AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Blasphemy || Privado.
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Blasphemy || Privado.
Los entreactos de mi vida han sido demasiado largos.
Marqués de Sade
Marqués de Sade
Me sentía sucia. Cada parte de mi cuerpo me era infinitamente aberrante, aún no podía distinguir entre la realidad y el sueño. Me costaba el aliento imaginarme lejos de esa mujer y saber que no iba volver a verla ¿Era tan aberrante mi amor? El libro que sostenía en las manos, me demostró lo contrario. Cada abrumadora palabra que lo conformaba, cada perversión, cada maldita degeneración de la mente que ahí se escribía, me abría las puertas hacia una claridad insana, pero real, como yo… como lo fue ella. Sonreí fingiendo que aquella historia era la mía, pero no, y es que su abandono me resultaba incomprensible. ¿Por qué se había ido? ¿Por qué no escribió? ¿Por que...?
Guardé el libro. No muchas personas suelen leer ese tipo de textos, mucho menos una jovencita tan decente y encantadora como yo. Su autor había participado en el escándalo más indecente del siglo anterior, su vida había sido juzgada por la fe ciega de una maldita creencia estúpida y banal. Desde mi punto de vista, ese hombre sólo había atendido el hambre de su cuerpo, así como yo lo hacía con el mío ¿Qué había de malo en ello? ¿Y qué si él martirizó a la prostituta? ¿A quién le importaba si fue él quien envenenó a las otras en Marsella? ¿Qué más da si cometía sodomía? Las mentes cerradas son el caos a mi alrededor. La virtud, su patética y jodida ética, la indecente y pútrida pulcritud. ¡Todo resultaba ser un asco! He visto como los hombres me observan, he notado el deseo de ellas… todos eran pecadores, pero se escondían tras las faldas de su decencia ¡Hipócritas ellos! ¡Hipócrita yo!
Me quedé quieta observando la gigantesca entrada de la iglesia. Tanto desperdicio de arte, tanta piedra edificada que sólo alberga el oro, la pena y la hipocresía. Cualquiera puede entrar a orar, cualquiera es merecedor del amor de dios, ¿Y dónde estaba dios en las violaciones hacia el hombre? ¿Qué hay de los niños que no tienen un hogar? ¿Qué hace cuando observa la injusticia de su sistema mientras alguien era abusado sádicamente? ¿Dónde quedé yo cuando Alice murió, y ahora que lo necesito porque el amor me ha abofeteado, burlado y dejado? Mi alma estaba desecha, mi cuerpo no tenía paz. Me había tocado varias noches en mi habitación pensando en ella, creyend que si mi lascivia pudiese invocarla ella aparecería, pero no estaba ahí, y no le importaba mi dolor. Además mi padre me golpeó al rostro cuando le grité la causa de mi luto. No había salido durante semanas, me sentía muerta, de la misma forma en la que me enclaustré cuando Alice murió. No, Afrodita no estaba muerta, pero se había marchado de Paris ¿A dónde? No lo sé, nunca lo dijo, nunca se despidió. Fue como si se la hubiese tragado la tierra, como si nunca hubiese existido, como si todo ese tiempo sólo hubiese sido mi imaginación. Quise gritar, tan fuerte como me fuese posible, pero mi voz no se escuchó. Apreté las manos en puños, quise golpear a alguien, pero las personas me miraban con inapetencia, no era nadie para ellos, no significaba nada… entonces ¿Por qué preocuparme por su juicio después de saberme homosexual? Y ahí estaba otra vez la maldita y enferma mentalidad errática. Me quedé en silencio, solo ignorando todo a mi alrededor. Ensimismada en los pensamientos marchitos que me laceraban, ¿Y si lo arrojo todo al olvido? ¿Qué tal si muero? Necesitaba un apoyo, necesitaba un ente que me escuchara, que pudiese decirme que no es un error, que no soy el demonio…
Con los ojos cristalizados, corrí en dirección opuesta a la iglesia. Ahí no había nadie que pudiese ayudarme, ‘el señor’ no responde a mis súplicas porque estoy sucia… tan sucia del alma como lo estaba en el exterior. Tragué saliva y me alejé lo más rápido que pude, lo más lejos que mis pies me habían llevado nunca antes. Cuando al fin pude darme cuenta de lo que ocurría a mi alrededor, era demasiado tarde… estaba en un lugar de Paris que no conocía, un sitio tan repulsivo y asqueroso como lo era mi interior en ese momento. Lejos de asustarme, me sentí atraída. No, no me gustaba codearme con esa gente, no estaban a mi altura ¡Ninguno lo estaba! Pero esa ocasión, me sentía tan jodidamente desolada que quizá, me reconocí en medio de toda su inmundicia… Antes de poder quedarme a apreciar la épica batalla de mis pensamientos ante lo desconocido, decidí alejarme. Giré sobre los talones y emprendí el camino de regreso, pero… ¿Hacia dónde? Mis ojos bailaron entre los callejones y elegí el que creí se me hacía reconocido. Lo abordé pero para mi sorpresa no fue el camino correcto, corrí hacia la derecha y tropecé con una roca. Caí sobre las rodillas, me raspé y, por primera vez en toda mi maldita vida, me sentí como la adolescente que soy… comencé a llorar.
Guardé el libro. No muchas personas suelen leer ese tipo de textos, mucho menos una jovencita tan decente y encantadora como yo. Su autor había participado en el escándalo más indecente del siglo anterior, su vida había sido juzgada por la fe ciega de una maldita creencia estúpida y banal. Desde mi punto de vista, ese hombre sólo había atendido el hambre de su cuerpo, así como yo lo hacía con el mío ¿Qué había de malo en ello? ¿Y qué si él martirizó a la prostituta? ¿A quién le importaba si fue él quien envenenó a las otras en Marsella? ¿Qué más da si cometía sodomía? Las mentes cerradas son el caos a mi alrededor. La virtud, su patética y jodida ética, la indecente y pútrida pulcritud. ¡Todo resultaba ser un asco! He visto como los hombres me observan, he notado el deseo de ellas… todos eran pecadores, pero se escondían tras las faldas de su decencia ¡Hipócritas ellos! ¡Hipócrita yo!
