AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Días grises para un alma iluminada [libre]
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Días grises para un alma iluminada [libre]
Luchas por ocultar el pasado…
Pero el pasado te sigue…
Día 3
El Paris del que había leído en aquellos libros parece no ser el mismo en el que estoy viviendo… las noches traen consigo demasiadas sombras unas que en realidad me gustaría olvidar, simplemente no puedo… Paris atormenta una parte que había tenido oculta por largos años… Nina… sabría que decirme en este momento… algo se y que es muy cierto “Es tiempo de sonreír”
Cerré el libro rojo pronunciando – Has de las sombras un camino de Luz – mire la sala de estar pintada de un blanco perfecto sin ninguna decoración, no me gustaban aquellas cosas prefería un ligar amplio con pocos muebles que lleno de cosas inútiles. Suspire escuchando los pasos de Matilde acercarse – Madeimoselle, ya está todo en orden su habitación armada y la cocina como usted lo pidió – sonreí cálidamente Matilde se había convertido ahora último en más que una simple doncella, ahora era la ama de llaves, cocinera, sirvienta… en realidad le daba mucho trabajo era tiempo de estabilizarse y con eso traer gente a la casa para alivianar el peso a Matilde, pero de eso claramente se encargaría ella, yo solo veía las auras y daba mi aprobación o desaprobación. – Gracias Matilde, Dile a Paul, que prepare el carruaje iré a dar un paseo, encárgate de la servidumbre, gente humilde que desee un buen lugar para trabajar, ya sabes lo típico – sonreí suavemente y me quede a la espera de que el Chofer llegara en mi búsqueda.
Una hora más tarde.
Deslice mi mano hacia afuera del carruaje esta fue tomada por Paul que observaba el lugar un poco desconfiado. Un paseo por la plaza de la ciudad en pleno invierno no era lo más aconsejado pero quería estar al aire libre inspeccionar aquella plaza, recordar lo que los libros decían de ella, lo que Nina solía contarme de esta plaza. El cielo estaba completamente nublado, corría una briza helada pero no había ni lluvia, ni nieve un día de invierno perfecto para salir a caminar. Mi vestido de color turquesa se mezclaba con los colores opacos del invierno parisino, acomode en mi cabeza un gorro de piel ancho y de forma cilíndrica, mis manos se acomodaron entre el tubo de piel para abrigarme, hacia frio no lo negaría. Comencé a caminar por el lugar observando los detalles de la pileta, que parecían ancestrales, rodee con lentitud el lugar, buscando aquellos tallados que mi abuela decía habían en el centro del pilar, del que tiraba agua. Ahora seco pude ver las lunas inscritas y las constelaciones de las que me hablaba, sonreí de felicidad, mi corazón latió con fuerzas sentí como si ella misma estuviera mostrándome aquel lugar donde ella muchas veces hizo conjuros y hechicería, algún día yo sería como ella, llena de sabiduría.
Seguí mi camino por un pequeño sendero adornado de adoquines perfectamente puestos uno al lado del otro, había poca vegetación, por la estación estaba claro pero aquella le daba un aire imperial al lugar. Pocas personas ambulaban a esa hora del día, haciendo compras, paseando a sus mascotas o simplemente respirando aquel aire que helado entraba a los pulmones y salía el forma de un vapor, un halo gracioso. Silenciosa de palabra pero más nunca de pensamiento continué el camino hasta llegar a una banca donde tome asiento, el silencio me acompañaba y lo mejor de todo no habían sombras a mi alrededor, completa, tranquila y con paz por un momento me quede ahí… mirando sin ver absolutamente nada, ensimismada en las constelaciones que se dibujaban en mi interior…
Pero el pasado te sigue…
Día 3
El Paris del que había leído en aquellos libros parece no ser el mismo en el que estoy viviendo… las noches traen consigo demasiadas sombras unas que en realidad me gustaría olvidar, simplemente no puedo… Paris atormenta una parte que había tenido oculta por largos años… Nina… sabría que decirme en este momento… algo se y que es muy cierto “Es tiempo de sonreír”
Cerré el libro rojo pronunciando – Has de las sombras un camino de Luz – mire la sala de estar pintada de un blanco perfecto sin ninguna decoración, no me gustaban aquellas cosas prefería un ligar amplio con pocos muebles que lleno de cosas inútiles. Suspire escuchando los pasos de Matilde acercarse – Madeimoselle, ya está todo en orden su habitación armada y la cocina como usted lo pidió – sonreí cálidamente Matilde se había convertido ahora último en más que una simple doncella, ahora era la ama de llaves, cocinera, sirvienta… en realidad le daba mucho trabajo era tiempo de estabilizarse y con eso traer gente a la casa para alivianar el peso a Matilde, pero de eso claramente se encargaría ella, yo solo veía las auras y daba mi aprobación o desaprobación. – Gracias Matilde, Dile a Paul, que prepare el carruaje iré a dar un paseo, encárgate de la servidumbre, gente humilde que desee un buen lugar para trabajar, ya sabes lo típico – sonreí suavemente y me quede a la espera de que el Chofer llegara en mi búsqueda.
