Pyrêna Brontë | ID

Emocional, una fantástica forma de definirla, aunque sea quedarse corto. Puede gritar, llorar, saltar y reír al mismo tiempo, y lo más extraño es que, aun siendo emociones tan diferentes, encajarán en ella con una extraña y perfecta sincronía. Porque es todo y nada al mismo tiempo. No llama la atención por parecer diferente, destaca por ser lo contrario a todo lo que te puedas imaginar. Alocada, desordenada, desobediente. Te encandilará con su sonrisa más dulce, para marcharse con tu cartera con la más pícara que sabe poner. Y te reirás, por sus andares enérgicos y sin rumbo. Para luego darte cuenta de que esa niñata que aparenta menos edad de la que tiene, te ha robado sin remedio. ¡Já! ¡Pringado! Reiría, porque ella es así, y ni sabe ni quiere evitarlo. Todos la conocen por como es, aunque no sepan cuál es su verdadero nombre. Sus apodos la preceden. Y es que si ves su cabellera castaño-rojiza, deberías echarte a temblar en la mayoría de los casos. Desordenará tu vida, tal y como la conocías hasta ese momento. Desmontará tus creencias, cambiándolas por las suyas, y apenas tendrás tiempo para reaccionar. Mucho menos para impedirlo.

Como una bocanada de aire fresco en un verano caluroso, o como la lluvia tras meses de sequía... Así de rápido llega y se marcha, haciendo todo el ruido que puede. Porque no quiere que la olviden, quiere que la recuerden, quiere que sepan que existe, que está ahí, y que no podrás huir. Sincera, directa, brusca y sumamente terca. No conoce el significado de la palabra "no", mucho menos de "prohibido". Para ella, las normas son simples sugerencias. Y las toma como tal. Como la mecha que prendes y no puedes apagar, así es, eso es. Impredecible, incontrolable, fugaz.

O casi siempre. ¿Alguna vez has disfrutado del placer que produce sentir el calor de una hoguera morderte la piel sin llegar a hacerte daño? Ella sí. Desde su nacimiento, en una casa que se caía a trozos por culpa de la humedad y del viento, durmió frente a una vieja chimenea que era el único lujo que podían permitirse. La niña disfrutaba íntimamente del sonido del crepitar de las llamas, anaranjadas y rojizas, cerca de su rostro. Era lo único que su padre podía traer a casa, leña y el consiguiente fuego que ésta provocaba. El leñador y su esposa, una lechera con una única vaca, habían dado a luz a la niña en el peor momento posible, y de eso no les cupo la menor duda desde el primer momento en que el atronador llanto de la chiquilla quebró la tranquilidad de su minúsculo hogar. Porque desde su más tierna infancia, dejó claro que iba a dar guerra. Mucha guerra. Toda la que no había dado su hermano, Rogbert. Nunca fue fácil de controlar, y en el mismo momento en que comenzó a andar, sus trastadas comenzaron a socavar la efímera paz de la familia. Teniendo apenas cinco años de edad, quemó la casa en que vivían desde los cimientos, totalmente convencida de que bajo sus muros se escondía un gran tesoro... Lo gracioso es que era verdad.

No era demasiado dinero, pero sí el suficiente para que la familia se comprase otra casa, bastante más lujosa, en el mismo centro de Londres. Su madre comenzó a escribir en cuanto se hubieron instalado, convirtiéndose en poco tiempo en una aclamada autora de novelas... Pero la enfermedad se la acabó llevando años después, cuando estaba a punto de finalizar su biografía. Los dos hermanos, abandonando a un padre que se había vuelto completamente loco, creyendo que el rostro de su esposa se aparecía en cada pared de la casa, viajaron a Francia tras robarle al hombre una pequeña suma de dinero, para probar suerte en París, donde, según las propias palabras de su fallecida madre "los sueños se hacían realidad"... Y con una cruda realidad fue con lo que se encontraron. Las hambrunas también azotaban esa ciudad, de modo que hubieron de racionar muy bien el dinero a fin de poder sobrevivir el invierno. Pero en pocos meses se vieron en la calle, sin nada que echarse a la boca.

Fue una época negra, a la par que divertida. Con la picaresca propia del hambre, comenzaron a robar a los transeúntes que pasaban por el mercado, u otras aglomeraciones de gente, convirtiéndose ambos en verdaderos expertos en el oficio en poco tiempo. Vivían donde podían, sabiendo que cualquier día podría acabárseles la suerte y serían atrapados. Pero eso nunca ocurrió. Con el tiempo se hicieron con un pequeño refugio a las afueras de la ciudad, donde escondían aquellos artefactos y ropajes que no habían podido revender, o que simplemente les llamaban la atención. En 1799, la chica sufrió un ataque en el bosque cercano a su "casa". Una bestia la asaltó mientras paseaba recogiendo algunas hierbas medicinales, propinándole un doloroso "arañazo" a lo largo de su espalda. Se despertó en su cama unos días después, totalmente aterrorizada. Lo que no sabía es que la bestia había sido su hermano, al que mordió un licántropo meses antes.

Tras el incidente, el muchacho se sinceró, y ella le rogó que le convirtiera en lo mismo que él, más ilusionada que asustada por el resultado. Él, al principio, se negó, pero finalmente accedió a las súplicas de Pyrêna, quien aludía a argumentos tales como "sólo así estaremos juntos para siempre". Con su nueva naturaleza, vinieron dones que no se esperaba, y que aún no controla demasiado bien, pero que realmente le vienen de maravilla para ejercer su "profesión".