Me quedé quieta observando la gigantesca entrada de la iglesia. Tanto desperdicio de arte, tanta piedra edificada que sólo alberga el oro, la pena y la hipocresía. Cualquiera puede entrar a orar, cualquiera es merecedor del amor de dios, ¿Y dónde estaba dios en las violaciones hacia el hombre? ¿Qué hay de los niños que no tienen un hogar? ¿Qué hace cuando observa la injusticia de su sistema mientras alguien era abusado sádicamente? ¿Dónde quedé yo cuando Alice murió, y ahora que lo necesito porque el amor me ha abofeteado, burlado y dejado? Mi alma estaba desecha, mi cuerpo no tenía paz. Me había tocado varias noches en mi habitación pensando en ella, creyend que si mi lascivia pudiese invocarla ella aparecería, pero no estaba ahí, y no le importaba mi dolor. Además mi padre me golpeó al rostro cuando le grité la causa de mi luto. No había salido durante semanas, me sentía muerta, de la misma forma en la que me enclaustré cuando Alice murió. No, Afrodita no estaba muerta, pero se había marchado de Paris ¿A dónde? No lo sé, nunca lo dijo, nunca se despidió. Fue como si se la hubiese tragado la tierra, como si nunca hubiese existido, como si todo ese tiempo sólo hubiese sido mi imaginación. Quise gritar, tan fuerte como me fuese posible, pero mi voz no se escuchó. Apreté las manos en puños, quise golpear a alguien, pero las personas me miraban con inapetencia, no era nadie para ellos, no significaba nada… entonces ¿Por qué preocuparme por su juicio después de saberme homosexual? Y ahí estaba otra vez la maldita y enferma mentalidad errática. Me quedé en silencio, solo ignorando todo a mi alrededor. Ensimismada en los pensamientos marchitos que me laceraban, ¿Y si lo arrojo todo al olvido? ¿Qué tal si muero? Necesitaba un apoyo, necesitaba un ente que me escuchara, que pudiese decirme que no es un error, que no soy el demonio…
Con los ojos cristalizados, corrí en dirección opuesta a la iglesia. Ahí no había nadie que pudiese ayudarme, ‘el señor’ no responde a mis súplicas porque estoy sucia… tan sucia del alma como lo estaba en el exterior. Tragué saliva y me alejé lo más rápido que pude, lo más lejos que mis pies me habían llevado nunca antes. Cuando al fin pude darme cuenta de lo que ocurría a mi alrededor, era demasiado tarde… estaba en un lugar de Paris que no conocía, un sitio tan repulsivo y asqueroso como lo era mi interior en ese momento. Lejos de asustarme, me sentí atraída. No, no me gustaba codearme con esa gente, no estaban a mi altura ¡Ninguno lo estaba! Pero esa ocasión, me sentía tan jodidamente desolada que quizá, me reconocí en medio de toda su inmundicia… Antes de poder quedarme a apreciar la épica batalla de mis pensamientos ante lo desconocido, decidí alejarme. Giré sobre los talones y emprendí el camino de regreso, pero… ¿Hacia dónde? Mis ojos bailaron entre los callejones y elegí el que creí se me hacía reconocido. Lo abordé pero para mi sorpresa no fue el camino correcto, corrí hacia la derecha y tropecé con una roca. Caí sobre las rodillas, me raspé y, por primera vez en toda mi maldita vida, me sentí como la adolescente que soy… comencé a llorar.
Nadége Morózova- Realeza Rusa
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Fecha de inscripción : 08/01/2012
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Re: Blasphemy || Privado.
Su estado de salud mejoraba a pasos agigantados, él todo lo asociaba con su estado de animo. Se daba cuenta que el tener un motivo especial era un impulso grande, por eso no lo dejaría ir, no fácilmente. Aquel día se había despertado antes que el sol saliera para dejar ver con claridad el mundo, al menos de forma física, porque lo que realmente ocurría se tapaba con un dedo. Brandon disfrutaba de un baño de agua fría a las orillas del lado, no importa la temperatura que tuviera, de hecho mientras más fría mejor, eso le ayudaba a distraerse del hambre, a alejar el sueño, pero también a limpiar la suciedad del día anterior. Era pobre, si, pero no por eso sucio, buscaba tener buena carta de presentación sin importar que sus ropas estuvieran tan maltrechas, de esa manera no lo catalogaban como un vago, un ladrón, o una mala persona. En esos tiempos cualquier indicador de no tener dinero, era la evidencia de ser del mundo malo, del bajo.
Su baño rutinario le ponía de buenas tanto como sus pensamientos celestes. ¿El color? Por una mirada, unos ojos. El hombre miserable jamás creyó terminar prensado en una mujer, se creía tan insignificante por no poder tener que ofrecer, pero ahora esas ganas de poder llegar a tener algo incrementaban, ella era el motivo porque que Brandon tuviera esa sonrisa amplia, por la que su enfermedad se esfumara, porque su fuerza incrementara, y sus trabajos tuvieran una ganancia más ambiciosa.
Su madre siempre le decía “Ketu, sólo Dios sabe en que momento te pondrá el verdadero valor a la vida”. Él se negaba a creerlo, porque su Dios lo había abandonado en el momento en que su madre murió. ¿Por qué se la había arrebatado de esa manera tan terrible? Eso no era justo, mucho menos comprensible, eso no tiene justificación, si ese rey que se encuentra en los cielos es tan bueno ¿Por qué quita personas de esa manera? Esas preguntas diariamente se las hacía, hasta ese día en que por fin comprendió que trataba de decir su querida madre adoptiva.