Una hora más tarde.
Deslice mi mano hacia afuera del carruaje esta fue tomada por Paul que observaba el lugar un poco desconfiado. Un paseo por la plaza de la ciudad en pleno invierno no era lo más aconsejado pero quería estar al aire libre inspeccionar aquella plaza, recordar lo que los libros decían de ella, lo que Nina solía contarme de esta plaza. El cielo estaba completamente nublado, corría una briza helada pero no había ni lluvia, ni nieve un día de invierno perfecto para salir a caminar. Mi vestido de color turquesa se mezclaba con los colores opacos del invierno parisino, acomode en mi cabeza un gorro de piel ancho y de forma cilíndrica, mis manos se acomodaron entre el tubo de piel para abrigarme, hacia frio no lo negaría. Comencé a caminar por el lugar observando los detalles de la pileta, que parecían ancestrales, rodee con lentitud el lugar, buscando aquellos tallados que mi abuela decía habían en el centro del pilar, del que tiraba agua. Ahora seco pude ver las lunas inscritas y las constelaciones de las que me hablaba, sonreí de felicidad, mi corazón latió con fuerzas sentí como si ella misma estuviera mostrándome aquel lugar donde ella muchas veces hizo conjuros y hechicería, algún día yo sería como ella, llena de sabiduría.
Seguí mi camino por un pequeño sendero adornado de adoquines perfectamente puestos uno al lado del otro, había poca vegetación, por la estación estaba claro pero aquella le daba un aire imperial al lugar. Pocas personas ambulaban a esa hora del día, haciendo compras, paseando a sus mascotas o simplemente respirando aquel aire que helado entraba a los pulmones y salía el forma de un vapor, un halo gracioso. Silenciosa de palabra pero más nunca de pensamiento continué el camino hasta llegar a una banca donde tome asiento, el silencio me acompañaba y lo mejor de todo no habían sombras a mi alrededor, completa, tranquila y con paz por un momento me quede ahí… mirando sin ver absolutamente nada, ensimismada en las constelaciones que se dibujaban en mi interior…
Última edición por Hazel de Venom el Dom Dic 29, 2013 8:54 pm, editado 1 vez
Hazel de Venom- Hechicero/Realeza
- Mensajes : 9
Fecha de inscripción : 19/12/2013
Re: Días grises para un alma iluminada [libre]
Madame Giry era una mujer estricta en todos los sentidos. Lo supe desde el mismo instante que puse un pie en la ópera tras las las audiciones para los nuevos debutantes. Fueron un total fracaso del que todavía me avergonzaba y que prefería no sacasen a la luz. Sin embargo, el estrepitoso ridículo que hice en su momento me sirvió para conocer a una de las personas que me acompañarían el resto de mi vida. Meg, la hija de madame Giry, era una chiquilla casi tan imaginativa como yo. Pero donde me era capaz conservar la calma, Meg prefería saltar como un pequeño gatito persa asustadizo y aferrarse a las faldas de su madre o las mías propias. Lejos de molestarme, a mí me causaba gracia y encontraba ternura en la forma de consolarla las noches que alguna pesadilla atormentaba su sueño. Meg era para mí como la hermana pequeña que nunca tuve y nos protegíamos mutuamente de las víboras que llenaban los bastidores del teatro y la ópera de París. Un reino aparte donde la música no siempre era la protagonista, por desgracia, y sí la fama que todas nuestras compañeras querían conseguir a toda costa. Madame Giry también lo hacía y solía presionar a su única hija para que siguiera esforzándose en destacar sobre las demás. Incluso sobre mí, por mucho cariño que también me tuviera. A fin de cuentas, no tenía su sangre en mis venas.
