Con las primeras luces de la mañana - (Battler)

Que la había llevado hasta ese lugar, en verdad no lo sabía. Sus manos enguantadas se apoyaron en la construcción de piedra que dividía la acera y la calle de las margenes del río. El viento acarició su rostro, como la mano de su padre, aunque fría y distante, cuando aún estaba a su lado, protegiéndola. Cerró sus ojos al sentir esa caricia, inclinó su rostro al igual que lo hacía sentada al lado de su progenitor, recostando su cabeza suavemente en el regazo masculino, éste acariciaba sus mejillas frías, su cabello mojado por el clima desapacible de Londres, - mi pequeña, no deberías salir a estas horas, la ciudad no es un lugar seguro – podía escuchar las advertencias de su padre, a su vuelta de los paseos por la convulsionada urbe británica . Allí se quedó, en silencio, al borde del  Sena, con la calle aun vacía  que recorría como una cinta oscura las margenes del majestuoso río.

Suspiró  volviendo a abrir sus ojos, contemplando como el amanecer comenzaba a tomar posesión  de la mañana. Shannon había comenzado su paseo, en plena madrugada, cabalgando en total soledad  desde “Forfar”, su imponente estancia, apenas el reloj marcara las cinco de la mañana, vestida como una amazona. Cabalgando en su fiel “Angus”, recorrió la distancia que separaba su villa de la imponente Catedral. Nadie podría entender que una protestante como Bonny, entrara en el símbolo mas estratégico del poder papal en Francia, solo para elevar unas plegarias, sin mas intención de buscar un lugar donde llorar a sus ausentes. Aunque pareciera extraño, la escocesa, creía que toda iglesia servía aunque no profesara la misma fe. Su visión de lo espiritual, era extremadamente particular y por eso mismo nadie de los que la conocían se atrevían a discutir con ella sobre esos temas. Contempló con interés el cielo que de violeta cambiaba a rosado y celeste, - no existe cúpula cargada de piedras preciosas que pueda opacar la belleza de tu divina obra, Señor  - dijo, juntando sus manos como si estuviera apunto de rezar, agradeciendo mentalmente el estar viva.

Así se mantuvo unos minutos en total contemplación, con su yegua aguardándola atada en las ramas de un árbol cercano a donde se encontraba. En su mente recordó otro amanecer, con el viento acariciando sus cabellos y las perlinas gotas de las olas muriendo en el acantilado, humedeciendo su rostro y mezclándose con su propio dolor al saber cercana su partida. Allí donde tras realizar un conjuro, prometió a los antiguos dioses celtas, volver cuando la vida llamara nuevamente sus pasos a las tierras de sus ancestros. Abrió los ojos y aunque se encontraba en la floreciente París, con los caballos y carruajes que comenzaban a transitar dando vida a la ciudad, su alma seguía atada al nudo gordiano que la unía a las lejanas tierras de Escocia.

Shannon suspiró, cerrando sus ojos y dejando liberar aquel nudo que hasta un segundo atrás la uniera con su pasado. Aun el sonido de las rompientes retumbaba en sus oídos y en su corazón, el sonido del viento, aquel lamento perenne que tantas leyendas dijeran que se trataban de las animas que sollozaban sus penas en los acantilados, susurraban sus lamentos en derredor de su alma de bruja.  

Sus manos entrelazadas, aun, como en una silenciosa plegaria, se apoyaron en su pecho, podía sentir a su corazón en armonía con aquel amanecer. El sol que nacía en el horizonte, fue alumbrando su rostro, y sus cabellos de un tono castaño rojizo, tornaron al color del cobre refulgente, parecía una aparición de la diosa  Tailtiu, en su forma femenina, su caballo relincho suavemente como si en verdad intentara saludar a la diosa protectora de su raza, golpeó tres veces con su pata derecha el suelo e inclinó su cabeza casi hasta tocar el suelo, como si estuviera haciendo una reverencia. Pero Shannon estaba demasiado lejos de Paris para percatarse de tal rareza, pues aunque su cuerpo estuviera parado a orillas del Sena, su alma recorría los extensos acantilados de su natal escocia.