El día extrañamente no se encontraba con una temperatura helada, los rayos del sol incluso quemaban la piel. Fueron tantos los sacos de patatas que cargó, que sentía como las ampollas le lastimaban, como la planta de los pies le ardían. No tardó media hora más para ir con la verdulera y pedirle un poco de descanso. La comprensiva mujer aceptó sin chistar, le tenía mucho aprecio al miserable, en realidad deseaba que su horrenda hija se casara con él, pero aunque al joven le caía muy bien la muchacha, ni siquiera la miraba de esa forma, porque su corazón vibraba por alguien más, alguien imposible e inalcanzable. ¿O quizás si? No lo sabía, pero de nada le servía perder las esperanzas antes de tiempo; su descanso constaba de ir a recostarse a algún callejón limpio, que oliera bien, sin humedad.
En un principio sólo se dejó caer en el frío suelo empedrado, durmió quizás una hora, se levantó y se quitó lo que aún permanecía de sus zapatos. Suspiró, se sentía aburrido, un poco inquieto, con ganas de ir a verla pero tomando en cuenta su situación debía esperar a que volviera a salir por las compras.
Un llanto angelical pero lleno de melancolía llamó su atención. El callejero se puso de rodillas, comenzó a gatear y buscó entre la luz media del día y la oscuridad del callejón al autor de tal dolor. Se sorprendió al ver a aquella mujer de cabellos de fuego, hizo una mueca analizando su debía avanzar para ayudarla o regresarse a su descanso. Obviamente tomó la primera opción.
- Sé que si le preguntó si está bien querrá darme un golpe, pero ¿puedo hacer algo por usted? - Se acercó con precaución alzando los brazos en señal de “no te haré daño”. Más bien se sentó a un palmo de distancia de ella. - No es bueno que te entretengas por aquí, hay gente muy mala que es capaz de robarte hasta las prendas para intercambiarlas por un pedazo de pan - Estiró su mano para tomar la femenina, de esa forma la ayudaría a levantarse - Vamos, sé también que no soy digno, pero no me gusta que se encuentre así, ¿quiere dar un paseo? ¿Contarme algo? Mañana lo habremos olvidado cuando vuelva a su jaula de oro - ¿De verdad la mujer se dejaría ayudar? Eso estaba por verse.
Su baño rutinario le ponía de buenas tanto como sus pensamientos celestes. ¿El color? Por una mirada, unos ojos. El hombre miserable jamás creyó terminar prensado en una mujer, se creía tan insignificante por no poder tener que ofrecer, pero ahora esas ganas de poder llegar a tener algo incrementaban, ella era el motivo porque que Brandon tuviera esa sonrisa amplia, por la que su enfermedad se esfumara, porque su fuerza incrementara, y sus trabajos tuvieran una ganancia más ambiciosa.
Su madre siempre le decía “Ketu, sólo Dios sabe en que momento te pondrá el verdadero valor a la vida”. Él se negaba a creerlo, porque su Dios lo había abandonado en el momento en que su madre murió. ¿Por qué se la había arrebatado de esa manera tan terrible? Eso no era justo, mucho menos comprensible, eso no tiene justificación, si ese rey que se encuentra en los cielos es tan bueno ¿Por qué quita personas de esa manera? Esas preguntas diariamente se las hacía, hasta ese día en que por fin comprendió que trataba de decir su querida madre adoptiva.
El día extrañamente no se encontraba con una temperatura helada, los rayos del sol incluso quemaban la piel. Fueron tantos los sacos de patatas que cargó, que sentía como las ampollas le lastimaban, como la planta de los pies le ardían. No tardó media hora más para ir con la verdulera y pedirle un poco de descanso. La comprensiva mujer aceptó sin chistar, le tenía mucho aprecio al miserable, en realidad deseaba que su horrenda hija se casara con él, pero aunque al joven le caía muy bien la muchacha, ni siquiera la miraba de esa forma, porque su corazón vibraba por alguien más, alguien imposible e inalcanzable. ¿O quizás si? No lo sabía, pero de nada le servía perder las esperanzas antes de tiempo; su descanso constaba de ir a recostarse a algún callejón limpio, que oliera bien, sin humedad.
En un principio sólo se dejó caer en el frío suelo empedrado, durmió quizás una hora, se levantó y se quitó lo que aún permanecía de sus zapatos. Suspiró, se sentía aburrido, un poco inquieto, con ganas de ir a verla pero tomando en cuenta su situación debía esperar a que volviera a salir por las compras.
Un llanto angelical pero lleno de melancolía llamó su atención. El callejero se puso de rodillas, comenzó a gatear y buscó entre la luz media del día y la oscuridad del callejón al autor de tal dolor. Se sorprendió al ver a aquella mujer de cabellos de fuego, hizo una mueca analizando su debía avanzar para ayudarla o regresarse a su descanso. Obviamente tomó la primera opción.
- Sé que si le preguntó si está bien querrá darme un golpe, pero ¿puedo hacer algo por usted? - Se acercó con precaución alzando los brazos en señal de “no te haré daño”. Más bien se sentó a un palmo de distancia de ella. - No es bueno que te entretengas por aquí, hay gente muy mala que es capaz de robarte hasta las prendas para intercambiarlas por un pedazo de pan - Estiró su mano para tomar la femenina, de esa forma la ayudaría a levantarse - Vamos, sé también que no soy digno, pero no me gusta que se encuentre así, ¿quiere dar un paseo? ¿Contarme algo? Mañana lo habremos olvidado cuando vuelva a su jaula de oro - ¿De verdad la mujer se dejaría ayudar? Eso estaba por verse.
Brandon Acklang- Humano Clase Baja
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Fecha de inscripción : 07/03/2013
Re: Blasphemy || Privado.