—¡Esos pies juntos! ¡Espalda recta! —se quejaba la pequeña y dulce Meg aquella mañana—. ¡A veces me gustaría que su bastón se rompiera!
—¡No hables así! —la reprendí, mas no pude evitar reirme de su burda imitación—. Es tu madre; quiere lo mejor para ti.
Y lo mejor para Meg eran los pies destrozados que yo podía ver por encima de sus hombros mientras peinaba aquella larga y envidiable cabellera rubia. Bien sabido era por todos que era de las mejores de las que gozaba el teatro, pero todo buen don conlleva un gran sacrificio. Meg se masajeaba sus pies, doloridos y sangrantes, mientras los lavaba con agua tibia. Diez minutos antes hubimos llevado el mismo proceso a la inversa; ella peinaba mis rizos cobrizos mientras yo trataba de emendar los estragos de los ensayos de madame Giry. Ambas llevábamos el pelo suelto por la espalda y los mechones delanteros que pudieran molestarnos estaban sujetos tras nuestras cabezas con un lazo del mismo color blanco que nuestros vestidos de gasa. Madame Giry escogió aquella fría mañana de invierno, la primera despejada en muchos días, para sacar a pasear a sus chicas y que nos diera el aire parisino. Ni siquiera los abrigos ceñidos o los protectores de nuestras manos, o las bufandas y los guantes, impidieron que nos estremeciéramos y murmurásemos por lo bajo nuestro desacuerdo por el clima francés.
Le Place du Tertre fue el lugar escogido por nuestra mentora para pasar la mañana y desayunar. Apenas había paseado por allí, sí que aproveché estar escondida entre mis compañeras, del brazo de la diminuta Meg, para señalar todo cuanto llamase mi atención. Reímos con los mimos que nos persiguieron imitando nuestros pasos y Meg, incluso, me provocó para que tratara de tomarle el pelo a uno de ellos. Entre pintores y artistas callejeros, para mí todo aquello no era más que otro cuento más. Un juego de colores que me permitían adivinar la vida que llevaría cada uno. Había una dama sentada en uno de los bancos, y por alguna razón clavé mis ojos azules en ella. Le sonreí con dulzura y abandoné las filas en cuanto Madame Giry nos dio la espalda de nuevo. Meg iba detrás mías; a su lado, una tercera joven de cabello castaño llamada Angelique nos miraba recelosa. Ambas rieron cuando alcé mi cuerpo con la gracilidad de un cisne y giré sobre mí misma con toda la destreza que me permitió mi calzado. Aquel mimo me miró desconcertado, pero sus ojos fueron los únicos que delataron su inseguridad, pues pronto supo imitarme, aunque con torpeza, e interponer un espejo imaginario entre nosotros. Meg y Angelique aplaudieron atrayendo la atención de nuestras compañeras. Incluso, y aunque eso no me inspiraba mucha confianza, la de madame Giry, que puso orden alzando su voz ruda por encima de las demás pero tampoco podía ocultar la sonrisa por lo cómico de la situación. Puse a prueba a aquel mimo una vez más. Era un paso sencillo, nada costoso, apenas otro giro sobre una única pierna. Pero la humedad de la calle hizo que el pobre hombre resbalase y cayera al suelo con la espalda apoyada donde debieran estar las piernas de la misma dama que permanecía sentada en el banco y a la que saludé minutos antes con una simple sonrisa.
—¡Lo siento mucho! —me disculpé, tanto por su caída como por las risas de las otras bailarinas. Yo, sin embargo, no reí y le tendí mi mano—. ¿Se encuentra bien, monsieur? ¿Y usted, madame?
—¡Esos pies juntos! ¡Espalda recta! —se quejaba la pequeña y dulce Meg aquella mañana—. ¡A veces me gustaría que su bastón se rompiera!
—¡No hables así! —la reprendí, mas no pude evitar reirme de su burda imitación—. Es tu madre; quiere lo mejor para ti.
