a su primer y último encuentro, de alguna forma su invocación se había hecho eco en la realidad. Decenas de espectros se agolpaban alrededor de la construcción, pretendiendo llamar a la puerta y golpeando los cristales de las ventanas con sus etéreas extremidades, como si, de pronto, su materia se hubiera vuelto tangible o como si algo les impidiese adentrarse al interior. Alguno de ellos parecía recordar su verdadera condición y se escabullía por medio de las franqueables paredes para hacerles compañía. Eran éstos los que se movieron hacia Aeshana cuando apuntó con la yema de su índice a ella. Intentaron olerla, intentaron acariciarla, intentaron tirar de sus cabellos, pero alzaron la mirada hacia el brujo, que seguía con su hostil expresión tiñendo su rostro y, asustados, huyeron sin siquiera poder escapar de la estancia.
Se hallaba terriblemente molesto -aunque, teniendo en cuenta que ese era su humor cotidiano, probablemente la expresión se quede corta-. Avanzó así hacia ella, pisando con fuerza sobre el podrido suelo de madera que crujía a su paso y, tras romper cualquier rastro de distancia, hubo de reprimir las ansias por hacer que su puño fuera al necesario encuentro con su nariz. En cambio, agarró con determinación la botella de licor de sus manos y la estampó con fuerza contra la pared, haciendo que el suelo se inundase de un mar de cristales verdosos y dejando una húmeda y pestilente mancha que comenzaba a deslizarse por el lienzo, grabando su lenta caída con un irregular rastro.
– ¿Qué haces aquí? – escupió metafóricamente para luego llevarlo a cabo de forma literal contra el viejo entarimado – ¿Te expulsaron del infierno al que estabas condenada? Estoy seguro de que atormentarías a cualquier torturador que te destinaran – obviamente él no creía la posible veracidad de sus palabras, a pesar de ser consciente de que ella sí podía ser el verdugo de su cordura y su escaso buen estar y que, por lo tanto, lo que enunciaba bien podría ser factible –. Lo único que podría extrañar sería los momentos precedentes a haberte conocido, pero, ¿merecerías siguiera esto? – mostró su torcida sonrisa y alargó su mano para acariciar con falsa ternura su mejilla. Luego, su expresión cambió y le abofeteó para después lanzar un fuerte grito y girarse apretándose las sienes.
¡Oh, Dios! ¡Cómo la detestaba! No la deseaba ningún mal tan sólo por el hecho de que no creía que hubiese castigo a la altura de lo que quería para ella. Y, en cambio, se condenaba a sí mismo a la mala suerte de contemplarla, escucharla y, en resumen, sufrirla.
– ¿Por qué ella? ¿No había otra a la que atar a mi destino? – los destinatarios de sus preguntas eran los grandes espíritus del otro lado del Lienzo, aunque, ante su ausencia, éstos se convirtieron en el aire. Luego, volvió a girarse hacia ella –. No soporto tu presencia; soporto aún menos el hecho de tener que soportarla. Nuestros caminos están unidos y no importa cuánto queramos separarnos, ellos volverán a atarnos, pues su voluntad es superior a las nuestras – resopló mientras se dejaba caer, de pronto recuperando parte de la calma, sobre una modesta silla de madera que amenazó con desmoronarse ante la presión de su poco peso. Luego, volvió a insistir –. Te odio, Aeshana.
Última edición por Malkea Ruokh el Dom Jun 22, 2014 1:42 pm, editado 1 vez
Malkea Ruokh- Hechicero Clase Alta
- Mensajes : 460
Fecha de inscripción : 31/10/2010
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: khdfjhs 2.0 - Privado
-Yo soy tu gran obsesión. Soy el placer y soy el dolor. Te atraigo. Te atrapo – Sus labios finos y a la vez carnosos de un color carmesí desgastado siseaban observando como su mantra ahora dejaba de ser mental para tomar textura. El cinismo resguardaba desnudo en su mirada que hacía de su libertad nauseabunda sobre los ojos del ser que yacía frente a ella. Aquel monstruo que desencajaba tanto con su esencia que la obligaba a esconderse en sus propias entrañas ¿Era Malkea o Malena? – Soy un recuerdo fugaz, soy aquella que siempre vas a encontrar. No escondas tu sombra – MALENA, ERES TU. Soy yo. Pero no te hablaba a ti, le hablaba a él ¿A quién? ¿No ves que estamos solas? ¿Otra vez perdida en tu imaginación Malena? Deja de ser engañada por tus propias mentiras. Había rabia en su mirada ferviente, en la sangre que recorría estrepitosa en sus venas salvajes, entrecruzadas a tal punto que podían observarse los dibujos verdosos bajo su piel blanquecina. Él le quitó el aire al golpearla, Malena para su propia paz fue silenciada pero ella solo pudo sentir el cosquilleo debajo de su piel. Aquel sentir que le recordaba que todavía era parte del mundo. Malkea era real, no podía hacerla sentir de otra manera y todo lo que la otra decía, la joven era la mentira no el brujo que ahora se sentaba delante de ella ameritando que la castaña era la causa arraigada de sus desgracias. Debía comprobarlo, necesitaba de su ira para saber que realmente estaba allí y aunque mordiera la esquina de su labio tan fuerte mientras sus pasos nerviosos la paseaban apenas unos centímetros de su lugar original parada en la esquina de la cabaña, nada la estaba haciendo cambiar de parecer.