Me fragmenté. Sentía como el corazón me era desgarrado lentamente y no podía llenar los pulmones de aire, me hacía falta oxígeno. Los músculos se contraían, me hacía pequeña, el dolor me absorbía y la oscuridad ceñida sobre mí era total. Un nudo en mi garganta, espinas adoquinando mi cuerpo. La desdicha me era como una segunda piel ¿Qué había hecho para pagar con semejante crueldad? A mi mente acudieron miles de recuerdos, tantas cosas que hice, otras tantas que dije. ¿Acaso merecía el castigo? Doblé las rodillas y las rodeé con mis brazos, hundí la cabeza entre las piernas y el sollozo se perdió en la soledad del callejón. Poco me importó la lástima que pudiese despertar en los transeúntes y si me señalaban o no. ¡Soy una niña! No más que una estúpida chiquilla. En ese momento quise que al levantar el rostro, esa mujer, aquella de ávida mirada y sonrisa agridulce estuviese ahí, pero incluso con ella había perdido el contacto y su marido… si su marido y mi padre se conocen, entonces ellos no me dejarían aproximarme a ella. ¿Madre, dónde estás? Me traicioné a mi misma con ese pensamiento y, lejos de tranquilizarme, me destrocé aún más…
Su voz…, Me quedé quita acorralada conmigo misma y dejé que volviese a hablar. Espere, sólo esperé lo suficiente para que el sonido de su voz llegara hasta mí por segunda ocasión. Levanté la cabeza esperando que fuese él -¡¿Dante?!- Mi sonrisa, así como el destello en mis orbes, murió al no poder reconocer su rostro en el cuerpo de ese hombre.-No. Por supuesto que no- Bajé la mirada y la desvié hasta el laberinto de callejones. No iba a esconder mis lágrimas, pues a estas alturas era demasiado tarde, ya me había escuchado, la pregunta –que era estúpida por si sola- me lo confirmó. Como me hubiese gustado el gritarle la evidencia de su cuestión, desquitar todo mi dolor fingiendo molestia y permitiendo que mi pútrido carácter de mierda se vaciara en un abuso contra él, pero ni siquiera tenía ánimo de eso. Observé su mano tratando de ayudarme, y lo dejé hacerlo. Me puse de pie junto con él. ¿Sería igual de serena su respuesta si tan sólo supiese la mínima parte de lo que soy? Lo solté y me alejé como si yo fuese un monstruo que no desea herirle.
-Nadie es digno de escuchar las penurias de otro ser. Más bien es agotador- Así, de la misma forma en la que me perdí, volvía al camino. Sequé las lágrimas con el dorso de mis manos. ¡Que indecencia! Lo hubiese hecho con un fino pañuelo de tela como me lo enseñaron, pero ¡Al demonio los modales! Estaba en medio de la inmundicia parisina ¿A quién le importaba el fino comportamiento? Sonreí. “Jaula de oro” -¿Acaso tú eres libre? No, apuesto a que no. Nadie lo es.- Susurré. -¿Confesarme con un extraño?- Pregunté retóricamente, una cuestión que era dirigida exclusivamente hacia mis pensamientos. Asentí. –Seguro es mejor que hacerlo bajo la falsa mirada divina- y no sabía si me refería al cardenal o al mismísimo dios. No estaba segura de nada, me sentía terriblemente confundida, atrapada, desenmascarada, sucia… -Ojalá pudiese ser tan sencillo olvidar. Cerrar los ojos y esperar a que se borre todo el mal de la tierra, pero al despertar, el dolor sigue ahí, el mal y sigue ahí.- Intenté enderezarme. Caminar con la línea estilizada, pero me sentía tan cansada, que la curva en mi espalda creció con cada paso que di para acercarme a él. -La vida es una pesadilla constante, con breves episodios de felicidad, pero sólo eso.- Sacudí el vestido y, a hacerlo toqué la herida en las rodillas. Me quejé. Sé que no debo levantar mis faldas ante la presencia de un hombre, pero me lastimé y necesitaba ver qué tan dañino era. Al hacerlo, la cascada escarlata atavió mi pierna, no era demasiada, no era poca. –Es como esto, mañana no habrá sangre, pero la cicatriz continuará ahí.- Suspiré con melancolía, con ganas de que todo aquello que decía, fuese una vil mentira.
Su voz…, Me quedé quita acorralada conmigo misma y dejé que volviese a hablar. Espere, sólo esperé lo suficiente para que el sonido de su voz llegara hasta mí por segunda ocasión. Levanté la cabeza esperando que fuese él -¡¿Dante?!- Mi sonrisa, así como el destello en mis orbes, murió al no poder reconocer su rostro en el cuerpo de ese hombre.-No. Por supuesto que no- Bajé la mirada y la desvié hasta el laberinto de callejones. No iba a esconder mis lágrimas, pues a estas alturas era demasiado tarde, ya me había escuchado, la pregunta –que era estúpida por si sola- me lo confirmó. Como me hubiese gustado el gritarle la evidencia de su cuestión, desquitar todo mi dolor fingiendo molestia y permitiendo que mi pútrido carácter de mierda se vaciara en un abuso contra él, pero ni siquiera tenía ánimo de eso. Observé su mano tratando de ayudarme, y lo dejé hacerlo. Me puse de pie junto con él. ¿Sería igual de serena su respuesta si tan sólo supiese la mínima parte de lo que soy? Lo solté y me alejé como si yo fuese un monstruo que no desea herirle.