Y lo mejor para Meg eran los pies destrozados que yo podía ver por encima de sus hombros mientras peinaba aquella larga y envidiable cabellera rubia. Bien sabido era por todos que era de las mejores de las que gozaba el teatro, pero todo buen don conlleva un gran sacrificio. Meg se masajeaba sus pies, doloridos y sangrantes, mientras los lavaba con agua tibia. Diez minutos antes hubimos llevado el mismo proceso a la inversa; ella peinaba mis rizos cobrizos mientras yo trataba de emendar los estragos de los ensayos de madame Giry. Ambas llevábamos el pelo suelto por la espalda y los mechones delanteros que pudieran molestarnos estaban sujetos tras nuestras cabezas con un lazo del mismo color blanco que nuestros vestidos de gasa. Madame Giry escogió aquella fría mañana de invierno, la primera despejada en muchos días, para sacar a pasear a sus chicas y que nos diera el aire parisino. Ni siquiera los abrigos ceñidos o los protectores de nuestras manos, o las bufandas y los guantes, impidieron que nos estremeciéramos y murmurásemos por lo bajo nuestro desacuerdo por el clima francés.
Le Place du Tertre fue el lugar escogido por nuestra mentora para pasar la mañana y desayunar. Apenas había paseado por allí, sí que aproveché estar escondida entre mis compañeras, del brazo de la diminuta Meg, para señalar todo cuanto llamase mi atención. Reímos con los mimos que nos persiguieron imitando nuestros pasos y Meg, incluso, me provocó para que tratara de tomarle el pelo a uno de ellos. Entre pintores y artistas callejeros, para mí todo aquello no era más que otro cuento más. Un juego de colores que me permitían adivinar la vida que llevaría cada uno. Había una dama sentada en uno de los bancos, y por alguna razón clavé mis ojos azules en ella. Le sonreí con dulzura y abandoné las filas en cuanto Madame Giry nos dio la espalda de nuevo. Meg iba detrás mías; a su lado, una tercera joven de cabello castaño llamada Angelique nos miraba recelosa. Ambas rieron cuando alcé mi cuerpo con la gracilidad de un cisne y giré sobre mí misma con toda la destreza que me permitió mi calzado. Aquel mimo me miró desconcertado, pero sus ojos fueron los únicos que delataron su inseguridad, pues pronto supo imitarme, aunque con torpeza, e interponer un espejo imaginario entre nosotros. Meg y Angelique aplaudieron atrayendo la atención de nuestras compañeras. Incluso, y aunque eso no me inspiraba mucha confianza, la de madame Giry, que puso orden alzando su voz ruda por encima de las demás pero tampoco podía ocultar la sonrisa por lo cómico de la situación. Puse a prueba a aquel mimo una vez más. Era un paso sencillo, nada costoso, apenas otro giro sobre una única pierna. Pero la humedad de la calle hizo que el pobre hombre resbalase y cayera al suelo con la espalda apoyada donde debieran estar las piernas de la misma dama que permanecía sentada en el banco y a la que saludé minutos antes con una simple sonrisa.
—¡Lo siento mucho! —me disculpé, tanto por su caída como por las risas de las otras bailarinas. Yo, sin embargo, no reí y le tendí mi mano—. ¿Se encuentra bien, monsieur? ¿Y usted, madame?
Última edición por Christine O'byrne el Lun Dic 30, 2013 1:14 pm, editado 1 vez
Christine O'byrne- Hechicero Clase Media
- Mensajes : 16
Fecha de inscripción : 26/12/2013
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Re: Días grises para un alma iluminada [libre]
Normalmente los números estaban perfectamente alineados en mi cabeza, secuencias indescifrables, métodos que solo grandes mentes podían descifrar… códigos secretos números formando letras, así las cosas estaban sucediendo en mi cabeza, un gran laberinto, mi entorno parecía estar alegre ¿A caso yo no lo estaba? Pestañee varias y vi a las jovencitas que habían llegado sonreí ampliamente cuando una sonrisa apuntaba hacia mí, ¿O era al mimo? De igual forma ya lo había hecho, todas parecían tan livianas, tan flameantes, delicadas, sencillas… ¿Cómo me vería yo? Intente imaginarme, verme a mí misma y lo que veía era una idea de mi persona pero no yo misma. Hice una mueca al mismo tiempo que el mimo imitaba a la chica que me había sonreído, la sutileza de su movimiento me decía que era una bailarina, eso explicaba desde el color de su aura hasta lo delicada que se mostraba. No era fanática de los mimos, en realidad me causaban cierto pánico y prontamente sentí como estaba aguantando la respiración y apretando la mandíbula con gran fuerza, mis ojos quedaron pegados en la situación, expectante alerta con ganas de salir corriendo.