-Si hoy me ves, vos. No entendes si soy un simple espíritu o soy real – Su voz baja raspaba su propias fauces. Quería que ella la escuchara, que la maldita comprendiera que Malkea estaba vivo pese a que su cuerpo temblaba bajo sus prendas la joven se acercó inclinándose hacia él con el envión de sus últimas palabras que lograron con escudriño librar la enroscada media sonrisa en el rostro devolviéndole por primera vez en mucho tiempo el aspecto de una simple adolescente – Lo sé Malkea, nosotras también. Yo también – Aguantando la respiración lo buscó y lo encontró. Sus labios se sellaron sobre los de él con ímpetu, presionando hasta incluso dolerle y por extraño que le resultó eran cálidos y suaves. Eran tan encantadoramente adictivos como su mente había trucado en sus recuerdos. Quería despertar a la bestia, necesitaba sentirlo más allá de sus palabras porque eran las acciones lo que la hacían reaccionar ¿Pero la respuesta de cualquiera o específicamente del otro alma desolada que había conocido tiempo atrás? Su cuerpo se separó con una sonrisa idiota y rebuscada, abnegada pero con maldad implícita de quien sabe que ha jugado con fuego y se ha quemado hasta los cimientos. La joven por un segundo destellaba su propia travesura mientras volvía a alejarse del brujo, dejándose caer en otra silla enfrentada a él sin procurar esquivar los cristales rotos que condecoraban la madera del piso del cual ahora impregnaban con aquel olor etílico que se escurría por la nariz haciendo picar con su sola presencia – No me odias, porque soy tu fuego y soy tu calor, tu decadencia y tu destrucción. Te daño. Te sano – Eres la puta pesadilla que nunca se va, te siento. Te tengo. Esta vez sabía a quien le hablaba. Él debía ser real porque sino ¿Qué sería de ella?
De pronto el pánico de que el maldito no estuviera allí la invadió y pronto la cabaña se transformó en una cueva, su propio bunker cuando sus ojos llenos de lágrimas lo observaron mientras el aire chocaba contra su garganta. Su boca entreabierta, sus manos temblorosas aferrándose a la escasa tela de su propio vestido como si de ello dependiera su insignificante existencia mientras se mecía sobre su propio eje. Su pelo salvaje recuadrando su rostro pequeño hasta que una lagrima corrió por su mejilla lentamente. Podía sentir el frío en su recorrido hasta perderse en su propia comisura - Vos me hiciste y no pudiste cambiar lo que yo siento y todo lo que soy. NINGUNO DE LOS DOS. Y TU NO SOPORTAS QUE YO SEA TU VOZ Y TU REALIDAD, LA QUE UN DÍA LLEGÓ Y NO SE IRÁ – No podía, ni siquiera sabía si la que había gritado fue ella o Malena cuando se aferró a sí misma inclinándose sobre su cuerpo intentando ayudar a sus propios pulmones a respirar, colapsados de enojo y rabia. Y miedo, demasiado miedo. No podía verlo siquiera mientras intentaba reconfortarse a sí misma, debían calmarse no podían actuar así porque él las estaba viendo ¿Pero lo estaba? Malkea era real, o tan real como ellas deseaban que fuera. Los párpados presionaban tan fuerte que sentía como las arrugas se dibujaban al costado de sus ojos pero debía verlo por sí misma y no vivir en base a sus engaños. Sus ojos finalmente se abrieron y rapaces lo encontraron de pie frente a ella todavía doblada sobre sí misma. Los unía el fuego y el juego de las escondidas, y la necesidad de que el otro fuera tan indeseable y detestable, tanto que hasta el punto de dolerles la existencia ajena. Asombrada por sus propias palabras no dichas solamente pudo observarlo con sus labios sellados y sus ojos más verdes que nunca por la humedad que recorría sus iris.