-Nadie es digno de escuchar las penurias de otro ser. Más bien es agotador- Así, de la misma forma en la que me perdí, volvía al camino. Sequé las lágrimas con el dorso de mis manos. ¡Que indecencia! Lo hubiese hecho con un fino pañuelo de tela como me lo enseñaron, pero ¡Al demonio los modales! Estaba en medio de la inmundicia parisina ¿A quién le importaba el fino comportamiento? Sonreí. “Jaula de oro” -¿Acaso tú eres libre? No, apuesto a que no. Nadie lo es.- Susurré. -¿Confesarme con un extraño?- Pregunté retóricamente, una cuestión que era dirigida exclusivamente hacia mis pensamientos. Asentí. –Seguro es mejor que hacerlo bajo la falsa mirada divina- y no sabía si me refería al cardenal o al mismísimo dios. No estaba segura de nada, me sentía terriblemente confundida, atrapada, desenmascarada, sucia… -Ojalá pudiese ser tan sencillo olvidar. Cerrar los ojos y esperar a que se borre todo el mal de la tierra, pero al despertar, el dolor sigue ahí, el mal y sigue ahí.- Intenté enderezarme. Caminar con la línea estilizada, pero me sentía tan cansada, que la curva en mi espalda creció con cada paso que di para acercarme a él. -La vida es una pesadilla constante, con breves episodios de felicidad, pero sólo eso.- Sacudí el vestido y, a hacerlo toqué la herida en las rodillas. Me quejé. Sé que no debo levantar mis faldas ante la presencia de un hombre, pero me lastimé y necesitaba ver qué tan dañino era. Al hacerlo, la cascada escarlata atavió mi pierna, no era demasiada, no era poca. –Es como esto, mañana no habrá sangre, pero la cicatriz continuará ahí.- Suspiré con melancolía, con ganas de que todo aquello que decía, fuese una vil mentira.
Nadége Morózova- Realeza Rusa
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Fecha de inscripción : 08/01/2012
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Re: Blasphemy || Privado.
A los ricos siempre les costaba más trabajo mostrar sus emociones. Esa era una de las creencias que Brandon tenía más grabada en su interior. Un pobre, por ejemplo, no siente vergüenza de pedir tanto dinero como un poco de alimento. La necesidad grande que llegan a tener les hace exponer sus emociones sin ni siquiera sentir un poco de vergüenza. ¿Qué podía hacerles sentir avergonzados? En realidad nada, porque los que no tienen dinero no tienen el problema de causar pena a su familia por tanta debilidad; un rico en cambio siempre tiene que guardar las apariencias, esconder la mano, porque ellos ni siquiera pueden estirarla para pedir ayuda al caminar. Todo aquello hacía que el interior del vagabundo se revolviera, mostrara un gran remolino. Ellos que lo tenían todo no deberían de temer en mostrarse tal cual eran. ¿Quién entonces era el más miserable, ellos que lo tenían todo pero no se dejaban ver, o ellos que no tenían nada más que su propio ser?
Por un momento el joven sintió realmente lastima por la chica que tenía enfrente. Si, quizás ese sentimiento era el peor de todos, sin embargo, los de su clase lo habían aplastado incluso de peor forma que a una rata, algo de malicia, maldad y rencor debía prevalecer en el interior de alguien que agonizaba algunas noches por un poco de pan. Bien educado lo había dejado su madre en el mundo, simplemente existían emociones como esas que no se podían ignorar de buenas a primeras, a veces se ayuda a quien menos imaginas, o te ayuda el que jamás creerías lo haría.
Cómo si fuera un rayo descargando su furia sobre la tierra, la voz de su madre apareció reprendiéndolo con severidad. ¿Sería ella o sólo su conciencia retorciéndose? Quizás ambas cosas al mismo tiempo. ¡La lastima ni para él! Una que otra vez la miró en los ojos de algunas personas, no se sintió nada bien que le vieran de esa forma, de hecho lo odió más que no tener un poco de pan para llevarse a la boca. No iba a empezar a hacer lo que no deseaba que le hicieran. Se sintió avergonzado, y fue por esa razón que de un momento a otro bajo la cabeza. Tampoco es que tuviera mucho deseo por verle el dolor. Solía ser tan permisivo con algunas emociones que no tardaba en ocasiones en hacerlas suyas; hizo una mueca, tensó los músculos de su cara, y luego se cruzó de brazos escuchando con atención las palabras afiladas de la mujer. Aunque suaves tenían grandes significados.
- ¿Aquello que quiere olvidar la hizo feliz en su momento? - Su voz grave, un tanto tartamuda se hizo presente - Por que de ser así no tendría porque olvidarlo, sino aprender a vivir con ese recuerdo. Imagine que yo me pusiera a querer olvidar a mi madre porque ya murió, ¿dónde dejaría entonces los momentos con ella? ¿La felicidad que me proporcionó? - Negó repetidas veces, quizás ella no podría llegar a entender el punto que le quería mostrar. - Realmente somos egoístas - Y el mismo abrió los ojos con asombro por lo que decía, algunas piezas de su rompecabezas encajaban de nuevo - No nos importa sufrir, hacernos las víctimas y no dejamos que el recuerdo sea bueno, somos egoístas porque los queremos para nosotros sin saber si están mejor lejos, o en ese mundo llamado cielo - ¿Ella entendería? Quien sabe, ni él lo sabía.
Brandon cerró los ojos al notar las piernas bien trabajadas de la fémina. No es que fuera de palo, aunque no es que hubiera tenido encuentros sexuales con mujeres, sentía, admiraba, deseaba, necesitaba, pero sabía como controlarse sino le ponían las cosas de gratis; tomó una bocana de aire y la volteó a ver de nueva cuenta, intentando averiguar que ocurría con ella. ¿De verdad él deseaba saberlo? Si, porque de esa forma sabía que no estaría tan solo entre el miserable dolor que experimentaba.
- ¿Quiere que le cure esa herida? No se necesita mucho, en el bosque podemos encontrar un riachuelo para lavarla, y dado que vivo entre callejones podríamos encontrar plantas medicinales, las sé identificar bien - Se encogió de hombros. No le estaba ofreciendo mucho, sólo su basto conocimiento del mundo, que claro, lo adquirió a base de grandes golpes. - ¿Qué dice? Mientras le curo esa herida podría platicarme y yo le platicaría los míos - Sonrió de medio lado intentando contagiar a la apenada pelirroja
Con galantería estiró su brazo, incluso lo curvó un poco para ofrecerlo a la joven y de esa forma poder escoltarla en el trayecto. Una cosa sería escoltarla y otra que ella aceptara a que un mendigo le guiara. ¡Los ricos y su orgullo! De igual forma a él no le molestaba para nada arriesgarse, no tenía malas intenciones, y si las tuviera Dios sería el único en saberlo y claro, hacer que él pagara ese pecado.