Basto solo un pestañeo para que todo pareciera cambiar la joven hacia un bello movimiento y el mimo perdía el paso al mismo tiempo que mi corazón se paralizaba, en mis piernas estaba aquel con ojos juguetones, con una amplia sonrisa que a mi parecer desapareció cuando mis facciones cambiaron, endureciéndose, tensándose, ¿Miedo, Pánico? En realidad no lo sabía, estática como una estatua quede. Mi cabeza me aisló, me llevo a otro mundo me recordó mi infancia las veces que hacía que mi mente escapara ante los gritos y peleas de mis padres, eso mismo estaba ocurriendo ahí, en aquella plaza, en aquel lugar…. Pero esta vez ocurrió algo diferente, la suave voz de la joven acaparaba mi atención y me traía de vuelta al mundo real, la mire con cierta desesperación – Yo….-pronuncie de manera lenta – Me dan miedo… los mimos – mas no pude pronunciar.
El joven disfrazado se levantó con cual gracia una que mis ojos no lograban notar, quería salir en ese momento de ahí, al parecer el mimo había escuchado sobre mi miedo, y para alimentar la burla de todas las personas que parecían poner especial atención en mí, aquel se sentó a mi lado tal y como yo me encontraba. Sentí la oleada de sangre correr por mis venas, sentía que mis oídos reventarían por la presión que estaban ejerciendo mis arterias, me costaba respirar, mientras el gesticulaba lo que al parecer era mi rostro las risas abundaban. Pase saliva y temblando me levante dirigí mi cabeza hacia el hice una sonrisa, sin gracias – Espero que nunca tus miedos aparezcan a plena luz del día – mis ojos se clavaron en los de él, no era una amenaza, ni tampoco un hechizo, era mi forma de expresar que me había superado… que las sombras parecían volver para opacar mi luz.
Pase entre las jóvenes empujando una que a otra que entorpecía mi camino, no miraría hacia atrás, claro que no lo haría, apresure el paso hasta que llegue a un árbol me apoye en el al sentir como mis pulmones quemaban, en realidad me dolían, había aguantado la respiración y el mareo me envolvió de pies a cabeza – No, no…. Ahora no – Dije inspirando aquel aire frio y cerré mis ojos – El volumen de un objeto se calcula según el agua derrochada, el aleteo de las palomas varían según la temperatura del ambiente – Comencé a balbucear para calmar mi interior, una práctica que me había enseñado Nina, mi abuela, decir las cosas que conocía, alguna fórmula o una frase, o simplemente cosas que a nadie le interesarían más que a mí.
Basto solo un pestañeo para que todo pareciera cambiar la joven hacia un bello movimiento y el mimo perdía el paso al mismo tiempo que mi corazón se paralizaba, en mis piernas estaba aquel con ojos juguetones, con una amplia sonrisa que a mi parecer desapareció cuando mis facciones cambiaron, endureciéndose, tensándose, ¿Miedo, Pánico? En realidad no lo sabía, estática como una estatua quede. Mi cabeza me aisló, me llevo a otro mundo me recordó mi infancia las veces que hacía que mi mente escapara ante los gritos y peleas de mis padres, eso mismo estaba ocurriendo ahí, en aquella plaza, en aquel lugar…. Pero esta vez ocurrió algo diferente, la suave voz de la joven acaparaba mi atención y me traía de vuelta al mundo real, la mire con cierta desesperación – Yo….-pronuncie de manera lenta – Me dan miedo… los mimos – mas no pude pronunciar.