-Si hoy me ves, vos. No entendes si soy un simple espíritu o soy real – Su voz baja raspaba su propias fauces. Quería que ella la escuchara, que la maldita comprendiera que Malkea estaba vivo pese a que su cuerpo temblaba bajo sus prendas la joven se acercó inclinándose hacia él con el envión de sus últimas palabras que lograron con escudriño librar la enroscada media sonrisa en el rostro devolviéndole por primera vez en mucho tiempo el aspecto de una simple adolescente – Lo sé Malkea, nosotras también. Yo también – Aguantando la respiración lo buscó y lo encontró. Sus labios se sellaron sobre los de él con ímpetu, presionando hasta incluso dolerle y por extraño que le resultó eran cálidos y suaves. Eran tan encantadoramente adictivos como su mente había trucado en sus recuerdos. Quería despertar a la bestia, necesitaba sentirlo más allá de sus palabras porque eran las acciones lo que la hacían reaccionar ¿Pero la respuesta de cualquiera o específicamente del otro alma desolada que había conocido tiempo atrás? Su cuerpo se separó con una sonrisa idiota y rebuscada, abnegada pero con maldad implícita de quien sabe que ha jugado con fuego y se ha quemado hasta los cimientos. La joven por un segundo destellaba su propia travesura mientras volvía a alejarse del brujo, dejándose caer en otra silla enfrentada a él sin procurar esquivar los cristales rotos que condecoraban la madera del piso del cual ahora impregnaban con aquel olor etílico que se escurría por la nariz haciendo picar con su sola presencia – No me odias, porque soy tu fuego y soy tu calor, tu decadencia y tu destrucción. Te daño. Te sano – Eres la puta pesadilla que nunca se va, te siento. Te tengo. Esta vez sabía a quien le hablaba. Él debía ser real porque sino ¿Qué sería de ella?
De pronto el pánico de que el maldito no estuviera allí la invadió y pronto la cabaña se transformó en una cueva, su propio bunker cuando sus ojos llenos de lágrimas lo observaron mientras el aire chocaba contra su garganta. Su boca entreabierta, sus manos temblorosas aferrándose a la escasa tela de su propio vestido como si de ello dependiera su insignificante existencia mientras se mecía sobre su propio eje. Su pelo salvaje recuadrando su rostro pequeño hasta que una lagrima corrió por su mejilla lentamente. Podía sentir el frío en su recorrido hasta perderse en su propia comisura - Vos me hiciste y no pudiste cambiar lo que yo siento y todo lo que soy. NINGUNO DE LOS DOS. Y TU NO SOPORTAS QUE YO SEA TU VOZ Y TU REALIDAD, LA QUE UN DÍA LLEGÓ Y NO SE IRÁ – No podía, ni siquiera sabía si la que había gritado fue ella o Malena cuando se aferró a sí misma inclinándose sobre su cuerpo intentando ayudar a sus propios pulmones a respirar, colapsados de enojo y rabia. Y miedo, demasiado miedo. No podía verlo siquiera mientras intentaba reconfortarse a sí misma, debían calmarse no podían actuar así porque él las estaba viendo ¿Pero lo estaba? Malkea era real, o tan real como ellas deseaban que fuera. Los párpados presionaban tan fuerte que sentía como las arrugas se dibujaban al costado de sus ojos pero debía verlo por sí misma y no vivir en base a sus engaños. Sus ojos finalmente se abrieron y rapaces lo encontraron de pie frente a ella todavía doblada sobre sí misma. Los unía el fuego y el juego de las escondidas, y la necesidad de que el otro fuera tan indeseable y detestable, tanto que hasta el punto de dolerles la existencia ajena. Asombrada por sus propias palabras no dichas solamente pudo observarlo con sus labios sellados y sus ojos más verdes que nunca por la humedad que recorría sus iris.