Por un momento el joven sintió realmente lastima por la chica que tenía enfrente. Si, quizás ese sentimiento era el peor de todos, sin embargo, los de su clase lo habían aplastado incluso de peor forma que a una rata, algo de malicia, maldad y rencor debía prevalecer en el interior de alguien que agonizaba algunas noches por un poco de pan. Bien educado lo había dejado su madre en el mundo, simplemente existían emociones como esas que no se podían ignorar de buenas a primeras, a veces se ayuda a quien menos imaginas, o te ayuda el que jamás creerías lo haría.
Cómo si fuera un rayo descargando su furia sobre la tierra, la voz de su madre apareció reprendiéndolo con severidad. ¿Sería ella o sólo su conciencia retorciéndose? Quizás ambas cosas al mismo tiempo. ¡La lastima ni para él! Una que otra vez la miró en los ojos de algunas personas, no se sintió nada bien que le vieran de esa forma, de hecho lo odió más que no tener un poco de pan para llevarse a la boca. No iba a empezar a hacer lo que no deseaba que le hicieran. Se sintió avergonzado, y fue por esa razón que de un momento a otro bajo la cabeza. Tampoco es que tuviera mucho deseo por verle el dolor. Solía ser tan permisivo con algunas emociones que no tardaba en ocasiones en hacerlas suyas; hizo una mueca, tensó los músculos de su cara, y luego se cruzó de brazos escuchando con atención las palabras afiladas de la mujer. Aunque suaves tenían grandes significados.
- ¿Aquello que quiere olvidar la hizo feliz en su momento? - Su voz grave, un tanto tartamuda se hizo presente - Por que de ser así no tendría porque olvidarlo, sino aprender a vivir con ese recuerdo. Imagine que yo me pusiera a querer olvidar a mi madre porque ya murió, ¿dónde dejaría entonces los momentos con ella? ¿La felicidad que me proporcionó? - Negó repetidas veces, quizás ella no podría llegar a entender el punto que le quería mostrar. - Realmente somos egoístas - Y el mismo abrió los ojos con asombro por lo que decía, algunas piezas de su rompecabezas encajaban de nuevo - No nos importa sufrir, hacernos las víctimas y no dejamos que el recuerdo sea bueno, somos egoístas porque los queremos para nosotros sin saber si están mejor lejos, o en ese mundo llamado cielo - ¿Ella entendería? Quien sabe, ni él lo sabía.
Brandon cerró los ojos al notar las piernas bien trabajadas de la fémina. No es que fuera de palo, aunque no es que hubiera tenido encuentros sexuales con mujeres, sentía, admiraba, deseaba, necesitaba, pero sabía como controlarse sino le ponían las cosas de gratis; tomó una bocana de aire y la volteó a ver de nueva cuenta, intentando averiguar que ocurría con ella. ¿De verdad él deseaba saberlo? Si, porque de esa forma sabía que no estaría tan solo entre el miserable dolor que experimentaba.
- ¿Quiere que le cure esa herida? No se necesita mucho, en el bosque podemos encontrar un riachuelo para lavarla, y dado que vivo entre callejones podríamos encontrar plantas medicinales, las sé identificar bien - Se encogió de hombros. No le estaba ofreciendo mucho, sólo su basto conocimiento del mundo, que claro, lo adquirió a base de grandes golpes. - ¿Qué dice? Mientras le curo esa herida podría platicarme y yo le platicaría los míos - Sonrió de medio lado intentando contagiar a la apenada pelirroja
Con galantería estiró su brazo, incluso lo curvó un poco para ofrecerlo a la joven y de esa forma poder escoltarla en el trayecto. Una cosa sería escoltarla y otra que ella aceptara a que un mendigo le guiara. ¡Los ricos y su orgullo! De igual forma a él no le molestaba para nada arriesgarse, no tenía malas intenciones, y si las tuviera Dios sería el único en saberlo y claro, hacer que él pagara ese pecado.
Brandon Acklang- Humano Clase Baja
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Re: Blasphemy || Privado.
Y ahí estaba él. De repente, su mirada significó algo para mí, alguna retorcida memoria que volvía a intoxicarme con su presencia. No, no era Dante, y quizá ni siquiera se parecía a él en lo mínimo, pero si había algo de él que me lo recordara como tal, sería el calor que ese hombre despedía con su sola presencia. Lejos de sentirme incómoda, sus modales se mostraron dignos de un joven envidiable que seguramente, debajo de toda esa capa de polvo se escondía. ¿Cuántos años tendría? ¿Sería de la misma edad que mi hermano? ¿Él vería de la misma forma a una chica que como lo hace este sujeto conmigo? Entonces me encontré a mi misma cuestionándome cosas que ni siquiera venían al caso, situaciones que no eran necesarias en ese momento, pero que necesitaba hacer en vista de mi fracaso con las personas, en el amor, y con la familia. Fruncí el ceño. Sabía lo que me decía, entendía su enseñanza, pero aún así, no quería aceptarlo. ¿Cómo poder hacerlo si es lo que me causa dolor? Y vaya que era egoísta, incluso más que otros. Quise dar una réplica, pero mis pensamientos me traicionaban, porque por una parte estaba el ardor de Alice, la pérdida, su muerte y el desamor que me arrastró durante años el saberme diferente a los demás; por otro lado ella… la chiquilla estúpida y mayor a mi que me hizo reconciliar las ilusiones sólo para abandonar la felicidad en el camino. No dije nada.