El joven disfrazado se levantó con cual gracia una que mis ojos no lograban notar, quería salir en ese momento de ahí, al parecer el mimo había escuchado sobre mi miedo, y para alimentar la burla de todas las personas que parecían poner especial atención en mí, aquel se sentó a mi lado tal y como yo me encontraba. Sentí la oleada de sangre correr por mis venas, sentía que mis oídos reventarían por la presión que estaban ejerciendo mis arterias, me costaba respirar, mientras el gesticulaba lo que al parecer era mi rostro las risas abundaban. Pase saliva y temblando me levante dirigí mi cabeza hacia el hice una sonrisa, sin gracias – Espero que nunca tus miedos aparezcan a plena luz del día – mis ojos se clavaron en los de él, no era una amenaza, ni tampoco un hechizo, era mi forma de expresar que me había superado… que las sombras parecían volver para opacar mi luz.
Pase entre las jóvenes empujando una que a otra que entorpecía mi camino, no miraría hacia atrás, claro que no lo haría, apresure el paso hasta que llegue a un árbol me apoye en el al sentir como mis pulmones quemaban, en realidad me dolían, había aguantado la respiración y el mareo me envolvió de pies a cabeza – No, no…. Ahora no – Dije inspirando aquel aire frio y cerré mis ojos – El volumen de un objeto se calcula según el agua derrochada, el aleteo de las palomas varían según la temperatura del ambiente – Comencé a balbucear para calmar mi interior, una práctica que me había enseñado Nina, mi abuela, decir las cosas que conocía, alguna fórmula o una frase, o simplemente cosas que a nadie le interesarían más que a mí.
Hazel de Venom- Hechicero/Realeza
- Mensajes : 9
Fecha de inscripción : 19/12/2013
Re: Días grises para un alma iluminada [libre]
Hubiera deseado que la tierra me tragase en ese mismo instante. La mujer estaba sana y salva, como el mimo, pero no podía decir lo mismo de su entereza. Mis ojos azules vieron cómo aquella luminiscencia que la rodeaba cambiaba de color a otra vacilante, temerosa e irascible llegados al punto de la humillación que debió sufrir cuando todos los transeúntes de la plaza se rieron de su fobia y las burlas que el mimo hizo a costa de ella. Me sentí decepcionada con todos. Decepcionada con el caballero con el que minutos antes había bromeado, con mis jóvenes compañeras, con los pintores, con las damas que por allí circulaban. Con sus carcajadas, con sus dedos índices que señalaban a la única víctima de aquella mofa. Quise pararlo todo, pero no supe cómo hacerlo. Yo sólo era una chiquilla que bailaba en teatros y óperas de París. Pasaba desapercibida porque mi función no era otra que embellecer voces que no me pertenecían o cubrir los fallos que estas pudieran ocasionar en su rigoroso directo de puesta en escena. Me sentí abrumada por todo e incluso pude percibir la frustración de aquella buena señora de cabello rojizo en mi fuero interno. Vi el pavor y la vergüenza en sus ojos, pero estos, lejos de quedarse allí, traspasaron las barreras del tiempo y el espacio y se instalaron dentro de mí como intrusos que quisieran hacer una sangría de mi alma. Mis pulmones se cortaron y quedé sin aire los mismos minutos en los que aquella mujer se debatió entre levantarse y alejarse o sucumbir al mismo pánico que notaba florecer en mi pecho. Miré desesperada a todos lados hasta que pude encontrar la mirada severa de madame Giry. Mi maestra y yo éramos las únicas que no reíamos y supo leer en mis facciones que imploraba su ayuda para que todo esto acabase.
—¡No tiene gracia! —grité, pero sólo Meg me hizo caso y cubrió su boca para que ninguna risotada más se escapase de ella—. ¡Madame Giry, por favor!
Toda risa, resuello o ánimo de burla se cortaron de inmediato en cuanto el bastón de nuestra coreógrafa golpeó con dureza el suelo de piedra de aquella plaza. Y la mirada que acompañó ese gesto fue suficiente para advertir que cualquier chiste al respecto de lo sucedido sería castigado con creces una vez volviéramos al teatro. No pudimos decir lo mismo de los demás transeúntes, que ajenos a la severidad de madame Giry, siguieron riendo las gracias del mimo incluso cuando éste ignoró los reproches de la dama y la siguió imitando su huída.
—¡Formad filas! —llamó madame Giry—. La mala educación no está en mis enseñanzas y no voy a ser partícipe de ella.