Sonrió, no podía quejarse, aun en la lejanía de su tierra, y aunque tal vez nunca mas pudiera poner sus pies en las colinas verdes de su amado terruño, ella lo llevaría en su corazón, en su interior como si pudiera guardar dentro de si todas las almas de los perdidos amores, tal si en su cuerpo albergara a la Madre Tierra, a la antigua Dana. Sus ojos se volvieron del color verde, de las praderas, iluminados por el sol que lentamente alzaba su poderío en el cielo de la ciudad.

Acomodó un mechón de sus cabellos tras la oreja derecha, el viento volvió a despeinarla y ella pertinaz otra vez realizó el movimiento. Giró su cuerpo, aun con su cabeza inclinada al suelo, mirando sin ver, confundida y herida por sus nostalgias y su unión espiritual con los elementos, con los antiguos dioses de sus ancestros. Inspiró profundamente, sus parpados velaron el color sobrenatural de su mirada y cuando volvió a abrir sus ojos, éste se había esfumado. Shannon había jurado seguir adelante, como todo los días de su vida, a pesar de su soledad, de su dolor. Caminó uno o dos pasos y sus ojos se detuvieron en unos zapatos masculinos. Inconsciente de lo que hacía, fue elevando  su mirada, recorriendo el cuerpo de aquel extraño, algo confundida, era ridículo pero creyó reconocerse en el individuo, como si él también poseyera una minúscula parte de aquel nudo gordiano que conectaba a todos los escoceses, - todos somos uno – susurró mirándolo a los ojos, solo un escoces, un habitante del ancestral Angus entendería lo que eso significaba, solo alguien que su alma pugnara por unirse a la gran madre Dana, y reconocerse en su hermano Celta, lograría entenderla, - que el sol ilumine vuestro camino – le dijo, mientras, su mirada huía de la ajena y la sonrisa que le ofrendaba se esfumaba de su rostro, mostrando el dolor de la soledad.

Estaba a punto de proseguir con su camino, su rutina de todas las mañanas llegaba a su fin, había adorado en silenciosa contemplación a la Madre Tierra y ésta le estaba contestando con un pedido que ella le hiciera tiempo atrás, cuando tuvo que emprender el exilio. En aquel momento había rogado, - madre, no permitas que te olvide, no dejes que la unión que existe entre las almas que provenimos de tu simiente se desvanezca como el rocío de la mañana – aquella frase, dicha en total unión con el viento, el acantilado y las olas que al romperse besaban tímidas su rostro, había sido el ruego de un alma que no deseaba morir en la distancia, sola y desarraigada.

En esa mañana, en mitad de una ciudad ajena, apenas conocida, totalmente indiferente a lo que en su interior luchaba por no morir en la soledad de la lejanía. Un rayo de esperanza llegaba a darle alegría a su corazón herido. El hombre que cruzó en su camino, al cual había sonreído al pasar, repetía el lema de las tierras de su corazón. Se detuvo en seco, el corazón le dio un vuelco. Giró lentamente hasta enfrentarlo, asintió con un leve gesto de cabeza, cohibida, como siempre le pasaba con los extraños. Fijó su mirada en el hombre y levantando un poco su mentón, con una suave sonrisa en los labios contestó con palabras, - si, soy de Escocia – su mirada se volvió curiosa al observar el aura  y las almas que giraban como danzando al rededor de su cuerpo, - usted... también lo es, ¿verdad? -  no necesitaba que respondiera, aquellas esencias continuaban moviéndose, como afirmando lo que ya sabía.

Se acercó, con cuidado, como bruja sabía que aveces las almas no se sienten a gusto cuando otro ser se acerca a ellas, más aun cuando tenían una conexión tan especial con el brujo que las portaba. Volvió a sonreir  mientras extendía su brazo con la mano abierta, - mi nombre es Shannon, de Angus – continuó, para un escoses, era más importante que su apellido el lugar de donde provenía, pues casi siempre era la tierra del origen de su apellido. Se quedó allí, sonriente, con la mirada mas cristalina y sincera que había tenido desde que llegara a Paris, pues por fin había encontrado a un igual.