Su oferta fue tentadora. ¿Qué más podía hacer? ¿Regresar a casa y esperar la reprimenda de Donovan? ¿Huir lejos e intentar buscar a la señora Neumann? ¿Podría hacerlo? Había perdido el contacto con ella, no porque yo lo deseara de esa forma, y esperaba que no fuese por parte de ella, sino más bien le debo respeto. Estaba casada y por la forma en la que habló de su esposo, ella lo amaba a pesar de todo. ¿Algún día yo tendría esa dicha nuevamente? Quiero imaginar que se puede, quiero querer que así sea. Suspiré. Me sentía pesada, desanimada, con ganas de tirarme y ahogar mi situación en lo más profundo de los ríos, pero incluso estando ahí, alguien podría decidir reanimarlos. Observé su escolta. Algo pueril como para ser perfecta. Sonreí. Pese a que mi hermano odiaba esos ademanes, él solía hacerlo con la elegancia propia de un rey. Mordí el labio inferior de mis fauces y no pude evitar caminar hasta él, pero lejos de enlazar mi brazo con el suyo. Corregí la posición en la que se encontraba. No fui descortés, todo lo contrario. –Lo haces bien, pero el brazo es un poco más estirado, casi como tuvieses un par de hilos que te sujetan y no te permiten mover. Algo como un títere.- Sonreí aún más. –Y no, no es ironía- Me encogí de hombros al cabo de tomar su escolta y encaminarme al bosque. -Soy Sam- Simple, breve... así debe de ser.
Mientras me aventuraba a lo desconocido, pude apreciar la sensación de euforia, intriga, miedo, tentación, curiosidad, arrepentimiento, diversión e intriga. Hacía tanto tiempo que las emociones no me abofeteaban de esa manera, que me sentí completamente extraña, ajena a mi propio cuerpo, pero deseaba experimentarlo aunque fuese una vez más. Tanto que no me importó el hecho de que lo que me mueve dentro de este mundo es la remota posibilidad, la estadística y la relatividad. –Lamento lo de tu madre, seguramente estaría orgullosa de ti- Musité. No lo esperaba, simplemente salió de improvisto, porque si Dante fuese como él y su madre como Alice, o en su defecto como yo, estaríamos orgullosas de él. ¡Maldición! No quería hacer comparaciones, pero estaba tan necesitada de un hermano, que quizá ese fue el mayor de los impulsos que me obligó a aceptar su oferta. Acaricié su fornido brazo y pegué mi rostro hasta él. No me importó que oliese a prole, aspiré profundamente y, por vez primera durante mucho tiempo, me sentí en casa. Sí, podía confiar más en él, en ese extraño, que en cualquier otra persona.
Su oferta fue tentadora. ¿Qué más podía hacer? ¿Regresar a casa y esperar la reprimenda de Donovan? ¿Huir lejos e intentar buscar a la señora Neumann? ¿Podría hacerlo? Había perdido el contacto con ella, no porque yo lo deseara de esa forma, y esperaba que no fuese por parte de ella, sino más bien le debo respeto. Estaba casada y por la forma en la que habló de su esposo, ella lo amaba a pesar de todo. ¿Algún día yo tendría esa dicha nuevamente? Quiero imaginar que se puede, quiero querer que así sea. Suspiré. Me sentía pesada, desanimada, con ganas de tirarme y ahogar mi situación en lo más profundo de los ríos, pero incluso estando ahí, alguien podría decidir reanimarlos. Observé su escolta. Algo pueril como para ser perfecta. Sonreí. Pese a que mi hermano odiaba esos ademanes, él solía hacerlo con la elegancia propia de un rey. Mordí el labio inferior de mis fauces y no pude evitar caminar hasta él, pero lejos de enlazar mi brazo con el suyo. Corregí la posición en la que se encontraba. No fui descortés, todo lo contrario. –Lo haces bien, pero el brazo es un poco más estirado, casi como tuvieses un par de hilos que te sujetan y no te permiten mover. Algo como un títere.- Sonreí aún más. –Y no, no es ironía- Me encogí de hombros al cabo de tomar su escolta y encaminarme al bosque. -Soy Sam- Simple, breve... así debe de ser.
Mientras me aventuraba a lo desconocido, pude apreciar la sensación de euforia, intriga, miedo, tentación, curiosidad, arrepentimiento, diversión e intriga. Hacía tanto tiempo que las emociones no me abofeteaban de esa manera, que me sentí completamente extraña, ajena a mi propio cuerpo, pero deseaba experimentarlo aunque fuese una vez más. Tanto que no me importó el hecho de que lo que me mueve dentro de este mundo es la remota posibilidad, la estadística y la relatividad. –Lamento lo de tu madre, seguramente estaría orgullosa de ti- Musité. No lo esperaba, simplemente salió de improvisto, porque si Dante fuese como él y su madre como Alice, o en su defecto como yo, estaríamos orgullosas de él. ¡Maldición! No quería hacer comparaciones, pero estaba tan necesitada de un hermano, que quizá ese fue el mayor de los impulsos que me obligó a aceptar su oferta. Acaricié su fornido brazo y pegué mi rostro hasta él. No me importó que oliese a prole, aspiré profundamente y, por vez primera durante mucho tiempo, me sentí en casa. Sí, podía confiar más en él, en ese extraño, que en cualquier otra persona.
Nadége Morózova- Realeza Rusa
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Re: Blasphemy || Privado.
La realidad es que el muerto de hambre se sorprendió. Jamás creyó que alguien de clase elevada le corrigiera la postura, en realidad nunca lo creyó de ninguna clase. Según él su destino terminaría siendo el mismo que el de su realidad. No había nada que hacer. Cuando se nace pobre es un verdadero milagro alcanzar un poco más de estatus, y sólo un poco, las historias fantasiosas sobre el pobre volviéndose rico siempre serían historias. Sin más. Aunque claro, muchas mujeres creyeran lo contrario; la sorpresa fue tan grande que se quedó rígido. ¿A la mujer no le daba asco tocar a un pobre? Eso sí que le resultaba nuevo, sin embargo él mismo sabía que no debía de juzgar un libro por su portada, lo mismo acontecía con las personas. Si él estaba juzgando antes de tiempo, entonces se volvía igual que esos ricos prejuicios ¿no? Resopló para sí mismo desilusionado de su forma de actuar. Lo mejor para él sería empezar desde cero.