Soy real
Y estoy despierto
Si me olvidas
Te lo recuerdo
Y estoy despierto
Si me olvidas
Te lo recuerdo
Malena Schreiber- Hechicero Clase Baja
- Mensajes : 80
Fecha de inscripción : 09/10/2012
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: khdfjhs 2.0 - Privado
Las féminas debían ser débiles, delicadas figuras de trapo recubiertas de piel de seda, una suave caricia que propiciase un férreo abrazo, quizás cálido, quizás violento y descortés. Debían responder con sonrisas a cualquier comentario de atención y debían descansar en una esquina, lejos de cualquier mirada, cuando no se requería su presencia. Debían ser objetos, quizás objetos de adoración, pero nada más que objetos. Pero ella, ¡oh, ella! Ella no era mujer. Ella, insensata, tan sólo jugaba con su cuerpo para conferirse una máscara ajena que sugería una condición que no portaba en su interior. Ella, o lo que fuera que habitara dentro de esa cáscara sin mayor importancia, no era fémina alguna, sino la torcida metáfora de la imperfección y de la ingenua perversión hecha carne. No era más que una meretriz que, sin hacer uso de favores sexuales, prostituía la virtud de su existencia para violar la pulcritud de la Verdad. Pero esa Verdad tan sólo era una mentirosa y así ella, Aeshana, se convertía en la paladina que atacaba a la blasfema.
¿Pero ayudaba aquella descarriada alabanza al brujo? Ni de la menor manera. Ella podría ser la mejor o la peor en cualquier aspecto, pero aquello no calmaría la repulsa que latía en su pecho. Y, aunque él fuera capaz de hallar bálsamo alguno para su turbación y calmarse en su presencia, la loca buscaría la forma de devolverle al camino incorrecto. Así se lo demostraba cuando él se hallaba abatido en aquel viejo asiento y le recordaba cuánto necesitaba de ella y cuánto, en el fondo, la había extrañado aún sin haber sido consciente de ello. ¡Y eso le cabreaba! ¡Desde luego que lo hacía! De alguna manera eso significaba que necesitaba de ella, aunque la detestara. Y eso le hacía volver a detestarla no una, ni dos, sino, quizás, tres veces lo que viviese en un principio. Así, su malhumor fue regresando a él, imposibilitándole permanecer por un instante más sentado.
– ¿¡Mi gran obsesión!? – bramó al aire y luego rió. Rió forzado sólo para que un segundo después la diversión llegará a él de la mano de la fácil credulidad que transformó la falacia en la media certeza de que sus palabras debían de ser ciertas – ¿Con quién buscas compararte, Aeshana? Sólo tengo una obsesión y, si bien aciertas al emplazarla en esta estancia, erras al pensar que pudieras ser tú – se refirió a sí mismo, intentando negar la evidencia al ocultarla tras el manto de su ego. Mientras tanto, la comisura izquierda de sus labios se alzaba para demostrar seguridad.
Pero, ¿es que ni tan siquiera le permitía regodearse en su ilusoria autosuficiencia? ¿Tenía que atacarle en todo momento para derruir cualquier peana que utilizara para erguirse sobre los demás? Y así le afrentaba queriendo probar su sentencia, llegando a chocar su piel con la del nigromante y haciendo que la suavidad se deslizase bajo el calor que partió de esos labios y comenzó a recorrer las venas del gascón mientras la temperatura iba ascendiendo vertiginosamente. ¿Surgió el veneno que emponzoñó el beso del varón o de la mujer? ¿Fue acaso de ambos la culpa de dicha corrupción? De una forma u otra, esta enfermedad sin elixir para contrarrestarla volvió a invadir al hombre.
– ¿Yo te hice? ¿Yo? – la carcajada que hubiera resultado oportuna no dominó la estancia porque el enfado ya hacía del Guía su presa. Éste cruzó la sala para seguir su rastro en las tres zancadas que le llevó llegar hacia la silla que ella ocupaba. Y, sin piedad para con su azarada apariencia, se le puso al frente y apoyó ambas manos en el respaldo, de forma que el brillante cuerpo hacía de jaula para el suyo – Yo no te hice, Aeshana; eres demasiado imperfecta como para ser mi obra. Te odio; te odio – repitió, ésta vez con un tono más íntimo, fingiendo quietud y olvidándose deliberadamente de continuar con la explicación de por qué la odiaba tanto –. Pero tú me necesitas. Lo sientes cada vez que me ves, que notas mi presencia rodeándote. Y te abrazas a mí clavándome las uñas y arañando mi rostro, pretendiendo asirte a la única balsa que podría salvarte en tu mar de locura – su tono, al principio suave, se tornó acerbo al tiempo que sus dedos, que habían llegado a su mejilla para acariciarla, fueron descendiendo hasta llegar a su gaznate, en donde la mano se convirtió en la garra que aprisionó con fuerza su garganta - ¡¿Por qué vienes a mí?! ¿Acaso no ves que yo no puedo salvarte? ¿Acaso no ves que nadie puede salvarte? ¡Deja de atar mi cuello con la soga que es saberte frente a mí! ¿Es que buscas ahorcarme?