Me encontré a mí misma entre la espada y la pared por segunda vez aquella mañana. Si bien agradecí que madame Giry pusiera orden e hiciera que las muchachas se fueran marchando de aquella comedia, me sentí culpable por todo lo sucedido. Si yo no hubiese jugado con aquel mimo, no habría tropezado y caído en las piernas de la única mujer presente que les tenía fobia. No pude resistir el impulso de abandonar la doble fila que formaron las otras bailarinas y caminar hasta el árbol donde se había resguardado aquella mujer. Madame Giry no me vio, cosa que agradecí, pero sí lo hizo su hija. Le pedí por señas que me cubriera y Meg asintió. Segundos después, me interpuse entre el mimo y aquella señora dirigiendo al primero una mirada furibunda que no acostumbraba a dedicar a nadie, dada mi educación.
—Pero las palomas siempre son igual de hermosas cuando alzan el vuelo —dije al oír lo que murmuraba.
Me tomé la libertad de posar una de mis manos sobre su brazo. Meg solía decirme que tenía un don para hacer que la gente se sintiera mejor en mi presencia. Y que, cuando los tocaba, un aura de paz y fuerza les invadía revitalizando sus energías y ayudándoles a enfrentar sus miedos. En ese momento, sentí como si la calidez de mi cuerpo crease chispas entre mi mano y su brazo e invadiese el cuerpo de aquella dama que, asustada, buscaba una forma de canalizar su temor. Y yo quería canalizarlo con ella para redimir mi culpa por todo cuanto había causado mi torpeza.
*Off: ha usado dos habilidades en este post; primero empatía, sintiendo todo cuanto sentía Hazel, y después vígoris, para infundirle fuerza y ánimos.
—¡No tiene gracia! —grité, pero sólo Meg me hizo caso y cubrió su boca para que ninguna risotada más se escapase de ella—. ¡Madame Giry, por favor!
Toda risa, resuello o ánimo de burla se cortaron de inmediato en cuanto el bastón de nuestra coreógrafa golpeó con dureza el suelo de piedra de aquella plaza. Y la mirada que acompañó ese gesto fue suficiente para advertir que cualquier chiste al respecto de lo sucedido sería castigado con creces una vez volviéramos al teatro. No pudimos decir lo mismo de los demás transeúntes, que ajenos a la severidad de madame Giry, siguieron riendo las gracias del mimo incluso cuando éste ignoró los reproches de la dama y la siguió imitando su huída.
—¡Formad filas! —llamó madame Giry—. La mala educación no está en mis enseñanzas y no voy a ser partícipe de ella.
Me encontré a mí misma entre la espada y la pared por segunda vez aquella mañana. Si bien agradecí que madame Giry pusiera orden e hiciera que las muchachas se fueran marchando de aquella comedia, me sentí culpable por todo lo sucedido. Si yo no hubiese jugado con aquel mimo, no habría tropezado y caído en las piernas de la única mujer presente que les tenía fobia. No pude resistir el impulso de abandonar la doble fila que formaron las otras bailarinas y caminar hasta el árbol donde se había resguardado aquella mujer. Madame Giry no me vio, cosa que agradecí, pero sí lo hizo su hija. Le pedí por señas que me cubriera y Meg asintió. Segundos después, me interpuse entre el mimo y aquella señora dirigiendo al primero una mirada furibunda que no acostumbraba a dedicar a nadie, dada mi educación.
—Pero las palomas siempre son igual de hermosas cuando alzan el vuelo —dije al oír lo que murmuraba.
Me tomé la libertad de posar una de mis manos sobre su brazo. Meg solía decirme que tenía un don para hacer que la gente se sintiera mejor en mi presencia. Y que, cuando los tocaba, un aura de paz y fuerza les invadía revitalizando sus energías y ayudándoles a enfrentar sus miedos. En ese momento, sentí como si la calidez de mi cuerpo crease chispas entre mi mano y su brazo e invadiese el cuerpo de aquella dama que, asustada, buscaba una forma de canalizar su temor. Y yo quería canalizarlo con ella para redimir mi culpa por todo cuanto había causado mi torpeza.
*Off: ha usado dos habilidades en este post; primero empatía, sintiendo todo cuanto sentía Hazel, y después vígoris, para infundirle fuerza y ánimos.
Christine O'byrne- Hechicero Clase Media
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Fecha de inscripción : 26/12/2013
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