Brandon se siguió sorprendiendo ante la forma de actuar de la mujer. Si su postura era rígida en ese momento parecía una piedra. Por un momento recordó a su madre, a su padre, a su hermana. Esa familia que se había ido de forma cruel. Se dio cuenta que el sentimiento que la joven estaba dejando salir él mismo lo tenía, sólo que escondido, enterrado para no dejarse caer, un pobre con tanta debilidad termina por morir de un abrir y cerrar de ojos. El joven sin importar lo diferente que pudieran ser por el peso de su cartera, la abrazó. Cómo se le abraza a un ser amado que jamás quieres dejar ir pero sabes puedes perderlo; sus brazos envolvieron no su cintura, sino sus hombros, parte de su espalda, la atrajeron con fuerza hasta él y la estrechó repetidas veces como si se tratara del juego de pequeños niños, le acarició el cabello, y recargó su mejilla sobre su coronilla. Aquello se sentía tan bien.
- Todo estará bien, te lo prometo – Sus palabras fueron dichas con tanta convicción que cualquier podría creerle. Brandon podría ser todo menos un mentiroso. Cuando prometía algo lo cumplía, sin importar aquello que tenía que arriesgar. Incluso una vez tuvo que trabajar dos días seguidos sin dormir para poder darles un banquete de navidad a su pandilla, no importó el cansancio porque había valido la pena, así que si podía sobrevivir con eso. ¡Podría con todo! – Recuerda que la tristeza es la mejor lección para valorar todo, la tristeza y el hambre – Quiso bromear un poco, que le entendiera que habían cosas peores, pero él ni siquiera sabía que le acontecía, y eso de juzgar a ciegas no era lo suyo, mejor guardó silencio antes de soltarla.
- Ahora debes decirme si lo hago bien – Brandon se apartó de ella con tranquilidad. De forma un tanto salvaje comenzó a mover el brazo, incluso su espalda se colocó de forma recta. Él mismo sonrió porque de esa manera respiraba un poco mejor, como si sus pulmones pudieran recibir un poco más de aire. Esperó a que la joven le diera el brazo y comenzó a caminar -¿A dónde quieres que vayamos? La verdad es que no puedo llevarte a casa, porque no tengo casa – Volvió a bromear, aunque si Ketu se ponía a pensar de forma más seria, esas bromas serían muy crueles, y personas que no entendían su situación las creerían fuera de lugar. – Tengo unas monedas extras, puedo invitarle una sopa en una casa para gente como yo, es un buen lugar, la gente es buena, prometo que no le harán ninguna mala cara, mucho menos daño. Aunque usted puede decidir, hagamos de su día una gran alegría – Sentenció volteando para poder captar sus ojos.
Brandon se siguió sorprendiendo ante la forma de actuar de la mujer. Si su postura era rígida en ese momento parecía una piedra. Por un momento recordó a su madre, a su padre, a su hermana. Esa familia que se había ido de forma cruel. Se dio cuenta que el sentimiento que la joven estaba dejando salir él mismo lo tenía, sólo que escondido, enterrado para no dejarse caer, un pobre con tanta debilidad termina por morir de un abrir y cerrar de ojos. El joven sin importar lo diferente que pudieran ser por el peso de su cartera, la abrazó. Cómo se le abraza a un ser amado que jamás quieres dejar ir pero sabes puedes perderlo; sus brazos envolvieron no su cintura, sino sus hombros, parte de su espalda, la atrajeron con fuerza hasta él y la estrechó repetidas veces como si se tratara del juego de pequeños niños, le acarició el cabello, y recargó su mejilla sobre su coronilla. Aquello se sentía tan bien.
- Todo estará bien, te lo prometo – Sus palabras fueron dichas con tanta convicción que cualquier podría creerle. Brandon podría ser todo menos un mentiroso. Cuando prometía algo lo cumplía, sin importar aquello que tenía que arriesgar. Incluso una vez tuvo que trabajar dos días seguidos sin dormir para poder darles un banquete de navidad a su pandilla, no importó el cansancio porque había valido la pena, así que si podía sobrevivir con eso. ¡Podría con todo! – Recuerda que la tristeza es la mejor lección para valorar todo, la tristeza y el hambre – Quiso bromear un poco, que le entendiera que habían cosas peores, pero él ni siquiera sabía que le acontecía, y eso de juzgar a ciegas no era lo suyo, mejor guardó silencio antes de soltarla.
- Ahora debes decirme si lo hago bien – Brandon se apartó de ella con tranquilidad. De forma un tanto salvaje comenzó a mover el brazo, incluso su espalda se colocó de forma recta. Él mismo sonrió porque de esa manera respiraba un poco mejor, como si sus pulmones pudieran recibir un poco más de aire. Esperó a que la joven le diera el brazo y comenzó a caminar -¿A dónde quieres que vayamos? La verdad es que no puedo llevarte a casa, porque no tengo casa – Volvió a bromear, aunque si Ketu se ponía a pensar de forma más seria, esas bromas serían muy crueles, y personas que no entendían su situación las creerían fuera de lugar. – Tengo unas monedas extras, puedo invitarle una sopa en una casa para gente como yo, es un buen lugar, la gente es buena, prometo que no le harán ninguna mala cara, mucho menos daño. Aunque usted puede decidir, hagamos de su día una gran alegría – Sentenció volteando para poder captar sus ojos.
Brandon Acklang- Humano Clase Baja
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Fecha de inscripción : 07/03/2013
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