Entonces la miró por dos segundos más en completo silencio. Y, entonces, se lanzó hacia adelante para volver a llevar su boca a la de ella y besarle con fuerza, como si sus actos le traicionaran para negar la posible veracidad de lo que acababa de gritarle. Succionó su labio como si pretendiese arrancárselo para lograr que un fragmento de ella fuese parte de su interior y así no precisar de la verdadera ella por más tiempo; y, al no conseguirlo, le mordió ahí, con tanto ímpetu que logró penetrar la superficie. Lamió la herida y, con su premio, la liberó y se apartó.
– Jamás me sanarás, loca. Ni tú ni yo tenemos remedio – volvió a escupir al suelo justo después de sentarse en la mesa –. ¿No quieres marcharte? ¿Y qué pretendes hacer entonces, Aeshana? ¿Quieres quedarte ahí, rodeándote a ti misma como si los demonios que te atormentan te aguardaran fuera y no dentro de ti? ¿Vas a seguir odiándome para, al instante siguiente, delatarte al robarme? Somos dos rocas ígneas en caída eterna por una ladera, juntándose irremediablemente, pero hiriéndose a cada choque, ¿es esto lo que quieres? - en realidad no preguntaba para obtener una respuesta, sino para buscar una reacción. Realmente sabía cuál era la contestación correcta porque, aunque le detestase admitirlo, él sentía exactamente lo mismo.
¿Pero ayudaba aquella descarriada alabanza al brujo? Ni de la menor manera. Ella podría ser la mejor o la peor en cualquier aspecto, pero aquello no calmaría la repulsa que latía en su pecho. Y, aunque él fuera capaz de hallar bálsamo alguno para su turbación y calmarse en su presencia, la loca buscaría la forma de devolverle al camino incorrecto. Así se lo demostraba cuando él se hallaba abatido en aquel viejo asiento y le recordaba cuánto necesitaba de ella y cuánto, en el fondo, la había extrañado aún sin haber sido consciente de ello. ¡Y eso le cabreaba! ¡Desde luego que lo hacía! De alguna manera eso significaba que necesitaba de ella, aunque la detestara. Y eso le hacía volver a detestarla no una, ni dos, sino, quizás, tres veces lo que viviese en un principio. Así, su malhumor fue regresando a él, imposibilitándole permanecer por un instante más sentado.
– ¿¡Mi gran obsesión!? – bramó al aire y luego rió. Rió forzado sólo para que un segundo después la diversión llegará a él de la mano de la fácil credulidad que transformó la falacia en la media certeza de que sus palabras debían de ser ciertas – ¿Con quién buscas compararte, Aeshana? Sólo tengo una obsesión y, si bien aciertas al emplazarla en esta estancia, erras al pensar que pudieras ser tú – se refirió a sí mismo, intentando negar la evidencia al ocultarla tras el manto de su ego. Mientras tanto, la comisura izquierda de sus labios se alzaba para demostrar seguridad.
Pero, ¿es que ni tan siquiera le permitía regodearse en su ilusoria autosuficiencia? ¿Tenía que atacarle en todo momento para derruir cualquier peana que utilizara para erguirse sobre los demás? Y así le afrentaba queriendo probar su sentencia, llegando a chocar su piel con la del nigromante y haciendo que la suavidad se deslizase bajo el calor que partió de esos labios y comenzó a recorrer las venas del gascón mientras la temperatura iba ascendiendo vertiginosamente. ¿Surgió el veneno que emponzoñó el beso del varón o de la mujer? ¿Fue acaso de ambos la culpa de dicha corrupción? De una forma u otra, esta enfermedad sin elixir para contrarrestarla volvió a invadir al hombre.
– ¿Yo te hice? ¿Yo? – la carcajada que hubiera resultado oportuna no dominó la estancia porque el enfado ya hacía del Guía su presa. Éste cruzó la sala para seguir su rastro en las tres zancadas que le llevó llegar hacia la silla que ella ocupaba. Y, sin piedad para con su azarada apariencia, se le puso al frente y apoyó ambas manos en el respaldo, de forma que el brillante cuerpo hacía de jaula para el suyo – Yo no te hice, Aeshana; eres demasiado imperfecta como para ser mi obra. Te odio; te odio – repitió, ésta vez con un tono más íntimo, fingiendo quietud y olvidándose deliberadamente de continuar con la explicación de por qué la odiaba tanto –. Pero tú me necesitas. Lo sientes cada vez que me ves, que notas mi presencia rodeándote. Y te abrazas a mí clavándome las uñas y arañando mi rostro, pretendiendo asirte a la única balsa que podría salvarte en tu mar de locura – su tono, al principio suave, se tornó acerbo al tiempo que sus dedos, que habían llegado a su mejilla para acariciarla, fueron descendiendo hasta llegar a su gaznate, en donde la mano se convirtió en la garra que aprisionó con fuerza su garganta - ¡¿Por qué vienes a mí?! ¿Acaso no ves que yo no puedo salvarte? ¿Acaso no ves que nadie puede salvarte? ¡Deja de atar mi cuello con la soga que es saberte frente a mí! ¿Es que buscas ahorcarme?
Entonces la miró por dos segundos más en completo silencio. Y, entonces, se lanzó hacia adelante para volver a llevar su boca a la de ella y besarle con fuerza, como si sus actos le traicionaran para negar la posible veracidad de lo que acababa de gritarle. Succionó su labio como si pretendiese arrancárselo para lograr que un fragmento de ella fuese parte de su interior y así no precisar de la verdadera ella por más tiempo; y, al no conseguirlo, le mordió ahí, con tanto ímpetu que logró penetrar la superficie. Lamió la herida y, con su premio, la liberó y se apartó.
– Jamás me sanarás, loca. Ni tú ni yo tenemos remedio – volvió a escupir al suelo justo después de sentarse en la mesa –. ¿No quieres marcharte? ¿Y qué pretendes hacer entonces, Aeshana? ¿Quieres quedarte ahí, rodeándote a ti misma como si los demonios que te atormentan te aguardaran fuera y no dentro de ti? ¿Vas a seguir odiándome para, al instante siguiente, delatarte al robarme? Somos dos rocas ígneas en caída eterna por una ladera, juntándose irremediablemente, pero hiriéndose a cada choque, ¿es esto lo que quieres? - en realidad no preguntaba para obtener una respuesta, sino para buscar una reacción. Realmente sabía cuál era la contestación correcta porque, aunque le detestase admitirlo, él sentía exactamente lo mismo.
Malkea Ruokh- Hechicero Clase Alta
- Mensajes : 460
Fecha de inscripción : 31/10/2010
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Temas similares
» Ven a por mi [Privado]
» Lo que nos dio el mar | Privado
» We are... [Privado]
» All We Have || Privado
» When we are together [Privado]
» Lo que nos dio el mar | Privado
» We are... [Privado]
» All We Have || Privado
» When we are together [Privado]
Página 1 de 1.
Permisos de este foro:
No puedes responder a temas en este foro.
Miér Sep 18, 2024 9:16 am por Afiliaciones
» REACTIVACIÓN DE PERSONAJES
Mar Jul 30, 2024 4:58 am por Frederick Truffaut
» AVISO #49: SITUACIÓN ACTUAL DE VICTORIAN VAMPIRES
Miér Jul 24, 2024 2:54 pm por Nigel Quartermane
» Ah, mi vieja amiga la autodestrucción [Búsqueda activa]
Jue Jul 18, 2024 4:42 am por León Salazar
» Vampirto ¿estás ahí? // Sokolović Rosenthal (priv)
Miér Jul 10, 2024 1:09 pm por Jagger B. De Boer
» l'enlèvement de perséphone ─ n.
Sáb Jul 06, 2024 11:12 pm por Vivianne Delacour
» orphée et eurydice ― j.
Jue Jul 04, 2024 10:55 pm por Vivianne Delacour
» Le Château des Rêves Noirs [Privado]
Jue Jul 04, 2024 10:42 pm por Willem Fokke
» labyrinth ─ chronologies.
Sáb Jun 22, 2024 10:04 pm por Vivianne Delacour